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ACTUEL MARX/ INTERVENCIONES N° 6

SEGUNDO SEMESTRE 2006

LA EXPERIENCIA CONCENTRACIONARIA
CHILENA (1973-1976).
MEMORIA, OLVIDOS Y SILENCIOS DE UN
CENTRO SECRETO DE SECUESTRO*

Roberto Merino Jorquera* *

Resumen.

El presente texto proviene de dos trabajos de investigación que abor-


dan el castigo, el encierro, las masacres y los exterminios, como algunos de
los factores socio-históricos que permiten comprender la formación social
chilena1. La intención es entregar elementos para la reflexión en torno a
la experiencia concentracionaria chilena y a la eficacia de los aparatos

* Los testimonios aportados por los “supervivientes” del Centro Secreto de Secuestro « Cuartel
Terranova” están contenidos en diversos procesos judiciales en curso o en algunos con senten-
cias ejecutoriadas, en declaraciones extra judiciales, en entrevistas concedidas a la prensa escrita
y audiovisual. Existen, además, declaraciones entregadas a organismos internacionales de “de-
fensa de los derechos humanos”. Parte importante de estas declaraciones están en la Fundación
Documentación y Archivos de la Vicaría de la Solidaridad.
Hasta la fecha, según diferentes informes oficiales emanados desde el Estado u organismos de
derechos humanos, se estima que durante el período diciembre de 1973 a 1976 estuvieron
secuestradas en este recinto 5000 personas (mujeres, hombres y niños) de los cuales 256 son
actualmente considerados detenidos-desaparecidos.
Para nuestras investigaciones realizadas a partir de testimonios y relatos de los secuestrados-
supervivientes de este Centro Secreto de Secuestro y para el mismo período, estimamos que
fueron secuestrados 1362 personas (mujeres, hombres y niños), de los cuales 273 tienen el
carácter de exterminados en el “Cuartel Terranova”.
Estas personas fueron secuestradas y ejecutadas intra muros o trasladadas a otros Centros
Secretos de Secuestro para ser exterminadas, transportadas a una base militar de donde despe-
garan los helicópteros que lanzarían sus cuerpos al mar. Otros secuestrados-exterminados
serían enterrados en diferentes regiones del pais
** Doctorando de la Universidad París VIII, Vincennes-Saint-Denis, Francia.
1 “El castigo/encierro en la sociedad chilena y el rol de la prensa (1970-1999)”, Mémoire de
Maitrîse, Université Vincennes-Saint-Denis París 8, UFR2: Pouvoir-Administration-Echan-
ges,, Département de Science Politique, 2003, bajo la dirección del profesor Hugo Moreno; “La
experiencia concentracionaria en Chile: El Centro Secreto de Secuestro Villa Grimaldi (1973-
1976) Mémoire du D.E.A., Université Vincennes-Saint-Denis, UFR2, Département de Scien-
ce Politique: Théorie du politique et rapports sociaux, 2005, bajo la dirección del profesor Yves
Sintomer.

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represivos que actuaron en contra de hombres y mujeres secuestrados y que


hicieron parte de un proyecto político. Estas personas fueron encerradas y
castigadas primero, para luego ser exterminadas, ejecutadas y hechas des-
aparecer.

La formación social chilena, en la que destaca una práctica de


violencia ejercida desde el Estado, ha implementado incesantemente
políticas de encierro, castigo, masacres y exterminios en contra de
sus “enemigos internos”, el “proletariado alzado”: “anarquistas, trots-
kistas, comunistas, subversivos, terroristas, elenos, miristas, mapu-
ches, homosexuales, delincuentes comunes, etc.”, y se caracteriza por
una obediencia a una racionalidad y a una lógica donde el punto
culminante ha sido la destrucción y exterminio de una categoría so-
cio política de militantes.
Las clases dominantes han elaborado una estrategia de domina-
ción y sumisión de las “clases trabajadoras” y de castigo, encierro y
exterminio de las “clases peligrosas”.
Desde los comienzos del proyecto modernizador, los modos de
ejercer la violencia y de aplicar el castigo se han refinado y mejorado.
Ha variado la tecnología, pero su objeto continúa de manera perma-
nente y sistemática siendo el mismo. Esta racionalidad se inicia con
la instauración de la República y tiene como precedentes la Empresa
capitalista de conquista con la destrucción y exterminio de los pue-
blos autóctonos del continente. Si examinamos la sucesión de acon-
tecimientos sociales y políticos en el siglo XX en general, la forma-
ción social chilena no es una excepción.
El siglo XX ha conocido Auschwitz y los Gulag. Ha conocido
igualmente otras violencias e hiper-violencias destructoras, masacres
y exterminios ligados a la modernidad como Hiroshima y Nagasaki,
o aquellas heredadas del colonialismo o del imperialismo como Viet
Nam, Argelia, Laos, Camboya y Rwanda2.

