Está en la página 1de 12

Constitución de 1917; los cimientos de la democracia

La configuración de nuestra Constitución tal como la conocemos deviene de un


proceso histórico que es resultado de demandas y revoluciones sociales.
Tras la llegada de Porfirio Díaz al poder y su permanencia en la presidencia por
más de treinta años, se desató un levantamiento social que se oponía a su
dictadura y que dio a luz a la Revolución. Con la promulgación del Plan de San
Luis despertó el movimiento armado que buscaba derrocar su mandato y que
explotó el 20 de Noviembre de 1910. Ante el estallido social y la inminente
derrota, en mayo 1911 el presidente Díaz presentó su renuncia y se exilió en
Francia.
En octubre 1911 se realizaron elecciones y resultó vencedor Francisco I.
Madero; fue traicionado mediante un golpe de Estado orquestado por el
general Victoriano Huerta y asesinado junto al vicepresidente José María Pino
Suárez en febrero 1913.
Venustiano Carranza desconoció la presidencia del llamado usurpador y lo
derrocó con el Ejército Constitucionalista, un movimiento armado de la
Revolución. Al convertirse en titular del Poder Ejecutivo convocó a la creación
del Congreso Constituyente de Querétaro para reformar la Constitución de
1857, la cual había sido modificada en múltiples ocasiones por el gobierno de
Díaz para adaptarla a su proyecto de nación, entre estas modificaciones se
encuentra la reelección y la ampliación del periodo presidencial.
Así fue acuñada la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de
1917, la cual está vigente y se conforma por 136 artículos. En ella se
recogieron demandas de los grupos que se levantaron en armas durante la
Revolución. Además de incluir los “derechos del hombre”, se abordaron los
“derechos sociales”, se decreta la no reelección, se ratifica la soberanía y la
organización federal, se instauran la libertad de culto y de expresión y la
enseñanza laica y gratuita.
SENTIMIENTOS DE LA NACIÓN” 1813

