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Edición citada: Lyotard, J.-F. (1987) La condición postmoderna, Madrid: Cátedra.

“La caracterización de la que se presenta como nuestra época, la


Postmodernidad, específicamente en la forma de legitimación de su saber,
viene a ocupar, en definitiva, el vacío nihilista en que termina encallando la
Modernidad”

Obra ineludible de la llamada “Postmodernidad”, en La condición


postmoderna Jean-François Lyotard nos ofrece un provocativo estudio acerca de la
que considera la nueva era en la que nos topamos —concretamente de su
epistemología— tras la expiración del sentido de la Modernidad. Si la época
moderna se cimentó sobre la asumida legitimidad de los “relatos”, como por
ejemplo el de la “realización de una Idea” (p.e. la “libertad”) o la progresiva
“emancipación de los hombres” (página 93), en la “Postmodernidad” dicha base se
desvanece. La “Postmodernidad” es “incrédula con respecto a los metarrelatos”
(10) en tanto legitimadores del saber. Y es que, desde mediados del siglo XX (13) la
pluralidad discursiva ha dominado el panorama de las sociedades postindustriales
occidentales. “El gran relato ha perdido su credibilidad” (73) y, por ende, ningún
saber, incluido el científico, podrá acogerse a él para alcanzar su propia
legitimidad. Acontecimientos como el de Auschwitz dan cuenta del derrumbe de
aquellos ideales presentes en los relatos de las filosofías de la historia,
teleológicas, modernas e ilustradas. Nos hallamos en una época cuyos diferentes
saberes reclaman legitimidad en formas diversas.

Hay dos puntos primordiales a destacar en el análisis del filósofo francés: el


primero corresponde a la metodología empleada, el segundo a su “campo” de
aplicación. Con respecto al primero, y como el mismo autor aclara, su estudio
acerca de la legitimación del saber será llevado a cabo a través de la investigación
del “aspecto pragmático” de los “actos de habla” (25), esto es, de los diferentes
“juegos del lenguaje” que posibilitan los “lazos sociales” que constituyen una
sociedad (37). De especial relevancia será la estructura tripartita presente en todo
enunciado: el “destinador”, que es aquel que profiere el enunciado con
determinada autoridad, el “destinatario”, quien lo recibe y confiere cierta
legitimidad al primero, y el “referente”, aquello que se enuncia (25-26). El segundo
punto tiene que ver con el marco en que este análisis se inscribe. El cual es el
propio de las sociedades capitalistas, postindustriales, dominadas por el “valor de
uso” de la información y cuyo motor se asienta sobre la dicotomía
oferta/demanda.
La principal preocupación de Lyotard en este trabajo se encuentra, como se ha
dicho, en la cuestión de la legitimidad del saber. Más concretamente, del “saber
científico” predominante en esta nueva “sociedad posmoderna”.
Precedentemente, el “saber científico” hallaba su legitimación, su carácter de
autoridad, en los mismos relatos legitimadores del “saber narrativo” instanciados
en la figura del “héroe” que ocupó el Estado-nación moderno y el “pueblo” (60). La
legitimación era alcanzada a través de una “finalidad” moral reconocida por esas
dos figuras; el “saber prescriptivo” se encontraba indisolublemente amalgamado al
“saber denotativo” propia de la ciencia. La ruptura entre esta función moralizadora
de los “juegos del lenguaje” y el “saber científico” (insistimos en volver la mirada
hacia Auschwitz) provocará que este último pierda su modo de legitimación
moderno (76). Así, la tesis de fondo será que este halla su legitimación en la propia
“performatividad” que alienta el “modo de producción” capitalista. Es decir, la
autoridad del “saber científico” es tal que realiza él mismo los hechos que describe
dejando, eso sí, un espacio de revocabilidad basado en la “argumentación” y la
“prueba”. Este saber se legitima ahora intrínsecamente a través de la aceptación
de un “sistema axiomático” basado en los mentados pilares de la “argumentación”
y la “prueba”. Ahora bien, la mayor autoridad, y en consecuencia la legitimidad,
emanará de aquel que tenga el dinero suficiente para conseguir el uso de las
“técnicas” más sofisticadas. Por esto, al fin y al cabo, en estas sociedades
informatizadas, la “ciencia se convierte en una fuerza de producción” (84).

Por todo lo dicho, el “saber científico” es valioso como “mercancía”, como


“fuente de poder” (87), y así adquiere, en tanto “fuente de poder”, como
información valiosa, su justificación. Todo el proceso regido por el “principio
de performatividad” (118-119). Podríamos preguntar ahora, ¿y qué sucede,
entonces, con el “saber no científico”? Este quedará situado en su disputa
con el “saber científico” (56), y ante el hecho de que “la ciencia no puede
legitimar a los demás juegos del lenguaje” (76), en una especie de
relativismo social basado en la estructura tripartita de los “juegos del
lenguaje”. Es decir, en su “práctica lingüística” y en la “interacción
comunicacional” (78).

La caracterización de la que se presenta como nuestra época, la


“Postmodernidad”, específicamente de la forma de legitimación de su
saber, viene a ocupar, en definitiva, el vacío nihilista en que termina
encallando la Modernidad. Con todo, no parece que esta nueva perspectiva,
huérfana de cualquier “relato”, sea precisamente halagüeña. El relativismo y
una suerte de pesimismo impregnan la nueva “condición postmoderna” en
la que toda legitimación precedente se desvanece. En su lugar, vivimos en
sociedades donde la información se torna en poder, donde el saber no es
fin en sí mismo, sino que “es y será producido para ser vendido, y es y será
consumido para ser valorado en una nueva producción” (16). Donde, desde
el prisma político, la autoridad del propio Estado-nación moderno se pone
en entredicho ante la creciente acumulación de saber convertido en
información en las manos de las “empresas multinacionales” (18). Términos
como la verdad destacan por su ausencia en la interpretación que Lyotard
hace de un mundo que semeja basado en el triunfo de interpretaciones.

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