Está en la página 1de 7

LA REACCIÓN IMPERIAL CONSERVADORA

Contexto

Tras la primera presidencia de José Batlle y Ordóñez, signada por la


violencia de la agitación política y la guerra civil, el mandato de Williman logró
construir un verdadero clima de “paz social”, amparada en el uso extendido del
aparato represivo estatal. Durante su segunda administración, la agitación
política regresará protagonizada por el movimiento obrero, manifestando el
descontento de las clases populares urbanas, en creciente proceso de
masificación y politización. El apoyo oficial al movimiento huelguista y la
organización de los trabajadores, enfrentarán al batllismo con el capital imperial,
así como sus leyes laboristas y proyeccionistas, se granjearán apoyos y
resistencias diversas en los distintos sectores de la economía nacional.

Los intereses imperiales

Para finales del XIX y principios del XX, capitales extranjeros,


principalmente británicos y alemanes, controlaban el grueso de los servicios
públicos, parte esencial de la banca y el capital importador, y era(n)1 el gran
proveedor de fondos para el Estado uruguayo. El reformismo batllista buscó
cambiar parte de la matriz de esta relación de dependencia, y solidificar el
aparato estatal. Para ello, se valió de la nacionalización de los servicios, el
proteccionismo aduanero, y la creación de monopolios públicos.

De acuerdo con Julio Louis, Batlle y su partido impulsan una política


parcialmente antimperialista, pues atacan al imperialismo británico y al alemán –
con intereses en el Uruguay- y apoyan al naciente imperialismo norteamericano.
Las características propias de un país pequeño y joven como el Uruguay, no
hubieran posibilitado el llevar adelante políticas de esa índole sin contar con el
apoyo de una potencia.

La oposición al reformismo llevada adelante por los agentes del


imperialismo europeo tenía como núcleo al Banco de Londres y el periódico The

1El plural me pertenece


Montevideo Times. Sus reivindicaciones se engloban en la órbita de la defensa
del libre comercio, en oposición al “estado empresario”, y contra el perjuicio
generado a las inversiones británicas (Capital clasificado como “civilizador”,
desarrollador de la nación, constructor de sus cimientos).

Por su parte, los Estados Unidos no manifestaron tan abiertamente su


indignación, limitándose a un desacuerdo moderado frente al intervencionismo
estatal en la economía. Los intereses del capital norteamericano eran aún
incipientes en la economía nacional, y el reformismo damnificaba
mayoritariamente a sus competidores en la región.

El punto de resistencia donde confluyeron europeos y norteamericanos


frente al reformismo, fue su marcado anticlericalismo y apoyo a la organización
de las masas obreras. Esta peligrosa tendencia hacia el “socialismo”, fue objeto
de duras críticas a través de la prensa y las embajadas imperiales. Según Barrán
y Nahum, en materia de ciencia política, la caracterización del gobierno de Batlle
y el tratamiento hacia el reformismo como procesos de radicalización de la
política nacional, evidencian el poco “margen de maniobra” con el cual el
Uruguay, nominalmente independiente, contaba para dirigir su economía en el
escenario global.

Las clases conservadoras nacionales

En esta categoría se puede identificar a tres grupos:

1) El alto comercio importador: Integrado por nacionales y extranjeros,


ligado al mundo de las finanzas por el Banco Comercial, es una de las
bases de la sociedad conservadora y férreo opositor al reformismo. A
favor del librecambismo, verá comprometidos sus intereses con la
nacionalización de los servicios, el fomento a la política industrial nacional
que conllevará como consecuencia más inmediata el establecimiento de
políticas proteccionistas frente al producto extranjero. La tenaz defensa
del capital imperial que llevó a cabo este sector de la economía, constituye
una prueba de que no existían diferencias apreciables entre los intereses
del imperialismo y la burguesía portuaria.

2) Los fuertes industriales: Centrados en el mercado interno, reaccionaron


de manera ambigua ante las propuestas del reformismo. Mientras que el
proteccionismo amparaba el crecimiento de este sector, las políticas
“obreristas” del batllismo comprometían sus intereses de clase. Su
postura no es concluyente frente a la política de nacionalizaciones, puesto
que afectaba de manera muy diversa al sector industrial. En líneas
generales, el proteccionismo aduanero constituyó el nexo principal entre
el gobierno y los industriales, quienes no eran ajenos a temer y criticar los
avatares del “Estado empresario” y la “radicalidad” del reformismo
batllista.