Transcripción del documento


1o. Que la América es libre e independiente de España y de toda otra Nación,
Gobierno o Monarquía, y que así se sancione dando al mundo las razones.
2o. Que la religión católica sea la única sin tolerancia de otra.
3o. Que todos sus ministros se sustenten de todos y solos los diezmos y
primicias, y el pueblo no tenga que pagar más obvenciones que las de su
devoción y ofrenda.
4o. Que el dogma sea sostenido por la jerarquía de la Iglesia, que son el Papa,
los obispos y los curas, porque se debe arrancar toda planta que Dios no
plantó: omnis plantatis quam non plantabit Pater meus Celestis cradicabitur.
Mat. Cap. XV.
5o. Que la Soberanía dimana inmediatamente del pueblo, el que sólo quiere
depositarla en el Supremo Congreso Nacional Americano, compuesto de
representantes de las provincias en igualdad de números.
6o. Que los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial estén divididos en los
cuerpos compatibles para ejercerlos.
7o. Que funcionarán cuatro años los vocales, turnándose, saliendo los más
antiguos para que ocupen el lugar los nuevos electos.
8o. La dotación de los vocales será una congrua suficiente y no superflua, y no
pasará por ahora de 8000 pesos.
9o. Que los empleos sólo los americanos los obtengan.
10o. Que no se admitan extranjeros, si no son artesanos capaces de instruir y
libres de toda sospecha.
11o. Que los Estados mudan costumbres y, por consiguiente, la Patria no será
del todo libre y nuestra mientras no se reforme el Gobierno, abatiendo el
tiránico, substituyendo el liberal, e igualmente echando fuera de nuestro suelo
al enemigo español, que tanto se ha declarado contra nuestra Patria.
12o. Que como la buena ley es superior a todo hombre las que dicte nuestro
Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la
opulencia y la indigencia, y de tal suerte se aumente el jornal del pobre, que
mejore sus costumbres, alejando la ignorancia, la rapiña y el hurto.
13o. Que las leyes generales comprendan a todos, sin excepción de cuerpos
privilegiados; y que éstos sólo lo sean en cuanto al uso de su ministerio.
14o. Que para dictar una ley se haga junta de sabios en el número posible,
para que proceda con más acierto y exonere de algunos cargos que pudieran
resultarles.
15o. Que la esclavitud se proscriba para siempre y lo mismo la distinción de
castas, quedando todos iguales, y solo distinguirá a un americano de otro el
vicio y la virtud.
16o. Que nuestros puertos se franqueen a las naciones extranjeras amigas,
pero que éstas no se internen al reino por más amigas que sean, y sólo habrá
puertos señalados para el efecto, prohibiendo el desembarque en todos los
demás, señalando el diez por ciento.
17o. Que a cada uno se le guarden sus propiedades y respete en su casa
como en un asilo sagrado, señalando penas a los infractores.
18o. Que en la nueva legislación no se admita la tortura.
19o. Que en la misma se establezca por Ley Constitucional la celebración del
día 12 de diciembre en todos los pueblos, dedicado a la Patrona de nuestra
Libertad, María Santísima de Guadalupe, encargando a todos los pueblos la
devoción mensal.
20o. Que las tropas extranjeras o de otro reino no pisen nuestro suelo, y si
fuere en ayuda, no estarán donde la Suprema Junta.
21o. Que no se hagan expediciones fuera de los limites del reino,
especialmente ultramarinas; pero se autorizan las] que no son de esta clase
[para] propagar la fe a nuestros hermanos de Tierra adentro.
22o. Que se quite la infinidad de tributos, pechos e imposiciones que nos
agobian y se señale a cada individuo un cinco por ciento de semillas y demás
efectos o otra carga igual, ligera, que no oprima tanto, como la Alcabala, el
Estanco, el Tributo y otros; pues con esta ligera contribución y la buena
administración de los bienes confiscados al enemigo, podrá llevarse el peso de
la guerra y honorarios de empleados.
Chilpancingo, 14 de septiembre de 1813. José Ma. Morelos [rúbrica].
23o. Que igualmente se solemnice el día 16 de septiembre todos los años,
como el día aniversario en que se levantó la voz de la Independencia y nuestra
santa Libertad comenzó, pues en ese día fue en el que se desplegaron los
labios de la Nación para reclamar sus derechos con espada en mano para ser
oída; recordando siempre el mérito del grande héroe, el señor Don. Miguel
Hidalgo y su compañero Don Ignacio Allende.
Repuestas en 21 de noviembre de 1813.
Y por tanto, quedan abolidas éstas, quedando siempre sujetos al parecer de S.
A. S.
La Constitución de Cádiz y la independencia de México
Elecciones ciudadanas, libertad de prensa y federalismo fueron procesos
desencadenados por la Carta Magna española de 1812 en nuestro territorio.
Esos tres elementos fueron determinantes para alcanzar el anhelo
independentista y después serían retomados por las primeras actas
constitucionales mexicanas.
Por generaciones, los mexicanos hemos aprendido a reconocer y valorar los
actos de las personas que, con sacrificio de sus bienes y aun de su vida, se
levantaron en armas en 1810. La justicia que hacemos a los insurgentes
debería alcanzar también a los hombres y mujeres que por otros medios
colaboraron en la construcción de México, ya que como creadores de
instituciones y promotores de la participación ciudadana, su actividad estuvo
vinculada de diferentes maneras con la Constitución elaborada en Cádiz por un
grupo de diputados de España e Hispanoamérica, la cual fue la primera Carta
Magna vigente en el territorio que actualmente ocupa nuestro país.
A doscientos años de su promulgación, quiero mostrar algunas de las
herencias de La Pepa, sobrenombre que se dio a la Constitución por haber sido
promulgada el 19 de marzo de 1812. En los siguientes apartados describiré
tres procesos desencadenados en Nueva España por ese documento.
Conviene decir de una vez que algunos de ellos fueron echados a andar de
manera intencional por los constituyentes de Cádiz, como la libertad de prensa
y las elecciones, mientras que otros fueron resultados imprevistos, como el
federalismo.

