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Cánones 129-144. La Iglesia ha heredado de Cristo su misma triple misión:
profética (maestro-enseñar); sacerdotal (pastor-santificar), y real (pontífice-regir),
según enseña el Concilio Vaticano II (LG, 21b). Para servir a esa misión se da la
potestad sagrada, cuyo origen está en el Padre, que la ha dado al Hijo y éste ha
comunicado a Pedro y a los demás Apóstoles para que en su nombre gobiernen,
santifiquen y enseñen (vid. Mt 28, 16-20; LG 10, 18, 27). Esta potestad sagrada,
cuyo concepto es teológico, es el origen y sustento de la potestad de régimen, de
índole esencialmente jurídica, mediante la cual se gobierna al Pueblo de Dios
constituido en este mundo como sociedad ordenada a su fin.
No soluciona el CIC, deliberadamente, las discusiones doctrinales sobre el origen de
la potestad en la Iglesia y la conexión entre la potestad de orden, recibida por la
recepción de este sacramento y ejercida sacramentalmente, con la misión canónica y
la potestad de régimen. El problema surge al intentar determinar cómo esa potestad
sagrada, sacramentalmente recibida, se transmite y se ejerce, pues el propio Concilio
también señala a los laicos como destinatarios de algún tipo de potestad inherente a
la recepción del bautismo (vid. LG 33). En cualquier caso, la función de gobierno no
es tarea asignada a los laicos, que tienen una labor diversa y propia (vid. cc. 224 y
ss.), sino de la jerarquía, motivo por el cual la regulación codicial sobre la potestad
de régimen contenida en estos cánones deberá complementarse con la del Libro II
dedicada a los titulares de esta potestad (cc. 330-572).
A diferencia de las sociedades civiles, donde es clásica la regla de división de
poderes, en la Iglesia rige el principio de unidad y plenitud de la potestad de
régimen, la cual se concentra en los oficios capitales (el Papa y el Colegio Episcopal
para toda la Iglesia y los Obispos y sus equiparados para el ámbito particular). Nada
perjudica a la afirmación de que en la Iglesia hay una única potestad, su
diversificación en funciones (legislativas, ejecutivas y judiciales) para su ejercicio
(vid. Communicationes 14, 1982, 149). Por tanto, si bien la titularidad no admite
multiplicación de personas, siendo por ello los oficios capitales legisladores,
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494 que admite implícitamente la posibilidad de que un laico pueda ser ecónomo. La
disposición del c. 1421 § 2, según el cual la Conferencia Episcopal puede permitir el
nombramiento de jueces laicos que formen parte de Tribunales colegiados
(formados clérigos y un laico), es un tanto diferente a los ejemplos anteriores, pues
no cabe duda que si bien es claro que un juez posee potestad de régimen judicial, el
caso contemplado por el citado canon debería plantear menor dificultad, puesto que
el derecho reconoce la actuación de los colegios como propia de los mismos y no
como acción de los miembros individualmente considerados. Vid. c. 135 §§ 1 y 3). 3
De ello puede concluirse que el laico, capaz por el sacramento del bautismo, pero
inhábil por disposición del derecho universal para la potestad de régimen (§ 1),
pueda ser, y de hecho lo es en casos particulares, habilitado por el mismo legislador
universal (recibiendo misión canónica) para que coopere o participe en el gobierno
de la Iglesia (§ 2 y cánones citados en el párrafo anterior) en todo aquello que pueda
cumplir (c. 228 § 1). Evidentemente, nunca podrá ser habilitado un fiel no ordenado
para ocupar oficios y funciones que requieran el orden sagrado (c. 274 § 1).
