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El Otro

Darío Sztajnszrajber

Vamos a compartir unas reflexiones sobre el tema que nos convoca, que tiene como título “El
otro”. Vamos a pensar lo impensable, porque la otredad genera ese tipo de paradoja. Vamos a
potenciar las paradojas, nos gusta hacer una filosofía de las paradojas, de las aporías, una
filosofía que no resuelve sino que problematiza y el otro es casi el espíritu de toda
problematización. ¿Quién es el otro? ¿Dónde está el otro? Si el otro es lo que desborda toda
mismidad, lo que está más allá de uno mismo, ¿cómo accedo a él? ¿Cómo accedo al otro sin
que mi propia mismidad lo contamine y por ello lo desotre? ¿O será que para el encuentro con el
otro tengo que desapropiarme de mí mismo, tengo que salirme de mí mismo,
desenmismizarme? (vicio de la filosofía inventar palabras). Toda la cuestión del otro radica ahí,
en salirme de mí mismo, pero ¿es esto posible? O como dice Derrida, la filosofía no tiene que
ver con lo posible, sino con lo imposible, y entonces el otro y su imposibilidad pasan a tener otro
lugar. ¿Hay un otro? Pero, si lo hay ¿sigue siendo otro? Si al otro podemos nominarlo,
nombrarlo, comprenderlo, capturarlo, domesticarlo, normalizarlo, hacerlo propio, fagocitarlo,
comerlo, ¿sigue siendo otro? La misma o mera palabra “otro” ¿no traiciona al otro? ¿No lo
desotra? Si hay un otro, esta sería la conclusión: (podríamos terminar la charla acá) si hay un
otro, no hay otro. Eso es la filosofía: molestia, juego. Si hay un otro, hay un otro que deja de ser
otro, para que el que nomina al otro esté tranquilo, seguro y ejerza su poder, pero el otro se
desotra. El problema es que el que ejerce el poder constituye al otro de acuerdo a su imagen y
semejanza. Lamentablemente, para el poder hay un otro. Y este otro no pide permiso. Irrumpe,
dice Lévinas. Molesta. Golpea la puerta de mi casa, no cuando lo espero. Si el otro llega cuando
lo espero, ya no es un otro, lo estaba esperando, lo recibo, le doy un beso, lo hago p asar, me
hace feliz, “me” hace feliz a mí.

Pero el otro no tiene que ver conmigo, porque es otro, irrumpe y molesta, genera en mí una
perturbación y voy a hacer todo lo posible para que no moleste. Lo voy a disolver, lo voy a
constituir en lo que yo necesite para estar tranquilo, lo voy a minimizar, lo voy a "aggiornar";
pero igualmente, aunque haga todo lo que quiera, pretenda y suponga que va a funcionar, hay
un otro y, en el momento menos esperado, el otro irrumpe, está ahí. Justo cuando estoy
mordiendo el sándwich, el otro golpea y pide, solicita, reclama. Justo cuando estoy viendo el
final de la película, el otro golpea la puerta, me pide. Justo cuando estoy leyendo tranquilo el
último libro de filosofía contemporánea en el subte B, el otro viene, interrumpe, me tira la

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estampita justo donde dice la palabra "facticidad" y no me la deja leer. ¿No podías esperar a
que termine de entender el concepto heideggeriano antes de pedirme la limosna? No; el otro no
se comporta como yo quiero, el otro invade. El otro no es porque excede al ser y al no-ser,
cuestiona la lógica binaria del ser o no ser. El otro excede todo lo posible, el otro es lo imposible
¿Puedo acceder al otro? ¿Cómo hago si todo el tiempo estoy proyectando mi mismidad en el
otro, si no puedo salirme completamente de mí mismo para acceder a él? Cuando lo miro, lo
miro con mis ojos, cuando lo toco, lo toco con mis manos, cuando lo pienso, lo pienso con mis
categorías. Cuando lo toco, lo miro, lo pienso, lo "desotro" porque lo incorporo a mí. Incorporo,
lo hago mi cuerpo, "corpore". Está in-corpore. Y me siento bárbaro, porque logro comprender al
otro aunque el costo es enorme: su exterminio, su disolución. Hay violencia, la peor de las
violencias, la violencia que disuelve al otro en nombre de la comprensión, en nombre de la
racionalidad, incluso en el nombre de la democracia. Hay un otro.

