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CRIOLLOS Y GRINGOS: UNA HISTORIA DE PALABRAS

Si el surgimiento de la reacción nacionalista remite para su explicación a las circunstancias


sociopolíticas que se apuntaron más arriba, algunos de sus rasgos tienen como premisa el
campo intelectual cuya laboriosa emergencia acabamos de describir. En efecto, así lo
testimonian el papel que se atribuyó a la literatura y a los escritores en la afirmación de la
identidad nacional, el carácter de discusión literaria que asumió uno de sus episodios
característicos —la cuestión del Martín Fierro—, la búsqueda de una tradición nacional
propiamente literaria (es decir no sólo político-institucional), y la creación misma de una
cátedra de literatura argentina, dictada por quien ostentaba los títulos de idoneidad intelectual
para ejercerla.

Todo ello fue decisivo en las variantes introducidas en el tema de la nacionalidad que, como
ya señalamos, no era nuevo. Las últimas dos décadas habían puesto en circulación un
conjunto de significaciones ideológicas, una suerte de legado intelectual y literario, con las
que se identificaría un segmento del campo intelectual en formación. Es decir que las
novedades de la reacción nacionalista del Centenario y los mitos culturales y literarios que
generaría, se insertan en una secuencia donde las imágenes y valores depositados implicaban,
en muchos casos, un viraje respecto de los que presidieron la construcción de la Argentina
moderna. Así sucedería, por ejemplo, con la imagen de la inmigración que, de agente del
progreso, se transformaría en la portadora de una nueva barbarie.1

Estos desplazamientos se pueden verificar también en los sentidos, a veces conflictivos, que
fueron sedimentando estratos de significación en algunas palabras claves. Como sucede con
el término "criollo", que en el uso de las élites intelectuales de la segunda mitad del siglo XIX
se había cargado de connotaciones negativas condensadas en torno a dos ejes: el del trabajo y
el del progreso.2 La generación del ochenta heredó de la organización nacional la connotación
despectiva de la palabra "criollo": "Lo criollo era lo primitivo, lo elemental, y a poco,
comenzó a ser lo pintoresco para estos hombres que empezaron a tratar de hacer de las

1
En un excelente estudio sobre el impacto de la inmigración en la literatura argentina, Gladys Onega siguió los
pasos de esta transformación, cuyo significado heredarían Gálvez, Rojas y, también, Lugones cuando se aplique
a la elaboración del mito gaucho. Véase: La inmigración en la literatura argentina (1880-1910), Rosario,
Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional del Litoral, Cuadernos del Instituto de Letras, 1965.
2
"Durante el siglo XIX en los textos tanto de viajeros extranjeros como de ensayistas argentinos, la palabra
criollo se convirtió en sinónimo de incapacidad y haraganería", James R. Scobie, Buenos Aires. Del centro a los
barrios: 1870-1910, Buenos Aires, Solar/Hachette, 1977, p. 281.
ciudades activos centros de europeización del país".3 Y aunque se pueden hallar casos como
el de José Hernández, quien hace una defensa de los hábitos, incluso de trabajo, del criollo
frente al trabajador extranjero,4 la connotación negativa es la predominante. Ya entrados en el
siglo XX, en determinados círculos ilustrados la expresión "política criolla" sigue siendo
moneda corriente para designar los vicios de la vida política argentina.

Un nuevo sentido, sin embargo, irá cristalizando poco a poco en torno a esta palabra, un
sentido que evocará valores y virtudes positivas y cuyo término contrapuesto será el de
'gringo' o 'inmigrante'. En el espacio de significación que circunscribían estas palabras,
generosidad, desinterés e, incluso, cierta disposición para la vida heroica, se contraponían a la
imagen de una laboriosidad sin elevación de miras, afán de lucro y mezquindad. La literatura
y el teatro dramatizaron esta oposición semántica e ideológica.

También la palabra 'tradición' se había cargado de nuevos registros. "Tengo también una
pretensión, modesta pretensión —escribe Mansilla en 1904, en las primeras páginas de sus
Memorias5— que confío será coronada con algún éxito. Consiste en ayudar a que no perezca
del todo la tradición nacional. Se transforma tanto nuestra tierra Argentina, que tanto cambia
su fisonomía moral y su figura física, como el aspecto de sus vastas comarcas en todas
direcciones. El gaucho simbólico se va, el desierto se va, la aldea desaparece, la locomotora
silba en vez de la carreta, en una palabra nos cambian la lengua, qué se pudre, como diría
Bermúdez de Castro, el país". El gaucho, el desierto, la carreta ya no son los representantes de
una realidad "bárbara" que hay que dejar atrás en la marcha hacia la "civilización", sino los
símbolos con los que se trama una tradición nacional que el 'progreso' amenaza disolver.