Las primeras elecciones ciudadanas


En septiembre de 1812 se conoció la Constitución de Cádiz en Nueva España
y de inmediato las autoridades se dispusieron a acatarla, aunque no siempre
con entusiasmo. Había muchas novedades en ese documento, algunas tan
importantes como la desaparición de la figura del virrey; pero sin duda la más
trascendente era el reconocimiento de que la soberanía radicaba no en el
monarca sino en la nación, compuesta por los ciudadanos de todos los
dominios españoles. Por tal motivo, eran los habitantes quienes debían elegir a
las autoridades principales: las mismas Cortes –como se llamó al congreso
legislativo–, las diputaciones provinciales –órganos colegiados que
administraban las provincias– y los ayuntamientos que se establecieron en las
poblaciones con más de mil habitantes.
No es seguro el número de ayuntamientos que se establecieron en Nueva
España gracias a la Constitución, pero fue superior a mil. Desde Yucatán hasta
Sonora, los habitantes de esas poblaciones se prepararon para salir a votar por
sus autoridades políticas por primera vez. Todos los varones mayores de edad
con un “modo honesto de vida” y vecinos de una parroquia tenían derecho a
votar, con excepción de los descendientes de africanos –a quienes los
diputados españoles se negaron a otorgar la ciudadanía–, frailes, presos y
sirvientes domésticos.
No importaba si se era indígena, mestizo o blanco, culto o analfabeta, rico o
pobre, todos los que cumplieran los requisitos señalados por la Constitución
podrían votar. En muchos poblados donde la mayoría era afrodescendiente se
permitió votar a sus habitantes, aunque la ley lo prohibiera; en otros no faltó el
sirviente que reclamara que vivía de modo honesto y era un vecino honrado.
Esto se pudo hacer porque la Constitución dio plena libertad a las juntas
electorales, compuestas por vecinos respetables y representantes de
autoridades –como el cura–, para la organización de las votaciones.
Ahora bien, los ciudadanos no elegían directamente a sus autoridades, sino
que lo hacían mediante un sistema complicado: elegían a “electores”, quienes a
su vez nombraban a los miembros de los ayuntamientos. En un proceso
separado, los ciudadanos debían nombrar a “electores de parroquia”, los que a
su vez elegirían a los “electores de partido”, quienes en una reunión
designarían a los representantes de las diputaciones provinciales y a los
diputados para las Cortes.
A partir de noviembre de 1812, en numerosos pueblos y ciudades se
establecieron las juntas electorales. En los pueblos de indios el proceso para
elegir autoridades mezcló los usos y costumbres con las nuevas normas. En
algunos, los varones mayores de edad se reunieron en las casas de la
comunidad para discutir, según sus tradiciones, quiénes debían ser elegidos
para los ayuntamientos. Al día siguiente hacían la elección de manera
individual en la mesa de votación, tal como señalaba la ley.
En muchos casos, como sucedió en Chalco –en el actual Estado de México–,
el cura tuvo una presenciadecisiva en la elección de alcaldes y regidores del
ayuntamiento. En algunos, como en Tlaxcala, los miembros del antiguo
gobierno indígena se convirtieron en las autoridades electas; es decir, no hubo
cambio de personal político, sólo de procedimiento. En otras regiones, como
las Huastecas o en el Valle de México, se eligieron ayuntamientos formados
por indígenas y mestizos, con lo que se dio un paso para la integración de una
nueva sociedad que superara las barreras étnicas.
En las grandes ciudades la movilización ciudadana ocasionada por los
procesos electorales tomó por sor-presa a las autoridades. No se esperaban
