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INTRODUCCIÓN
¿Hay que enseñar gramática? ¿Para qué sirve el estudio sistemático de la lengua? ¿La
escuela debe enseñar algo más que a leer y escribir en Lengua? ¿La lectura y la escritura
son patrimonio exclusivo del área de Lengua? ¿Qué tipos de textos se deben privilegiar
para la enseñanza? ¿La literatura debe tener un lugar privilegiado respecto de otros
discursos en la escuela? ¿Qué literatura enseñar? ¿Qué enseñar de la literatura?
Todas estas preguntas remiten a problemas que plantea la enseñanza de la lengua y la
literatura, problemas que recoge la didáctica del área y que los propios docentes deben
responder desde su práctica, a la hora de planificar un curso o elaborar un programa. Para
todas esas preguntas existe más de una respuesta, y muchas de ellas trascienden el
dominio de un área o asignatura en particular, ya que se trata de problemas que atraviesan
las áreas y obligan a pensar sus relaciones. Por eso, si bien en este trabajo la intención es
privilegiar los aspectos de cada problema que sean más específicos de la asignatura, será
necesario enmarcarlos en problemas más generales, que afectan a la misma aunque no
sean específicos.
La selección de los temas sobre los que se propone reflexionar a lo largo del presente texto,
por su parte, está fundamentada en la consideración de que existe un problema que está
en la base de todos los demás problemas que plantea hoy la enseñanza de la lengua y la
literatura. Esa pregunta subyacente podría formularse de diferentes maneras, pero
cualquiera sea la formulación, el sentido es el mismo: ¿para qué enseñar lengua y
literatura? El interrogante se ha vuelto particularmente acuciante en el marco de las
concepciones pragmáticas de la educación que tienden a imponerse en estos últimos años.
Así, se cuestiona el valor de la gramática y de la literatura como cuerpos de conocimientos
a ser enseñados y se propone orientar la enseñanza exclusivamente a la adquisición de
competencias comunicativas o al dominio de las prácticas con la lengua oral y escrita. Más
allá de los matices con que estos enfoques definan el objeto de enseñanza, un denominador
común es la subordinación a la práctica de los dominios, conceptuales históricos de la
asignatura (gramática y literatura). En este movimiento, la reflexión metalingüística pierde
sistematicidad y la literatura se diluye entre otros discursos, perdiendo especificidad. Frente
a estas posturas, en este trabajo se asume una posición de defensa de los contenidos
históricos de la asignatura, si bien se problematizan sus alcances y los modos de abordaje.
Por otra parte, se privilegian las prácticas de lectura y escritura por sobre las prácticas
orales, dado el carácter instrumental que ambas actividades revisten en relación con el
aprendizaje, la adquisición y la transformación de la mayoría de los conocimientos que la
escuela transmite y en razón de la dificultad que entraña su enseñanza. El énfasis en la
lectura y la escritura es coherente, asimismo, con la importancia concedida a la literatura y
a la gramática como dominios conceptuales específicos del área. Por último, en estrecha
relación con los problemas de la enseñanza de la lectura y la escritura, se plantea la
necesidad de optar por modelos textuales que aporten criterios de organización y
sistematización de los contenidos lingüísticos involucrados en esas prácticas. Se plantea,
así, el problema de la diversidad de las tipologías textuales y de su utilidad a la hora de
tomar decisiones didácticas.
Si bien el eje son los problemas de la enseñanza, el lector encontrará en cada capítulo un
desarrollo teórico e histórico del tema, necesario para contextualizar el problema y
comprender más acabadamente el alcance del mismo y sus implicancias tanto desde la
perspectiva de la disciplina como desde una perspectiva pedagógica más amplia.
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CAPÍTULO I
LA LECTURA Y LA ESCRITURA
Los objetivos de este capítulo son los siguientes:
1. Revisar las razones que han llevado a privilegiar históricamente la escritura y las
prácticas con el texto escrito en el contexto escolar.
2. Problematizar la concepción escolar de lectura y escritura.
3. Proponer modelos explicativos de los procesos de comprensión y producción de
textos escritos que orienten en la toma de decisiones didácticas.
Introducción
En el inicio de los grandes sistemas de escolarización, en el siglo XIX, el valor de la escritura
como vehículo de comunicación, reservorio de ideas y organizador de datos era
incuestionable. El acceso a la lectura y la escritura era 1 ingreso a los rudimentos y bases
del mundo moderno. El ciudadano, que emplazaba al subdito, necesitaba comprender por
sí mismo y ser capaz de articipar. En el sentido político del liberalismo, la alfabetización
actuaba mo un instrumento de conciencia personal y libertad de elección por par-del
ciudadano informado, y en el sentido de control social requerido por liberalismo económico,
era una de las formas moralizadoras que exigía la nsolidación de la nueva hegemonía.
Desde cualquier perspectiva, la escrita resultaba un elemento fundamental de control o de
cambio. Esta situación, en parte, se ha revertido actualmente. La importancia de la escritura
no ha disminuido pero las representaciones sociales en relación con ella han nibiado.