2 Ver Alain Brossat, L’épreuve du désastre. Le XXe siècle et les camps, Bibliotèques Albin Michel
Idées, Editions Albin Michel, París, 1996 ; Enzo Traverso, Pour une critique de la barbarie
moderne, Cahiers libres, Editions Page Deux, Lausanne, 1996 ; Parler des camps, penser les
génocides, Textes réunis par Catherine Coquio, Bibliothèque Albin Michel Idées, Editions
Albin Michel, París, 1999.

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Desde un prisma paradigmático de las experiencias concentracio-


narias, según Zigmund Bauman: Auschwitz “fue pensado y realizado
en el marco de nuestra civilización, al apogeo de su desarrollo cultural
y humano, es por esto que se trata de un problema de esta sociedad, de
esta civilización, de esta cultura” 3. En este mismo orden de ideas,
Wolfgang Sofsky plantea que “El campo de concentración se inscribe
en la historia de la sociedad moderna. En los campos de batalla de las
guerras de masas, se ha experimentado la potencia de exterminación
de la técnica moderna; en los mataderos de los campos de concentra-
ción, el poder destructor de la organización moderna”4.
Los caminos que conducen a Auschwitz, Treblinka y a los Gula-
gs o al “Cuartel Terranova” en Santiago, pasando por la ESMA en
Buenos Aires, son sinuosos y caracterizados por las tendencias diver-
gentes según los periodos y las ocasiones. Las tendencias divergentes
representadas en Auschwitz fueron sobrepasadas con el tiempo por
sumisión del interés económico a los imperativos de destrucción. Los
procedimientos aplicados en los “campos” o en los Centros Secretos
de Secuestro eran perfectamente racionales y “científicos”, digámos-
lo: Modernos.
“Auschwitz celebra esta unión característica del siglo XX, entre
la mayor racionalidad de medios (el sistema de los campos) y la ma-
yor irracionalidad de fines (la destrucción de un pueblo”5.
En este sentido no es arbitrario situar las experiencias concen-
tracionarias en el centro del análisis, no para compararlas con otras
experiencias del mismo tipo, sino para poner en evidencia las consta-
taciones de Marcel Proust: “No aprovechamos ninguna lección, por-
que no sabemos descender a lo general, y que nos figuramos siempre
encontrarnos en presencia de una experiencia que no tiene preceden-
tes en el pasado6”
El “todo memoria” que recorren las producciones de sentido,
insisten sobre la preeminencia del nexo intimo, interiorizado y co-

3
Zigmund Bauman, Modernite et holocaute, La Fabrique Edition, París, 2002, p. 47. (traduc-
cion del autor)
4
Wolfgang Sofsky, L’organisation de la terreur, Calmann-Levy, París, 1995, p.345. (traduc-
cion del autor)
5
Enzo Traverso, La historia desgarrada. Ensayo sobre Auschwitz y los intelectuales, Editorial
Herder, Barcelona, 2001, p. 253.
6
Marcel Proust, A la recherche du temps perdu, Gallimard, Bibliothèque la Pléyade, París,
1987, Tome II, p. 713. (traducción del autor)

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munitario con las “víctimas” de la barbarie, esto conduce al rito en


