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Las epidemias a lo largo de la historia

La peste de Justiniano (541-543) Entre el año 541 y el 543, en época del Emperador Justiniano,
se vivió la considerada la primera de las tres pandemias de peste. Se extendió desde Etiopía
hasta Pelusium en Egipto extendiéndose por el oeste hasta Alejandría y por el este hasta Gaza,
Jerusalén y Antioquía. Una vez alcanzó el mar y a través de las rutas comerciales marítimas se
extendió a ambos lados del Mediterráneo afectando, en el año 541, a la ciudad de
Constantinopla, y extendiéndose posteriormente por toda en Europa1 .
El historiador de la corte de Bizancio, Procopio de Cesarea, describió los síntomas de la
enfermedad de forma muy parecida a como fue descrita en episodios posteriores de peste, con
fiebre, delirio y bubones.
La epidemia de peste tuvo efectos contundentes a corto, medio y largo plazo. En
Constantinopla, la epidemia alcanzó su punto álgido en el año 542 con unas 5.000 muertes
diarias estimadas (aunque hay estimaciones de hasta 10.000 muertes diarias). Según Procopio
“la epidemia estuvo cerca de aniquilar a la humanidad”. En este mismo sentido tuvo
consecuencias en la producción alimentaria comportando una reestructuración del sistema
agrario. A nivel socio-económico la peste marcó el final de la ordenación romana para dar paso
a una organización de época medieval9 .
De manera global, la epidemia de peste posiblemente contribuyó a la transición desde el
Imperio Romano de Occidente hacia el periodo Medieval.
La peste negra
En el año 1347 barcos mercantes genoveses, procedentes del puerto de Caffa, en el Mar Negro,
portadores de peste bubónica navegaban por el Mediterráneo. Dos autores del territorio
andalusí hacían referencia al origen de la peste: el médico Ib Khâtimah en el año 1349 escribe
que el origen de la peste se sitúa en la tierra de Khitai (China), y se extiende hacia a Irak,
Crimea, Persia y Constantinopla; el médico Ib al-Khatîb en el año 1348 escribe que la
enfermedad se origina en Khitai y Sind, es decir en el Valle del Indo. Desde el puerto de Caffa
estas embarcaciones hicieron escala en Sicilia, Pisa, Génova y Marsella, iniciando la extensión
de la peor pandemia de peste de la historia. El 1348 la peste llegaba a localidades de ambos
lados del Mediterráneo, la costa del atlántico y el báltico, y finalmente, a través de ríos y
caminos, hasta poblaciones del interior y norte de Europa, alcanzando incluso Islandia. Durante
los 5 años que duró tuvo un impacto altísimo en la población europea, causando una elevada
mortalidad (hasta del 30-40%), paralizando el crecimiento demográfico y creando grandes
áreas de despoblamiento3 .
En estos territorios la peste provocó un descenso tan importante de población que en la ciudad
de Barcelona se comentaba lo siguiente:
“Quan grande fuese la mortandad que habia este año en Barcelona, y que duró todo Junio, lo
acredita la solemne procesion de rogativa que se hizo con muchos Sacerdotes de la Seo,
parroquias, conventos y otras gentes, el Mártes 20 de Mayo de 1348, en cuyo año murieron
quatro concelleres, y casi todos los del Consejo de Ciento”4
La peste desde 1348 hasta el siglo XVIII tuvo una presencia constante, aunque los brotes
fueron más limitados. Durante la segunda mitad del siglo XIV y el siglo XV, la sucesión de
epidemias de peste fue continuada, tanto por la instalación endémica en el territorio a partir de
los focos selváticos establecidos como por la coincidencia con la aparición de epidemias en
otros lugares de Europa. En este sentido, y reflejando la rápida difusión territorial se escribía lo
siguiente en relación a la peste de 1358:
“Erupción en la Saboya, Provenza y Delfinado y desde estas provincias se propagó á Catalunya
y Castilla. El año siguiente se presentó en la Gran Bretanya, Irlanda y Flandes. Al fin del año
atacó a la Alemania, la Ungria y la Dinamarca”4
Durante el siglo XVI, la presencia de la peste no sólo no decayó sino que se asoció con
irregularidades climatológicas como sequías, inundaciones e incluso con la aparición de plagas,
que provocaron invariablemente grandes carestías y hambre3 .
El siglo XVII estuvo marcado por una progresiva desaparición de las epidemias de peste. A
partir de este momento y a lo largo del siglo XVIII, la peste empezó a disminuir hasta su total
desaparición de Europa a mediados de este siglo. Se han planteado múltiple y diversas causas
de su extinción. Las medidas sanitarias establecidas por distintos gobiernos, el cambio de las
rutas comerciales con oriente de terrestres a marítimas, los cambios climáticos experimentados
durante el siglo XVII que afectaron los agentes transmisores de la enfermedad, la remisión
espontánea de los focos selváticos sin capacidad para mantenerse o las medidas higiénicas y de
salubridad son diferentes causas planteadas pero parece ser que ninguna de ellas por si sola fue
suficientemente importante10.
El impacto de la peste en el pasado
Antes de 1348, ante la aparición de una epidemia, las autoridades de una determinada
población tomaban distintas medidas basándose en argumentaciones fundamentadas en el
conocimiento y en el corpus de creencias de la época. Estas medidas podían ir desde la limpieza
de las calles y la recogida y el envío fuera de las ciudades de los productos de desecho, hasta la
sepultura de cadáveres, la realización de procesiones e incluso la expulsión de personas que
supuestamente llevaban una vida que podía ofender a Dios1 .
Con la peste bubónica estas medidas se mostraron totalmente insuficientes.
