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Gestión de la

conflictividad

Gustavo Coppini - Lourdes Compagnucci

TecnoSocial
TecnoSocial

Coppini, Gustavo Antonio


Gestión de la conflictividad / Gustavo Antonio Coppini ; María Lourdes
Compagnucci. - 1a ed. - Punilla : Gustavo Antonio Coppini , 2021.
Libro digital, DXReader

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-88-0690-7

1. Política de Seguridad. 2. Derecho Contravencional y de Faltas. I.


Compagnucci, María Lourdes. II. Título.
CDD 363.1

Ilustración de tapa: Canva.com


Índice
02 | Introducción

04 | El conflicto como
característica de nuestras
sociedades

08 | Caracterización de los
conflictos

10 | Clasificaciones posibles

11 | Fuentes, condiciones y
contextos del conflicto

13 | Instancias de gestión

17 | Bibliografía
Gestión de la conflictividad

Introducción

El punto de partida será


entonces, cuestionar la
idea de orden y
comenzar a pensar
nuestra sociedad como
un proceso
esencialmente
conflictivo que debe ser
abordado y gestionado
desde todas las
instancias del Estado.

EEste material de lectura fue elaborado, principalmente, a partir de los presupuestos


teóricos formulados por Alberto Binder en su libro “Análisis Político Criminal”. En ese
libro, el autor pone de manifiesto la contraposición entre dos paradigmas sobre los
cuales se puede construir la política de seguridad del Estado. De un lado, se encuentra
el paradigma del orden que ha prevalecido en la construcción de políticas de seguridad
prácticamente desde que existe el Estado tal y como lo conocemos. En el extremo
opuesto, se ubica el paradigma de gestión de la conflictividad. A partir de esta
contraposición de modelos, y situándose en el paradigma de gestión del conflicto,
Binder elabora un modelo teórico de análisis para la planificación, formulación y
articulación de políticas preventivas, disuasivas y represivas en el marco de una
sociedad democrática. El desafío de este modelo de seguridad democrática, será la
construcción y consolidación de sistemas institucionales acordes a las problemáticas
actuales, que sean eficientes y eficaces, pero sin desviarse para ello del marco de
referencia que impone un Estado Democrático de Derecho.

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Gestión de la conflictividad

El punto de partida será entonces, cuestionar la idea de orden y comenzar a pensar


nuestra sociedad como un proceso esencialmente conflictivo que debe ser abordado y
gestionado desde todas las instancias del Estado.
Creemos que este enfoque, tendrá un fuerte impacto sobre nuestra concepción del
sistema penal y contravencional. Por este motivo, nos interesa especialmente poner de
manifiesto cuáles son las funciones que, dentro del paradigma de gestión del conflicto,
puede desempeñar el Código de Convivencia Ciudadana. En definitiva, consideramos
que esta visión de los conflictos sociales se convertirá en una herramienta sumamente
valiosa para la interpretación de aquella norma y para la tarea habitual de los y las
integrantes del Poder Judicial, Ministerio Público Fiscal y organismos de seguridad a
cargo de su aplicación.
A los fines de esta exposición, vamos a procurar una definición general de lo que
comúnmente denominamos políticas de seguridad, delimitando las dimensiones que
son abarcadas y su relación con la política criminal. Lo primero que tenemos que
señalar, es que existe entre ambas categorías una relación de género a especie. La
denominación “política criminal”, en términos generales, ha sido reservada para
referirse al segmento de políticas represivas que habilitan el uso de los recursos
violentos del Estado con el objeto de intervenir en los conflictos más graves de una
sociedad. Desde esta perspectiva, Binder (2011:202) define la política criminal como:
“el segmento de las políticas de gestión de la conflictividad que autoriza el uso de los
instrumentos violentos del Estado para intervenir en la conflictividad, sobre la base de
los objetivos y metas que esta fija, para evitar de un modo general la violencia y el
abuso de poder como forma de solucionar los conflictos”. Algunos autores utilizan la
denominación “política de seguridad” en igual sentido. Por ejemplo, le otorgan un
alcance restringido que coincide con la definición de política criminal Mario Juliano y
Lucas Crisafulli (2016:510) cuando expresan: “pensamos a las políticas de seguridad
como el conjunto de acciones y omisiones del Estado (poder legislativo, poder ejecutivo
y poder judicial) en torno a los conflictos violentos y al uso del poder punitivo”.
En definitiva, tanto la denominación “política criminal” como “política de seguridad”,
pueden usarse en un sentido restringido para referirse al segmento represivo de las
políticas de gestión del conflicto. Sin embargo, creemos que la categoría “seguridad” es
más amplia, y puede abarcar también las dimensiones preventivas y disuasivas. Hecha
esta aclaración, y a los fines prácticos de contar con una definición que abarque todos
los segmentos que vamos a tratar, en lo que sigue, cuando hablemos de “políticas de
seguridad”, lo hacemos en sentido amplio o genérico, para referirnos al conjunto de
acciones u omisiones que realiza el Estado para prevenir, disuadir o reprimir los
conflictos en la sociedad. Dentro de ese género de políticas públicas, ubicamos como
una especie -la más extrema- a la política criminal.