que tanta gente saliera a ejercer su derecho. Los frailes y las mujeres, quienes
no podían votar, arengaban a los ciudadanos para que lo hicieran. Algunas
mujeres ricas hicieron tertulias en las que se discutían los nombres de las
personas que debían ser electas.
La ciudad de México puede servir de ejemplo para conocer cómo se realizaron
las elecciones. El 29 de noviembre de 1812 se establecieron las mesas de
votación en las parroquias capitalinas. Las personas con derecho al voto –y
muchas que no lo tenían– se presentaron para dar, de viva voz o mediante una
papeleta, el nombre de los electores que designarían a regidores y alcaldes del
ayuntamiento. No faltó quien quiso inducir la decisión a través de dádivas (se
repartió pulque entre los votantes). Otros llevaron a la gente a votar a una y a
otra parroquia. Estas irregularidades sirvieron de pretexto para que las
autoridades suspendieran temporalmente el proceso electoral, pero en realidad
lo hicieron porque la cantidad de gente que salió a votar fue enorme,
inesperada. La jornada terminó a las ocho de la noche, con fiesta. El conteo dio
el triunfo a “25 americanos, todos honrados y del mejor modo de pensar”, a
decir de la sociedad secreta de los Guadalupes, que simpatizaba con la
insurgencia. Entre los electos no había un solo partidario del gobierno, de modo
que se suspendió el proceso en la ciudad de México y en algunas poblaciones
cercanas.
Al comenzar 1813 las autoridades tuvieron que echar a andar otra vez las
elecciones, tanto para establecer los nuevos ayuntamientos como para elegir
representantes para las diputaciones provinciales y las Cortes. Una vez más
fueron incapaces de controlar el sentido del voto de los ciudadanos. En algunos
lugares se eligió para ir a las Cortes a individuos de quienes se sospechaba
colaboración con los insurgentes. En ciudades como Guadalajara los electos
eran férreos defensores de los derechos regionales. Muchos abogados,
eclesiásticos y propietarios salieron hacia España como diputados electos por
los habitantes de Nueva España. Artesanos, rancheros y escritores también se
abrieron paso en las elecciones. Las autoridades no sabían cómo enfrentar
este panorama, por lo que procuraron retrasar todo lo posible el
establecimiento de las diputaciones provinciales, pues les quitarían poder. Para
su fortuna, en 1814 el rey desconoció la Constitución y restableció el
absolutismo.
Los insurgentes se dieron cuenta de que para obtener apoyo debían ofrecer el
derecho a elegir autoridades, de modo que en la Constitución de Apatzingán
copiaron muchos de los artículos de elecciones que tenía la de Cádiz. Por
desgracia, las derrotas del generalísimo José María Morelos y el avance
realista impidieron que estas medidas se llevaran a la práctica. Fue hasta 1820,
cuando el rey de España fue obligado a jurar de nuevo la Constitución, que se
restableció el derecho de los ciudadanos a votar y ser votados. Ese año se
formaron cientos de ayuntamientos. Pese a la oposición de las autoridades, se
establecieron diputaciones provinciales que defenderían los derechos de las
regiones. De nuevo fueron enviados diputados a las Cortes en Madrid. La
gente salió a votar y se negó a renunciar a ese derecho.
Poco a poco, el ejercicio del sufragio empezó a cam-biar a la sociedad.
Surgieron los políticos especializados en movilizaciones electorales, la prensa
trataba de incidir en el sentido del voto, gente que por su pobreza o
marginación nunca había ocupado un cargo público tuvo oportunidad de
hacerlo, y en algunos casos lo consiguió.
El difícil camino de la libertad de prensa

