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LA PALABRA AGUIJADA1
por
1
Hace muchos años, en la década de los noventa, Guadalupe me pidió presentar su libro Cita capital
junto al escritor Armando Uribe. Antes de la presentación, le llevé unas notas que había borroneado y
conversamos sobre ellas. Comenzaba nuestra amistad que ya tenía las bambalinas de la simpatía mutua,
los encuentros azarosos y las esporádicas conversaciones. No conservé esas hojas escritas que le fueran
regaladas en la mesa de presentación y que ella guardaría en una carpeta que en algún lugar está. No
tengo ningún respaldo. Le hacía gracia que algunos textos míos, que yo había perdido, los tenía ella en
una copia. Ahora, no puedo conversar con Guadalupe sobre esto que estoy escribiendo y siento más
profundamente el vacío y peso de su ausencia.
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“Escribo porque desperté en una escritura que me enciende” (Ojo líquido 7).
1114 Olga Grau Duhart
3
Guadalupe Santa Cruz afirmaba que muchas escritoras y escritores habían optado por “escribir desde el
cuerpo”, cuerpo inmerso en la masa de las ciudades latinoamericanas (Lo que vibra 199).
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“los encontrados pulsos de estos ensayos” (Lo que vibra 17); “Quienes escriben ensayos tienen el pulso
malo de los viajeros” (24).
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Aprecié de mejor manera su mirar cuando hicimos una vez un recorrido juntas para escribir a dos voces
un texto, a propósito de una invitación que me hiciera la arquitecta Mirta Halpern y que quise compartir
continuos, como en un espacio público tentarse con invitar a juntar dos mesas que estaban
separadas, incluidas sus gentes; pero también en medio de lo familiar y próximo podía
sentir y hacer sentir los cortes de la distancia, algunos provisorios y otros definitivos.
El trabajo con las palabras y las imágenes sabe de las superficies que se abordan
o acometen para poder fijarlas: “en la página en blanco, en las láminas líquidas de la
pantalla digital, en la dura y suave plancha de metal de grabado” (Lo que vibra 103). La
escritura y el grabado son saberes de superficies de “distinta hondura” (103); advienen
sobre y gracias a una superficie lisa que le es propicia a la invención y que tiene en ella
su posibilidad y sus remanentes, lugar de exploración sobre el que se hace y deshace,
zona de inscripción de una apuesta creativa que deja también la huella de lo que no
se pudo componer. La escritura y el grabado son experiencia de resistencia, como
tensión declarada entre impulso y labor, nacidos del “ímpetu que recoge de todo el
cuerpo” (Esta parcela 86). Lápiz, tecla o punta seca son los instrumentos para trabajar
o forcejear aquello que se resiste a ser nombrado o grabado, lo que resta de manera
activa sosteniendo lo que aparece finalmente por la superficie, en la que no deja de tener
una vida propia. “La amplificación de esta superficie deviene entonces asombro ante
todo lo que viene a poblar aquella faz, no se sabe si apareciendo o perdiéndose” (104).
La palabra que se escribe, el vocablo empapándose y condensado en la tinta, se
entiende como “sombra” sobre la escritura que le sigue, como “bulto en que hay que
tropezar para luego caer en un sentido más ingobernable” (104). La palabra escrita
entendida como montículo se asemeja al relieve que ocurre en el grabado: “a ras de la
matriz del grabado, en la superficie del papel, en un paisaje llano, un relieve va teniendo
lugar. Entre imagen y sentido, sobre esa no-frontera” (Lo que vibra 105), de tal modo
que la reflexión sobre la escritura se hace lenguaje topográfico y también geológico.
En su ensayo Lo que vibra por las superficies, Guadalupe explora “algunos vasos
comunicantes entre grabado, escritura y paisaje desértico, superficies horizontales que
con Guadalupe. Se trataba de exponer algunas reflexiones sobre el patrimonio y le propuse que el habitar
de la Plaza de Armas por peruanas y peruanos, y su modo de ocupar un costado de la Catedral en su
línea oblicua, podía sernos propicio para pensar el patrimonio en su vitalidad. Descubrimos frente a ese
costado un lugar de encuentro, de comer y bailar, de sudar y seducir, que visitamos un par de veces.
Podía reconocerse allí, en La Conga, una otra iglesia, lugar de comunión festivo en el propio idioma
migrante. Nos enamoramos ambas de un hombre joven seductor que veíamos en su costado y de perfil,
que se nos ofrecía a la mirada en el requiebre y la tensión de su cuerpo, en su pose de cortejo al hablar a
la mujer con la que estaba sentado en torno a una mesa. Volveríamos, y seríamos desilusionadas al verlo
solo y de frente. Pero nada nos quitaría el disfrute de esa experiencia de recorrerla de un modo ladino,
de lado, de costado. Armamos el texto con textos de cada cual, en montaje y cruce, seleccionamos las
fotos tomadas en la calle para acompañarlo, la línea oblicua del costado norte de la Catedral donde,
en su reborde, se sentaban peruanas y peruanos a platicar o comer, frente a las pequeñas tiendas, a los
mensajes que se dejaban en paneles a su entrada, los centros de llamado, los comestibles y las comidas
preparadas para vender y comer en las veredas. El texto escrito, a cuatro manos, puede verse en Olga
Grau y Guadalupe Santa Cruz, “Plaza de Armas: la metamorfosis de su planta”, 201-210.
han terminado por agitarse en mí como hoja continua que al cambiar de inclinación
ilumina las otras zonas de una misma vasta parcela” (105).
