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Libro de lecturas de apoyo para el estudio y práctica del sistema penal acusatorio en las escuelas de Derecho en México

TEMA 6:
ALEGATOS FINALES

Lecturas sugeridas
Leonardo Moreno y otros, Litigación Estratégica en el Nuevo Proceso Penal.
Andrés Baytelman y Mauricio Duce, Litigación Penal Juicio Oral y Prueba.
Roger Haydoc y John Sonsteng, Trial: theories, tactics, technique.

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Parte 2 Tema 6: Alegatos finales

Lectura 1 Recomendaciones prácticas para el alegato de clausura

En esta lectura, extraída del libro Litigación Estratégica en el Nuevo Proceso Penal, los autores desarrollan una serie de
características y recomendaciones prácticas que las partes pueden aplicar en su alegato de clausura.

d) Características y recomendaciones prácticas

No se reproducen en esta sección aquellos puntos formales que fueron sugeridos al revisar las recomendaciones del
alegato de apertura, y que puedan ser replicables en la clausura. A continuación se formula una síntesis de conside-
raciones estratégicas que es posible sugerir:

1. El alegato de clausura es una exposición en la que se dan a conocer las conclusiones sobre las pruebas
rendidas en la audiencia de juicio oral. El litigante se esfuerza en proporcionarle argumentos al tribu-
nal para que tenga por acreditada la teoría del caso que le ha sido presentada, hilando cada uno de los
detalles y cabos sueltos que fueron abriéndose durante la recepción de la prueba.
2. Se trata de mostrarle al tribunal que, desde una perspectiva lógica, solamente hay una sentencia po-
sible. Por tanto, ha de aprovecharse este momento para efectuar el “diseño” de la sentencia buscada,
indicándole al tribunal, considerando por considerando, cómo es que la prueba presentada sirve al
efecto de acreditar cada uno de los hechos controvertidos, y cómo es que se debe desechar la prueba de
la parte contraria, dado el descrédito que sufrió durante el curso del juicio.
3. Se debe incorporar un análisis de la prueba rendida, mostrándole al tribunal por qué la línea argumen-
tal expuesta ha de ser considerada correcta y, por ende, exitosa.
4. Es el momento de explicarle al tribunal la ligazón entre la prueba rendida y las proposiciones fácticas
esenciales para sostener la teoría jurídica. De allí que sea tan importante trabajar con la teoría del caso,
ya que en este momento se repasará nuevamente la conexión existente entre el relato de hechos, la teo-
ría jurídica y las proposiciones fácticas; de manera que el esquema que liga cada elemento de la teoría
jurídica con las proposiciones fácticas y la prueba rendida tendrá su máxima expresión en la clausura.
El tribunal debe formarse el convencimiento que las proposiciones fácticas han sido comprobadas a
través de los medios de prueba presentados.
5. Dentro de los argumentos, preocuparse de que estos no atenten contra el sentido común del buen ciu-
dadano. Dejar la sensación al terminar la clausura que todos los trozos que configuran el caso, y que
pueden ser interpretados en el sentido que se desea mostrar, han sido suficientes como para tener la
imagen completa de lo sucedido, más allá de toda duda razonable.
6. Recordemos que el tribunal valorará la prueba de acuerdo a las máximas de la experiencia, los prin-
cipios de la lógica y los conocimientos científicamente afianzados (art. 297 del C.P.P.). De allí que se
sugiera facilitarle al tribunal la tarea de elaboración del fallo, ofreciéndole una mirada de la prueba que
sea plausible para dictar sentencia a favor de la versión que se ha formulado (haciendo un esfuerzo final
que sea útil para el tribunal). A esas alturas ,los jueces realmente esperan una intervención que sea un
aporte concreto para el tribunal. Ese aporte estará dado entonces por la explicación de todos los cabos
sueltos que fueron quedando a través de la presentación de la prueba, de manera que se le irá expli-
cando al tribunal los aspectos principales de la apertura, la presencia de los testigos y peritos, quienes
declararon ciertos hechos, que unidos entre sí permiten llegar a tales conclusiones, etc., no habiendo
dudas sobre el particular. Desde luego, tales inferencias deben ser suficientemente fuertes para lograr
dejar establecidas las conclusiones principales.
7. Y todo lo anterior tiene que ver básicamente con el trabajo previo, con lo efectuado en la etapa de pre-
paración del juicio, puesto que el alegato de clausura no es más que la conclusión de todo un trabajo
anterior. Como señala Bergman, en el cierre el litigante debe proceder con la misma intensidad con que
ha intervenido en el caso, definiendo sus puntos principales, contemplando la posibilidad de extender-
se en puntos pendientes, sin explayarse más allá de lo conveniente. 244
8. Tomarse el tiempo para hacerse cargo de analizar la prueba propia y la de la contraparte, sin dejar fue-
ra ningún elemento relevante para el fallo, mostrando la exactitud y pertinencia de las proposiciones
fácticas.