lugar del conocimiento, a la conmemoración en lugar de la com-
prensión. Es cierto, removiliza el pasado, pero no para “controlarlo”
sino para intentar reducir los derrumbes de sentido que se producen
en el presente […] apesadumbrándose sobre los horrores del pasado,
es lo que hace también la nueva religión civil polarizada alrededor de
la memoria; este interés por el pasado no está maduro para la obsti-
nación de conocer y comprender (que implica la conquista de una
cierta distancia con el objeto) […]7.
En sus enfoques metodológicos Hannah Arendt, es muy cerca-
na a Norbert Elias sobre el trabajo sociológico y recordaba que “la
conquista de la distancia (la búsqueda de la objetividad) no se opone
al compromiso del investigador en su trabajo y su determinación a
comprender. Se trata, en primer lugar, de su emancipación del “do-
ble nexo” que lo vincula a este “objeto” histórico: este “horror” y las
emociones negativas sin cesar reconducidas que inspira el recuerdo
de los campos que, a su turno, no hacen mas que endurecer el circulo
del desconocimiento y de la incomprensión”8.
La “toma de distancia” que el investigador debe tener con su
experiencia, el hecho de haber sido actor y no testigo, sin duda algu-
na influencia subjetivamente cualquier relato o investigación socio-
lógica. Esta constatación, dejaría suponer una cierta imposibilidad o
una restricción en la reflexión o el estudio en razón de una cierta
proximidad con el objeto. Es evidente que los hechos “dolorosos” y el
sufrimiento, como categoría de análisis, requieren un tiempo de re-
flexión y de análisis que permitan reencontrar los puntos claves que
es necesario examinar. Es un aspecto de las preguntas de investiga-
ción que surgen, en un momento como un obstáculo, para terminar
transformándose en un freno a la subjetividad.
Un estudio comprensivo parte de la subjetividad, sin preten-
sión de deshacerse de ella completamente, puesto que es esta misma
subjetividad la que nos permite la búsqueda constante de una obje-
tividad que clarifica los hechos. Lo importante, según Max Weber, es

7
Hannah Arendt « Projet de recherche sur les camps de concentration”, in La nature du
totalitarisme, Bibliothèque philosophique, Payot, París, 1990. (trad. Del autor)
8
Idem.

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que durante el proceso de investigación todos los esfuerzos sean puestos


en obra en la búsqueda de la objetividad, infranqueables en todo
trabajo de investigación.
Comprender “lo que nos ha pasado” no significa que nos aleje-
mos para negar aquello que nos insurrecta, ni tampoco reducir, a partir
de los precedentes, aquello que no tiene precedentes. Cuando trata-
mos de comprender “lo que nos ha pasado” no es para explicar lo “que
nos pasó” desde analogías y generalidades que hagan aparecer una rea-
lidad mutilada. Comprender significa llevar a cabo un trabajo con ri-
gor científico, pero que al mismo tiempo vaya auscultando para desen-
trañar lo que ha ido quedando escondido y objetivado en la sociedad,
y buscando los significados más profundos de lo que ha ocurrido.
En la formación social chilena, las clases dominantes, se apoya-
ron en los mecanismos que producen a la vez la agresividad y la indi-
ferencia en el seno mismo de las relaciones sociales del sistema capi-
talista. Las relaciones de competencia en el mercado son relaciones
de enfrentamiento y de separación que construyen la agresividad, tal
como quedó impreso en el vocabulario de guerra empleado por la
prensa, antes, durante9 y después de 1973. Cada uno deviene, en
este contexto, potencialmente adversario del otro, es decir, que cada
uno debe construir su sistema de defensa para afirmarse y/o preser-
varse. A ello conviene agregar los efectos producidos por el capital como
condicionamiento y explotación de la capacidad de actuar de los hom-
bres y mujeres que los hace primero “peones” para luego renombrarlos
“proletarios”, transformándolos en factor de producción o reduciéndo-
los a un material como cualquier otro: el hombre de la competencia
deviene y se reduce así a ser no más que un medio para el hombre.
En el movimiento y dinámica de la valorización en el sentido de
atribución mercantil, muchos hombres y mujeres son a cada instante

9
Inmediatamente después del « golpe de Estado”, tres publicaciones de la dictadura cívico-
militar justificaron la existencia de un denominado “Plan Z”, elaborado por los partidos de la
UP, para “exterminar” a los dirigentes de los partidos de la oposición, el asesinato del alto mando
de las Fuerzas Armadas y la existencia de un plan de levantamiento y cerco de las principales
ciudades del país: 1. Libro blanco del cambio de gobierno en Chile, 11 de septiembre de 1973,
Secretaria General de gobierno, 1973; 2. Breve historia de la Unidad Popular. Documento de « El
Mercurio”, Editado por el Mercurio”, S.A.P., 1974; 3. Fuerzas Armadas y Carabineros “Septiem-
bre de 1973. Los cien combates de una batalla”, Editora Nacional Gabriela Mistral, 1974.
10
Vincent, Jean Marie, Apuntes de clases, mayo de 2003, Université París 8 Vincennes Saint-
Denis. (trad. del autor)

