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TRIBILITÍN - Página 3/3

Te ayudaré a pesar de todo, siempre que me prometas una cosa.

-¿Qué puedo prometerte?

-Que, si llegas a ser reina, tu primer hijo será para mí -replicó el enano.

La niña, hija de un molinero, no pensaba ser reina nunca, así que se decidió
fácilmente.

-Te lo prometo -dijo al hombrecillo.

El enano trabajó hasta muy tarde. Al amanecer, había acabado su tarea.

Como las otras veces, dio un salto y desapareció.

El Rey, cuando vio todo aquel oro, se sintió el más feliz de los mortales, y pidió
la mano de la niña que tan rico le había hecho.

-Acepto casarme con Vos -dijo ella-, si me prometéis que nunca más tendré que
convertir nada en oro.

El monarca estuvo de acuerdo, pues ya era suficiente rico, y se había enamorado en


serio de la joven.

Se celebraron las bodas y al año los esposos tuvieron un hermoso hijo. La Reina
era tan feliz que no recordaba la promesa que había hecho. Hasta que, un día, se
presentó ante ella el anano.

-¡Hola! -dijo-. Vengo a por tu hijo, pues tú me prometiste dármelo y yo necesito un


servidor.

¡Te ruego que me lo dejes! -suplicó la Reina-.

Me moriría sin él. Puedo darte todas las riquezas que quieras, pero déjame a mi
hijo.

Lloró y suplicó tanto, que el enano decidió darle una oportunidad.

-Vendré a verte tres noches un rato. Si durante esas tres visitas averiguas mi
nombre, no me llevaré al niño.

Para la primera visita, la Reina apuntó todos los nombres que sabía, y se los
recitó al enano, que siempre contestaba:

-¡No es ese, no es ese mi nombre! ¡Je, je, je!

Para la segunda visita, consultó libros, diccionarios y antiguos manuscritos. Pero


no tuvo mejor suerte.

¡No es ese mi nombre! -le contestaba siempre el enano.

La reina estaba muy afligida. Ya sólo le quedaba una oportunidad, y no sabía qué
hacer para adivinar el nombre del enano.

Le contó el grave problema a un paje que tenía que le era muy fiel y servicial
-No os preocupéis, majestad -dijo el paje-. Yo trataré de enterarme de su nombre.

El joven paje, montó en un brioso corcel, salió del castillo a todo trote, y no
regresó hasta la mañana siguiente. Entonces fue a ver a la Reina y le contó lo
siguiente:

-He cabalgado toda la noche por el bosque de los magos. Cuando dieron las doce, vi
junto a una hoguera a un enanito con gorro rojo que cantaba:

"Mañana, titilutín, el príncipe será mío, y de la Reina el asombro sin duda no


tendrá fin, cuando sepa que me llamo el mago Tribilitín".

La Reina se puso contentísima al oír todo esto, y premió generosamente a su fiel


paje. Luego esperó la tercera visita del enano.

-Te llamas... Rodolfo -le dijo.

¡No es ese, no es ese mi nombre! ¡Ji, ji, ji!

-¿Acaso te llamas Conrado? -preguntó la Reina, despistando al enano.

-¡No,no! ¡Frío, frío!

¡Entonces, será que te llamas Tribilitín! -exclamó de repente la joven madre.

En enano quedó paralizado por el asombro. Después, terriblemente enfadado, gritó:

-¡Una bruja te lo ha dicho, una bruja te lo ha dicho! ¡Maldita sea!

Dio una patada contra el suelo con tanta rabia, que hizo un agujero y se cayó en
él.

Desde entonces, la Reina vivió tranquila y feliz con su hijo y su marido, sin que
nunca más la molestase el enanito perverso.

Hermanos Grimm

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