La enfermedad afectaba sin excepción a toda la población. Por un lado, las autoridades, las
élites gobernantes y las familias más privilegiadas huían rápidamente hacia poblaciones no
afectadas. Entre el efecto de la huida y la alta mortandad, los órganos de gobierno y de gestión
de la crisis se veían mermados y sin efectivos para la toma de decisiones11. La muerte y huida
de gobernantes y autoridades afectaba no sólo la toma de decisiones inmediatas ante las
epidemias, sino también las decisiones a más largo plazo como el control de entradas a los
municipios, el control de entradas a los puertos y las fronteras, el control y prohibición de
relaciones comerciales con sitios afectados o el control de suministros alimentarios de las
localidades.
Por otro lado, la elevada mortalidad afectó también a la población sin demasiadas diferencias
por estrato social por lo que la peste causó disminuciones muy importantes de la población. En
las zonas urbanas, por las condiciones de vida y el grado de hacinamiento, la transmisión de la
enfermedad era muy rápida, mientras que, en zonas rurales, con menor densidad de población y
mayor distancia entre las viviendas, la transmisión no era tan efectiva, a pesar de que cuando
llegaba a una población la mortalidad era también elevada. Tanto durante la epidemia como
posteriormente se observaba un fuerte movimiento migratorio del campo a la ciudad que tenía
por objetivo llenar los vacíos dejados12.
Las muertes ocasionadas en el colectivo de trabajadores afectaban el abastecimiento de
alimentos y bienes para el resto de la población. Se podían presentar épocas de déficits de
provisiones que junto con la carestía del sector agrícola agravaban aún más el estado físico de
la población. La muerte de mujeres y hombres en edad fértil condicionaba la recuperación
posterior de la natalidad, no sólo por la disminución nacimientos, sino también por el retraso de
la edad de los nuevos matrimonios y, por tanto, por la disminución de los períodos fértiles de la
mujer agravado todo ello por la enfermedad, el déficit alimentario y el mayor número de
abortos con o sin secuelas posteriores.
En una sociedad afectada por una epidemia, se establecían relaciones de poder entre la minoría
dominante y la mayoría dominada. Así, las élites gobernantes huían de las localidades a los
primeros indicios de epidemia, pero al mismo tiempo, eran estas mismas élites las que
establecían las medidas oficiales de respuesta a la enfermedad. El resto de la población sufría la
carestía alimentaria, el miedo y la amenaza de la epidemia y aparecían frecuentemente las
revueltas.
En este contexto de miedo y caos, las procesiones, las penitencias y las ofrendas a santos se
continuaron realizando. Además, y con el objetivo de calmar las acciones de un Dios enfadado,
se registraron acusaciones, ataques e incluso expulsiones de no creyentes como eran las de
grandes grupos de judíos.
La peste del siglo XIX
En 1855 la peste volvió a aparecer esta vez en la provincia de Yunnan en China y a través de
las rutas del opio y del estaño fue extendiéndose provincia a provincia hasta llegar en 1894 a
Cantón y Hong Kong. La extensión continuó por la India en 1896 y a través de las rutas
comerciales marítimas en el año 1900 ya había afectado a poblaciones de los cinco continentes.
Durante los 50 años siguientes se extendió por todo el mundo y causó unos 10 millones de
muertes. La epidemia se dio por controlada en 19591 . Sin embargo, durante su extensión se
establecieron focos zoonóticos estables en mamíferos de países en los que nunca antes había
existido como Estados Unidos, países de América del Sur (Perú, Bolivia, Brasil, Ecuador) y
muy particularmente en Madagascar. Por ello, se puede afirmar que la tercera pandemia aún
está presente en los focos estables de estos países.
Aunque en el siglo XVII dio inicio la revolución científica, planteándose una visión alternativa
de las causas y los mecanismos de transmisión de las epidemias en general y de la peste en
concreto, no es hasta el siglo XIX que Louis Pasteur propone la “teoría germinal de las
enfermedades infecciosas” mediante la cual se establece que las enfermedades infecciosas no
proceden de la generación espontánea o del desequilibrio de los humores sino que tienen sus
causas en gérmenes con capacidad de transmisión entre las personas. Robert Koch demuestra
esta teoría a raíz de sus investigaciones en tuberculosis y establece sus postulados que proponen
unos criterios experimentales para demostrar que un agente es responsable de una determinada
enfermedad. En 1894 Alexander Yersin identifica la bacteria Yersinia pestis como causa de la
peste y Paul-Louis Simond descubre que la rata es el huésped primario y que la pulga de la rata
Xenopsylla cheopys actúa como vinculo de la transmisión entre la rata y el hombre1 .
Con el conocimiento de su etiología y su epidemiologia la epidemia vehiculizada a través de las
ratas fue controlada con relativa facilidad pero la infección se extendió a las poblaciones de
pequeños mamíferos de América, Asia y África, estableciéndose nuevas especies de reservorios
que se convirtieron en endémicas en estos nuevos territorios13.
[...]
La peste a lo largo de la historia
Cristina Rius i Gibert
Servicio de Epidemiología. Agència de Salut Pública de Barcelona. Barcelona.
CIBER Epidemiología y Salud Pública (CIBERESP). Madrid.
http://www.enfermedadesemergentes.com/.../4_REVISION_ENF...
_________________
El Díptico Barberini era un antiguo díptico imperial de marfil bizantino del que se conserva una