Confiesa dos “¿amores?” que recorren su escritura, “las superficies y los sueños”.
“Allí se encuentra la más extrema materialidad, enrevesada con lo intangible de ciertas
imágenes fugaces, cambiantes […]” (18). Si atendemos al nombre de su conjunto de
ensayos Lo que vibra por las superficies, Guadalupe no utiliza la expresión sobre las
superficies, sino que le es más propicia la preposición por, por las superficies, que
entendemos como un a través, incluso, gracias a. Lo que ocurre no ocurre sobre, desde
un afuera que se les apegara, ni tampoco despliegue desde un adentro de una materia
virginal a la que se le hace decir activando una fuerza para hacer aparecer algo sobre
una superficie. No es que algo interior ya dado emerja en lo exterior, sino el acontecer
de un lenguaje que abre paso y transforma. Lo que se inscribe en las superficies queda
vibrando para los ojos líquidos que vendrán a impregnar su aparente sequedad, para
mirar y leer. ‘Hay que saber ver’6 a través de la superficie, hacia adentro para saber
ver afuera, bajo las tapas en las veredas de las calles de la ciudad para saber de sus
alcantarillas, de sus desagües, de los flujos contaminados; saber de los bolones “bajo
tierra de los patios, bajo las calles y avenidas, piedras redondeadas por remotos cursos
de agua” (Ojo 48). Materias ocultas que hacen parte de las superficies, su condición
abisal. De allí la proximidad con los sueños que pueden tener las superficies, los dos
“amores” de la escritura de Guadalupe, aquello que espera su traducción –en los
movimientos del dar curso, como la que se le da a un flujo– o en su conversión –como
movimiento de giro que muestra su revés. Los sueños son una “superficie onírica”, de
“derrame de imágenes, signos, manchas, viñetas o secuencias de inquietante lucidez”,
imágenes “que subrayan algo de la experiencia que escapó a la propia experiencia”
(Lo que vibra 116).
Y el grabado en sus movimientos propios imita de alguna manera la “factoría de
los sueños” (117), al trabajarse sobre los “espectros” que quedan en las placas metálicas
después de las operaciones de raspar, lijar, desgastar, borrar, poner brea, manteca,
barniz, derramar ácido, retirarlo. “Extiendo un dedo y palpo el nuevo relieve. No sé
en qué dirección escribe este signo su alfabeto, no sé siquiera si escribe, pero deseo
escribir” (Quebrada).
A su vez, la superficie del paisaje desértico se presenta en semejanza con la
superficie onírica, como una gran placa que ha sido surcada, superficies que pueden
ser “despertadas” o interrumpidas por una brusquedad, por un cambio de estado, de
nivel, como ocurre en el grabado, en la “rasgadura en la matriz” (Lo que vibra 118):
6
Recojo una expresión popular que hace juntura de dos verbos, en la que el primero es siempre ‘saber’
precedido por la expresión impersonal ‘hay que’: hay que ‘saber dejar’; hay que ‘saber encontrar’; hay
que ‘saber guardar’, hay que ‘saber tener’, etc.
Es en el desierto nortino que a fuerza de mirar y viajar por una explanada se me hizo
presente la similitud entre esa bandeja de arena que son los desiertos y la llanura de
los sueños, esa voluminosa y y temblante superficie tras los ojos. Como si la planicie
del sueño se fundiera con la cáscara del paisaje y permitiera percibir que ambas son
láminas dispuestas a ser rasguñadas, escarbadas, removidas en todos los tiempos que
posee la acción de inscribir. (117)
7
En uno de los fotograbados de Quebrada, nos ofrece una grafía, un signo que retrotrae a lenguajes de un
pasado, como petroglifo relacionado quizás con la fiesta, como celebración de la lluvia y de la muerte
como amenaza de total sequía.
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Las palabras buscadas en la escritura de Guadalupe son extravíos del orden, como lo son los jardines
(Ojo 48), y Ojo líquido, podría decirse, es un ver desde el jardín. “Los jardines son irreductibles como
un texto, no terminan de dar a ver su sentido, porque nadie lo gobierna” (Ojo 28).
traer una materialidad de la escritura que sea reconocida como sustrato elemental, de
rastreo de significaciones posibles, de huellas que vibran por la superficie a la espera
de una mirada, de un ojo que reserve el trazo en la retina, como anuncio o como seña
de un tiempo acontecido.
