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El carácter inglés

El ensayo informal en Inglaterra


CAZANDO CALLES"
UNA AVENTURA LONDINENSE

Quizá nadie haya sentido jamás pasión por un lápiz.


Pero hay circunstancias en las cuales es supremamente
Selección,traducción,prólogo y notas deseable poseer uno; momentos en que nos empeña-
Federico Patán rnos en tener un objeto, sirviendo esto de excusa para
. caminar la mitad de Londres entre la hora del té y la cena.
Tal y como el cazador de zorros los caza para preservar
la especie, y el golfista juega para que se impida construir
en los espacios abiertos, cuando el deseo llega de vaga-
bundear por las calles, un lápiz sirve de pretexto, y
poniéndonos de pie decimos: "En verdad qUe necesito
comprarme un lápiz", como si a cubierto de tal excusa
pudiéramos permitirnos.sin peligro el mayor placer en
la vida citadina invernal: vagabundear por las calles de
Londres. .
La hora elegida debe ser el atardecer y la estación el
invierno, pues en invierno el brillo champaña del aire y
la sociabilidad de las calles son gratos. Entonces no .se
mofan de nosotros, como en el verano, el ansia de som-
bra y soledad y las brisas suaves venidas de los henares.
Además, las horas del anochecer nos dan la irresponsa-
bilidad otorgada por la oscuridad y las farolas. No
somos del todo nosotros mismos. Segúri salimos de
casa un hermoso atardecer entre las cuatro y las seis,

* To~ado de: Virginia Woolf, Tbe Deatb of tbe A10ih and Other ESSlfY.,",A
UNIVERSIDAD NACIONAL AUTÓNOMA DE MÉXICO Harvcst/ HE) Book, "Harcourt Brace jovanovich, Nueva York, 1970,
Má'{lCO, 2006 pp. 20-36.

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nos desprendemos .del yo por .el que nos conocen .
los olla con que él estaba por llenar la tetera, de modo que
. amigos y formamos parte del vasto ejército republica- . dejó en la·alfombra una quemadura como un aro café.
no de vagabundos, cuya sociedad es tan agradable tras Mas cuando la puerta se cierra tras nosotros, todo
la soledad de la habitación propia. Porque en ésta nos eso se desvanece. "Lacubierta como concha que nues-
sentamos rodeados por objetos que expresan perpe- tras almas han exudado para cubrirse, para darse una
tuamente la singularidad de nuestros temperamentos y forma distinta a la de los otros, se rompe y de todas
nos imponen las memorias de la experiencia personal. esas arrugas y rugosidades queda una ostra de percep-
Ese bol en el tablero de la Chimenea, por ejemplo, lo ción nuclear, un ojo enorme. ¡Cuán bella es una calle en
compramos en Mantua un día de invierno. Salíamos de invierno! A la vez se la revela y se la oscurece. Aquí,
la tienda cuando una siniestra anciana nos tiró de la falda vagamente, pueden trazarse avenidas rectas y simétri-
para decirnos que moriría de hambre cualquiera de esos cas con puertas y ventanas; aquí, bajo las lámparas, hay
días, pero "¡Lléveselo!", exclamó, poniendo en nuestras islas flotantes de luz pálida por las que pasan con rapi-
manos el bol de porcelana azul y blanco, como si ja- dez hombres y mujeres que, pese a su aire de pobreza
más quisiera ser recordada por su gesto quijotesco. Así, y descuido, portan un cierto aspecto de irrealidad, un
sintiéndonos culpables mas pese a todo sospechando que aire de triunfo, como si hubieran esquivado la vida."de
nos habían robado malamente, lo llevamos al hotelito modo que la vida, burlada de su presa, sigue torpemen-
donde, mediada la noche, el hostelero peleó tan vio- te adelante sin ellos. Mas, después de todo, tan sólo nos
lentamente con su esposa que todos nos asomamos al .deslizamos suavemente por la superficie. El ojo no es
patio para observar y vimos las parras entrelazadas en ni un minero, ni un buceador, ni un buscador de teso-
las columnas y las estrellas blancas en el cielo. Aquel ins- . ros ocultos. Ños lleva flotando con suavidad corriente
tante se estabilizó, para quedar estampado indeleblemente . abajo; reposando, haciendo pausas, tal vez el cerebro
como una moneda entre un millón que desaparecieron duerme mientras observa.
