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Una vez acertó a pasar por allí el Rey, que iba de caza y paró en el molino a beber
agua. Por cortesía le preguntó al molinero por sus negocios y por su familia. El
molinero, que quería a su hija de un modo extraordinario, hablando de sus virtudes,
dijo:
-No podría explicaros todo lo que vale esta hija mía. Su habilidad es tan grande
además, que cuando hila, todo lo que pone en su rueca se convierte en oro puro.
El monarca, que era un joven algo ambicioso, se sorprendió mucho al oír esto.
Probaré a ver si es cierto lo que dice el viejo, y si la niña convierte en oro todo
lo que hila, mis arcas estarán siempre llenas, pensó el Rey. Y le dijo al viejo:
-¡Pero papá, tú sabes que yo no hago eso! Cuando el Rey se dé cuenta del engaño, se
enfadará mucho con nosotros.
-Ya no hay remedio -repuso el molinero-. Iremos mañana a palacio, y que sea lo que
Dios quiera.
A la mañana siguiente, el Rey les recibió de muy buen humor. Luego mandó encerrar a
la niña en un rico aposento en el que había una rueca para hilar y un montón de
paja.
-Espero que conviertas en oro toda esta paja -le dijo el Rey-. Ponte a trabajar, y
acaba cuanto antes. Si no lo consigues, haré que te encierren en un oscuro
calabozo.