Canon 130. Dado que la potestad de régimen es una unidad que no se divide sino
que, por el contrario corresponde a los oficios capitales en plenitud (vid. comentario
introductorio al Título VIII), la actuación en uno u otro fuero de la que habla el
canon es una cuestión que afecta sólo al ámbito de su ejercicio. Es, en ambos casos
–fuero interno o externo- una misma potestad jurídica, que actúa normalmente (de
suyo) de modo público y excepcionalmente en determinadas circunstancias sin
publicidad. No se trata de contraponer el ámbito jurídico al moral o de conciencia,
sino de ofrecer una solución legal al ejercicio de la potestad de régimen en supuestos
en que el hecho no pueda probarse y la publicidad no sea posible (v. gr. c. 1074), o
se quiera preservar la buena fama y, en fin, en cualquier caso, favorecer la salus
animarum.
La jurisdicción del fuero interno es pedida por el fiel y tiene carácter ejecutivo:
remisión de penas, supresión de sanciones, dispensas (respecto a las relativas a
impedimentos matrimoniales vid. c. 1074), sanaciones, convalidaciones y otras
gracias (vid. art. 118 PB); puede ser sacramental o no sacramental, según se ejerza
en el ámbito del sacramento de la penitencia o no (vid. cc. 1047 §§ 2, 2º, y 3; 1048,
c. 1079 §§ 1 y 3, 1080, 1355 § 2, 1357 § 1), pero en cualquier caso es de naturaleza
diversa del poder de absolver, no cabe utilizarlo para la imposición de penas (c.
1319) y es inimpugnable (c. 1732).
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esos límites, será nula por ser realizada por persona incompetente. Lo mismo si,
respecto al procedimiento, el delegante ha impuesto algún modo concreto para la
validez de la actuación, lo cual ha de constar expresamente (vid. c. 10 y el mismo
criterio respecto al ejecutor en el c. 42). De ahí la importancia de que el acto de
delegación fije los términos en los cuales deba cumplirse y que lo haga por escrito,
lo cual, además de dar certeza, facilitará la prueba (vid. c. 131 § 3) y, en su caso, la
interpretación (c. 138). Sin embargo, respecto a aquellos detalles de procedimiento
no contemplados, o no prescritos de modo expreso para la validez de la actuación, el 6
delegado puede actuar como lo considere más oportuno (c. 138 in fine).
Si la potestad que se delega es la ejecutiva, han de tenerse en cuenta sus normas
específicas (cc. 137-142).
Canon 134. En relación con la potestad de régimen ejecutiva resulta clave el
concepto de Ordinario y el de Ordinario del lugar. Todo Ordinario es titular de un
oficio con potestad ordinaria, propia o vicaria, pero no todo titular de potestad
ordinaria es Ordinario, ni mucho menos todos los Ordinarios ejercen las tres
funciones de la potestad de régimen (legislativa, ejecutiva y judicial).
El CIC atribuye la consideración de Ordinarios sólo a los mencionados en este
canon, teniendo en cuenta dos elementos esenciales que han de concurrir en todos
ellos: la posesión de potestad ejecutiva y la relación de autoridad-súbdito entre el
Ordinario y los fieles bajo su jurisdicción (vid. c. 136).
§ 1. Son Ordinarios, además del Romano Pontífice, los Obispos diocesanos y
aquellos que han sido nombrados para regir una Iglesia particular o una comunidad a
ella equiparada según el c. 368. De acuerdo con ello, también son Ordinarios: el
Prelado y el Abad territorial, el Vicario y el Prefecto apostólico y el Administrador
apostólico estable. También aquellos que han sido nombrados para sustituir
interinamente a todos los anteriores (cc. 413, 419, 420-421), así como todos los
vicarios que tengan potestad ejecutiva ordinaria en todas estas estructuras eclesiales
(vicarios generales o episcopales). Igualmente, respecto a sus miembros, los
Superiores mayores (Generales, Provinciales y equiparados) de institutos religiosos
clericales y sociedades clericales de vida apostólica, de derecho pontificio, con
potestad ejecutiva ordinaria general sobre los miembros de su institución.
A estos hay que añadir: el Ordinario castrense (Ordinario propio del Ordinariato
militar, asimilado jurídicamente a la diócesis), dotado de dignidad episcopal, con los
mismos derechos y obligaciones que los obispos diocesanos (vid. Const. Ap.
