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TOMADO DE: CORTÉS DIÉGUEZ, Myriam, Comentarios al Código de Derecho


Canónico de 1983, 6 ed., Biblioteca de Autores Cristianos (BAC), Madrid 2014.

Libro I: DE LAS NORMAS GENERALES


Título VIII: DE LA POTESTAD DE RÉGIMEN

1
Cánones 129-144. La Iglesia ha heredado de Cristo su misma triple misión:
profética (maestro-enseñar); sacerdotal (pastor-santificar), y real (pontífice-regir),
según enseña el Concilio Vaticano II (LG, 21b). Para servir a esa misión se da la
potestad sagrada, cuyo origen está en el Padre, que la ha dado al Hijo y éste ha
comunicado a Pedro y a los demás Apóstoles para que en su nombre gobiernen,
santifiquen y enseñen (vid. Mt 28, 16-20; LG 10, 18, 27). Esta potestad sagrada,
cuyo concepto es teológico, es el origen y sustento de la potestad de régimen, de
índole esencialmente jurídica, mediante la cual se gobierna al Pueblo de Dios
constituido en este mundo como sociedad ordenada a su fin.
No soluciona el CIC, deliberadamente, las discusiones doctrinales sobre el origen de
la potestad en la Iglesia y la conexión entre la potestad de orden, recibida por la
recepción de este sacramento y ejercida sacramentalmente, con la misión canónica y
la potestad de régimen. El problema surge al intentar determinar cómo esa potestad
sagrada, sacramentalmente recibida, se transmite y se ejerce, pues el propio Concilio
también señala a los laicos como destinatarios de algún tipo de potestad inherente a
la recepción del bautismo (vid. LG 33). En cualquier caso, la función de gobierno no
es tarea asignada a los laicos, que tienen una labor diversa y propia (vid. cc. 224 y
ss.), sino de la jerarquía, motivo por el cual la regulación codicial sobre la potestad
de régimen contenida en estos cánones deberá complementarse con la del Libro II
dedicada a los titulares de esta potestad (cc. 330-572).
A diferencia de las sociedades civiles, donde es clásica la regla de división de
poderes, en la Iglesia rige el principio de unidad y plenitud de la potestad de
régimen, la cual se concentra en los oficios capitales (el Papa y el Colegio Episcopal
para toda la Iglesia y los Obispos y sus equiparados para el ámbito particular). Nada
perjudica a la afirmación de que en la Iglesia hay una única potestad, su
diversificación en funciones (legislativas, ejecutivas y judiciales) para su ejercicio
(vid. Communicationes 14, 1982, 149). Por tanto, si bien la titularidad no admite
multiplicación de personas, siendo por ello los oficios capitales legisladores,

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administradores y jueces a un tiempo, sí puede distribuirse el ejercicio concreto de


cada una de estas funciones entre los diversos cargos u oficios subordinados a los
titulares.
Canon 129. Como se ha dicho en el comentario introductorio, la cuestión sobre la
titularidad de la potestad de régimen y la participación de los laicos en la misma es
un problema no resuelto teológicamente y, por tanto, tampoco en el campo jurídico,
cuya discusión doctrinal gira en torno, fundamentalmente, a la determinación de las
relaciones entre el Orden sacerdotal y la potestad en la Iglesia y a la función y 2
necesidad de la misión canónica para su ejercicio.
§ 1. El canon, sin normativizar ninguna de las posturas actualmente debatidas, sobre
las cuales la doctrina debe continuar profundizando, afirma el origen divino de la
potestad de régimen, señala su equivalencia con la llamada potestad de jurisdicción
y establece una disposición positiva en cuanto a los sujetos hábiles para ejercerla
(diáconos, sacerdotes, obispos), sin afirmar que sea exclusiva de ellos, ni que a ellos
haya sido únicamente reservada por el derecho divino o el canónico, ni tampoco
determinar cómo la reciben ni en virtud de qué la ejercen. Sin negar la íntima e
imprescindible relación entre potestad de régimen y sacramento del orden en
algunos casos (clarísima v. gr. en la necesidad de ejercerla en ocasiones en el fuero
interno sacramental), lo que parece deducirse de la norma es que el derecho hace
una habilitación general, cuyo fundamento está en el sacramento del orden como
fuente primaria de la potestad, a la que habrá que añadir para el ejercicio concreto la
determinación jurídica oportuna de la autoridad de la Iglesia (v. gr. sobre los
diversos oficios y la potestad recibida a través de ellos).
Por eso el canon pone en relación la habilidad con las prescripciones del derecho.
§ 2. La posición del laico como sujeto de la potestad de régimen se sitúa en términos
de cooperación, cuyo grado será determinado por del derecho en cada caso.
Evidentemente, los fieles no ordenados quedarán excluidos de aquellos actos de
potestad propios del ministerio ordenado (v. gr. administración de la penitencia),
pero respecto a los demás, de las diversas disposiciones codiciales que les habilitan
para ejercer algunos cargos o desempeñar concretas funciones (difícilmente
reconducibles a una sola postura doctrinal), se desprende que pueden tener una
verdadera participación, la cual no puede explicarse si se niega la capacidad del
laico radicada en el bautismo. En esta línea debe entenderse el c. 1428 § 2, que
autoriza al Obispo a designar a laicos para el oficio de auditor; el c. 1435, que
permite su acceso a los oficios de promotor de justicia y defensor del vínculo, o el c.

