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l. INTRODUCCIÓN
Una de las conclusiones que pueden extraerse del panorama doctrinal y ju-
risprudencia! que he recorrido en los dos primeros capítulos de este libro es que
siguen vigentes en la mayoría de los autores y tribunales, tanto de los países del
common law como del civil law, los presupuestos subjetivistas de la concepción
persuasiva de la prueba; presupuestos que fundan sus cimientos en la constante
vinculación conceptual entre prueba y convicción del juzgador. Esa vinculación
es común en los sistemas de tradición romano-germánica, considerando que la
prueba como actividad está dirigida a producir en el juzgador el convencimiento
acerca de los hechos y que, desde el punto de vista del resultado, un hecho está
probado si, y solo si, el juzgador alcanzó la convicción de que este tuvo lugar.
Una mirada apresurada sobre la atención que la doctrina y la jurispruden-
cia de los países anglosajones ha prestado a la determinación de los estándares
de prueba podría hacer pensar que las cosas en esa tradición jurídica son muy
distintas. Esa mirada sobre las realidades de los sistemas probatorios de una
y otra tradición no es extraña entre los autores anglosajones, que, como Cler-
mont y Sherwin, se sorprenden de que nuestros sistemas no contengan reglas
que establezcan umbrales de suficiencia probatoria y confíen la decisión sobre
los hechos a la convicción del juzgador 1. Sin embargo, esta es una simplifi-
1 Véase CLERMONT y SHERWIN,2002: 243 y ss. Pueden verse dos comentarios críticos sobre los
déficits del trabajo de Clermont y Sherwin desde el punto de vista del derecho comparado en TARUFFO,
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2003a; WRIGHT,2009, así como la respuesta a Taruffo en CLERMONT, 2009. También puede verse una
presentación comparada de los sistemas de valoración de la prueba y los estándares de prueba vigentes
en países de common law y civil law en BRINKMANN, 2004: 879 y ss.; TuzET, 2020: 98 y ss. Uno de
los errores más llamativos del trabajo de Clermont y Sherwin (y también de CLERMONT, 2013) es tomar
como referencia el modelo procesal francés y a partir de él hacer generalizaciones sobre los sistemas de
civil law. Se trata de un error análogo al que se comete en nuestra cultura jurídica cuando se parte del
sistema procesal estadounidense y a partir de él se hacen generalizaciones infundadas sobre los sistemas
anglosajones. Para una mirada más cuidadosa de la legislación sobre estándares de prueba en distintos
países europeos, pueden verse los artículos recogidos en TrcHY, 2019a. Para romper esa costumbre
de generalizar sobre la regulación europea continental a partir de lo que ocurre en Francia, puede ser
también de utilidad el «Study of the laws of evidence in criminal proceedings throughout the European
Union», elaborado por The Law Society far the European Commission, donde se muestra que (pp. 38-
40), a fecha de 2004, a diferencia de lo que rige en Francia, 14 de los 27 países que integran la UE
asumían el estándar del más allá de toda duda razonable para la decisión probatoria final en el proceso
penal. Dieciséis años después ese número de países ha aumentado.
2
Respecto de este estándar de prueba, ZuCKERMAN (1989: 127) sostiene que, en realidad, bajo
la fórmula del más allá de toda duda razonable se ocultan un número variado de «subestándares», unos
más exigentes que otros.
3
Es destacable que también en la literatura probatoria de los países de civil law se puede en-
contrar la tesis de que la convicción judicial es graduable y puede comportarse como un estándar de
prueba flexible, adaptable a lo que exija en cada caso concreto el cálculo de utilidades y des-utilidades
a través de la teoría de la decisión. En este sentido, por ejemplo, véase ScHWEIZER,2019: 20 y 40-41.
Es interesante también el estudio empírico realizado por ScHWEIZER(2016) a partir de una muestra
de jueces y secretarios judiciales suizos, en el que concluye que, más allá de las proclamas retóricas,
los juzgadores adaptan el umbral de exigencia probatoria al coste estimado de los distintos tipos de
errores posibles en el proceso. Así, resultaría que, de hecho, sitúan el umbral suficiencia probatoria en
torno al 51 por 100.
4
Omito aquí las citas bibliográficas y jurisprudenciales, que el lector podrá encontrar abundan-
temente en los dos capítulos precedentes. El carácter subjetivo de los criterios de decisión se esconde,
a veces, tras instrumentales con falsa apariencia de objetividad, como son el del cálculo matemático
de probabilidades y las reglas de la teoría de la decisión, pero cuando se observan con detenimiento
es claro que uno y otro tienen una inescindible raíz subjetiva: el cálculo de la llamada, precisamente,
probabilidad subjetiva parte de probabilidades a priori determinadas por las creencias del juzgador y
mide, solo, la racionalidad del cambio de creencias, dadas las pruebas; y la teoría de la decisión racional
aplicada a la determinación de los estándares de prueba suele utilizarse para que sea el juzgador del
caso concreto el que realice el cálculo a partir de las utilidades y des-utilidades que él mismo asigne a
las distintas decisiones posibles para el caso.
LA MOTIVACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 173
5
Es significativo, en la misma línea sostenida aquí, el título de un trabajo de STEIN (1997):
«Against free proof». VIALEDE GIL (2014: 144) lo ha planteado así con claridad: «Terminaría así vol-
viendo a entrar al proceso penal, por la ventana del estándar de prueba, la concepción de la libre valora-
ción como íntima convicción que se había sacado por la puerta a través de las exigencias de racionalidad
y del reforzamiento del deber de fundamentar la decisión sobre los hechos». A la misma conclusión que
sostengo en el texto llegan BRINKMANN, 2004: 881-882 y 887; WRIGHT,2009: 82 y ss., y, esp. 88 y 90;
KALINTIRI,2019: 78, que considera que al final la diferencia entre sistemas jurídicos con estándares de
prueba interpretados en términos subjetivos y sistemas jurídicos sin estándares de prueba puede ser más
una cuestión de palabras que de substancia.
6
En el caso específico del estándar del más allá de toda duda razonable, se puede decir que más
que una convergencia entre los sistemas procesales anglosajones y romano-germánicos se produce una
especie de retomo a los orígenes comunes. En este sentido puede entenderse lo que afirma WHITMAN
(2008: 5), resaltando los orígenes católicos del estándar de prueba: «La historia de la duda razonable
es realmente solo un episodio inglés en la mucho más larga historia cristiana. Doctrinas muy cercanas
a ella han sido aplicadas [...] en cada parte de la cristiandad occidental». Sobre los orígenes históricos
del más allá de toda duda razonable, tratado como sinónimo de la certeza moral, puede verse, aparte del
libro de Whitman apenas citado, SHAPIRO,1991; id., 2009: 264 y ss.; STELLA,2001: 116 y ss.; DELLA
TORRE,2015: 374 y ss.; RuGGIERI,2017: 307 y ss. Sobre el uso indistinto en derecho canónico de la
certeza moral y el más allá de toda duda razonable, véase ARROBACoNDE, 2012: 168 y ss.
7
Puede verse un ya clásico análisis comparado al respecto en TARUFFO,1975: 318 y ss.; y un
análisis histórico en ALISTESANTOS,2011: 31 y SS.
8 La discusión se centra, más bien, en si el jurado debe motivar las decisiones sobre los hechos
y de qué modo. Sobre el punto, en relación con Inglaterra y Gales, véanse JACKSON,2002; RoBERTS,
2011; CoEN y DoAK, 2017: 788 y ss. (que ofrecen antecedentes históricos en los que se requería a los
jurados ingleses las razones del veredicto). También las referencias de Ho (2000: 43 y ss.) a Australia,
Nueva Zelanda y Canadá y a la jurisprudencia inglesa. Por lo que hace a Estados Unidos, también el de-
bate está en la agenda y van prosperando instrumentos como los special verdicts o los general verdicts
with written questions, mediante los que los jurados son llamados a ofrecer un veredicto por escrito
de forma, más o menos, razonada. Al respecto, véanse NEPVEU,2003: 269 y ss.; BURDy HANS,2018.