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dejados en el borde del camino, reducidos a ser solo elementos “super-


fluos” en el seno del sistema de producción10. La sociedad chilena está
impregnada de violencia por su propia historia, no solamente de la
violencia impersonal de los dispositivos y agencias del capital, sino
también de la violencia de los individuos – soportes de las relaciones
sociales capitalistas. Por ello la violencia se sigue ejerciendo como algo
“normal”.
Crisis sociales, crisis políticas, crisis económicas, como la del 73,
hacen aparecer grietas y fallas donde queda de manifiesto la fragilidad
del tejido social. “Estas crisis pueden ser, en ciertos casos, la ocasión de
la toma de distancias colectivas en relación a la lógica del capital. Pero
es probable también, que abran la vía a desarrollos contra-revoluciona-
rios en nombre de un retorno a un pasado más o menos mítico. Hay
algo aquí muy profundo que en el plano teórico fue trabajado por
Adorno y Horkheimer en La dialéctica de la razón”11.
Cuando se está obligado a vender la fuerza de trabajo para so-
brevivir, afirma Jean Marie Vincent12, “se está obligado a reproducir-
se en tanto portador de trabajo abstracto, y en tanto parte variable
del capital”. En este sentido agrega, los textos de Adorno invitan a
desconstruir la naturaleza fetichizada e indican que “la lucha a nivel
de las relaciones sociales de conocimiento y las relaciones cognitivas
contra los desconocimientos producidos por la naturaleza capitalis-
ta, deben convertirse en un elemento esencial de la lucha política
contra el mundo actual y para un mundo nuevo. En este marco, no
puede haber iluminación de una conciencia de clase potencial, sino
maduración de aquellos procesos que hacen ver las relaciones sociales
de otro modo y que a la vez transforman a los individuos sacándolos
de sus prisiones psíquicas y emocionales”13.
Estas dinámicas demuestran que las relaciones sociales envuel-
ven y recelan un potencial de tendencias destructoras y autodestruc-
toras, lo que puede expresarse políticamente como lo que comprende
incluso la destrucción de lo político, la política y la democracia.

11
Vincent, Jean Marie, Auschwitz et la suite, in Revue Variation 2, Edition Syllepse, París
2001, p. 180. (traducción del autor)
12
Vincent Jean Marie, Pensar en tiempos de barbarie. La teoria critica de la escuela de Frankfurt,
edición chilena, traducción Maria Emilia Tijoux, Editorial ARCIS, Santiago, 2002, p. 14
13
Idem.

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En el trabajo que llevamos a cabo utilizamos los conceptos de


secuestro en lugar de “detención”, de castigo en lugar de “tortura” y
denominamos Centro Secreto de Secuestro en lugar de “Centro
Clandestino de Detención”. Y recurrimos a los conceptos de casti-
go, de masacre y de exterminio, cuando se trata de referir a los
ejecutados-desaparecidos y no al concepto jurídico de genocidio.
Constatamos que los conceptos y categorías jurídicas engendran
una concepción del Estado y del Derecho y que están construidos
con el objeto de ser “discutidos” en el seno de un Tribunal con sus
correspondientes procedimientos. En la disciplina jurídica, el juez
del crimen aplica el método de la subsunción, entendido éste como
el proceso intelectual que hace el juez para enmarcar la realidad de
los fenómenos sociales en una norma contenida en el Código penal
o en una ley especial.
Desembarazarse del derecho es indispensable en las investiga-
ciones sobre masacres y exterminios en las ciencias sociales con el fin
de conquistar su propia madurez en su propio campo. Con este fin
señala Jacques Semelin, “preconizo la utilización de un vocabulario
no normativo, la noción de “masacre” pudiendo servir ésta de prime-
ra unidad léxical de referencia. Desprenderse del derecho, es más
aun buscar pensar los usos políticos de las masacres en función de sus
dinámicas de destrucción14

Memoria, Olvidos y Silencios.

En El 18 de Brumario de Louis Bonaparte, Marx, desarrolla ex-


tensamente el rol del imaginario colectivo en las luchas sociales. Lo
hace especialmente sobre la manera en que el imaginario constituido
en el pasado pesa sobre el presente, no como una simple huella que
se está borrando, sino para re-actualizarse: “Los hombres hacen su
propia historia, pero ellos no la hacen arbitrariamente, en las condi-
ciones escogidas por ellos, sino en las condiciones directamente da-
das y heredadas del pasado. La tradición de todas las generaciones

14
Sémelin Jacques, Purifier et Détruire. Usages politiques des massacres et génocides, Edition du
Seuil, París, 2005, p. 367. Traducción del autor.

