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Ciclo de Formación para

promotores
comunitarios
en Salud y Cuidados Integrales

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Módulo 4:

Cuidados Integrales

Ministerio de
Ministerio de Salud
Desarrollo Social
Ministerio de Salud

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Módulo 4:

Cuidados Integrales
Bienvenida

Damos inicio al módulo cuatro que tiene como eje los Cuidados Integrales. Entendemos de
fundamental importancia reflexionar sobre las tareas de cuidado dentro de un espacio de
formación de promotorxs comunitarixs, ya que son tareas indispensables para el desarrollo de la
vida y que llevamos adelante cotidianamente en nuestros hogares y en nuestra comunidad, pero
pocas veces nos detenemos a reflexionar sobre su importancia.

“Todos los seres humanos


requerimos de cuidados
personales y la gran mayoría
cuida a otros/as en algún
momento de sus vidas. Nadie
puede sobrevivir sin ser
cuidado, lo cual convierte al
cuidado en una dimensión
central del bienestar y del
desarrollo humano.”

Eleonor Faur

Esta propuesta pretende introducirnos en las discusiones que se vienen llevando a cabo en la
actualidad respecto a las tareas de cuidado. Para ello, haremos un recorrido que nos invite a
reflexionar sobre varias preguntas ¿De qué hablamos cuando hablamos de cuidados? ¿Qué
actividades implican? ¿Quiénes son las personas que cuidan y quiénes son cuidadas? ¿Cuál es el rol del
Estado en estas tareas?

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Pensar los cuidados en el contexto de una


pandemia
Nos encontramos en un momento particular, no sólo en nuestro país sino en el mundo,
atravesando una pandemia por COVID19 que involucra cambios significativos en la organización
de nuestras actividades cotidianas, en cómo nos relacionamos con lxs otrxs y habitamos los
espacios.

Si bien las tareas de cuidado son indispensables para el sostenimiento de la vida, las mismas no
están distribuidas de manera equitativa y son realizadas mayoritariamente por mujeres. Según
datos de la Encuesta sobre Trabajo No Remunerado y Uso del Tiempo(1) , 9 de cada 10 mujeres
realizan estas tareas, dedicando tres veces más tiempo que los varones.

La pandemia produjo cambios en las rutinas cotidianas y en la organización de los cuidados que
intensificaron aún más esta sobrecarga de tareas para las mujeres. A partir de las medidas
preventivas de aislamiento tomadas para evitar la expansión del virus, en los hogares se
incrementó el tiempo dedicado a las tareas domésticas (alimentación, limpieza, sanitización,
entre otras) y al cuidado de niñas y niños, de personas mayores, de personas con discapacidad,
tareas a las que se suma el acompañamiento escolar. Estas tareas también se incrementaron en
los ámbitos de organización barrial y comunitaria, en los cuales se replica la mayor carga que
tienen las mismas sobre las mujeres.


La pandemia ha mostrado
que las mujeres son la
mayoría del personal
sanitario. En los barrios son
quienes dedican sus tiempos
y energías a la atención de la
población con carencias,
Esta situación da cuenta de la desigualdad
asegurando el comedor que estructural en el reparto de las tareas de cuidado y
alimenta y la demanda de nos invita a preguntarnos ¿por qué el trabajo que
elementos de higiene para involucra el cuidado lo llevamos adelante casi de
proteger la salud colectiva. manera exclusiva las mujeres?


(Ana Falú)
(1) La encuesta fue implementada como módulo de la Encuesta Anual de Hogares Urbanos (EAHU)1 durante el tercer trimestre de 2013. Disponible: https://www.indec.gob.ar/uploads/informesdeprensa/tnr_07_14.pdf

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El cuidado como derecho


El desarrollo de estas actividades que sostienen la vida (porque garantizan la subsistencia)
debe ser pensado desde una perspectiva de derechos y, en tanto derecho, es responsabilidad
del Estado garantizarlo.

Es central entonces la pregunta acerca del rol del Estado en relación a los cuidados. Si
involucran actividades esenciales en la reproducción de la vida, ¿debe resolverse en el ámbito
privado-doméstico? ¿Deben ser tareas sin remuneración? ¿Existen políticas públicas de
cuidados?

Asimismo, es importante poder reflexionar en nuestras propias comunidades sobre el valor del
cuidado, el tiempo que le destinamos y cuál es la importancia de lograr el reconocimiento y una
distribución igualitaria de los mismos.

