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Sentencia TC Biblia y Crucifijos
Sentencia TC Biblia y Crucifijos
° 06111-2009-PA/TC
LIMA NORTE
JORGE MANUEL
LINARES BUSTAMANTE
ASUNTO
ANTECEDENTES
Para el recurrente, el Estado puede exigir el respeto a los símbolos patrios, hasta
ciertos límites, pero nada puede ni debe autorizarle a manipular, utilizar e imponer
símbolos distintivos de una religión determinada, asociándolos a su imagen. La bandera, el
escudo, el himno, la Constitución representan a todos los peruanos por igual, siendo
síntesis de una serie de valores respetados por todos. Los símbolos religiosos, de cualquier
confesión que fueren, incluso la “preferida”, siempre representarán a una parte de los
nacionales, excluyendo a otros sobre la base de un criterio que no es tomado en cuenta para
establecer la ciudadanía. Según el recurrente, la confesión religiosa del funcionario
jurisdiccional (juez o vocal) y la práctica o no de una religión determinada pertenece a su
fuero íntimo, debiendo permanecer cualquier exteriorización de su condición confesional
en un lugar privado (por ejemplo una medalla, una estampa, un rosario, etc.).
Manifiesta que su mente “asocia” los símbolos religiosos de los tribunales peruanos
con la Inquisición y lo que sufrió cuando fue detenido, torturado, procesado y sentenciado
por el delito de traición a la patria y terrorismo, delito del que fue absuelto. Señala,
finalmente, que no existe norma, reglamento, dispositivo o directiva que ordene, sugiera o
recomiende la colocación de símbolos religiosos, llámese crucifijo o Biblia, en los
despachos y tribunales de justicia.
FUNDAMENTOS
Petitorio
2. De los actuados del presente proceso se aprecia que tanto la primera como la segunda
instancia judicial han rechazado de plano la demanda interpuesta sobre la base de un
argumento esencial: la materia respecto de la cual se reclama carecería de contenido
constitucional directo o indirecto, motivo por el que no sería revisable en sede
constitucional, conforme lo dispone el inciso 1) del artículo 5º del Código Procesal
Constitucional. La segunda instancia incluso y de manera adicional, sostiene que el
demandante tampoco ha cumplido con agotar la vía previa administrativa, de acuerdo
con lo establecido en el inciso 4) del artículo 5º del mismo cuerpo normativo procesal.
6. Este Colegiado estima que aun cuando en el presente caso se ha producido un rechazo
liminar injustificado y que en tales circunstancias bien podría optarse por la
recomposición total del proceso, se hace innecesario optar por dicho proceder, ya que a
la luz de lo que aparece objetivamente en el expediente resulta perfectamente posible
dilucidar la controversia planteada tomando en cuenta los temas constitucionales que
implica, cuya relevancia inobjetable en el contexto de los derechos cuya tutela se invoca
es vital considerar. Se trata por lo demás y este Tribunal así lo entiende, de materias que
más que un cotejo entre posiciones asumidas individualmente o a título subjetivo
entrañan un enorme cariz objetivo que compromete buena parte de lo que representa la
historia y tradición arraigada en Estados como el nuestro.
Prueba de lo aquí señalado es que debates similares al que plantea el presente caso se
han presentado ante Cortes o Tribunales Constitucionales homólogos al nuestro, como
en el Tribunal Constitucional Federal alemán o incluso ante Tribunales Internacionales
de Derechos Humanos (cfr. caso Lautsi contra Italia, aún sin sentencia definitiva ante
el Tribunal Europeo de Derechos Humanos). En tales ocasiones, los temas en debate
giraron precisamente en torno a la eventual afectación o no que sobre la libertad
religiosa suponía la presencia de determinados símbolos religiosos (crucifijos) en
ámbitos públicos, como escuelas. La atención dispensada en esos casos, con
independencia de su orientación, grafica la enorme trascendencia de los temas en
debate, por lo que es desde esa misma lógica que este Colegiado asume el conocimiento
de la presenta controversia.
