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Lección No 3.

El carácter de la Autoridad Delegada: Misericordioso


Guía de Estudio e Investigación

Haga un estudio bíblico, en forma de bosquejo, sobre el tema: «El Liderazgo de


Moisés», indicando el carácter y el estilo de dirección de este gran siervo de
Dios. Respalde con citas bíblicas.

Moisés fue el gran caudillo que liberó al pueblo de Israel de Egipto,


el que lo el que lo guio y cuidó durante 40 años en el desierto y lo
condujo hasta la tierra prometida, aunque él mismo no entró.
Moisés es el ejemplo bíblico de liderazgo y el hombre más manso
sobre la tierra (Núm. 12:3), sin embargo, antes de llegar a ese nivel
de madurez le fue necesario, como a todo hombre que Dios usa para
grandes empresas de liderazgo, recibir su trato.

La vida de Moisés fue todo un milagro, su nombre significa algo


como “entregado por las aguas” (Éxodo 2:10), porque la hija del
Faraón lo encontró siendo un bebé de tres meses en el río Nilo,
metido en un cesto de juncos calafateado con brea. Sus padres
hebreos lo habían puesto ahí, obligados por las circunstancias: todo
niño nacido varón entre los hebreos debía ser asesinado por los
egipcios, obedeciendo al del edicto del rey. Pero Moisés no moriría,
sino que sería el hombre que el Dios de Israel usaría para salvar a
su pueblo de la esclavitud y de la mano pesada de Egipto.

