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Capacitación Renova +

TIEMPO DE CUARESMA
Buscar en esta Cuaresma, hacer la experiencia de Cristo a través del
sacramento de la reconciliación.

Ficha 2
La Cuaresma nos invita a la conversión, a
sembrar el bien y a compartir
Lucas 9, 28-36
(Evangelio del Segundo Domingo de Cuaresma)

Comenzamos esta segunda semana con la siguiente oración:

Qué a gusto estoy contigo en oración, Señor y Padre mío.


Te ofrezco en esta semana, Jesús, hacer un sacrificio. Algo que sé que me cuesta. Pero
lo voy hacer con una sonrisa y buen humor. No me quejaré con nadie ni de nadie. Voy
a ser testimonio de la alegría en el trabajo y en mi casa, con mi familia.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas 9, 28-36

En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, Juan y Santiago, y subió al monte a


orar. Y sucedió que, mientras oraba, el aspecto de su rostro se mudó, y sus
vestidos eran de una blancura fulgurante, y he aquí que conversaban con él
dos hombres, que eran Moisés y Elías; los cuales aparecían en gloria, y
hablaban de su partida, que iba a cumplir en Jerusalén. Pedro y sus
compañeros estaban cargados de sueño, pero permanecían despiertos, y
vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Y sucedió que, al
separarse ellos de él, dijo Pedro a Jesús: Maestro, bueno es estarnos aquí.
Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías,
sin saber lo que decía. Estaba diciendo estas cosas cuando se formó una nube
y los cubrió con su sombra; y al entrar en la nube, se llenaron de temor. Y
vino una voz desde la nube, que decía: Este es mi Hijo, mi Elegido; escuchadle.
Y cuando la voz hubo sonado, se encontró Jesús solo. Ellos callaron y, por
aquellos días, no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

Palabra del Señor


Meditación del Papa Francisco
Es el cumplimiento de la revelación; por esto a su lado aparecen transfigurados
Moisés y Elías, que representan la Ley de los profetas, significando que todo termina
y comienza en Jesús, en su pasión y su gloria.
La voz de orden para los discípulos y para nosotros es esta: 'Escúchenlo'. Escuchen
a Jesús. Es él, el Salvador: síganlo. Escuchar a Cristo, de hecho comporta asumir
la lógica de su ministerio pascual, ponerse en camino con él, para hacer de la
propia existencia un don de amor a los otros, en dócil obediencia con la voluntad de
Dios, con una actitud de separación de las cosas mundanas y de libertad interior.
Es necesario, en otras palabras, estar prontos a 'perder la propia vida',
donándola para que todos los hombres sean salvados, y para que nos reencontremos
en la felicidad eterna.
El camino de Jesús siempre nos lleva a la felicidad. No nos olvidemos: el camino
de Jesús siempre nos lleva a la felicidad, habrá en medio una cruz o las pruebas,
pero al final nos lleva siempre a la felicidad. Jesús no nos engaña. Nos prometió la
felicidad y nos la dará si seguimos su camino. (S.S. Francisco, Ángelus 1º de marzo
de 2015).

No hay duda, todos somos capaces de distinguir la belleza de la creación, quedamos


maravillados, deslumbrados ante un cielo estrellado, un atardecer.

De la misma manera nos impacta el testimonio de una buena obra, de un hombre


santo, de un acto de heroísmo.

También es cierto que cuando algo sobrepasa nuestras capacidades quedamos sin
poder explicarlo y si lo hacemos, lo hacemos “más o menos”.

Sin embargo, el mundo se ha malacostumbrado a pedir milagros; quiere lo


espectacular, quiere actos de magia. Un atardecer o una noche estrellada ya no le
dice nada.

¿Cuándo seremos capaces de saber que la maravilla del amor de Dios, su


rostro transfigurado, se muestra en esas personas que saben decir siempre
sí ante los retos actuales del cristianismo?

Ahora mismo debo hacerme la pregunta de si realmente contemplando lo


maravilloso del rostro de Cristo, me puedo quedar con una actitud sólo de
contemplación, queriendo hacer “mi tiendita” para sentirme solamente “bien” y no
ver lo que significa el contemplar el rostro de Cristo y querer el compromiso
de llevarle a los demás. Es aquí y ahora: hoy comienza el cambio en nuestros
corazones, mirando a Jesús nos sentimos discípulos de Él. Y su Espíritu nos
anima a la Misión: tantos que necesitan conocerlo en este mundo que pide a
gritos fe, esperanza, consuelo, amor, felicidad. Vamos a compartir con los
demás nuestro Tesoro más valioso: la Vida en abundancia que el Señor nos regaló.

Oramos con el Evangelio: Qué bien se está aquí.

Sí, qué bien se está aquí. Pero Señor, ¿por qué no dejaste a Pedro que permaneciera
en esa calma? ¿Por qué lo sacaste de ese momento de contemplación? Y a mí me
haces lo mismo. En medio de mi oración, alguna dificultad irrumpe en el silencio.
Cuando pienso que todo es hermoso, me anuncias la cruz. Cuando pienso que el
día es claro, llega la tormenta. ¿Por qué no me dejas más tiempo en mi sueño?
¿Por qué no me dejas poner una tienda?

Señor, me doy cuenta que ésa es la vida del cristiano. Levantarse, contemplar la
gloria y, al mismo tiempo, cargar con la cruz de cada día. Cuando miro el sol, sólo
lo puedo hacer por unos instantes, porque después todo se oscurece. En esta vida
puedo ver la gloria, porque es a donde voy, pero tengo que seguir caminando.
No será fácil. Tengo que esforzarme en los tramos más difíciles. Tengo que entrar
por la puerta estrecha.

En mi vida cotidiana me encuentro muchos momentos para demostrarte que de


verdad quiero ser santo. A veces me cuesta mucho ser humilde. Cuando me
ofenden y hablan mal de mí a mis espaldas, qué difícil es callar. Cuando hay
problemas en casa o cuando tengo un pleito con un compañero, a veces, Señor,
tengo ganas de quejarme. A veces me cuesta mucho sonreír cuando por dentro
estoy muy mal. A veces quiero tirar fuera la cruz y estar tranquilo.

Entonces es cuando me doy cuenta de mi debilidad. Es muy fácil decirte que «sí»
en los momentos hermosos y luminosos. Pero apenas llega la dificultad, esa
decisión se olvida. Por eso, Señor, te pido tu fuerza. Yo solo no puedo. Dame una
fe grande que me ayude a vivir con esa fidelidad de María. Hasta que Tú quieras
y como Tú lo quieras. Señor, pídeme lo que quieras pero dame la fuerza para vivir
aquello que me pides, como decía san Agustín.

«La Eucaristía del domingo lleva a la fiesta toda la gracia de Jesucristo: su


presencia, su amor, su sacrificio, su hacerse comunidad, su estar con
nosotros. Y así cada realidad recibe su sentido pleno: el trabajo, la familia, las
alegría y las fatigas de cada día, también el sufrimiento y la muerte; todo es
transfigurado por la gracia de Cristo.»

(Homilía de S.S. Francisco, 12 de agosto de 2015).

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