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2. El conflicto como
característica de
nuestras sociedades

Las políticas de
seguridad son sólo un
segmento más de un
marco mucho más
amplio constituido por
las políticas de gestión
de la conflictividad.

Detrás de toda política pública, subyace siempre una visión de la sociedad, se trata de
una precomprensión acerca de los fenómenos sociales que todos tenemos. Esto se
debe a que el sujeto que observa la sociedad, que procura conocerla o entenderla, no
lo hace desde el vacío, sino que se encuentra inmerso irremediablemente en el proceso
social que observa.
Desde el paradigma de gestión de la conflictividad asumimos que la sociedad es
esencialmente conflictiva. Aunque parezca una obviedad, la experiencia nos muestra
que en el mundo no existe, ni ha existido nunca, una sociedad sin conflictos. Es
impensable una sociedad sin conflictos, así como es impensable un proceso social sin
cambios, sin movimientos, rupturas, pluralidad de intereses, contraposición entre esos
intereses, deseos y demandas insatisfechas.
Asumir que las sociedades son -y fueron siempre- conflictivas, parte de una
constatación empírica, es decir, lo muestran los hechos. Por otra parte, esto no implica
aceptar ninguna idea sobre el valor positivo o negativo de esos conflictos, o del modo
de resolverlos. Como señala Binder: Existe una tendencia generalizada a considerar la
conflictividad como algo negativo y esencialmente transitorio, como una anomalía”.
Esta visión es propia del paradigma contrario, esto es, del paradigma del orden.

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Gestión de la conflictividad

de resolverlos. Como señala Binder: Existe una tendencia generalizada a considerar la