Desde el punto de vista del imaginario social —las ideas de senti-común que sustentan
buena parte de las personas—, la escritura compite desfavorablemente con otros códigos
y medios de comunicación, fundamentalmente los audiovisuales. La cultura del video y el
sonido electrónico, dinámica, veloz, fragmentaria, acerca al usuario a mundos y universos
impensables un siglo atrás, lo conecta de manera inmediata y le da la impresión de ser
miembro de una gran comunidad informada. Como contrapartida, lo vuelve un usuario cada
vez más consumidor y más aleja las posibilidades de producir en los códigos que consume
y, por lo tanto, menos dueño de lo que recibe.
Es cierto que la escritura y la lectura han gozado, históricamente, de privilegio en las
preocupaciones educativas. La mayor familiaridad o la destreza que todos hemos
desarrollado para formas de comunicación oral y no verbal contribuyó, seguramente, a la
escasa atención que la escuela les ha dedicado en comparación con los esfuerzos
destinados a propiciar la adquisición de una tecnología como la de la escritura que, por la
dificultad de su manejo, exige un entrenamiento especializado y sistemático. Este empeño
no es del todo criticable: el dominio de la escritura y la lectura sigue siendo hoy un objetivo
democrático, ya que es condición para el acceso de todos a amplias porciones de la cultura
y para el desarrollo del pensamiento lógico y crítico y de la imaginación. La escritura y la
lectura siguen siendo instrumentos insustituibles para el desarrollo de las funciones
superiores de la cultura -como producción colectiva- y de las capacidades cognitivas -como
construcción individual.
Distintas teorías en el campo de las ciencias sociales postulan que es imposible pensar los
contenidos de la cultura independientemente de sus medios de producción y comunicación.
Desde este punto de vista, la escritura -y las prácticas asociadas con ella- no es sólo una
herramienta de comunicación y transmisión de las ideas o el conocimiento sino que
contribuye a configurarlo; razón por la cual psicólogos, lingüistas y pedagogos se han
interesado por las vinculaciones entre los procesos de escritura y lectura y los procesos de
construcción, transformación y transmisión de conocimientos. Estos estudios han
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Lévi-Strauss, Claude, Tristes Tópicos. Buenos Aires, Eudeba, 1973, “Lección de escritura”.
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novedoso dio como resultado cosechas muy abundantes e hizo necesario almacenar el
sobrante en depósitos. Surgió así la necesidad de contabilizar entradas y salidas de la
mercadería almacenada en esos silos. Este hecho habría motivado la invención de la
escritura, que durante siglos estuvo asociada fundamentalmente al comercio y la
administración de las ciudades.
Para que la escritura amplíe sus funciones más allá de las administrativas y contables,
habrá que esperar varios siglos. En el Fedro (siglo V antes de Cristo), Platón expresa sus
recelos frente a la escritura:
Sócrates: -Me contaron que cerca de Naucratis, en Egipto, hubo un dios, uno de los
más antiguos del país, el mismo a que está consagrado el pájaro que los egipcios
llaman Ibis. Este dios se llamaba Teut. Se dice que inventó los números, el cálculo,
la geometría, la astronomía, así como los juegos del ajedrez y de los dados, y, en
fin, la escritura.
El rey Tamus reinaba entonces en todo aquel país, y habitaba la gran ciudad del alto
Egipto, que los helenos llaman Tebas egipcia, y que está bajo la protección del dios
que ellos llaman Ammon. Teut se presentó al rey y le manifestó las artes que había
inventado, y le dijo lo conveniente que era extenderlas entre los egipcios. El rey le
preguntó de qué utilidad sería cada una de ellas, y Teut le fue explicando en detalle
los usos de cada una; y según que las explicaciones le parecían más o menos
satisfactorias, Tamus aprobaba o desaprobaba. Dícese que el rey alegó al inventor,
en cada uno de los inventos, muchas razones en pro y en contra, que sería largo
enumerar. Cuando llegaron a la escritura:
"¡Oh, rey!, le dijo Teut, esta invención hará a los egipcios más sabios y servirá a su
memoria; he descubierto un remedio contra la dificultad de aprender y retener.
Ingenioso Teut, respondió el rey, el genio que inventa las artes no está en el caso de
la sabiduría que aprecia las ventajas y las desventajas que deben resultar de su
aplicación. Padre de la escritura y entusiasmado con tu invención, le atribuyes todo
lo contrario de sus efectos verdaderos. Ella no producirá sino el olvido en las almas
de los que la conozcan, haciéndoles despreciar la memoria; fiados en este auxilio
extraño abandonarán a caracteres materiales el cuidado de conservar los recuerdos,
cuyo rastro habrá perdido su espíritu. Tú no has encontrado un medio de cultivar la
memoria, sino de despertar reminiscencias, y das a tus discípulos la sombra de la
ciencia y no la ciencia misma. Porque cuando vean que pueden aprender muchas
cosas sin maestros, se tendrán ya por sabios, y no serán más que ignorantes, en su
mayor parte, y falsos sabios, insoportables en el comercio de la vida."