hoja. Data de la Antigüedad tardía y actualmente está conservado en el Louvre. Está tallado en
el estilo clásico conocido como teodosiano tardío, representando al emperador como un
vencedor triunfante. Generalmente se data de la primera mitad del siglo VI y se atribuye a un
taller imperial de Constantinopla, mientras que el emperador normalmente es identificado con
Justiniano, o posiblemente Anastasio I o Zenón. Es un destacado documento histórico debido a
que está relacionado con la reina Brunilda de Austrasia. En la parte posterior hay una lista de
reyes francos, todos parientes de Brunilda, indicando la importante posición de las reinas dentro
de las familias reales francas. Presumiblemente, ella ordenó que se inscribiera la lista y la
ofreció a la iglesia como una imagen votiva
CERVANTES, LA INVENCIÓN INGLESA DEL MITO
FUNDADOR DE LA NOVELA MODERNA
La reivindicación del estilo del autor del Quijote como modelo a imitar por su sátira moral del
mundo nació en Inglaterra
La primera parte del Quijote de 1605 gozó de un enorme éxito y de difusión por toda Europa y
América. Pero, ¿le sucedió lo mismo a Cervantes? ¿De dónde procede la fama de escritor digno
de ser imitado? ¿Estaríamos hoy hablando de Miguel de Cervantes, conmemorando los 400
años de su muerte, si no hubiera sido reivindicado por los escritores ingleses? ¿Hasta qué punto
el éxito editorial del Quijote no ha sido un lastre para comprender a su autor en toda su
complejidad? ¿Aún hoy sigue sucediendo?
Los datos son conocidos pero vale la pena recordarlos. En los últimos días del mes de
diciembre de 1604 y en los primeros de enero de 1605 se pusieron a la venta centenares de
ejemplares de la primera parte de un libro de caballerías que estaba llamado a gozar de un
enorme éxito: «El ingenioso hidalgo don Quijote de la Macha», firmado por Miguel de
Cervantes Saavedra. Veinte años después de que publicara el autor complutense su libro de
pastores, «La Galatea» (Alcalá de Henares, 1585), financiada por Blas de Robles, le toca el
turno ahora a otro libro de género, a otra propuesta editorial que pudiera competir en las
librerías con el gran best-seller del momento: el «Pícaro», que no es más que el «Guzmán de
Alfarache» de Mateo Alemán (1599).
El éxito es inmediato, o así lo deja escrito Cervantes en boca de Sansón Carrasco -«gran
socarrón»- al inicio de la segunda parte de la obra, publicada en 1615: «Los niños la manosean,
los mozos la leen, los hombres la entienden y los viejos la celebran; y, finalmente, es tan
trillada y tan leída y tan sabida de todo género de gentes, que, apenas han visto algún rocín
flaco, cuando dicen: «Allí va Rocinante».
Y así lo sabemos por los primeros testimonios de la aparición de los personajes cervantinos en
las fiestas y torneos que se fueron multiplicando por toda España y el resto de Europa a partir
de los primeros meses de su difusión. El 10 de junio de 1605, acompañando a los reyes en el
cortejo por el centro de Valladolid, apareció un soldado portugués sobre un rocín flaco y todos
le reconocieron como un «Don Quijote», llenando de risas las calles. También un cortejo
caballeresco quijotesco estuvo presente en 1613 en la ciudad alemana de Dessau con los que se
festejó el bautizo del hijo del príncipe heredero… Y sucede lo mismo en los festejos que se
organizaron en Córdoba y Zaragoza en 1614 para celebrar la beatificación de Santa Teresa, o
los que dos años después se pudieron disfrutar en Baeza, Sevilla, Salamanca o Utrera en honor
de la Inmaculada Concepción.
Y no solo en Europa. En 1607, tan solo dos años después de su publicación, un cómico don
Quijote aparecerá como uno de los mantenedores caballerescos de un torneo celebrado en la
ciudad peruana de Pausa; y en 1621 se celebraron en México fiestas en honor de la
beatificación de San Isidro, y en ellas no dejó de aparecer un don Quijote.
Y si nos adentramos en el ámbito de las traducciones, no podemos de dejar de admirarnos de la
rapidez con que fueron vertidas a otras lenguas las aventuras quijotescas: en 1612 y en 1620 al
inglés (Thomas Shelton), en 1614 y 1618, al francés (César Oudin y François de Rosset), o en
1622 al italiano (Lorenzo Franciosini), sin olvidar el alemán (1648) o el holandés (1657). Y el
influjo en tantos salones cortesanos y nobiliarios franceses, en tantas casas burguesas alemanas,
flamencas o inglesas, puede rastrearse a partir de los grabados, los cuadros, los tapices, las
representaciones teatrales, el ballet, las imitaciones, las recreaciones, como el famoso
«Cardenio» de Shakespeare y Fletcher…
Pero ¿cómo leían el Quijote en toda Europa a lo largo del siglo XVII? ¿Cómo podemos
explicar tal éxito en tantas tierras? Es importante reseñar que en España el Quijote había
comenzado a dejar de ser un libro de éxito, después de su primer impulso. 1605 verá la luz de
dos ediciones legales de la obra cervantina en Madrid (la Corona de Castilla), pero de otras tres
ilegales en Valencia (Corona de Aragón) y en Lisboa (Corona de Portugal). Pero en 1608,
cuando se reedita el Quijote en las prensas madrileñas de Juan de la Cuesta, todavía quedaban
ejemplares de la segunda edición de 1605. Dicho en otras palabras: sin el éxito europeo, el
Quijote no hubiera sido en España más que un best-seller más, un libro con una amplia difusión
en un primer momento y con una caída paulatina de ventas y de lectores en los años siguientes
años, como le sucederá al mismo «Guzmán de Alfarache». Todo será diferente gracias al éxito
del Quijote en Europa.
Europa y la novela moderna