La noción misma de 'progreso', que asociada a la de 'orden' había sido el lema de la


generación del ochenta, deja poco a poco de designar un valor unívoco y autosuficiente. Una
constelación semántica de reticencias y perplejidades comienzan a rodear esta palabra. En la
Carta-prólogo a Mis montañas de Joaquín V. González, Rafael Obligado escribía: "He
ensalzado alguna vez el progreso, a esa evolución más o menos rápida que va concluyendo
con el pasado y arrastrándonos a un porvenir que será grande y próspero, así lo deseo, pero
nunca tan interesante como aquél, ni tan rico para el arte, ni tan característico y genuino para
la personalidad nacional. Desgraciadamente la electricidad y el vapor, aunque cómodos y

3
José Luis Romero, El desarrollo de las ideas..., op. cit., p. 16.
4
Véase la Instrucción del Estanciero, publicada en 1881
5
Lucio V. Mansilla, Mis memorias (Infancia-Adolescencia), Buenos Aires, Hachette, 1955, p. 65
útiles, llevan en sí un cosmopolitismo irresistible, una potencia igualatoria de pueblos, razas y
costumbres, que después de cerrar toda fuente de belleza, concluirá por abrir cauce a lo
monótono y vulgar".6

Ahora bien, ¿quiénes, dentro del campo intelectual, podían ser más sensibles a este legado de
significaciones? Aquellos cuyo origen social y familiar predisponía a vivir del modo más
espontáneo y "natural" el conjunto de valores depositados en la herencia.7 Típica en este
sentido es la situación de dos representantes conspicuos de la "reacción nacionalista": Ricardo
Rojas y Manuel Gálvez.8 Hijos de familias "decentes" del interior —dos "hidalgos de
provincia", como los denomina David Viñas—, el apogeo del respectivo linaje pertenecía al
pasado más o menos inmediato y el presente ocaso obedecía a la lógica de las coaliciones
políticas controladas desde el poder central, residente en la capital cosmopolita. También
Lugones9 era un "criollo viejo" y "decente" que, abandonado definitivamente el socialismo
romántico de juventud, se aplica a la reivindicación de la nacionalidad. Los tres podían repetir
los versos de este último: "¡Feliz quien como yo ha bebido patria, / En la miel de su selva y de
su roca!".10 Más tarde o más temprano, era entre estos miembros del campo intelectual donde
podía suscitar adhesiones una exhortación como la enunciada en 1906 por Becher: "Todo

6
Mis montañas, Buenos Aires, 1905, 2a. edición pp. XVII y XVIII.
7
Prueba de ello es que Giusti, hijo de la inmigración y uno de los recién llegados al campo intelectual, que había
accedido por la vía específica y novedosa de la Facultad de Filosofía y Letras, polemiza explícitamente con el
programa de síntesis nacionalista para la cultura propuesto por Rojas. A poco de aparecida La restauración
nacionalista, Giusti firma la nota bibliográfica extensa que le dedica la revista Nosotros (año IV, febrero de
1910). Con un espíritu dispuesto a comprender el mensaje de Rojas, Giusti levanta, sin embargo, objeciones
centrales. La primera consiste en la defensa del así llamado cosmopolitismo que, de elemento que debe
disolverse en una síntesis nacional, para Rojas, se convierte, para su crítico, en cualidad esencial del perfil
argentino. La segunda gira en torno al valor asignado a la tradición cultural del siglo XIX y los siglos coloniales.
Giusti piensa a la cultura argentina en función de su futuro y desecha, como insignificantes ("un punto al lado de
los siglos de gloria" que vendrán) los años transcurridos. En este sentido, Giusti propone la adopción de la
tradición humanístico-democrática universal, más afín a su juicio con la Argentina del diez que una
voluntarística reivindicación del inca o el gaucho, leídas en el texto de Rojas. Si "nuestra historia está todavía por
hacerse", la cuestión del programa cultural es para Giusti una tarea exclusivamente de futuro y en éste la
inmigración constituye el elemento primordial. Nuestra historia "se hará sobre la enorme masa de extranjeros
que plasmará aquí la nueva nacionalidad, la cual, es de esperarlo, se inspirará en esos ideales de justicia,
fraternidad e igualdad económica que hoy día sueñan los menos. Y acaso un día, cuando la profecía lírica de
Andrade sea un hecho, y aquí se vea realizada 'Al himno colosal de los desiertos / La eterna comunión de las
naciones', Buenos Aires tenga el orgullo de contemplar en sus plazas no sólo a Moreno, a Rivadavia, a San
Martín, adalides respetables de un ideal ya antiguo, no sólo al simbólico Dante que Rojas admite, no solo a
Garibaldi y Mazzini que él nos propone arrojar a un desván, sino también, ¿por qué no?, a Carlos Marx, a Emilio
Zolá, a León Tolstoi, campeones de los nuevos ideales".
8
Para los datos familiares de Rojas y Gálvez, véase: Paya y Cárdenas, El primer nacionalismo..., op. cit
9
Las constantes de Lugones, a través de sus sucesivas peripecias políticas, fueron señaladas por Noé Jitrik en
Leopoldo Lugones, mito nacional, Buenos Aires, Palestra, 1960.
10
"Oda a los ganados y a las mieses", en Leopoldo Lugones, Obras poéticas completas, Madrid, Aguilar, 1959,
p. 468.
debe, pues, inclinarnos a defender el grupo nacional contra las invasiones disolventes,
afirmando nuestra improvisada sociedad sobre el cimiento de una sólida tradición".11

11
Citado por Manuel Gálvez en Amigos y maestros..., op. cit., p. 37.

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