Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
•
El cuerpo de
un escritor
Contenido
Créditos >>
Portada >>
Dedicatoria >>
Se diría que es capaz >>
Pierna derecha >>
Muelas de juicio >>
Culo >>
Pito >>
Hígado >>
Espalda >>
Cara >>
Voz >>
Posdata: bailar >>
Colofón >>
¶
¶
El cuerpo de un escritor
Primera edición: diciembre de 2022
bulk editores
[ la densidad aparente en el papel ]
Francisco Bitar
El cuerpo de un escritor
Para Alberto Giordano
S e diría que es capaz de dar cuenta de su cuerpo. Lo auto-
riza, en primer lugar, su posición: al verlo desde arriba (él
está donde están sus ojos), tiene una visión privilegiada, no la
de una superioridad sino la de un panorama: su cuerpo está
por abajo (cuando él está parado) o por delante (cuando se
recuesta), pero en cualquiera de estos casos puede recorrerlo
de un vistazo, hasta la punta de los pies. Esto le brinda, como
cada cosa que se ve desde las alturas, una posibilidad de inte-
lección, de análisis.
Desde arriba, él puede dividir su cuerpo. Los pies, por
ejemplo, para volver al principio —o, al menos, para empezar
por uno de los extremos—, sus pies comportan una materia-
lidad: son de tamaño normal, sin nudos desagradables (sin
filos), fibrosos pero no hasta el paroxismo circulatorio: por
ausencia de rasgos desagradables, dominantes en el resto de
los pies humanos, podría decirse que sus pies son delicados.
Pero sus pies no solo pueden analizarse por su materialidad
sino también dividirse (ordenarse) en una historia: libres al
principio y luego confinados al calzado escolar, saldrían de
allí para vestir zapatillas deportivas y más tarde zapatos de es-
critorio; solo ahora mismo, la época en que él ha empezado
7
yoga, los pies recuperaron su desenfado, la libertad de cami-
nar desnudos sobre cualquier superficie y en cualquier mo-
mento del año.
Sin embargo, no hace falta que él intervenga en esta di-
visión: por épocas, el cuerpo solo, sin intelección de su par-
te, se encarga del trabajo de dividirse, de separarse. Para esta
forma de autoexilio, no alcanzan ni el análisis material ni el
histórico, desde que ni uno ni el otro podrían describir este
llamado, caprichoso como se presenta: separarse es lo que no
estaba encerrado en su función, y como tal se suma en otra
parte distinta de su materialidad o de su historia: en este sen-
tido, la parte del cuerpo es lo imprevisible, lo que excede toda
observación.
Ahora, ¿cómo ocurre esta separación? ¿Cómo es que una
parte de su cuerpo se anuncia y por eso mismo se separa? En
general por una molestia o por una nostalgia: el cuerpo pue-
de doler o recordarle el pasado (o lo no pasado, pero de todas
maneras anhelado) pero por un motivo o por otro todo él
cae en esta parte del cuerpo, en la hipocondría o en la fantasía
triste. A esta altura, ya no hay análisis, en el sentido de que
ya no se vuelve sobre un fragmento determinado del cuerpo
para describirlo: al contrario, esta parte se ha disparado hacia
adelante, y él debe correr desde atrás para saber de ella.
Este libro intenta abrirse paso en un saber, por proviso-
rio que fuera, de estas partes. Partes: allí donde se produce el
misterio del cuerpo. La parte es lo que pone al cuerpo fuera
del rango de lo observable: la porción que, a diferencia de
8
la descripción material o el racconto histórico, ocurre en el
interior de él, en el sentido de lo desconocido de él. La parte
es el lugar, en definitiva, adonde los hechos (en las formas
de la descripción o del racconto) se detienen para dar paso a
la conjetura, a aquello que del cuerpo queda por saber: a la
escritura.
Pero si se habla de partes —y si se escribe sobre ellas—
persiste la tentación de reintegrarlas a un todo. Al fin y al
cabo, si son partes es porque están pegadas, pero ¿a qué cla-
se de totalidad?, ¿a él? Él no tendría el valor de afirmarlo. Y
es que teme que, luego de escribir sobre ellas, estas partes
continúen separadas (este no es un libro de la cura), sin que
calzaran otra vez en el lugar: estas partes, ajenas como se pre-
sentan, son no las que pertenecen al cuerpo de otro sino a un
otro cuerpo. Él escribe aquí, no sobre los pedazos del cuerpo,
sino sobre el cuerpo despedazado.