¿Qué vieron los europeos en el Quijote para lanzarlo al éxito editorial, que nunca desde
entonces ha abandonado? ¿Cómo es posible, como se dijo en 1662, que era el libro que «más
había hecho sudar» a las imprentas de su momento? El Quijote triunfa en Europa por ser un
libro de caballerías. Un particular libro de caballerías. Ni más ni menos.
El género de los libros de caballerías castellanos, con el «Amadís de Gaula» a la cabeza, sigue
gozando del favor de los lectores europeos en los primeros años del siglo XVII. Las
traducciones y las continuaciones están presentes en las bibliotecas nobiliarias y no hay fiesta
que se precie que no cuente con un torneo, que no tenga a algunos de estos caballeros de papel
como protagonistas. De este modo, el Quijote puede difundirse, puede traducirse en Europa
como un libro de caballerías castellano más… pero un particular libro de caballerías, pues los
enemigos de la Monarquía Hispánica, los grandes lectores franceses, ingleses, alemanes o
flamencos van a encontrar en él a un caballero loco, ridículo, cómico que bien puede ser
entendido, recibido como imagen risible del propio imperio español que no deja de sumar una
derrota detrás de otra, una caída detrás de otra, una desilusión tras otra.
Felipe III vio a un escudero muerto de risa con un libro en las manos: «Aquel joven o está loco
o está leyendo el Quijote»
Si el rey Felipe III al ver a un escudero muerto de risa con un libro en las manos, exclama a uno
de sus consejeros, que «Aquel joven o está loco o está leyendo el Quijote»; o si César Oudin le
pide al rey Luis XIII que haga sitio a su traducción caballeresca entre sus soldados, «si no
combatiendo, al menos entreteniendo», son solo dos ejemplos de la lectura cómica con que fue
recibido el Quijote en la Europa del momento. Lectura cómica que pervivirá en España hasta
bien entrado el siglo XVIII. En el primero de los Diccionarios de la Real Academia Española,
el impreso en 1737, aparece por primera vez la voz Quijote, y lo hará con la siguiente
definición: «Se llama al hombre ridículamente serio, o empeñado en lo que no le toca». ¿Acaso
una obra leída de este modo iba a encumbrar a su autor, a Miguel de Cervantes, como modelo
digno de ser imitado? Todo lo contrario. Por estos años de principios del siglo XVIII, los
ilustrados españoles van a considerar que Alonso Fernández de Avellaneda, o quien se
escondiera detrás de este nombre, autor del Quijote falso impreso en 1614, era digno de ser
elogiado más que Cervantes, pues, al menos, Avellaneda seguía las leyes del «decoro». ¿Dónde
se ha visto a un escudero como si fuera un filósofo hablando de la muerte? Pero algo estaba
cambiando, algo había comenzado a cambiar en Inglaterra.
Quijote o'clock
Serán los lectores ingleses los que sepan leer más allá del estilo claro y sencillo de la obra -que
lo acerca a todos los lectores-, y de la apariencia de risa que todo lo envuelve, para darse cuenta
de las enormes posibilidades narrativas que ofrece el Quijote, la base de un nuevo modelo de
novela que ahora se estaba fraguando: la novela moderna. John A. Garrido Ardila en su
espléndido Cervantes en Inglaterra: el Quijote y la novela inglesa del siglo XVIII (Alcalá de
Henares, Biblioteca de Estudios Cervantinos, 2014) traza el itinerario que va desde esta primera
lectura cómica a la influencia en los grandes novelistas ingleses del siglo XVIII: Henry
Fileding, Richard Graves, Tobias Smollett, Laurence Sterne, o Jane Austen, que hará de puente,
junto con Walter Scott, para que la influencia cervantina siga viva en la novela inglesa del XIX.
Desde las portadas inglesas se destaca a Cervantes como autor, más allá de las bromas y la
comicidad de su obra, de su «Don Quijote». En la portada de la traducción inglesa de las
«Novelas ejemplares» de 1654, puede leerse: «De la pluma elegante de ese famoso español,
don Miguel de Cervantes Saavedra, el mismo que escribió “Don Quijote”»; o en la portada del
Joseph Andrews de Fielding de 1734 se lee «written in imitation of the Manner of Cervantes,
autor of Don Quixote».
La sátira moral
A la manera de… por eso no debe extrañar que la primera edición de lujo del Quijote, que la
primera biografía sobre Cervantes (la de Mayans y Siscar), que el primer grabado basado en el
retrato de palabras que el propio Cervantes escribiera en el prólogo de las «Novelas
ejemplares» (1613), se va a realizar en Londres; cuatro tomos en español impresos por Tonson,
y financiados por Lord Carteret. Es el triunfo de una nueva forma de leer la obra cervantina,
alejada de su primera lectura caballeresca y cómica. El Quijote transformado en una sátira
moral… idea que retomará Vicente de los Ríos en su biografía y análisis del Quijote de la
edición de la RAE de 1780 (la impresa por Ibarra), y de ahí a la de Pellicer que imprime
Gabriel de Sancha entre 1797 y 1798.
Ahora que celebramos los 400 años de la muerte de Cervantes, es necesario que pongamos el
foco en el autor y no en el Quijote (en esa obra que ya celebramos en el 2005 y en el 2015, con
mayor o menor fortuna). Es el momento para recordar a Cervantes como un gran autor (y un
gran hombre, un gran personaje, un gran mito), como lo hicieron los ingleses hace trescientos
años, y no nos dejemos llevar por la sombra del Quijote, imponiendo su retrato al del soldado,
cautivo, recaudador de impuestos y escritor Miguel de Cervantes. Miguel de Cervantes
Saavedra merece que le escuchemos atentamente cuatrocientos años después. Su vida y su obra
todavía pueden ser un ejemplo en el siglo XXI.
JOSÉ MANUEL LUCÍA MEGÍAS
ABC_CULTURA