¿Qué entendemos por cuidados?


El cuidado involucra diferentes tareas y actividades que tienen como objetivo garantizar la
sostenibilidad y reproducción de la vida. Todos los seres humanos requerimos cuidados a lo
largo de nuestra vida o por alguna situación de vulnerabilidad como enfermedades y/o
discapacidad.


Se trata tanto de cuidar (incluso cuidarse a sí
misma/o), como de ser cuidada/o, en distintos
grados, dimensiones y formas a lo largo del ciclo
vital. Cuestionamos, así, el par
autonomía/dependencia sobre el que
tradicionalmente se ha sostenido el concepto de
cuidado, para reclamar por el de interdependencia
social: las personas no somos autónomas o
dependientes, sino que nos situamos en diversas
posiciones en un continuo de interdependencia.

(Amaia Pérez Orozco)
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Teniendo en cuenta el carácter indispensable y universal de los cuidados para el bienestar y el


desarrollo humano, debemos asumirlos como un derecho de todxs y una responsabilidad social
compartida, contribuyendo a profundizar su visibilización y su reconocimiento como trabajo.

Los feminismos señalan los aportes culturales, sociales y económicos de estas tareas que se
sostienen en el contexto de una sociedad desigual: con grandes brechas económicas entre
distintos sectores de la población y con diferencias entre hombres, mujeres y disidencias
sexuales, donde prima la división sexual del trabajo. Esta división sexual del trabajo implica la
asignación de tareas de acuerdo al género, donde tradicionalmente la fuerza de trabajo
masculina se desarrolla en el ámbito público, mientras las tareas de cuidados son desarrolladas
mayormente por mujeres en el ámbito doméstico y sin remuneración.

Si bien los cuidados han sido tradicionalmente invisibilizados a partir de los roles y ámbitos
socialmente asignados a mujeres y hombres, estas tareas se constituyen como fundamentales
en términos sociales, y también económicos.

Las distintas actividades y ámbitos donde se desarrollan los cuidados constituyen lo que se
conoce como Economía del Cuidado.

Un reciente informe, que mide el aporte del trabajo doméstico y de cuidados no remunerados a la
riqueza total del país, pone en evidencia que éste es el sector que más aporta a la economía
(15,9%), incluso más que sectores como la industria (13,2%) y el comercio (13%). Asimismo,
agrega que mientras muchas actividades y sectores productivos redujeron su actividad durante
la pandemia, los trabajos de cuidado se incrementaron y pasaron a representar el 21,8% debido a
factores como el aumento del peso de las tareas de apoyo escolar y cuidados no remunerados en
estos tiempos.

Teniendo en cuenta esto, es evidente la importancia de los cuidados y la persistente desigualdad


de género en estas tareas. Por ello, es necesario que el Estado tenga un papel activo en su
regulación ¿Cómo podría aportar el Estado en la resolución de estas desigualdades?

El Estado tiene un rol central en la reducción de las desigualdades y como garante de derechos de
todxs lxs ciudadanxs, debiendo reconocer y valorar el aporte social y económico de la
innumerable cantidad de tareas de cuidados que son llevadas adelante diariamente por mujeres.

El amor, compromiso y responsabilidad con que se desarrollan esos cuidados, no implica que no
deban ser reconocidos como trabajo, que incluso posibilita y sustenta la realización de
muchísimas otras actividades económicas. Asimismo, es importante avanzar en la redistribución
de estas tareas que siguen estando altamente feminizadas, provocando una sobrecarga mental y
representando hasta dobles o triples jornadas de trabajo para las mujeres.

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¿Quiénes cuidan?

Las tareas cotidianas del cuidado se llevan a cabo
en el ámbito doméstico, y durante mucho tiempo
han permanecido invisibles y no reconocidas
públicamente –consideradas como parte
“natural” de la condición femenina, como parte
“natural” de la división del trabajo por género–.
Dentro del hogar, son las mujeres adultas jóvenes
quienes tienen la responsabilidad central y
quienes dedican más tiempo a las tareas
involucradas. Se trata de cuidar a los bebés, niños
y niñas, a los/as viejos/as y enfermos/as, a los
hombres adultos, a ellas mismas.