Con todo, no las culpa, desde que él sabe que tiene en
todo el asunto una porción de responsabilidad: ¿por qué
el cuerpo, sus partes, deberían obedecerle? ¿No sería él en
todo caso quien está separado de su cuerpo? La pregunta,
entonces, no es por qué el cuerpo, con sus pedazos, no se le
une, sino por qué él, desprendido de sí mismo, no se une a
su cuerpo.
El misterio, en definitiva, sigue recayendo sobre él.
9
Pierna derecha
11
Si fuera por él, lo dejaría para el verano que viene o quizá
para el siguiente, cuando el estirón pudiera acompañarse de
una correcta actividad física, de modo de llevar ese último
empuje biológico a su esplendor.
Con todo, el momento del estirón escapa a su voluntad.
Quizá no sea la primera vez que su cuerpo no obedece a sus
decisiones. Pero nunca hasta ahora se había hecho hasta tal
punto evidente el desacople.
12
No solo esa imagen del verano perdido se hace presente
cuando, poco antes de empezar la escuela secundaria, le sa-
can el yeso y su pierna, un palito, queda al descubierto.
La rehabilitación de su pierna derecha, a base de radioso-
nido primero y de una rutina intensa de gimnasio después,
alcanza para curar la renguera pero no para arreglar la des-
compensación existente entre una pierna y la otra.
Es como si, al haberse visto inhibida de todo movimien-
to, su pierna derecha hubiera quedado detenida en una etapa
anterior. Y, por lo tanto, como si ese desequilibrio entre una
y otra pierna fuera incurable, estructural.
13
El sentimiento es el siguiente: su pierna derecha es más
delicada y, por consiguiente, más asustadiza. Hay un vértigo
que está siempre listo para ganarla, a veces de modo conscien-
te, cuando decide no saltar por encima de un charco grande
un día de lluvia, a veces con una descarga eléctrica, cuando,
por ejemplo, sueña que pisa en falso o se resbala: lo despierta
el latigazo de la pierna derecha.
Si pudiera, su pierna derecha saldría corriendo.
14
diferencias. Y es que la relación que mantiene con sus pier-
nas quizá haya sido su primera experiencia de la paternidad.
Con el tiempo o, en todo caso, en la práctica de la pa-
ternidad real, él ha tenido la posibilidad de corroborarlo. En
primer lugar, desde que el ejercicio mismo supone dirigir la
crianza de los hijos en una u otra dirección, más allá de lo
cual los humores de cada uno (o de cada una: él tiene dos
hijas) prevalecerán.
Pero sobre todo porque un padre —al menos es lo que él
trata de hacer— observa e imparte justicia.
15
Muelas de juicio
16
dobla por arriba y lo obliga a permanecer días enteros tirado
en la cama.
Pero este es apenas el comienzo de una descompensación
generalizada: la garganta se inflama, su boca se tajea, es un
tiempo en que queda expuesto a las enfermedades circulan-
tes, porque bajan sus defensas. Así, dolorido y medio enfer-
mo, siente cómo el resto de sus dientes se desplaza hacia ade-
lante para hacer lugar a los de atrás, amontonamiento que
provoca el sangrado de encías y su lenta retracción.
17
más allá de ellas, el cuerpo es una caverna en la que se anda
a oscuras, y si algo se acierta a decir de él, del cuerpo, es por
auscultación o por adivinación.
18
Con todo, esto, la simpatía que le despiertan, está lejos
de compensar los padeceres. La simpatía puede colorear una
imagen de las muelas de juicio en épocas de fortaleza, cuando
este sentimiento es posible. Pero cuando la salud se quiebra
por causa, justamente, de las muelas, y el dolor apenas lo deja
respirar (porque, al hacerlo, los pulmones tocan la inflama-
ción de su espalda), él saldría corriendo al cirujano para que
se las sacaran de una buena vez.
Si no lo hace, no es por consejo de la dentista, para quien
las muelas estaban prácticamente afuera (en ese caso, más a
favor de él: de un tirón fuerte y seco podrían arrancarlas). Si
las muelas todavía están en su lugar es porque él cree que hay
algo especial en ese crecimiento, tan lento como se presenta.