7. No está demás puntualizar, por otra parte, que la decisión de pronunciarse de inmediato
sobre la materia controvertida tampoco supone colocar en estado de indefensión a quien
aparece como emplazado de la presente causa, habida cuenta de que, conforme se
aprecia de fojas 65 y 66 de autos, el Procurador Público para los asuntos
constitucionales del Poder Judicial se apersonó al presente proceso haciendo suya la
defensa del demandado Presidente del Poder Judicial, lo que significa que la autoridad
demandada sí conoció de los temas demandados y, por lo tanto, bien pudo en su
momento argumentar lo que considerara pertinente a su favor.
11. La libertad de religión o libertad religiosa, que es la materia principal en torno a la que
gira la presente controversia, supone la capacidad de toda persona para
autodeterminarse de acuerdo con sus convicciones y creencias en el plano de la fe
religiosa, así como para la práctica de la religión en todas sus manifestaciones,
individuales o colectivas, tanto públicas como privadas, con libertad para su enseñanza,
culto, observancia y cambio de religión (cfr. Declaración Universal de Derechos
Humanos, artículo 18).
13. Aun cuando puedan ser diversas las manifestaciones que integran la libertad religiosa –
recogidas en el artículo 3º de la recientemente aprobada Ley Nº 29635, Ley de Libertad
Religiosa-, se acepta, por lo general, que son cuatro las variantes principales en las que
ésta se ve reflejada. De acuerdo con estas variantes, la citada libertad supone en lo
esencial: a) la facultad de profesar aquella creencia o perspectiva religiosa que
libremente escoja cada persona, esto es la capacidad para decidir la religión con la que
se identifica total o parcialmente una determinada persona; b) la facultad de abstenerse
de profesar cualquier tipo de creencia o culto religioso, es decir la capacidad para
negarse u oponerse a ser partícipe o compartir cualquier forma de convicción religiosa;
c) la facultad de poder cambiar de creencia o perspectiva religiosa, vale decir, la aptitud
de mutar o transformar el pensamiento religioso así como de sustituirlo por otro, sea
éste similar o completamente distinto; y d) la facultad de hacer pública o de guardar
reserva sobre la vinculación con una determinada creencia o convicción religiosa, es
decir, el derecho de informar o no informar sobre tal creencia a terceros.
14. Ha señalado este Colegiado que “la libertad religiosa, como toda libertad
constitucional, consta de dos aspectos. Uno negativo, que implica la prohibición de
injerencias por parte del Estado o de particulares en la formación y práctica de las
creencias o en las actividades que las manifiesten. Y otro positivo, que implica, a su
vez, que el Estado genere las condiciones mínimas para que el individuo pueda ejercer
las potestades que comporta su derecho a la libertad religiosa” (Exp. Nº 0256-2003-
HC/TC, fundamento 15).
17. El derecho a la práctica religiosa da lugar al derecho a recibir asistencia religiosa, que
este Colegiado ha indicado que alcanza incluso a las personas que se encuentran
“dentro de un régimen especial de sujeción, como por ejemplo en hospitales, asilos,
centros de rehabilitación, centros de formación militar, establecimientos penitenciarios,
entre otros. Ello es así en la medida en que existe íntima relación de la libertad religiosa
con el principio-derecho de dignidad de la persona humana (artículo 1º de la
Constitución), por lo que es un derecho que el Estado debe proteger, si bien dentro de
los límites previstos en nuestra Constitución” (Exp. N.° 2700-2006-PHC/TC,
fundamento 14).
18. En cuanto a los límites del derecho fundamental de libertad religiosa, la Constitución,
en el inciso 3 de su artículo 2°, señala que estos son la moral y el orden público. Por su
parte, el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos (artículo 18) y la
Convención Americana sobre Derechos Humanos (artículo 12) -conforme a los cuales
deben interpretarse los derechos humanos que la Constitución reconoce (cfr. Cuarta
Disposición Final y Transitoria de la Constitución)- indican que la libertad religiosa
estará sujeta únicamente a las limitaciones prescritas por la ley que sean necesarias
para proteger la seguridad, el orden, la salud o la moral públicos, o los derechos y
libertades fundamentales de los demás.