imperceptiblemente. Estuvo, asimismo, el inglés me- Cuán bella es entonces una calle de Londres, consus
lancólico, que se puso de pie entre las tazas de café y las islas de luz y sus grandes grutas de oscuridad y, a su
mesitas de hierro y reveló los secretos de su alma, corno lado, tal vez un espacio salpicado de árboles y cubierto
lo hacen los viajeros. Todo esto -Italia, la mañana ven- de pasto donde la noche se acurruca para dormir natu-
tosa, las parras entrelazándose por las columnas, el inglés ralmente y donde, según se cruza la reja de hierro, se
y los secretos de su alma- surge como una nube del escuchan los breves crujidos y temblores de hojas y
bol de porcelana situado en la chimenea. Y allí, cuando ramas que parecen suponer que los rodea el silencio de
nuestros ojos descienden al piso, está sobre la alfombra los campos, el ulular de un búho y allá lejos el traque-
esa mancha café. La hizo Lloyd George."¡El hombre es tear.de un tren en el valle. Pero estamos en Londres,
un diablo!", exclamó la señora Cummings dejando la nos recuerdan; muy por arriba delos árboles desnudos

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cuelgan marcos oblongos de una luz. amarillo-rojiza: . color y dormita en el calor. En una noche de invier-
ventanas; hay puntos de brillantez que arden incesantes no como ésta, cuando la naturaleza se ha tomado el
como estrellas bajas: lámparas; este terreno vacío, que .trabajo de pulirse y acicalarse, recupera los trofeos más
encierra en si el campo y su paz, es meramente una bonitos,· fragmenta pequeños grumos de esmeralda y
plaza de Londres, rodeada de oficinas-y casas donde, coral, como si toda la tierra estuviera hecha de piedras
a estas horas, fieras luces brillan sobre mapas, sobre preciosas. Lo que no puede hacer (se habla del ojo tér-
documentos, sobre escritorios donde oficinistas pasan mino medio, sin adiestramiento) es componer esos
con índices humedecidos los archivos de correspon- trofeos de tal manera que broten los ángulos y. las re-
dencias interminables; o más dispersamente el fuego laciones .rnás oscuros. De aquí que, tras una dieta
ondula yla luz de las lámparas cae sobre la privacidad prolongada de esa mercancía sencilla y dulzona, de be-
de alguna sala, con sus sillones, sus periódicos, su por- ·lleza pura y sin complicaciones, nos hacemos conscientes
celana, su mesa taraceada y la figura de una mujer que de la saciedad. Nos detenemos a la puerta de la zapate-
con precisión calcula el número exacto de cucharillas de ría"y damos una pequeña excusa, que riada tiene que ver
té que ... Mira hacia la puerta como si hubiera escuchado con la razón real, para cerrar la brillante parafernalia de
el timbre ya alguien preguntando ¿está la señora en casa? las calles y retirarnos a alguna cámara más oscura del ser,
Pero aquí es necesario detenerse perentoriamente .: donde podemos preguntar, según ponemos obedien-
Corremos el peligro de excavar más hondo de lo que temente el pie sobre el soporte: "Y entonces ¿qué se
el ojo aprueba; estamos .impidiendo nuestra suave de- siente ser una enana?"