LA VENIDA DEL ANTICRISTO: TERROR Y MORALIDAD EN LA EDAD MEDIA


HISPÁNICA
El mundo medieval vio desarrollarse con una vitalidad sorprendente una de las leyendas
que más conmocionaron los ánimos y la vida de los hombres de aquel tiempo. Se trata de la
creencia en la venida cercana del Anticristo, ese personaje terrorífico y poderoso al que las
profecías, sermones y otros escritos hacían referencia constantemente, sobre todo en
algunos periodos históricos especialmente conflictivos. Más que una leyenda, es decir, "una
relación de sucesos que tienen más de tradicionales o maravillosos que de históricos o
verdaderos", según la definición del DRAE, se presenta como un acontecimiento
irreversible, respaldado por la autoridad de los textos bíblicos y por una larga tradición que
arranca de los primeros siglos del cristianismo, si bien sus precedentes han de remontarse a
épocas todavía más remotas[1].
El carácter verídico de este magno suceso que habría de producirse en los años finales de la
humanidad no carece, sin embargo, de elementos legendarios y maravillosos capaces de
impresionar los ánimos colectivos con una fantasía creativa que encuentra su
representación en los escritos del género apocalíptico y en una iconografía rica y
desbordante. Al amparo del corpus doctrinal de la escatología ortodoxa, no por eso menos
fabulosa y sorprendente, proliferaron en la Edad Media multitud de imaginativos relatos y
relaciones futuristas que, combinando, a veces, lo político y lo religioso, desbordaron con
resonancias terribles o esperanzadoras la sensibilidad y los pensamientos de la gente que
vivió en aquella época. Por este motivo, entre la revelación divina y la invocación
legendaria, se mueve la biografía del Anticristo en el medievo, personaje supuestamente
corpóreo que habría de culminar, después de tres años y medio de reinado en el mundo, la
historia de los tiempos.
En esta ocasión no voy a referirme, pues ya lo he hecho en otras publicaciones[2], a los
aspectos que conforman la tradición de este personaje, es decir, su origen, retrato, actuación
y muerte; ni siquiera, aunque en algunos momentos será imposible soslayarlos, a todos
aquellos componentes que integran la visión apocalíptica de los numerosos profetas y
tratadistas medievales. La leyenda del Anticristo comprende infinidad de matices y detalles
que fueron enriqueciéndose con el paso de los siglos, si bien hay un entramado básico que,
como punto de partida, marca su desarrollo desde sus más antiguos precedentes. La Edad
Media europea heredó todo un conjunto de interpretaciones que sobre el Anticristo y el fin
de los tiempos habían elaborado los primitivos autores cristianos (Ireneo, Tertuliano,
Hipólito, Lactancio, etc.), a los que hay que añadir, en este sentido, la labor importantísima
de los denominados Padres de la Iglesia, entre los que Agustín de Hipona ocupó un lugar de
privilegio. Sobre este substrato creció el fermento medieval, ampliando los márgenes
interpretativos y expandiendo un conjunto de ideas que, con las particularidades debidas a
los diferentes autores, se adentraron en fantásticos territorios jamás explorados por los
primeros exegetas.
La apocalíptica, en conjunto y en grado diferente, revistió en la Edad Media dos vertientes
complementarias: una de ellas, la religiosa y espiritual, se presenta como el punto
culminante de una imprescindible redención humana; dicho de otro modo, como la garantía
ofrecida por la divinidad de que la justicia y la rectitud en esta vida se verán recompensadas
con un más allá eterno; al mismo tiempo, desde esta perspectiva ecuánime, aspecto que
subyace en el fondo de casi todas las religiones, el pecado y la depravación moral serán
acreedores también de un necesario y aleccionador castigo. La otra vertiente de este
planteamiento escatológico vino constituida por la dimensión política y social que, con
intensidad variable y distintas aplicaciones y motivos, se convirtió en parte consustancial de
la visión profética de los últimos tiempos. Ambas vertientes se conjugaron en los escritos
del género apocalíptico, asociándose con un deseo didáctico y moral o con una lección
apologética o crítica proyectada sobre un personaje, un estamento o toda la sociedad.
La preocupación por la venida del Anticristo en la Edad Media, sentida con mayor
profusión cuando las circunstancias sociales eran más opresoras, constituye una
manifestación singular de la religiosidad de este periodo histórico. Frente a la actitud oficial
de la jerarquía eclesiástica, siempre cauta en la proclamación de la inminencia de este
acontecimiento[3], se alzaron las voces de multitud de profetas, clérigos y visionarios que,
como el valenciano fray Vicente Ferrer, entre otros, anunciaron para su misma época el
nacimiento del Anticristo y preconizaron la proximidad del ocaso de los tiempos. Los
argumentos probatorios de esta certeza varían de unos autores a otros, puesto que cada uno
coloreó la realidad circundante con las tinturas más afines a sus preferencias y a su talante
intelectual; no obstante, hay una serie de elementos comunes, inherentes a lo apocalíptico,
que aparecen en casi todos los vaticinios de este género. En síntesis, toda la explicación
sobre la necesidad de este magno suceso remite a un acto de la voluntad divina que opera
de acuerdo con ese tópico de la literatura moral que es el grave estado del mundo a causa de
los grandes pecados cometidos por los hombres. Un autor de la época de los Reyes
Católicos como es el aristócrata aragonés Martín Martínez de Ampiés, nacido en Sos y
criado en Sádaba, lo proclama con toda claridad en su Libro del Anticristo:
En el advenimiento del Anticristo tan manifiesto peccarán los hombres que no havrán
temor ni vergüença de cometer adulterios más que de comer y de hablar. Ya me paresce
que se allega, según esto, el tiempo, que ya en el mundo mucho se glorían en las
maldades[4].
No escasean los testimonios de este mismo tipo en los textos que integran la tradición
apocalíptica hispánica, aunque la funcionalidad de este tópico tenga, como puede
suponerse, un alcance mucho más extenso y no exclusivo de las especulaciones sobre los
últimos tiempos. Las referencias, no obstante, a los pecados humanos en los escritos del
Anticristo se relacionan con la proliferación desmesurada de los males en el mundo, con un
estado total de corrupción civil y eclesiástica que exige una inmediata respuesta por parte
de la divinidad. El citado fray Vicente Ferrer, autor importantísimo en la difusión de los
miedos escatológicos durante los primeros años del siglo XV, expresaba en un sermón que
predicó en Toledo el día 8 de julio de 1411 su completo convencimiento de que los pecados
han llegado ya a tal extremo que el fin de la humanidad es inminente. Éstas son sus
palabras:
E pues el mundo non se ha corregido nin se corrige, ayna deve venir Antichristo e la fin del
mundo, e muy mucho ayna[5].
Unos años después, en el 1420, en un escrito anónimo castellano en donde se trata de
probar por medio de diversos argumentos que han llegado ya los últimos tiempos, se indica
que "el mundo tiene grande malatía mortal". Esta afirmación se verifica, según su
obsesionado autor, con una serie de señales que evidencian el estado morboso en el que se
encuentra la humanidad en esos años. Estos signos no son otros que los tópicos "pecados
del pueblo", entre los que figuran la injusticia social, la abundancia de vicios (lujuria, gula,