24. Se aprecia del dispositivo citado que, a diferencia de lo que sucede en algunos otros
modelos constitucionales en los que puede observarse la presencia de Estados
confesionales sustentados en una determinada religión, el modelo peruano no opta por
dicha variante, sino que nuestro Estado se encuentra formalmente separado de toda
confesión religiosa, y lo por tanto, no proclama como oficial religión alguna,
consagrando, en el citado artículo 50º de la Constitución, el principio de laicidad del
Estado, conforme al cual el Estado declara su “independencia y autonomía” respecto
de la Iglesia católica o cualquier otra confesión religiosa. Se trata, por consiguiente, de
un Estado típicamente laico o aconfesional, en el que si bien se proclama y garantiza la
libertad religiosa, no se asume postura a favor de ninguna confesión en particular.
25. Según el principio de laicidad, el Estado se autodefine como laico o ente radicalmente
incompetente ante la fe y la práctica religiosa, no correspondiéndole ni coaccionar ni
siquiera concurrir, como un sujeto más, con la fe religiosa de los ciudadanos.
Mientras el Estado no coaccione ni concurra con la fe y la práctica religiosa de las
personas y de las confesiones, por mucha actividad de reconocimiento, tutela y
promoción del factor religioso que desarrolle, se comportará siempre como Estado
laico.
28. Ahora bien, esta radical incompetencia del Estado ante la fe no significa que, con la
excusa de la laicidad, pueda adoptar una actitud agnóstica o atea o refugiarse en una
pasividad o indiferentismo respecto del factor religioso, pues, en tal caso, abandonaría
su incompetencia ante la fe y la práctica religiosa que le impone definirse como Estado
laico, para convertirse en una suerte de Estado confesional no religioso. Así, tanto
puede afectar a la libertad religiosa un Estado confesional como un Estado “laicista”,
hostil a lo religioso.
29. Como ya ha sido glosado, la Constitución, en su artículo 50º, prescribe que el Estado
“presta su colaboración” a la Iglesia católica y también “puede establecer formas de
colaboración” con otras confesiones.
Como puede verse, la Constitución, junto con el principio de laicidad del Estado,
considera importante el componente religioso perceptible en la sociedad peruana y
dispone que el Estado preste su colaboración a la Iglesia Católica y que pueda
establecer formas de colaboración con las demás confesiones, introduciendo de este
modo el principio de colaboración entre el Estado y las confesiones religiosas.
30. Así, la Constitución no se limita a reconocer a las confesiones como sujetos colectivos
del derecho de libertad religiosa -como lo hace, por ejemplo, con los colegios
profesionales, en su artículo 20-, sino que eleva a rango constitucional la existencia de
relaciones entre el Estado y las confesiones, y define la naturaleza de esas relaciones
mediante el concepto de colaboración. De esta forma, el artículo 50º de la Constitución
contiene un doble contenido para el Estado: el establecimiento de relaciones con las
confesiones religiosas y que éstas sean de colaboración.
31. El término “colaboración” que emplea la Constitución indica que nuestro modelo
constitucional no responde ni a los sistemas de unión, ni a los sistemas de separación
absoluta entre el Estado y las confesiones. La colaboración entre el Estado y las
confesiones religiosas es un lugar de encuentro equidistante de la unión y la
incomunicación entre ellos.
32. Los convenios de colaboración entre el Estado y las confesiones religiosas representan
la forma más importante de materializar el principio de colaboración. Como este
Colegiado ha recordado, la colaboración con la Iglesia Católica se ha formalizado con
el Acuerdo entre el Estado peruano y la Santa Sede de 1980, que es un tratado
internacional y, a la fecha, el único convenio de colaboración entre el Estado y una
confesión religiosa. En dicho Acuerdo “se establece un régimen especial que rige las
subvenciones para personas, obras y servicios de la Iglesia, amén de las exoneraciones,
beneficios y franquicias tributarias; la plena libertad para el establecimiento de centros
educativos bajo administración eclesial; la asignatura de Religión como materia
ordinaria en el currículo escolar, entre otros acuerdos. Asimismo, establece, entre otras
formas de colaboración, el compromiso de prestación religiosa para el personal católico
de las Fuerzas Armadas y la Policía Nacional a través de un vicario castrense, y de
servicios religiosos para los fieles de dicha confesión internados en centros
hospitalarios, tutelares y penitenciarios del Estado” (Exp. N.° 3283-2003-AA/TC,
fundamento 23).