También podría imaginar que allí, en esa figura insistente que se replica de cabeza en
cabeza de mujer, así como en el compás que resuena desde el cuero de los tambores,
se prosigue un relato antiguo cuya clave ha sido extraviada, pero que despierta algo
reconocible: tal vez la huella de una narración compartida. (114)
Esas cabezas trenzadas serán el sustrato de tres grabados que son también otras
quebradas (Quebrada), por tanto multiplicables en otros grabados que dan a ver
otras hendiduras, superficies, grietas y trazados. Las trenzas están en la cabeza de las
mujeres, pero también en las luces de los campamentos, los trajes, sus accesorios, las
sangres. “Entre la percusión que vuelca y revuelca la sangre y la gracia repetida en los
cabellos, torciendo y retorciendo un antiguo relato, tiene lugar el baile” (Quebrada).
9
Ojo líquido es un ensayo que nombra Santiago en su extendida polimorfía, y en su profundo tiempo,
una prosa poética sobre la ciudad de Santiago, capital donde Lupe se da cita al escribirla, se hace cita.
Concebida la ciudad de Santiago como reunión de muchas ciudades, en sus trazados, sus vestigios, sus
indicios, mira lo que le ha acontecido a la ciudad en un tiempo que asoma sus movimientos por las
superficies.
10
“Rizoma”, texto de Deleuze y Guattari, lo conocí por Lupe al comienzo de la década de los 90.
espasmo, el desconcierto entre las cosas, acortar la distancia entre los acontecimientos
y la falta de palabras” (23, énfasis mío). Este último e insondable entre, da cuenta de
que las palabras no son transparentes, sino densas y huidizas, en el flujo intermitente
del nombrar y el no decir, que hacen la dificultad y, a momentos, la retención de la
escritura. “Huyen las palabras, resbalan como mercurio sobre los hechos. De los
acontecimientos a la experiencia el flujo no es únicamente feliz, va entrecortado por
aquella distancia” (Lo que vibra 23). Toda ilusión en el sentido de la transparencia,
Guadalupe lo rompe al “devolverle a las palabras su fuerza” (20), recuperarlas en su
don de nombrar, ensayarlas en su tensión con las cosas y las personas como manchas,
que son “campo de una indecisión” (Ojo 53) de difícil rescate en la palabra. Como
viajera, como “pasajera”, no encuentra “continuidad fuera de sí, busca un punto de
unión de su cuerpo disgregado, busca la diferencia entre un lugar y otro que pueda
finalmente reunirlo” (Lo que vibra 24, énfasis mío).
Entre los entre más conmovedores está el que se produce en el roce de contrarios,
o en la tensión de lo que se une y separa. Inquietante, “[L]a pequeña y tambaleante línea
de luz que divide la noche del día”, la madrugada como “tajo del día”, el “instante del
corte. El trópico que divide el frenesí de la noche del frenesí del día” (Plasma 27-29).
Un grabado de Guadalupe, que puede verse en la página 25 de Esta parcela, podría
interpretarse como un grabado del entre, lo separado que se une en intermitencias, en
continuidades frágiles, a punto de desligar lo que se une en sus diferentes texturas. La
presencia de lo que falta para terminar de unir lo que se acerca y se aleja. Podría verse
en este grabado, un trabajo de uniones de superficies que están re-cortadas, las líneas
de unión como cicatrices de lo antes separado. A Guadalupe le interesaba la costura,
las costuras de telas y tejidos, unir materiales que provenían de distintas confecciones
previas, introduciendo una nueva composición sobre algo que tuvo otra historia como
traje, chaleco, tela. La aguja convertida en otro instrumento para el roce de superficies,
frunciéndolas en la línea de juntura contra su anterior separación, apareciendo la costura
como cicatriz en su relieve, produciéndose una otra vibración. “(…) se aglomera la
superficie toda trabada en una sola con cicatrices en la unión entre el retazo en punto
damero y el de punto arroz a la altura del plexo solar, el delantero” (Esta parcela 27).
También lo que reúne y separa es un entre: “Santiago sería aquello que reúne como
separa Metro y Mapocho” (Ojo 42). Guadalupe propone un pensar fuera de esquemas
binarios que polarizan los modos de ver y abordar lo que nos rodea y reclama. Las
fotos de los grabados de Quebrada. Las cordilleras en andas, en su mayoría, están
ligadas y separadas en la juntura de las páginas del libro, en un doblez, colocados en
la mitad, inquietando su continuidad y exigiendo al ojo hacer el paso, dar el paso para
componerlos. No importa su nombre ni su número, que no lo tienen, pero sí tal vez
importa que el primero elegido de la serie refiere a una cruz, a un cruce, a una encrucijada
que se da como luz, como inicio o fin de lo que se abre en un muro de piedras; y cierra
la serie de los grabados una vía interrumpida y, luego, la línea irregular que insinúa las
Curiosas y orilladas notas al pie del texto. Relatos que a Lupe le habría gustado
oír sobre algunos momentos de esta escritura
12
Los lapsus frecuentes de Lupe eran uno de sus festines. Oía en los lapsus de ella misma y de los otros
entrecruzamientos que hablaban zonas del lenguaje no voluntario, inesperados, esos que nos exponen
al absurdo o al ridículo, que dejan un vacío de significación o que nos dan una pista extraña para
interpretar.
Bibliografía