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REVISTA TESTIMONIO

N° 182 Nov. – Dic. 2000 pp.51 - 56


María Paz Abalos Barros
Psicóloga P.U.C
Analista Junguiana IAAP

CUERPO A CUERPO

Se me solicitó referirme a las problemáticas que descubrimos en la vida religiosa con relación al
cuerpo. Me pareció una propuesta interesante, aunque al correr de los días me pregunté varias
veces dónde estaba mi cuerpo cuando acepté el desafío. Mi mente fue más rápida que mis sentidos,
incluido los del cuidado personal y la sobre vivencia, los que podrían haberme hecho tomar
conciencia del cansancio que a estas alturas del año empieza a cobrar su parte en mi cuerpo.
Comparto esto con ustedes porque aquello que más adelante tocaré como aspectos problemáticos en
la vida religiosa también tienen su expresión, con diversos matices y acentuaciones, en el mundo de
los laicos. Nuestros cuerpos están sometidos a fuertes exigencias, lo que en sí no es un problema.
Entramos al espacio de lo problemático cuando nos preguntamos cómo estamos encarando estas
exigencias.

Los años de docencia en el Centro de Estudios y en el Curso para Formadores, y las incontables
Jornadas de trabajo con diversos y variados grupos religiosos me han permitido contactarme con
cuerpos entusiasmados, en el sentido etimológico de la palabra: cuerpos inspirados por Dios. Esos
cuerpos emocionan e inspiran a otros con un estilo de vida vivido con elegancia y madurez. La
experiencia de estar junto a ellos me aporta una mirada más general y menos marcada por lo
problemático, aunque es en esto último donde centraré mis comentarios por ser el espacio donde la
psicología, como ciencia que profundiza en el comportamiento humano, puede aportar a una
vivencia más sana de los y las consagradas que en su caminar se han entrampado. Escribo estas
líneas, entonces, básicamente desde mi experiencia como terapeuta lo cual enmarca mi
acercamiento al tema. Los cuerpos más abajo mencionados no pretenden ser parte de una
psicología de lo corporal sino un pensar en voz alta para suscitar en ustedes sus propios
pensamientos y sentimientos frente al tema. Espero que estas líneas contribuyan, en parte, a mirar
lo que de problemático puede darse en esta opción particular de vida para así encontrar caminos de
ayuda y prevención.
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1. Problemáticas del cuerpo: Algunas polaridades.

1.1 La primera constatación que se me impone es la vivencia de un cuerpo al que se le teme y del
cual se desconfía. La adhesión consciente a la propuesta evangélica de ser templos del Espíritu va
de la mano, en muchos casos, de una práctica recelosa y desconfiada que transcurre por canales
paralelos. El cuerpo es vivido como lugar de sospecha y no de encuentro, por lo tanto se le reprime,
se le limita exageradamente en su expresión, e incluso se le acosa cuando aparece la sombra del
placer en aquello que realiza. Así, toda actividad empieza a tener un aire de “deber” que termina
por enfermar hasta la más lúdica de las experiencias.

El cuerpo vivido desde esta perspectiva, muchas veces no reconocida conscientemente, es utilizado
como un objeto que a duras penas pasa por una “revisión técnica” una vez al año. Suele ser llevado
en el hacer hasta el desgaste, que en algunos casos es sin retorno, en nombre del servicio a otros y
de no ser egoístas con su persona y tiempo. Estos cuerpos llevan, tarde o temprano, las huellas de
este exceso en un sin número de síntomas psicosomáticos, verdaderas auto-agresiones inconcientes,
que necesitan ser abordadas no sólo con medicamentos paliativos del dolor. La corporalidad deja
de ser la primera gran reveladora del ser. Si muchos consagrados y consagradas se detuvieran por
un momento a mirar sus cuerpos y cómo los llevan, no me cabe duda que se sorprenderían del
abandono del ser que en ellos se expresa. A la par de este abandono y como compensación surge un
fenómeno opuesto, aparecen cuerpos que extreman la mirada hacia sí mismos perdiendo de vista al
otro y a su propio proyecto de vida. Se centran en sus ganas, dolores y síntomas, transformando
cualquier expresión natural del vivir y envejer en una razón para detener un trabajo que, en la
práctica, rara vez se inicia con el compromiso propio de la vida adulta. Son los cuerpos que carga
el cuerpo institucional. Ambos, desde una perspectiva psicológica, padecen de una mirada
equivocada sobre la propia corporalidad.