Desde que las Cortes se reunieron en Cádiz en 1810, una de sus prioridades
fue la de permitir la libertad de prensa, salvo en materias de índole religiosa. El
10 de noviembre de ese año los constituyentes elaboraron un decreto que
permitía la libre expresión de opiniones políticas a través de publicaciones.
También se dieron a la tarea de suprimir al Tribunal del Santo Oficio de la
Inquisición. El virrey de Nueva España, Francisco Javier Venegas, prefirió no
darse por enterado, pues temía que la libertad de expresión favoreciera a
aquellas personas que querían la independencia.
En 1810 y 1811 aparecieron impresos que favorecían la unión con España y
condenaban la rebelión iniciada por Miguel Hidalgo. Publicistas (término usado
en aquella época para designar a los que publicaban) como Agustín Fernández
de San Salvador y Mariano Beristáin criticaron ferozmente a los insurgentes y
polemizaron con los muy pocos impresos que salían de las prensas rebeldes,
como El Despertador Americano de Guadalajara. El Diario de México,
temeroso de la censura, prefería no meterse en asuntos políticos. En 1812, con
la promulgación de la Constitución, fue imposible seguir ignorando la libertad
de prensa.
El artículo 371 de La Pepa señalaba: “Todos los españoles tienen libertad de
escribir, imprimir y publicar sus ideas políticas sin necesidad de licencia,
revisión o aprobación alguna anterior a la publicación, bajo las restricciones y
responsabilidad que establezcan las leyes”. De inmediato el abogado
oaxaqueño Carlos María de Bustamante decidió editar un folleto titulado El
Juguetillo. Empezaba su cuadernillo con la frase “Conque podemos hablar...”, y
a continuación, de un modo algo tímido, se atrevía a exponer sus principales
ideas políticas. No faltó quien se opusiera al pensamiento de Bustamante, de
modo que aparecieron divertidas publicaciones como El Juguetón, con lo que
se dio pie a las primeras polémicas políticas impresas de nuestra historia.
Al lado de Bustamante, José Joaquín Fernández de Lizardi se dio a la tarea de
publicar un periódico de contenido político: El Pensador Mexicano, en el que no
solo expresaba sus ideas sino que se atrevía a aleccionar al virrey acerca de
cómo debía actuar. Tanto en El Pensador como en El Juguetillo, Lizardi y
Bustamante se comprometieron con la formación de valores cívicos e
impulsaron a sus compatriotas a participar en los procesos electorales que se
avecinaban, aunque no se atrevieron a inducir el voto a favor o en contra de
personajes específicos. De cualquier manera, fueron papeles muy influyentes,
a tal grado que el virrey Venegas, temeroso tras las elecciones de noviembre
de 1812, decidió suprimir la libertad de prensa y perseguir a los principales
publicistas. Fernández de Lizardi terminó procesado, mientras que Bustamante
consiguió escapar de la ciudad de México para unirse a las tropas insurgentes,
primero a las de Francisco Osorno en los llanos de Apan y luego a las de
Morelos, quien iba en campaña para ocupar Oaxaca. De inmediato Bustamante
emprendió la tarea de publicar periódicos en el bando insurgente –como el
Correo Americano del Sur– y promovió entre los independentistas el
establecimiento de un Congreso constituyente y una Constitución liberal que, a
semejanza de la de Cádiz, garantizara la participación electoral y la libertad de
prensa.
En 1820, tras la debacle insurgente y el restableci-miento de la Constitución,
Bustamante volvió a publicar sus juguetillos. El primero se llamó Motivos de mi
afecto a la Constitución, en el que señalaba todas las bondades de La Pepa
pero censuraba a las autoridades virreinales que mezclaban “la libertad con la
esclavitud”. Por su parte, Fernández de Lizardi entró en polémica con los que
defendían a la extinguida Inquisición. El nuevo virrey, Juan Ruiz de Apodaca,
toleró estas publicaciones, pero cuando las prensas empezaron a publicar las
ideas del Plan de Iguala decidió suprimir la libertad de expresión, como había
hecho su antecesor.
Sin embargo, en 1821 la situación de Nueva España era muy diferente. Las
imprentas de Puebla, Veracruz, Mérida, Oaxaca y Guadalajara, entre otras,
siguieron publicando opiniones políticas. La polémica Memoria político-
instructiva de Servando Teresa de Mier, en la que proponía una independencia
republicana, fue reimpresa, lo mismo que numerosas obras liberales
provenientes de España y de otras partes de Hispanoamérica y el mundo.
Nunca antes salieron a la luz tantas publicaciones políticas. Con la
independencia, pese a los intentos de censura, este número siguió creciendo.
Entre 1823 y 1824 cientos de impresos y decenas de periódicos discutían las
posibilidades que se abrían en el futuro de México. El camino sería todavía
largo y tortuoso, pero muy pronto quedó claro que sin la libertad de prensa
sería imposible construir las instituciones democráticas que necesitaba el país.