19
Pero ¿de qué se lo acusa? En principio, él no lo sabe. En
esto, todo el asunto se parece al proceso al que someten a K,
o en todo caso, al proceso al que K es sometido, desde que hay
en la locución pasiva una acción que no solo diluye al agente
sino que, por no estar ejercida por «ellos», parece mágica,
como si bajara de las estrellas: el espacio defectivo que produ-
ce la voz pasiva se llena con una alucinación (¿podría leerse El
proceso como una novela de ciencia ficción? De seguro antici-
pa alguna de las mejores obras del género).
Entrenado como está en su modo de reaccionar a las
buenas noticias, él sabe que, si algo así ocurre (una dificultad
impuesta desde su interior) es porque antes hubo algo que lo
benefició: debió ser él que, empecinado desde casi siempre
en hacer lo mismo (escribir, atender a su familia), habría per-
cibido una pequeña ganancia.
Quizá su ciega obstinación haya permitido esta vez que la
vida suelte alguno de sus frutos, y, como castigo, sus muelas
han crecido otro poquito.
20
Si es cierto que su vida ha soltado un fruto, este de las
muelas es el modo que tiene el cuerpo de representar el cam-
bio, que de otro modo no se vería o no se sentiría: pasaría
de largo al igual que el resto de los tiempos no significativos.
Con el crecimiento, las muelas de juicio separan un tiempo
de la vida que quizá sea equivalente a un crecimiento pro-
pio, espiritual. Sin este señalamiento, no se vería que la vida
cambia.
El crecimiento de las muelas (la única parte de su cuerpo
que todavía crece más allá del pelo y las uñas) es, en suma, el
tiempo declarado: el tiempo que significa.
21
Segundo: ¿cuál es ese tribunal que decidiría por él, aun-
que desde su interior, el momento indicado del crecimiento?
Quizá el de tribunal sea un término inadecuado, porque
si bien se ajusta a la jerga punitiva, es excesivo, por suponer al
final una sentencia. En todo caso, él quisiera sugerir que hay
un misterio en su interior, una fuerza que sabe mejor que él
mismo cuándo se producen los hitos de su vida.
Él puede estar distraído viviendo aquellos hitos, pero las
muelas de juicio, con su pequeño tormento, le recordarán
esas dos cosas al mismo tiempo: que hay un cambio y que él
no puede hacer nada al respecto.
22
Culo
23
de sus consecuencias, esto le recordaba a él su propia indivi-
dualidad, algo erosionada ahora por la familia).
24
estos casos, o el desarreglo es importante (lo que degenera en
diarrea) o el control es excesivo (y él se constipa).
Pero hace un tiempo sus hábitos son equilibrados, lo que
significa que la auténtica razón de los devaneos no está allí.
25
Y bien, en momentos como este, relajar su culo es impo-
sible: cuando él lo quiere abrir, más se cierra. En estas épocas,
de la más pura negatividad, su culo se relaja solamente cuan-
do él ingresa al sueño o cuando tiene una erección.
26
desea, por fin coincidir en el mismo proyecto: fluir, aunque
en el lugar.
27
Pito
28
❦
29
llegan a desnudarse, su pito se niega a salir; incluso se mete
más adentro de su escondite.
30
¿Qué estación es esta de la que él, cuando en el futuro
escriba sobre ella, recordará solo las noches?
Se le ocurre que es invierno, por el predominio de la os-
curidad o, en todo caso, por cómo se proyecta la luz del alum-
brado público sobre cada imagen que él conserva (y de entre
las cuales se destaca la siguiente: cada vez que llega al final de
una cuadra, capturado como queda por los faroles de una y
otra esquina, su sombra se cuadruplica).
31
deseo que alcance siquiera para salir a fracasar, este es el mo-
mento en que él más teme a la locura y a la pobreza.
Es el momento en que teme pasar de vagabundo a croto.
32
De manera increíble, sobreviven. El invierno parece lle-
gar al final.
Tanto él como su pito salen a tientas cada uno de su
casa, con movimientos torpes, un poco enceguecidos por el
exterior.
Pasa el tiempo, conocen a la que será su mujer.