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muertas pesa con un peso enorme sobre el cerebro de los vivos. In-
cluso cuando parecen ocupados en transformar, ellos y las cosas, en
crear alguna cosa completamente nueva, es precisamente en esas épo-
cas de crisis revolucionaria que ellos evocan temerosamente los espí-
ritus del pasado, para aparecer sobre la nueva escena de la historia
bajo un disfraz respetable y con un lenguaje prestado15”
Los criterios de importancia para abordar los recuerdos, no son
para nada naturales y se originan en lo “intersubjetivo” y en la dialé-
ctica social, por tanto, varían según el ámbito espacio-temporal. A
este respecto Berger y Luckmann16 abordan la legitimación simbóli-
ca citando a Marx: “las ideas de la clase dominante son en todas las
épocas las ideas dominantes”. Parafraseándolos, podemos agregar que:
“las ideas del poder dominante son la memoria dominante”. Histo-
ria y memoria entonces surgen de una misma preocupación y com-
parten el mismo objeto: la reconstrucción del pasado. Para Enzo Tra-
verso existe jerarquía entre ambas. “La memoria posee un estatus
matriz, es una narración, una verdadera escritura del pasado hecha
según las modalidades y las reglas de la profesión, de un arte y, de
una “ciencia”, que trata de responder a las preguntas suscitadas desde
el presente. Por su parte, la historia “del tiempo presente”, analiza el
testimonio de los actores del pasado e integra la historia oral entre
otras fuentes, al mismo nivel que los archivos y otros documentos y
materiales o escritos. O sea, nace en la memoria a la que transforma
en lo que puede llegar a ser un objeto de estudio17”.
A partir del concepto predominante de memoria, lo que llama-
mos testimonio, podría caracterizarse como la memoria de uno solo.
Esto hace parte de la tensión y la dureza de la experiencia concentra-
cionaria, donde no hay apertura y no se aprehende. La pérdida de la
memoria entonces implica que no podemos contar cuando no logra-
mos recordar. Sin embargo, “lo que se puede recordar da lugar a la
memoria, porque se olvida lo que se sabe” (Iván Trujillo). Las expre-
siones de la memoria y del olvido y de los silencios, constituyen

15
Karl Marx, Oeuvres Choisis de Karl Marx et Friedrich Engels, Editions du Progrès Moscou,
París, 1955.
16
Peter Berger y Thomas Luckmann, La construcción social de la realidad, Amorrortu editores,
Buenos Aires, undécima reimpresión, 1993.
17
Enzo Traverso, Le passé, modes d’emploi. Histoire, mémoire, politique, La Fabrique Editions,
París, 2005, p. 18. Traducción del autor.

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materia de interpretación, en cuanto son objeto de significación. Por


esta razón debemos preguntarnos de que modo interpretarlos y como
hacerlo en la perspectiva hermenéutica que implica una constante
apertura. En este recorrido, la memoria que interpela a los recuerdos
parece estar dispuesta a reconstruirse con sesgos visuales de una ima-
gen, tratando de sobrepasar todos los artificios que durante un tiem-
po en Chile nos impedían “ver” a través de la venda y nos impedían
“oír” cuando lo que podía oírse quedaba cubierto por los gritos pro-
venientes de la eufemística “sala de castigo” y de la “parrilla”.

Más allá o mas acá de la “venda” o de la “parrilla”.