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Son diversas las formas de plantear la relación entre la prueba y las creen-
cias del juzgador. Puede sostenerse, por ejemplo, que cuando los juzgado-
res declaran probada una hipótesis H, habitualmente creen que H tuvo lugar;
puede afirmarse que el objetivo de las partes cuando diseñan su estrategia
probatoria y presentan las pruebas es convencer al juzgador de que los hechos
ocurrieron de un cierto modo; cabe también mantener que una hipótesis H está
probada si el juzgador alcanzó la convicción o adquirió la creencia de que H
es verdadera. Las dos primeras son tesis empíricas y, por ello, contingentes.
Pueden, desde luego, ser de interés para una investigación en sociología del
derecho, pero no son objeto de rni preocupación aquí. La tercera, en cambio,
establece una relación conceptual entre la prueba de H (corno resultado pro-
batorio o hecho probado) y la adquisición de la creencia en H por parte del
juzgador. Me centraré en el análisis de esta vinculación y en las implicaciones
que ella tiene para la posibilidad de justificar las decisiones judiciales.
11 DEVISEcHANDÍA,1972: 34 (cursivas en el original). Son muchos los autores que, antes y des-
pués del maestro colombiano, se han pronunciado en la misma línea. Pueden verse, entre ellos, Ov ALLE
FAVELA,1991: 332 y 337; CABAÑAS,1992: 21 y, para el proceso penal, TüNINI, 1997: 50. CAFFERATA
NoRES (1986: 8-9), por su parte, clasifica los resultados probatorios en términos de estados mentales
subjetivos de «certeza» («firme convicción de estar en posesión de la verdad»), «duda» («una indecisión
del intelecto puesto a elegir entre la existencia o la inexistencia del objeto sobre el cual se está pensan-
do») y «probabilidad» («cuando la coexistencia de elementos positivos y negativos permanezca, pero
los elementos positivos sean superiores en fuerza conviccional a los negativos»). Puede verse una buena
presentación de las formas de vincular la prueba con la convicción judicial por parte de la doctrina y la
jurisprudencia españolas en ANDRÉSIBÁÑEZ,2015: 251 y ss.
12 Las referencias a la convicción o a la firme convicción del tribunal, corno criterios para poder
considerar probada una hipótesis fáctica, pueden encontrarse también en la jurisprudencia internacio-
nal: al respecto, véanse, por ejemplo, las Sentencias del Tribunal de Justicia de la Unión Europea en los
casos T-62/98, Volkswagen c. Commission, de 6 de julio de 2000, ECR II-2707, párrafo 43; T-28/99,
Sigma Tecnologie di Rivestimento Sri c. Commission, de 20 de marzo de 2002, ECR II-1845, párra-
fo 51, y C-12/03 P, Commission c. Tetra Lava/, de 15 de febrero de 2005, ECR I-987, párrafo 41.
13 Un análisis de la regulación vigente en el proceso civil alemán sobre los estándares de prueba y
su interpretación puede encontrarse en KoK0TT, 1998: 18 y ss.; AHRENS,2019: 95 y ss. De forma más
escueta se expresa el art. 157 del Código procesal civil suizo: «El juez fundará su propia convicción
valorando libremente las pruebas».
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meza mayor o menor en la creencia o bien que la creencia verse sobre el grado
de probabilidad de la proposición fáctica, sosteniendo, por ejemplo, que el juz-
gador debe creer que la proposición es más probablemente verdadera que falsa
para que esta esté probada en un proceso civil 14. Como ya he mencionado en
diversas ocasiones, los criterios que se utilicen en los estándares de prueba para
identificar el umbral suficiencia probatoria están vinculados con la concepción
que se sostenga acerca de la prueba y su valoración. Por ello, la apelación a la
creencia (y a su graduación) en los estándares de prueba es un reflejo de una
concepción subjetivista más general sobre la prueba. En este sentido, vale la
pena reiterar, por su importancia histórica para el derecho estadounidense y por
su claridad, lo dicho por el magistrado Hadan en el caso In re Winship:
[E]l estándar de prueba es un intento de instruir al juzgador de los hechos
acerca del grado de confianza que nuestra sociedad piensa que él debe tener
en la corrección de las conclusiones sobre los hechos para tomar decisiones.
A pesar de que las expresiones «preponderancia de la prueba» y «prueba rnás
allá de toda duda razonable» son cuantitativamente imprecisas, comunican al
juzgador de los hechos diferentes nociones acerca del grado de confianza que
se espera que tenga en sus conclusiones sobre los hechos 15.
14
TICHY(2019b: 296) se refiere a este estándar de prueba en ténninos de creencia prevaleciente
y ScHWEIZER (2019: 20) como convicción preponderante. En la misma línea, CLERMONT (2013: 211)
explica así lo que requeriría el estándar de prueba de la preponderancia de la prueba: «Debes decidir a
favor del demandante si tu creencia (S) excede tu creencia (no-S), pero decidir a favor del demandado
sí tu creencia (S) no excede tu creencia (no-S)».
15
In re Winship, 397 U.S. 358 (1970).
16
BROUN et al., 2006: 568. La misma crítica, desde la doctrina inglesa, puede encontrarse en
REDMAYNE (1999: 187, nota 104) respecto de la fórmula del estándar de «prueba clara y convincente».
LA MOTIVACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 177
17
THOMAS (2013: 490-491) ofrece información empírica, por ejemplo, según la cual un 7 por 100
de los jurados ingleses admiten haber buscado información en intemet sobre los abogados o fiscales del
caso y un 1 por 100 visitó la escena del crimen a través de Google Earth. Respecto de estas situaciones,
véase también JACKSON, 2016: 288.
18 En el mismo sentido, señala TARUFFO (2009c: 104) muy claramente que «[!]a intensidad y
19
En este mismo sentido, véanse HAACK,2003a: 76; id., 2013: 76 y ss.; LAUDAN,2006: 124-125.
20
Véase P. ENGEL,1998: 143; id., 2000: 3 y 9, a quien sigo en este punto. En sentido coincidente
véanse, por ejemplo, HUME, 1739-1740: 824; B. WILLIAMS,1973: 148; L. J.CoHEN, 1989a: 369; id.,
1991: 467; BRATMAN,1992: 3; REDONDO,1996: 183 y ss.; P!CINALI,2013: 852.
21
B. WILLIAMS,1973: 141 y SS.
22
Por todo ello, no tiene sentido imponer normativamente la posesión de una creencia deter-
minada u ofrecer un premio (una cantidad de dinero, por ejemplo) a cambio de creer una determina-
da proposición. En sentido contrario, NAYLOR(1985: 434) ha argumentado que sería posible adoptar
voluntariamente una creencia mediante técnicas de autohipnosis, pero, aunque esto fuera posible, me
parece claramente un caso marginal, especialmente en el ámbito de la discusión de la prueba judicial.
También han puesto en cuestión la involuntariedad de las creencias, entre otros, VAN FRAASSEN, 1984;
LOSONSKY, 2000.
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Ahora bien, si esto es así, resulta que tener una determinada creencia
acerca de un evento no puede justificarse en sí mismo puesto que solo los
actos voluntarios admiten justificación. En otras palabras, si admitimos que
el resultado que producen los elementos de juicio presentes en el expediente
judicial es la producción de una determinada actitud proposicional acerca de
la proposición que se pretende probar, entonces resulta que bajo la recons-
trucción que se está analizando, el resultado se podría formular como 'Creo
que p'. Y si el hecho de tener una creencia no es justificable en sí mismo,
resultará que no hay posibilidades de justificar ese resultado o, lo que es lo
mismo, la valoración de la prueba realizada por el juez. En otras palabras:
a quienes plantean que una hipótesis fáctica está probada si el juzgador al-
canza un determinado estado mental (la convicción, la creencia, etc.) acerca
de ella, la coherencia del razonamiento les lleva necesariamente a tener que
sostener una concepción subjetivista de la prueba, donde la única motivación
necesaria de la decisión adoptada es que esta se corresponda con el íntimo
convencimiento del juez, que esa sea su creencia 23 . Basta constatar, entonces,
que el juzgador ha alcanzado esa creencia y, dado que ese no es un acto vo-
luntario, no puede exigirse una justificación en sentido estricto del mismo 24 •
Otra cosa es la justificación del contenido proposicional de la creencia, es
decir, de la hipótesis fáctica. Por supuesto, es posible justificar ese contenido
proposicional, pero que una hipótesis fáctica esté justificada o no a partir de
un conjunto de pruebas no depende del hecho de que sea creída por cualquier
específico sujeto. Es, en efecto, muy distinto debatir sobre la posibilidad de
justificar el acto de tener una creencia o sobre la justificación del contenido
proposicional de esa creencia. Y lo que la concepción de la prueba que estoy
criticando adopta como condición necesaria para que una proposición esté
probada no es la justificación de esa proposición a partir de las pruebas, sino
el hecho de que el juzgador tenga la creencia de que los hechos que afirma la
proposición han ocurrido.