33
¿no sería la fuerza que lo habita, originaria y genuina como
la sospecha, una fuerza al fin y al cabo conservadora? Quizá
así sea, lo que vendría a constatarse en su trabajo: en ningún
otro lado como en la escritura se vive en la ausencia de toda
voluntad de compensación. Esto es a tal punto así que escri-
bir podría representar, al cabo de una vida dedicada a ello, un
sacrificio vano, es decir, puro. Cambiar de vida (el incordio
de cambiar de vida) supone pedirle a la vida algo más, lo que
significa: pedirle a la vida una compensación, que la vida me
pague por lo que valgo. Y esto es algo que él, en su vanidad,
podría llegar a pensar, lo que no significa que su cuerpo fuera
a estar de acuerdo).
34
Hígado
35
entubado mal hecho o hecho para fallar con el paso del tiem-
po: al fin y al cabo, él vivía en un pasillo que, como otros,
había sufrido una segmentación de viejos fondos amplios,
viviendas de construcción improvisada que a la larga se re-
conocían en esta clase de problemas. Podía deberse a un ex-
traño caso de obstrucción, a un derrumbe subterráneo, al
influjo de la luna sobre las aguas.
Se dormía pensando en una posibilidad y se despertaba
considerando otra nueva. Ya no necesitaba recorrer, como al
principio, el camino que iba del patio a la cocina, por debajo
del cual se abría paso el caño (de ese modo él podía consus-
tanciarse con el caño, medir la incidencia del entorno, escu-
char sus resonancias al dejar correr el agua). Ahora pensaba
en él mentalmente, lo que le permitía llevar el problema con-
sigo a cualquier lado, como si fuera parte de él.
Como no hay nada que hacer con toda esta febril activi-
dad mental, él escribe un poema.
36
lado y el corazón del otro son los órganos detectables desde
afuera.
Para él, es como si, más allá de ellos, su torso fuera una
caja hueca, sin nombre y, por lo tanto, sin el órgano que esos
nombres ausentes designan.
37
Llegado el punto, se diría que ha perdido la cabeza o, en
todo caso, que, con la cabeza en su lugar, su mente se ha mu-
dado a su costado derecho.
38
❦
39
❦
40
libro bueno que técnicamente no fuera verdadero, es decir,
que resolviera más ajustadamente el problema de la continui-
dad del discurso, al ponerlo en cintura.
Forzar los límites de la literatura hacia un texto fiel a ese
ajuste significa crear estructuras más eficientes para contener
una palabra que, de otro modo, permanecería oscura.
41
Espalda
42
se encarga de distribuir de modo equitativo el peso de la ta-
rea, por ligera que fuera.
También es importante por el modo en que se figura a sí
mismo escribiendo, al punto que, según lo ve en su imagina-
ción, él no participa de la escena: lo hace su espalda.
43
❦
44
❦
45
si el hilo de su espalda no las uniera o, en todo caso, no las
atravesara, como a las cuentas de un collar hecho de tiempo?
46
Cara
1.
¿Cuál es su cara verdadera, su cara justa? ¿La de la maña-
na o la de la noche, la de sus veinte años, tensa y desesperada,
o la actual, distendida y fresca? ¿Cuál de todas ellas va mejor
con él?
Él no lo sabe, y este desconocimiento está también en la
escena de escritura que se describía antes: de un lado está la
lámpara; por debajo, la mesa; su espalda alrededor. Pero su
cara, lo mismo que el cuaderno en el que escribe, no aparece.
O, en todo caso, aparece oculta.
47
de otro, desplaza su participación hacia afuera de lo que
quiere la foto (obtener de él una imagen fiel).
Con sus bufonadas, él dice: no hay remedio para la ima-
gen propia; en una foto siempre se posa, y es inútil fingir na-
turalidad: es inútil fingir una esencia.
48
En caso contrario, él podría decir: no soy yo, o no es una
cara elevada a la emoción de lo que escribía entonces: él po-
dría pensar que tiene una cara demasiado pobre para repre-
sentar el tumulto de emociones que ocurre detrás de ella.
2.
