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-¿Por qué lloras así, hermosa joven? -decía-. ¿Qué te tiene tan preocupada?
Era un gracioso enanito de larga barba. Llevaba un picudo gorro rojo, y unos
zuequitos de madera tallada ricamente.
-Mi padre le ha dicho al Rey que cuando hilo todo lo convierto en oro, y el Rey
espera que transforme este montón de paja en el precioso metal.
-¡No te preocupes por eso! -dijo el enanito-. Yo puedo hacer lo que dices, pero
¿qué me darás a cambio?
El enano se puso a hilar con la paja, y la volvió oro del más puro. Luego tomó el
collar de perlas, dio un saltito en el aire y desapareció.
Cuando a la mañana siguiente el Rey vio aquella riqueza se quedó casi sin habla.
Invitó a la niña a una rica comida y la trató con mucha delicadeza. Pero, por la
tarde, la condujo a un cuarto muy grande, en el que había un montón de paja mucho
mayor que el anterior, y le dijo:
-replicó la niña.
-¿Quién me ayudará ahora? ¡Oh, Dios mío, no quiero pasar el resto de mi vida en un
calabozo!
-El Rey quiere que transforme toda esta paja en oro, y no sé cómo hacerlo.
La niña, ante toda aquella paja, lloraba amargamente. Volvió a aparecer ante ella
el enanito.
-El Rey quiere que transforme todo este montón de paja en oro. ¡No sé hacerlo!
-No te apures, yo lo haré por ti -contestó el enano-, pero, ¿qué me darás a cambio?