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ISSN: 0187-7690
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Universidad Intercontinental
México
Revista Intercontinental de Psicología y Educación, vol. 9, núm. 2, julio-diciembre de 2007, pp. 71-84.
imagen fueron las clases de historia del arte, en las que sólo se pasaban
diapositiva tras diapositiva. La manera de enseñar las artes plásticas y la
comunicación gráfica, junto con el deseo de saber qué hay más allá de las
imágenes me impulsó a buscar algún otro curso. Encontré la carrera que se
llamaba licenciatura en comunicación social y a la que finalmente emigré.
Me pareció el Jardín del Edén, porque convergían aquí todos los árboles
del conocimiento posibles: introducción a la lingüística, a la antropología, a
la filosofía, a la sociología. Estadística, fotografía, televisión, radio, cine…,
cualquier cosa que se me hubiera ocurrido o hubiera tenido ganas de cur-
sar en algún momento de mi vida se encontraba en esa carrera. A partir de
las posibilidades que me abría transitar de un oficio a otro —de ser perio-
dista a locutor de radio; al semestre siguiente, de director de cámaras hasta
diseñador gráfico o publicista— pasé por diversas formas de comprender
posturas distintas entre la sociología o la lingüística y la mesa de redacción,
o bien entre la filosofía o la publicidad y la consola de audio. Este alud de
conocimientos desembocaba en una sensación de ser aprendiz de todo y
maestro de nada, lo que me llevó a querer salir de esta metamórfica trave-
sía de cinco años en la licenciatura en comunicación. Al tratar de enfocarme
ingresé a la maestría en sociología de la cultura mientras continuaba dan-
do clases en la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM)-Xochimilco en
la carrera de comunicación social. Fue entonces cuando me topé con un au-
tor que me dio una sensación de totalidad y la posibilidad de integrar mis
múltiples travesías (esta experiencia teórica de la integración puede servir
para plantearse el problema en torno a la educación práctica de la interdis-
ciplina de las artes).
Pierre Bourdieu era un sociólogo francés con su proyecto de compren-
sión compleja de los fenómenos culturales, es decir, más allá del objetivis-
mo y el subjetivismo. La atracción que tuve por Bourdieu surgía por la for-
ma en que me hacía comprensibles las cosas que algunas veces se daban
por descontadas. Por ejemplo, la razón por la que a algunos nos gusta ir al
museo, o bien qué es lo que nos inclina a sacar fotografías de atardeceres.
Con su teoría de las disposiciones en la percepción y producción del arte,
con la teoría de los campos artísticos y culturales como una arena de juga-
[…] cómo con el trobar clus se está ante una poética de la inspiración to-
mando el camino de la declaración subjetiva, de la efusión sentimental […]
cuando el Perceval de Chrétien de Troyes monta a caballo luciendo por pri-
mera vez la armadura, inútilmente el gentilhombre que lo instruye le expli-
ca que todo arte requiere de un largo y constante aprendizaje. El joven galés
que no sabe nada de la teoría escolástica del arte parte lanza en ristre sin te-
mor: la Naturaleza misma lo instruye y cuando la naturaleza desea, secunda-
da por el corazón, nada ya resulta arduo (Eco, 1997: 140).
desde la lógica dice falsedades, usa las metáforas “para construir imágenes
y las imágenes resultan agradables al hombre. Sin embargo, si el objeto de
la poesía es una agradable mentira se entiende por qué repugna al conoci-
miento racional” (Eco, 1997: 140).
Para ubicar la manera poiética que instaura la novedad desde la subje-
tividad frente a la preceptiva artística y acompañar al modus poeticus en su
desplazamiento hacia una idea de fisura como una máquina productora de
vacíos fructíferos y plenos (Deleuze y Guattari con sus “máquinas desean-
tes”, “Cuerpo-sin-órganos” o “Plan de composición”), recuperé una aseve-
ración de Ada Dewes, artista de corte gramsciano, en su artículo “Forma y
significado en la cultura”: “Hay ciertos textos no circunscritos a lenguajes
específicos […] que tratan de contrarrestar la arbitrareidad entre expresión
y contenido: son los textos poéticos […] en la posibilidad de significar de
otro modo en situaciones de consenso social débil” (Dewes, 1991).