23 Por ello, GoNZÁLEZLAGIER(2003: 39 y ss.) califica esta concepción como «falacia de la ínti-
obligaciones o prohibiciones. Esto puede verse claramente en esta tesis de Bacigalupo, quien defiende
una concepción subjetivista de la prueba y del in dubio pro reo en estos términos: «El principio in dubio
pro reo tiene dos dimensiones que se deberían distinguir: una dimensión normativa y una dimensión
fáctica que, en general, no han sido tenidas en cuenta por la jurisprudencia ni por la doctrina. En esta
última -la dimensión fáctica- el principio hace referencia al estado individual de duda de los jueces,
y por tanto, debe quedar fuera de la casación, pues el tribunal de casación no puede obligar al tribunal a
quo a dudar cuando este está realmente convencido respecto del sentido de una prueba que se ha perci-
bido directamente. Por el contrario, la dimensión normativa se manifiesta en la existencia de una norma
que impone a los jueces la obligación de absolver cuando no se hayan podido convencer de la culpabi-
lidad del acusado. Esta norma se vulnera cuando se condena sin haber alcanzado tal convicción». Véase
BACIGALUP0, 1992: 51 (cursivas en el original).
180 JORDI FERRER BELTRÁN
a creer que 'p', a considerar probado que 'p' 25 . Y el juzgador, por su parte,
solo podrá incorporar a la motivación de la sentencia, en los sistemas en que
aquella se exija, la explicación (no la justificación) de las causas que le han
llevado a la creencia en 'p' 26 .
Esta consecuencia está en consonancia con las tesis de quienes han soste-
nido que la libre valoración de la prueba por parte del juez no puede ser más
que la expresión del íntimo convencimiento del mismo acerca de los hechos
ocurridos y escapa, por tanto, a cualquier posibilidad de control 27 y de justifi-
cación 2 8 . En cambio, esta es una consecuencia indeseable para quienes preten-
dan una estructuración de la prueba judicial sobre los hechos compatible con
el debido proceso, de modo que permita el control de su justificación por parte
de un tribunal superior o de terceros (sean estos las partes, la comunidad jurí-
dica o la propia sociedad). Para salvar este escollo, será necesario abandonar
la vinculación entre la prueba y las creencias del juzgador y dar cuenta de la
actitud proposicional del juzgador hacia los hechos de modo que se incluya el
elemento de la voluntariedad en la selección de los hechos probados del caso.
Volveré más adelante sobre este punto.
una presentación general en TuRRI, ALFANOy GRECO,1999, y para la aplicación al proceso judicial,
Ho, 2008; AMAYAy Ho, 2013.
29
Al respecto, véanse BRATMAN,1992: 3; P. ENGEL,1998: 143-144; id., 2000: 3; CLARKE,2000:
36 y SS.
30
Aunque es perfectamente posible responder de forma distinta a uno y a otro por razones estra-
tégicas, en alguno de los dos casos se estará mintiendo respecto de la creencia que se tiene.
31
Debe advertirse que cuando el contenido proposicional de la creencia incluye términos deícti-
cos (como 'este', 'tu', 'ahora', 'aquí', etc.) resulta obvio que el valor de verdad de esa proposición es
dependiente del contexto: así, por ejemplo, el valor de verdad de 'hoy llueve en Barcelona' depende
del día al que la proposición expresada se refiera en cada caso (véanse, entre la abundante literatura al
respecto, FREGE,1918-1919; PERRY,1977 y 1979). En esos supuestos, pues, el (valor de verdad del)
contenido proposicional de la creencia será dependiente del contexto, pero no así la creencia misma, no
la actitud proposicional. Al respecto, véase BRATMAN,1992: 3, nota 4.
182 JORDI FERRER BELTRÁN
del caso. También se puede producir una disociación de este tipo si el juzgador
tiene conocimientos extraprocesales sobre el caso que no han sido incorpo-
rados por ninguna de las partes al proceso; es obvio que esos conocimientos
extraprocesales inciden en la conformación de las creencias del juzgador, pero
tampoco en este supuesto pueden ser utilizados para determinar los hechos
probados del caso.
En esos supuestos, la creencia que el juzgador tenga sobre 'p' (creer que
'p', creer que 'no-p' o no creer que 'p') no puede disociarse de forma que ten-
ga como ciudadano y otra como juzgador 32.
Un problema parecido se presenta en la situación en que debe decidirse
sobre la prueba de un mismo hecho aplicando estándares de prueba distintos,
por ejemplo, para determinar las posibles responsabilidades penales y civiles.
Si ello debiera ser decidido por un mismo juez o jurado, a partir de idéntico
conjunto de pruebas, no cabe la posibilidad de que el juzgador crea que el
hecho ocurrió a los efectos civiles y que no lo crea a los efectos penales, pero,
en cambio, la vigencia de distintos estándares de prueba hace precisamente
posible que el mismo hecho resulte probado en un ámbito y no en el otro.
Hay dos posibles salidas a este problema, en función de cómo se interprete
a qué hace referencia la graduación de la exigencia probatoria prevista en los
estándares de prueba. La primera vía pasa por entender que la creencia del
juzgador no debe versar sobre 'p' sino sobre 'la probabilidad de que p a partir
de las pruebas presentadas' 33. De este modo, si el juzgador creyera que la pro-
babilidad de que 'p' es 'x', cabría la posibilidad de que esa creencia conllevara
la condena, de acuerdo con el estándar de prueba civil, y la absolución, de
acuerdo con el estándar de prueba penal, por ejemplo.
El problema es que ello supone que el criterio para determinar el umbral
de suficiencia probatoria utilizado por el estándar de prueba no sea ya la pro-
babilidad (baconiana) de que un hecho haya sucedido a la luz de las pruebas,
sino la creencia del juzgador en esa probabilidad. Recordemos, sin embargo,
que el hecho de que un sujeto cualquiera crea que la probabilidad de que un
evento haya ocurrido es 'x' es totalmente independiente de que esa sea, efec-
tivamente, la probabilidad porque: i) la relación entre creencias y realidad es
contingente; ii) tener una creencia sobre la probabilidad de un evento dadas las
pruebas es un acto involuntario y, por ello, no admite justificación, y iii) tam-
bién que es totalmente dependiente del sujeto decisor, de modo que ante las
mismas pruebas dos sujetos pueden tener creencias distintas, sin posibilidad
de considerar erróneas ninguna de las decisiones subsiguientes, dado que el
32
Cabe recordar que si definimos la prueba a partir de las creencias del juzgador (i. e., 'p' está
probada si el juzgador cree que 'p'), entonces esas creencias deben ser sobre los hechos y no sobre si en
el proceso están probados, porque en este último caso se caería en un círculo vicioso.
33 Así parecen entenderlo, por ejemplo, los citados 'fICHY, 2019b: 296; ScHWEIZER, 2019: 20.
LA MOTIVACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 183
criterio de decisión sería, precisamente, que tengan la creencia. Todo ello con-
lleva que formular los estándares de prueba en estos términos no respete va-
rios de los requisitos metodológicos desarrollados en el primer capítulo.
Por otro lado, si los estándares de prueba recurren a las creencias de los
juzgadores sobre la probabilidad de las hipótesis para identificar el umbral de
suficiencia probatoria, resulta imposible que cumplan su función de distribuir
el riesgo del error sobre la base de la mayor o menor exigencia probatoria.