¿Puedo acceder a él o le exijo todo el tiempo que se desotre para sobrevivir? Hay un problema
que puedo manifestar así: para poder vincularme con el otro, el otro tiene que dejar parte de su
otredad porque, en el vínculo, tiene que aceptar mis reglas. Si yo me vínculo con el otro,
impongo las reglas del vínculo. Entonces, si hay vínculo con el otro, ya no hay otro. No me
vínculo con él en su diferencia, en su singularidad, en lo que no tiene ver conmigo, porque ya
tiene que ver conmigo, porque hay vínculo y si hay vínculo hay concesión. Entonces la otredad
del otro, queda del otro lado de la puerta y de este lado de la puerta queda aquello con lo que me
permito vincularme. O sea, si hay vínculo, no hay un otro. Ahora, si el otro permanece como el
otro, no hay vínculo. En el primer caso hay un vínculo, pero no es con el otro. En el segundo
caso hay un otro, pero no hay vínculo. En ninguno de los dos casos me conecto con el otro. El
otro siempre me excede, por eso es un otro, porque me excede. Siempre que yo suponga que
estoy vinculado con el otro, estoy cometiendo, como mínimo, un acto de ingenuidad, porque con
lo que me estoy vinculando es con lo que estoy proyectando de mí en él. Y como máximo, un
acto de hipocresía, porque me regodeo hablando del otro y en realidad me importa poco. Me
importa lo que su otredad sume a mi proyecto de expansión. Cualquiera que habla en nombre
de otro, en algún punto, lo está traicionando.

La filosofía es un otro. Cuando a Sócrates lo condenan y lo juzgan, en la famosa “Apología de


Sócrates”, donde Platón relata la defensa que hace Sócrates frente al tribunal, Sócrates se llama
a sí mismo un extranjero. Un extranjero es un otro. La extranjería es una excelente figura de la
otredad. La filosofía habla un lenguaje extraño, es extranjera. Cualquier persona que no sepa lo
que estamos haciendo acá, y pone la oreja y escucha toda esta sarta de reflexiones dice: "Esta
gente está drogada, ¿de qué está hablando?” Eso en el mejor de los casos, en el peor de los

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casos, algo que recibo permanentemente en las redes sociales: "vayan a laburar", porque se
supone que hay una forma de trabajo normal y estamos los anormales, los que hacemos
anomalías, que es este lenguaje extranjero.

¿Por qué la filosofía es extranjera? ¿Por qué Sócrates se defiende diciendo “yo vengo a hablar
como extranjero” si está hablando el idioma que se habla ahí en Atenas? Porque el tipo de
pregunta que hace la filosofía tiene que ver con la otredad. ¿La filosofía habla del otro? No, la
filosofía es el otro. Porque la filosofía no resuelve problemas, si no que los crea. Otredad
absoluta. Se supone que la vida es un conjunto de problemas que tenemos que resolver
permanentemente. Vivimos como ese famoso cuento que Platón relata de Tales, cuando
descubre la filosofía y se la pasa mirando para arriba y se cae en todos los pozos. Entonces en el
pueblo lo llaman el idiota porque no puede resolver lo más nimio, lo más práctico de la vida -no
caerte en un pozo- por preguntarte los porqué de los porqué de los porqué. "Idiota" en griego
significa estar metido para adentro y no conectar con el sentido común. Y es un otro el lenguaje
de la filosofía porque pregunta no para responder sino que parte de las respuestas instituidas
para preguntar y con la pregunta, desarticular esas certezas que se nos presentan como últimas
y absolutas escondiendo intereses particulares.

