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A sus 24 años, su carrera académica no podía ser más brillante. En 1869, la Universidad
de Basilea, en Suiza, lo nombró catedrático de Filología clásica; sus clases sobre
filología griega y sobre Homero eran seguidas con auténtica expectación por un gran
número de alumnos. En este mismo año, su antigermanismo lo llevó a abandonar la
ciudadanía alemana y nacionalizarse suizo. Sin embargo, pidió permiso a la universidad
para participar en la guerra franco-prusiana de 1870, cosa que se le permitió. Lo hizo en
calidad de enfermero voluntario.
Hacia 1876, a los 32 años, Nietzsche inició una crítica despiadada de todo lo que se
suele considerar virtud. En todo aquello que la cultura proclamaba virtuoso, él descubría
hipocresía y corrupción.
En 1882 se publicó La gaya ciencia, donde Nietzsche anuncia la muerte de Dios. Entre
1883 y 1885 escribió una obra de importancia capital: Así habló Zaratustra. Los cuatro
grandes temas del libro son: el anuncio de la muerte de Dios, la aparición
del superhombre, la voluntad de poder y la intuición del eterno retorno. Los
grandes enemigos del superhombre, del hombre nuevo, son los predicadores de la
igualdad, tanto el emergente socialismo como el milenario cristianismo que loa y
protege a los débiles.
Su último año de vida intelectual lúcida fue 1888; después cayó en un progresivo
hundimiento. Escribió El ocaso de los ídolos, obra en la que declara que todo lo que
hasta ahora se ha llamado verdad no es más que un ídolo que hay que derrocar. Del
mismo año son El anticristo, otra crítica a la moral cristiana, y la provocativa
autobiografía titulada Ecce homo.
A fines de 1888, vivió un momento de entusiasmo y euforia que fue el preludio del
colapso que sufrió en enero de 1889. En la frontera entre la lucidez y la locura,
Nietzsche, en Turín, se abrazó llorando al cuello de un caballo de tiro que no podía con
su carga a pesar de los latigazos del carretero. Se dice que le pidió perdón por el insulto
de Descartes. ¿Cómo había ofendido Descartes al caballo? Había insultado a la vida al
reducir a los animales a res extensa, a meras máquinas; no había comprendido que la
vida es la realidad suprema.
«Creedme, en efecto, el secreto para coger los mayores frutos y el mayor placer
de la existencia significa: ¡vivir peligrosamente! ¡Construid vuestras ciudades
cerca del Vesubio! ¡Enviad vuestros barcos a mares inexplorados! ¡Vivid en
guerra con vuestros semejantes y con vosotros mismos!».
F. Nietzsche, La gaya ciencia.