[...] Este es, mi querido Fedro, el inconveniente así de la escritura como de la pintura;
las producciones de este último arte parecen vivas, pero interrogadlas y veréis que
guardan un grave silencio. Lo mismo sucede con los discursos escritos; al oírlos o
leerlos creéis que piensan; pero pedidles alguna explicación sobre el objeto que
contienen y os responden siempre la misma cosa. Lo que una vez está escrito, rueda
de mano en mano, pasando de los que entienden la materia a aquellos para quienes
no ha sido escrita la obra, y no sabiendo, por consiguiente, ni con quién debe hablar
ni con quién debe callarse. Si un escrito se ve insultado o despreciado injustamente,
tiene siempre necesidad del socorro de su padre; porque por sí mismo es incapaz
de rechazar los ataques y de defenderse (Platón, 2001: 294-295 y 296, itálicas
nuestras).
Si bien los griegos habían adoptado la escritura hacía ya varios siglos, todavía no la habían
desarrollado como herramienta intelectual; en este sentido, la cultura griega seguía siendo
dominantemente oral. Para las culturas orales, la conservación de las tradiciones, los
conocimientos, la historia, descansa en la capacidad biológica de memorizar, lo que
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explicaría, por lo menos en parte, la desconfianza de Platón frente a este invento, que
reemplaza, en gran medida, a la memoria. En Oralidad y escritura, Walter Ong compara
los reparos de Platón con los que se hacían años atrás a la calculadora de bolsillo o a la
computadora.
su identidad o las relaciones entre ellos. Cuando se aplica a los relatos del pasado,
este recurso permitiría la diferenciación entre mito e historia; cuando se aplica a
argumentos permitiría la diferenciación entre la retórica y la lógica; cuando se aplica
a la naturaleza permitiría la diferenciación entre ciencia y magia. La escritura, según
estos autores, conserva los enunciados y, por tanto, los abre a la indagación crítica.
De este modo, pueden explicarse los espectaculares cambios que ocurrieron en la
Grecia clásica después de la invención de la escritura alfabética alrededor del 750
a.C. (Olson, 1998).
hacer añadidos. Al desaparecer la mediación de la voz, el autor entabla una relación más
íntima con el texto, lo que favorece el proceso de composición. De esta manera, escribir
pierde su significado de copiar para asimilarse a componer.
Escribir en gótica cursiva informal sobre folios y cuadernillos reunidos sin normas
rígidas hacía el acto físico de escribir menos laborioso y más compatible con la
actividad intelectual. En las miniaturas del siglo XIV, los autores que escribían textos
adoptando la nueva cursiva eran representados en posiciones más relajadas. El
soporte, ya fuese pergamino o papel (que se adaptaba mejor a la escritura), se
sujetaba habitualmente con la mano, a la manera moderna. El autor representado
en las miniaturas, solo en su estudio o a veces en un escenario pastoral idílico,
empleando la gótica cursiva, se libraba al mismo tiempo de la fatiga de escribir y de
la dependencia de los copistas. La nueva simplicidad de la escritura dio al autor una
mayor sensación de intimidad y privacidad. En soledad, el escritor podía manipular
sus apuntes en folios y cuadernillos separados. Podía ver su manuscrito como un
todo y, por medio de referencias cruzadas, establecer relaciones internas y eliminar
las redundancias típicas de la literatura dictada del siglo XII. También podía añadir a
discreción suplementos y revisiones a su texto, en cualquier momento antes de
enviarlo a un scriptorium para su publicación. (Paul Saenger, "La lectura en los
últimos siglos de la Edad Media", en Cavallo-Chartier, 1998: 203-204).
Podríamos decir, entonces, que es a lo largo de la Edad Media y en los monasterios que,
acompañada por una serie de transformaciones en las características de los textos y de los
soportes materiales de los textos, se genera una nueva concepción de la escritura y de la
lectura, una nueva manera de concebir la relación con los textos escritos. Esta
transformación se da en un marco caracterizado por nuevas prácticas de lectura y escritura,
ligadas al estudio y la meditación, que privilegian el acceso privado al sentido del texto por
sobre la socialización. También está relacionada con un cambio en el estatuto de la palabra
escrita, que comienza a ser considerada una manifestación autónoma del lenguaje y no un
mero registro de la oralidad.
La palabra escrita había desempeñado un papel crucial en la conservación de las
tradiciones de la Iglesia, en la transmisión de esa herencia y en el fomento de tales
tradiciones entre las nuevas generaciones. Cuanto más se percibía como el medio
de transmisión de las autoridades antiguas (y en la Edad Media estos textos, para
mucha gente, tenían más autoridad que antes), menos se veía como un simple
registro de la palabra hablada. Si en el siglo IV San Agustín consideraba las letras
como símbolos de los sonidos, y los sonidos como símbolos de las cosas que
pensamos, en el siglo VII San Isidoro consideraba a las letras como símbolos sin
sonidos que tienen la capacidad de transmitirnos en silencio (sine voce) los
pensamientos de quienes están ausentes. Las propias letras son símbolos de cosas.