Es un tiempo y un lugar donde todo movimiento, palabra, so-


nido u aroma adquieren significado. Son los tiempos de la prohibi-
ción de hablarse, mirarse, moverse, alimentarse, lavarse, percibir,
mostrar o sentir. Es cuando los seres humanos inventan y elaboran
en razón de su propia socialización los medios para continuar vivien-
do. Dicha obligación implica que todo tiempo se hace presente. Es
un tiempo de la experiencia que encadena a una generación, cuando
una violenta máquina burocrática y jerarquizada se pone en función
para “quebrar”, destruir y exterminar. La única libertad es la de resis-
tir. Son los tiempos sin espacios para moverse, y que solo se arman
una vez abiertos los portones metálicos del “Cuartel Terranova” en la
Villa Grimaldi.
Allí están acurrucados los muertos que no quieren morir, por-
que es imprescindible que un día u otro puedan contarse los hechos,
aun si provienen desde señas que se dibujan desde las manos que
mueven sus dedos en alguno de los rincones mas obscuros de la sole-
dad de las “casas Corvi” o “las casas Chile” o la “Torre” misma. O la
absurdamente llamada “sala de castigo” o “la parrilla”. Es el tiempo
de la prohibición y golpes, aunque sin ver, se puede escuchar, sentir,
tocar. Cada paso del funcionario público, agente del Estado, deviene
una pista, cada respiración suya deja huella, cada perfume, jabón,
desodorante que lleva se vuelve identificable, cada roce de los cuer-
pos que se advierten se hace sentido. Es todo un aprendizaje, arma
radical para la batalla de la memoria y no prueba legal para la Admi-

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nistración de justicia. La memoria así, penetra en la esfera pública


para sacar una lección; el pasado deviene un principio de acción para
el presente que rompe con toda lógica de martirologio y victimiza-
ción y con su consecuente remedio: la reparación.
El “triunfo” o las “pequeñas victorias” sobre el ejercicio del po-
der absoluto se erigen a partir de la prohibición de cualquier gesto o
acción que escapan a la vigilancia y al control, tal este relato de un
superviviente: “Los ojos están vendados, la capucha obscura amarrada
al cuello, esconde completamente la cabeza. El castigador puede comen-
zar el interrogatorio sobre esa mujer o ese hombre que, privado de la vista,
no lo puede conocer ni reconocer. Esta manera de operar lo tranquiliza en
caso de un posible futuro encuentro. El otro, el castigado, cuerpo desnudo,
sometido y amarrado lo protege por su imposibilidad de ver. La venda es
necesaria. Los cuerpos están siempre muy cerca…”
Las particularidades de esta compleja relación social, de esta
relación de poder, muestran toda la intensidad que se adquiere en la
experiencia del castigo. Las técnicas empleadas se organizan con una
habilidad científica, definiendo así el campo particular de la prácti-
ca. Su eficacia se cristaliza cuando somete el cuerpo mismo del sujeto
castigado, el que se separa cada vez más de si mismo y termina vacia-
do de toda sensación. Solo queda la angustia de ver llegar sorpresiva-
mente un dolor que aumenta y se incrusta hasta torcer al cuerpo, que
cual marioneta vacía, se agita fuera de si mismo.
El “castigador” es un funcionario publico que debe, entre sus
tantas órdenes, mantener al “castigado” despierto, pero sobretodo
vivo, sin dejar por eso de “castigarlo”, como condición de la continui-
dad de una relación, que debe ser entendida y explicada a partir de
los mismos mecanismos que permiten el funcionamiento del castigo,
o sea, el ejercicio constante de escarbar en los despliegues operacio-
nales de los desplazamientos del poder, más y más información.
El cuerpo se deshace: “En la pieza contigua, una joven camarada
de la estructura, está crucificada sobre “la parrilla” y las gotas de su sangre
continúan goteando con obstinación sobre el suelo para juntarse con otra
sangre, aun fresca, aquella derramada en la ultima sesión…”
“Los castigadores, los jefes del equipo operativo y los “parrille-
ros” cesan de actuar un minuto. Parece que ha terminado su turno.
Una llave corre y los movimientos se escuchan y se siente cuando
ellos se lavan. Un fuerte olor a desodorante invade la sala de castigo,
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se confunde con un perfume “nacional” muy conocido… ¡si segura,


era “Flaño!”. Han terminado de vestirse y castañean los dedos como
para invitar a sus colegas a continuar el trabajo. Los reemplazantes se
cambian sus vestimentas callejeras, silbando una canción de moda.
Se ponen un delantal y se escucha el ruido ligero de sus vestimentas
dispuestos en colgadores que ellos guardan, para cada uno, en casille-
ros celosamente cerrados. Un cuchicheo, un murmullo de adiós se deja
percibir en algunas palabras, lejos de todo paternalismo: “Sábado, ca-
rreras en el hipódromo, el domingo fútbol en el nacional… ¿Y porque
no un asadito el domingo con la familia?” Los pesados y discontinuos
pasos de los “castigadores” se alejan por los corredores. La sangre conti-
núa derramándose y enfurece a los reemplazantes que deben comenzar
su trabajo. “Puta, gueona terrorista”… “marxista de mierda”, grita uno
enfurecido. De nuevo el ruido, de nuevo la máquina, más “parrilla”, de
nuevo el cuerpo que sobresalta. Pero esta vez el funcionario no pregun-
ta. La camarada no comprende este acceso de furia. “Perra inmunda”,
grita una vez más. La cólera del funcionario se explica por el crimen de
sangre que continua derramándose.