3) Los grandes estancieros: El sector que nucleaba a los terratenientes fue


principalmente resistente a la política obrerista y “tendencia socialista” de
Batlle y Ordóñez. La reacción protagonizada por los estancieros intentó
“contener” el avance de “el socialismo mal orientado” hacia el sector rural.
Los aranceles a las importaciones también generaron la crítica y molestia
del sector rural, tanto grande como medio. Así como sus intentos de
expandir la pequeña propiedad y el fomento de la agricultura. Frente a la
política de nacionalizaciones, especialmente de la banca, las posturas
variaron. Al sector productor le convenía el patrocinio estatal de las
inversiones y la garantía de las pólizas.

El “inquietismo” batllista

De acuerdo con Barrán y Nahum, una de las razones profundas que


sustentaron la resistencia de las clases conservadoras frente al reformismo fue
la falta de previsión de un horizonte claro como meta del proceso. Con la
acusación de que Batlle y Ordóñez, carecía de una finalidad coherente en cuanto
a sus proyectos políticos. Las interpretaciones que referían al “movimiento por el
movimiento”, la “falta de garantías” a futuro, e incluso la “invasión” del Estado
dentro de la esfera de la vida privada, formaban las bases de la expansión de
una reacción que concluiría con el “freno” de las reformas.

La reacción ante el obrerismo

La oposición ante las reformas laborales caracterizó a las clases


conservadoras en su conjunto. El capital imperial y la industria nacional
compartieron su repudio ante el daño económico que la reducción de la jornada,
el replanteo de los días francos, y la prohibición de trabajar a menores de 13
años significaba para sus empresas. Por otro lado, los grandes estancieros veían
como una amenaza la migración de las masas rurales desposeídas hacia la
ciudad, despoblando a la campaña y privándola de sus reservas en cuanto a
mano de obra.

Esto se veía agravado, al desarrollarse la reforma durante una etapa de


crecimiento económico y demográfico del país, que para la naciente industria y
la pujante estancia-empresa, podría significar un estadio de acumulación inicial
del capital, comparable a la situación inglesa de principios de XIX. Es decir, las
clases altas urbanas y rurales, consideraban que en esta etapa, sería necesario
extremar los mecanismos de control de la mano de obra disponible y aumentar
los caudales de fluctuación del capital inversor, en contraposición a la laxitud del
gobierno batllista y su creciente búsqueda de apoyo en las clases populares.
Para el capital imperial, la acumulación inicial constituía una etapa superada, y
por tanto, buscaba establecerse en mercados dependientes que le permitieran
escapar de la creciente regulación y aumento de costos de las economías
centrales.

La reacción ante la reforma educativa

Las políticas favorables a la movilidad social fueron blanco de la crítica de


clases altas y medias urbanas, así como de las rurales.

Para las clases altas uruguayas del Novecientos, el "populacho" debía


mantenerse en lugar y el orden establecido ni siquiera alterarse por el ascenso
social a través de la extensión de la enseñanza. "El Siglo" de 1916, propiedad
de un fuerte consorcio capitalista, sostuvo: "Pase que los jóvenes cuyos padres
poseen alguna fortuna traten de obtener un título universitario... Pero que los
hijos de las familias sin recursos desperdicien meses y años en las aulas
universitarias... no es en manera admisible". Sobre todo cuando "Podrían
aprovechar su juventud ejercitándose en tareas menos relumbrantes pero, para
la generalidad, al menos más útiles", es decir, los trabajos manuales.

El “Freno” del reformismo

El Bloque Imperial – Conservador

Barrán & Nahum establecen la unión de las clases conservadoras


nacionales y el capital extranjero enmarcado en un proceso de larga duración.
La oposición al reformismo logró nuclear en estrecha colaboración a los sectores
conservadores a pesar de sus diferencias. Así, en los momentos críticos, la
oligarquía nacional prestó apoyo electoral a los agentes del capital imperial,
mientras que estos, por su parte, otorgaron el respaldo diplomático contra un
gobierno que peligrosamente se “radicalizaba”.