(Eleonor Faur y Elizabeth Jelin)

Lo anteriormente expuesto remite a la pregunta ¿quiénes son las personas que cuidan en nuestra
sociedad? Al pensar este interrogante se suman otros ¿sólo las mujeres cuidan? ¿Por qué? ¿Fue
siempre así? ¿Existe una sola forma de cuidar?

La respuesta a estas preguntas tenemos que buscarlas en los cambios que han tenido las
formas de ver y entender el mundo como sociedad. Muchas de las actividades que realizamos y
las maneras de hacerlas dependen de construcciones históricas, sociales, políticas, económicas
y culturales.

Entonces, ¿por qué cuidan los que cuidan?

La particularidad que reviste nuestra organización social reside en sus profundas


desigualdades socio-económicas y de género, las cuales definen formas de ser, de sentir,
modos de vincularse, normas, ideales y costumbres.

Las desigualdades de género implican cargas valorativas, juicios, prejuicios, creencias y


establece roles y obligaciones sociales. El hombre tradicionalmente es caracterizado por ser
racional, fuerte, proveedor, independiente, por ende, su rol social va a desarrollarse en la esfera
pública, en la producción. En cambio, a la mujer se le asignan un conjunto de atributos como el

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instinto, sensibilidad, debilidad, altruismo, dependencia. Su esfera de acción es el ámbito


privado, el hogar y lo doméstico, y su rol definido será el de la reproducción, los cuidados. Un
ejemplo de estos roles puede verse en el juego de las infancias, donde tradicionalmente las
niñas juegan a la mamá, a cocinar y a limpiar y los niños juegan a los superhéroes, al fútbol, con
autos, etc.

Esta diferenciación entre ámbito público y privado, entre varones y mujeres, representan la
división sexual del trabajo. En esta división las tareas de cuidado fueron asignadas socialmente
a las mujeres, no como un trabajo, sino como un hecho “natural” determinado (casi) por lo
biológico. Un trabajo invisible.

Crisis de los cuidados


Esta forma de organización social comienza a entrar en crisis con la incorporación de las
mujeres al mundo del trabajo, a la vida pública a través de la profesionalización y la participación
en espacios antes vedados. Esta problemática es denominada crisis de los cuidados ya que
lejos de que se democraticen las tareas de cuidados, éstas se suman a los nuevos empleos,
dando origen a la llamada “doble jornada laboral”.

De esta forma, las mujeres no dejan de desempeñar su rol social asignado (el de cuidar) y, en
tanto no se logra un reparto más equitativo de los cuidados al interior del hogar, añaden más
tareas. Es así que se observan diferentes usos del tiempo por parte de hombres y mujeres.
Después de la jornada laboral, la mujer vuelve a su hogar a realizar el trabajo no remunerado,
mientras que el hombre socialmente está habilitado a dedicar su tiempo en otras actividades.
Esta sumatoria de tareas que realizan las mujeres, el trabajo fuera del hogar y la planificación,
toma de decisiones, logística y coordinación en el hogar produce una sobrecarga de actividades.
A esta sobrecarga se la denomina carga mental.

El ámbito laboral no es ajeno a esto y también


refleja esta desigualdad. La sobrecarga en las
tareas de cuidado y su falta de reconocimiento
económico, dificulta el acceso al trabajo para
muchas mujeres (por la imposibilidad de conciliar
el trabajo adentro y fuera del hogar) o bien hace
que se acceda a trabajos más precarios, con
mayores niveles de informalidad, menores salarios,
más inestables y carentes de derechos laborales y
de seguridad social.

Esto evidencia el peso que aún tienen las visiones


tradicionales respecto de la división sexual del

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trabajo, y la fuerte inequidad en tanto las mujeres se encuentran cada vez más insertas en el
mundo del trabajo y, a su vez, siguen siendo las principales responsables de las tareas de
cuidados.

¿Existen otras formas de cuidar?


Mirando nuestra historia, la de América Latina y en particular la de
nuestro país, vemos la impronta de las tareas de cuidado sostenidas
por redes comunitarias. Los cuidados salen así de la esfera privada a
formar parte la esfera pública, comunitaria.

La organización popular impulsa formas colectivas de reproducción de


la vida en los barrios populares de nuestro país ante las complejas y
múltiples situaciones y condiciones de vida de millones de personas. Las organizaciones
sociales y comunitarias son un actor fundamental en la resolución de necesidades elementales
como la alimentación, el cuidado de niñas y niños, la articulación de recursos, el abordaje de
situaciones de consumos problemático y violencia de género e institucional, así como para
brindar información y asistencia para el acceso a servicios e instituciones públicas.