Spirituali militum curae, de 21 de abril de 1986, art. 2 § 1, AAS 78, 1986, 481); los
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Ordinarios rituales latinos (c. 372 § 2) y los superiores de las misiones sui iuris.
También es Ordinario de los clérigos incardinados, el Prelado de una prelatura
personal, (c. 295 § 2).
§ 2. Son Ordinarios del lugar todos los mencionados en el § 1, excluidos los
Superiores mayores.
Se reserva esta expresión para los Ordinarios de las Iglesias particulares y de las
figuras asimiladas a ellas (c. 368; art. 1 § 1 Const. Ap. Spirituali militum curae y c. 7
372 § 2).
§ 3. Cuando el Código atribuye, aunque sea en el ámbito de la potestad ejecutiva,
una potestad nominalmente al Obispo (v. gr. c. 520), exclusivamente él y sus
equiparados según derecho pueden ejercerla. En estos casos, los vicarios sólo
pueden actuar válidamente por delegación del Obispo, aunque éste podría delegarles
para la generalidad de casos.
Canon 135. La potestad para gobernar la Iglesia (munus regendi) se manifiesta en
una serie de mandatos jurídicamente vinculantes que pueden proceder de la función
legislativa, de la ejecutiva o de la judicial. La existencia de estas tres funciones,
como ya se ha explicado, en nada afecta a la unidad de la potestad de régimen, cuya
titularidad corresponde a los oficios capitales (al Romano Pontífice y a los Obispos
y sus equiparados en derecho, que la poseen en plenitud por derecho divino; vid. cc.
333, 2 y 1442; 391 y 1419), que la ejercen de diverso modo (legislando,
administrando o juzgando), bien personalmente o auxiliado por otros: curias,
tribunales, oficios vicarios, etc. Tampoco significa división de poderes al estilo de
los modernos Estados democráticos (vid. comentario introductorio a los cc. 129-
144). El reparto de funciones entre autoridades u órganos diferentes investidos de
potestad es un mecanismo necesario para ejercer la potestad de régimen de modo
realista y eficiente, sirviendo al mismo tiempo de protección de los derechos
subjetivos de los fieles, para cuya tutela la nueva legislación no sólo regula la vía
judicial para la defensa de derechos o declaración de hechos jurídicos, sino también
crea el sistema de recursos administrativos (cc. 1732-1739) contra los actos
administrativos emanados de autoridades con potestad ejecutiva, llamada también
administrativa, que tiene su propia regulación y principios directivos (vid. nº 7 de
los Principia quae Codicis Iuris Canonici recognitionem dirigant, in:
Communicationes 1, 1969, 83; vid. también ibid 9, 1977, 231-232).
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§ 1. Enumera las tres funciones que dan contenido a la potestad de régimen. En los
restantes párrafos se contemplan las normas generales sobre cómo ha de ejercerse
cada una de ellas.
Este canon está desarrollado para el nivel diocesano por el c. 391 § 1.
§ 2. Da tres normas sobre la potestad legislativa: a) sólo puede ejercerse de acuerdo
con lo prescrito en la ley, la cual establece el procedimiento legislativo (cc. 7-8), las
características de la ley canónica (c. 9), el modo en que deba pronunciarse para 8
alcanzar determinados efectos (c. 10), las condiciones para su obligatoriedad (cc. 11-
15), su tipología (cc. 8, 10, 11, 18, 29), etc.
