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CHIARAMONTE - “NACIONALISMO Y LIBERALISMO EN ARGENTINA

(1860-1880)” | teórico
Durante el siglo XIX, pese al creciente auge de la economía clásica inglesa, puntos de vista
(neo)mercantilistas persisten en la política económica de muchos Estados que se resisten al
liberalismo; e incluso vuelven a imponerse en otros donde aquel había triunfado.

Este es el caso argentino, en donde surgieron numerosas tendencias proteccionistas frente


a la creciente presión europea (específicamente británica) que logró horadar el monopolio
ibérico en las colonias rioplatenses.

El proteccionismo fue una constante en la política económica de esta región, como actitud
defensiva de los productores locales ante la competencia de las mercancías extranjeras.

A pesar de lo descrito, la tendencia liberal no logró ser evadida y, a partir de 1809, la


libertad para el comercio con los ingleses decidida por el virrey Cisneros así como
las posteriores políticas de los gobiernos criollos terminaron de impulsar el proceso
de liberalización del comercio exterior rioplatense.

Este proceso satisfacía los intereses del litoral ganadero y agrícola, cuyas
producciones reclamaban cada vez con más fuerza el acceso a los mercados exteriores, a
la vez que hería a aquellos sectores productivos del interior que no podían resistir la
competencia de las industrias europeas.

El liberalismo se impuso, de este modo, como principal doctrina económica en la


región; así, durante el período independiente (y hasta la Ley de Aduanas de 1835),
predominan, con algunas variaciones no fundamentales, las tarifas bajas a las
importaciones y una política tendiente a conciliar los principios liberales con las necesidades
del fisco.

Esta política librecambista, plena o moderada, practicada por los sucesivos


gobiernos con sede en Buenos Aires, afectó gravemente al comercio y a muchas de
las producciones del interior. Surgieron, entonces, numerosas reclamaciones y
protestas de distintos sectores productivos. Los agricultores de Buenos Aires solicitaron,
por ejemplo, en 1835, que se dupliquen los derechos de importación de los trigos y harinas
extranjeros. En este caso, los agricultores fueron mesurados en sus peticiones y prudentes
en sus críticas al librecambio, lo que no sería ajeno a las políticas durante el primer
gobierno de Rosas. En algunos casos, las expresiones adversas al liberalismo irían más
lejos.

En función de esto, es posible argüir que el proteccionismo (tendencia político-económica


que hace de los gravámenes al comercio exterior un medio de defensa de la producción
local frente a la competencia exterior) varía su significación según los intereses del
sector que lo promulgue: puede ser expresión de intereses corporativos o de
intereses de clase. Asimismo, en cuanto a su adopción por los gobernantes, la mayoría de
las veces éste fue un simple recurso de equilibrio político, dada la especial incidencia
de los aranceles aduaneros en las relaciones internas del país. Así, la Ley de Aduanas de
1835 fue más un intento de restablecer el equilibrio político amenazado por la rebelión de
los caudillos provinciales ante el librecambio.
El proteccionismo en la Argentina independiente tuvo manifestaciones restringidas a
los intereses de ciertos sectores específicos. Ninguna expresión, no obstante, anterior a
1875 logró concebir una real política de desarrollo económico nacional basado en la
industrialización; no había ninguna fuerza social en condiciones de lograr tal objetivo.
Ni siquiera la política económica de Rosas (incluso la Ley de Aduanas de 1835) podría
ser considerada “proteccionista”, ya que no fue manifestación de política
industrialista. Esto se debe, según varios teóricos, a que el objetivo de Buenos Aires (tanto
bajo gobiernos unitarios como, en este caso, pretendidamente federales) siempre fue
someter y sojuzgar a las provincias interiores. El librecambio, en este sentido, beneficia
ampliamente a los sectores agrícolas y ganaderos de Buenos Aires; los mantiene en la
cumbre del escalafón socioeconómico.

Como se explicó anteriormente, entonces, la Ley de Aduanas de 1835 no expresa más que
la intención de mantener el equilibrio político frente a los numerosos conflictos tanto al
interior de la provincia de Buenos Aires como al exterior en su relación con las demás de la
Confederación. El gobierno de Rosas, librecambista por naturaleza, debió apelar
momentáneamente al proteccionismo; mas, con el correr de los años, los aranceles de 1835
perdieron su eficacia al compás de la inflación. De este modo, el predominio británico en el
comercio rioplatense siguió imperdurable.

Hacia los años 70, sin embargo, las cosas habían cambiado; no mucho pero lo
suficiente como para ver aparecer el primer movimiento político argentino que sustenta un
programa de nacionalismo económico; todo esto, en el marco de los debates de 1875 y
1876 sobre la Ley de Aduanas. En este contexto, los debates parlamentarios llegaron
mucho más lejos de lo previsto, generando una significativa inquietud en el país al poner en
tela de juicio la oficialidad del librecambio como doctrina económica. Aquí, el
proteccionismo aduanero se puso de nuevo en el centro de la discusión; esta vez, de
la mano de una aguda cuestión: la de la dependencia del exterior.

Hasta ese momento, el nacionalismo fue patrimonio de reducidos círculos intelectuales,


aspiración latente en el pueblo en el marco de un país con acentuada dispersión geográfica
traducida en fuertes regionalismos. La llamada “Organización Nacional” no fue más que la
unificación de un país al compás de las necesidades europeas de ampliar los mercados. En
este contexto, el programa nacionalista integral de la Generación del 37 quedó, en gran
parte, relegado y sustituído por su antítesis: la creciente dependencia respecto del exterior.

En este marco, las advertencias de líderes proteccionistas de fines de la década de


los setenta tuvieron una amplia resonancia, sobre todo al ser lanzadas en medio de
una fuerte crisis económica. Sin embargo, perdieron interés rápidamente a la luz de la
pronta recuperación.

La burguesía argentina, fundamentalmente terrateniente y comercial, era por naturaleza


enemiga del proteccionismo. El sector industrial, por su parte, era demasiado débil como
para sustentar tamaño proyecto político. En la debilidad y el carácter de la burguesía
argentina de fines del siglo XIX están las razones fundamentales de su fracaso
histórico; una clase social cuyo crecimiento y maduración fue frustrado cuando parecía
poder llegar al punto de lograr mayores frutos por la aparición del capital financiero europeo.

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