Crucificada en esta imagen de muerte, la camarada es


doblemente culpable: mujer y “puta subversiva, marxista”.

De ésta experiencia, ninguno de los secuestrados (as) han men-


cionado que la razón de su sobrevivencia fue “para contar la historia”
ni “para decir la verdad de lo ocurrido”. Todos son parte de esta rela-
ción, son los actores y por ello no tienen categoría de testigos. Testi-
go, desde lo jurídico, es un tercero ajeno al litigio o al conflicto. La
única constatación que puede resultar de este recorrido es que han
sobrevivido y pocos han declarado las razones y los medios, las tácti-
cas y estrategias implementadas para haber podido sobrevivir tal como
lo declara un superviviente del “Cuartel Terranova”: “cada uno sabe lo
que hizo para sobrevivir”,
El poder absoluto de vida y el poder absoluto de muerte sobre
los secuestrados producen impotencia; la mayoría vive la angustia
permanente del sufrimiento, del aislamiento, del desaparecimiento,
de la agonía y de la muerte. Nadie sabe si la adaptación y/o la obe-

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diencia prolongarán efectivamente la ausencia de dolor, la vida. En


estos momentos y espacios, pasado y futuro son radicalmente desva-
lorizados. Los secuestrados viven un presente eterno, en espera de ser
llamados por su número o su “chapa”, para ser confrontados con
algún otro secuestrado y luego enviado una vez más a la “parrilla”. En
este universo concentracionario, “una sesión” puede durar tiempos
eternos e indefinidos.
La exposición constante al riesgo del castigo y a la desaparición
hace reinar en el “Cuartel Terranova” una furiosa lucha por la vida. Y
a cualquier precio, aunque se hayan abolido las categorías mercanti-
les traspasando los portones de la Villa Grimaldi. El poder absoluto
que instauran estas relaciones sociales no reúne, no cohesiona, no
agrupa a los individuos: destruye su sociabilidad y quiebra comple-
tamente la solidaridad. Para eso han sido concebidos los Centros Se-
cretos de Secuestro, para concretizar la política de castigo, encierro y
exterminio, producto de una concepción binaria de lo político, de la
política y de lo social. La eficacia de la barbarie organizada, adminis-
trativa, burocrática y jerarquizada necesita de la actividad humana y
sobre todo del sufrimiento.
El poder absoluto ejerce su control sobre los seres humanos.
Allí quiebra sus resistencias, los encierra y los aglutina. Según Sofsky:
el poder absoluto, tal como ha sido puesto a la obra en el campo de
concentración, el poder no se desencadena realmente más que al mo-
mento donde todos sus adversarios están de rodillas después de largo
tiempo. No renuncia a la violencia, sino que se desembaraza de toda
inhibición y le da una nueva potencia proveyéndola de una organiza-
ción18.
El objeto del castigo es obtener información, es destruir al mi-
litante como un sujeto social organizado y neutralizar su condición
de combatiente, es aniquilar su voluntad de resistir hasta someterlo
“a la condición de animal”, como si realmente se pudiera “animalizar
al hombre”. Es esencial observar que la política, como cristalización
de un conflicto agudo de la lucha de clases puede concebirse como
una “buena exterminación”, como aquel baño de sangre salvador con-
tra el que ha sido constituido como “enemigo del Estado”. El mal

18
Wolfgang Sofsky, idem, p. 30. Traducción del autor.

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LA EXPERIENCIA CONCENTRACIONARIA CHILENA (1973-1976)