Estas tareas son desarrolladas mayoritariamente por mujeres. Mujeres que en los peores
momentos de crisis de nuestro país incluso redoblan los esfuerzos. Esta práctica cotidiana de
las trabajadoras socio-comunitarias en comedores, merenderos y distintos espacios
comunitarios, constituye un saber de enorme relevancia y un rol con una función social esencial,
realizada con mucho compromiso, que debe ser reconocida como un trabajo.

¿A quiénes se cuida?
El cuidado de las infancias
El cuidado de las infancias se atribuye históricamente como un rasgo propio de las personas
gestantes. Sustentado sobre el mito de “instinto maternal” el cuidado de lxs niñxs quedó
relegado al trabajo diario y silencioso de las madres, confinado al espacio doméstico y privado.
Hasta bien avanzado el siglo pasado las mujeres eran concebidas ante todo como madres, y las
madres como las mejores cuidadoras posibles.

La ausencia o déficit de instituciones públicas y comunitarias dedicadas al cuidado de lxs niñxs,


sobre todo en la primera infancia, impacta de forma directa sobre las posibilidades de las
mujeres para acceder a derechos laborales, al cuidado de su salud, y participar de actividades
educativas y de disfrute personal. Sumado a esto, la situación se agrava por factores como la

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falta de ampliación y equiparación de las licencias laborales por cuidado entre mujeres y
hombres.

De este modo, el cuidado de lxs niñxs queda bajo responsabilidad casi exclusiva de las mujeres.
Muchas de ellas, cuidan en soledad, con poco apoyo de otrxs y del Estado, incluso a veces sin
ninguna red de sostén. Contrariamente, las familias que disponen de recursos económicos
suficientes pueden “tercerizar el cuidado” contratando un jardín maternal privado y/o una
trabajadora de casas particulares. Esto genera fuertes desigualdades.


El modo en el cual la conjunción entre una cultura
maternalista, las políticas públicas y las limitadas
alternativas para desfamiliarizar los cuidados de
niños tienden a reproducir desigualdades sociales
y de género preexistentes

(Eleonor Faur - Francisca Pereyra.)

Por otra parte, es imperioso entender que lxs niñxs son sujetxs activxs de derechos, con
preferencias, necesidades, deseos, emociones y capacidades; y como tales merecen ser
tratadxs.

Las formas de cuidado hacia lxs niñxs han sido modificadas a partir de la pandemia que
atravesó al mundo. El cuidado de quienes no pueden concurrir a instituciones destinadas para
tal fin, recae directamente en las familias y particularmente en las mujeres.

Asimismo, la pandemia ha visibilizado los múltiples espacios de cuidados comunitarios para las
infancias que muchas mujeres vienen construyendo en comedores, merenderos, escuelitas,
CDIS, entre otros. Esa tarea no ha cesado aún en este contexto. Son estas mujeres quienes en
gran medida garantizan la alimentación de muchxs niñxs en esta difícil crisis económica que
vivimos.

El aislamiento produjo un cambio radical de la realidad; generando un fuerte impacto también en


las niñeces. Por lo mismo, es importante que lxs niñxs sepan lo que está sucediendo, que
comprendan los cambios de rutina, ellxs buscan respuestas al igual que lxs adultxs. Por eso,
debemos intentar no minimizar sus preocupaciones, sino generar espacios que les permitan
expresarse. Un camino para esto es el juego. Lxs adultxs debemos procurar una escucha atenta
y amorosa y trabajar fuertemente la comunicación al interior de la familia.

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Muchas veces quienes cuidan de lxs niñxs agotan sus habilidades y experimentan situaciones
de angustia, ansiedad y soledad. Y no es fácil acompañar a lxs más pequeñxs si no existe una
red que nos sostenga. A partir de esto, sería interesante plantearnos una pregunta
fundamental ¿quién cuida a lxs que cuidan?

El cuidado de las personas mayores


Las características poblacionales de nuestro país muestran que es uno de los más
envejecidos en Latinoamérica junto a Uruguay, Cuba y Chile y, según el Instituto Nacional de
Estadísticas y Censo (INDEC - 2010) donde el 14,3% de la población total son personas
mayores.