Dos grandes áreas temáticas oponían a los sectores de las clases


conservadoras entre sí: la política aduanera del Estado, que los estancieros y el
alto comercio deseaban librecambista y los industriales proteccionista; y sus
intereses en materia monetaria, ya que el círculo orista, integrado por los que
dominaban el crédito a través de la banca y los préstamos hipotecarios, se
oponían a cualquier emisión de billetes que no tuviera respaldo en oro, mientras
que los estancieros y los industriales, en épocas de crisis sobre todo, deseaban
ampliar casi de cualquier manera la capacidad emisora del Banco de la
República

La no coincidencia durante las primeras etapas del reformismo de una


oposición organizada entre las clases conservadoras nacionales, permitió su
avance. Fue únicamente su unión a un mismo tiempo la que les otorgó la
posibilidad de gestar el “freno”. Para formar la amalgama entre los nacionales y
extranjeros, así como también la extensión del bloque conservador hacia las
clases medias rurales y urbanas, el papel de la prensa resultó vital. Su principal
expresión se construyó a través de los diarios “El Siglo”, “Diario del Plata” y “The
Montevideo Times”.

Los frenos imperiales al reformismo resultaron más efectivos que los


nacionales, llevados adelante a través de la presión diplomática, la prensa, la
retracción de los capitales invertidos, e incluso la amenaza de una intervención
naval. Teniendo como corolario el intento de crear un monopolio de los seguros,
la presión británica fue en escalada como medio de mantener el statuo quo de
su política colonial. Si bien el Uruguay resultaba un mercado muy pequeño en
interés, el crecimiento de la tensión en Occidente durante la articulación de la
preguerra interimperial europea incentivó a los agentes del capital británico a
endurecer su postura.

La reacción conservadora y el partidismo

Mediante la presión de las fuerzas conservadoras, se buscó debilitar el


sistema partidista nacional, prescindiendo de las divisas tradicionales para frenar
al reformismo. Esto tuvo como resultado, el fortalecimiento de la identificación
partidaria de las masas a través del nacionalismo formando en contra de la
interferencia imperial en asuntos locales, y el crecimiento de Blancos y
Colorados. El éxito más considerable frente a la acción del bloque conservador
fue la escisión de parte de los colorados, por fuera del sector de Batlle. El
nacimiento del Riverismo, cuyo primer exponente fue Pedro Manini Ríos.

El Partido Nacional

Formó parte desde un principio de la más férrea oposición al reformismo.


Tanto porque la mayor parte de su dirigencia era de extracción conservadora,
como porque el impulso reformista era de origen colorado, su competencia
tradicional. Su negativa fue sistemática en cuanto a la formación de todos los
monopolios propuestos por Batlle, así como el perfil obrerista y la intervención
estatal en la vida económica de su gobierno.

La actitud de los blancos frente al reformismo, así como sus propios


intentos de modificación sostenidos durante toda la administración Batllista,
también pueden encontrar su explicación en su resistencia hacia la hegemonía
del partido colorado. Así, además de la resistencia frente al fortalecimiento
económico del Estado, buscará desafectar lo que consideraba injerencia estatal
en la vida económica particular, y frenar el desarrollo de la infraestructura que
permitiera el arribismo de agentes promotores de la movilizad social y el
cuestionamiento al statu quo en el Interior del país.

A pesar de sufrir los embates de la reacción conservadora en sus primeros


años, logró cosechar los esfuerzos de la unión entre las clases propietarias y la
propaganda de prensa para 1916.

El Anticolegialismo

El movimiento político en el que confluyeron los intereses de todos los


grupos conservadores fue la oposición al proyecto colegialista impulsado por
Batlle. Tanto la facción riverista del coloradismo, así como colorados
independientes, el partido nacional, y los sectores conservadores nacionales y
extranjeros, unieron fuerzas para oponerse al proyecto. Esto generó una
importante polarización política que puso trabas al batllismo desde dentro y fuera
de la maquinaria estatal. El Senado, mayoritariamente anticolegialista, frenó al
reformismo, fuerte en la Cámara de Representantes, mediante el rechazo de los
proyectos y la abstención de sesionar.

Referencias

Barrán, J. P., & Nahum, B. (1983). Batlle, los estancieros y el imperio británico:
La reacción imperial conservadora 1911-1913 (Vol. V). Montevideo:
Banda Oriental.

Louis, J. (2011). Batlle y Ordóñez: Apogeo de la democracia burguesa. Del


batllismo relegado al reformismo renacido. Montevideo: Arca.

Reyes Abadie, W., & Vázquez Romero, A. (2000). Triunfo y derrota del
"orismo". En W. Reyes Abadie, & A. Vázquez Romero, Crónica General
del Uruguay (Vol. III, págs. 577-604). montevideo: Banda Oriental.

También podría gustarte