33. Por supuesto, como venimos sosteniendo, el Estado puede también suscribir convenios
de colaboración con confesiones religiosas distintas a la católica, conforme al artículo
50º de la Constitución. Así, por ejemplo, el Estado español, cuya Constitución consagra
los principios de laicidad y colaboración en términos similares a nuestro artículo 50º
constitucional (cfr. inciso 3 del artículo 16° de la Constitución española de 1978), ha
suscrito, en 1992, sendos acuerdos con la Federación de Entidades Religiosas
Evangélicas de España, la Federación de Comunidades Judías de España y la Comisión
Islámica de España, además de los acuerdos de cooperación firmados con la Santa Sede
en 1979.
35. Considera, al respecto, este Tribunal que la presencia de tales símbolos religiosos en un
ámbito público como el Poder Judicial responde a la gran influencia de la Iglesia
católica en la formación histórica, cultural y moral del Perú, debido a su importancia
histórica, sociológica y notorio arraigo en nuestro país, conforme lo reconoce el artículo
50º de la Constitución:
37. La influencia de la Iglesia católica en la formación histórica, cultural y moral del Perú
se manifiesta en elementos presentes históricamente en diversos ámbitos públicos,
pudiendo afirmarse que, más allá del carácter religioso de su origen, dichos elementos
revisten actualmente un carácter histórico y cultural.
También la cruz está presente en el escudo de armas del departamento de Piura, así
como en los escudos de instituciones educativas estatales tan importantes como la
Universidad San Antonio Abad del Cusco, San Cristóbal de Huamanga o la
Universidad Nacional de Huancavelica. A propósito de enseñas y apreciando lo que
ocurre en otros países, puede mencionarse también que la cruz está presente en el
escudo de España, así como en las banderas de Grecia, Malta, Noruega, República
Dominicana, Suecia o Suiza.
43. A la luz de todo ello, puede afirmarse que la presencia de símbolos religiosos como el
crucifijo o la Biblia que se encuentran histórica y tradicionalmente presentes en un
ámbito público, como en los despachos y tribunales del Poder Judicial, no afectan los
derechos invocados por el recurrente ni el principio de laicidad del Estado, en tanto que
la presencia de esos símbolos responde a una tradición históricamente arraigada en la
sociedad, que se explica por ser la Iglesia católica un elemento importante en la
formación histórica, cultural y moral del Perú, conforme lo reconoce la Constitución.
45. La sola presencia de un crucifijo o una Biblia en un despacho o tribunal del Poder
Judicial no fuerza a nadie a actuar en contra de sus convicciones. En efecto, no puede
sostenerse que de la presencia de tales símbolos se derive alguna obligación para el
recurrente (de adoración o veneración, por ejemplo), cuyo cumplimiento afecte su
conciencia y podría dar lugar a que plantee una objeción de conciencia, que este
Tribunal ya ha tenido oportunidad de defender (cfr. Exp. N.° 0895-2001-AA/TC; en ese
caso, este Colegiado ordenó no incluir a un trabajador de confesión Adventista del
Séptimo Día en la jornada laboral de los días sábados, ya que obligarlo a trabajar ese
día afectaba sus convicciones religiosas, para las que el sábado es un día dedicado al
culto). Tal supuesto de coacción, evidentemente objetivo, sí tendría suficiente
fundamento como para ser calificado de inconstitucional por lesivo de la libertad
religiosa, lo que sin embargo y como reiteramos, no sucede ni se configura por el solo
hecho de exhibir o colocar crucifijos siguiendo una tradición arraigada a nuestra historia
y a nuestras costumbres.
47. Tampoco se vulnera el derecho a no ser discriminado por motivos de religión, pues con
la presencia de tales símbolos religiosos en un ámbito público no se realiza un trato
diferenciado injustificado al recurrente, sino que la presencia de dichos símbolos
responde a la influencia de la Iglesia católica en la formación histórica, cultural y moral
del Perú que la Constitución reconoce en su artículo 50º, y ello no significa, como ya se
ha demostrado, afectación alguna a la libertad religiosa del recurrente.