El envejecimiento de la población es altamente visible en las comunidades que componen


nuestros barrios, lo cual incrementa las necesidades de protección social y requiere
jerarquizar la atención del Estado sobre las personas mayores. Fundamentalmente, focalizar
sobre aquellas personas que requieren de una asistencia para desarrollar las actividades de la
vida cotidiana.

Es en este punto que resulta indispensable el trabajo de lxs cuidadorxs quienes, sostenidos
por las redes comunitarias existentes, deberán promover el cuidado responsable y seguro de
las personas mayores, entendiéndose como población vulnerada y de riesgo.
Debemos contemplar que el cuidado no implica anular aquellas tareas cotidianas que puedan
resolver las personas mayores por sí mismas, sino que constituye un apoyo para el desarrollo
de algunas actividades en las cuales se encuentre el impedimento de realizarla por sus
propios medios.

Es por ello que debemos considerar qué tipo de


sostén es el que se requiere, teniendo en cuenta la
heterogeneidad de situaciones de la persona. Incluso
en los casos en los que haya una alta dependencia, la
posibilidad de decidir sobre sus acciones debe ser
conservada. Es necesario comprender que la
necesidad de cuidados no transforma a la persona
mayor en objeto de cuidado, sino que en cualquier
contexto continúa siendo un sujetx de derecho(3).

(3) Guía de recomendaciones y recursos para el cuidado de personas mayores en el contexto de pandemia COVID-19. Secretaria de Economía Social / Secretaría Nacional de Niñez, Adolescencia y Familia, Ministerio de Desarrollo Social de la Nación.
Disponible en https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/guia_de_recomendaciones_-_personas_mayores.pdf
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Las personas con discapacidad (PCD) y las


dimensiones de los cuidados
En materia de marco normativo resultó un hecho trascendental, para el conjunto de la sociedad,
la aprobación en el año 2006 de la Convención Internacional de los Derechos de las Personas
con Discapacidad (CDPCD). La Argentina suscribió a la CDPCD en el año 2007 y la ratificó en el
2008. Asimismo, en el año 2014 el Congreso de la Nación Argentina le otorga jerarquía
constitucional mediante la Ley 26378.

Es oportuno aclarar que una convención es un acuerdo escrito entre los Estados que participan
y se rige por el derecho internacional. Es una herramienta de exigibilidad y su implementación
es obligatoria para todos los Estados una vez que lo firman y ratifican.

La CDPCD en su inciso e) del preámbulo manifiesta respecto de la concepción sobre la


discapacidad:

“Reconociendo que la discapacidad es un concepto que evoluciona y que


resulta de la interacción entre las personas con deficiencias y las barreras
debidas a la actitud y al entorno que evitan su participación plena y efectiva
en la sociedad, en igualdad de condiciones con las demás.”

La CDPCD se sustenta en el modelo social de la discapacidad y la concepción de los derechos


humanos. Las PCD tienen los mismos derechos que las demás personas, y para que esos
derechos puedan ser ejercidos, es necesaria la identificación y la remoción de las barreras
sociales que obstaculizan la plena participación de la persona. También, la convención
reconoce tanto el derecho a la igualdad como a la diferencia. Esto implica que todxs somos
iguales ante la ley, ejercer y disfrutar de los mismos derechos y a su vez, ser contemplados en
los requerimientos particulares. Por ejemplo, todo el conjunto de la población tiene derecho a
informarse y comunicarse, para acceder a este derecho, determinadas personas sordas
requieren de un/a intérprete de lengua de señas argentina (LSA).

Para pasar de la legislación escrita a garantizar en el quehacer práctico la participación y las


oportunidades de todas las personas y principalmente de aquellos colectivos que por motivos
históricos, sociales, culturales y económicos tienen cercenado el ejercicio de sus derechos, es
necesario accionar cambios profundos y estructurales que promuevan el cumplimiento de lo
establecido en las leyes.

Toda legislación tiene mínimamente dos ejes de implementación, el relacionado con aspectos
macro-políticos ya sean lineamientos, programas, políticas públicas, otros; y aquel que

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podemos llevar adelante desde nuestro ámbito social, cultural y territorial que son las prácticas
vinculadas a lo micro-político. En este caso lxs promotorxs comunitarixs constituyen desde el
eje micro-político y el trabajo territorial con su comunidad motores de cambio.

