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Carina Rattero1
Voy a traer algo que plantea un pedagogo rosarino, Estanislao Antelo, y que me parece
central para pensar aquí. El dice que un maestro es por definición un obstinado, un tenaz que
no se conforma fácilmente y siempre quiere otra cosa para su alumno.
Y ustedes saben que para ser educador en estos tiempos algo de eso hay que tener, hay
que saber insistir, no cansarse, lidiar, llamar, apasionarse para apasionar, deslumbrar; convocar al
otro a un movimiento, a un encuentro para que algo pueda acontecerle... No ser cómplices de
abandonos y de huidas... esto, pienso, es un Maestro.
Podríamos decirlo así: Un maestro es un trabajador antidestino7.
El maestro antidestino es aquel que en lugar de distraerse en esto, piensa, estudia, se
apasiona, apuesta, hace confianza, obstinadamente ENSEÑA.
Entender que el futuro se construye y se hace existir desatando profecías y reinventándolo
nuevo, es una forma de asumir la educación como una forma particular de “antidestino”.
Pensar la educación como apuesta que abre a otro tiempo y a una nueva oportunidad,
supone otra temporalidad, no sin urgencias; pero si un cierto demorarse —“me tomo quince minutos
con este chico” (Cornu, 2000)21—. Una temporalidad que se despega de la lógica del “compre ya”;
la del aquí y ahora del eficientismo y de la adecuación al mercado, a las condiciones y la pura
actualidad que nos deshereda, nos quita la posibilidad de incluirnos en una memoria común y
también, la esperanza de otra cosa.
La educación y la institución educativa se sostienen en la Promesa de que algo puede ser
pasado, para dar lugar a lo nuevo e incluir a los nuevos. Promesa de futuro, que , aunque debilitada
y envejecida escuchamos, todavía, a diario: “La única herencia que les dejo es la educación”, “tenés
que estudiar si querés ser alguien ”, “ sin educación no se llega a ninguna parte”.
Educar conlleva una dimensión de apertura al por- venir, es un gesto y una acción que abre
el tiempo, remite a otro tiempo .Un tiempo que será de los nuevos (…), pero esto nos convoca a la
obstinación de enseñar y no dejar de enseñar
La tarea de la educación es la de trabajar en esta dimensión de “antidestino”,
apostando a que cada uno y todos en cada uno, tengan la posibilidad de abrirse caminos y
“destinos” inéditos. Sin tolerar “restos.”
Y quizás por esto, educar nos convoca también, a un cierto modo de indagar no dando por
naturales y obvias las cosas que vemos a diario. Preguntarnos acerca de lo que enseñamos o
dejamos de enseñar, teniendo en cuenta que producimos herederos o desheredados. Pensar para
construir nuevas respuestas, las propias. Pero también, un preguntar que nos interrogue en la carne,
mas allá del ¿cómo lo hago? y el ¿qué hay que hacer?. Pensar ¿qué estamos haciendo? ¿Qué
estamos haciendo para que nuestra escuela pública pueda seguir siendo la fabrica de los
sueños...?.
Y ¿mientras tanto?. No resignarnos, no ser cómplices, no bajar los brazos, insistir, prometer
y apostar.
Ser trabajadores antidestino, construir un relato que anude generaciones, un puente
entre pasado y por venir; transmitir un legado común, ofrecer un lugar de inscripción y una historia
que, a la vez, abra a la posibilidad de construir otras historias. Enseñar. Seguir una inquietud y
apasionarnos, sostener un enigma para uno y contagiar a otros... En otras palabras ofrecer una
esperanza de futuro....
Carina Rattero
RESUMEN
Distintos verbos para una Tarea