El federalismo

La Constitución de Cádiz diseñó un Estado profundamente centralizado.


Consideraba que la soberanía nacional era indivisible y que todo el poder debía
quedar en las Cortes y en el rey. Sin embargo, por iniciativa del diputado de
Coahuila, Miguel Ramos Arizpe, los constituyentes reconocieron que, dado el
enorme tamaño de los dominios españoles, se requería contar con instituciones
de gobierno local. Debido a ello quedó previsto que en cada provincia se debía
establecer una diputación integrada por representantes electos. Cada
diputación estaría presidida por un jefe político designado por el gobierno
superior. Para evitar malos entendidos se suponía que las diputaciones no
podían hacer leyes ni tomar decisiones políticas; únicamente se encargarían
del “gobierno económico”, es decir, de la administración de las provincias, y
servirían como intermediarios entre los ayuntamientos y el gobierno español.
Por supuesto, a los ayuntamientos también se les prohibió tener actividades
políticas y se les redujo a ser administradores, pero como se trataba de
instituciones electas, muy pronto reclamaron representar, siquiera en parte, la
soberanía del pueblo.
En 1812 el antiguo virreinato quedó dividido en cinco grandes provincias en las
cuales debían establecerse diputaciones. La primera se reunió en 1813 en
Mérida (incluía toda la península de Yucatán y Tabasco), poco después se
establecieron las de Guadalajara (formada por Nueva Galicia y Zacatecas),
Durango (Provincias Internas de Occidente) y Monterrey (Provincias Internas
de Oriente). La de México, que incluía las intendencias de Guanajuato, Nueva
España, Michoacán, Oaxaca, Puebla, San Luis Potosí y Veracruz más
Querétaro y Tlaxcala, fue retrasada por Félix María Calleja, quien insistía en
seguir ostentándose como virrey. Finalmente se reunió en 1814, poco antes de
que la Constitución fuera abolida.
La historia de las diputaciones provinciales continuó en 1820. Ese año se
autorizó la creación de la de Michoacán, que incluía a Guanajuato. Poco
después Puebla exigió una propia, aunque no la consiguió hasta que México se
hizo independiente. En 1823, cuando Agustín de Iturbide fue derrocado, había
diputaciones en Chihuahua, Coahuila, Durango, Guadalajara, Guanajuato,
México, Michoacán, Nuevo León, Nuevo Mé-xico, Nuevo Santander, Oaxaca,
Puebla, Querétaro, San Luis, Sonora y Sinaloa, Tabasco, Texas, Tlaxcala,
Veracruz, Yucatán y Zacatecas. Estas diputaciones se asumieron como las
representantes de la soberanía de sus provincias y algunas de ellas dieron
paso a Congresos constituyentes, como sucedió en Guadalajara, donde la
provincia de Nueva Galicia se convirtió en el estado de Jalisco y estuvo
encabezada por diputados provinciales. Algo semejante ocurriría en Oaxaca,
Zacatecas y, finalmente, en todo el país. Por ello, cuando se estableció la
Constitución de 1824, se dio reconocimiento a la soberanía de los estados, con
lo que México surgió con una forma federal.
Los constituyentes de Cádiz no tenían previsto fomentar el federalismo, pero
con las diputaciones provinciales se condujo a esa forma de gobierno, al
menos en México. Las elecciones populares, aunque eran indirectas, dieron pie
a la movilización de los votantes, sin importar que fueran indígenas, mestizos o
blancos; poco después, los descendientes de africanos también exigirían esos
derechos y, ya bajo el orden independiente, se les reconoció la igualdad
política. Tal vez había personas que intentaban manipular las elecciones, pero
no siempre lo conseguían; en cualquier caso, no sucedía de manera muy
diferente a lo que pasaba en otros países. En todo este proceso la libertad de
prensa fue muy importante.
La historia posterior mostró intentos para censurar la expresión de las
opiniones políticas, muchos se opusieron a que la gente participara libremente
en las elecciones y los derechos de los estados sufrieron reveses (en
ocasiones jurídicos, otras veces de facto), pero las elecciones, la libertad de
prensa y el federalismo han sido parte sustancial de nuestra historia como
nación independiente y son sólo algunos de los legados del constitucionalismo
surgido en 1812.
Constituciones de México
Desde 1821, año en el cual México logró su independencia, ha tenido 4
constituciones. Sin embargo, antes de ello se conocían documentos
constitucionales redactados que estuvieron vigentes.
Se tratan de documentos como la Constitución de Apatzingán de 1814 y la de
Cádiz de 1812. Una constitución española, que estuvo vigente en México hasta
1823.
A lo largo de su historia, México ha atravesado una gran cantidad de reformas,
estatus y constituciones, que marcaron el proceso histórico del país y que le
han llevado a tomar importantes decisiones. Este proceso duró hasta llegar a la
constitución de 1917, que hoy en día sigue vigente después de algunas
reformas.

Constituciones previas a la independencia


La Constitución de Apatzingán de 1814, se promulgó un 22 de octubre a cargo
del Congreso de Chilpancingo. Contenía 2 títulos, así como 242 artículos
basados en la constitución de Cádiz, pero previendo la instauración de un
régimen republicano de gobierno.
Por otra parte, la constitución de Cádiz, de origen español y perteneciente a la
Monarquía, fue promulgada en 1812 y vigente hasta 1814. Sin embargo, más
tarde volvió a entrar en vigencia desde 1820 hasta 1823.
La misma establecía que la soberanía residía en la nación y que tenía por ende
el derecho de establecer leyes. A partir de ese momento fueron instaurándose
las 4 constituciones mexicanas reconocidas por la historia.