Concepciones
¿Cuáles son las miradas, prejuicios y mitos que se construyen en torno a las personas con
discapacidad?

La infantilización:
Es recurrente que a las PCD se les hable utilizando palabras en diminutivo. Ejemplo: “Tenes que
pedir un turnito” o “le falta un bracito.” Otra forma de infantilización es llamar a los jóvenes y
adultos por sus nombres en diminutivo: Pablito, Inesita, o asumir que siguen siendo niñxs
aunque tengan edad adulta.

La mendicidad:
Considerar a las PCD como objeto de lástima y compasión, es habitual escuchar referirse a una
PCD como “probrecito” “ayudalo que no puede”. Asimismo, se la piensa siempre desde un
abordaje asistencial, como un objeto dentro del entramado productivo que se le debe asistir
con pensiones, subsidios y ayudas permanentes sin contemplarla como un engranaje activo en
la cadena productiva.

La inferiorización:
En ocasiones se suele sobreproteger a la PCD porque se desvalorizan sus capacidades y se
desestiman sus intereses, deseos y necesidades. Es una práctica recurrente que se hable y se
decida por ellxs. Por ejemplo, se les puede llegar a esterilizar sin consentimiento.

Considerar que la PCD es “un eterno niño” o creer que es un sujeto pasivo e inferior que
necesita permanentemente de ayuda, de un otro sin discapacidad, abona la idea que la PCD es
siempre objeto de cuidado y la discapacidad sinónimo de enfermedad. Nada de esto es verdad
ya que la PCD puede asumir el rol y las funciones de cuidadora. Tal es el caso de las madres o
padres con discapacidad.

Como señala la convención la discapacidad no está en la persona, sino que surge de la

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interacción de las personas con deficiencias y las barreras del entorno y actitudinales que limitan,
obstaculizan o niegan la participación de éstas. Por ejemplo, el acceso a un menú en un restaurant
por parte de una persona con discapacidad visual es posible si está en braille y en este sentido el
entorno no ofrece limitaciones para que la persona tenga acceso a la información y utilice el
servicio al igual que las demás.

Las deficiencias deben ser parte o una expresión de un estado de salud, pero
no indican necesariamente que esté presente una enfermedad o que el
individuo deba ser considerado como un enfermo, por ejemplo, la pérdida de
una pierna es una deficiencia, no un trastorno o una enfermedad.
(Organización Mundial de la salud, 2001, p. 14).

Seres puros y extraordinarios:


Se cree que todas las PCD son seres humanos buenos y sin maldad que iluminan, que poseen
capacidades especiales y en ocasiones que tienen algunos dones sobrenaturales. Es común
que se use la imagen de una persona ciega en la ficción para identificar el oráculo.

La concepción médica-rehabilitadora:
Asume que la deficiencia (física, sensorial intelectual o mental) de la persona es la causa única
de la discapacidad. En este modelo el diagnóstico como instrumento médico es usado para
conocer las características individuales de la persona y así poder realizar un tratamiento de
rehabilitación que le permita alcanzar “la mayor normalidad” posible.

¿Por qué se piensa a las PCD desde las concepciones descriptas anteriormente?

Histórica y socialmente estas concepciones, antes de ser cuestionadas, fueron instalándose


como mitos, creencias, prejuicios y prácticas que moldearon formas de mirar y concebir a las
PCD, en consecuencia se cercenó por décadas su desenvolvimiento como ciudadanxs plenxs en
todos los ámbitos de la vida. Aún es necesario romper con el ciclo de invisibilidad de las PCD
para garantizar colectivamente el derecho a la participación.

De acuerdo con lo expuesto, el modelo social de la discapacidad surge para comprender la


discapacidad a partir de nuevos abordajes que implican el esfuerzo articulado entre: el rol del
Estado, el compromiso de la comunidad, el trabajo de la familia, el accionar de las escuelas, la
participación activa de las PCD, entre otros, todos ellos, actores claves en el reconocimiento de
las PCD como sujetos de derechos, promotorxs de cambios y reconocidas como miembros de
la comunidad, tan iguales y tan distintas como las demás personas.
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Se suma además un nuevo elemento para reflexionar, se trata de entender que la discapacidad
es en definitiva una forma más de ser diferentes y que cobra un sentido distinto en su abordaje,
es decir, en este marco de los cuidados integrales, podemos evidenciar que la discapacidad es
una condición más que posiblemente pueda estar presente en las comunidades. Es habitual
encontrar entre los diferentes grupos de la comunidad a niñxs, jóvenes, adultos mayores,
madres, padres, docentes, profesionales, trabajadorxs, dirigentes, entre otrxs, con alguna
discapacidad y quienes pueden ocupar tanto el rol de cuidadores como el de sujetos de
cuidado. Asimismo, hay que tener en cuenta la diferencia entre requerir cuidados o asistencia
personal para ciertas actividades de la vida diaria.