1.2 Cuerpos que en la tarea vital de optar por un modo célibe de vivir el amor, conviven de manera
poco elegante con la renuncia que implica no ser cuerpo-compañero /compañera, cuerpo-madre /
padre. Esconden en formas asexuadas de comportamiento la sensualidad y la maduración inherente
a su ser hombre o su ser mujer. En muchos casos esto va de la mano de relaciones complicadas o
distantes con el sexo opuesto, e incluso con la ausencia de contactos personales. El deseo del otro
como complemento, pareciera encubrirse transformando el propio cuerpo en la expresión del no-
deseo. Los aspectos personales reprimidos van cobrando de múltiples formas su espacio, siendo el
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de los síntomas físicos uno de los canales preferidos. En el polo opuesto encontramos cuerpos
seductores, a la manera del flautista que atrae sobre sí a otros en un encantamiento que no conduce
a compromisos de vida. Se atrae a otros con bastante inconsciencia pero activamente, mostrando
en ello un aspecto disociado del compromiso de fondo adquirido. Cuerpos encantadores que dejan
que la mirada del otro se quede sobre ellos y no sobre lo que sus cuerpos quieren encarnar como
proyecto.

1.3 Cuerpos infantilizados y desfasados de su edad cronológica en un intento, desde la


corporalidad, por perpetuar la experiencia de ser cuidados. Son cuerpos que no se permiten
madurar, en el sentido de tomar la responsabilidad por sus propias vidas y asumir el poder que eso
conlleva. Buscan infantilmente ser conducidos, dejando en otros el peso de decisiones que
competen sus destinos. Se resisten a asumir el riesgo de ser plenamente adultos dentro de la
institución y, así, se restan de las tareas institucionales de responsabilidad. En el polo opuesto, se
ubican los cuerpos que se niegan a abandonar el poder de la juventud y adultez, resistiéndose
porfiadamente al paso del tiempo, al rendir menos, al cansancio, al natural límite que trae aparejada
una vida vivida. Estos cuerpos no re-invierten sus energías en las tareas y desafíos propios de la
edad, con lo cual no sólo se cierran a la evolución a la que están invitados sino que dificultan el
acceso de otros cuerpos a experiencias de responsabilidad para las que ya se encuentran preparados.
Más allá de todo razonamiento que justifique su comportamiento, es posible plantear que, en el
fondo, anida un profundo temor al amor en la resistencia a aceptar ser nuevamente cuidados por
otros. El ser cuidado, es el cierre natural de un ciclo que se inicia a través de esta experiencia
amorosa en el interior del cuerpo materno.

1.4 Cuerpos que en el desafío de construir una identidad personal e institucional han sido
devorados por el cuerpo institucional en aras de la lealtad, el compromiso, y la entrega. Estos
cuerpos saben lo que se quiere de ellos pero van, poco a poco, distanciándose y desconociendo lo
que ellos quieren de sí mismos. Con el correr del tiempo se empobrece su aporte al cuerpo por el
que dan su vida ya que, sus deseos, sus sueños y su forma particular de ser, se sumergen
debilitando, en un sentido profundo, su pertenencia. Parecen ser los que más pertenecen porque
“son su institución”, sin embargo al verlos, suelen estar ausentes y, no pocas veces, los escuchamos
expresar su descontento porque han sido “mandados” a los lugares que habitan. En el extremo
opuesto aparecen los cuerpos periféricos a la institución. Estos cuerpos dan la impresión de haberse
atascado en la pertenencia a sí mismos, olvidando las claves del ser parte de una institución. Siguen
en ella, lo que para muchos que los observan constituye un misterio, pero se resisten con fuerza a
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todo lo que les implique un compromiso con el cuerpo institucional. Ejercitan sus derechos como
miembros pero, se restan de los deberes inherentes al compromiso amoroso de “caminar con”.