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494 que admite implícitamente la posibilidad de que un laico pueda ser ecónomo. La
disposición del c. 1421 § 2, según el cual la Conferencia Episcopal puede permitir el
nombramiento de jueces laicos que formen parte de Tribunales colegiados
(formados clérigos y un laico), es un tanto diferente a los ejemplos anteriores, pues
no cabe duda que si bien es claro que un juez posee potestad de régimen judicial, el
caso contemplado por el citado canon debería plantear menor dificultad, puesto que
el derecho reconoce la actuación de los colegios como propia de los mismos y no
como acción de los miembros individualmente considerados. Vid. c. 135 §§ 1 y 3). 3
De ello puede concluirse que el laico, capaz por el sacramento del bautismo, pero
inhábil por disposición del derecho universal para la potestad de régimen (§ 1),
pueda ser, y de hecho lo es en casos particulares, habilitado por el mismo legislador
universal (recibiendo misión canónica) para que coopere o participe en el gobierno
de la Iglesia (§ 2 y cánones citados en el párrafo anterior) en todo aquello que pueda
cumplir (c. 228 § 1). Evidentemente, nunca podrá ser habilitado un fiel no ordenado
para ocupar oficios y funciones que requieran el orden sagrado (c. 274 § 1).
Canon 130. Dado que la potestad de régimen es una unidad que no se divide sino
que, por el contrario corresponde a los oficios capitales en plenitud (vid. comentario
introductorio al Título VIII), la actuación en uno u otro fuero de la que habla el
canon es una cuestión que afecta sólo al ámbito de su ejercicio. Es, en ambos casos
–fuero interno o externo- una misma potestad jurídica, que actúa normalmente (de
suyo) de modo público y excepcionalmente en determinadas circunstancias sin
publicidad. No se trata de contraponer el ámbito jurídico al moral o de conciencia,
sino de ofrecer una solución legal al ejercicio de la potestad de régimen en supuestos
en que el hecho no pueda probarse y la publicidad no sea posible (v. gr. c. 1074), o
se quiera preservar la buena fama y, en fin, en cualquier caso, favorecer la salus
animarum.
La jurisdicción del fuero interno es pedida por el fiel y tiene carácter ejecutivo:
remisión de penas, supresión de sanciones, dispensas (respecto a las relativas a
impedimentos matrimoniales vid. c. 1074), sanaciones, convalidaciones y otras
gracias (vid. art. 118 PB); puede ser sacramental o no sacramental, según se ejerza
en el ámbito del sacramento de la penitencia o no (vid. cc. 1047 §§ 2, 2º, y 3; 1048,
c. 1079 §§ 1 y 3, 1080, 1355 § 2, 1357 § 1), pero en cualquier caso es de naturaleza
diversa del poder de absolver, no cabe utilizarlo para la imposición de penas (c.
1319) y es inimpugnable (c. 1732).

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Lo actuado en el fuero externo tiene evidentemente el mismo valor en el fuero