riva corriente abajo porque nos asimos de alguna rama Apareció escoltada por dos mujeres que, al ser de
o raíz. En cualquier momento, el ejército dormido pue- estatura normal, se veían aliado de ella como gigantas
de agitarse y despertar en nosotros miles de violines y benévolas. Sonriendo a las dependientas, parecían re-
trompetas como respuesta; el ejército de seres huma- chazar cualquier participación en su deformidad y a
nos puede levantarse y afirmar todas. sus singularidades ella le aseguraban que la protegerían. Ella manifestaba
y sufrimientos y sordideces. Aguardemos un poco más, la expresión malhumorada pero exculpadora usual en el
contentándonos tan sólo con las superficies: la brillan- rostro de los deformes. Necesita de esa bondad, pero
tez lustrosa de los autobuses; el esplendor carnal de las la resiente. Sin embargo, cuando se ha llamado a la depen-
carnicerías con sus costillares amarillos y sus bistés púr- dienta y las gigantas, sonriendo con indulgencia, han
puras; los ramos de flores azules y rojos que arden con pedido zapatos para "esta dama" y la muchacha arri-
tanta gallardia a través de los escaparates de las floris- ma el soporte frente a ella, la enana adelanta el pie con
terías. un. ímpetu que parece solicitar toda nuestra atención.
Porque el ojo posee una propiedad extraña: sólo ¡Miren esto! ¡Miren esto!, parece exigirnos a todos mien-
descansa en la belleza. COmo una mariposa, busca el" tras enseña' su pie, pues hete aquí que es el pie bien

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Pues ha cambiado de talante; ha dado vida a una
formado, perfectamente proporcionado de una mujer· atmósfera que, según la seguimos hasta la calle, parece
bien desarrollada. Tiene arco, es aristocrático. Toda.su crear. en verdad lo jorobado, lo torcido, lo deforme.
conducta cambia mientras lo examina allí puesto en el Por la calle van dos hombres barbados, al parecer her-
soporte. Se ve calmada y satisfecha. Sus modales están manos, ciegos como una piedra, que se dan apoyo
llenos de confianza en sí misma. Pide un zapato tras descansando la mano sobre la cabeza de un mucha-
otro, se prueba un par tras otro. Se levanta y hace pi- chillo que camina entre ellos. Allí vienen con ese paso
ruetas frente al espejo, que sólo refleja el pie metido en terco si bien trémulo de los ciegos, que parece otorgar-
un zapato amarillo, en un zapato color ciervo, en un le a su acercamiento algo del terror y lo inevitable del
zapato de piel de lagartija. Levanta su falda menuda y destino que han sufrido. Según avanza, manteniendo la
muestra sus menudas piernas. Piensa que, después de línea recta, el pequeño convoy parece dividir a los que
todo, los pies son la parte más importante de toda .: pasan con el impulso de su silencio, de su derechura,
la persona; se dice: han amado a mujeres en razón de su desastre. De hecho, la enana ha iniciado una gro-
de sus pies. Al sólo ver sus pies, imagina tal vez que el tesca danza torpe a la que imitan todos en la calle; la
resto de su cuerpo es de una pieza con esos hermosos dama gruesa apretadamente fajada por una brillante
pies. Vestía andrajosamente, pero estaba dispuesta a piel de foca; el muchachito débil mental que lame la
gastar lo necesario en los zapatos. Y como era la única empuñadura de plata de su bastón; el anciano acuclilla-
ocasión en que no temía que la miraran y definitiva- do en el vano de una puerta como si, de pronto
mente ansiaba atención, estaba dispuesta a emplear cual- apabullado por lo absurdo del espectáculo humano, se
quier recurso que prolongara la elección y el probado. hubiera sentado a mirarlo. Todos se unieron a los brin-
Miren mis pies, parecía estar diciendo mientras daba un cos y taconeos de la danza de la enana.
paso en esta dirección y luego en la otra. La dependien- Es de preguntarse ¿en qué grietas y hendiduras se
asila esta compañia mutilada de los cojos y los ciegos?