2. Cuerpos que nos interpelan.

Quisiera referirme de una manera particular a dos tipos de cuerpos que requieren a mi juicio de una
atenta mirada y de una profunda revisión por parte de todos los que con ellos convivimos, tanto
dentro como fuera de la vida religiosa. Esta mirada se hace relevante hoy, momento en el que
socialmente se empieza a levantar el silencio sobre ellos, provocando un impacto aún no
dimensionado al interior de la vida religiosa. Me refiero al cuerpo abusado sexualmente en su
infancia y al cuerpo que encierra-esconde-protege una manera de amar diferente a la que su sexo
biológico señala.

2.1 El primero, el cuerpo violentado en sus primeros años, suele presentar una herida muy
importante en su capacidad de confiar en aquellos más cercanos y en la experiencia de los límites,
lo que afecta la construcción de su identidad. Generalmente, y aunque nos violente escucharlo, los
agresores han estado entre los más cercanos de los cercanos y han traspasado violentamente la
última frontera que protege a un yo aún vulnerable y en proceso de maduración. La desconfianza
en los vínculos amorosos, sumados a la culpa y vergüenza por lo ocurrido, va dando paso a
múltiples manifestaciones de un cuerpo que se auto desprecia y que internamente sabe algo que si lo
compartiera con los demás cree le significaría, en un juicio muchas veces con más fantasía que
realidad, el desprecio exterior. Esos cuerpos muestran en su andar el peso de un largo y doloroso
silencio que cuando se rompe, por diferentes causas, da paso a un período de reconstrucción que se
inicia, muchas veces, con la caída de las estructuras construidas sobre lo que no se ha podido ni
siquiera nombrar.

Requieren mucho coraje para desenterrar lo larga y celosamente guardado; requieren honrar sus
sistemas defensivos que les permitieron seguir adelante aún cuando hoy esas defensas actúen en
contra de un mayor desarrollo; requieren mirar lo vivido y re-situar a los distintos personajes, sus
responsabilidades y a sí mismos en un drama al cual fueron invitados-obligados sin su
consentimiento; requieren mucho valor para mirar su actual consagración con la lucidez de
reconocer que se empeñó la palabra sobre un aspecto central de la persona, como es el mundo
afectivo y sexual, dejando a un lado un dato tan importante y que reclama ser incorporado desde la
salud y no sólo desde la enfermedad; requieren de los demás paciencia y respeto a su silencio
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porque puede pasar mucho tiempo, incluso en algunos casos, todo el tiempo, sin que puedan abrir
sus historias y hacer comprensible para otros su dolor y crecimiento; requieren de parte de sus
hermanas y hermanos consagrados que incorporen este tema en sus reflexiones, que no perpetúen
en el interior de sus comunidades el silencio cómplice frente a una realidad que está más cerca de lo
que se piensa porque algunos niños y niñas abusados en el ayer son parte de los consagrados y
consagradas del presente, su tema no es sólo suyo es también de todos en el sentido de expresar
grotescamente en sus historias la falta de respeto por el otro en cuanto ser humano, y el abuso de
poder permitido social y culturalmente. Levantar el silencio puede ser un paso importante para que
estos cuerpos encuentren espacios para abrir sus dolores, restaurar la mirada hacia sí mismos y
recuperar su dignidad.