La escritura es un lenguaje visible que puede enviar señales directamente al cerebro
por medio de la vista. (Malcolm Parkes, "La Alta Edad Media", en Cavallo-Chartier,
1988: 142-143).
Esta valoración distinta de la escritura implica a su vez un nuevo modo de relacionarse con
los textos escritos. La lectura escolástica del medioevo -una lectura solitaria y reflexiva, que
explora el texto con la vista, coteja textos entre sí y deja anotaciones en los márgenes- está
en la base de nuestra concepción actual de la lectura y la escritura, fundamentalmente de
la representación dominante en el ámbito escolar.
La explosión tecnológica de las últimas décadas del siglo XX trajo algunos cambios que
repercutieron en la escuela. Por una parte, una revalorización de la oralidad. Walter Ong
define la oralidad de las sociedades con escritura como "secundaria", es decir, se trata de
una oralidad modelada, de algún modo por la escritura y por los medios audiovisuales de
comunicación. En los últimos años, la escuela ha vuelto la atención hacia los géneros
orales, no sólo los mediáticos o los más formales, como la conferencia, el debate o la
exposición oral, sino también hacia los géneros de la comunicación cotidiana, como la
conversación. El interés por la oralidad, así como por introducir el análisis de los medios
masivos en la escuela, es parte de un proceso de revisión del lugar hegemónico que la
escritura y los discursos escritos han tenido desde los inicios del sistema escolar.
Por otra parte, la extensión de la computadora ha llevado a replantear las concepciones de
la lectura y la escritura vigentes hasta ahora, a la vez que a revalorizar ambas prácticas y
su importancia en el curriculum escolar. Estos reacomodamientos abren nuevos problemas
para la enseñanza de la lengua.
monografía o la tesis, que requieren la formulación de un plan previo, con la poesía, que,
con raras excepciones, sacrifica la planificación a favor del devenir sonoro y de las
asociaciones que el propio lenguaje va sugiriendo.
La experiencia indica, a su vez, que de los tres procesos que interactúan en la composición
del texto escrito según los modelos cognitivos -planificación, redacción y revisión-, es la
revisión el que cobra más importancia en la era de la computadora; esto se debe a que los
procesadores de texto incluyen funciones destinadas a facilitar operaciones de edición,
como la función de borrado o supresión, la de inserción y la combinación de cortar y pegar,
que permite mover o desplazar unidades a lo largo del texto. Dado el carácter abierto o
disponible que tiene el texto electrónico, al que siempre es posible acceder para introducir
modificaciones, y el modo en el que las nuevas tecnologías facilitan la corrección, no es
extraño que pocos escritores dediquen tiempo a planificar por anticipado el texto que van a
producir; lo más frecuente es que la planificación se vaya haciendo sobre la marcha, a
medida que se escribe, y en estrecha relación con la revisión.
para contrarrestar la inercia y el desaliento que suelen pesar sobre el trabajo escolar de
composición.
Creatividad y conocimiento
Las investigaciones psicológicas referidas al pensamiento creativo y las habilidades que lo
caracterizan aportan también algunos datos iluminadores para una didáctica de la escritura.
Al parecer la flexibilidad que es propia del pensamiento creativo (para evaluar los problemas
desde distintas perspectivas, para pensar estrategias alternativas de resolución y cambiar
de estrategia sobre la matcha si se lo considera conveniente) es un componente importante
de la competencia de un escritor. Por eso, se considera que algunas estrategias didácticas,
como las consignas de escritura de invención (a la manera de Gianni Rodari), favorecen el
desarrollo de habilidades que exceden la producción de textos de ficción. Específicamente
en relación con el proceso de generar ideas, la práctica de la escritura creativa o de
invención favorece el desarrollo de habilidades útiles para la producción de cualquier tipo
de texto. No olvidemos que uno de los rasgos que definen el texto es su informatividad:
todo texto, se supone, viene a decir algo que no estaba dicho, o no de esa manera. Es esa
"novedad" lo que hace que valga la pena emprender el trabajo de lectura, con el alto costo
que implica. Leer es un trabajo arduo, y sólo nos mueve a realizarlo la expectativa de
obtener algo a cambio, algo que no teníamos antes de emprederlo. Por eso, presentar ideas
nuevas sobre un tema conocido o decir de una manera diferente lo que ya ha sido dicho es
una exigencia que pesa sobte cualquier texto. Lograrlo no es tarea fácil. Entre otras cosas,
porque es necesario conocer el tema para proponer nuevas relaciones o perspectivas para
abordarlo. Al respecto, uno de los desafíos que se plantean a la escuela es el de nutrir la
enciclopedia de los alumnos, los conocimientos, que constituyen la materia prima de la que
se abastecen todos los textos y sin la cual cualquier proyecto de trabajo con la escritura
tiene pocas chances de resultar satisfactorio.
