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EL AQUELARRE - Francisco de Goya

Hacía años que no tenía esas pesadillas que me han perseguido durante aquel suceso, aún
recuerdo cada pequeño detalle y de cómo todo se acabó en unos instantes.
Nací en una familia no muy adinerada, cada día mi padre se tenía que ir a trabajar a la mina
para que a mi hermano y a mí no nos faltara un trozo de pan en la mesa. Mi madre era la
típica ama de casa.
No tengo muchos recuerdos con mis padres porque siempre estaba en las calles haciendo
alguna gamberrada y de costumbre mi hermano siguiéndome en todo.
Yo era una cría y no entendía que no teníamos dinero, así que siempre le preguntaba a mi
madre por qué no tenía tanta ropa como los demás niños o por qué mis zapatos eran tan
viejos. Ella siempre me contestaba con una sonrisa en los labios y con un tono dulzón
excusando mis necesidades con preciosas mentiras que todo niño creería, como por
ejemplo que no teníamos tanta ropa como los demás niños porque los duendes se llevaban
mis nuevas prendas para dárselos a niños que realmente lo necesitaban y que mis zapatos
eran viejos porque si me compraba unos nuevos zapatos los míos perderían su memoria y
se harían inútiles.

Recuerdo aquel día, mi hermano y yo ya estábamos a punto de dormir, pero mi madre


seguía haciendo tareas domésticas. Cuando de repente entra mi padre saltando y cantando
de alegría. Mi hermano y yo nos miramos extrañados y sin dudarlo salimos del cuarto para
averiguar el por qué de la euforia de nuestro padre. Cuando llegamos pudimos ver a mi
padre y mi madre abrazados y cantando, sin dudarlo nosotros también cantamos y bailamos
con ellos.
Tiempo después mi madre nos explicó que a mi padre le ofrecieron un nuevo trabajo fuera
de nuestro pueblo y que claramente nos tendríamos que mudar.
Estaba feliz por mis padres pero yo no quería dejar mi vida de allí, por muy mala que fuese
ahí estaban los recuerdos de una cría de nueve años, así que grité, me enfadé y pataleé,
pero no había vuelta atrás, ya íbamos de camino a nuestro nuevo hogar.

Nuestra nueva casa era mucho más grande que la anterior, la casa era de un color amarillo
chillón y estaba ubicada en la calle más transitada de toda la ciudad.
Mis padres nos inscribieron en la escuela de aquella ciudad a mi hermano y a mí, nos
dijeron que aquellos niños eran de una alta clase social y que nos comportáramos.
Yo diría que nos adaptamos bastante bien en la nueva casa, sinceramente a mi hermano y
a mí se nos olvidó casi de inmediato nuestra vida en nuestro viejo pueblo.
Todo era perfecto, mi hermano y yo teníamos ropa nueva, zapatos nuevos y un sin fin de
juguetes. Un día que nuestra madre nos estaba dando las buenas noches, me da por
preguntar cómo ha hecho papá para poder tener tanto dinero en muy poco tiempo.
Noté como mi madre se puso pálida y como de repente empezó a sudar, sus ojos se
movían con nerviosismo, era la primera vez que me dejó con una pregunta sin responder, ni
siquiera hizo el esfuerzo de emitir algún sonido…

Dejé pasar ese pequeño detalle sin importancia, total, yo solo era una cría que la única
preocupación que tenía era hacer travesuras y correr por las calles con mis amigos.
Se acercaba la feria que era característica de aquella ciudad y mi hermano y yo
contábamos las horas para que saliésemos a los puestos y a los carruseles de caballitos.
Por fin llegó la hora de que mis padres nos llevaran a mi hermano y a mi a la calle, no sé mi
hermano, pero yo me sentí como una paloma cuando la liberan de su jaula.
Pasamos por los puestecillos, yo agarrada de la mano áspera de mi padre,
debido a toda una vida trabajando en la mina y mi hermano de la suave mano de mi madre,
su tacto parecía terciopelo, como cuando una pluma te roza la mano, pues la misma
sensación.