conflictividad como algo negativo y esencialmente transitorio, como una anomalía”.
Esta visión es propia del paradigma contrario, esto es, del paradigma del orden.
El paradigma del orden parte de suponer que el proceso social es estable y
estructurado a partir de un orden determinado. Sin embargo, ¿hubo alguna vez una
sociedad ordenada de este modo? En realidad esta idea es un constructo metafísico.
Por el contrario, el carácter conflictivo de la sociedad, es innegable. Es una
constatación que se basa en la historia, en la experiencia de las sociedades (empírica).
Cuando nos situamos en una posición que asume la conflictividad inmanente de
nuestra sociedad, sin prejuzgar los conflictos, asumimos que una de las funciones
elementales del Estado es gestionar esa conflictividad. Y esto debe hacerse a través de
todas las instancias con las que puede contar el Estado, no solo desde los organismos
públicos, sino integrando además a la sociedad civil (organizaciones no
gubernamentales, clubes, etc). La ventaja de este posicionamiento es que se presenta
como un contrapunto fundamental con la idea de orden, que siempre ha imperado en el
ámbito del derecho penal y que nos ha llevado por un camino errático, en la
construcción de soluciones.
En nuestro país, y en particular en nuestra provincia, contamos con escasa información
sobre las causas generadoras del conflicto. Es por ello, que desde el paradigma de
gestión de la conflictividad, asumimos que ese conocimiento es indispensable para la
construcción de una sociedad menos violenta. Particularmente, desde el campo del
sistema penal, se tiende a privilegiar la criminalización de conductas como mecanismo
de control y regulación. Sin embargo, nos hemos preocupado poco por acreditar la
eficacia de esta forma de regular los conflictos que derivan en violencia social.
El problema central, en definitiva, no es demostrar la ilusión de la idea de orden como
imposibilidad fáctica, sino de señalar que la idea de orden es sumamente conservadora
y reaccionaria, y no sirve para fundar la gestión y formulación de políticas de seguridad.
Se parte de la idea, muy elemental, de que la política de seguridad debe ser
fundamentalmente reactiva, actuando frente a las desviaciones sociales que alteran el
orden buscando restablecerlo. Sin embargo, esta ecuación simplista ha fundado en
gran medida todas las políticas de seguridad hasta el presente y su aparente simpleza
es tanto la razón de su fuerza como de su ineficacia.
El paradigma de gestión de la conflictividad, asume que el conflicto es un fenómeno
social básico, sobre el que debemos mantener un concepto lo más amplio posible, para
no quedar condicionados por una definición posterior como es la regulación de los
delitos vigentes en el Código Penal. Se asume que la tarea prioritaria debe ser conocer
la conflictividad, sus causas y sus consecuencias. El diseño de políticas eficientes y
eficaces, depende de la posibilidad de contar con información suficiente y de buena
calidad. Paralelamente debe recalcarse que estas políticas siempre deberán formularse

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Gestión de la conflictividad

y ejecutarse bajo los postulados de un Estado democrático de derecho.


Como dijimos antes, las políticas de seguridad son sólo un segmento más de un marco
mucho más amplio constituido por las políticas de gestión de la conflictividad. Dentro de
estas últimas, se ubica el Código de Convivencia Ciudadana de Córdoba, como una
herramienta más para la gestión de la conflictividad en el ámbito de nuestra provincia.
Esta norma provee múltiples herramientas para gestionar el conflicto, como salidas
alternativas, disposición de la acción que deriva de la infracción de una norma del
Código, entre otras. Paralelamente, se han establecido amplias facultades para su
interpretación y aplicación a cargo de diversas instancias estatales como la Policía, el
Ministerio Público Fiscal y los Juzgados de Paz.
Conforme a esa caracterización, y con el fin de ampliar las herramientas de
interpretación del sistema contravencional, a continuación se exponen algunos
caracteres esenciales de todo conflicto.

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3. Caracterización de los
conflictos

Las democracias suelen


caracterizarse por un
aumento de la
conflictividad, en razón
de que permiten el
crecimiento de la
interacción abierta entre
las personas y la
visibilización de sus
intereses.

El conflicto requiere siempre de dos partes (por lo menos). El conflicto que nos interesa
es aquel que implica interacción de dos o más sujetos. Aquellos conflictos que puedan
experimentar las personas en su individualidad, que no trascienden del ámbito interno
del ser humano, no deben pasar al plano político. Las democracias suelen
caracterizarse por un aumento de la conflictividad, en razón de que permiten el
crecimiento de la interacción abierta entre las personas y la visibilización de sus
intereses. Esto necesariamente vuelve más conflictivo el espacio común.
En todo conflicto siempre subyace una contradicción de intereses. Este aspecto es
importante, sin embargo, no debe ser jamás el único elemento para identificar un
conflicto. Existe una contradicción de intereses cuando las partes se hallan en
desacuerdo con respecto a la distribución de recursos materiales o simbólicos, y actúan
movilizadas por la incompatibilidad de metas o por una profunda divergencia de
intereses. Por lo tanto, no alcanza con esta contradicción para identificar un conflicto,
hace falta, además, la referencia a un sentido que sea comprendido por ambas partes
de la comunicación conflictiva.