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9. Esta es la oportunidad para entregarle a los jueces los argumentos jurídicos que permiten mirar los
hechos desde una perspectiva que les resulte cómoda, al aproximarse a la revisión de las pruebas
que han conocido en la audiencia. En este punto los jueces esperan agudos argumentos de derecho,
capaces de dar una explicación sobre la (in)suficiencia de la prueba rendida para dar por establecidos
ciertos hechos, y ello puede implicar hacer referencias a la doctrina, a los textos legales, a la jurispru-
dencia, a los tratados internacionales en materia de derechos humanos, a la historia fidedigna del
establecimiento del nuevo C.P.P., a las normas adecuatorias, etc. Por ejemplo, es el momento en que
la defensa intentará mostrarle al tribunal cómo es que la fiscalía, teniendo cinco testigos, dentro de los
cuales se encontraba la víctima, no fue capaz de acreditar la existencia del delito de robo con violencia.
Y para ello planteará que el Ministerio Público no fue capaz de identificar con exactitud las especies
aparentemente sustraídas, ya que la víctima –por sus precariedades culturales y/o mala técnica de
interrogatorio– no logró explicar con nitidez qué fue lo que le habría sido sustraído, cayéndose con
ello el elemento ajenidad de la cosa, y explayarse en argumentaciones doctrinarias relativas al punto.
O argumentar que la violencia no tiene la entidad suficiente como para entender que se ha derribado
la esfera de protección propia, etc.
10. Por último, la argumentación del alegato de clausura es esencialmente una cuestión de estilo personal.
Lo importante es que el litigante sepa conocer con antelación y sinceridad su propio estilo, evitando
sobreactuar o imitar, pues de lo contrario afecta la naturalidad, gestualidad y espontaneidad que se
espera de un buen orador.

244 BERGMAN, op. cit., p. 259.

Rojas, H., Moreno, L., Blanco, R., Decap, M. (2005). Litigación Estratégica en el Nuevo Proceso Penal. (pp. 249-251). Santiago de Chile: Lexis Nexis.

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Lectura 2 Estrategias para exponer el alegato de clausura

En esta lectura, tomada del libro Litigación Penal Juicio Oral y Prueba, Baytelman y Duce sugieren estrategias para la
exposición del alegato de conclusión; en particular los autores enfatizan la distinción entre las pruebas directas o
indiciarias, con las que se pretende acreditar determinado hecho de la teoría del caso.

c) Prueba indiciaria y prueba directa

Un área principal de trabajo para las conclusiones está constituida por la prueba indiciaria (por oposición a prueba
directa). La prueba es directa cuando no exige proceso de razonamiento alguno para concluir, desde ella, la propo-
sición fáctica: si el juzgador cree en la autenticidad de la prueba, la proposición resulta probada sin más. Este es el
caso, por ejemplo, del video que muestra a un sujeto igual al acusado entrando al banco con un M-16 en la mano. Si
el juez cree que el video es auténtico, entonces no requiere de razonamiento alguno para dar por acreditada la pro-
posición fáctica “una persona igual al acusado entró al banco con un M-16”. Por supuesto, eso deja a salvo otras pro-
posiciones fácticas que este video no alcanza a probar de manera directa y de las que, sin embargo, podrá ser prueba
indiciaria: “el banco fue efectivamente robado”, “la fecha del robo fue ...”, “el acusado robó el banco”, “el M-16 era
un arma verdadera”, “el acusado fue quien robó el banco y no su hermano gemelo”. Pero, respecto de la proposición
fáctica “una persona igual al acusado entró al banco con un M- 16”, el video constituye prueba directa: si el tribunal
cree en la autenticidad del video, entonces la proposición fáctica resulta acreditada de manera automática.

Respecto de la prueba directa, entonces, no tendremos que sugerir al juzgador ningún razonamiento a través del cual
llegar a la conclusión que proponemos, pero sí tendremos que preocuparnos de asentar la autenticidad y credibilidad
de dicha prueba.

La prueba indiciaria (o circunstancial, o indirecta) es aquella que, para demostrar una proposición fáctica, no le
basta dar por auténtica la pieza probatoria, sino que requiere la mediación de razonamiento judicial, por lo general
bajo la forma de una inferencia lógica. Así ocurre, por ejemplo, cuando acreditamos que la huella dactilar del acu-
sado está en el arma homicida: el juez todavía requiere inferir la conclusión de que “entonces el acusado lo hizo”, y
justificar dicha inferencia.