48. Ni la libertad religiosa ni la laicidad del Estado pueden entenderse afectadas cuando se
respetan expresiones que, aunque en su origen religiosas, forman parte ya de las
tradiciones sociales de un país. Así lo entendió, por ejemplo, la Corte Suprema Federal
de los Estados Unidos de América, país en el que su Constitución (en su Primera
Enmienda) reconoce el derecho de libertad religiosa e impide el establecimiento de una
religión como oficial del Estado. En la sentencia Marsh vs. Chambers [463 U.S. 783
(1983)], la Corte Suprema declaró constitucional que en la apertura de las sesiones
parlamentarias se diga una oración pública por un capellán remunerado con fondos
públicos, por considerar que "a la luz de una historia sin ambigüedades y sin
interrupción de más de 200 años, no cabe duda de que la práctica de abrir las sesiones
legislativas con la oración se ha convertido en parte de nuestro entramado social.
Invocar la guía divina en un organismo público encargado de hacer las leyes no es, en
estas circunstancias, el “establecimiento” de una religión (oficial) o un paso hacia su
establecimiento; es simplemente un reconocimiento tolerable de las creencias
ampliamente extendidas en el pueblo de este país".
49. El hecho de que exista una neutralidad del Estado en materia religiosa no significa que
los poderes públicos hayan de desarrollar una especie de persecución del fenómeno
religioso o de cualquier manifestación de tipo religiosa.
50. Plantearse obligar al Estado al retiro de un símbolo religioso que ya existe y cuya
presencia se explica por la tradición del país, implica preguntarse si la mera presencia
del crucifijo o la Biblia tienen la capacidad de perturbar a un no creyente al punto de
afectar su libertad religiosa. Si el impacto de la sola presencia silenciosa de un objeto en
un espacio público representase un trastorno de tal entidad, habría igualmente que
prohibir la exposición de símbolos religiosos en las calles, como las cruces en la cima
de los templos, ya que su presencia podría resultar emocionalmente perturbadora para
los no creyentes.
Así, por ejemplo, el Estado, en nombre de una supuesta laicidad, tendría la obligación
de retirar la cruz del cerro San Cristóbal o prohibir el recorrido por lugares públicos de
la procesión del Señor de los Milagros, o suprimir del calendario de feriados no
laborables fechas de origen religioso católico como la Navidad o el Jueves o el Viernes
Santo, con el argumento de que de lo contrario se ofende a los miembros de religiones
no católicas, agnósticos o ateos, que pueden verse emocionalmente afectados por la
sola presencia de símbolos religiosos católicos en lugares públicos o porque dichos
feriados están marcados por una celebración o, en su caso, conmemoración ligada a la
religión católica.
Si el Estado procediera así, estaría “protegiendo” en realidad “emociones” de orden
meramente subjetivo, antes que derechos fundamentales como la libertad religiosa.
52. Otro tanto cabe decir respecto de la presencia de la Biblia en los estrados judiciales. De
manera similar a lo que acontece con los crucifijos, el caso de la Biblia requiere ser
enfocado no sólo en función del simbolismo religioso, sino también a la luz de lo que
representa su presencia en el devenir histórico de la administración de Justicia. En
efecto, sabido es que la presencia de Biblias en los estrados judiciales obedece a su
recurrente utilización como uno de los elementos a tomarse en consideración al
momento de realizar el juramento o el compromiso de decir la verdad. Tal perspectiva
permite considerar que, más allá de su indudable vinculación con la religiosidad, la
Biblia representa en el desarrollo histórico de la Justicia el esfuerzo de los seres
humanos por acercarse a la verdad como valor preciado en el que aquella se sustenta.
53. En el contexto señalado queda claro que la Biblia puede no ser utilizada por todos
como un instrumento de compromiso religioso, sino como una forma de identificación
en torno a ciertos valores de trascendencia o aceptación general. En tales circunstancias,
no puede considerarse su presencia como lesiva de ningún tipo de libertad a menos que,
como se dijo respecto de los crucifijos, se obligara a quienes participan de las
actuaciones judiciales (sea como jueces, sea como justiciables) a adoptar cánones de
sujeción o vinculación en el orden estrictamente religioso.