codicia, etc.), los falsos matrimonios, la falta de auténtica fe, la deslealtad, la escasa
caridad, la corrupción, la simonía...
El Libro del conocimiento del fin del mundo, que así he denominado a este escrito anónimo
al que me estoy refiriendo, falto de título en el manuscrito que lo contiene[6], es una
muestra más de la tradicional asociación entre la contemporaneidad y la escatología, una
lección edificante que los profetas de desgracias y clérigos descontentos rememoran
constantemente en sus escritos no solo para recordar -más adelante escribiré sobre
intencionalidades- que el fin está al cabo mismo de la calle, sino para transmitir un
contenido doctrinal y moralizante que rememore también lo inestable de la existencia, su
efímera durabilidad y, en definitiva, según las viejas palabras del Eclesiastés, que todo es
vanidad de vanidades.
Un clásico ya en este género apocalíptico es el fraile minorita del Sancti Spiritus Juan Unay
o Juan Alemany, cuyo Libro de los grandes hechos tuvo, según parece, una buena difusión
en los siglos XV y XVI[7]. No es el momento ahora de adentrarse en el análisis de su denso
contenido (crítico, mesiánico y milenarista), sino de comprobar que, una vez más, se
recurre al tópico, es decir, a los graves pecados del hombre, para justificar la necesidad de
una serie de acontecimientos decisivos para el futuro de la humanidad, entre ellos la
aparición del Anticristo:
onde, sennores hermanos e amigos, sabed que en el tienpo que fuere engendrado el falso
traidor Antechristus se levantarán muy muchos tormentos por todo el mundo, en tal manera
que no sabrán las gentes qué consejo tomar. Et esto averná a todos los del mundo por los
muy grandes pecados en que se enbolverán, por lo qual nuestro Sennor Dios esconderá la
su faz que los non querrá ver[8].
Esos terribles "pecados", como es lógico, vuelven a ser los de siempre, casi como en
cualquier época, pero que para el hombre que los vive y los siente en su propia persona son
los más escandalosos e insoportables de toda la historia. Esto es lo que transmite ahora el
fraile Juan Unay en su libro, recargando el efecto del pecado sobre el estamento
eclesiástico, como gusta de recordar muy a menudo; así, por ejemplo, con estas palabras
retrata a los predicadores de su tiempo:
E fazen mucho por cobrar fama de grandes predicadores, esto non por salvar las almas de
los que oyen sus predicaciones sinon porque ganen más dineros que los otros rreligiosos
para con que puedan mantener grandes vanaglorias, e los ábitos de buen panno e doblados,
et que puedan tener quantas putas quisieren, agora sean casadas, o biudas o mugeres
profesas[9].
Este lamentable estado de corrupción eclesiástica, a la que deben añadirse los abusos
cometidos por los poderosos, determina la existencia de un clima favorable a las
especulaciones apocalípticas. Si a esto sumamos problemas de otra índole de susceptible
aparición (pertinaces sequías, periodos de. hambre, crueles mortandades, prodigios
sorprendentes, cisma eclesiástico, etc.), es fácil comprender cómo el hombre medieval,
atizado por el furor de profecías y presagios en un contexto de intensa impregnación
religiosa, se sintió indefenso y psicológicamente estimulado para admitir, y en ocasiones
anhelar, un inminente final que sin duda le aterrorizaba, aunque en otros momentos pudiera
producirle un vehemente deseo que le llevaba a imaginar aquella rea1idad edénica que
algunos visionarios habían anunciado en sus vaticinios. Ambos aspectos, el terror y el
mesianismo, se conjugan en los escritos de este género con una pretensión didáctica y
moralizante, casi siempre muy crítica, pero también encomiástica, tocada además por el
convencimiento de que el Anticristo iba muy pronto a enseñorearse de todo el mundo.
LA VENIDA DEL ANTICRISTO:
TERROR Y MORALIDAD EN LA EDAD MEDIA HISPÁNICA
JOSÉ GUADALAJARA
NOTAS
[1] Del análisis de esta tradición y su desarrollo posterior se han ocupado en distinta
medida varios libros: Horst Dieter Rauh, Das Bild des Antichrist im Mittelalter: Von
Tyconius zum Deutschen Symbolismus, Aschendorff, Münster, 1979; Richard Kenneth
Emmerson, Antichrist in the Middle Ages. A Study of Medieval Apocalypticism, Art, and
Literature, Manchester, University Press, 1881, José Guadalajara Medina, Las profecías del
Anticristo en la Edad Media, Madrid, Gredos, 1996 y L.J. Leitaert Peerbolte, The
antecedents of Antichrist, Brill Academic Pub, Hardback, 1996.
[2] Además del libro citado en la nota anterior, he abordado otros problemas relacionados
con el Anticristo en "La genealogía del Anticristo en la tradición apocalíptica y su
desarrollo en los escritos hispánicos", Voz y Letra, 2: 19-36 y en "El retrato del Anticristo
en los textos castellanos medievales", Actas del VI Congreso de la Asociación Hispánica de
Literatura Medieval, Alcalá de Henares, 1995: 729-736. También analizo estos aspectos en
mi libro El Anticristo en la España medieval, Madrid, Ediciones del Laberinto, 2005.
[3] Las palabras de Agustín de Hipona en su De civitate Dei, libro XVIII, cap. LIII, pueden
considerarse de la máxima autoridad a este respecto. Su magisterio fue decisivo en el seno
de la Iglesia.
[4] Libro del Anticristo, cap. VI, f.bl. Cito por la edición incunable de 1497, realizada en
Burgos por Fadrique de Basilea y de la que se conserva un ejemplar en la Biblioteca
Nacional de Madrid. Hay edición facsímil de Ramón Alba, Del Anticristo, Madrid, Editora
Nacional, 1982. La edición de Zaragoza de 1496 (Pablo Hurus) ha sido editada por
Frangoise Gilbert, Libro del Anticristo. Declaración... del sermón de San Vicente (1496),
Navarra, Eunsa, 1999.
[5] Editado por Pedro M. Cátedra, Sermón, sociedad y literatura en la Edad Media. San
Vicente Ferrer en Castilla (1411-1412), Salamanca, Junta de Castilla y León, 1994: 571.
[6] Véase mi libro Las profecías del Anticristo...: 366-367. Hago una edición de este Libro
del conocimiento. en el Apéndice documental: 443-463.
[7] Además de la versión del siglo XV de este libro, contenida en el ms. 8586, B.N.M., fols.
1-30r., se conservan otras dos en los mss. 1779, B.N.M., fols. 40r.-50r. y 6176, B.N.M.,
fols. 231v.-247r.; un ejemplar de esta obra en catalán, impreso en el año 1520 en Valencia
por Joan Jofré, es descrito por F.J. Norton, A descriptive catalogue of printing in Spain and
Portugal. 1501-1529, Cambridge, University Press, 1978, n° 1215. Ha sido editado por
Eulalia Duran y Joan Requesens, Profecia i poder al Renaixement, Valencia, Eliseu
Climent, 1997: 73-133.
[8] Cito, a partir de ahora, por mi edición del Libro de los grandes hechos: 411.
[9] Id.: 413.
___________________
El Anticristo, pintura en el Monasterio de Osogovo en la República de Macedonia. Según la
obra, todos los reyes y naciones inclinándose ante el Anticristo.
KAFKA LEYÓ EL QUIJOTE COMO NADIE ANTES LO HABÍA LEÍDO
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Hacía falta un hombre como Kafka para ver lo que nadie ve y producir la más genial y
original interpretación de Don Quijote de la Mancha. Lo que define a Kafka es su mirada
curiosa y silenciosa, su capacidad de soportar la tensión y de ver lo que nadie más ve (pues
no pone la suficiente atención). Walter Benjamin escribió que no sabemos si Kafka rezaba,
pero su capacidad de poner atención recordaba lo que había dicho Malebranche: "la
atención es la plegaria natural del alma".