La filosofía pregunta sin buscar respuestas. Pregunta como quien hiere, como quien molesta,
como quien muestra frente a algo cerrado y definitivo, que puede ser de otro modo. No tiene
sentido la pregunta de la filosofía. ¿Qué sentido tiene preguntarse el porqué de un vaso? Es
para tomar. ¿Cómo para tomar? Para llenarlo de líquido. ¿Y por qué? ¿Por qué hay cosas que
hay que llenar con líquidos? ¿Por qué tiene que estar contenido? Porque el líquido no se puede
agarrar. ¿Y por qué? Porque hay materiales sólidos, gaseosos y líquidos, y los líquidos vienen
así. ¿Y por qué? Porque la naturaleza vino hecha de este modo. ¿Y por qué? Por el desarrollo
evolutivo de la capas geológicas. ¿Y por qué? Porque después del Big Bang se dio una
explosión. ¿Y por qué así, con estas dimensiones, con estos colores, con estos materiales, con
estas formas, en el tiempo, en el espacio? ¿Por qué? ¿Por qué así? Si todo pudo haber sido de
otro modo. De muchos otros modos, infinitos, pero fue así. Que bajón. Nos tocó esta particular
dimensión del mundo, nos podrían haber tocado infinitas otras ¿Por qué? Ahí, llegamos ahí, no
sigue, es eso. Es la pregunta que se pelea con aquello que intenta presentarse como una
respuesta definitiva. ¿A quién le importa y le molesta la pregunta del vaso? A nadie, a alguna
empresa que fabrique vasos. El problema es que este tipo de pregunta la podes hacer con
cualquier cosa. Cualquier cosa significa que empezás con un vaso, pero terminás con las
instituciones, los valores, las certezas. En la medida en que se habilita la otredad de la pregunta
filosófica, algo se mueve. Porque da igual preguntar por el vaso que preguntarte por el porqué

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de lo que quieras. Es reconciliarte con lo improductivo de la filosofía. Esa es su otredad. Es la
pregunta que más me hicieron desde que me dedico a esto: ¿para qué sirve la filosofía? y es lo
incomprensible. Cualquiera de ustedes puede preguntar filosóficamente lo que quiera, habiendo
leído más Kant o menos Kant. La pregunta es una prerrogativa: la hacemos si queremos
sentirnos extranjeros, siqueremos sentirnos otros, reconciliarnos con algo de nuestra otredad.

¿Qué hace el sistema con la otredad de la filosofía? Hace lo que siempre se hace con el otro,
como decíamos antes. Directamente sostiene que la filosofía no sirve para nada. ¿Para qué
sirve la filosofía? Y uno dice “bueno, la filosofía se pregunta esto” o “bueno, no la vas a comparar
con ser médico, ser arquitecto, ser ingeniero, actividades útiles, productivas” ¿Por qué no?
Habría que ver la historia de la arquitectura, de la ingeniería, de la medicina y veremos desde
qué o para qué lugar se fue constituyendo el sentido de las cosas. Yo me acuerdo cuando conté
en mi casa que iba a estudiar filosofía. Hubo un llanto grave y una de las frases que me quedó
muy grabada fue “¿por qué no me tocó un hijo más normal?” La comparación que hacían en mi
casa era siempre con profesiones normales, como ser contador. Como si ser contador fuese
algo normal. Normaliza, obviamente, pero ¿qué significa lo normal en ese sentido? Hay un
lenguaje extranjero que es el de la filosofía que; o no sirve para nada o se la considera como un
juego. ¿Hacés filosofía? ¡Qué bien la pasás! O te dicen que hacer filosofía es algo improductivo:
ah, se juntan tres o cuatro a delirar. Hay una idea, un imaginario de que el filósofo es un ratón de
biblioteca, de anteojitos, solemne y aburrido, o un terrorista drogadicto.
Complejo ser terrorista y drogadicto al mismo tiempo, pero son como dos características de
esta especie de imaginario del que hace filosofía. Son formas de normalizar la pregunta molesta.
En realidad, diciendo que sos aburrido o que no se entiende nada de lo que decís o que tus
preguntas no sirven para nada, lo que se hace es desotrar a la filosofía porque la filosofía con sus
preguntas lo que hace es cuestionar, justamente, el status quo, el estado en que funcionan las
cosas. Hacer filosofía y que podamos hacerla todos, es una forma política de cuestionar lo
establecido. Y no hablo solo de la política del Estado. Hablo de la política. Me importa en este
momento aquello que el feminismo radical definía muy bien con la frase “lo personal es político”.
Lo político jugado en el hogar donde el padre le dice al hijo “¿qué vas a estudiar?” O donde uno le
dice al otro “¿qué estás haciendo? ¿Abriendo un Facebook?” Me importa el desotramiento, en ese
ejercicio de poder que se hace en lo micro, en lo doméstico. Qué palabra, ¿no? Y seguimos
hablando de doméstico,de empleo doméstico, de domesticación, de desotramiento extremo.