54. Por último, no comparte este Colegiado la posición del recurrente cuando afirma que la
bandera, el escudo o el himno nacional son una síntesis de una serie de valores
“respetados por todos”, mientras que no ocurre lo mismo con los símbolos religiosos de
cualquier confesión, pues siempre representarán a una parte de los nacionales,
excluyendo a otros. Esta opinión no toma en cuenta que existen personas que pueden
también sentirse afectadas en sus conciencias por la presencia en lugares públicos de
símbolos como la bandera nacional o el escudo, al considerarlos idolátricos, por lo que
tales personas, con el mismo argumento del recurrente, podrían pedir igualmente que se
retiren dichos símbolos de los espacios públicos. Sin embargo, en tales supuestos, con
argumentos similares a los aquí expuestos, mutatis mutandis, habría que responder que
la presencia de tales símbolos patrios en espacios públicos no afecta la libertad de
conciencia y de religión, por lo que no cabría obligar al Estado a su retiro.
55. Por supuesto, a juicio de este Colegiado, que el Poder Judicial no deba quitar los
crucifijos o Biblias de los despachos y tribunales porque alguien así lo reclame, no
impide que el órgano correspondiente de dicho Poder del Estado pueda decidir que se
retiren, pero no precisamente porque sea inconstitucional mantenerlos.
56. En conclusión, este Colegiado considera desestimable el primer extremo del petitorio
demandado, pues no se aprecia que resulte inconstitucional o lesiva de algún tipo de
libertad la presencia de símbolos religiosos católicos en lugares públicos, que se
cuestiona mediante la presente demanda.
58. A fin de dilucidar este extremo del petitorio, conviene preguntarse, ante todo, cuál es,
en el marco del Estado constitucional de derecho, el objeto esencial de todo proceso
penal y el papel que a la luz de tal objetivo cumplen los interrogatorios judiciales
realizados a las partes.
59. Al respecto y aun cuando puedan existir concepciones tradicionales para las que el
proceso penal ha tenido por objeto la determinación de la responsabilidad criminal del
imputado, hoy en día se acepta pacíficamente que la justicia penal no se sustenta en
propósitos de carácter positivo estructurados prima facie a la búsqueda de un inevitable
o necesario responsable del hecho criminal. Por el contrario, se trata de concebir al
proceso penal como un instrumento orientado a la búsqueda de la verdad en torno a la
comisión o no de un evento delictivo, así como de la responsabilidad o no del imputado.
En otras palabras se busca la verdad y no, de plano, la responsabilidad.
60. A efectos de lograr el cometido señalado, se apela a diversos medios de prueba, dentro
de los cuales ocupa papel esencial el interrogatorio. Éste permite determinar de la
manera más amplia posible lo que constituye la versión directa del imputado y del
agraviado, así como de aquellas personas cuyo concurso se hace necesario para los
efectos de la investigación (testigos, peritos, etc.).
61. El contenido del interrogatorio resulta esencial, en tanto las preguntas realizadas por la
judicatura se encuentren directamente vinculadas a la materia investigada. Ello supone
que los aspectos sobre los que verse el interrogatorio resulten realmente de interés y no
se orienten hacia temas irrelevantes, impertinentes o simplemente innecesarios para lo
que realmente se busca determinar. Naturalmente nada impide que ciertos datos
formales de todo justiciable (como el nombre, la edad, el domicilio, etc.) sean
requeridos por la autoridad judicial, sin embargo ello debe hacerse de la manera más
concreta posible y siempre en dirección a la utilidad que su conocimiento proporcione a
la administración de Justicia.
La relevancia o pertinencia de interrogar sobre la religión que profesa un procesado o
declarante
62. En el contexto señalado y a la luz de lo que resulta materia de reclamo, procede analizar
si la costumbre de preguntar a los procesados (en general, a todos interviniente del
proceso penal) respecto de la religión que estos profesan se compadece o no con los
objetivos del proceso penal o si, por lo menos, se vuelve necesaria con la exigencia de
proporcionar datos formales a fin de que la administración de Justicia pueda cumplir
con sus cometidos.