Lo cierto es que, antes de empezar con la lectura, las so-
lapas son para él como las alas de un libro, pero como alas de
un pingüino, que no sirven para levantar vuelo. Al igual que
con la contratapa, él pasa la solapa alegremente por alto para
zambullirse en el interior del libro: ni en la solapa ni en la
contratapa podría realizarse la ilusión que lo embargó antes
de comprarlo.
Pero si esa ilusión se cumple y el libro al fin lo atrapa, la
lectura terminará tarde o temprano en la solapa.
Esta vez sí, la solapa mantendrá en el aire al libro que de
otra manera se hubiera venido abajo.
49
❦
50
o adonde más sabrosa se vuelve su lectura. Son los pasajes
adonde el autor por fin se intuye o se sospecha, y por cada vez
que esto ocurre, él vuelve a la solapa.
Pero estos lugares, provisorios como son en la continui-
dad de la lectura (si algo nos dice el libro es que nada hay de
seguro en lo que vive de su propia agregación), estos lugares
del libro, que representan en apariencia una síntesis entre la
vida y la obra del autor, van a parar, como un desagüe adon-
de se arremolinan los datos y pasajes, a la foto de solapa.
51
Y es acá adonde él puede encontrar, ya que no la cara jus-
ta, sí los motivos de su imposibilidad.
Para que la cara justa por fin aparezca, primero debe es-
tar la obra que lo empuja a hurgar en la biografía. Pero él ya
no puede ver sus libros como si fueran de otro. E incluso si
así fuera —porque, por ejemplo, ha escrito alguno de esos li-
bros mucho tiempo atrás, cuando era otro—, todavía queda
la imposibilidad de ver sus datos biográficos (que, por otra
parte, se le hacen magros) con curiosidad.
52
Voz
53
de estas cosas para visitar la voz de su padre cada vez que quie-
re, en su recuerdo.
54
Pero esto es tan lejos como conviene ir cuando se trata
de observar esa voz. En primer lugar porque, por justa que
parezca la descripción, sólo podría dar fe de ella quien lo co-
noció, a su padre y a su voz: en materia de voces es posible
coincidir con una caracterización pero nunca formarse de
ella una imagen verdadera desde cero.
En segundo lugar porque esto, observar la voz —tomar-
la como «objeto» de una descripción— es imposible, desde
que la voz es lo que excede todo método: el método podría
reducirla con arreglo de un análisis y decirla de una manera
parcial o hasta total, pero nunca completa. Y si aun así, si él
intentara describirla a expensas de un método, se vería en la
inconveniencia de hablar de ella indefinidamente sin llegar a
decir nunca esa voz (el objeto, sin método, es interminable).
Así, descartado el método, la única posibilidad es ir hacia
ella en tanto escritor, es decir, con el relámpago que ilumina
al todo: con el episodio.
55
sustrato argumental, lo que haría de la voz de su padre un
mero instrumento.
Por último, tampoco sería posible someterla a una analo-
gía, por precisa o convincente que fuera esa comparación. Es
que, para ser precisa, una analogía comienza no con la fuente
sino con la terminal de la comparación: cuando digo de su
voz que era «cálida y doméstica como una casa en llamas»
es porque quiero ver en mi relato una casa arder, no una voz.
En suma, sin perder sus posibilidades narrativas, este epi-
sodio echaría mano del cajón de sastre de toda narración: el
pensamiento. Se trata del relato de un descubrimiento, de
una asimilación por la vía de la reflexión, que sin embargo no
perdería de vista el componente emocional que pone a andar
todo episodio.
56
años sobre su pecho, de pronto pasó a su garganta y tomó
cuerpo en lo que él decía.
57
❦
58
padre. Simplemente, al abrirse una pausa en la charla ante-
rior, ella no intenta llenarla con otro tema de conversación.
Y sin embargo, ella no calla: ella hace silencio, como si se
dijera «fabrica silencio», y es en ese silencio sabio, que no
tiene nada de casual pero tampoco nada de obligatorio, que
él por fin puede hablar.
59
una preparación para lo que seguía. Es como si el hilo com-
pleto de conversaciones anteriores se asemejara al murmullo
previo al arranque de una función teatral, en el momento
justo en que todo calla en virtud de una atención. Del mismo
modo, el caos de su murmullo interior se unificaba ahora en
una sola voz, la suya, clara y profunda y, ahora, exterior.