interno, siendo así también que las autoridades con competencia en el fuero externo
la tienen también para el interno; no al revés, como se evidencia en que las
actuaciones de la Penitenciaría apostólica sólo tienen valor en el fuero interno (art.
117 PB), en la incompatibilidad de los oficios de penitenciario (competencia sólo en
el fuero interno, c. 508 § 1) y vicario general o episcopal (c. 478 § 2), puesto que
estos últimos ejercen la función de gobierno habitual, que por ello se desenvuelve en
el fuero externo (c. 479 § 1) como establece este c. 130. 4
La independencia del fuero interno hace que los efectos de su ejercicio no se
reconozcan en el externo; como excepción prevista por el Derecho, para que esto
sucediese el acto debería hacerse público y probarse (para garantizar esta posibilidad
el c. 1082 determina que los impedimentos ocultos se anoten en el archivo secreto
de la Curia diocesana).
Canon 131. Como se ha dicho en los comentarios anteriores, la potestad de régimen
es una unidad y corresponde a los titulares de los oficios capitales. Pero su ejercicio
se hace a través de varias funciones, que corresponden o se distribuyen entre
diversos oficios eclesiales estables o a través de encargos generales o puntuales. Que
la potestad sea ordinaria o delegada depende de su relación o no con el oficio (§ 1);
y que la ordinaria se denomine propia o vicaria obedece al carácter autónomo o
subordinado del oficio del que se sea titular (§ 2).
§1. La potestad de régimen ordinaria, por su vinculación con el oficio, se obtiene
automáticamente por la consecución del mismo, y su contenido será el determinado
por el derecho para el oficio concreto (c. 145 § 2). Así ocurre con el Papa, el Obispo,
el párroco (pastor propio según los cc. 515 y 519, el cual, sin poder sostenerse que
tenga potestad de régimen en sentido propio según el c. 135, recibe por el oficio una
función de gobierno de su parroquia, la cual preside en nombre propio), el superior
religioso, etc.
La potestad de régimen delegada, en cambio, es aquélla que recibe la persona como
tal, por lo que es indiferente que sea titular de algún oficio o no. La delegación
puede provenir de la misma ley (v. gr. cc. 1079 § 2, 1080 § 1), o recibirse a través de
un acto administrativo de la autoridad competente; y puede otorgarse para una
generalidad de casos o para uno concreto. El delegado adquiere, por el acto de
delegación, la facultad para ejercer una determinada potestad, pero no la titularidad
de la misma, que sigue correspondiendo al delegante, motivo por el cual deberá
atenerse a los términos del mandato recibido (c. 133).

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§ 2. En cada estructura jurisdiccional hay oficios capitales o principales y oficios


auxiliares o subordinados a los principales, todos ellos titulares de potestad
ordinaria, que ejercen su función de diverso modo. Así, la potestad ordinaria se
llamará propia cuando el titular del oficio, de por sí autónomo, la desempeña en
nombre propio (el papa, los obispos y algunos de sus equiparados en derecho, los
párrocos, los rectores de los seminarios, los superiores mayores de institutos
religiosos clericales de derecho pontificio, etc.). En cambio, se llamará vicaria a
aquélla potestad que, aunque sea ordinaria por proceder del propio oficio, se ejerce 5
en nombre del titular de otro oficio capital, al cual está subordinado, de cuya
potestad participa y con el cual forma una unidad de actuación (ejemplo típicos son
los de todo tipo de vicarios, ya sean del papa, del obispo, del párroco o de un
superior religioso). El titular del oficio principal es superior jerárquico del auxiliar,
por lo que dirige su actividad, tiene derecho a reserva de tareas, dispone del
nombramiento y del cese, etc.
§ 3. Quien afirma ser delegado deberá probarlo siempre que así se le requiera
legítimamente, pues la delegación no se presume. De ahí la importancia de la
escritura (c. 37).
Canon 132. Las facultades habituales no se definen en el Código, pero de su
regulación se desprende que son potestades que participan en parte de las
características de la potestad ordinaria (de ahí la disposición del § 2) y en parte de
las de la delegada, como así se afirma en el § 1, por cuyas disposiciones se rigen.
Como su mismo nombre indica, son facultades que se conceden habitualmente, esto
es, de modo estable, sin determinar los casos concretos ni el número de ellos a que
hayan de aplicarse, por la autoridad superior a quien están reservadas, a favor de
determinadas personas, normalmente titulares de oficios, capacitándoles para
ejercerlas a favor de otros. Su contenido puede ser ministerial, como el caso de
licencias para confesar o predicar, para las que el sacramento del orden por sí sólo
no basta (vid. v. gr. cc. 882, 884 § 2; 966; 1111 § 1), o jurisdiccional (legislativo,
ejecutivo o judicial; v. gr. 455, 364, 8º) y, en cualquier caso, se ejercerán, como toda
potestad delegada, con dependencia de quien las ha conferido.
Canon 133. La delegación es un acto jurídico consistente en un mandato o encargo
de hacer algo concreto, acompañado de la transmisión de la potestad necesaria para
realizarlo, que se da a una persona, bien atendiendo a sus cualidades personales
(pericia, prudencia, etc.) o por razón del oficio que ocupa (v. gr. porque es párroco).
El delegado sólo tiene potestad para proceder respecto al objeto y a las personas
concretas a las que se refiera el encargo, por lo que toda actuación que exceda de