ta, jovial, debe de haber dicho algo halagador, porque
Tal vez aquí, en los cuartos superiores de esas viejas y
de pronto se le ilumina el rostro en éxtasis. Pero, des-
estrechas casas situadas entre Holborn y Soho, donde
pués de todo, las gigantas, no importa cuán benévolas,
la gente tiene nombres tan curiosos y se dedica a tantos
tienen asuntos personales que atender; por tanto, debe
oficios peculiares: batidores de oro, plegadores de acor-
decidirse; debe resolver qué elegir. Por fin queda un
deones, forradores de botones, o se mantiene, con un
par elegido y, según camina entre sus guardianas, el pa-
. grado incluso mayor de fantasía, traficando con tazas y
quete balanceándose de su mano, el éxtasis desaparece,
platos, puños de paraguas de porcelana o cuadros su-
el conocimiento retorna, vuelven el malhumor y la dis-
mamente coloridos de santos martirizados. Allí habitan,
culpa, así que en el momento de llegar a la calle se ha
y se diría que la señora con la chaqueta de piel de foca
quedado en mera enana.
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ha de encontrar la vida tolerable, pasando las horas del día. .compras, el ojo se muestra justo y generoso; crea, ador-
con el plegador de acordeones o con el hombre que na, realza. Allí en la calle se pueden construir todas las
forra botones; una vida así de fantástica no puede ser habitaciones de una casa imaginaria y amuebladas a
trágica. No nos reprochan, suponemos, nuestra pros- voluntad con sofá, mesa y alfombra. Ese tapete servi-
peridad; mas de pronto, al doblar la esquina, tropezamos rá para el pasillo. Ese bol de alabastro quedará sobre la
con un judío barbudo, violento, mordído por el ham- mesa labrada junto a la ventana. Nuestras diversiones
bre, que mira penetrante desde .su miseria; o pasamos se reflejarán en ese espejo grueso y redondo. Pero; ha-
junto al cuerpo corcovado de una anciana abandonada biendo construido y amueblado la casa, afortunada-
a la entrada de un edificio público, con un capa por mente no se está en la obligación de poseerla; se la puede
encima parecida a la cubierta presurosa que se pone desmantelar en un pestañeo, para construir y amueblar
.sobre un caballo o un asno muerto. Ante tales imáge- otra con otras sillas y otros espejos. O permitámonos
nes los nervios de la columna vertebral parecen erizarse; ir con los vendedores de joyas antiguas,entre Charolasde
un destello súbito brota en nuestros ojos; se hace una anillos y collares colgados. Elijamos esas perlas, por
pregunta que nunca tiene respuesta. Bastante a menudo ejemplo, y entonces imaginemos córrio cambiaría la vida
estos desamparados eligen situarse a menos de un tiro de si nos las pusiéramos. De pronto son ya entre las dos y
piedra de los teatros, al alcance de los organillos y casi, las tres de la mañana, y las lámparas arden blanquísimas
según avanza la noche, a punto de tocar las capas adorna- enlas calles desiertas de Mayfair. A esta hora sólo auto-
das y las perneras brillantes de quienes salen a bailar y móviles pasan y se tiene una sensación de vacío.. de
cenar. Yacen próximos a esos escaparates donde el co- levedad, de alegría oculta. Vistiendo perlas, vistiendo
mercio ofrece al mundo de ancianas sentadas en vanos sedas, se sale al balcón que da a los jardines de la dor-
de puertas, de ciegos, de enanas torpes, sofás sosteni- mida Mayfair. Hay unas cuantas luces en los dormitorios
dos por los cuellos dorados de cisnes orgullosos; mesas de los grandes pares recién vueltos de la Corte, de
taraceadas. con canastas de frutas multicoloridas; apa- mayordomos con mediasde seda, de viudas que estre-
radores cubiertos de mármol verde para que soporten charon la mano de políticos. Un gato se desliza a lo
mejor el peso de las cabezas de jabalí; y alfombras largo del muro del jardín. Se hace el amor sibilante,
tan suavizadas po;r el tiempo que sus claveles casi se han seductoramente en los lugares más oscuros de la habi-
desvanecido en un mar verde pálido .. tación, tras gruesas cortinas verdes. Deambulando so-
Al paso, a las-miradas de refilón, todo parece acci- segadamente, como si paseara por una terraza bajo la
dental pero milagrosamente salpicado de belleza, como cual los sires y los condes ingleses yacen bañados por el
si la marea de comercio que con tanta puntualidad de- sol, el anciano Primer Ministro narra a la dama Fulano
posita su carga en las orillas de la calle Oxford sólo de Tal, llena de rizos y esmeraldas, la verdadera his-
tesoros hubiera traído esta noche. Sin pensar en hacer toria de alguna gran crisis en los asuntos del país.

