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Núñez Miranda Ana Karen

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Psicoanálisis del Corazón delator de Edgar Allan Poe

A sabiendas que cierta metodología de Freud, en específico el psicoanálisis, puede


adaptarse a otras instancias como la literatura o de manera general, a las obras de
arte, es el objetivo de este trabajo señalar los principales conceptos que Paul Ricœur
desarrolla en su texto en un cuento como el de Corazón delator del escritor
estadounidense Edgar Allan Poe. El principal interés se centrará en resolver
preguntas como cuáles serían los seres de deseo y de cultura en los que el autor
francés se basa y qué conceptos de la teoría de Freud son integrados para realizar un
psicoanálisis de este cuento.

Podríamos empezar personificando a ambos seres en el protagonista del


cuento. Decir que el ser del deseo se encarnaría en la persona que es antes y durante
la muerte del “viejo”, en los nervios y ansias de cometer el crimen, mientras que el
ser de cultura se encontraría en la máscara con la que actúa cuando llegan los
policías. Pero esto iría un tanto en contra de lo que dice Ricœur (1974) cuando
menciona que “(…) el objeto mismo del psicoanálisis no es la pulsión –quiero decir
la pulsión sola, la pulsión desnuda–, sino la relación del ser de deseo con el ser de
cultura (…)” (p. 209) esto porque recalca que la importancia radica en las
“estructuras de distorsión” con posibilidades de ser análogas a las del sueño y a las
de neurosis (p. 211).

Así que, en este sentido, trataríamos entonces de analizar al sujeto, al


protagonista, como el centro de nuestra estructura; donde efectivamente en él se
hallan ambos seres, pero en el que la conceptualización de los dos términos no
termina sólo ahí. Ricœur (1974) dice que la semántica del deseo es aquella donde el
hombre del deseo se encuentra disfrazado dentro de fenómenos culturales que
obligan al analista a hacer un desciframiento (p. 210). En este caso se ejemplificaría
cuando se nos narra momentos como “Jamás fui más amable con el viejo que la
semana antes de matarlo.” (Allan Poe, 1843, párr. 2), o incluso en específico cuando
cuenta que

Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su


habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre
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con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven
ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para
sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a
mirarlo mientras dormía. (Allan Poe, 1843, párr. 3).
Aquí se nota el disfraz, el ser de cultura, el superego. En el último enunciado
se puede notar el deseo oculto de asesinarlo detrás de una fachada que usa nuestro
protagonista para acercarse y despistar al “viejo” de cualquier sospecha que pudiera
darse. Si bien es cierto que este superyó no es una imagen ideal de sí mismo porque
nunca da pie a la interpretación de suponer que busca ser una mejor persona o que
se considere de esa manera –de hecho, al principio nos advierte que es nervioso y
durante el relato nos deja claro que está loco–; sí es alguien que actúa conforme a las
normas morales y éticas que rigen a la sociedad de su momento. Es amable, es
educado, es alguien que él mismo se piensa como quien nunca tuvo problemas con
su objetivo, dice inclusive quererlo y no buscar algo más de él que no sea su ojo.

La pulsión de deseo, aquella que Ricœur (1974) explica que es humana


siempre y cuando la veamos como una “exigencia” sobre otro deseo reprimido desde
hace mucho tiempo (también llamado este último como “nuestros más viejos
deseos”) (p. 210); es quizá la parte que él define como lo oculto, porque es claro el
deseo reprimido por el protagonista (asesinar) pero éste podría surgir de la búsqueda
de paz. En un inicio trata de explicarnos que el viejo “tenía un ojo semejante al de un
buitre… Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me
helaba la sangre.” (Allan Poe, 1843, párr. 2); con tal descripción y la que él da en
cuanto a sus nervios, se entiende la exaltación que debió de haberle provocado cada
momento que aquel ojo se posaba sobre él. En cambio, una vez que es asesinado y el
ojo se cierra para siempre, se nota un cambio tal que yo anteriormente lo había
asociado con el ser de cultura que se comporta ante los oficiales, pero tampoco hay
que olvidar cuando subraya el “Escuchen… y observen con cuánta cordura, con
cuánta tranquilidad les cuento mi historia.” (Allan Poe, 1843, párr. 1). Un cambio,
¿no es así? Una actitud un tanto diferente en las que su entusiasmo y tranquilidad
reinan.
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Esta paz que anhela el personaje es lo que Ricœur llama “mecanismo” capaz
de funcionar como detonante de una acción ejecutada por el ello, por el inconsciente,
por un pensamiento primitivo que fue desencadenado por una pulsión preliminar.

Esto que no está propiamente dicho es satisfecho (pues finalmente es una


tensión que exige hacerlo) momentáneamente y no de manera duradera porque de
haberlo sido, caería en la idea que Mauron (1974) dice de “si el deseo era sólo un
juego, se satisface pura y simplemente” (p. 218); punto que sólo nos lleva a rectificar
la idea anteriormente plantada acerca del verdadero deseo, el de la paz, pues lo que
sí se satisface es quizá la pulsión del deseo primitivo, la de asesinar, mientras que la
tranquilidad que llegó apenas siquiera a experimentar por unos segundos,
desaparece tan pronto el superyó vuelve a aparecer.

Entendemos hasta ahora que nuestro protagonista es una “persona” que no


está estable mentalmente. Dice haber agudizado sus sentidos, y oído incluso aquello
de lo que se habla en el Infierno (un punto interesante a tratar si el autor hubiera
profundizado más en el tema y entonces se hablaría de otro tema totalmente
diferente, cabe destacar). Es, lo que popularmente se diría, un manojo de nervios
andante capaz de asesinar a una persona de la tercera edad (viejo) sólo porque su ojo
le causa terror. Alguien que siente calma luego de descuartizar un cuerpo en plena
madrugada. Es, hasta este momento, lo que yo llamaría una fuerza salvaje,
impredecible, no atada más que a su impulsividad y libertinaje. ¿Qué habrá pasado
como para que alguien con tales cualidades haya sentido algo que moral y éticamente
conocemos como culpa?