Por supuesto que la escuela, fundamentalmente en los años superiores, debería promover
actividades de escritura que permitan a los alumnos no sólo apropiarse del conocimiento
sino transformarlo. Los psicólogos Marlene Scardamalia y Cari Bereiter (1992) sostienen
que la conciencia de las restricciones situacionales y discursivas a las que se enfrenta
mueve al escritor maduro a volver una y otra vez sobre el conocimiento almacenado en su
memoria en relación con el tema del texto, en busca de nuevas informa-ciones que amplíen
o especifiquen su enunciado, en busca de ejemplos, definiciones, etc. A veces, las
objeciones que el escritor se plantea a partir del estado del conocimiento en su campo
específico lo llevan a expandir lo escrito con notas y citas, a través de las cuales da ingreso
a otras voces en su texto. En este proceso de reformulación, el escritor aprende o descubre
nuevas asociaciones entre conocimientos que estaban archivados en su memoria, genera
ideas nuevas. Se trata de un proceso de descubrimiento desencadenado por la
representación retótica de la tarea de escritura y por la misma actividad de escribir. Por eso,
cuando el texto está terminado, el escritor siente que sabe más que antes de empezarlo.
La reformulación del propio texto para ajustado al género y a la situación repercute, así,
sobre el menido, cuyo conocimiento se transforma. No ocurre lo mismo con los escritores
inmaduros. Según Scardamalia y Bereiter, los escritores inmaduros tienen una
representación retórica de la tarea de escritura, es decir, 'ecuación al género y al
destinatario no está entre sus preocupaciones. Por esa razón, se limitan a decir lo que
saben por escrito, y lo hacen en las formas conocidas o familiares. Para estos escritores,
entonces, escribir es "decir el conocimiento", decir lo que ya se sabe.
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La comprensión lectora
Se llama pensamiento o tratamiento comprensivo a la actividad mental que se realiza con
la información que un texto proporciona con el objeto de asignarle un significado integral y
coherente. En este procesamiento intervienen operaciones generales de la cognición: se
utilizan recursos de percepción, atención, memoria y pensamiento para lograr una
comprensión adecuada.
En el lenguaje en general –no sólo el escrito- pueden distinguirse varios niveles que deben
ser objeto de procesamiento: el nivel subléxico (fonemas y letras), el léxico, el oracional y
el textual. Aunque estos niveles interactúan, la investigación en comprensión ha
demostrado que existen procesos específicos para cada nivel.
Cuando se realiza una actividad mental, los recursos de los que disponemos son limitados.
Esto significa que hay muchas tareas que no podemos llevar a cabo simultáneamente, por
ejemplo, realizar un cálculo mental de varios dígitos mientras leemos, sino que debemos
suspender una de las dos actividades para concentrarnos en la otra.
Un lector experimentado, con habilidades de lectura afianzadas, distribuye sus recursos de
manera que el proceso de comprensión no sea obstaculizado. Cuando los recursos
mentales no se utilizan equilibradamente, se produce sobrecarga cognitiva, situación que
incide negativamente en la comprensión.
Por ejemplo, un lector hábil, que domina el nivel subléxico de identificación de letras, no
necesita dedicar recursos a este proceso, que realiza de manera automática, sin
consagrarle atención. Sin embargo, si el material que debe leer es una fotocopia borrosa o
un manuscrito de letra indescifrable, será necesario que asigne recursos de percepción y
atención a la tarea de identificar letras. Como consecuencia, la comprensión del significado
se verá afectada y deberá proceder a una segunda lectura para alcanzarla. Podemos
representar el proceso de la siguiente manera:
Recursos mentales:
Esta situación es característica y normal en los niños que se encuentran en las etapas
iniciales del aprendizaje de la lectoescritura: aún sus conocimientos en el nivel subléxico
son escasos, y deben consagrarles abundantes recursos mentales. Así, después de "leer"
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El proceso de comprensión
Durante la lectura de un texto, el lector va construyendo representaciones mentales
parciales del significado. Si el proceso se realiza de manera adecuada, al concluir la lectura
se elaborará una representación final que integra las anteriores en un todo coherente. Esta
operación de integración no implica sólo "sumar" representaciones parciales, sino que con
frecuencia es no reorganizarlas e incluso revertirlas. Un ejemplo clásico es el de la narrativa
policial, cuyo recurso fundamental es conducir al lector a que elabore representaciones
erróneas acerca de los sospechosos, las circunstancias o motivaciones del delito, que
deberá reconstruir cuando concluya la lectura.
En sentido estricto, se considera que el lector alcanzó una comprensión adecuada si
construyó una representación final integrada y coherente del texto. Para elaborarla, no es
suficiente que comprenda estrictamente sólo lo que el texto "dice", es decir, el significado
de cada una de las palabras y oraciones que lo integran, sino que resulta necesario llevar
a cabo operaciones más complejas.