(absoluto) debe a cualquier precio operar en el sentido común. El


enemigo a causa de su mal tiene que ser odiado por todos y por
supuesto temido, hasta quedar excluido de la condición de humano.
Animalizar al hombre y la política permite su destrucción en
nombre del bien y muchas veces el silencio de la sociedad que baja
los ojos y mira para otro lado. Para Alain Brossat, “esta percepción de
lo absoluto de la masacre sin precedente ni equivalente traduce ante
todo la tetanía y el agobio que comprenden los contemporáneos con-
frontados a la amplitud del desastre. Disposición honorífica de los
vivientes y singularidad del acontecimiento se fundan en una repre-
sentación de lo extremo –la de la política destrozada en el precipicio
del enfrentamiento zoológico, en el fragmento de una brutalidad
inaudita. La política así obligada a las condiciones de lo extremo
(que no es más que el seudónimo político y catastrófico de lo “subli-
me”) se reduce a la percepción de una matanza donde “el otro”, el
enemigo, no puede ser nombrado más, que como bárbaro, bruto o
bestia- lo que mas o menos es la misma cosa19.
Así, la figura del enemigo/subversivo “animalizado” coincidirá
con un cuerpo o un conjunto de cuerpos a destruir, a exterminar, a
ejecutar y hacer desaparecer.
¿Qué es la memoria? Parece que más que una regla o un deber a
seguir es una estrategia. Ella posee su economía de recuerdos y olvi-
dos, de incertidumbres y certezas. Transporta también inquietudes a
partir de interrogantes posibles del presente para definir los contor-
nos del pasado y hacerlos más o menos visibles. No cabe duda que
todas las narraciones tienen sus héroes y sus villanos y por supuesto,
también su moral.
El trabajo que realizamos, no pretende cuestionar lo que se dice,
sino que trabaja los modos de producción de dichas situaciones. Nos
planteamos la necesidad de realizar una reconstrucción distinta de
esos acontecimientos, de avanzar para desmistificar las narraciones,
de realizar una triangulación y un cruce con las declaraciones judi-
ciales y extrajudiciales, los archivos, los documentos o los escritos,
desde la historia oral y las entrevistas en profundidad que ayuden a
levantar el silencio que pesa sobre el “castigo”. Y con ello develar con

19
Alain Brossat, Le corps de l’ennemi. Hyperviolence et démocracie, La Fabrique Edition, 2005,
París, p. 118. Traduccion del autor.

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ACTUEL MARX/ INTERVENCIONES Nº6

mayor certeza aquellos significados y predisposiciones que van legiti-


mando formas de vida en la sociedad de hoy.
Es toda una proeza el relatar la historia de los Centros Secretos
de Secuestro y de los Campos de Concentración y Cárceles (1973-
1976) y no hacer mención de las palabras “Delación, Colaboración y
Traición”.
En el ejercicio de la memoria, ciertas prohibiciones ejercen su
coerción y ensucian como mancha original la narración de una histo-
ria donde la significación puede ser debatida. Detrás de esta conjura,
la palabra prohibida asume su poder. Para algunos de los entrevista-
dos: “la legitimidad de la lucha armada como opción política en el hori-
zonte ideológico de los años setenta, su racionalidad histórica para la
toma del poder y la construcción de una sociedad igualitaria y la legitimi-
dad del presupuesto revolucionario frente a los limites de la sociedad capi-
talista y su democracia”, pero siempre es imprescindible recordarles el
contexto, las prácticas y los discursos de la época cuando el analista
se enfrenta a los entrevistados y ex militantes de este recorrido.
De los setenta, como en toda época, se habla como actor de los
hechos o como observador y no como “testigo”. Después, y sobre
todo a partir de la consolidación del supuesto bi-demonológico, los
setenta son demonizados a un punto tal que sobre ellos empieza a
pesar una interdicción que los sepulta, lanzándolos a un tiempo tan
remoto sobre el que no existe discurso ni recuerdo viable, solo hay
espacio para uno y solo un discurso hegemónico. Los elegidos esta-
blecen su genealogía: son ellos “los más viejos” los que determinan
“la moral” de los enunciados. Se convierten así en una especie de
“testigos superstars” que reposicionan aliados y adversarios, la consti-
tución de un “ellos” y “los otros” que logra condensar en sus despla-
zamientos los puntos de fricción y de encuentro, las vacilaciones y las
certezas.
Aquellos que enuncian la autoridad y la verdad en su calidad de
actores y protagonistas, construyen sus verdades y silencios –en cier-
tos casos por medio de pactos de silencio- como tácticas y estrategias
para cuidar sus narraciones. Puede ser por esto que, cuando esta his-
toria se petrifique en el mármol, aquellos que contribuyan a esta
solidificación, sean cuestionados sobre su “heroísmo” por quienes no
han vivido ésta época y por aquellos que la vivieron tratando de llevar
a cabo la tarea de destructores de mitos.
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