El contexto generado por la pandemia a causa del COVID-19 nos convoca a reflexionar con
mayor atención sobre la brecha digital, las barreras arquitectónicas, el desconocimiento de la
individualidad y lo colectivo relativo a las PCD por parte de distintos miembros de la
comunidad. Podemos mencionar como ejemplos el caso de una mujer sorda usuaria de LSA
que ingresa por Covid-19 a un hospital del conurbano y no tiene forma de comunicarse con el
personal de salud y recibir información acerca de su estado y las escasas posibilidades que
tienen los estudiantes con discapacidades sensoriales para participar en plataformas en las
que se dictan clases virtuales.

Asimismo, en este contexto de pandemia se agudizaron situaciones en la cual la pobreza, la


mala nutrición, viviendas precarias y otros factores de riesgo que afecta a un sector de la
población también afectaron a personas que por sus condiciones individuales vieron más
vulnerados sus derechos de acceso a los servicios como podrán ser en algunos casos PCD.

Esto nos posiciona en una situación de


verdaderos desafíos frente al rol que tenemos
como agentes de cambios en nuestras
comunidades para entender y abordar a la
discapacidad y a quienes tienen esta
condición. Los cuales pasan por repensar los
cuidados integrales desde una perspectiva
amplia en la que se tenga en cuenta el trabajo
territorial desde el modelo social de la
discapacidad.

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El rol del Estado y las políticas públicas en


el derecho al cuidado
Los debates y experiencias repasados en torno al valor y la desigualdad en relación a los
cuidados se inscriben en una realidad que necesita urgentemente ser resuelta.

El rol del Estado es central frente a este derecho universal y se puede sintetizar en el
reconocimiento, valorización y democratización de las tareas de cuidados. Es necesario
construir políticas públicas desde un nuevo paradigma social, que surja desde y para el
mejoramiento de los territorios y las comunidades, donde el cuidado es una tarea
indispensable para el desarrollo de la vida.


Las acciones que implica entender el cuidado como
derecho universal se inscriben en tres
dimensiones: Redistribuir, Revalorizar y
Reformular los cuidados. Por “Redistribuir” se
entiende transformar los cuidados en una
responsabilidad colectiva, sacándolo de la órbita
privada. “Revalorizar” implica profesionalizar y
considerar los cuidados como un trabajo digno.
“Reformular” hace referencia a la redistribución
equitativa de los cuidados entre varones y mujeres
y desasociarse de la lógica familiar

(Pérez Orozco - Batthyány)

La democratización de las tareas de cuidado, su reconocimiento, jerarquización y


redistribución - tanto de las que se desarrollan en el ámbito familiar como en el comunitario -
debe ser una política prioritaria de un Estado que garantice derechos e igualdad para una vida
digna.

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La democratización de las tareas de cuidado, su reconocimiento, jerarquización y redistribución -


tanto de las que se desarrollan en el ámbito familiar como en el comunitario - debe ser una política
prioritaria de un Estado que garantice derechos e igualdad para una vida digna.

En esta línea pueden mencionarse como algunas de las políticas más importantes:

• Desde el año 2005, mediantes las leyes de moratoria previsional(4), se incorporaron al Sistema de
Seguridad Social a aquellxs trabajadorxs autónomxs o en relación de dependencia que no reunían
los aportes suficientes para acceder a una jubilación. De esta forma, se garantizó la accesibilidad
a los sectores de mayor vulnerabilidad. Se conoció a esta moratoria como “la jubilación de amas
de casas” ya que si bien estaba destinada a varones y mujeres en general, alrededor del 80% fueron
mujeres.

De esta manera se reconocieron las tareas de cuidado en el hogar por las cuales no se percibieron
ni salario ni beneficios sociales.