Hay muchas figuras de la otredad que nos ayudan a entender de qué se trata. Tengo muchas:
el tiempo, Dios, el amor. Tomemos Dios. Dios es el otro, ¿qué Dios? ¿Existe o no existe? No
importa, salgamos de ese debate, que está buenísimo, pero pensemos la cuestión de Dios
desde su definición. ¿Qué es Dios? Dios es lo otro de lo que existe más allá de todo límite, lo
que está más allá de todo lo pensable. Dios es la pregunta por si hay algo más. Es el tema que
más me interesa y cuando me pongo a hablar de Dios vienen algunos y dicen ¿qué te metés
con Dios?, es un tema de la religión, no lo profanes, como si la filosofía no hubiese tratado la

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cuestión de Dios. Hay peleas hasta por el nombre. Siempre las peleas son por los nombres. Y
entonces, más allá de la religión, definimos a Dios como lo que nos excede, como lo que está
más allá del límite. Si de algo somos conscientes como seres humanos, es de nuestros límites.
Sabemos que vamos a morir. Tratamos de reinventarnos y expandir ese límite, pero siempre
sabiendo que hay un límite, por lo que tenemos el derecho y la vocación de preguntarnos qué
hay más allá de ese límite. Pero ¿cómo no te contentás con saber que tenés límites y te dedicás
mejor a propósitos en el marco de tu mundo limitado, por ejemplo, construís puentes, jugas a la
quiniela, ves la final Argentina – Chile? ¿Para qué preguntarte si hay algo más? Y bueno,
vocación humana. Poneme un límite y yo no hago otra cosa que pensar qué hay del otro lado.
Eso es Dios: la pregunta. Después viene uno y dice “Del otro lado hay un viejito de barba
blanca, canoso, casi siempre blanco, macho y burgués” pero se llama Dios y entonces ya no es
del otro lado. Yo pregunto si hay algo más allá y vos lo metés de este lado. Todo lo que digas
sobre Dios, no es Dios. Dios es lo que escapa la posibilidad del habla, de la comprensión. Salvo
que creamos que lo comprendemos todo, entonces nosotros somos Dios. Pero no. ¿Por qué
no? Porque tenemos hambre, tenemos que ir al baño. Porque hay un otro, somos conscientes
de nuestras limitaciones. Entonces ¿hay algo más? Ahí está Dios, en la pregunta. Ahí está la
otredad, jugando como pregunta y en el valor del otro. Es independiente de las religiones, es
más, esto destartala las religiones porque las religiones no hablan en nombre de la pegunta,
hablan en nombre de la verdad, pero el otro escapa a toda verdad. El otro es como un palo en
la rueda, que no permite que ninguna verdad se instale de manera definitiva. ¿De quién hablo?
De quienes quieran, llévenlo donde quieran. De la política, del fútbol, dela casa, de las parejas.

Hablemos de las parejas. ¿Con quién es el amor? ¿Con uno o con el otro? Se supone que con el
otro. Es como mínimo entre dos. Incluso si es con uno mismo, es entre dos. Ahora, si el amor es
con el otro, el tema es cómo me vinculo con el otro. El vínculo con el otro en el amor es un vínculo
molesto, porque el otro llega con su otredad, con su diferencia. Pero uno tiene una idea del amor -
que es la que hay que deconstruir, para mí- según la cual uno parte de una carencia. Platón decía
que uno ama lo que no tiene, uno es consciente de su carencia y busca en el otro un
complemento, alguien que nos completa, que nos acompaña en aquel lugar en el que asumimos
nuestras falencias. Busco que el otro me ayude a realizarme. Busco que el otro me haga feliz, que
el otro me haga crecer, que el otro me ayude a ser mejor persona, me, me, me, me. El otro parece
ser una especie de dispositivo ideal para que uno alcance sus objetivos. ¿Qué me importa del
otro? ¿Lo que tiene de otro o lo que tiene para que yo pueda sumar en mi objetivo de alcanzar la
felicidad? En el amor, ¿conecto con el otro o conecto con lo que yo proyecto de mí mismo en el
otro en función de la necesidad que tengo para mi propia realización? Uno parte del modelo ideal
de lo que es una pareja. Ahí empieza el problema, la idealización. Porque la idealización parte de
nuestras carencias constitutivas.
Entonces vos pensás ¿cuál es mi modelo de pareja ideal? Que me escuche, que le guste el
fútbol, que le guste comer pescado. Cada uno arma su pareja ideal en función de su fracaso
anterior. Entonces te armás tu listadito, tu modelo ideal de pareja y después salís al mercado del
amor, van pasando los candidatos y decís llega al 74%, 68%, 54 %, 42%, 38%. Después vas y
74% no te da bola, bajás a 68% y tampoco te da bola, así que llegas hasta 54% y te terminas