En efecto, todo texto proporciona dos tipos de información: explícita e implícita. Ningún
texto es totalmente explícito y siempre existen lagunas informativas que el lector debe
completar. Obsérvese el siguiente ejemplo:
Ana tenía sed. Abrió la heladera.
Este breve ejemplo sería incoherente si el lector no pudiera establecer un nexo de
significado entre la primera y la segunda oración, es decir, si no conociera la relación entre
la sed, las bebidas y la heladera. Esta información implícita –Ana buscaba en la heladera
una bebida para satisfacer su sed- se extrae del conocimiento general del lector. Un
miembro de otra cultura, en donde no existiesen la electricidad ni las heladeras, sería
incapaz de reponer esta clase de información y no podría, por lo tanto, alcanzar una
comprensión adecuada del texto.
La operación por la cual el lector extrae información de su conocimiento previo pata
integrarla al texto se denomina inferencia. Los procesos inferenciales resultan decisivos
para alcanzar una representación final coherente.
Cuanto más explícito es un texto, menor cantidad de inferencias requiere por parte del lector
y, por lo tanto, el proceso de comprensión resulta más sencillo. La situación inversa, en
cambio, constituye un factor de dificultad, lo que puede generar problemas de comprensión.
Cuanta mayor actividad inferencial requiere un texto, resulta más difícil de comprender.
Los vínculos de significado entre las distintas partes del texto se realizan, además, por
medio de otros procesos que tienen por objeto establecer su cohesión. En un texto, en
17
lector
situación texto
El conocimiento previo
Existe coincidencia entre distintos modelos y enfoques psicolingüísticos en asignar al
conocimiento previo una importancia crucial en el proceso de comprensión. Este
conocimiento se encuentra almacenado en la memoria y se activa durante el proceso de
lectura. Obsérvese el siguiente ejemplo:
Pedro leyó atentamente el menú y eligió un plato de pescado. Pronto tuvo frente a él
una abundante porción de atún. La probó y llamó nuevamente al mozo para que le
alcanzara la sal.
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Niveles de comprensión
Entre la comprensión nula y la óptima existen numerosas posibilidades intermedias, ya que
se trata de un proceso gradual. Pueden determinarse, entonces, distintos niveles de
comprensión que dependen de la cantidad de conocimiento previo que el lector posee, de
sus habilidades lectoras, de la
Complejidad del texto y de otros factores que hemos enumerado. El modelo de niveles más
aceptado en la actualidad es el propuesto por el psicólogo cognitivo Walter Kintsch.
Según este modelo, el lector debe enfrentar en primer lugar la comprensión de la superficie
o estructura superficial del texto, es decir, las palabras y oraciones exactas que lo
constituyen.
Por medio de la información que le proporciona la superficie, el lector elabora la base del
texto, que consiste en la representación del significado explícito del texto, más las
inferencias necesarias para construir una totalidad coherente.
En la base del texto, a su vez, pueden distinguirse dos aspectos. La mi-croestructura
corresponde a la comprensión de todos y cada uno de los segmentos del texto,
estableciendo vínculos entre ellos por medio de relaciones de cohesión y coherencia. La
macroestructura consiste en la representación global del texto, es decir, selecciona los
elementos de mayor importancia conceptual de la microestructura.
El lector que logra construir la macroestructura está en condiciones de resumir el texto e
indicar cuáles son las ideas principales. Se trata de una operación más compleja que la
comprensión microestructural, ya que demanda mayor capacidad de abstracción y
generalización. En el desarrollo, la construcción de la macroestructura es tardía: algunas
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operaciones pueden comenzar a realizarse sólo a partir de los 9-10 años. La dificultad en
la comprensión macroestructural puede observarse incluso en sujetos mucho mayores, en
el caso en que no sean lectores asiduos o no hayan tenido una enseñanza adecuada.
Los problemas que enfrentan los lectores inexpertos, entonces, pueden encuadrarse en
distintos niveles. Si el sujeto no logra comprender las palabras exactas u oraciones del
texto, sus dificultades corresponden al nivel más básico, el de superficie. Obviamente, la
resolución de este nivel es imprescindible para elaborar los posteriores.
Si el lector no logra vincular e integrar cada segmento del texto con lo anteriores y los
posteriores por medio de relaciones de cohesión y coheren cia, la microestructura no ha
sido construida de manera adecuada. Final mente, es posible que haya alcanzado una
comprensión microestructur satisfactoria, pero no sea capaz de jerarquizar la información
determinando cuáles son los conceptos más importantes. En este caso, es el nivel
macroestructural el que no pudo resolverse.
La elaboración de estos niveles no es necesariamente consecutiva, es decir, no siempre
sigue una secuencia estricta. Un lector experto, con buenas habilidades de comprensión,
puede comenzar a construir la macroestructura desde el comienzo de la lectura, aunque se
trate de una macroestructura provisoria que, una vez finalizado el proceso, deba reajustar
o modificar.