• En 2013 se sancionó la ley que regula la actividad del Personal de Casas Particulares(5). Esta ley
representa un avance significativo en relación a los derechos laborales de quienes trabajan en el
empleo doméstico y tienen a su cargo, en numerosas oportunidades, tareas de cuidado.

• Desde el año 1996, el Programa Nacional de Cuidados Domiciliarios de la Dirección Nacional de


Políticas para Adultos Mayores (DINAPAM), Ministerio de Desarrollo Social, capacita a personas de
la comunidad para desarrollar tareas inherentes a la función del cuidador domiciliario,
promoviendo y estimulando la formación de sistemas locales de atención domiciliaria. En 2016, se
crea el Registro Nacional de Cuidadores Domiciliarios.

Por su parte, desde diciembre de 2019, se siguió profundizando en el reconocimiento de los


cuidados con la creación del Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad de la Nación y la
conformación de la Mesa Interministerial de Políticas De Cuidado que reúne distintos organismos
del Poder Ejecutivo Nacional para la planificación de políticas que aporten a una organización
social del cuidado más justa.

Por su parte, en la órbita del Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, se crea la Dirección de
Cuidados Integrales y Políticas Comunitarias, dependiente de la Secretaría de Economía Social. En
esta área se desarrolla el Programa “El Barrio Cuida al Barrio” como política de abordaje a la
emergencia sanitaria en barrios populares, en articulación con el Programa “Detectar” del
Ministerio de Salud de la Nación, con el propósito de adoptar políticas que contemplen las formas
organizativas en cada territorio, fortaleciendo la organización y las redes de cuidado comunitarias.
Asimismo, mediante diversas políticas, se promueve el reconocimiento social y económico de las
tareas de cuidado, mediante la jerarquización y profesionalización de saberes y la organización del
trabajo con garantía de derechos. En este sentido, también desde la Cámara de Diputados de la

(4) Moratorias Previsionales: Ley 24.476, Ley 26.970, Ley 25.994.


(5) Régimen Especial de Contrato de Trabajo para el Personal de Casas Particulares, Ley 26.844.
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Nación se presentó la “Ley Ramona” para el reconocimiento salarial de lxs trabajadorxs


socio-comunitarixs que se desempeñan en comedores y merenderos, en su mayoría mujeres, en el
reconocimiento de estas tareas esenciales durante la emergencia sanitaria.

Asimismo, el Estado trabaja en la generación de programas y herramientas que visibilicen y


registren la diversidad de tareas y ámbitos de desarrollo de los cuidados como insumo para
elaborar y proyectar políticas públicas.

Entre estas políticas puede mencionarse la creación del Registro Nacional de Trabajadores y
Trabajadoras de la Economía Popular (ReNaTEP), de la Secretaría de Economía Social del Ministerio
de Desarrollo Social de la Nación. Esta herramienta permite visibilizar la realidad ocupacional de
millones de argentinas y argentinos, profundizando en el reconocimiento y formalización de las
actividades económicas y productivas de las trabajadoras y trabajadores de la economía popular,
entre ellas las trabajadoras del cuidado.

Poner el acento en el cuidado como territorio de lo común, es llevarlo al


ámbito público y reconocerlo como trabajo y derecho de todxs.

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Bibliografía

• “Revista El Barrio Cuida al Barrio”, Dirección de Cuidados Integrales y Políticas Comunitarias,


Dirección de Cuidados Integrales y Políticas Comunitarias, Secretaría de Economía Social,
MDSN.

• “Cuidado, género y bienestar. Una perspectiva de la desigualdad social”.


https://www.vocesenelfenix.com/sites/default/files/pdf/13_9.pdf

• Guía de recomendaciones y recursos para el cuidado de personas mayores en el contexto de


pandemia COVID-19. SES/SENNAF, MDSN
https://www.argentina.gob.ar/sites/default/files/guia_de_recomendaciones_-_personas_
mayores.pdf

• “Guía para cuidadores y cuidadoras de la infancia. Pensando juntxs el cuidado en contexto de


pandemia”, Dirección de Cuidados Integrales y Políticas Comunitarias, Secretaría de Economía
Social, MDSN.

• “Medios & Discapacidad”, Verónica González Bonet


http://www.redi.org.ar/Documentos/Publicaciones/medios-y-discapacidad.pdf

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Ministerio de Salud
Desarrollo Social

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