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enganchando. ¿Con quién? Con 54%. No importa el nombre, importa que sea 54%, que tiene que
ver con las características que uno necesita que el otro tenga para que uno sea feliz o crea que lo
es. Ahora, lamento decirles que 54% es un otro. Hay un 46% de otredad que excede ese 54% con
el que uno se vinculó. ¿Qué quiere decir esto? Que es muy probable que si uno se ensimisma en
sí mismo, esté todo el tiempo reclamándole al otro por el 46% restante. Es fundamental esto en
un vínculo, ¿Qué busco en el otro? ¿Aquello que tiene? No, no importa lo que tenga o lo que no
tenga porque estoy delineándolo en función de mi necesidad. Gente, eso no es amor. Es amor
con uno mismo, con lo que uno proyecta en el otro. Otra figura más de la mismidad, el encerrarse
en uno mismo. Para mí es doble el problema porque se hace eso en nombre del amor y después
se violenta y se apropia en nombre del amor. Hay un otro al que desotro y lo vuelvo parte de mí,
lo creo mi parte, mi propiedad, lo creo mi posición. Y no hay lugar donde se ejerza más la
violencia con el otro que en lo doméstico, en el comienzo fallido de pensar el amor no en el otro
sino en uno mismo.

Hay un gran otro que es el tiempo, que nos va a obligar a ir cerrando. Hay dos maneras de
relacionarnos con la otredad. Una es lo que se llama comúnmente el paradigma de la tolerancia.
La tolerancia es otro problema, porque es el concepto que se supone representa nuestro
contacto con el otro. Tolerar en latín significa soportar. Es una palabra ambigua: “Yo soy
tolerante con la otredad” significa “Yo estoy soportando la otredad” o sea, aguantando lo que no
aguanto. No hay una apertura a la otredad. Hay un soportar. Si hay un soportar, es en función de
algo que me conviene. O sea que tolero al otro por mí mismo, no por el otro. Si la tolerancia tiene
que ver conmigo y no con el otro, entonces, de tolerancia no tiene nada. O la tolerancia es otro
de los nombres para la violencia con el otro. Si la tolerancia exige que el otro, para ser tolerado,
tenga que dejar parte de su otredad, no es tolerancia. Es la famosa paradoja del pluralismo.
Podríamos defender el pluralismo por donde quieran, pero si el pluralismo es solo para los que
aceptan las reglas de los que definen lo que es pluralismo, no es pluralismo. En el pluralismo
tienen que estar todos, incluso aquellos que cuestionan el pluralismo. ¿Es posible?
Probablemente no. ¿Cómo una práctica política? Probablemente no. Esto es filosofía. Que no
sea posible no significa nada. Acá estamos haciendo una experiencia de lo imposible.
Cuestionamos qué significa, como hicieron la mayoría de los que hicieron filosofía, al menos
manifestando que el que habla en nombre de la diversidad admite su propia limitación. En la
tolerancia siempre hay una exigencia de que el otro deje parte de su otredad para ser aceptado.
Ese es el límite de la tolerancia. El otro es intolerado y dejado afuera, o el otro es tolerado en la
medida que deja afuera lo que molesta al que tolera. En los dos casos no hay otredad. Porque o
dejo completamente afuera al otro, o lo traduzco, le exijo cierto desapropiamento de su otredad
para ser parte. No hay contacto con el otro. Muchos de los pensadores que trabajan en esta
línea -Lévinas, Derrida, etc- dicen que el único contacto con el otro es el paradigma de la
hospitalidad, abrirse al otro. El otro irrumpe, toca la puerta, no pide permiso, te tira la estampita,
te pide una moneda. En el paradigma de la tolerancia el otro pide una moneda y uno le dice “te