De esta suerte, el carácter persuasivo de la prueba indiciaria depende no solo de su credibilidad, sino también de la
fuerza de la inferencia. Volvamos al caso del Dalí, que revisábamos a propósito del capítulo de teoría del caso: el
testimonio de don Agustín en el sentido de que Martita le dijo “este cuadro es original” constituye prueba directa
de la proposición fáctica “ella pronunció esas palabras”: si el juzgador cree al testigo (don Agustín) respecto de este
punto, la proposición fáctica resulta acreditada. No obstante, respecto de otras proposiciones fácticas –por ejemplo
“Martita engañó a don Agustín”– es, en el mejor de los casos, prueba indiciaria: el juez tiene que intercalar una
inferencia que le permita extraer dicha conclusión. Esta inferencia, en este caso, tal vez requiera ser construida con
auxilio de otras proposiciones fácticas a su turno acreditadas (todas las cuales, seguramente, van a constituir indicios
de esta misma conclusión. Por ejemplo: “Martita sabía que era falso”, “Martita le comentó a su contador lo fácil que
sería vender esa reproducción como un original”, etc.). El peritaje que dice que US$20.000 es lo que valdría ese Dalí
original y no la reproducción solo es prueba directa de la proposición fáctica “este Dalí original vale US$20.000”.
Sin embargo, respecto de la proposición fáctica “don Agustín creía estar pagando un Dalí original” es puramente
indiciaria: para que el juez la dé por acreditada debe intercalar una inferencia lógica del tipo “si don Agustín pagó
ese precio es porque creía estar comprando el original”; esa inferencia (conclusión), requiere echar mano de una
premisa intermedia del mundo del sentido común, del tipo “las personas solo están dispuestas a pagar aquello que
creen vale el precio”.

Ambos casos ilustran el punto: la fuerza de la prueba indiciaria no solo depende de la credibilidad de la prueba, sino
de la calidad de la inferencia. En el caso de la prueba indiciaria, esta solo acredita la proposición fáctica que sirve de
premisa al silogismo; pero todavía si el proceso deductivo o inductivo es débil, el razonamiento en su conjunto cae.
Como la prueba indiciaria exige que el razonamiento construya –y justifique– una premisa intermedia que casi siem-

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pre pertenece al mundo de las máximas de la experiencia o del sentido común, una de las más típicas debilidades de
la argumentación en torno a la prueba indiciaria está, precisamente, en esa premisa intermedia: la pretensión de que
cierta premisa pertenece a dichas máximas de la experiencia o que es exigida por el sentido común.

Volvamos a los ejemplos que dábamos. Veamos el silogismo en el primer caso:


Martita le dijo a don Agustín “este cuadro es original”.
Es de sentido común suponer que, si ella era dueña de la galería, debió haber sabido que el
cuadro era falso.
: Martita engañó a don Agustín acerca de la autenticidad del cuadro.

Sin embargo, ¿es cierto que “es de sentido común suponer que, si ella era dueña de la galería, debió haber sabido que
el cuadro era falso”? Tal vez Martita debió haber sabido, tal vez no. La pregunta es si es cierto que esa proposición
pertenece al mundo del sentido común y no, en cambio, que en el mundo de las galerías de arte sea posible ver de
todo: dueños de galerías que son expertos en arte, dueños que son completamente ignorantes; algunos que pasan
todo el día trabajando en la galería, otros que tienen un administrador y se aparecen por allí de vez en cuando; due-
ños que son devotos de Dalí y dueños que serían incapaces de distinguirlo de la Rana René; dueños que tienen la
galería por un genuino interés y dueños que la tienen por estatus social; dueños que la tienen hace décadas y dueños
que se acaban de iniciar en el rubro. Tal vez Martita, por dueña de la galería que haya sido, pensaba ella misma que
el cuadro era genuino; tal vez ella había pagado una cantidad muy cercana, apenas un par de meses antes. En fin,
la pregunta es si la proposición en cuestión “ella era dueña de la galería y, por lo tanto, debió haber sabido que el
cuadro era falso” es de sentido común.

No quiere decir que no sea verdadera. No quiere decir que, cuanto más la ponemos en relación con otras proposicio-
nes fácticas, más se fortalece el sentido común. La única cuestión que preguntamos es si ella, por sí sola, pertenece
al sentido común o si, en cambio, cuando se dice ello, todo lo que se quiere decir es más bien: “yo creo que ella lo
estaba engañando”.

Agreguemos más proposiciones fácticas como premisas a ese mismo razonamiento:


Martita le dijo a don Agustín “este cuadro es original”.
La galería de arte de Martita tenía una deuda de US$20.000.
Martita le comentó a su contador la semana anterior que podían conseguir fondos para
cubrir la deuda vendiendo una de las réplicas como original.
Si Martita había concebido esa posibilidad justo una semana antes, y de hecho vendió una
réplica como un original por la cantidad de dinero que debía, es de sentido común suponer que lo hizo
a sabiendas.
Martita engañó a don Agustín acerca de la autenticidad del cuadro.