60
hombro. El cuerpo de su padre era evidente, no por su tama-
ño (no pasaba del metro sesenta y cinco) sino por su cercanía.
Y más que evidente (en tanto lo evidente tiene en este caso
demasiado de «visible») el de su padre era un cuerpo cons-
tatable, siempre que esa cercanía podía acortarse todavía un
poco más, hasta el contacto.
La voz de su padre, entonces, traducía de su cuerpo esa
calidez, la de un abrazo: la de su padre era una voz táctil,
envolvente.
61
(No era una voz rápida, esto en todo caso podría aplicar-
se a lo que su padre decía, al habla más que a la voz. La urgen-
cia a la que él se refiere estaba en las inflexiones de la voz del
padre, tomando esta «inflexión» en un sentido etimológico:
lo que la voz traía al curvarse hacia adentro).
62
Él deja de hablar: tal como ocurrió al principio, delimita
este otro lado del bloque (del episodio) un nuevo silencio.
Pero tal como ocurría en un principio, algo ocurre en el
interior de este nuevo silencio. Él no puede medir sus con-
secuencias inmediatamente pero ahora que escribe sobre el
episodio puede afirmarlo: ha empezado un proceso que to-
davía se prolonga y, según cree, se extenderá por siempre, el
de exponerse otra vez, luego de años de distancia, a los afec-
tos de su padre.
63
Posdata: bailar
64
ese cuerpo. Esta fragmentación es solo suya, sí, pero debe ha-
ber una manera, que le pertenezca también, de experimentar
el cuerpo como un todo. Falta entonces el capítulo en que él
habla del cuerpo de una sola pieza o, lo que es lo mismo, del
cuerpo que se experimenta en el olvido de las partes: en el
todo que es el olvido de sí mismo.
65
las mujeres. Dejaba atrás de ese modo el cuerpo indetermi-
nado (o interminado) de la adolescencia, un cuerpo informe
pero ya deseante, incapaz de ponerse a la altura de ese deseo
(el cuerpo de la adolescencia ya no volverá sino quizá hasta su
vejez, y sin embargo siente esa misma imposibilidad, la de un
inacabamiento infantil, cada vez que no logra captar la aten-
ción de la mujer que le interesa). En suma, para él el cuerpo
de la adolescencia estaba menos del lado del joven futuro que
del niño que no podía dejar de ser: la adolescencia, la época
en que él quiso sin que lo quisieran.
De modo que el de su repentina juventud no es solo el
cuerpo energizado y sin dolores: es también el cuerpo pode-
roso, sin fallas, del deseado. Al congregar la mirada de las mu-
jeres, él se hace dueño de esta repentina libertad: la de dejar
de mirarse a sí mismo. Es suficiente con mostrarse, lo que
hace sin reservas, paseándose liviano y fuerte, en apariencia
desafiante, por las fiestas o por el patio de la facultad. Sólo
ahora que las mujeres lo miran (ahora que las mujeres lo de-
sean) él puede dispensarse de localizar en su cuerpo, con el
propósito de elevarla, la parte insuficiente: con la mirada de
las mujeres, todo su cuerpo está a un mismo nivel.
66
elasticidad. Su propósito, el de esta variante, es el de alcanzar
un cuerpo tal que le permitiera al practicante acceder a la me-
ditación, olvidándose justamente del cuerpo. Solo si el cuer-
po fuera capaz de dejar atrás sus molestias (solo si el cuerpo
se hace lo suficientemente fuerte para dejar de fragmentarse)
recién entonces el practicante estará en condiciones de me-
ditar. De este modo, librándose de la última de las pertenen-
cias —el cuerpo— se entrena hasta el final la disciplina del
abandono.
Así se traduce la voz yoga chitta vritti nirodha: «detener
las fluctuaciones de la consciencia», y una de esas fluctua-
ciones es la del cuerpo que se fragmenta. Un dolor persis-
tente (como el de sus muelas de juicio, por ejemplo), una
disminución histórica (como la de su pierna derecha) no se-
rían más que accidentes del cuerpo en el tiempo, que con la
práctica vendrían a recibir su verdadera condición: la de su
evanescencia.