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doy un sándwich para que comas” y el otro responde "No quiero un sándwich, quiero una
moneda" y uno, que ejerce el poder de la tolerancia, dice: "yo pienso en tu bien: la moneda la
vas a usar para comprar paco y con el sándwich estoy cuidando tu salud". ¿Hay encuentro con el
otro? En el paradigma de la hospitalidad, que es el otro paradigma, el otro, no es una figura
anversa. Se trata de cambiar de plano, o sea, admitir que el contacto con el otro es imposible.
¿Entonces qué hago? Abro la puerta, viene el otro, me golpea, me transforma. El vínculo con el
otro es siempre imposible, pero hay que admitir la imposibilidad, entender que somos esa
dualidad, esa ambigüedad. Siempre voy a estar relacionándome con el otro desde un lugar
propio. Pero en la medida que pueda abrir la puerta a ese otro lo máximo posible, al que no se la
abriría, el otro me transforma. El otro busca destruirme muchas veces. Nietzsche tiene una idea
tremenda que dice “mi mejor amigo es mi peor enemigo”. El otro busca destruirte pero te
transforma. Uno al principio trata de reventar al otro. En una época yo debatía con un tipo que
era mi enemigo. Nos llamaban de un montón de lugares y debatíamos a golpes diálecticos
cuestiones como el matrimonio igualitario. Y un día mi enemigo viene a una charla, me mira y
me dice "te quiero decir algo, Darío. Vos tenés la cabeza tan abierta, que un día se te va a caer
el cerebro". Lo odié. Me cambió. Odio que me haya cambiado él, pero mis amigos no me
cambiaron, mis amigos me aplauden, me adulan, me dicen “muy bien, muy bien, coincido”. Tuvo
que venir el otro, tuvo que venir con su aguijón y transformarme. Pero hay que estar abierto,
porque si uno se cierra dice “es una porquería” y se acabó ahí.

Hay muchas figuras de la otredad. En la otredad se mezcla lo que es la diferencia con lo que es
la debilidad. Yo tengo una idea de la debilidad: creo que el otro siempre es el débil, porque uno
decide quién es el otro. Uno lo nomina, el otro es otro para mí, entonces yo ejerzo un poder
sobre el otro, por eso es la figura de la debilidad. Hay que entender esa diferencia entre los otros
que yo constituyo y me tranquilizan, y los otros que realmente me provocan y que dejo
completamente afuera. Piensen, ya que tenemos la final Argentina - Chile mañana, en las
identidades nacionales. ¿Quién es el otro? ¿Por qué son el otro? Nosotros tenemos una
identidad, los chilenos también; nosotros tenemos una selección, los chilenos también; nos
gusta el fútbol, a ellos también; somos un Estado Nacional, ellos también; tenemos himno, ellos
también; tenemos una bandera, ellos también; tenemos a Messi, ellos a Vidal. Somos iguales.
Somos lo mismo. Para la Argentina, Chile, Brasil o Paraguay son países como nosotros.
Compartimos una identidad y decimos “son el otro”.

Pero no son el otro, son lo mismo. ¿Dónde está el otro? El otro no tiene bandera, no tiene
equipo de futbol, no tiene identidad. El otro está completamente disuelto en su identidad porque

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no encaja en los parámetros con los que pensamos la identidad. El otro en la Argentina está
presente todo el tiempo. Es el hijo justamente, de la identidad híbrida, de la mixtura. No tiene
nombre. Es una mayoría pero no tiene nombre. No es el extranjero, es el extranjero interior. Es
otra extranjería. Es más, ¿saben cómo le decimos? Lo llamamos con la ausencia absoluta de
nominación. Les decimos “negros”, “la negrada”, son medio argentinos, medio bolivianos.
¿Cómo bolivianos, si Bolivia es un país como el nuestro? Tienen bandera, tienen equipo de
fútbol… Es que debemos encasillarlos en alguna identidad para que nos cierre. Y sin embargo el
otro es el hijo de la mixtura. Cabecita negra lo llamaban en una época, con todo el imaginario
zoológico que incluso tiene la otredad cuando uno no quiere reconocer la convivencia con un
otro. ¿Quién es el otro? ¿Quién es el verdadero extranjero? ¿Dónde habita? ¿Cómo nos
relacionamos con él? ¿Lo fagocitamos o somos hospitalarios?

Ser hospitalario con quien creo que merece la hospitalidad, no es ser hospitalario. Es un
negocio. No se hace economía con el cielo. Al cielo no se entra, el cielo te recibe. El cielo es el
otro. El cielo es de los otros.

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