Además del nivel de superficie y el de la base del texto, existe otro nivel que implica mayor
profundidad en la comprensión: el modelo de situación. Este modelo incluye la
información proporcionada por la base del texto y la integra con conocimiento previo que
el lector posee sobre el texto u otros relacionados con él. A diferencia de los niveles
anteriores, sólo puede construirse con un conocimiento previo muy abundante, que excede
las necesidades de la base.
Como resultado de esta operación, tanto la información del texto como el conocimiento
previo se ven modificados: el texto se enriquece con el aporte de nueva información y
también el conocimiento previo se reestructura al incorporar la información del texto.
Obsérvese el siguiente ejemplo, extraído de un texto de divulgación científica.
En 1909 el químico americano Leo Baekeland descubrió que el fenol y el
formaldehido, combinados bajo presión y temperatura, producían un material versátil que
fue denominado bakelita en honor a su inventor.
Un lector que tenga sólo conocimientos superficiales de química puede comprender este
fragmento en su nivel de base del texto. Es decir, obtendrá una representación coherente
del mismo: un científico descubrió que una sustancia x combinada con una sustancia y
(cuyo aspecto y propiedades desconoce) producen bakelita, material del que sólo sabe lo
que el texto dice, que es "versátil".
En cambio cuando el conocimiento químico del lector es más completo, puede aportar al
texto mayor cantidad de información que genera una representación más rica. Por ejemplo,
esta representación incluirá características de las sustancias combinadas y de la operación
de combinación en sí, ya que –para la química- "combinar" es un término científico de
significado más restringido que en el vocabulario cotidiano. Al mismo tiempo, su
conocimiento sobre el tema se incrementará con nueva información proveniente del texto,
tal como quién fue el inventor de la bakelita y cuáles son las sustancias que intervienen en
su fabricación.
Cuanto mayor es la cantidad de conocimiento previo, mayor es la profundidad que alcanza
el modelo de situación. En este mismo ejemplo, un lector muy especializado podría
encuadrar el episodio de la invención de la bakelita como un momento crucial en el
desarrollo de los materiales plásticos.
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Si esta situación tiene lugar, entonces el lector está capacitado para utilizar la información
del texto con el objeto de aplicarla en nuevas situaciones o de resolver problemas. Podría,
por ejemplo, deducir qué implicaciones industriales tiene el hecho referido por el texto. Esta
operación no puede llevarse a cabo si la comprensión del lector corresponde sólo a la base
del texto.
La información que el texto proporciona puede utilizarse para resolver situaciones nuevas
sólo si el lector construyó el modelo de situación, lo que demanda gran cantidad de
conocimiento previo.
Además de sólido conocimiento previo, el lector debe tener habilidad para relacionar e
integrar información. Esta operación resulta dificultosa para los lectores inexpertos: incluso
cuando disponen de información afín al tema del texto, no "se les ocurre" vincularla o no
saben cómo hacerlo.
Aunque el modelo de situación es el nivel de comprensión más complejo, existen
condiciones que facilitan su construcción. En este sentido, uno de los factores decisivos es
el tipo de texto.
En efecto, los textos narrativos, cuando su acción se desenvuelve en contextos habituales
para el lector, sólo requieren conocimiento previo que corresponde a esquemas
situacionales. Este tipo de conocimiento, que se adquiere generalmente de manera informal
y en una alta proporción por experiencia cotidiana, suele ser muy abundante en la mayor
parte de las personas. Por lo tanto, la construcción del modelo de situación se ve facilitada
y puede realizarse más tempranamente en la secuencia de aprendizaje.
En cambio, los textos explicativos o argumentativos que corresponden a géneros científicos
o educativos requieren conocimiento especializado, específico de un dominio del
conocimiento. Como se observó en el ejemplo sobre la invención de la bakelita, para
construir el modelo de situación no basta con poseer conocimiento de carácter general
sobre el mundo y las situaciones típicas de la vida cotidiana, sino que es necesario disponer
de información propia de una ciencia, la química.
Así, cuando un sujeto está ingresando a una nueva área de conocimiento, es esperable
que su nivel de comprensión se apegue todavía a la base del texto y no logre construir el
modelo de situación ni, por lo tanto, utilizar la información del texto para resolver problemas
que se le planteen.
A su vez, cuando el concepto principal está explícito, se ha demostrado que tiene distintos
efectos según su posición en el texto. La ubicación más favorecedora es la inicial, ya que
permite al lector activar tempranamente el conocimiento previo y utilizar la idea principal
como guía para comprender la información subsiguiente. La ubicación final, como
conclusión del texto, también ayuda al proceso, pero en menor medida que la posición
inicial. Finalmente, una ubicación intermedia obstaculiza la comprensión y es muy difícil de
detectar para un lector inexperto.