En el capítulo anterior he argumentado que cuanto mayor es la exigencia que
impone el estándar de prueba, mayor es también el riesgo del error que se im-
pone a la parte sobre la que recae la carga de la prueba. Pero no está dicho que
la exigencia probatoria que imponga un estándar E 1 que requiera la creencia
del juzgador en una probabilidad x para considerar probada una hipótesis H
sea menor que la que imponga un estándar E 2 que requiera la creencia del
juzgador en una probabilidad x + 1 para los mismos efectos 34 . Los dos es-
tándares son simplemente distintos, pero no requieren uno más que el otro.
Que sea más o menos exigente satisfacer un estándar de ese tipo depende de
lo que se necesite para producir en cada juzgador las respectivas creencias y
puede suceder perfectamente que el que se encuentre en la situación de apli-
car E2 alcance la creencia en H con un acervo probatorio menor que el que
deba aplicar E 1 35 . Y si el criterio previsto por los estándares es que alcancen
las respectivas creencias, no hay más que discutir.
La segunda manera de intentar dar cuenta simultáneamente de que los es-
tándares de prueba imponen grados distintos de exigencia probatoria y que lo
hacen por referencia a las creencias de los juzgadores pasa por sostener que
lo que varía de un estándar de prueba a otro es el grado de firmeza o de con-
fianza que el juzgador debe tener en sus creencias sobre las hipótesis fácticas 36 .
Al hacerlo así, la proposición que el juzgador debería creer es la que afirma la
ocurrencia de un hecho y la probabilidad sería una magnitud que calificaría el
grado de confianza que el juzgador tenga en su creencia. Es fácil observar que
estas son precisamente las bases de lo que los clásicos defensores de la proba-
34
Para un defensor de la probabilidad matemática esta sería una forma incorrecta de presentar las
cosas, puesto que toda probabilidad debe situarse entre Oy 1 y una probabilidad de x + 1 sería siempre
superior a l. La perplejidad se disuelve si se recuerda que, en mi opinión, la noción de probabilidad
implicada en el razonamiento probatorio en el proceso judicial es de tipo baconiano, es decir, no mate-
mática, y no le son aplicables los axiomas de Kolmogorov. En todo caso, si se prefiere, puede decirse
lo mismo en estos términos: no está dicho que la exigencia probatoria que imponga un estándar E, que
requiera la creencia del juzgador en una probabilidad x para considerar probada una hipótesis H sea
menor que la que imponga un estándar E 2 que requiera la creencia del juzgador en una probabilidad x'
(donde x' > x) para los mismos efectos.
35 En esta línea creo que puede entenderse lo sostenido por CASTILLO DE LA TORREy GrPPINI
FoURNIER(2017: 35), en el sentido de que la íntima convicción no supone la adopción de ningún están-
dar de prueba particular, más o menos exigente.
36 A esta interpretación se puede adscribir lo dicho por el magistrado Harlan en In re Winship,
que es seguido por buena parte de la jurisprudencia y la doctrina estadounidense. En el mismo sentido,
véanse, entre otros muchos, DENNIS,1999: 491; LoWEY,2009: 68 y 71.
184 JORDI FERRER BELTRÁN
40
El mismo planteamiento crítico puede hacerse frente a la expresión «duda razonable» que forma
parte del típico estándar de prueba para el proceso penal. Si mediante el término «duda» se hace referen-
cia al estado psicológico de duda, que es también un estado mental subjetivo, de nada sirve añadirle el
adjetivo «razonable», porque seguiría siendo condición necesaria del cumplimiento del estándar que
el juzgador tenga el estado mental (como todos, subjetivo) de duda. Por eso, equivoca la defensa FrNDLEY
(2018: 1269-1270) cuando, frente a las críticas de Laudan al «más allá de toda duda razonable», pone el
énfasis en la razonabilidad, obviando la subjetividad de la duda. Una buena parte de la doctrina procesal
penalista italiana, en esta línea, sostiene la necesidad de objetivar la noción de duda contenida en la for-
mulación del «más allá de toda duda razonable»: «[l]a probabilidad lógica, que constituye el esquema ra-
cional del juicio, no toma en consideración el convencimiento personal del juez acerca de la culpabilidad
del imputado, sino que requiere que un sólido y coherente acervo probatorio confirme inductivamente la
afirmación de la culpabilidad. No importa lo que subjetiva e irracionalmente piense el juez, sino lo que el
mismo juez pueda razonablemente inferir de las pruebas aportadas» (MAZZA,2014: 723). Respecto de
esta discusión, GAMA(2021: 25) me ha atribuido una tesis algo confusa. Así, en sus palabras, «en contra
de lo que sostiene Ferrer, incorporar creencias o convicciones en el razonamiento probatorio no conduce
necesariamente a una concepción irracional de la prueba». Y, desde luego tiene razón, con el único matiz
de que nunca he sostenido tal cosa. Es claro que el razonamiento probatorio del juzgador de los hechos
no puede hacerse con total prescindencia de sus creencias: nadie puede tomar decisiones al margen de
sus creencias. Además, si esas creencias sobre los hechos están justificadas, en el sentido de que resultan
de una adecuada valoración de la prueba y del estándar de prueba aplicable, sería difícil sostener que la
decisión es irracional. Sucede, sin embargo, que no es el hecho de que el juzgador tenga esas creencias lo
que justifica la decisión, sino la corroboración aportada por las pruebas y la satisfacción del estándar de
prueba aplicable. Si estas dos condiciones se dan, aquella será la decisión probatoria racional, al margen
de si el decisor lo cree así o no. Es por ello que el hecho de que el decisor tenga una determinada creencia
es irrelevante justificatoriamente, lo que sí es la posición que he sostenido y sostengo en este trabajo.
186 JORDI FERRER BELTRÁN
las creencias que tengan los decisores sobre los hechos devienen irrelevantes:
ya no importa si, de hecho, el juzgador cree que 'p' sino si a la luz de las prue-
bas disponibles 'p' es creíble, es decir, sería una creencia justificada 41 . El deba-
te en la literatura epistemológica se centra precisamente en el punto de la jus-
tificación de las creencias. Por el contrario, la asunción mayoritaria en materia
probatoria jurídica parece ser la absurda tesis de que las creencias del juzgador
justifican sus decisiones. De la justificación de las creencias a que las creencias
justifiquen parece haber un pequeño cambio, pero, en realidad, hay un abismo.
Volveré sobre este punto, más adelante, en el epígrafe 3.3 de este capítulo.
41
Entiendo que es precisamente este punto el que pasa inadvertido a TuzET (2014a: 1525 y ss.),
a quien le parece poco convincente mi propuesta de desvincular conceptualmente la noción de prueba
de las creencias del juzgador. Así, sostiene que considerar involuntarias las creencias es algo insensato,
que tomaría un sinsentido todo el debate epistemológico acerca de la justificación de creencias e incluso
la propia noción de conocimiento, que requiere de la de creencia justificada. Sucede, sin embargo, que
cuando se discute en epistemología de la justificación de creencias no se está pensando en la justifi-
cación del acto de tener una creencia, sino en la justificación inferencia! del contenido proposicional
de la creencia a partir de un conjunto de informaciones (que son también proposiciones). Esto último
es lo que llamo «credibilidad» para evitar la ambigüedad. En cambio, no tendría sentido alguno que la
supuesta justificación del acto de creer pretendiera obtenerse inferencialmente de la información recibi-
da, porque no hay relaciones lógicas entre actos y proposiciones. El error, insisto, es considerar que el
hecho de que el juzgador crea que 'p' es condición necesaria (sea o no también suficiente) para que 'esté
probado que p'. En el caso de Tuzet el error está implícito en su consideración de que para que pueda
decirse que 'está probado que p' el juez debe conocer que 'p' (ibid.: 1527-1528), puesto que ello requie-
re que el juez crea que 'p', que esa creencia esté justificada (en el sentido de que lo es.té el contenido
proposicional de la creencia) y que 'p' sea verdadera.