A veces, él cree lograrlo, lo que ocurre cuando alcanza
una concentración mayor, es decir, cuando su cuerpo entra
en calor y consigue una mayor fortaleza: es cuando su cuerpo
está más fuerte que él puede olvidarse de su cuerpo. Quizá
entonces él quede al borde de la meditación, o incluso, en ese
olvido, quizá él esté meditando (como todo el mundo, él no
sabe qué es la meditación).
67
Ya sea para neutralizar esta ambigüedad o bien para nom-
brarla (la paradoja del cuerpo que va hacia su disolución allí
cuando, en la práctica, alcanza su plenitud), los maestros han
inventado un concepto: el de cuerpo sutil. Tan real como el
físico, pero inaccesible a los sentidos, el cuerpo sutil es una
placa energética en la que concurren la imaginación y el
pensamiento —y el saber y otros principios del espíritu—, y
que hace falta limpiar para que la energía sutil circule (para
que fluyan libremente la imaginación, el pensamiento, etc.).
Esta operación de limpieza está presente, como decíamos, en
la práctica misma, cuando en virtud de la concentración la
mente se desprende de toda preocupación, de todo residuo
de lo perecedero.
Pero hay otra operación que, en su opinión, surte el mis-
mo efecto: bailar.
68
emoción, cuando superpone al canto una cara o a una época
de su vida, la emoción se pierde: el canto se interrumpe.
Pero el canto involucra la voz, un capítulo ya transitado
de este libro, y uno bastante prominente. Bailar, además,
compromete al cuerpo entero, porque es solo cuando el
cuerpo entero está involucrado en el baile que él de verdad
está bailando. Esto significa dos cosas: por empezar, que si
llegara a recordar alguna de sus partes mientras baila —si bai-
lara, por ejemplo, mirándose los pies— él dejaría de bailar
para empezar a darle órdenes al cuerpo: ya no sería la música
quien lo mueve sino él mismo, ganado por el afán de hacerlo
bien. Estarían otra vez él y sus preocupaciones estropeándolo
todo.
En este mismo sentido, y en segundo lugar, no se le ocu-
rre nada peor que bailar de acuerdo a un plan prestableci-
do, que supondría fragmentar el baile, no ya en las partes
del cuerpo, sino en una serie de pasos a respetar según una
pautada idea de orden y de gracia: es el baile de la eficacia,
que está hecho para verlo, no para participar en él. Así, las
coreografías, cuando él por casualidad abre los ojos y las ad-
vierte cerca, lo inmovilizan, hechas como están para detener
el baile a su alrededor y celebrarlas. Una coreografía, con su
despliegue vistoso pero burocrático, no busca llevar más alto
la fiesta sino detenerla, desde que pone en evidencia a los de-
más y les recuerda que están bailando.
Recordar es justamente una tendencia contraria al baile:
no se puede bailar y recordar al mismo tiempo. Si se recuerda
69
una parte del cuerpo, el baile fracasa; si se hace un esfuerzo
por recordar el paso que viene, también. Pero, al igual que el
canto, tampoco la emoción del baile tendría un origen de-
finido, donde cada baile vendría a refundarse: él no vuelve,
cuando baila, al primero de todos los bailes, aquel baile don-
de todo habría empezado. Ni siquiera estando en forma (re-
cordando todos los pasos, teniendo presente por igual cada
parte del cuerpo) el baile se permite el recuerdo: ese sería el
baile completo, el baile todopoderoso de la eficiencia, califi-
cable en éxito o en fracaso. No: para que haya baile es necesa-
rio que haya olvido.
70
por lo que termina y la celebración de darlo por terminado,
para poder reunirse otra vez con el todo.
¿Y qué pasaría si de tanto bailar se retrocediera hasta el
punto donde no hay más nada que olvidar, donde todo ha
pasado a ser olvido? Entonces él bailaría como bailan sus pe-
queñas hijas, desatadas y sonrientes, con el desparpajo de un
mundo entero que olvidar por delante.
71
Francisco Bitar
72
Este libro,
tanto en su versión impresa como digital,
se terminó de componer en Santiago de Chile,
en las oficinas de
bulk editores
el 24 de noviembre de 2022.
Para el interior,
se utilizó la tipografía BE Garamond
(de Georg Duffner)
en sus tres variantes principales (12 / 17)
y la familia IM Fell DW Pica
(de Igino Marini),
que también aparece en la portada.