Otra característica crucial es el grado de concreción del texto. Se considera concreto al
texto que se refiere a objetos, hechos o personajes que permiten formar una
representación visual, lo que facilita la comprensión. En este sentido, si el texto incluye
ilustraciones, el proceso se verá aún más favorecido, ya que el lector no debe elaborar la
imagen por sí mismo. Cuando la representación visual no es posible, se trata de un texto
abstracto, difícil de comprender para lectores inexpertos. Por ejemplo, si un texto de historia
se refiere a “las joyas de la reina Isabel", el lector puede construir una imagen concreta. En
cambio si alude a "los intereses económicos de la Corona", nos encontramos frente a una
formulación abstracta. Por supuesto, en un mismo texto pueden presentarse combinados
elementos concretos y abstractos, y el predominio de unos y otros incidirá sobre el nivel de
dificultad del texto.
lector no sabe que la comprensión lectora puede controlarse voluntariamente y, por lo tanto,
suele encarar al texto escrito de la misma manera que el oral, en forma pasiva.
Uno de los aspectos más importantes que pueden ser regulados es la atención, ya que su
participación en el proceso comprensivo es crucial. El lector experto dedica mayor cantidad
de atención a los conceptos principales del texto, de modo que garantiza su comprensión
adecuada y su fijación en la memoria. Puede, incluso, utilizar recursos auxiliares
focalizadores de la atención, tales como el subrayado o el uso de resaltadores.
También el retroceso visual es voluntariamente controlable. El lector hábil, hace uso
frecuente de esta estrategia: retrocede hasta el segmento ya le do del texto que resulta
pertinente para profundizar la comprensión o para resolver una ambigüedad de sentido. En
cambio, se ha observado experimentalmente que los lectores inexpertos no utilizan este
recurso ante un problema de comprensión, sino que retroceden al azar o paralizan la
lectura.
Otra actividad que favorece decisivamente la comprensión es la relectura. Cuando el texto
es complejo para el sujeto, es probable que con una sola lectura no pueda alcanzarse un
nivel de comprensión adecuado. El lector hábil, por lo tanto, maneja habitualmente
estrategias de relectura parcial o total con este objetivo.
La investigación psicolingüística demostró que la relectura no es una mera reiteración de
los mismos procesos, sino que cada nueva lectura asume una función diferente. Por
ejemplo, cuando el texto aporta mucha información novedosa para el lector, en la primera
lectura tienden a resolverse sobre todo los aspectos microestructurales, mientras que en la
segunda tienen lugar los procesos de integración de información más complejos. La
relectura, asimismo, está relacionada de manera central con la fijación de la información la
memoria: a mayor cantidad de relecturas, mayor es la probabilidad de que esta información
se consolide de manera estable.
Es obvio que no todas las situaciones de lectura exigen que se haga uso de estas
estrategias. El lector experto, precisamente, puede discriminar cuándo son necesarias. Por
ejemplo, no son requeridas en una situación informal de lectura de un texto de baja
complejidad, sólo con fines de entretenimiento, que puede resolverse en gran medida
descansando en procesos automáticos. En el extremo opuesto se ubican tareas como el
estudio de textos, que resulta altamente exigente en materia de implementación de
estrategias deliberadas.
¿Cómo se determina esta exigencia? Para ello, es necesario que el lector disponga de
buenas habilidades de evaluación, tanto del texto como de sus propios procesos
comprensivos. Es la evaluación la que desencadena la puesta en juego de estrategias de
regulación y control.
Durante la lectura, el lector monitorea sus propios procesos de comprensión y evalúa si se
están llevando a cabo adecuadamente. En el caso en que advierta algún fallo comprensivo,
puede poner en marcha una actividad tendiente a subsanarlo. Para esto, es necesario que
evalúe correctamente cuál fue el problema que generó el fallo. Por ejemplo, si se trata de
un texto científico con abundante terminología específica que el lector desconoce, podrá
reanudar la lectura con un diccionario a su lado para consultarlo con frecuencia, e incluso
confeccionará un glosario con las palabras nuevas para favorecer la memorización. O en el
caso de un texto de ciencias sociales que hace referencia a un episodio histórico
desconocido por el lector, éste suspenderá la lectura hasta averiguar en otra fuente de qué
se trata. Por supuesto, la posibilidad de llevar a cabo actividades como las ejemplificadas
supone que el lector conoce bien los procesos de comprensión y sabe qué factores los
afectan: el desconocimiento léxico y la falta de suficiente conocimiento previo,
respectivamente.
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En los lectores inexpertos pueden advertirse dos niveles de inhabilidad estratégica. El nivel
más bajo es el del lector que no logra siquiera evaluar correctamente si ha comprendido el
texto. En este caso, se produce un fenómeno denominado "ilusión de conocimiento": el
lector cree haber comprendido, pero -si se aplica alguna prueba para evaluar su
comprensión- se pone en evidencia que no alcanzó un nivel adecuado.
Un segundo nivel se observa en los lectores que sí advierten que no han comprendido, pero
no saben por qué se produjo el problema de comprensión ni disponen de estrategias para
solucionarlo.