42
Véanse, entre otras muchas, las STEDH en los casos Van de Hurk c. Holanda, de 19 de abril de
1994, párrafo 61; Ruiz Torrija c. España, de 9 de diciembre de 1994, párrafo 29; Suominen c. Finlandia,
de 1 de julio de 2003, párrafo 34, y Juez Albizu c. España, de 10 de noviembre de 2009, párrafo 21.
43
Sentencia de la Corte IDH de 5 de agosto de 2008, caso Apitz Barbera y otros ( «Corte Primera
de lo Contencioso Administrativo») v. Venezuela, Serie C, núm. 182, párrafo 78. Dicha sentencia fue la
primera en la que la Corte Interamericana de Derechos Humanos declaró explícitamente, siguiendo la
doctrina del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, que la motivación de las resoluciones judiciales
es parte del derecho al debido proceso. Le ha seguido una jurisprudencia constante y abundante en el
LA MOTIVACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 187
Sin embargo, cuando ese deber se refiere a las decisiones sobre los hechos,
no es claro en absoluto qué se entiende por motivación y cuál es su alcance.
mismo sentido, entre las que pueden verse otras, la Sentencia de 23 de noviembre de 2017, caso Traba-
jadores Cesados de Petroperú y otros v. Perú, Serie C, núm. 344, párrafo 168, y la Sentencia de 25 de
noviembre de 2019, caso López y otros v. Argentina, Serie C, núm. 396, párrafo 214.
44
Véanse, entre otros, COLOMER HERNÁNDEZ: 2003, 31 y ss.; GASCÓNABELLÁN,2012: 175 y SS.
Las concepciones racionalista y psicologista de la motivación están fuertemente emparentadas, pero no
deben ser confundidas, con las concepciones racionalista y persuasiva o subjetivista de la prueba. Están
emparentadas porque quien sostiene la concepción subjetivista de la prueba, sostiene también una con-
cepción psicologista de la motivación, por ejemplo. Pero no deben confundirse, porque la motivación
no se agota en los aspectos probatorios de la decisión judicial.
45
Al respecto, véase, entre otros muchos, IGARTUA, 2003: 61 y ss.
46
La distinción entre motivos y razones fue considerada por NINO(1993: 37), precisamente, una
distinción fundamental de la filosofía analítica. Al respecto, véanse también, entre otros, RAz, 1978:
3-4; BAYÓN,1991: 43 y ss.; REDONDO,1996: 79 y SS.
47
Entendida de este modo la obligación de motivar, resultaría, por ejemplo, que la Constitución
española impondría a los jueces y tribunales expresar en sus sentencias las motivaciones causales que
les llevan a tomar sus decisiones jurisdiccionales. Dado que entre estas motivaciones habrá factores
de lo más diverso (que van desde sus traumas infantiles a la presión mediática, desde su ideología a la
cultura jurídica adquirida), no se entiende bien qué relevancia social y jurídica tendría que su expresa
formulación fuera exigida constitucionalmente.
48 Desarrollando la obligación constitucional de motivar las sentencias, formulada en el
art. 120.3 CE, también el Tribunal Constitucional ha sostenido la necesidad de que «el órgano judicial
explicite el iter mental que le ha llevado a entender probados los hechos constitutivos del delito» (véase
STC 229/1988, de 1 de diciembre, FJ 2.º). En un reciente artículo doctrinal de Magro Servet, magistra-
188 JORDI FERRER BELTRÁN
problema es que los factores causales de nuestras creencias nos resultan (par-
cialmente) inaccesibles 49 . Solo somos capaces de describir algunas de las más
inmediatas circunstancias que nos llevan a adquirir una creencia, pero, desde
luego, esta descripción, aún hecha concienzudamente, no sería más que limita-
da y parcial respecto de las causas de la decisión 5°. No es extraño, pues, que la
motivación, entendida como expresión de las causas de una decisión, se limite
a descripciones muy parcas del iter mental y muchas veces sea sustituida por
largas e inútiles descripciones del desarrollo probatorio del proceso.
Frente a esta manera de entender la obligación de motivar, la concepción
racionalista de la motivación la entiende como justificación de la decisión
judicial. Así, decir que una sentencia está motivada significará que está debi-
damente justificada. En palabras de Nieto:
El juez ni debe ni puede «explicar» los motivos psicológicos de su de-
cisión (de los que con frecuencia ni él mismo es consciente), la ley no se lo
exige ni tendría utilidad alguna para las partes. Lo que importa -y lo que es
legalmente exigible- es la motivación en el contexto de justificación, es decir,
el razonamiento que justifica que la decisión es admisible dentro de los cono-
cimientos y reglas del derecho 5 1. •
do de la Sala 2.' del Tribunal Supremo español, se puede encontrar también con toda claridad esta nota
característica de la concepción persuasiva de la prueba: «El esfuerzo de motivación exige del juzgador
un esfuerzo de disciplina por construir de forma razonable su plasmación del proceso mental que le
lleva a su decisión y le aleja de la arbitrariedad constructiva de la sentencia» (MAGROSERVET,2020;
cursiva en el original). Vale decir que resulta enigmático por qué la explicitación del proceso mental
que ha llevado a una convicción sería un antídoto contra la arbitrariedad. No tiene sentido la calificación
como arbitraria de una decisión sí no es sobre la base de un criterio de justificación, pero para eso debe
concebirse la motivación de otro modo, como veremos enseguida.
49
Y en caso de órganos colegiados resulta, además, especialmente complicado: ¿habrá que des-
cribir los factores causales que han llevado al convencimiento de cada uno de los magistrados o de los
miembros del jurado? Evidentemente, los motivos de las convicciones de cada uno de ellos pueden ser
distintos, de manera que resultaría necesario expresarlos todos ellos.
50
Sobre estas dificultades, puede verse, por todos, TARUFFO,1975: 147-149.
51 NIETO,2000: 157. También Taruffo se ha expresado con claridad en el mismo sentido en mul-
titud de ocasiones. Valga por todas esta (TARUFFO,2003b: 89-90): «La realidad es que la motivación no
es y no puede ser un relato de lo que ha sucedido en la mente o en el alma del juez cuando ha valorado
la prueba. Las normas que exigen la motivación de la sentencia no reclaman que el juez se confiese re-
construyendo y expresando cuáles han sido los recorridos de su espíritu. Estas n01mas, por el contrario,
le imponen justificar su decisión, exponiendo las razones en forma de argumentaciones racionalmente
válidas e intersubjetivamente "correctas" y aceptables. Para decirlo de manera sintética: los procesos
psicológicos del juez, sus reacciones íntimas y sus estados individuales de conciencia no le interesan
a nadie: lo que interesa es que justifique su decisión con buenos argumentos». Véanse también, entre
otros, GIANFORMAGGIO, 1983: 136; FERRAJOLI,1989: 38 y SS. y 640; BERGHOLTZ,1990: 85; ATIENZA,
1991: 4 y ss.; lGARTUA,2003: 15; lTURRALDE SESMA,2003: 252; TARUFFO,1975: 115 y ss.; id. 1998:
314 y ss.; id., 2009a: 407-409; ALISTE SANTOS,2011: 153-154; ANDRÉSIBÁÑEZ,1992: 288 y ss.; id.:
2015: 280-281; NARDELLI,2018: 302; CARLIZZI,2018: 42 y SS.
52
Sobre los requisitos para una correcta motivación como justificación de las decisiones judicia-
les, véase !GARTUA,2003: 96 y ss., y, específicamente, sobre la motivación de las decisiones probato-
rias, ibid.: 135 y ss.
LA MOTIVACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 189
53 Sobre la distinción entre el modo analítico y el holista de motivar o justificar una decisión,
contante desde sus inicios en la exigencia de motivación expresa. En cambio, como hemos visto, ha
oscilado entre la concepción psicologista de la motivación (véanse, p. ej., las SSTC 55/1987, de 13 de
mayo, y 70/1990, de 5 de abril) y la concepción racional de la motivación (véanse, por ejemplo, las
SSTC 24/1990, de 15 de febrero; 58/1997, de 18 de marzo, o 25/2000, de 31 de enero).
57 Afirma TARUFFO (2010b: 37), en este sentido, que «la motivación es [...] un discurso justifi-
cativo constituido por argumentos racionales». En el mismo sentido, GASCÓNABELLÁN,1999: 201.