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Gestión de la conflictividad

La política de seguridad que impera en nuestras sociedades, tiende a reconocer como


conflictos sólo aquellos problemas que ingresan a la “mirada” o al ámbito de referencia
de un sector social concreto, ya sea que se trate de una clase social determinada,
grupos o sectores con capacidad de influir en la opinión pública o un sector de los
medios masivos de comunicación. También existen conflictos que afectan o son
importantes para una gran cantidad de personas (los conflictos ambientales, por
ejemplo), y que sin embargo no son reconocidos por los sectores con capacidad para
influir o determinar la agenda del sistema penal.
Vale la pena reiterar aquí que el ámbito contravencional constituye un segmento más
dentro de las políticas de gestión de la conflictividad que lleva adelante el Estado.
Existe cierta tendencia a considerar que la política de seguridad no se ocupa de
conflictos sino de delitos. Esto responde a una visión sesgada de la conflictividad, que
limita la gestión al ámbito de aquellos conflictos que fueron seleccionados y convertidos
en delitos. Desde una visión más abarcativa de la conflictividad, debemos poner de
manifiesto que el ámbito de los delitos solo abarca un segmento de la conflictividad, un
espacio que debe ser limitado y debe reservarse para los conflictos más graves que se
dan en el proceso social.
Los conflictos se originan en la escasez. En nuestras sociedades los bienes, posiciones
(espacios de poder por ejemplo) o recursos en general, son esencialmente escasos. Si
bien la economía se ocupa centralmente del principio de escasez de bienes materiales,
en todo sistema social se distribuyen otro tipo de bienes y posiciones que exceden el
ámbito económico. Quedan entonces abarcados todos los fenómenos que presenten
contradicciones de intereses, percepciones distintas, ámbitos de referencias común,
etcétera. Es posible que en un futuro ideal las sociedades avancen hacia la
construcción de mecanismos culturales de compatibilidad de los usos y disposición de
aquellos recursos (o posiciones) pero, entre tanto, la experiencia muestra que son un
elemento determinante de la conflictividad.
El conflicto requiere siempre “acciones conflictivas”. El concepto de acción, supone
exteriorización de la voluntad, y refiere en este caso a que las partes sean activas en la
interacción, ya sea actuando o reaccionando. Se requiere una exteriorización del
posicionamiento de cada parte, que perfectamente podría darse mediante acciones
omisivas. La justificación del Estado para intervenir en la conflictividad de las partes,
siempre se deriva de una exteriorización del conflicto, en tanto las acciones privadas
que se dan en la esfera íntima deben quedar fuera del alcance de la intervención
estatal.
En todo conflicto siempre habrá un problema de poder. Siempre se trata de poder, sea
que se trate de adquirirlo o de ejercerlo.

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Gestión de la conflictividad

Este principio podría formularse de modo inverso: es impensable una relación de poder
que no implique a la vez una relación de conflicto, ya que es de la esencia del poder el
control sobre el otro mediante el desplazamiento o la orientación de la voluntad. El
poder no necesariamente será de carácter público, existen muchos otros ámbitos
donde aquel se ejerce, como el seno de una familia, en un club de barrio o en un
emprendimiento. No hay poder sin conflicto y no hay conflicto en el que el poder no
intervenga. El poder puede definirse aquí, como el control sobre las decisiones para
disponer sobre recursos y posiciones. A la vez, el poder abarca el control de las
conductas, constituyéndose en la base de la influencia recíproca entre las partes.
El conflicto siempre cumple funciones sociales. No sólo funciones sociales para las
partes, sino también para los grupos y para el conjunto social. La unidad social no es
solamente el resultado de tendencias armónicas y fuerzas integradoras, sino que las
tendencias diferenciadoras también juegan un papel positivo. Detrás de todo conflicto
social existe una función social que debe ser develada, sea positiva o negativa. A la
vez, todo conflicto implica un costo social, sea positivo o negativo. Esto va a depender
del posicionamiento que se tenga frente al conflicto y de la visión de la sociedad. Nunca
debemos perder de vista que la consagración de muchos derechos que hoy
consideramos fundamentales, comenzó a gestarse a partir de situaciones conflictivas y
reclamos sociales que en su momento fueron vistos como desviaciones del orden
imperante.
En todo conflicto siempre existen valores mutuamente incompatibles, excluyentes y
opuestos. Siempre podremos identificar una contradicción valorativa que es la que
nutre la posición central acerca del uso de los bienes o la necesidad de posiciones. Ese
choque de valores puede darse dentro de un mismo sistema de referencia o implicar el
choque de universos de valores completamente diferentes. De todas formas, siempre
tendrá que existir un marco de referencia común sin el cual la comunicación propia de
la interacción no sería posible.