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esos límites, será nula por ser realizada por persona incompetente. Lo mismo si,
respecto al procedimiento, el delegante ha impuesto algún modo concreto para la
validez de la actuación, lo cual ha de constar expresamente (vid. c. 10 y el mismo
criterio respecto al ejecutor en el c. 42). De ahí la importancia de que el acto de
delegación fije los términos en los cuales deba cumplirse y que lo haga por escrito,
lo cual, además de dar certeza, facilitará la prueba (vid. c. 131 § 3) y, en su caso, la
interpretación (c. 138). Sin embargo, respecto a aquellos detalles de procedimiento
no contemplados, o no prescritos de modo expreso para la validez de la actuación, el 6
delegado puede actuar como lo considere más oportuno (c. 138 in fine).
Si la potestad que se delega es la ejecutiva, han de tenerse en cuenta sus normas
específicas (cc. 137-142).
Canon 134. En relación con la potestad de régimen ejecutiva resulta clave el
concepto de Ordinario y el de Ordinario del lugar. Todo Ordinario es titular de un
oficio con potestad ordinaria, propia o vicaria, pero no todo titular de potestad
ordinaria es Ordinario, ni mucho menos todos los Ordinarios ejercen las tres
funciones de la potestad de régimen (legislativa, ejecutiva y judicial).
El CIC atribuye la consideración de Ordinarios sólo a los mencionados en este
canon, teniendo en cuenta dos elementos esenciales que han de concurrir en todos
ellos: la posesión de potestad ejecutiva y la relación de autoridad-súbdito entre el
Ordinario y los fieles bajo su jurisdicción (vid. c. 136).
§ 1. Son Ordinarios, además del Romano Pontífice, los Obispos diocesanos y
aquellos que han sido nombrados para regir una Iglesia particular o una comunidad a
ella equiparada según el c. 368. De acuerdo con ello, también son Ordinarios: el
Prelado y el Abad territorial, el Vicario y el Prefecto apostólico y el Administrador
apostólico estable. También aquellos que han sido nombrados para sustituir
interinamente a todos los anteriores (cc. 413, 419, 420-421), así como todos los
vicarios que tengan potestad ejecutiva ordinaria en todas estas estructuras eclesiales
(vicarios generales o episcopales). Igualmente, respecto a sus miembros, los
Superiores mayores (Generales, Provinciales y equiparados) de institutos religiosos
clericales y sociedades clericales de vida apostólica, de derecho pontificio, con
potestad ejecutiva ordinaria general sobre los miembros de su institución.
A estos hay que añadir: el Ordinario castrense (Ordinario propio del Ordinariato
militar, asimilado jurídicamente a la diócesis), dotado de dignidad episcopal, con los
mismos derechos y obligaciones que los obispos diocesanos (vid. Const. Ap.
Spirituali militum curae, de 21 de abril de 1986, art. 2 § 1, AAS 78, 1986, 481); los

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Ordinarios rituales latinos (c. 372 § 2) y los superiores de las misiones sui iuris.
También es Ordinario de los clérigos incardinados, el Prelado de una prelatura
personal, (c. 295 § 2).
§ 2. Son Ordinarios del lugar todos los mencionados en el § 1, excluidos los
Superiores mayores.
Se reserva esta expresión para los Ordinarios de las Iglesias particulares y de las
figuras asimiladas a ellas (c. 368; art. 1 § 1 Const. Ap. Spirituali militum curae y c. 7
372 § 2).
§ 3. Cuando el Código atribuye, aunque sea en el ámbito de la potestad ejecutiva,
una potestad nominalmente al Obispo (v. gr. c. 520), exclusivamente él y sus
equiparados según derecho pueden ejercerla. En estos casos, los vicarios sólo
pueden actuar válidamente por delegación del Obispo, aunque éste podría delegarles
para la generalidad de casos.
Canon 135. La potestad para gobernar la Iglesia (munus regendi) se manifiesta en
una serie de mandatos jurídicamente vinculantes que pueden proceder de la función
legislativa, de la ejecutiva o de la judicial. La existencia de estas tres funciones,
como ya se ha explicado, en nada afecta a la unidad de la potestad de régimen, cuya
titularidad corresponde a los oficios capitales (al Romano Pontífice y a los Obispos
y sus equiparados en derecho, que la poseen en plenitud por derecho divino; vid. cc.
333, 2 y 1442; 391 y 1419), que la ejercen de diverso modo (legislando,
administrando o juzgando), bien personalmente o auxiliado por otros: curias,
tribunales, oficios vicarios, etc. Tampoco significa división de poderes al estilo de
los modernos Estados democráticos (vid. comentario introductorio a los cc. 129-
144). El reparto de funciones entre autoridades u órganos diferentes investidos de
potestad es un mecanismo necesario para ejercer la potestad de régimen de modo
realista y eficiente, sirviendo al mismo tiempo de protección de los derechos
subjetivos de los fieles, para cuya tutela la nueva legislación no sólo regula la vía
judicial para la defensa de derechos o declaración de hechos jurídicos, sino también
crea el sistema de recursos administrativos (cc. 1732-1739) contra los actos
administrativos emanados de autoridades con potestad ejecutiva, llamada también
administrativa, que tiene su propia regulación y principios directivos (vid. nº 7 de
los Principia quae Codicis Iuris Canonici recognitionem dirigant, in:
Communicationes 1, 1969, 83; vid. también ibid 9, 1977, 231-232).