63. Este Colegiado considera al respecto que aunque se ha vuelto una práctica común (no
normativizada) el que las autoridades judiciales interroguen a los justiciables respecto
de la religión que profesan, tal interrogante resulta en abstracto impertinente además de
invasiva en relación con la libertad religiosa (en este caso, a la facultad de mantener
reserva sobre las convicciones religiosas), pues se inquiere por un dato que en nada
contribuye al objetivo del proceso penal o en general a la administración de Justicia.
64. Aunque, desde luego, hay quienes pueden considerar que no habría en una hipótesis
como la graficada inconstitucionalidad alguna, habida cuenta de que cualquier persona
tiene el derecho de guardar reserva sobre sus convicciones religiosas (artículo 2º, inciso
18, de la Constitución) y, por lo tanto, a mantenerse en silencio frente a una interrogante
de este tipo, tal forma de entender las cosas representa un contrasentido y una manera
forzada de intentar legitimar un acto, a todas luces, irrazonable.
65. En efecto, el objetivo del proceso penal es, como se ha señalado anteriormente, la
búsqueda de la verdad en torno a la comisión o no de un hecho punible, así como la
determinación de las responsabilidades o irresponsabilidades según el caso. En nada
contribuye a la materialización de tales propósitos el conocer si una persona profesa o
no la religión católica, la evangélica o, en general, cualquier otra orientación religiosa
(también, por cierto, si es atea o agnóstica). Más bien subyace tras la presencia de tal
tipo de pregunta un cierto prejuicio de individualizar y/o tratar a las personas a partir
del dato que ofrece su orientación religiosa, situación que en lugar de fomentar una
justicia objetiva e imparcial, puede más bien generar riesgos en relación con tales
garantías.
66. Desde luego, tampoco se está diciendo que no puedan existir casos excepcionales en los
que este tipo de preguntas se hagan absolutamente necesarias o convenientes para los
objetivos de la investigación (por ejemplo, si lo que se indaga es un delito perpetrado
por un móvil relacionado con el fanatismo religioso). Pero pretender convertir lo que
debería ser rigurosamente ocasional en una regla general o aplicable para todos los
supuestos se presta a un inevitable cuestionamiento.
HA RESUELTO
Publíquese y notifíquese.
SS.
MESÍA RAMÍREZ
ÁLVAREZ MIRANDA
VERGARA GOTELLI
BEAUMONT CALLIRGOS
CALLE HAYEN
ETO CRUZ
EXP. N.° 06111-2009-PA/TC
LIMA NORTE
JORGE MANUEL
LINARES BUSTAMANTE
6. Por cierto si el Superior revoca el auto venido en grado, para vincular a quien todavía no
es demandado puesto que no ha sido emplazado por notificación expresa y formal por no
existir proceso y no ser él, por tanto, demandado, tiene que ponérsele en su
conocimiento “el recurso interpuesto” y no la demanda, obviamente.
7. No está demás recordar que la parte en análisis del recurrido artículo 47º del Código
Procesal Constitucional es copia de lo que al respecto prescribe el artículo 427º del
Código Procesal Civil en su último parágrafo al decir: “La resolución superior que
resuelve en definitiva la improcedencia, produce efectos para ambas partes”. Y la
resolución del superior que, en definitiva, decide sobre la improcedencia, no puede ser o
no es sino la confirmatoria o la revocatoria del auto objeto de la alzada, desde luego.
9. En el presente caso encuentro que llega a esta sede una demanda de amparo que
denuncia la afectación al derecho a la libertad religiosa con actos que son vistos como
“cotidianos”, situación que es una pretensión sui generis no desarrollada por este
Tribunal. Es así que la casuística siempre brinda a los Tribunales en general la ocasión
para desarrollar y ampliar ámbitos que pueden encontrarse sin normativa
correspondiente o sin desarrollo jurisprudencial pertinente que permita la resolución de
casos posteriores. Este Colegiado con la pretensión traída a esta sede se encuentra en
este segundo supuesto ya que anteriormente no hemos emitido pronunciamiento alguno
analizando si el hecho de la colocación de símbolos representativos de la religión
católica afecta el derecho a la libertad religiosa de las otras confesiones. Por ende
consideramos pertinente, a raíz de este caso sui generis, ingresar por excepción al fondo
de la controversia a fin de evaluar si el acto descrito constituye una afectación al derecho
a la libertad religiosa de la persona humana.