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4. Clasificaciones
posibles

Los conflictos irreales


existen, y por lo general
son mucho más difíciles
de gestionar que los
conflictos reales.

En función de estos parámetros es posible distinguir entre conflictos reales e irreales.


Cuando una relación conflictiva se funda en una oposición cierta entre fines, medios,
valores o intereses, el conflicto es real y ello nos permite buscar los distintos medios
que pueden generar compatibilidades.
Por el contrario, cuando el conflicto es irreal, porque se basa únicamente en
sentimientos subjetivos y responde a impulsos internos que solo pueden satisfacerse
por medio de la lucha, es imposible de sustituir por otras medidas. Los conflictos
irreales existen, y por lo general son mucho más difíciles de gestionar que los conflictos
reales. Por eso es fundamental analizar con precisión el objeto de la disputa y no
descartar que en algunos casos -conflictos irreales- el objeto sea la disputa misma.
Paralelamente, se puede hacer una clasificación entre conflictos institucionalizados y
no institucionalizados. En los primeros existe previsibilidad y continuidad; en los
segundos, mayores niveles de desorganización y espontaneidad. Esta diferencia nos
permite detectar regularidades en los conflictos, lo que constituye la base de lo que
debe ser abarcado por las políticas públicas de gestión.

//10
5. Fuentes, condiciones
y contextos del conflicto

A la hora de diseñar
políticas de gestión,
actuar en forma
temprana sobre las
fuentes puede ser el
mejor modo de gestionar
la conflictividad.

Cualquier análisis del conflicto que nos propongamos hacer, debe partir siempre de
investigar las fuentes de esos conflictos tan profundamente como sea posible y de
utilidad para desarrollar una política de gestión. Siempre existirá la tentación de
encontrar una sola explicación o causa de los conflictos, como antaño le sucedió a la
criminología, dado que la identificación de la causa podría llevarnos sin escalas hacia el
remedio. Sin embargo esto no ha pasado de ser una ilusión que da lugar a equívocos
en la definición de políticas, ya que los factores que hacen nacer los conflictos son tan
variados como los conflictos mismos.
Esto no significa que debamos renunciar a realizar tal investigación; al contrario, ella es
fundamental para fundar estrategias adecuadas de gestión de los conflictos. Pero es
necesario estar advertidos sobre la necesidad de circunscribir adecuadamente esas
investigaciones, evitando simplificaciones o consideraciones abstractas del problema
abordado.