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Parecemos navegar en la parte más alta del mástil del . nómada que vaga por el desierto, un místico que mira
barco más alto; sin embargo, y al mismo tiempo, sabe- fijamente al cielo, un libertino en los barrios bajos de
mos que nada de esto importa: no es así como 'se San Francisco, un soldado que encabeza una revolu-
prueba el amor ni: como se completan los grandes ción, un paria que aúlla de escepticismo y soledad.
hechos; por tanto jugamos con el momento y nos Cuando abre su puerta, debe pasarse los dedos por el
aderezamos las plumas ligeramente, mientras de pie en cabello y poner el parilguas en el soporte, como todos.
el balcón observamos cómo el gato, iluminado por los demás. ,
.
la luna, se desliza a lo largo del muro en el jardín de la Pero aquí, justo a tiempo, están las librerías de viejo.
princesa María. Aquí echamos ancla en esas corrientes que distraen al
. Pero ¿habrá algo más absurdo? De hecho, suenan ser; aquí hallamos nuestro equilibrio tras los esplendo-
las seis en punto, es un atardecer de invierno y camina- res y miserias de las calles. La mera imagen de la esposa
mos por el Strand en busca de un lápiz. ¿Cómo es, del librero, el pie sobre el guardafuego, sentada frente
en tonces, que también es tamos en un balcón, portando a un buen fuego de carbón, que vemos desde la puerta,
perlas y en junio? ¿Hay algo más absurdo que esto? Se nos tranquiliza y alegra. Nunca lee o sólo lee el periódi-
trata de la locura de la naturaleza, no de la nuestra. co; su charla, cuando se aparta de la venta. de libros, lo
Cuando se dispuso a realizar su obra maestra, la crea- que hace con gusto, trata de sombreros; dice que prefie-
ción del hombre, sólo debió pensar en una cosa. En re un sombrero práctico a la vez que bonito. Ah no, no
lugar de eso volvió la cabeza, miró por encima del . ·viven en la librería, viven en Brixton, pues ella nece-
hombro y permitió que en cada uno de nosotros pe- sita algo de verde donde poner la vista. En el verano,
netraran instintos y deseos del todo diferentes al ser una jarra llena de flores cultivadas en su jardín está
original, de modo que estamos veteados, somos dis- sobre alguna pila polvorienta, para darle vida a la tien-
tintos, todos una mezcla; los colores se han confundido. da. Hay libros por todos sitios y siempre nos inunda
¿Cuál es el yo verdadero, éste de pie en el pavimento en la misma sensación de aventura. Los libros de segun-
enero o aquel que se asoma por el balcón en junio? da mano son montaraces y carecen de hogar;. han
¿Estoy aquí o estoy allá? ¿O el ser real no es éste ni . quedado juntos en grandes bandadas de plumaje jas-
aquél, ni el de aquí ni el de allá, sino algo tan variado y peado, y tienen un encanto del que carecen los volúmenes
errante .que sólo cuando cedemos la rienda a sus de-. domesticados de las bibliotecas. Además, en esta com-
seos y le dejamos salirse con la suya somos en verdad pañía azarosa y miscelánea podemos toparnos. con un
nosotros mismos? Las circunstancias obligan a la uni- extraño total que, si la suerte favorece, se volverá el
dad; en bien de la conveniencia un hombre debe ser un mejor amigo del mundo. Siempre está la esperan-
todo. El buen ciudadano, al abrir su puerta al atarde- za, cuando sacamos del estante superior algún libro
cer, debe ser banquero, golfista, esposo, padre y no un blanco-grisáceo, atraídos por su aire dilapidado y de

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abandono, de encontrarnos con un hombre que hace toria era una muchachilla. Se creyó que un viaje por
. más de cien años se lanzó a lomo de caballo a explora! Cornwall con una visita a las minas de estaño era digno
el mercado de lanas en los Midlands y en Gales;' un .de una descripción voluminosa. La gente subía lenta-
viajero desconocido que paró en posadas, bebió su pinta · mente por el Rhin y dibujaba en tinta china retratos de
de cerveza, prestó atención a las chicas guapas y a las otros pasajeros, que leían sentados en cubierta junto a