Dentro de la línea formalista, según Roman Jakobson, “ la poética estu-
dia […] el arte como hecho técnico […] como un conjunto de procedimien-
tos” (Ducrot y Schaeffer, 1998). Oswald Ducrot y Jean-Marie Schaeffer pro-
ponen una definición clara de lo que se asumiría como poética; es útil para
vincularla luego con la idea del arte como un tipo de acción con efectos
intencionales y atencionales: “Por poética entenderemos el estudio del arte
literario como creación verbal.” De tal modo que queda para mí como si-
gue: la poética será el estudio del arte como acto de creación.
La poética se inclina actualmente hacia la indagación de tres aspectos
principales y un emergente: por un lado, el interés por los tradicionales as-
pectos verbales, sintácticos y semánticos. A esto hay que añadir los acerca-
mientos recientes que se han hecho desde la dimensión pragmática que
considera a las obras como actos discursivos y, por tanto, comprendidos en
su situación comunicacional como condiciones de enunciación que involu-
cran marcos cognitivos específicos y disposiciones sociales (lo intencional
y lo atencional del contrato de comunicación artística).
Lo que se constituye, por lo tanto, como el problema principal, es el he-
cho de que no es posible una poética como canon de procedimientos para
hacer obras de arte, precisamente en la medida en que la producción artís-
más redonda: que el curso se llamase arte integral, para hacer perceptible
que se trata de afectar, de hacer agregados sensibles que susciten afectos,
con el objetivo preciso de mantener la multiplicidad poética de las disci-
plinas y encontrar su principio generador en la capacidad creativa, es de-
cir, poética.
La idea de Cultura Integral puede llevar a pensar que queremos hacer su-
perartistas o artistas que sepan de todo. La respuesta aún es incierta. En
esta práctica comparada, en este modo de afectarse mutuamente, lo que a ve-
ces resulta es, utilizando una analogía, como cuando se hace un viaje: la visi-
ta a algún lugar, la incertidumbre de su finalidad, para qué sirvió ese viaje,
cuáles fueron los objetivos, la certeza de que se sintió un clima distinto, de
que se vieron cosas no familiares, se saborearon y olieron otros aires y, sin
embargo, no sabemos exactamente cómo nos afectó. Al regreso nos damos
cuenta que ya no somos los mismos. Creo que así pasa un poco en las cla-
ses de Cultura Integral. Quizá hasta dos años después se caiga en la cuenta
de que se dejó de ser quien se era, y entonces se transformen las ideas que
se tenían acerca de la poética de mi arte. No tanto que se cambie de orien-
tación —que un pintor termine por ser actor, por ejemplo, que descubriese
que prefiere ser actor—, sino que al pasar por este curso se permita com-
parar, percatarse de lo precario que puede ser el principio generador artís-
tico. Por tanto, no podemos negarnos a este contacto, y que en este encuen-
tro, en este diálogo no dogmático ni encerrado al que a veces llegan las
disciplinas y sus campos artísticos se encuentre una extensión de los pro-
pios horizontes poéticos. Incluso si no gustó, este disgusto frente a cierto
tipo de modos de ser de los actores, pintores o coreógrafos suscita también
un afecto. Lo relevante es que en este espacio de encuentro, en esta zona
de comparación entre poéticas, se viva todo el recorrido de planicies, atra-
vesar paisajes con sus peculiaridades, ser afectado por todo y obtener la
capacidad de afectar a los demás a través de este clima diverso.
Creo, además, que la pareja de los docentes frente a un grupo es un ele-
mento muy interesante, es un ejemplo vivo y presente de maquinar y acu-
ñar juntos. Lo que sucede con esta polaridad doble del saber es que dis-
crepamos y nos complementamos. Esto es importante; no siempre se da la
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