//11
Gestión de la conflictividad

Si bien los factores que deben investigarse son variados, es importante centrarse en el
principio de escasez, pues queda oculto en muchas de las discusiones modernas sobre
la pobreza y su incidencia o no en el desarrollo de la criminalidad. Es evidente que las
situaciones de escasez tienen una relación directa con la interacción conflictiva. En
todas las sociedades, la pobreza es un factor que influye en los niveles de
conflictividad. Sin embargo, la criminalización automática de esos conflictos resulta
absurda e irracional. La pobreza es evidentemente una fuente de conflictividad, pero no
será causa de conflictos por sí misma, sino que implica otra multiplicidad de factores y
condiciones que deben ser considerados a la hora de intervenir mediante políticas
públicas. Y sin duda, si de lo que se trata es de gestionar los conflictos derivados de la
desigualdad en la distribución de bienes materiales escasos, evidentemente la
criminalización no resulta un camino eficaz.
Corresponde discriminar, por lo tanto, las fuentes de conflictividad de sus condiciones
de aparición; condiciones que además, tendrán influencia en la definición de sus
características, así como en su durabilidad e intensidad. Sólo bajo ciertas condiciones,
una fuente de conflicto se convierte, además, en causa de él. Esta distinción es
fundamental porque a la hora de diseñar políticas de gestión, actuar en forma temprana
sobre las fuentes puede ser el mejor modo de gestionar la conflictividad.
También será fundamental tener en cuenta el contexto del conflicto, esto es, el sistema
social global en que se desenvuelven. Las mutuas relaciones son determinantes tanto
para entender el conflicto como para analizar los recursos sociales o estatales
disponibles para intervenir en él y su costo social.
En definitiva, no es posible establecer una visión lineal y simplista de la conflictividad. Y
si bien los conceptos de fuente, condición y contexto son analíticamente separables en
el conocimiento del conflicto, las fronteras entre una y otra categoría tienden a
desdibujarse totalmente durante el desarrollo social de aquel.
el.

//12
6. Instancias de gestión

Cuando se habla de
derecho penal mínimo,
de lo que se trata, es de
reubicar los conflictos
en otro nivel de
intervención, previo a la
reacción penal.

En los apartados anteriores hemos puesto de manifiesto que el proceso social no sólo
resulta impensable sin conflicto sino que además, este puede cumplir funciones
sociales positivas. Sin conflictividad, se disolverán muchas de las estratificaciones por
medio de las cuales comprendemos hoy la sociedad, o las funciones estatales. Por
medio del conflicto definimos los objetivos sociales, canalizamos tensiones sociales y
en gran medida se mide la evolución hacia nuevas circunstancias y contextos sociales
(cambio). En definitiva, sin el conflicto la sociedad no se propondría, ni alcanzaría,
nuevas situaciones de mayor bienestar, justicia e igualdad.
Se ha señalado (Binder 2011) que: “si bien es posible y necesario distinguir las
consecuencias socialmente útiles y socialmente indeseables del conflicto, lo cierto es
que van juntas. Es difícil imaginar conflicto alguno que tenga sólo un tipo de
consecuencias. Por consiguiente, parte del problema de diferenciar los aspectos
funcionales y disfuncionales del conflicto consiste en identificar las condiciones en las
cuales las consecuencias disfuncionales pueden ser minimizadas” (p.152). Desde este
punto de vista, una política de seguridad no puede prescindir de esta base de
conocimiento del conflicto.

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Gestión de la conflictividad