A diferencia de la primera impresión, no se busca explicar el comportamiento


del personaje pues eso Ricœur lo conceptualiza como psicología, sino jugar con ella
para interpretar los “(…) fragmentos de sentido que forman parte del texto
descifrado (…)” (1974, p. 210). Este ser de cultura, o el superego que el protagonista
muestra con cada persona con la que interactúa es lo que definiría como fuerza ética.
Hablamos la parte de él que sigue siendo humana, que sigue teniendo una
consciencia, que sigue teniendo miedo, del preconsciente.
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Y cuando ambas fuerzas se encuentran es cuando ocurre el colapso. Si la
tensión ya fue satisfecha, no habría por qué no sentir paz, por qué no seguir
sintiéndose cómodo en la plática con los oficiales. Pero se nos olvida, claro, que tanto
la fuerza ética como él mismo se han desarrollado dentro de una sociedad con cierto
tipo de cultura que los hace pensar y actuar de cierta manera. En este sentido, la
cultura y la sociedad conforman lo que Ricœur establece como censura y que nos
llevará al principio de realidad, en el que, quizá (y esto porque Poe no escribe más al
respecto, de manera que yo soy la que especula lo siguiente) la paz que nuestro
protagonista busca se halla en las “mediaciones” de todo lo que ha pasado hasta el
momento de su confesión para conseguirla.

Respecto a este último, al principio de realidad, me atrevo a estar en


desacuerdo con lo que Mauron señala cuando dice que “(…) este último no tiene de
ninguna manera la forma de una máscara; es una fuerza que lo mismo permite que
impide la satisfacción de un deseo.”. Es cierto y lo es también el que la introducción
de una “segunda variable” acompleje más la situación a analizar (1974, p. 218), pero
según el planteamiento que he explicado, el principio de realidad y a su vez, la
segunda fuerza que lo complementa, no podrían explicarse “en el sentido científico”,
pues necesitan de la interpretación para que se entienda en su totalidad. Están ahí
presentes, ya que “el psicoanálisis no muestra nada, no hace ver nada más que la
propia obra” (Ricœur, 1974, p. 212), pero la unión que los hila no es tan clara si no
se toma en cuenta que la gran mayoría –si no es que todo– hasta ahora ha tenido un
trasfondo más interpretativo del superficial.

Como el hecho de la agudeza de sus sentidos gracias a la “enfermedad”, o


locura, o nerviosismo. Un arma de doble filo que lo llevó a ahogarse en su propia
desesperación cuando empezó a escuchar cada vez con más fuerza los latidos de (su)
corazón alterados por un cuadro de, probablemente, ansiedad, nervios, histeria,
miedo:

Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía


continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz
muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía
continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a
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grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me
enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué
podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia… maldije… juré…
Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella
las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía
sin cesar. (Allan Poe, 1843, párr.20)
e inevitablemente culpa: “¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían… y se
estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy!” (Allan Poe, 1843,
párr.20).

A lo largo de este texto he avanzado en cuanto a comprensión y desarrollo de


mis ideas iniciales. En un principio creí que sería capaz de señalar como si de datos
numéricos se tratara a los distintos conceptos que Ricœur aborda en sus
explicaciones, y aunque en cierta medida sí lo he hecho, también me doy cuenta de
algunas cuestiones que él explicaba y yo no lograba entender. Sé que ahora cuando
se refiere a lo que debería de importarnos no es el término como tal, sino la relación
con la que interactúan los trasfondos de todos los conceptos que implica es porque
una cosa no puede existir sin la otra. Si bien no hallamos un “balance” entre el ello y
superyó, sí hay una conexión que permite a cada uno actuar en momentos
específicos. Desde mi perspectiva y según lo que dice Ricœur (1974) del psicoanálisis
siendo una “(…) interpretación de la realidad humana en su conjunto.” (p. 209) es
que habrá situaciones en los que cada uno de estos elementos del segundo sistema
dialéctico rijan lo que hacemos porque así nos pasa a nosotros, así pasa en nuestra
vida diaria y sí, es poco probable que la situación que plantea Poe en el cuento suceda
en la vida real, pero “(…) el carácter relativamente formal de estas estructuras,
permite su transposición analógica ilimitada, tan lejos como se extiendan las
expresiones disfrazadas deseo.” (p. 212).

Finalmente, reitero mi idea de que el personaje principal es la encarnación de


ambos seres y lo que ellos conllevan, porque se muestra una constante lucha y
demostración de dominación de ambas partes en el personaje. En sus acciones, en
aquellas en las que no hay tanta descripción salvo el final, nos expone su superyó y
en las que pareciera demostrarnos cuál es su verdadero yo, nos deja ver a su ello.
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Referencias

Allan Poe, E. (7 de enero de 1843). The Tell-Tale Heart. The Pioneer. (Julio C., Trad.).
https://ciudadseva.com/texto/el-corazon-delator/

Ricœur, P. (1974). Psicoanálisis y cultura. En Bastide, R., Doubrosky, S., Eco, U.,
Girard, R., Goldman, L., Green, A., Lefebve, M., Mauron, C., Ricœur, P.,
Rosolato, G., Taubes, J., y Wangermée, R. (Ed.), Sociología contra
psicoanálisis. (Carlos A., Trad.). Planeta-De Agostini, S. A. (208-222)
https://drive.google.com/file/d/1q7bjAR4AUXcw5AtMPvIPHg55fPQ1o1I4/
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