58 Véanse, a efectos indicativos, C0L0MERHERNÁNDEZ, 2003: 131; IGARTUA,2003: 23; TA-
RUFF0,2009b: 516-519; ALISTESANTOS,2011: 154 y SS.
190 JORDI FERRER BELTRÁN
Es muy clara, en este sentido, la Sentencia de la Court of Appeal inglesa en el caso Flannery v.
Halifax Estate Agencies Ltd., que sostiene que «cuando, debido a la falta de motivación, es imposible
decir si el juez erró en el derecho o sobre los hechos, la parte perdedora se vería totalmente privada de
sus posibilidades de apelar, a no ser que la corte conceda la apelación basada en la propia falta de mo-
tivación» (1999) 149 NLJ 284. También el Tribunal Europeo de Derechos Humanos ha puesto énfasis
en la función endoprocesal, como posibilitadora del ejercicio del derecho al recurso. Al respecto, véase,
por ejemplo, la STEDH en el caso Hadjíanastassiou c. Grecia, de 12 de diciembre de 1992, párrafo 33.
Y la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en la misma línea, ha considerado que «la motivación
de la decisión judicial es condición de posibilidad para garantizar el derecho de defensa» (Sentencia de
15 de febrero de 2017, caso Zegarra Marín v. Perú, Serie C, núm. 331, párr. 155).
60
Puede verse una presentación de las diversas facetas del derecho a la pmeba en FERRERBEL-
TRÁN,2007: 54 y SS.
61 Véanse FERRAJOLI, 1989: 132-135; GASCÓN ABELLÁN,1999: 199, donde califica la motivación
como «garantía de cierre del sistema cognoscitivista». En esta línea, el Tribunal Constitucional español
ha sostenido que la obligación constitucional de motivar «expresa la relación de vinculación del juez con
la ley y con el sistema de fuentes del derecho dimanante de la Constitución» (STC 13/1987) y que es
«una consecuencia necesaria de la propia función judicial y de su vinculación a la ley y el derecho cons-
titucional del justiciable a exigirla [la motivación] encuentra su fundamento en que el conocimiento de
las razones que conducen al órgano judicial a adoptar sus decisiones constituye instrumento, igualmente
necesario, para contrastar su razonabilidad a los efectos de ejercitar los recursos judiciales que proce-
dan» (STC 175/1992). Conviene re-eordar en este punto que, en materia penal, este papel instrumental
de la motivación corno mecanismo que posibilita el control de las decisiones mediante los recursos tiene
también un nivel de protección internacional, en el caso del Convenio Europeo de Derechos Humanos a
través del art. 2.1 del Protocolo 7, que ha reconocido explícitamente el derecho al recurso, en estos tér-
minos: «Toda persona declarada culpable de una infracción penal por un tribunal tendrá derecho a que la
declaración de culpabilidad o la condena sea examinada por una jurisdicción superior». La Convención
Americana sobre Derechos Humanos, por su parte, reconoce el derecho al recurso en materia penal a tra-
vés de su art. 8.2.h),lo que ha dado lugar al desarrollo por la Corte Interamericana de Derechos Humanos
del denominado derecho al doble conforme, a partir de la Sentencia de 23 de noviembre de 2012, en el
caso Mohamed v. Argentina, Serie C, núm. 255, párrafo 92. En materia probatoria, la Corte ha señalado
en dicha sentencia (párr. 100) que «[e]llo requiere que pueda analizar cuestiones fácticas, probatorias y
jurídicas en que se basa la sentencia impugnada, puesto que en la actividad jurisdiccional existe una inter-
dependencia entre las determinaciones fácticas y la aplicación del derecho, de forma tal que una errónea
determinación de los hechos implica una errada o indebida aplicación del derecho. Consecuentemente,
las causales de procedencia del recurso deben posibilitar un control amplio de los aspectos impugnados
de la sentencia condenatoria». Más allá del nivel regional, también el art. 14.5 del Pacto Internacional de
Derechos Civiles y Políticos reconoce explícitamente el derecho al recurso, en el ámbito penal, en estos
términos: «Toda persona declarada culpable de un delito tendrá derecho a que el fallo condenatorio y la
pena que se le haya impuesto sean sometidos a un tribunal superior, conforme a lo prescrito por la ley».
LA MOTIVACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 191
62
En este sentido, véanse IACOVIELLO, 1997: 8; GASCÓNABELLÁN,1999: 202; LOPES,2011: 89.
TARUFF0(1975: 400) habla incluso de la motivación corno «condición de "jurisdiccionalidad" de los
mandatos del juez, en el sentido de que los mismos constituyen expresión de la jurisdicción cuando se
encuentran motivados». También UBERTIS(2002: 16-20), de forma más general, considera el respeto
del debido proceso corno una condición necesaria para que pueda hablarse de jurisdicción.
63
En el mismo sentido, RoBERTS,2011: 215, al que me remito también para la jurisprudencia
inglesa allí citada. Vale la pena citar de nuevo la Sentencia de la Court of Appeal inglesa en el caso
Flannery v. Halifax Estate Agencies Ltd., en la que se considera el deber de motivar las decisiones corno
«una función del debido proceso y, por ello, de la justicia» (1999) 149 NLJ 284.
64
En este sentido, TARUFF0(1975: 361) ha considerado el deber de motivación corno una «ga-
rantía de controlabilidad democrática sobre la administración de justicia». Véanse también, en la misma
línea, NIETO,2000: 165; TARUFF0,2009b: 518-519; ALISTESANTOS,2011: 156-157. Las dos funcio-
nes de la motivación, endoprocesal y extraprocesal, pueden encontrarse también en la jurisprudencia
inglesa sobre el deber de motivar. Al respecto, véanse la presentación y las sentencias citadas en Ho,
2000: 47-50.
192 JORDI FERRER BELTRÁN
65
Sentencia V. R. P., V.P. C. y otros v. Nicaragua, de 8 de marzo de 2018, párrafos 254-255. La
vinculación entre la prueba como mecanismo para la averiguación de la verdad, la motivación y el de-
bido proceso puede encontrarse también en TARUFFO, 2009c: 134-137.
66
Para esta concepción de la prueba, solo sería posible la motivación como explicación del iter
mental que ha llevado al juzgador a adquirir la creencia. Sin embargo, en tanto que explicación, ella
no tiene ningún valor justificativo de la decisión, tampoco ninguna utilidad a los efectos de dotar de
sentido y hacer posibles los recursos, porque un tribunal superior lo máximo que podrá decir es que su
creencia es otra y manda más (que es lo que sorprendentemente dijo el Tribunal Constitucional español
en su Sentencia 124/1983, FJ !.º). Queda la posibilidad de entender la motivación como explicación
de los motivos que han llevado a tener la creencia. Más allá, sin embargo, de que una explicación de
ese tipo no tiene el menor interés para las funciones de la motivación que he presentado, sucede que el
funcionamiento de nuestro cerebro en el proceso de adquisición de creencias es, a día de hoy, opaco a
nosotros mismos: solo muy superficialmente podemos explicar qué nos ha llevado a tener una creencia
LA MOTIVACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 193
y, a veces, no somos capaces de hacerlo en absoluto. En ese proceso intervienen nuestro background,
nuestras experiencias vitales, nuestros prejuicios y sesgos, nuestra ideología, etc., en un modo que no
somos capaces de reconstruir. Por ello, si «está probado que 'p'» significa que el juzgador se convenció
(adquirió la creencia) de que 'p', entonces no tiene sentido exigir motivación ni como explicación ni
como justificación.