El pequeño cuento que a continuación compartimos fue titulado "La verdad sobre Sancho
Panza". Kafka admiraba profundamente el texto de Cervantes y produjo esta interpretación
celebrada por Borges, pues constituye el punto exacto en el que la imaginación de estos dos
escritores se encuentran, como los dos grandes genios de la literatura fantástica y de las
interpretaciones alternativas de la literatura.

Al correr de los años, y gracias a una gran cantidad de novelas caballerescas y picarescas
leídas en las horas vespertinas y nocturnas, Sancho Panza —quien por lo demás nunca se
vanaglorió de ello— consiguió despistar de tal modo a su demonio —al que luego daría el
nombre de Don Quijote—, que este acometió como barco sin remos las más locas hazañas,
las cuales, no obstante, por falta de un objeto predestinado —que justamente hubiera
debido ser Sancho Panza—, a nadie perjudicaron. Sancho Panza, un hombre libre,
acompañó sereno a Don Quijote en sus andanzas, quizás por un cierto sentido de la
responsabilidad, y obtuvo de ello una muy grande y útil diversión, hasta el fin de sus días.

El gran editor y escritor italiano Roberto Calasso analiza esta interpretación, que le parece
la más bella que conoce:

Para Kafka, el verdadero y único protagonista no es Don Quijote, sino Sancho Panza. Este,
atormentado por los demonios y para sobrevivir, tiene que inventarse a Don Quijote. Y lo
más extraordinario es que, al final de las líneas que le dedica, Kafka dice que Sancho Panza
es un hombre libre. Es la única vez que menciona la palabra libre. En esta transferencia de
demonios, Kafka es como Sancho Panza.

Y ese es el punto esencial: Kafka se identifica secretamente con Sancho Panza. Él también
ha creado toda su literatura, él como nadie más, para lidiar con sus demonios, para
transformarlos o transferirlos. ¿Qué es la gran literatura sino una forma de transferir
demonios o de capturar al Espíritu? La literatura de Kafka está poseída por estos demonios,
algunos de ellos abstractos, y siempre con una dimensión metafísica. Don Quijote es el
sueño mágico, el sueño curativo de Sancho Panza, de la misma manera que lo es Gregorio
Samsa para Kafka o de una manera más enigmática y pesadillesca lo que le sucede a K en
El Castillo y a Josef K en El proceso. Queda, sin embargo, la pregunta: ¿era Kafka un
hombre libre?

5 OBRAS QUE DEBES DE LEER DEL


GRAN ESCRITOR RUSO FYODOR
DOSTOIEVSKY
A 200 AÑOS DEL NACIMIENTO DE UNO DE LOS MEJORES
ESCRITORES DE EUROPA, TE RECOMENDAMOS CINCO OBRAS
CLAVE PARA ENTENDER EL PENSAMIENTO DE DOSTOIEVSKY
Fyodor Dostoievsky comenzó escribiendo ficción sobre personas pobres
en situaciones difíciles. En 1843 terminó su primera novela, y fue
elogiada por un crítico respetado. La segunda novela, fue recibida con
menos calidez. La falta de éxito de esta novela perturbó a Dostoievski, y
de 1846 a 1849 su vida y obra se caracterizaron por la falta de objetivos
y la confusión. Las historias cortas y las novelas que escribió durante
este período son en su mayoría experimentos en diferentes formas y
diferentes temas. En 1847 se unió a un grupo algo subversivo
llamado Círculo de Petrashevsky. En 1849 los miembros fueron
arrestados. Después de ocho meses en prisión, fue «sentenciado» a
muerte. En realidad, esta oración fue solo una broma. En un momento,
sin embargo, Dostoievski creía que solo tenía momentos para vivir, y
nunca olvidó los sentimientos de esa experiencia. Fue sentenciado a
cuatro años de prisión y cuatro años de servicio forzado en el
ejército en Siberia, Rusia.

Toda esta información será presentada en el curso especial que se


realiza a 200 años del nacimiento del autor ruso, como un homenaje que
prepara la UNAM. El curso se denomina Dostoyevski: El mejor
novelista de todos los tiempos. Así que, para que vayas preparando
las sesiones, te recomendamos estos 5 libros clave de su trayectoria. 

 
Crimen y castigo
Novela publicada por primera vez en la revista literaria The Russian
Messenger en doce entregas mensuales durante 1866. La obra se centra
en la angustia mental y los dilemas morales de Rodion Raskolnikov, un
ex estudiante empobrecido en San Petersburgo que formula un plan para
matar a un prestamista sin escrúpulos, por su dinero.
 
