Que las instituciones de los pueblos deben seguir la
marcha que les señala la filosofía. Que uno de los beneficios que produce el aumento de las luces, es estrechar á los hombres separados por las preocupaciones; Que todo lo que contribuye á anudar los lazos sociales y multiplicar las relaciones entre los pueblos, aumenta sus goces y su prosperidad mútua; Que la ciudadanía no debe considerarse como derecho anexo al nacimiento, sino como una prerrogativa que las leyes conceden al hombre honrado é industrioso, pues que la misma ley que llama al extranjero en ciertos casos y en determinadas condiciones á los goces, expele al natural á quien su conducta relajada hace indigno de este título; Que el atraso de las artes en el Perú, efecto necesario de su infancia política, hace precisa y útil, á más de justa, la protección que el Gobierno se ha propuesto conceder á todo hombre industrioso cuyo trabajo sirva de eficaz estímulo; Que el ejemplo de los Estados Unidos del Norte, es la respuesta más vigorosa que puede darse á los que animados de un nacionalismo indiscreto, hacen consistir la ventura de la patria en el aislamiento; y el patriotismo en el odio al extranjero; y la prosperidad de aquel pueblo un espectáculo digno de imitación; Que es altamente glorioso á un gobierno seguir las lec- ciones de la sabiduría y aprovechar los preceptos de la experiencia, preparando así al país que rige, una época de engrandecimiento;
Decreto
Asustó sin duda el demasiado prematuro cosmopolitis-
mo del decreto de 14 de Marzo, pues al mes siguiente el mismo J. D. Espinar lo desautorizaba solemnemente en tamaño aviso Al público inserto en la Gaceta del Gobier- no, lo mismo que el decreto. "El ha concitado, decía el secretario general, diversas sensaciones que me veo en el caso de modificar, declarando que el decreto que se menciona, no es tal sino un pro- — 51 —
y ecto ya insubsistente, que una inadvertencia hizo
escapar entre otras piezas destinadas á la publicidad". El mismo espíritu liberal dictaba ó dictaría iguales dis- posiciones supremas en otros países de América. Por la ley de inmigración de Venezuela de 12 de Mayo de 1840, se eximía á los inmigrados del servicio militar y de cualquier otro público, por el término de 15 años: de toda capitación nacional y municipal, sin más condición que la de tener carta de naturaleza á la llegada al país. Se les concedía iguales derechos que á los venezolanos, con una que otra excepción respecto al ejercicio de los altos destinos públicos, y el que pudieran cumplir con los deberes del culto que profesaban, privada ó públicamente, según les conviniese, etc. Después de los breves días de Salaverry, no volvemos á hallar nada bastante completo en materia de inmigración hasta la célebre Ley de 17 de Noviembre de 1849, que no estuvo en vigor por mucho tiempo, que se invoca incesantemente en los actos administrativos, y á cuyo tenor se ajustan multitud de contratos y disposiciones referentes á inmigración; tópico que, por un decenio á lo menos, fatigó considerablemente á los estadistas de la época. Antes de que se promulgara la nueva Ley, y cuando todavía se discutía en el Congreso, desde los primeros días de Noviembre de 1849 un formidable opositor le salía al encuentro; el célebre doctor don J. G. Paz-Soldán, quien le dedicó hasta tres ó cuatro artículos en "El Comercio" de Lima, bajo el epígrafe "Inmigración", y el poco feliz anagrama de Jorge Pío Adizon Solgar, cuánto menos perfecto y eufónico del que debía usar cuatro años más tarde su hermano el doctor don Mateo, doble eminencia científica y literaria. Este anagrama fué: de Mateo Paz-Soldán, Tomás de la Ponza. El terrible Fiscal llamaba por irrisión chinesca á la nueva Ley, aseverando que los Congresantes violentaban sus sentimientos liberales al dejarla pasar, nada más que por complacer á un personaje (don Domingo Elias). Hé aquí cómo se expresaba: "Nuestros legisladores disponen que se pague $ 60 (después se redujeron a $ 30) por cada chino robado, for-