Ya estaba empezando a oscurecer, así que mi madre dijo de irnos ya que íbamos a coger
frío y luego nos podríamos resfriar, mi padre accedió y nos dirigimos para nuestra casa.
Nos habíamos acomodado ya en las camas cuando llaman a la puerta, me extrañó ya que
era ya de noche y era para nosotros la hora de dormir.
Le dije a mi hermano que se estuviese quieto en la cama que yo vería quién había llamado
a la puerta. Pude ver como mis padres abrían la puerta a ese desconocido, no tardé mucho
en darme cuenta que ese señor no me gustaba, era alto, llevaba un sombrero y además en
ningún momento pude verle la mirada. Caminaba un tanto extraño, como si no hubiera
aprendido a caminar bien. Mis padres parecían tenerle miedo y rápidamente le invitaron a
sentarse y este con un ligero movimiento de cabeza negó la invitación.
No pude distinguir las palabras que hablaban, me estaba empezando a dormir cuando de
repente sentí que mi padre y el hombre abrían la puerta para irse, también pude sentir la
mirada de preocupación en mi madre, como si nunca más fuera a ver a mi padre.
El hombre salió primero y mi padre miró a mi madre con una melancólica mirada como si
fuera una despedida de esas que sabes que nunca más vas a volver a ese lugar. Logré
reconocer que mi padre le susurraba un rápido `te quiero´.
Algo en mí me decía que mi padre no iba a volver, así que cogí el poco valor que podía
tener una cría y fui a seguir a mi padre.
Podía notar como mi madre estaba apagada, tan cansada que arrastró sus pies hasta su
habitación y por unos instantes la escuché sollozar, en ese momento sentí que todos los
detalles que había estado ignorando tenían un porqué mucho más oscuro y profundo del
que me gustaría.

Esperé que pasara el tiempo y que los únicos miembros de mi familia que quedaban en mi
casa cayeran en un profundo sueño, salí a hurtadillas de la casa y en cuanto mis pies
tocaron la calle sentí que el ambiente estaba cargado con una sensación de pesadumbre y
que la luna estaba de un extraño color carmesí.
Deambulé por las calles con sueño pero con la esperanza de averiguar qué estaba
pasando. No sé cómo pero llegué a unas tierras abandonadas, una corazonada me decía
que allí estaba mi padre.
A día de hoy no sé con exactitud qué pasó esa noche en aquel lugar, pero es algo que no
se puede explicar con palabras y que se entienda.
Sentía como el corazón me iba a dejar de latir de tan rápido que latía y de como aquella
noche estoy segura que vi al mismísimo Satanás.
Pude apreciar como había un ser posado en sus pezuñas haciendo movimientos extraños,
tenía cabeza de cabra y cuernos de búfalo.
Había un montón de personas alrededor de ese ser, adorándolo, y uno de esos era mi
padre. El inexorable cambio de mi padre fue una de las cosas que me dejó estupefacta, no
lo reconocía, solo lo reconocí por la ropa que llevaba.
Justo cuando iba a correr y no mirar atrás, me crucé con la mirada de eso, nunca había
sentido tanto rencor y odio en una mirada, cuando lo mirabas sentías el infierno.
Solo recuerdo que corrí y no miré atrás, mis padres no eran religiosos pero por mis ansias
de sentirme protegida entre jadeos empecé a rezar esperando que eso sirviera de algo.
No me acuerdo cuánto corrí, pero cuando paré por el cansancio pude ver como esa ciudad
estaba entera en llamas.
Lloré, lloré como nunca y del cansancio me derrumbé ahí mismo.

Una tía se ocupó de mí, pero todas las noches tenía pesadillas sobre esa cosa, soñaba con
la mirada que me clavó y como eso hizo que escapara de mi hogar.
Añoraba a mi familia, extrañaba el calor de los abrazos de mi madre, las ásperas manos de
mi padre y la sonrisa que se le formaba a mi hermano pequeño cuando le decía de hacer
alguna travesura.
Pero siempre me quedó la pregunta de qué tenía que hacer mi padre para conseguir tanto
dinero.

FIN

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