67
Vale la pena recordar que la Sección 2." del TEDH ya se había pronunciado sobre el caso, en
Sentencia de 13 de enero de 2009, en cuyo párrafo 65 se afirma que «[e]l hecho de que los miembros
del jurado, que no son jueces profesionales, basen su veredicto en su convicción personal y no se les
exija motivar su decisión significa que no están vinculados por ninguna jerarquía entre los tipos de
pruebas que tomen en consideración. Sin embargo, esta regulación procesal no permite comprobar
si la convicción se basó de forma significativa en pruebas no derivadas de fuentes anónimas» (dado
que la policía había relatado la existencia de un testigo de cargo anónimo, que no fue examinado en el
proceso penal que dio origen a la sentencia del TEDH). Aunque la sentencia no es muy clara al respecto,
de ello parecía implicarse la obligación de motivar los veredictos de los jurados, lo que dio lugar a que
Bélgica aprobara en este sentido una reforma de las reglas del proceso penal. El Gobierno belga solicitó
posteriormente la remisión del asunto a la Gran Sala del TEDH, que dictó en 2010 la sentencia indicada
en el texto, estableciendo que el Convenio no requiere la motivación de los veredictos del jurado. Sobre
la Sentencia del caso Tm:quet c. Bélgica y la obligación de motivar los veredictos, pueden verse, entre
otros trabajos: ROBERTS,2011; TRAMAN,2011: 613 y ss.; COEN,2014; Mat. C0HEN, 2016: 422 y ss.;
JACKS0N,2016: 296 y ss.; C0EN y D0AK, 2017: 795 y ss.; NARDELLI,2019: 215 y ss.; BLOM-C00PER,
2019: 48 y SS.
68
Es significativo que las dos sentencias, de una llamativa similitud argumentativa, inician su
motivación destacando el número de Estados firmantes de los respectivos convenios internacionales
de derechos humanos que cuentan con tribunales de jurado y su tipología. Es evidente que cuántos
194 JORDI FERRER BELTRÁN
Estados tengan ese tipo de sistema de enjuiciamiento no dice nada sobre su adecuación a los derechos
reconocidos en aquellos convenios, pero sí, en cambio, ofrece una imagen de lo costoso que pudiera
ser declararlo inconvencional. Por ello, ambas sentencias consideran que es competencia de los Estados
decidir sobre el diseño del proceso judicial y, en especial, si optan por atribuir a jueces profesionales o
a jurados populares la competencia de tomar decisiones sobre los hechos, siempre que se respeten los
derechos reconocidos en las respectivas Convenciones internacionales. No forma parte del cometido
del TEDH ni de la Corte IDH, dicen ambas sentencias, uniformar los sistemas de administración de
justicia de los Estados firmantes de aquellas Convenciones. Siendo esta autolimitación muy razonable,
lo que es más discutible es que para validar los diversos sistemas de enjuiciamiento por jurado vigentes,
tanto el TEDH como la Corte IDH hayan optado por excepcionar su propia doctrina sobre el derecho
a una decisión motivada y basada, añado yo, en estándares de prueba intersubjetivamente controlables.
Argumentaré enseguida en el texto esta posición.
69
Dicho artículo fue derogado, después de la sentencia de la Sección 2.' del TEDH de 2009, por
la Ley 2009-12-21/14, relativa a la modificación de la Cour d'Assises. El vigente art. 327 del Código de
Instrucción Criminal, resultante de la modificación introducida por aquella ley, establece que «[a]ntes
de comenzar la deliberación, el presidente dará lectura a la instrucción siguiente, que estará también
colgada en grandes caracteres en el lugar más visible de la sala de deliberaciones: "La ley prevé que no
se puede pronunciar una condena salvo que resulte de los elementos de prueba admitidos que el acusado
es culpable más allá de toda duda razonable de los hechos que le son imputados"».
70
Su dicción literal era: «Al quedar solos los jurados, el presidente les hará la siguiente adverten-
cia que debe estar escrita con gruesos caracteres y fijada en la pieza en que se reúna el jurado: "La ley
no pide a los jurados cuenta de los medios por los cuales han llegado a formar su convencimiento, ni les
prescribe reglas de las cuales deban deducir especialmente la certeza de los hechos. Ella les prescribe
solamente interrogarse a sí mismos, y buscar en la sinceridad de su conciencia qué impresión han hecho
en su razón las pruebas producidas en contra y en defensa del acusado. La ley no les dice tendréis por
verdad tal hecho afirmado por tal número de testigos, ella no les hace sino esta sola pregunta, que resu-
me todos sus deberes: ¿Tenéis una íntima convicción?"».
LA MOTIVACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 195
Estas regulaciones, en las que el jurado toma la decisión sobre los he-
chos sobre la base de su íntima convicción y sin motivación, no parecieron
sin embargo contrarias al debido proceso al Tribunal Europeo de Derechos
Humanos ni a la Corte Interamericana de Derechos Humanos. El primero, en
estos términos:
[E]l Convenio no exige que los jurados motiven su decisión y[ ...] el art. 6
no se opone a que un acusado sea juzgado por un Jurado popular ni siquiera en
el supuesto de que su veredicto no esté fundamentado. Sin embargo, para que
se cumplan las exigencias de un proceso justo, el público y, en primer lugar,
el acusado, debe poder comprender el veredicto que se ha emitido. Esta es una
garantía fundamental contra la arbitrariedad 71 .
La Corte Interamericana llegó a la misma conclusión, afirmando lo si-
guiente:
[L]a falta de exteriorización de la fundamentación del veredicto no vulnera
en sí misma la garantía de la motivación. En efecto, todo veredicto siempre
tiene motivación, aunque como corresponde a la esencia del jurado, no se ex-
presa. Pero el veredicto debe permitir que, a la luz de las pruebas y el debate
en la audiencia, quien lo valora pueda reconstruir el curso lógico de la decisión
de los jurados, quienes habrían incurrido en arbitrariedad en el supuesto en que
esta reconstrucción no fuera viable conforme a pautas racionales 72 .
Finalmente, aunque el TEDH no se pronunció expresamente sobre la ínti-
ma convicción como criterio de decisión probatoria, sí lo hizo, en cambio, la
Corte IDH:
La íntima convicción no es un criterio arbitrario. La libre valoración que
hace el jurado no es sustancialmente diferente de la que puede hacer un juez
técnico, solo que no lo expresa 73 .
71
Sentencia de la Gran Sala, Taxquet c. Bélgica, de 16 de noviembre de 2010, párrafo 90.
72
Sentencia V. R. P., V. P. C. y otros v. Nicaragua, de 8 de marzo de 2018, párrafo 259. En este
punto la Corte menciona la doctrina coincidente del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, en par-
ticular el caso Saric c. Dinamarca, núm. 31913/96. Decisión de admisibilidad de 2 de febrero de 1999,
pp. 14-15.
73
Sentencia V. R. P., V. P. C. y otros v. Nicaragua, de 8 de marzo de 2018, párrafo 262. No es cla-
ro, entonces, si en atención a esto último un sistema de enjuiciamiento penal por jueces profesionales
basado en la íntima convicción y sin motivación se consideraría también acorde con la Convención
Americana sobre Derechos Humanos, con la condición de que se pudiera reconstruir (imaginar) el
razonamiento que llevó al juez a decidir a partir de las pruebas presentadas. Y si no se acepta esto, la
Corte debería argumentar cuáles son las diferencias que sí lo hacen acorde en el caso del jurado. En
todo caso, en la SentenciaLori Berenson Mejía v. Perú, de 25 de noviembre de 2004, párrafos 178-179,
la Corte IDH ya había considerado acorde con la Convención el criterio de valoración de la prueba
«en conciencia» por parte de jueces profesionales, en un sentido totalmente opuesto a cuanto estoy
defendiendo en este libro. En Taxquet c. Bélgica (párr. 91), el TEDH sí hace una explícita mención a
la obligación de motivar por parte de los jueces profesionales, sin que en mi opinión se pueda justificar
que el derecho de las partes a conocer las razones de la decisión exista solo si el juzgador de los hechos
es un juez profesional y no si es un jurado. La tensión entre el derecho a una decisión judicial motivada
y la institución del jurado se puede ver claramente también en algunas legislaciones procesales. Como
ejemplo, véase lo que establece el art. 106 del Código Procesal Penal de la Provincia de Buenos Aires:
«Las sentencias y los autos deberán ser motivados, bajo sanción de nulidad. [...] En el caso del juicio
196 JORDI FERRER BELTRÁN
por jurados las instrucciones del juez al jurado constituyen plena y suficiente motivación del veredic-
to» (cursiva añadida). Es evidente que las instrucciones del juez al jurado (reguladas en el art. 371 ter.)
no pueden ser la justificación del veredicto, aún no producido, por lo que en realidad lo que se hace
es eximir al jurado del deber de motivar sus decisiones y establecer con ello una excepción al derecho
del ciudadano de tener una decisión motivada: un incumplimiento, en definitiva, de la garantía del
debido proceso. Si se me permite la reflexión, quizá hay algo común entre la instauración del juicio
por jurados en Inglaterra a través de la Carta Magna otorgada por Juan I de Inglaterra y la instauración
relativamente reciente en muchos de los países de habla española: una huida ante el descrédito de la
administración de justicia. El problema es que, en términos de garantías procesales y de razonamiento
probatorio, esa huida no mejora la situación, sino que únicamente cambia los sujetos que toman las
decisiones sin justificación. Nos conviene mejorar la administración de justicia y garantizar el debido
proceso, no huir de ellos.