De modo que Moisés creció como un egipcio, viviendo en el palacio


de Faraón hasta los 40 años, pero estos cuarenta años, de los que
no se nos dice mayor detalle acerca de la vida de este hombre en el
libro de Éxodo, no significan ausencia de Dios. Fue Dios quien
permitió que Moisés creciera dentro de la cultura egipcia, todo lo
que aprendería con ellos lo prepararía para conocer su futuro
llamado. No crecería como un hombre común, crecería como un
príncipe, y no cualquier príncipe, sino como un hombre hermoso
que, incluso habiendo sido adoptado, fue inmensamente amado por
la hija del rey, y que de hecho pudo haber sucedido al Faraón en el
trono en caso de que Ramsés II no tuviera descendencia, según las
costumbres de la época; de modo que fue educado para ser un rey,
el rey de la gran nación egipcia, la potencia del mundo. El apóstol
Esteban en su discurso de Hechos 7 nos deja saber que “Moisés fue
instruido en toda la sabiduría de los egipcios, y era poderoso en
palabra y en obra”.  Su aspecto, su forma de hablar y su modo de
actuar eran los de un egipcio. Más adelante, en el mismo libro del
Éxodo, veremos que cuando llegó a Madián, fue reconocido como un
egipcio. En el gran templo egipcio, Moisés recibió estudios y
formación en toda ciencia y arte. Aprendió los conocimientos
existentes en astronomía, química, pintura, estética, lectura,
escritura, matemáticas, y además fue enseñado a luchar como un
soldado en grandes combates. Fue instruido en todo, menos en el
servicio a Dios y en la fe del pueblo hebreo, fue capacitado para
todo, en apariencia, pero con todo ese conocimiento y gran
sabiduría no estaba listo para liberar al pueblo hebreo.
El capítulo 2 de Éxodo nos relata que, al crecer, Moisés observó un
egipcio que golpeaba a un hebreo, y entonces mató al egipcio. El
apóstol Esteban en los Hechos, capítulo 7, dentro de su gran
discurso nos detalla que Moisés fue movido por defender a sus
hermanos y vengar al oprimido. Ya en su corazón se hallaba la
esencia que Dios había puesto en él, el amor por el pueblo. Pero, por
supuesto, era algo incipiente e insuficiente, incapaz de hacer que se
moviera a verdadera misericordia, al accionar de la salvación, y que
debía ser canalizado y transformado en un verdadero liderazgo
espiritual. Moisés debía experimentar la muerte y la resurrección
para ser usado por Dios. Hasta este momento, él había vivido por
sus impulsos, y actuaba apresuradamente, dejándose llevar por su
carne, y esto lo llevó a huir. Todo lo que hacía, lo hacía en sus
propias fuerzas y sin el conocimiento de Dios. Es por ello que debía
tener un encuentro cara a cara con Dios en el desierto, y debía
atravesar este lugar muchas veces y encontrarse y luchar allí con
Dios, para poder llevar luego a todo un pueblo necio y rebelde, que,
así como él, debía ser formado para ser transformado. Nos cuenta la
historia que pretendió ser reconocido por los israelitas, gestionando
como un pacifista entre los hebreos. Estaba acostumbrado a
gobernar entre los egipcios, pero los israelitas no lo veían como un
príncipe para ellos. Y entonces, Moisés se convirtió en extranjero (v.
15), un hombre sin tierra y sin raíces, después de haber sido casi
rey de una poderosa nación, y que, además, cargaba con la culpa de
un homicidio, es decir, era una persona indigna y sin ningún
propósito, pero Dios tenía un gran plan para su vida. Continuando
con el relato, vemos que Moisés se fue a Madián y que allí, con
valentía defendió de varios hombres pastores a la mujer que
terminaría siendo su esposa, y a sus hermanas; evidenciando, aún,
fuertes rasgos de su carácter. Se casó, entonces, Moisés y vivió por
40 años más en el desierto, 40 años como un pastor de ovejas.
Sabemos ya que el Señor Jesús se llamó a sí mismo el buen pastor,
que David fue un humilde pastor de ovejas antes de ser el más
importante rey de Israel, que los antepasados de Moisés vivieron
como pastores de Egipto en Gosén y desde antes en Canaan. Ser
pastor implicaba aprender a cuidar, proteger, guiar y amar a un
rebaño hasta el punto de dar la vida por ellos. Un rey puede ser solo
un gobernante, pero un pastor es siempre un líder genuino, uno que
aprende en la sencillez y en la humildad los valores y principios más
importantes que enseñan el tener vidas bajo su cuidado. No es
sorpresa que estos grandes hombres de la Biblia tuvieran que
desempeñar esta profesión en sus vidas, profesión que requiere
humillación y quebrantamiento.
Y fue mientras apacentaba el rebaño de su suegro Jetro (ni siquiera
eran sus ovejas, Moisés no tenía nada), que nos enseña el capítulo
tercero del libro de Éxodo, que Dios llamó a Moisés, para anunciarle
que ahora debía salvar y guiar un rebaño mucho más grande: el
rebaño del Dios de Israel, debía ir a buscarlos, hablar a sus
corazones, luchar contra el gran lobo, seguir luchando y entonces,
llevarlos hasta donde Dios le indicara. Y nada de esto sería fácil.
Razón por la cual, Dios se debía manifestar de una manera
extraordinaria a Moisés: a través de una zarza enardecida que no se
consumía. Esta magnética atracción para Moisés que hizo que se
acercara (¡40 años en el desierto y nada pasaba, y de pronto un día,
una zara ardiente!), simbolizaba al pueblo de Israel (oprimido, pero
nunca destruido), el pueblo de Dios, y un dibujo de la cruz donde
Jesús soportó el fuego del juicio, pero no fue consumido por él.
Moisés iba a acercarse a la Zarza y antes de que llegara, Dios tuvo
que enseñarle como a un niño, buenos modales. El lugar que estaba
por pisar era un lugar santo, digno de respeto, reverencia y
admiración, por lo tanto, Moisés debía quitarse su calzado. Todo el
protocolo que aprendió en el palacio no le enseñó cómo comportarse
antes lo verdaderamente sagrado. Sin embargo, sí tuvo temor de
mirar a Dios y se cubrió su rostro, claro que esto viene de Dios
mismo.
Luego nos encontramos con el versículo once: “Pero Moisés dijo a
Dios: ¿Quién soy yo para ir a Faraón, y sacar a los hijos de Israel de