Los Hermanos Karamazov
Novela filosófica apasionada ambientada en la Rusia del siglo XIX, que
entra profundamente en los debates éticos de Dios, el libre albedrío y la
moral. Es un drama espiritual y teológico de luchas morales relacionadas
con la fe, la duda, el juicio y la razón, frente a una Rusia modernizadora,
con una trama que gira en torno al tema del patricidio. Dostoievski
compuso gran parte de la novela en Staraya Russa, que inspiró el
escenario principal.
Noches Blancas
Este cuento, dividido en seis capítulos o "noches", es contado en primera
persona por un narrador sin nombre. El narrador es un joven que vive en
San Petersburgo y sufre de soledad. Él conoce y se enamora de una
mujer joven, pero el amor no es correspondido ya que la mujer extraña a
su amante, con quien finalmente se reencuentra. 
 
Pobres gentes
Inspirado por las obras de Gogol, Pushkin y Karamzin, así como de
autores ingleses y franceses, Pobres gentes está escrito en forma de
cartas entre los dos personajes principales, Makar Devushkin y Varvara
Dobroselova, que son primos terceros pobres. La novela muestra la vida
de los pobres, su relación con los ricos y la pobreza en general, todos los
temas comunes del naturalismo literario.
 
Netochka Nezvanova
Novela inacabada del autor. Originalmente fue concebido como un
trabajo a gran escala en forma de "confesión", pero todo lo que se
completó y publicó fue un bosquejo de fondo de la infancia y
adolescencia de la heroína del mismo nombre. Dostoievski comenzó a
trabajar en la novela en 1848 y la primera sección completa se publicó a
fines de 1849. El arresto y el exilio del autor en un campo de detención
siberiano por su participación en las actividades del Círculo de
Petrashevski, le impidieron continuar la obra. Después de su regreso en
1859, nunca reanudó el trabajo en Netochka Nezvanova, dejando este
fragmento para siempre incompleto.
EL DÍA EN EL QUE DOSTOIEVSKI
DESCUBRIÓ EL VERDADERO
SIGNIFICADO DE LA VIDA
EL GRAN ESCRITOR RUSO TUVO UN SUEÑO Y EN EL SUEÑO SE LE REVELÓ
LA VERDAD

Pocos escritores en la historia han sido capaces de tener una experiencia más profunda,
compleja, trágica y espiritual que Fiodor Dostoievski, el gran escritor ruso. Dostoievski
vivió, además de todos los acontecimientos que le sucedieron, como ser condenado a una
prisión en Siberia, una vida intelectual igualmente llena de eventos y transformaciones.
Pero sin duda el gran evento en la vida intelectual de Dostoievski fue su transformación de
un nihilismo materialista en su juventud a una visión profundamente religiosa del mundo en
su madurez.

Para Dostoievski, de manera sencilla, el infierno existía en el mundo sólo en tanto que el
ser humano rechaza a la divinidad que es el amor y se engaña a sí mismo con la idolatría
del ego y la importancia personal. En uno de sus cuentos, de hecho en su última pieza,
conocida como El sueño de un hombre ridículo, Dostoievski narra un sueño en el que se le
revela al protagonista el significado de la vida. Podemos tomar este sueño como una nota
autobiográfica.
El sitio Brain Pickings relata de manera extensa este episodio, aquí ofreceremos una
versión resumida. El protagonista de la historia es un hombre que vaga por las calles de San
Petersburgo en plan meditativo, reflexionando sobre su vida, la cual lo ha orillado al
desprecio. El hombre, sumido en el nihilismo, decide suicidarse. Mientras está sumido en la
reflexión, una pequeña niña indigente lo despierta y le suplica que la ayude, pero él se aleja
y regresa a su buhardilla. El hombre tiene un revólver en la habitación; no obstante, cuando
contempla esta idea el recuerdo de la pequeña niña lo asalta. Le molesta el hecho de que
habiendo ya decidido suicidarse no debería sentir otra cosa que indiferencia ante la súplica
de la niña, pues él de todas maneras se convertiría en nada y su acción o no acción no
tendría ninguna importancia. Sin embargo, siente un dejo de piedad por la niña.

Sumido en una profunda meditación sobre la naturaleza de la conciencia y su existencia, el


hombre se queda dormido. En su sueño, el hombre aparece en un lugar similar y toma el
revólver y se dispara a sí mismo. Entonces reaparece en otro lugar, donde puede escuchar el
ruido de personas, pero hay completa oscuridad. Se encuentra dentro de un sarcófago. Lo
llevan a su entierro. Lo único que puede sentir es su corazón, donde se disparó.

En un trance de desesperación, el hombre le suplica al principio inteligente del universo:


"Cualquier cosa que seas, si es que eres, si es que existe un propósito más inteligente que
las cosas que ahora suceden, que estés presente aquí también". El hombre grita y suplica y
en el silencio profundo algo sucede. Y descubre, entonces, que algo había cambiado. Su
tumba se abre y es propulsado a la oscuridad del espacio.

El hombre, llevado por una sombra, atraviesa el cosmos entero hasta que en la oscuridad
cobra relieve una pequeña luz. Al irse acercando nota que se trata del sol y siente deleite.
"El entrañable poder de la luz, de la misma luz que me había engendrado, tocó mi corazón
y lo revivió, y sentí la vida, la vieja vida, por primera vez después de mi muerte". El
hombre despierta a un mundo similar a la Tierra, sólo que, acaso, más brillante y más
alegre, llenó de personas sonrientes y tranquilas: "Al vislumbrar sus rostros
instantáneamente comprendí la totalidad de las cosas".

El hombre, ya despierto, aun sabiendo que fue un sueño, mantiene la convicción de haber
presenciado la verdad unitaria de la existencia: "Y es tan sencilla... La única cosa es: ama al
prójimo como si fueras tú mismo -esa es la única cosa-. Eso es todo, ninguna otra cosa se
necesita. Instantáneamente descubrirás cómo vivir".

Esta historia en gran medida es el testamento de Dostoievski, el cual descansa en la


enseñanza más simple y a la vez más profunda del cristianismo. Una enseñanza que casi
nadie es lo suficientemente valiente como para tomarla al pie de la letra.

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primera vez, es perder la inocencia ante la vida: Orhan Pamuk

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