Constituciones de México después de la independencia


Constitución de 1824
Se conoce como Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos y
entró en vigencia el 4 de octubre de 1824. En esta carta magna el país toma el
nombre de Estados Unidos Mexicanos y se define como república federal
representativa y católica.
En su interior contenía 7 títulos y 171 artículos, que tomaron inspiración en la
Constitución de Cádiz y la de los Estados Unidos. Esta constitución abolió la
figura monárquica.
Constitución de 1836
Esta carta magna sustituye a la Constitución de 1824 el día 23 de octubre de
1835. Es conocida como las Siete Leyes o Constitución de Régimen
Centralista. Se trata de un documento con tendencia conservadora.
Establecía la división de poderes en cuatro, siendo los mismos el legislativo,
ejecutivo, judicial y un cuarto, llamado conservador que podía regular las
acciones del resto de los poderes.

Constitución de 1857
Para estas alturas la constitución de 1824 había cobrado nuevamente vigencia
después del triunfo de la Revolución de Ayutla en 1855. Sin embargo, Ignacio
Comonfort elaboró un Estatuto Orgánico Provisional para gobernar, hasta la
aprobación de la nueva constitución el 5 de febrero de 1957.
Este documento reestablece el gobierno federal, democrático y representativo
con sus tres poderes originales, así como las leyes de separación del Estado y
la Iglesia, nacionalización de bienes eclesiásticos, registro civil, libertad de
cultos e imprenta, entre otros.

Constitución de 1917
Es conocida como Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos de
1917. Se trata de una aportación a la tradición jurídica de México y al
constitucionalismo universal.
Es la primera carta magna de la historia que incluye lo mejor en aportaciones al
régimen legal de los derechos sociales.
En ella no solo se elimina el cargo de vicepresidente, sino que se elimina
también la reelección del presidente, a diferencia de la Constitución de 1857.
Originalmente contó con 136 artículos y 19 transitorios, que han sido
modificados con el paso del tiempo.
Leyes de Reforma
Las Leyes de Reforma es el nombre con el que se conoce al conjunto de leyes
expedidas entre 1855 y 1863, durante los gobiernos de Juan Álvarez, Ignacio
Comonfort y Benito Juárez.
El objetivo fundamental de estas leyes fue la separación de la Iglesia y el
Estado.
Varias de estas leyes se elevaron a nivel constitucional por el Congreso
Constituyente que redactó la Constitución Federal de los Estados Unidos
Mexicanos de 1857.
La Ley Juárez es considerada la primera promulgada de las Leyes de Reforma.
Esta ley fue promulgada el 23 de noviembre de 1855 y se le conoce
oficialmente como La Ley de Administración de Justicia y Orgánica de los
Tribunales de la Nación del Distrito y Territorios.
La ley Juárez suprimió los tribunales especiales aboliendo los fueros militares y
religiosos declarando a todos los ciudadanos iguales ante la ley.
Ley Iglesias por la cual se prohibió el cobro de derechos y obvenciones
parroquiales, el diezmo.
Ley Lafragua o Ley de libertad de imprenta es la ley que garantiza la libertad de
expresión en los medios impresos, y entró en vigor el 28 de diciembre de 1855.
Ley del Registro Civil también conocida como La Ley Lafragua estableció el
Registro del Estado Civil. Fue expedida el 27 de enero de 1857.
Ley Orgánica de Registro Civil es aquella en que se establecía que el registro
del estado civil de las personas quedaba a cargo de empleados de gobierno y
no de la Iglesia. Fue expedida en Veracruz el 28 de julio de 1859.
Ley de Nacionalización de Bienes Eclesiásticos: esta ley complementa la Ley
Lerdo de desamortización de los bienes de la Iglesia, es decir la venta de los
bienes de la Iglesia.
Ley de Matrimonio Civil: fue expedida en Veracruz el 23 de julio de 1859, por
medio de esta ley se estableció que el matrimonio religioso no tenía validez
oficial. El Matrimonio Civil sería entonces el que tendría valor oficial.

También podría gustarte