74
Que, en el caso de la Sentencia V.R. P, V. P C. y otros v. Nicaragua, de la Corte Interamericana
de Derechos Humanos se hace patente incluso internamente en la propia sentencia. Puede verse un
análisis más pormenorizado de esta sentencia en FERRERBELTRÁN,2020.
75
Aunque fuera posible llevar a cabo ese tipo de especulación, una cosa es que conociendo las
pruebas presentadas pueda llegar a imaginarse qué razones podrían hipotéticamente fundamentar la
decisión y otra muy distinta que esas sean las razones que, de hecho, haya tomado en cuenta el jurado.
Sin un veredicto motivado se menoscaba la función endoprocesal de la motivación (i. e., permitir a las
partes fundar un recurso y al tribunal superior controlar la corrección de la fundamentación). Tal como
ha señalado JACKS0N(2016: 301): «Si se exigiera motivar los veredictos habría al menos una base para
someter a escrutinio en cada caso si el jurado ha ofrecido una justificación racional para el veredicto».
En el mismo sentido, LrPPKE,2009: 318; CoEN y DüAK, 2017: 794.
LA MOTIVACIÓN DE LAS SENTENCIAS EN MATERIA DE HECHOS ... 197
76 . En el mismo sentido, entre otros, GASCÓN ABELLÁN,2005: 138; LAUDAN,2006: 104; AccA-
TINO,2011: 484; SCHIAVO,2013: 28; VIALEDEGIL, 2014: 146; TUZET,2020: 94; PEIXOTO,2021: 71.
77 Véase FERRAJOLI, 2000: 132 y SS.
78 Como sostiene la propia Corte IDH, entre otras, en la Sentencia Claude Reyes y otros v. Chile,
80
Por ello, me parece equivocado el punto de vista de lACOVIELLO (2006: 3874 y ss.), quien
considera que los sistemas procesales que imponen la motivación de las decisiones no necesitan de
estándares de prueba. Una lectura atenta de los argumentos de Iacoviello, en cambio, permite observar
que el autor italiano incluye dentro de las exigencias de la motivación (para el proceso penal, en su
caso) los criterios de suficiencia probatoria que serian propios de un estándar de prueba. Así, parece no
necesitarse propiamente de un estándar de prueba, pero ello es debido a que su contenido se ha incluido
ya en los requerimientos a motivar. Por mi parte, estimo más clara una concepción de la motivación
que valga para cualquier decisión probatoria y remita al estándar de prueba aplicable las condiciones de
suficiencia probatoria cuya satisfacción deberá justificarse.
st C. ENGEL, 2009: 435. Desde luego, la irresponsabilidad cabe extenderla a todos los sistemas
que no exijan la motivación de las decisiones.
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82
Véanse FERRERBELTRÁN,2002: 90 y ss.; id., 2006: 294 y ss.; L. J. COHEN, 1989a, 1991 y
1992.
83
L. J. CoHEN, 1989: 368; id., 1992: 4. Pueden encontrarse en la literatura filosófica otras deno-
minaciones para hacer referencia (con algunos ligeros matices) a la misma actitud proposicional. A títu-
lo de ejemplo vale la pena mencionar las de «creencia pragmática» (KANT, 1781-1787: A-824/B-852),
«asentimiento» (DESousA, 1971) o «consideración como verdadero» -holding as true- (ULLMANN-
MARGALITy MARGALIT,1992). Dado que el análisis de los matices diferenciadores no es el objeto
principal de este trabajo, evitaré entrar en ellos y asumiré la noción de aceptación de Cohen. Vale la
pena no obstante, aunque solo sea por la relevancia clásica del autor, observar el parecido de la noción
de «creencia pragmática» que usa Kant con la noción de «aceptación» que adopto. Así, dice Kant que
«[e]l médico tiene que hacer algo ante el enfermo en peligro, pero no conoce la enfermedad. Observa
los síntomas y decide, a falta de mejores conocimientos, que se trata de tisis. Su creencia, incluso en su
propio juicio, es meramente accidental, ya que otro podría tal vez efectuar una estimación más acertada.
Esa creencia, que es accidental, pero que sirve de base al uso real de los medios para ciertos actos, la
llamo creencia pragmática» (KANT,id; la cursiva es del autor). Una lectura atenta del pasaje muestra
que en esa noción de creencia pragmática ya están presentes los elementos de voluntariedad (porque se
«decide»), contextualidad (accidentalidad) y uso en ámbito práctico.
84
En este sentido, entre otros, COHEN,1989: 369; VANFRAASSEN, 1989: 192; BRATMAN,1992:
10 y ss.; ULLMANN-MARGALIT y MARGALIT,1992: 177 y SS. Recordemos que en el razonamiento pro-
batorio pueden operar, por ejemplo, presunciones que acaben produciendo que se acepte un hecho
(incorporándolo como premisa al razonamiento) por razones normativas y no epistémicas.
85 STALNAKER, 1984: 80-81. También en este sentido BRATMAN,1992: 4 y SS., 9 y ss.; P. ENGEL,
1998: 147.
200 JORDI FERRER BELTRÁN
86
En el sentido de que el contenido proposicional de la creencia estaría justificado, no el acto
mismo de tener la creencia (que no admite el discurso de la justificación).
87
Sí lo considera condición suficiente, en cambio, PÉREZBARBERÁ,2020b: 51. La posición de
Pérez Barberá solo puede sostenerse ignorando el papel de los estándares de prueba al aportar criterios
de justificación de la decisión sobre los hechos o bien incorporando esos criterios a la noción de creen-
cia justificada. Pero, en este último caso, se produce la confusión entre justificación puramente episté-
mica y criterios normativos de suficiencia probatoria. Aunque ambos operan en el plano justificativo de
la decisión probatoria, cuando en la literatura se habla de creencias justificadas se hace en referencia
exclusivamente a criterios epistémicos y parece oportuno por claridad hacerlo así. .
88
Ello no tiene como consecuencia, por cierto, que la fuerza ilocucionaria de un enunciado pro-
batorio del tipo «está probado que 'p'» no pueda ser descriptiva, o que sea constitutiva, como han
sostenido DEI VECCHI,2014: 254-256; NANCE,2016: 16. Si la fuerza fuera constitutiva o pertormativa,
no habría posibilidad conceptual de error. Sostener que cuando el juez profiere que «está probado
que 'p' » constituye a 'p' como probado, no deja espacio conceptual para afirmar la falibilidad del juez
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al hacerlo. En el mismo sentido, véase LAUDAN,2006: 35. Puede verse un análisis más detallado al
respecto en FERRERBELTRÁN,2002: 20-23. Que en la determinación de la suficiencia probatoria inter-
medien razones normativas no impide, por otro lado, que pueda afirmarse la fuerza descriptiva de «está
probado que 'p'». Las razones normativas cuentan para determinar el estándar de prueba, que establece
el umbral de suficiencia probatoria requerido para que pueda considerarse una hipótesis fáctica como
probada; y las razones epistémicas cuentan para determinar si, a la luz de las pruebas presentadas al
proceso, se alcanza o no ese umbral. Siendo así, nada impide sostener que es verdadero o falso que el
grado de corroboración de 'p' supera el umbral de suficiencia y, en consecuencia, que «está probado que
'p'». Un argumento en esta misma línea puede verse en PICINALI,2013.