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(continuación…)
Como me quedaba el reloj pulsera, vi que eran las once de la noche. Rodeé con mi brazo la
cintura de Irene (yo creo que ella estaba llorando) y salimos a la calle. Antes de alejarnos tuve el
coraje de resistir. Miré a Irene, su cara estaba empapada con lágrimas y sus ojos hinchados, y le
dije-esta vez no nos van a ganar. ¡No podemos dejar que tomen la casa de la familia! Tanta historia
que hemos pasado allí dentro, y nuestros padres y abuelos también. Vamos a la comisaria a pedir
ayuda.
A mencionar el terreno se le iluminaron los ojos al Subjefe. Nos dijo que su abuelo
siempre estuvo agradecido a mi abuelo por haberle ayudado cuando llegó de España porque no
tenía nada al principio. Literalmente llegó con una mano atrás y otra adelante.
De pronto, Gómez se para y me abraza, diciendo - ¡Somos como familia entonces! ¡Les
pido disculpas por no haber sabido quiénes eran ustedes! Claro, son los hermanos de la casa
grande, o al menos así les decíamos con mis amigos, caminando frente a su casa para ir al colegio.
Díganme de nuevo, por favor, ¿Hay gente en su casa en este momento? Irene, ahora que se pudo
recomponer, levanta su mirada y mira fijamente al policía, diciendo – sí, y ya no sabemos qué
hacer. Están todas nuestras pertenencias allí dentro. Solo llevamos lo puesto. Tengo frío, tengo
hambre y quiero dormir en mi cama.
Dejando la comisaria a cargo del oficial del rango subsiguiente, Gómez se levanta y va a
buscar su abrigo y su arma reglamentaria. Con una mirada reconfortante, pero a la vez
intimidante, nos indica que lo sigamos. Fuimos en dirección a la casa, caminando cada vez más
ligero.
Llegando cerca de medianoche, vimos que no había ni una sola luz prendida adentro.
Gómez tenía una expresión de duda en su rostro, pero enseguida Irene lo miró intensamente con
su típica insistencia. El oficial nos hizo esperar sobre la vereda mientras él se acercó a la casa con
una mano sobre su pistola. Abracé a Irene con fuerza, para darle seguridad. Gómez subió las
escaleras exteriores, corriendo las plantas de su camino. A Irene le encantan las plantas y le gusta
que crezcan de forma natural sin podarlas.
Cuando llegó a la puerta de roble maciza, la golpeó tres veces seguidas, con fuerza. Justo
cuando estaba por golpear de nuevo se prendió una luz en el pasillo. Se escuchó el sonido de
llaves del otro lado. La puerta maciza se abrió lentamente y apareció una mujer en camisón y
pantuflas con cara de dormida. Tiene la misma edad casi que Irene –pensó Gómez. La mujer le
preguntó - ¡qué pasó, oficial? El Subjefe le explicó la situación de los hermanos, que salieron de la
casa porque su casa estaba tomada. Le pidió una identificación a la mujer, pero ella le contestó –
¡pero yo soy la prima de Irene! El oficial se dio vuelta para indicarnos que nos acercáramos.
¡Mathilde, sos vos! – dice Irene con alegría. Se abrazan por un largo tiempo. Yo también
la abracé, pero no por tanto tiempo porque no me cae bien esa mujer. Me parece bastante pícara
y cascarrabias. Mathilde nos trata de decir que ella no sabía que estábamos adentro de la casa.
Nunca vio movimiento ni escuchó ruido cuando entró. Claro, ella tenía sus llaves porque el abuelo
nunca había cambiado la cerradura. Era importada y reemplazarla hubiera resultado muy costoso
y tedioso. Luego Irene, ahora aliviada y sin lágrimas, pregunta a Mathilde - ¿Por qué viniste a la
casa? Ella responde –vine a ver la casa, a controlar si estaba todo bien. Además, vine a cobrar los
quince mil pesos que me deben.