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§ 1. Enumera las tres funciones que dan contenido a la potestad de régimen. En los
restantes párrafos se contemplan las normas generales sobre cómo ha de ejercerse
cada una de ellas.
Este canon está desarrollado para el nivel diocesano por el c. 391 § 1.
§ 2. Da tres normas sobre la potestad legislativa: a) sólo puede ejercerse de acuerdo
con lo prescrito en la ley, la cual establece el procedimiento legislativo (cc. 7-8), las
características de la ley canónica (c. 9), el modo en que deba pronunciarse para 8
alcanzar determinados efectos (c. 10), las condiciones para su obligatoriedad (cc. 11-
15), su tipología (cc. 8, 10, 11, 18, 29), etc.
Los legisladores en las diversas esferas jurisdiccionales son: a nivel universal el
Papa y el Colegio de los Obispos (cc. 333, 336 y 337), bien reunido en Concilio
Ecuménico o dispersos en unión con la cabeza (esta última posibilidad fue utilizada
por Pío IX para proclamar en 1854 el Dogma de la Inmaculada concepción a través
de la Bula Ineffabilis Deus); a nivel particular, además del legislador universal,
pueden legislar: los Concilios particulares (plenario o provincial), que tienen
funciones propiamente legislativas (c. 445) y la Conferencia Episcopal en casos
particulares con las condiciones señaladas en el c. 455; a nivel diocesano ha de
legislar el Obispo personalmente, así como sus equiparados en derecho en las
respectivas estructuras asimiladas a la diócesis que tengan encomendadas (cc. 391 §
1 y 381 § 2); b) la potestad legislativa solo es delegable por la autoridad suprema (de
ahí que por delegación del Papa puedan desempeñar funciones legisladoras algunas
Congregaciones romanas). Los Obispos (vid. c. 391 §§ 1 y 2), sus equiparados y los
demás órganos legislativos deberán ejercer esta potestad personalmente, no obstante,
el canon abre la posibilidad de que el derecho permita en algún caso concreto esa
delegación; c) ha de respetarse el principio de jerarquía, no pudiendo el legislador
inferior dar una norma válida contraria al derecho de rango superior.
§ 3. La potestad judicial reside en los jueces (personas físicas singulares) y en los
tribunales (jueces formando un colegio), los cuales sólo pueden ejercerla según las
normas del derecho (v. gr. cc. 1419, 1420, 1422). Son jueces natos en la Iglesia, por
derecho divino: el Papa para toda ella y los Obispos en sus diócesis (por derecho
eclesiástico también sus equiparados), los cuáles pueden ejercitar esa potestad
personalmente o a través del vicario judicial, que adquiere potestad judicial ordinaria
a través del oficio (c. 391 § 2) y constituye un mismo tribunal con el Obispo (c.
1420 § 2). Jueces y tribunales no pueden delegar su potestad judicial, pero sí los
actos preparatorios de los actos judiciales.

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§ 4. La potestad ejecutiva es una potestad caracterizada, a diferencia de las


anteriores, por las amplias posibilidades de delegación, motivo por el cual tiene un
régimen específico, más detallado, en los cánones 136-144.
Canon 136. El canon determina el ámbito en el que puede ejercerse la potestad de la
autoridad ejecutiva (c. 134). Éste viene determinado por el territorio (c. 107) o por
otras situaciones personales que dan lugar a relación jerárquica entre la autoridad y
el fiel, que adquiere la condición de súbdito (v. gr., la incardinación, el rito, la
condición de militar, etc.). 9