2.2 El segundo cuerpo, aquel que expresa su deseo y posibilidad amorosa de una manera diferente
a la pautada por su sexo biológico y por los patrones culturales, merece una mirada dispuesta a
desafiar los propios prejuicios y modelos mentales, y oídos dispuestos a escuchar historias
complejas antes de emitir voces de condena. Sé que este es un tema que inquieta, lo noto en el
silencio cargado que se produce cada vez que se menciona en encuentros o talleres. Este silencio se
extiende, en general, a las políticas institucionales donde no se considera, salvo en contadas
excepciones, la orientación sexual a la hora de plantearse la posibilidad de la consagración para una
persona en particular. Por lo mismo, no se explora con esa persona “su propia sexualidad” y va
quedando fuera del ámbito de lo consagrado. La formación apunta básicamente a acompañar y
desarrollar la vivencia de un celibato heterosexual, mientras las dinámicas afectivas y sexuales
hacia personas del mismo sexo aparecen, se expresan, se reprimen, sin una palabra que ayude a
reconocerlas, comprenderlas, aceptarlas y realizar sobre ellas opciones de vida.

Las experiencias afectivas y sexuales, reales o fantaseadas, se disocian del resto de la existencia y,
por lo mismo, las posibilidades de maduración se estrechan aunque no son imposibles. Algunas
personas optan por vivir su realidad de espaldas a su propio proyecto con el dolor que esto conlleva;
otras, especialmente en el ámbito masculino, se agrupan formando células independientes de la
estructura institucional provocando mucha tensión; otras reafirman su opción por la vida célibe pero
viven temerosas de abrirse al amor por temor a su propia manera de amar. Algunas llegan al
espacio terapéutico, dada la ausencia de otros espacios, el cual se transforma en el lugar del
reconocimiento y desde el cual se pueden replantear sus vidas y sus celibatos. Este replanteamiento,
que idealmente se estimula a que sea de la mano de un acompañamiento espiritual aunque muchos
se resisten a este paso, se realiza mirando esta vez hacia el verdadero horizonte de la renuncia y
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preguntándose, entre muchas otras cosas, si podrán convivir con hermanos y hermanas que sin saber
de su realidad, expresarán abiertamente su rechazo hacia personas de su condición cuando por
distintas razones el tema se ponga a la hora de la sobremesa.

El cuerpo institucional, desde una perspectiva psicológica, camina con una peligrosa ambigüedad
frente a este tema. Al no planteárselo seriamente lo deja bajo el imperio de la sombra y desconoce
su existencia. Lo que no se nombra no existe pareciera ser la propuesta inconsciente, sin embargo
lo que no se nombra tiene una existencia que no puede ser objetivada y por lo mismo afecta de
modos impredecibles y sin que tengamos la posibilidad de conducirlo.

Se afecta el cuerpo institucional porque, al negar una realidad presente en todos los ámbitos de la
actividad humana, encubre su existencia en su interior; se afecta porque, al considerar
ingenuamente que sólo postulan heterosexuales, deja el paso abierto a una realidad que el cuerpo
institucional en su gran mayoría rechaza; se afecta porque, con la mejor de las voluntades y
aperturas a realidades diversas, algunos permiten el ingreso con plena consciencia de la realidad de
la persona pero luego no pueden ofrecer estructuras de apoyo y acompañamiento dejándola
tremendamente sola; se afecta porque, al no tener políticas acordes con los tiempos y los avances
que provienen del mundo de la ciencia, la desinformación alimenta actitudes homofóbicas que
terminan proyectándose sobre cualquier afecto. Las amistades entre personas consagradas del
mismo sexo, han sufrido el golpe de la sospecha limitando, en muchos y muchas, la vivencia de
vínculos profundos, necesarios para la estabilidad y sano desarrollo. Esto, que puede sonar a
temática vieja y superada, sorprende cuando se escucha de cuerpos jóvenes.