En este caso, la premisa de sentido común (premisa 4) parece ser más poderosa que en el caso anterior. Una inmensa
porción de los casos penales se determina por prueba puramente indiciaria. El hecho de que la prueba sea puramente
indiciaria, en sí mismo, no disminuye un ápice su fuerza probatoria. La prueba directa no es necesariamente, por ser
directa, más fuerte que la prueba indiciaria. Y el hecho de que una prueba sea indirecta o indiciaria no quiere decir,
de ninguna manera, que su fuerza probatoria sea per se menor. Los testigos oculares, por ejemplo, suelen configurar
prueba directa, y hoy en día abundante investigación empírica muestra que el grado de certeza que un testigo exhibe
en sus afirmaciones no encuentra correlato con el hecho de que ellas sean verdaderas (en otras palabras, el hecho
de que un testigo esté muy seguro de haber visto lo que dice haber visto no significa en absoluto que, de hecho, ello
haya sido así).

Y, por otro lado, buena parte del conocimiento que guía nuestras vidas hoy en día, de lo que la ciencia sabe y de las
decisiones más relevantes de nuestra vida, se deben a pruebas indirectas: cuando el médico nos dice que tenemos
diabetes estamos dispuestos a cambiar radicalmente nuestras vidas, aun cuando el médico haya descubierto esa
enfermedad por prueba puramente indiciaria (el nivel de azúcar en la sangre, por ejemplo). Cuando llegamos a
nuestra casa y vemos la ropa de nuestra señora desparramada por el suelo, lo mismo que un traje de hombre que no

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reconocemos, y la encontramos a ella durmiendo en la cama mientras una voz de hombre se escucha desde la du-
cha, ¿acaso estaríamos dispuestos a que alguien nos dijera “no puedes sacar conclusiones, tienes prueba puramente
indiciaria…”?

Prueba directa y prueba indiciaria imponen exigencias distintas a la argumentación en el alegato final, pero cuidado
con esas típicas frases que se suelen escuchar de “la fiscalía tiene prueba puramente indiciaria”, porque nadie ha
dicho que el estándar probatorio – culpable más allá de toda duda razonable– no pueda ser alcanzado, superado y
completamente avasallado por la fuerza de prueba puramente indiciaria.

Especialmente cuando nuestro caso cuenta con prueba indiciaria, resulta frecuente que el razonamiento lógico que
subyace a dicha prueba se sirva de múltiples premisas, contenidas en variadas proposiciones fácticas, desperdigadas
en igualmente diversas pruebas (lo que dice este certificado, más una frase obtenida en este contraexamen, más otra
frase obtenida en ese examen directo…). El litigante ha concebido desde el comienzo una cierta teoría del caso y
una específica estrategia para probarla, parte de la cual puede no haberse hecho explícita sino hasta este momento,
el alegato final, en que va a armar el rompecabezas. Por lo tanto, el abogado –que ha tenido siempre en mente esta
teoría del caso y su estrategia– seguramente le ha hecho a los testigos muchas preguntas cuyas respuestas pueden no
haber iluminado al tribunal en su momento –aisladamente consideradas– pero que en el alegato final, puestas en re-
lación con otras o mediadas por un argumento, deben adquirir sentido dentro del caso: transformar esos pedazos de
prueba indiciaria en premisas de la inducción o la deducción cuya conclusión –vamos a argumentar– viene exigida
por el sentido común, las máximas de la experiencia o el conocimiento técnico.

Así, por ejemplo, si el defensor ha examinado al acusado acerca de su condición de zurdo y luego, más adelante en el
juicio, pone en el estrado al médico forense, quien explica que el cuchillo penetró el cuerpo de la víctima de derecha
a izquierda; en el alegato final, entonces, el abogado defensor podrá relacionar ambos trozos de información, mos-
trándole al juzgador que quien haya enterrado el cuchillo a la víctima lo hizo con la mano derecha, en circunstancias
de que su representado es zurdo.

Esto es lo que ocurre también cuando, no habiendo testigos oculares del homicidio mismo, un testigo señala que
vio al acusado alejarse corriendo del lugar. Otro señala haber visto en la escena del crimen un auto estacionado
que corresponde al del acusado. Otro, en fin, testifica haber oído al acusado amenazar de muerte a la víctima el día
anterior. Ninguno de estos testimonios prueba por sí mismo, ni de manera directa, la culpabilidad del acusado, pero
puestos en relación pueden dar lugar a procesos deductivos o inductivos a través de los cuales generar convicción en
el tribunal. Pocas labores son más valiosas que ésta en el alegato final.
Baytelman, A. y Duce, M. (2004). Litigación Penal, Juicio Oral y Prueba. Cap. X. (p., s/n.).
Santiago de Chile: Universidad Diego Portales.

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