costumbres serias, lo anotó ·todo tiesa y Iaboriosamen., un rollo de cuerda; medían las pirámides; se perdían
te, por el simple gusto de hacerlo (incluso pagó por la por años para la civilización; convertían a negros que
publicación de su libro); era infinitamente prosaico, ata- vivían en pantanos pestilentes. Este hacer las maletas e
reado y realista y, por tanto, dejó fluir sin darse cuenta irse, para explorar desiertos y pescar fiebres, para asen-
la fragancia misma de la malva.y del heno junto con un tarse en la India el resto 'de la vida y penetrar incluso
retrato de· sí mismo tal codio p~ra otorgarle un lugái: . : has ta China para luego regresar y llevar una vida
en el rincón tibio de la chimenea de la mente. Hoy se lo parroquial en Edmonton, se dispersa y agita por el
- puede comprar por dieciocho peniques. Está marca- ·suelo polvoriento .corno un mar desasosegado, así de .
do en tres con seis peniques, pero la esposa del librero, inquietos son los ingleses, llevando las olas hasta la puerta
viendo lo maltratado de la cubierta y por cuánto tiempo misma. Las aguas del viaje y la aventura parecen chocar
ha estado allí desde que lo compraron en Suffolk, cuan- ·contra las islillas de un esfuerzo serio y un afán de por
do la venta de la biblioteca de un caballero, lo deja ir vida .que yacen en el piso en columnas melladas. En
por ese preCiO. ·esos montones de volúmenes con pastas color castaño
De esta manera, curioseando por la librería, hace- rojizo y monogramas dorados en el lomo, clérigo~
mos otras amistades igual de caprichosas con los des- meditabundos exponen los evangelios, y se oye a eru-
conocidos y los olvidados, cuyo único registro es, por ditos que con sus martillos y sus cinceles limpian los
ejemplo, este librito de poemas, bellamente impreso, antiguos textos de Eurípides y de Esquilo. Pensar, anotar,
tan finamente grabado además y con un retrato del expandir ocurre 'a nuestro alrededor a una tasa prodi-
autor. Porque fue poeta y se ahogó prematuramente giosa y respecto a todo, como una marea puntual y
y sus poemas, medianos .que sean y a la vez formales y eterna que remueve el antiguo mar de la ficción. Volú-
conceptuosos, siguen enviando un frágil sonido tierno, menes innumerables nos dicen cómo Arturo amó a
como el de un órgano tocado resignadamente en algu- Laura y cómo se vieron separados y fueron infelices y
na calle apartada por un anciano organista italiano en volvieron a encontrarse y fueron felices para siempre,
chaqueta de pana. También hay viajeros, un estante tras como era el hábito cuando Victoria reinaba sobre es-
otro de ellos, que siguen testimoniando, solterones in- tas islas.
domables que fueron, las incomodidades sufridas y los En este mundo el número de libros es infinito, y se
atardeceres admirados en Grecia cuando la reina Vic- está forzado a echar un vistazo, asentir y seguir ade-

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lante tras unos instantes de plática, un relámpago de
. Pero hemos llegado al Strand y, mientras titubeamos
entendimiento tal y como, allá afuera en la calle, se pes-
al borde de la acera, una varilla del largo de un dedo
ca una palabra al pasar y a partir de una frase casual se
.comienza a tender su freno ante la velocidad y la
.fabrica toda una vida. De quien hablan es de una mujer
abundancia de la vida. "En verdad que debo ... en ver-
llamada Kate, de cómo "le dije de frente anoche ... si
dad que debo" es la orden. Sin investigar la demanda, la
piensas que no valgo una estampilla de a penique, le
mente se encoge ante el tirano de siempre. Se debe, siem-
'dije ... " y nunca sabremos a qué crisis en su amistad
pre se debe, hacer esto o aquello; no se permite sim-
se refiere esa estampilla de a penique, pues Kate se hunde
plemente gozar. ¿No fue por esta razón que, hace algún
bajo la calidez de la volubilidad de quienes hablan; y
tiempo, fabricamos la excusa e inventamos la necesi-
aquí, en la esquina, se abre otra página del volumen de .