La relación de súbdito-autoridad no desaparece porque el súbdito salga fuera del


territorio al que pertenece o porque la autoridad esté ausente del territorio sobre el
cual tenga jurisdicción, sino que como se desprende del canon, esta relación
permanece. Por ello, la potestad puede ejercerse aunque la autoridad y el súbdito
estén fuera del territorio. En el caso de que la vinculación se deba a criterios
personales, sigue a la persona allá donde esté.
El sometimiento de los peregrinos (transeúntes según el c. 100) a la autoridad
ejecutiva competente en el territorio en el que se encuentren de modo transitorio,
viene limitada a la concesión de favores y a la ejecución de las leyes universales y
particulares que deban cumplir obligatoriamente en ese lugar por la naturaleza de
tales leyes (vid. c. 13 § 2, 2).
Sobre la concurrencia de autoridades igualmente competentes para el ejercicio de la
potestad ejecutiva, téngase en cuenta los cc. 65 y 139. Sobre la posibilidad de
dispensa a sí mismo, c. 91.
Canon 137. El canon trata de la delegación de la potestad de régimen (§ 1) y de las
condiciones para su subdelegación (§§ 2, 3 y 4).
§ 1. La potestad ejecutiva ha de resolver continuamente gran cantidad de asuntos de
los fieles.
Para evitar la multiplicación de oficios que puedan atender convenientemente todas
esas cuestiones, y para aumentar la eficacia en bien de los administrados, el derecho
establece el principio general de delegabilidad de toda potestad ejecutiva ordinaria
(c. 131 § 1), ya para una generalidad de casos o actos (delegación universal) ya para
uno o varios casos o actos determinados. Puede la ley disponer otra cosa en algunos
casos (v. gr. cc. 501 § 1 y 969).
La subdelegación, esto es, el otorgar a otro la potestad recibida por delegación,
también resulta posible, pero no con la misma libertad que la delegación, pues ha de

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sujetarse a las siguientes condiciones, establecidas por el derecho o por la autoridad


delegante:
§ 2. Si la potestad se ha recibido por delegación de la Sede Apostólica (Papa y Curia
Romana), puede subdelegarse en toda su extensión o para un caso concreto, salvo
que en la delegación se haya hecho constar que se otorga por las cualidades
personales del delegado (ciencia, pericia, prudencia, etc.) o que se haya prohibido
expresamente la subdelegación.
10
§ 3. Si la delegación procede de autoridades inferiores a la Santa Sede, puede
subdelegarse libremente para un caso concreto la recibida para la generalidad de
asuntos. Pero aquella concedida sólo para uno o varios casos determinados, no
puede subdelegarse sin permiso de la autoridad delegante.
§ 4. Se prohíbe que el subdelegado delegue de nuevo, salvo concesión expresa de la
primera autoridad que delegó. Es un límite razonable que tiende a evitar que se
escape del control de la autoridad titular de la potestad la realización del encargo, así
como la excesiva dispersión de los actos de gobierno.
Canon 138. El canon establece unos criterios para determinar hasta dónde (respecto
de las personas, lugares o tiempo) puede ejercerse la potestad ordinaria así como la
delegación recibida, en casos de duda. Estos criterios no son aplicables cuando el
tenor de la ley o de la delegación sea claro y preciso, pues en estos casos sólo a él ha
de atenderse.
A efectos de interpretación se equiparan la potestad ejecutiva ordinaria y la delegada
para la generalidad de los casos (a la que se asimilan las facultades habituales (c.
132 § 1). Todas deben interpretarse ampliamente, lo que quiere decir que en caso de
duda sobre su alcance, podrá ejercerse toda la potestad que pueda deducirse del
sentido más amplio que quepa en los términos empleados, sin llegar a desvirtuarlos
(sobre los conceptos de amplio y estricto, vid. comentario al c. 18). Por el contrario,
si la duda recae sobre una potestad concedida para uno o varios casos concretos,
debe hacerse una interpretación estricta, tomando los términos en su sentido menos
extenso, sin llegar a vaciarlos de contenido. La diferencia de tratamiento se justifica
en que la potestad ordinaria, así como la delegada para la generalidad son potestades
estables, mientras que la concedida sólo para un acto, de algún modo está alterando
en orden habitual de ejercicio de la potestad. Finalmente, en toda delegación se
presume que se concede al delegado todas aquéllas facultades necesarias para
realizar los actos que exija el cumplimiento del encargo, pues en caso contrario sería