Egipto?". Este verso nos resume lo que le había pasado a Moisés
durante este tiempo. 40 años atrás presumido y soberbio, Moisés se
creía capaz de liberar al pueblo de Israel, llevado por el impulso de
la ira hasta mató a un hombre egipcio, él creyó ser el líder ideal, y
ahora, no una sino en repetidas ocasiones (éxodo 4: 1, 10, 13)
insistía en que no era él el hombre a quien Dios debía enviar para
semejante labor. Se creía absolutamente incapaz, y tenía miedo. Y
precisamente, ese era el momento en el que más apto era para ser el
libertador de Israel.  “Todo aquel que persiga la grandeza, la
grandeza huirá de él. Todo aquel que huya de la grandeza, la
grandeza le perseguirá”. Moisés sería una autoridad porque ya no la
anhelaba. Ahora era la antítesis de cualquier persona con
aspiraciones de gobierno. 40 años viviendo en un desierto como
extranjero, sin casa, tierra o posesiones, era un don nadie, para sí
mismo, pero es que realmente no lo era, sino que había aprendido el
significado del servicio, ahora estaría listo para seguir sirviendo,
pero dentro de una labor más grande que cualquier otra y a aquel
que siendo Dios, muchos siglos adelante se daría también en
servicio por la humanidad. Moisés objetó intensamente ante el
llamamiento de Dios, quería obedecerle, pero sentía que no podía, y
es verdad, no podía, no él solo, como lo había intentado antes, pero
ahora Dios sí que podría a través de él. Tal como Pablo, Moisés
aprendería que Dios perfeccionaría su poder en medio de su
debilidad.
Ante la primera objeción de Moisés, “si no me creen”, Dios le dio una
vara que se convertiría en señal de autoridad, y fuente de fortaleza
que solo en sus manos ejercería poder. Algo tan sencillo como una
vara podía ser usado para grandes cosas acuerdo con la voluntad de
Dios, en las manos de una persona rendida y consagrada a Dios.
Después de eso, Moisés sigue objetando, pero para cada reparo,
Dios le da una buena razón para obedecer, y al final del discurso lo
que le enseña es que lo único que necesita, por encima de sus
capacidades o talento, es su corazón.
A pesar de su falta de fe en sí mismo y de su temor grande, Moisés
no se echó para atrás, sino que obedeció a Dios y su mandato. El
Señor le dio una serie de instrucciones específicas que Moisés debía
seguir al pie de la letra.
Finalmente, Dios lleva a Moisés a Egipto, claro está, en compañía de
Aarón, su hermano, como portavoz ante el Faraón, a veces Dios,
permitirá que los líderes tengan un soporte, pero algunas veces esto
podrá traer inconvenientes como sucedió en el episodio de la
construcción del becerro. Sin embargo, Dios también tenía planes
para la vida de Aarón, y en gran medida Moisés fue de bendición
para su hermano.
Ahora contemplamos los 40 años de Moisés en la liberación de sus
hermanos. Aquí continúa la historia de transformación de Moisés.
En este periodo seguimos evidenciando cómo Dios muda su carácter
y lo convierte del hombre que asesinó a un egipcio a “el más manso
de la tierra”. Le tomó toda la vida de Moisés, como era el plan y
como es en nosotros, pero Dios moldeó el carácter de este hombre
hasta hacerlo como él quería que fuera. Y es que un líder de verdad
nunca deja de aprender. El día que alguien cree que lo sabe todo
entonces es cuando más necesita aprender (“malditos los que se
sienten hartos”).
Aún después de ser llamado el hombre más manso sobre la tierra
(Números 12) Moisés atraviesa en su vida un episodio difícil en el
que se equivoca como líder por desobedecer a Jehová, dejándose
llevar, de nuevo, por un impulso. Cansado de las quejas de sus
hermanos hebreos, termina también quejándose. Moisés está
desanimado. Entonces habla con soberbia “miren cómo haremos
salir agua de esta peña”. No eran él ni Aarón los que provocarían
que brotara agua, ese mérito era solo de Dios. Y entonces golpeo la
roca dos veces con su vara, cuando Dios le había dicho que, con
solo hablar, haría que de la peña saliera agua. En todo caso, el agua
corrió de manera abundante para los hombres y las bestias. El error
de Moisés, no impidió que las aguas salieran, porque Dios es
misericordioso. Pero a él si le costó no entrar a la tierra prometida
con el pueblo de Israel. Un solo error de un líder puede causar una
consecuencia tremenda. Es por ello que, como representantes de
Dios, no deberían equivocarse, porque Dios sí que no se equivoca.
Sin embargo, sabemos que esto no significa que Moisés no recibirá
la promesa, solo que la recibe en otro tiempo, después de su muerte.
No podríamos, empero, condenar a Moisés por este suceso. Antes,
deberíamos ser empáticos con él, y no obstante, tomar este hecho
como ejemplo de lo algo que no debemos hacer. Pero Moisés amó
con todo su corazón a este pueblo rebelde, sobre su persona la
consecuencia de su conducta, no sobre ellos, y aunque él no
entraría, no por eso dejaría de llevar a sus amados hermanos hasta
allí, aun cuando era el que más deseaba ver y pisar la tierra de la
promesa. Es que durante todo el caminar por el desierto guiando a
los hebreos, Moisés no vivió por sus propios intereses, vivió para el
servicio a Dios. A pesar de sus grandes temores, obedeció. A pesar
de los grandes obstáculos, de la resistencia y la oposición por parte
de sus propios hermanos, siguió adelante, por amor a Dios y a su
pueblo. Ese amor le permitió liderar y llevar su misión hasta el final.
Esto es lo que debe haber en un verdadero líder: un amor genuino y
desinteresado por su pueblo, que le permita manifestar amor,
misericordia, perdón, reconciliación, deseo de restauración y
salvación. Moisés unió al pueblo, le enseñó a amar, le corrigió, les
enseñó las leyes, fue juez en sus asuntos. No anheló riquezas, ni
poder, ni linaje, les abrió el camino constantemente, intercedió por
ellos. Fue el amor lo que lo convirtió en el líder perfecto. Porque es el
amor el vínculo perfecto y el que cubre multitud de faltas.

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