dad de comprar algo? Pero ¿qué era? Ah, recordamos,
la vida cuando se ve a dos hombres en consulta bajo la luz
un lápiz. Pues vayamos a comprar el lápiz. Pero justo
del poste. Examinan en las noticias de última hora el .
cuando nos damos la vuelta para obedecer la orden,
telegrama más reciente venido de Newmarket. ¿Pensa-
. otro yo disputa el derecho del tirano a insistir en lo
rán entonces que la fortuna convertirá sus andrajos en
suyo. Surge el conflicto usual. Tendido tras la varilla del
pieles y paño fino, les colgará cadenas de reloj y les
deber vemos todo el ancho del río Támesis: amplio, pla-
pondrá alfileres de diamante donde hoy se tiene una
ñidero, pacífico. Y lo vemos con los ojos de alguien
camisa desabrochada y harapienta? Pero la principal
que se inclina sobre el Embankment una tarde de vera-,
corriente de paseantes transcurre con demasiada rapi-
no, sin ninguna preocupación en la vida. Pospongamos
dez a esta hora y no nos permite hacer· esas preguntas.
la compra del lápiz, vayamos en busca ·de esa persona;
Vienen envueltos, en este breve tránsito del trabajo al··
pronto es aparente que esa persona somos nosotros.
_hogar, en algún sueño narcótico, ya liberados del escri-
Porque si pudiéramos ponernos allí donde estuvimos
torio y con un aire fresco en las mejillas. Visten esas
hace seis meses ¿no volveríamos a ser lo que fuimos: al-
ropas brillantes que han de colgar y cerrar bajo llave el
guien calmado; distante, satisfecho? lntentémoslo en-
resto del día, y se piensan grandes jugadores de cricket,
tonces. P~ro el río es más vibiento y más gris de 16 que
actrices famosas, soldados que han salvado a su país
recordamos. La marea se dirige al mar. Trae consigo
en alguna hora de apuro. Soñando, gesticulando, a me-
un remolcador y dos barcazas, cuya carga de paja está
nudo murmurando en voz alta unas cuantas palabras,
apretadamente sujeta bajo dos cubiertas de lona. Hay
se apresuran por el Strand y cruzan el puente de Waterloo,
además, cercana a nosotros, una pareja que se reclina
donde un largo tren traquetean te los llevará a una villita
sobre el parapeto con esa curiosa falta de conciencia de
primorosa en Barnes o Surbiton, donde la visión del
sí mismos que los amantes tienen, como si la importan-
reloj en el vestíbulo y el olor de la cena en el sótano les
cia de la relación a la que se dedican mereciera sin cues-
desinflará el sueño.
tionamiento la indulgencia de la raza humana. Las
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imágenes que vemos y los sonidos que escuchamos nin- esposa lo. oyera allá en el cuarto trasero. Tumba una
guna cualidad conservan del pasado; tampoco com- caja de ligas. Por fin, exasperado ante la incompetencia
partimos la serenidad de la persona que, hace seis meses, , propia, abre la puerta de vaivén y pregunta rudamente:
estuvo precisamente donde hoyestamos. Suya es la "¿Dónde guardas los lápices?", como si la esposa los
felicidad de la muerte; nuestra, la inseguridad de la vida. hubiera escondido. La anciana entra. Sin mirar a nadie
No. tiene futuro; incluso ahora, el futuro invade nuestra pone la mano, con un aire sutil de severidad proba, en
paz. Sólo cuando miramos al pasado y de él tornamos la caja correcta. Ahí están los lápices. Entonces ¿cómo
ese elemento de incertidumbre gozamos de una paz se las arreglará él sin ella? ¿N o le es indispensable?