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inútil la delegación. En las interpretaciones estrictas habrá de tenerse esto


especialmente en cuenta, para no anular las posibilidades de actuación.
Este canon debe completarse con el c. 36, sobre la interpretación de los actos
administrativos en general, y con el c. 92, sobre la interpretación de la dispensa en
particular.
Canon 139. Por la aplicación de los principios de territorialidad y personalidad en la
organización eclesiástica, así como por las normas sobre competencia para el 11
ejercicio de la potestad ejecutiva, surgen situaciones en las que diferentes
autoridades resultan igualmente competentes para resolver un mismo asunto. El
canon, con el fin de armonizar el carácter inderogable de las normas sobre
competencia y el principio jerárquico, establece una norma general (a falta de
disposición particular contraria) y una excepción:
§ 1. como norma general, la potestad ejecutiva de una autoridad competente no se
suspende por el hecho de que se haya acudido a otra autoridad con igual
competencia, aunque sea superior. Su potestad se acumula, lo que permite al fiel
acudir a un tiempo a ambas.
§ 2. La excepción a la regla general se daría cuando las autoridades ejecutivas con
competencia concurrente están en relación de jerarquía, de modo que si la primera
que comienza a conocer la causa es la superior, la inferior no debe inmiscuirse, con
el fin, principalmente, de evitar la contradicción de acciones. No obstante, si lo hace,
su actuación es válida (por no ser norma irritante), aunque por ser contraria a la
norma resultará ilícita (por lo que podría rescindirse), salvo que su interferencia esté
justificada por causa grave o urgente y esté informada de ella la autoridad superior.
Ténganse en cuenta las disposiciones especiales sobre diversas autoridades con
competencia para otorgar rescriptos (cc. 64 y 65).
Canon 140. Las normas de este canon, junto con las del siguiente, tienen como fin
evitar o resolver conflictos de competencia entre delegados. La delegación hecha a
varias personas (delegación plural) puede ser simultánea o sucesiva. De la primera
trata este canon, de la segunda, el siguiente.
§ 1. La delegación simultánea a favor de varias personas puede hacerse para que
actúen solidariamente o de modo colegial. Si no consta lo contrario, la delegación
hecha a varios se presume solidaria (§ 3). Que los delegados sean solidarios
significa que el primero que actúa excluye el ejercicio de los demás en el mismo
asunto; no obstante, si a éste le surgiese algún impedimento (v. gr. enfermedad o

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sanción) o desiste voluntariamente, podría actuar cualquiera de los restantes


delegados, pues todos ellos siguen siendo titulares de la potestad. Por esta misma
razón, si durante la actuación del primero otro se inmiscuye, su acción será válida,
pues esta norma no es invalidante (vid. c. 10), aunque ilícita.
§ 2. Si la delegación se hace a un colegio, los delegados deben actuar siguiendo las
normas dadas para los actos colegiales (c. 119), salvo que en el mandato se
establezca otra cosa (v. gr. que las decisiones se tomen por unanimidad, o que estén
todos presentes). 12

§ 3. La voluntad de actuación colegial de los delegados debe constar expresamente;


en caso contrario se presume concedida de modo solidario, de modo que cualquiera
de ellos puede actuar, suspendiendo las facultades de ejercicio del resto.
Canon 141. Cuando la delegación hecha a varios se hace sucesivamente, sólo debe
actuar el primero que recibió el mandato. Si la delegación de éste ha sido revocada,
procederá el siguiente en antigüedad. Al igual que en el caso de los delegados
solidarios, los que actúen sin respetar el orden de concesión lo harán válidamente
(pues tienen delegación y, por tanto potestad), pero sus actos son ilícitos, por lo que
podrán rescindirse; asimismo, parece razonable que por analogía con lo dispuesto en
el c. 140 § 1, si el primer delegado se viese impedido o no quisiera actuar, siga el
segundo que fue delegado en el tiempo.
Canon 142. La potestad delegada se extingue o cesa de varios modos: a) al cumplir
el encargo; b) pasado el tiempo (con la excepción de la prórroga legal para el fuero
interno del § 2), o terminados los casos para los que fue dada; c) por desaparecer la
causa de la delegación; d) por revocación del delegante debidamente notificada al
delegado; e) por renuncia, presentada formalmente al delegante y aceptada por éste
(el delegante manifestará su aceptación por medio de acto administrativo que
causará formalmente la cesación). No se extingue por cesar la potestad del
delegante, salvo que éste lo haya dispuesto así expresamente (c. 46).
Canon 143. Para comprender el canon debe diferenciarse la pérdida de la potestad
de la suspensión de su ejercicio.
El § 1 se refiere a la pérdida de cualquier potestad ordinaria, la cual, por recibirse
por el oficio (cc. 131 § 1 y 143 § 1), se extingue con su pérdida por cualquier causa
(vid. cc. 184, 292, 418 § 2, 1º, 481 § 1).
§ 2. Pero dado que el acto que determina su pérdida puede ser objeto de recurso (de
apelación si es una sentencia, y administrativo si es un decreto) y que la