10. Realizada la explicación respectiva debemos señalar que la Constitución del Estado
señala en su artículo 2º.2 que toda persona tiene derecho: “A la igualdad ante la ley.
Nadie debe ser discriminado por motivo de origen, raza, sexo, idioma, religión, opinión,
condición económica o de cualquiera otra índole.” Dicho mandato constitucional tiene
capital importancia puesto que impone al Estado el respeto y protección del derecho a la
libertad religiosa así como el deber de brindar un tratamiento en igualdad a las distintas
religiones que puedan existir en el Estado, negándose por ello cualquier acto
discriminatorio que pudiese existir contra alguna religión en particular. Asimismo el
artículo 2º.3 expresa que toda persona tiene derecho “A la libertad de conciencia y de
religión, en forma individual o asociada. No hay persecución por razón de ideas o
creencias. No hay delito de opinión. El ejercicio público de todas las confesiones es
libre, siempre que no ofenda la moral ni altere el orden público.” En este sentido se
evidencia que lo que se protege a través de dicho mandato constitucional es el derecho
de toda persona humana de desenvolverse y autodeterminarse conforme a sus
convicciones y creencias religiosas, es decir a desenvolver su vida conforme a los
dogmas establecidos por la religión que profesa. Este concepto se amplía a todas sus
manifestaciones individuales o colectivas, tanto pública como privada, teniendo plena
libertad para transmitir lo referente a dicha religión así como a auto-determinar el
control y forma de su ejercicio sin perjudicar a ningún otro miembro de la sociedad.
11. Es así que este Colegiado ha expresado en la STC Nº 0256-2003-HC/TC que “[l]a
libertad religiosa, como toda libertad constitucional, consta de dos aspectos. Uno
negativo, que implica la prohibición de injerencias por parte del Estado o de
particulares en la formación y práctica de las creencias o en las actividades que las
manifiesten. Y otro positivo, que implica, a su vez, que el Estado genere las condiciones
mínimas para que el individuo pueda ejercer las potestades que comporta su derecho a
la libertad religiosa”.
12. Por lo expresado queda claro entonces que el derecho a la libertad religiosa representa
un ámbito en el que el Estado no puede interferir para imponer u obligar a profesar
determinada religión y mucho menos imponer ir en contra de sus convicciones
(principio de inmunidad de coacción).
13. Advertimos entonces que la figura del Estado Laico establecido en el artículo 50º de la
Constitución del Estado es consecuencia del principio-derecho igualdad, en consonancia
con el derecho a la libertad religiosa, erigiendo el Estado como aquel ente impedido no
solo de tener alguna injerencia ilegitima en el ejercicio del derecho a la libertad religiosa
sino también de imponer u obligar el profesar determinada religión con todo lo que ello
implique. En conclusión el Estado en este tema es neutral, es decir no tiene adhesión
alguna a un credo religioso determinado.
16. Asimismo concuerdo con la ponencia en mayoría respecto al extremo referido a que en
los interrogatorios –del proceso penal– se pregunte sobre la práctica religiosa del
compareciente, puesto que dicho cuestionamiento no tiene relevancia en el proceso a
efectos de arribar a la verdad que se busca, constituyendo más bien dicha pregunta una
impertinencia que no coadyuva con el objeto del proceso penal, afectándose así de
manera ilegitima el derecho de toda persona de mantener en reserva sus convicciones
religiosas, conforme lo señala el artículo 2º.18 de la Constitución Política del Estado que
establece: “A mantener reserva sobre sus convicciones políticas, filosóficas, religiosas o
de cualquiera otra índole, así como a guardar el secreto profesional.”
17. En tal sentido corresponde estimar la demanda en este extremo, conforme lo ha hecho
la resolución en mayoría.
SR.
VERGARA GOTELLI