También se afecta el cuerpo del que se siente y sabe diferente. Aquí distingo al que lo supo desde
siempre aunque no lo pudiese explicitar y carga con el peso de una honestidad parcial ante la
institución, de aquel que con los años y ya dentro de la institución se ve revelado a sí mismo a partir
del nacimiento de un afecto concreto, en este último la sorpresa se entremezcla con la culpa y el
rechazo. En ambos casos, la soledad y la angustia con que se vive una realidad presentada desde
muchos ámbitos como antinatural hace muy difícil el camino del sano amor hacia sí mismo, de la
integración del amor erótico y de la apertura a los otros. Particularmente difícil resulta para algunos
y algunas la relación con Dios cuando, desde vidas honestas y bien intencionadas, deben hacer el
camino de aceptación de una realidad que no se eligió y que se percibe, en sus inicios, como una
aberración de la creación. Intensos y contradictorios sentimientos hacia sí mismos y hacia el Dios
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de sus vidas requieren ser abordados. El espacio terapéutico recibe un cuerpo que necesita re-
enfocar la mirada hacia sí mismo y recobrar el contacto con el valor esencial de ser humano.

3. Cuerpo a Cuerpo.

Decidí titular “Cuerpo a Cuerpo” a esta reflexión porque el encuentro terapéutico, como espacio
donde transcurre la experiencia de un ser humano que se vuelca con sus complejidades, búsquedas y
dolores y otro ser humano no exento de lo anterior pero que en este contexto acoge, acompaña y se
sitúa como instrumento para el viaje que el primero inicia hacia su interioridad, tiene algo de lo que
simbólicamente el título me sugiere: encuentro, lucha, tácticas que velan y develan, resistencias, y
batallas donde, como en el arte del buen deporte, el final no se mide por la presencia de vencedores
o vencidos sino por la íntima satisfacción compartida, por el terapeuta y el acompañado, de haber
entregado lo mejor de sí mismos en la búsqueda por lograr dar un paso más en el camino de ser
auténticamente lo que estamos invitados a ser en esta existencia. Ambos cuerpos se modifican en
este encuentro.

La psicoterapia, mirada desde esta óptica, se puede describir como un despertar de los sentidos.
Cuerpos con oídos que no escuchan; cuerpos con ojos que no ven; cuerpos con gargantas que no
emiten palabras propias; cuerpos con un tacto que no toca; cuerpos con sus sentimientos atascados;
cuerpos incrédulos de sus propias intuiciones… cuerpos adoloridos y cansados, viven el espacio
terapéutico como un despertar de los sentidos, de los deseos, de las palabras propias, un
redescubrimiento de la maravilla de células, neuronas, órganos, piel, fluidos, ritmos, sensaciones
por donde atraviesa, para encarnarse, el sentido profundo de la propia existencia.

Para terminar esta reflexión quisiera decir que más allá de cuerpos problematizados, en mi quehacer
terapéutico me encuentro básicamente con cuerpos que quieren ser acompañados en un
reconocimiento a veces más consciente, a veces más resistente y doloroso, de la imposibilidad de
caminar solos en ese momento particular de su existencia. Reconocimiento de la limitación…
desafío a la omnipotencia personal… momento privilegiado para un encuentro cara a cara con lo
trascendente.

Reciban estos cuerpos mi reconocimiento y gratitud por el honor de permitirme “verlos”.


Sus cuerpos a lo largo de estos años han ido forjando mi cuerpo de terapeuta… me han
puesto en la posición de desafiar mi propio narcisismo y omnipotencia para reconocer, una
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y otra vez, que mi cuerpo es instrumento y no-fin, instrumento y no-respuesta. Y el


instrumento, como espacio que expresa un proyecto existencial, requiere ser cuidado,
protegido, afinado, y sobretodo dignificado con un ejercicio profesional serio, profundo y
atento a lo que ve, oye, huele, toca, siente, piensa e intuye en el encuentro cuerpo a cuerpo
terapéutico.

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