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Apuntes para uso privado

presentación de este recurso puede impedir la ejecución del decreto o sentencia (vid.
cc. 1638, 1734 § 1 y 1736 § 1), el canon, por cautela, determina la suspensión del
ejercicio de la potestad. Mientras dure la sustanciación del recurso se mantiene la
titularidad de la potestad, pero no puede ejercerse, salvo que el derecho diga otra
cosa. El canon es aplicable en los casos de recurso contra la pérdida del oficio por
remoción (cc. 192-195) o privación (c. 196).
Canon 144. El legislador universal prevé en este canon la posibilidad de que la
Iglesia, en virtud de la potestad de que es depositaria, supla la falta de potestad 13
ejecutiva o de facultades concretas en algunos casos singulares (delegación legal, no
personal), en los que se cree que hay o se duda si se ha recibido o si se tiene
actualmente una potestad o una facultad de las que dependen la validez de un acto.
La finalidad de esta norma es custodiar el bien común o particular de los fieles,
tranquilizando su conciencia y asegurando la certeza de los actos propios del
derecho.
La suplencia de la Iglesia no sana actos nulos, sino que impide que lo sean. Estos
actos serán válidos y lícitos desde el principio pues la Iglesia concede la potestad o
facultad para que así sea. Se aplica tanto en el fuero interno (v. gr. a una absolución)
como en el externo (v. gr. a la falta de potestad para dispensar) en todo el ámbito de
la potestad ejecutiva, incluidas las facultades habituales (vid. c. 132 § 1) y las
facultades a que se refiere el párrafo segundo.
La Iglesia suple lo que de ella depende, es decir, lo que ella puede conceder (misión
canónica), pero no aquello que es exigencia del derecho divino, por lo que nunca
podrá suplir, por ejemplo, la falta de orden sacerdotal o la forma y materia de los
sacramentos instituidos por Cristo.
Tampoco suple la falta de potestad legislativa ni judicial, que no son propiamente
delegables (vid. c. 135 §§ 2 y 3) y exigen total certeza.
La suplencia hace las veces de una delegación a iure de la potestad ejecutiva
(típicamente delegable, vid. c. 137 § 1) o de las facultades necesarias para
administrar válidamente un sacramento (que se conceden por autoridades en el
ámbito de la potestad ejecutiva). La suplencia se otorga siempre de modo puntual,
nunca general ni permanente, y para actos concretos y determinados (v. gr. para un
acto penitencial en el que un sacerdote carezca de facultades para confesar) en los
que se dan las circunstancias de error o duda que contempla el canon.
§1. Requisitos:

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Apuntes para uso privado

a) Error común: supone un juicio falso de los destinatarios de la potestad. El error se


dice de hecho cuando las apariencias hacen creer a una comunidad la existencia de
potestad o facultad en el sujeto que actúa como autoridad, dándose efectivamente un
error. El de derecho se manifiesta al existir circunstancias públicas susceptibles de
provocar un error de hecho, aunque éste no se materialice efectivamente. Nótese que
el canon habla de error de derecho, no del derecho, por lo que no es un error sobre la
ley aplicable, sino que hace alusión a la posibilidad de que ocurra un error de hecho
en cualquier momento. El error de derecho sería la causa del de hecho y basta para 14
que opere la suplencia la aptitud de la situación para provocarlo, aunque por las
circunstancias (v. gr. si el acto se realizó sin público) no llegue a darse.
b) Duda positiva y probable de derecho o de hecho: consiste en la creencia del sujeto
que ejerce la potestad de que hay gran posibilidad de que efectivamente la posea. La
duda puede recaer sobre la extensión de la ley aplicable a su caso, o sobre si se dan o
no en el supuesto concreto las condiciones que ella exige (v. gr. si se ha recibido la
licencia o facultad necesaria, si se dan en el fiel o los fieles los requisitos de edad,
peligro de muerte, urgencia, etc.). La duda ha de ser positiva (real, no mera
ignorancia) y probable, con argumentos que la sostengan, aunque haya otros fuertes
en contra, no siendo válida una duda negativa.
§ 2. La suplencia se aplica también a las facultades concedidas en los supuestos de
los cc. 882-883, 966 y 1111 § 1 para los sacramentos de la confirmación, penitencia
y matrimonio (supuesta la ordenación válida del clérigo), en los casos de error o
duda, con el fin de evitar lo más posible los casos de nulidad (vid. v. gr. c. 976).

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