En la primera parte de este texto nos referimos a la articulación de políticas


preventivas, disuasivas y represivas. Conviene ahora detenerse brevemente en cada
una de esas opciones, para comprender el concepto de salidas alternativas. Las
políticas preventivas son aquellas que procuran evitar que un conflicto nazca o se
desarrolle. La prevención busca remover de un modo permanente las causas (fuente,
condición o contexto) de ese conflicto. La intervención en esta instancia requiere un
profundo conocimiento de los factores causales, como la exclusión, las adicciones, los
problemas vinculados a la propiedad o la posesión, entre otros. El abanico de
posibilidades es infinito, lo importante es poner de relieve que las soluciones en esta
instancia pueden ser sumamente complejas y requieren inversión de tiempo y recursos,
pero probablemente serán las más productivas.
Una segunda modalidad de intervención son las políticas disuasivas. En ellas también
se pretende evitar que un conflicto tome curso, pero se caracteriza porque
contrariamente a la prevención, la disuasión no elimina las causas del conflicto ni tiende
a evitarlo de modo permanente sino sólo y en tanto se desarrolla la acción disuasiva.
Por ejemplo, al patrullaje en una zona determinada puede disuadir de robos o
agresiones a locales, pero sólo en tanto se mantenga la acción disuasiva de patrullar.
Esta modalidad de intervención se caracteriza porque provoca resultados en el corto
plazo, pero sus alcances son sumamente limitados. Cuando desaparece la acción
disuasiva, reaparecen las manifestaciones del conflicto.
La última modalidad de intervención es la reactiva, cuando el conflicto no pudo
prevenirse a tiempo o por otros medios y se llega a la situación de tener que aplicar una
sanción, ya sea penal, por la configuración de un delito, o contravencional.
Cuando se habla de derecho penal mínimo, de lo que se trata, es de reubicar los
conflictos en otro nivel de intervención, previo a la reacción penal, en niveles donde las
inversiones de tiempo y recursos serán seguramente mucho más productivas.
Debemos recalcar, que los conflictos jamás deben quedar sin ningún tipo de
intervención. En este sentido, la reubicación de los conflictos es una tarea permanente
y constante en donde deben intervenir todas las instancias estatales -no solo la justicia
penal o contravencional- , sino además y fundamentalmente, las organizaciones de la
sociedad (clubes barriales, ONGs, comunas, etc). Esto requiere, no sólo de
instituciones fuertes, como de hecho lo son la Policía o el Poder Judicial, sino además y
fundamentalmente, de fortalecer las relaciones entre estas instituciones y la sociedad.
En este contexto, las funciones del Ministerio Público Fiscal de la Provincia comienzan
a adecuarse a este nuevo paradigma de gestión de la conflictividad. Por un lado, la
implementación del principio de oportunidad a nivel nacional mediante la reforma del
Código Penal, habilita a la provincia a profundizar el desarrollo e implementación de
salidas tempranas para el proceso penal.

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Gestión de la conflictividad

Las denominadas salidas tempranas o alternativas al proceso penal son mecanismos o


formas de resolución de conflictos, que buscan que las partes alcancen acuerdos con el
fin de evitar dirimir los problemas en el sistema penal. En este sentido, la
implementación del nuevo Código de Convivencia Ciudadana en el ámbito de la
provincia, se inserta claramente en el paradigma de gestión de la conflictividad. En
primer lugar, porque este Código, si bien se estructura a partir de la regulación de
infracciones (intervención reactiva), también regula salidas alternativas. Este tipo de
salidas, se refuerza mediante las facultades para disponer de la acción contravencional.
Se trata de una facultad reglada que habilita a las autoridades de aplicación a decidir
en función de la entidad del caso y otras circunstancias. Estas facultades permiten
considerar con mayor amplitud el conflicto que subyace al caso contravencional. Es
decir, habilita modos de resolución más equitativos y definitivos.
Para finalizar, debemos destacar que la implementación del Código de Convivencia
Ciudadana, implica una articulación interinstitucional inédita y sumamente productiva
para la gestión de conflictos en la provincia de Córdoba, en donde tendrán intervención;
el Ministerio Público Fiscal, los juzgados de paz, los organismos de seguridad y
diversas organizaciones civiles de la sociedad, como el colegios de abogados de la
ciudad, o los colegios del interior, entre otras.

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Bibliografía

BINDER, Alberto (2011): Análisis político criminal. Bases metodológicas para una
política criminal minimalista y democrática; Buenos Aires: Editorial Astrea.

BARATTA, Alessandro (2004): Criminología y sistema penal, Argentina; Buenos Aires:


Euro Editores.

JULIANO, Mario & CRISAFULLI, Lucas (2016): Código de Convivencia Ciudadana de

la Provincia de Córdoba Comentado; Leyes Comentadas, Jurisprudencia y Doctrina;


Lerner, Córdoba.

JIMÉNEZ, María Angélica (2004): Las salidas alternativas en el nuevo proceso penal:
Estudio exploratorio sobre su aplicación. Santiago de Chile; Publicación del Centro de
Documentación Defensoría Penal Pública, disponible al 20/03/17 en
www.biblio.dpp.cl/biblio/DataBank/517.pdf.

WEBER, Max (2002): Economía y sociedad. México; DF, Fondo de Cultura Económica.

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