\
Para
perfecta. Según están las cosas, hemos de volvernos, mantenerlos allí, lado a lado en forzada neutralidad, es
cruzar otra vez el Strand, hallar una tienda. donde, in- necesario mostrarse quisquilloso en la elección de lápi-
cluso a esta hora, est¿n dispuestos a vendernos un es
ces: és te d~masiado suave, aquél demasiado duro.
lápiz. Silenciosos, allí están observando. Cuanto más perma-
Siempre es una aventura entrar en un cuarto nuevo, necen allí, más se van calmando. Su acaloramiento
pues las vidas y los caracteres de los propietarios le han desciende, su enojo desaparece. Así, sin que ningu-
destilado su atmósfera, yen cuanto se entra se respira . no haya expresado palabra alguna, la pelea se resuelve.
alguna ola de emoción nueva. Sin duda que aquí, en-. El anciano, que no hubiera deshonrado una página titu-
la papelería, se ha peleado gente_ Su enojo cruza el aire. lar de Ben Jonson, regresa la caja a su lugar, nos hace
Ambos se contienen. La anciana -es obvio que son Unareverencia de buenas noches y ambos desaparecen.
marido y mujer- se retira a una habitación trasera; el Ella para dedicarse a la costura, él para leer el periódi-
viejo, cuya frente abombada y ojos saltones hubieran co, el canario llenándolos imparcialmente de semillas.
quedado bien en el frontispicio de algún folio isabelino; La pelea ha terminado:
se queda para atendernos. "Un lápiz, un lápiz" repite, En esos minutos en que se buscó un fantasma, se
"desde luego, desde luego". Habla con la distracción arregló una disputa,
.
se compró un lápiz, las calles
.
han
pero efusividad de alguien cuyas emociones fueron quedado por completo vacías. La vida se ha retirado a
despertadas y luego frenadas en plena ebullición. Co- los pisos superiores y se han encendido lámparas. El
mienza por abrir una caja tras otra, para luego .irlas pavimento está seco y duro; el camino es de plata mar-
cerrando. Dice que es muy difícil encontrar algo cuan- tillada. Yendo a casa por esa desolación, pudiera uno
do hay tantos artículos diferentes. Se lanza a contar la contarse la historia de la enana, de los ciegos, de la fies-
bis toria de algún caballero relacionado con la ley que se ta en la mansión Mayfair, de la pelea en la papelería.
metió en líos graves debido a la conducta de la esposa. Podría adentrarse un poco en cada una de esas vidas, lo
Lo ha conocido por años; ha tenido relaciones con el bastante para quedarse con la ilusión de que no se está
Temple por medio siglo, dice, como si deseara que su maniatado a una sola mente, sino que puede uno apro-

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piarse por unos minutos los cuerpos·y las mentes de
otros. Puede uno transformarse en lavandera, en me-
sonero, en cantarlte callejero. ¿Y qué mayor deleite y .
maravilla puede haber que abandonar las líneas rectas
de la personalidad y desviarse. hacia esas sendas que,
entre zarzas y gruesos troncos de árbol, nos llevan al
corazón de la selva donde viven esas bestias salvajes,
nuestros prójimos?
Es verdad: escapar es el mayor de los placeres; cazar
calles en invierno la mayor de las aventuras. No obstan-
te, según nos acercamos a nuestra.puerta, es confortante
sentir que nos rodean las viejas posesiones, los viejos
prejuicios. Y el yo, que ha sido sacudido en tantas es,
quinas callejeras, que se ha lanzado contra la llama de
tantas linternas inaccesibles, queda asilado y protegido.
He aquí de nuevo la puerta acostumbrada; aquí la silla
en el ángulo que la dejamos, y el bol de porcelana y el
anillo café en la alfombra. Y aquí -examinémoslo con '
ternura, toquémoslo con reverencia- el único
que hemos conseguido de todos los tesoros citadinos:
un lápiz portaminas.

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