Los legisladores en las diversas esferas jurisdiccionales son: a nivel universal el
Papa y el Colegio de los Obispos (cc. 333, 336 y 337), bien reunido en Concilio
Ecuménico o dispersos en unión con la cabeza (esta última posibilidad fue utilizada
por Pío IX para proclamar en 1854 el Dogma de la Inmaculada concepción a través
de la Bula Ineffabilis Deus); a nivel particular, además del legislador universal,
pueden legislar: los Concilios particulares (plenario o provincial), que tienen
funciones propiamente legislativas (c. 445) y la Conferencia Episcopal en casos
particulares con las condiciones señaladas en el c. 455; a nivel diocesano ha de
legislar el Obispo personalmente, así como sus equiparados en derecho en las
respectivas estructuras asimiladas a la diócesis que tengan encomendadas (cc. 391 §
1 y 381 § 2); b) la potestad legislativa solo es delegable por la autoridad suprema (de
ahí que por delegación del Papa puedan desempeñar funciones legisladoras algunas
Congregaciones romanas). Los Obispos (vid. c. 391 §§ 1 y 2), sus equiparados y los
demás órganos legislativos deberán ejercer esta potestad personalmente, no obstante,
el canon abre la posibilidad de que el derecho permita en algún caso concreto esa
delegación; c) ha de respetarse el principio de jerarquía, no pudiendo el legislador
inferior dar una norma válida contraria al derecho de rango superior.
§ 3. La potestad judicial reside en los jueces (personas físicas singulares) y en los
tribunales (jueces formando un colegio), los cuales sólo pueden ejercerla según las
normas del derecho (v. gr. cc. 1419, 1420, 1422). Son jueces natos en la Iglesia, por
derecho divino: el Papa para toda ella y los Obispos en sus diócesis (por derecho
eclesiástico también sus equiparados), los cuáles pueden ejercitar esa potestad
personalmente o a través del vicario judicial, que adquiere potestad judicial ordinaria
a través del oficio (c. 391 § 2) y constituye un mismo tribunal con el Obispo (c.
1420 § 2). Jueces y tribunales no pueden delegar su potestad judicial, pero sí los
actos preparatorios de los actos judiciales.
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presentación de este recurso puede impedir la ejecución del decreto o sentencia (vid.
cc. 1638, 1734 § 1 y 1736 § 1), el canon, por cautela, determina la suspensión del
ejercicio de la potestad. Mientras dure la sustanciación del recurso se mantiene la
titularidad de la potestad, pero no puede ejercerse, salvo que el derecho diga otra
cosa. El canon es aplicable en los casos de recurso contra la pérdida del oficio por
remoción (cc. 192-195) o privación (c. 196).
Canon 144. El legislador universal prevé en este canon la posibilidad de que la
Iglesia, en virtud de la potestad de que es depositaria, supla la falta de potestad 13
ejecutiva o de facultades concretas en algunos casos singulares (delegación legal, no
personal), en los que se cree que hay o se duda si se ha recibido o si se tiene
actualmente una potestad o una facultad de las que dependen la validez de un acto.
La finalidad de esta norma es custodiar el bien común o particular de los fieles,
tranquilizando su conciencia y asegurando la certeza de los actos propios del
derecho.
La suplencia de la Iglesia no sana actos nulos, sino que impide que lo sean. Estos
actos serán válidos y lícitos desde el principio pues la Iglesia concede la potestad o
facultad para que así sea. Se aplica tanto en el fuero interno (v. gr. a una absolución)
como en el externo (v. gr. a la falta de potestad para dispensar) en todo el ámbito de
la potestad ejecutiva, incluidas las facultades habituales (vid. c. 132 § 1) y las
facultades a que se refiere el párrafo segundo.
La Iglesia suple lo que de ella depende, es decir, lo que ella puede conceder (misión
canónica), pero no aquello que es exigencia del derecho divino, por lo que nunca
podrá suplir, por ejemplo, la falta de orden sacerdotal o la forma y materia de los
sacramentos instituidos por Cristo.
Tampoco suple la falta de potestad legislativa ni judicial, que no son propiamente
delegables (vid. c. 135 §§ 2 y 3) y exigen total certeza.
La suplencia hace las veces de una delegación a iure de la potestad ejecutiva
(típicamente delegable, vid. c. 137 § 1) o de las facultades necesarias para
administrar válidamente un sacramento (que se conceden por autoridades en el
ámbito de la potestad ejecutiva). La suplencia se otorga siempre de modo puntual,
nunca general ni permanente, y para actos concretos y determinados (v. gr. para un
acto penitencial en el que un sacerdote carezca de facultades para confesar) en los
que se dan las circunstancias de error o duda que contempla el canon.
§1. Requisitos:
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