La enseñanza del Derecho: presupuestos y opiniones1.
Por Fernando Martínez Paz2
Cuando se trata de abordar la problemática actual de la enseñanza del
derecho –algunos de cuyos temas van a ser analizados en este trabajo como un aporte más a los numerosos esfuerzos que se realizan en ese sentido- parece inevitable incluir en ese tratamiento entre otras exigencias, y en una primera aproximación, las de replantear o revisar determinados problemas epistemológicos, metodológicos, de la lógica de la investigación o de los modelos didácticos que pudieran estar implicados. Se trata en síntesis, de un interrogarse sobre ciertas dimensiones de la crisis de las Facultades de Derecho, de sus concepciones curriculares, desde perspectivas por lo general poco atendidas, ante la urgencia que plantean los problemas prácticos de la masividad o de las exigencias de dar respuesta a los reclamos para mejorar la calidad de la enseñanza o a las demandas de un nuevo perfil profesional. Para eso es preciso identificar, con toda claridad las distintas cuestiones, a fin de no transitar vías muertas, pues pareciera que la crisis se presenta vinculada a las crisis de los modelos teóricos y didácticos vigentes en las últimas décadas. En términos generales puede decirse que entre dichas cuestiones se destacan, por su incidencia en la enseñanza del derecho, la problemática de las ciencias humanas y las ciencias de la educación, los modelos de la ciencia, los contenidos curriculares, el papel de la ciencia jurídica, de los juristas y de los profesionales del derecho en una sociedad en cambio. El análisis tropieza con un problema mucho más complejo que el intento por comprender las condiciones sociopolíticas, culturales, económicas y científicas, a las que suelen atribuirse las crisis de la enseñanza del derecho. De allí que el planteo puede hacerse a la inversa: como la enseñanza del derecho no acompaña el ritmo de los cambios, inevitablemente ha entrado en crisis. Es una crisis interna, en la cual los cambios señalados tiene una incidencia indirecta. La falta de una prospectiva que partiendo de una “actitud realista fundada en el análisis de los hechos concretos” se ubique en un “porvenir voluntario” para construirlo desde el presente, configura entonces, una de las carencias que más contribuyen a acentuar los problemas de la enseñanza del derecho. Porque como señalara Mannheim, “en los últimos decenios han cambiado los frentes predominantes... y la cuestión está en si somos o no capaces de entender adecuadamente el sentido de ese cambio y de actuar con prontitud en consecuencia”. En relación con este tema cabe recordar que la mayor parte de las investigaciones prospectivas globales no analizan de una manera particular el espacio de la educación universitaria en la sociedad del futuro, pues sus previsiones se dirigen a aspectos relativamente fáciles de cuantificar, como son la
1 Trabajo publica en El Derecho y los problemas contemporáneos. Libro del Cincuentenario de la
Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba. 1991 En homenaje a la Facultad de Derecho y C.Sociales de la U.N.C. en su bicentenario. Ed. El Copista. Córdoba, 1991. P.277 2 Miembro de número de la Academia Nacional de Derecho y ciencias Sociales de Córdoba. economía o la demografía. No obstante, para responder al elevado desarrollo técnico y científico alcanzado hoy, por algunas áreas del conocimiento, se destacó la necesidad de dar lugar a “proyectos educativos de excelencia”, llamados a actualizar los conocimientos de todos los niveles de la enseñanza, y en especial en el de aquellos con futura capacidad de decisión. Cualquier propuesta referida a la actualización de la enseñanza del derecho, deberá considerar no sólo las “previsiones unilaterales” sino y sobre todo, los “futuros alternativos” que ofrece la prospectiva en tanto “investigación metódica del futuro”, en aquellos aspectos vinculados al problema que aquí se trata. Muy unidos a los enfoques de la prospectiva aparecen, formando parte de los elementos de análisis de la crisis y exigencias de la enseñanza del derecho, los temas propios de los modelos de la ciencia jurídica y de los modelos didácticos.
Algunas propuestas alternativas de la revisión epistemológica.
Pero antes de abordar esos temas conviene recordar algunos replanteos
epistemológicos de los enfoques conceptuales utilizados en la elaboración de los distintos modelos y paradigmas. Se advierte hoy, que los viejos modelos conceptuales y paradigmas científicos han comenzado a perder rápidamente su vigencia –un fenómeno característico de las sociedades en transición- y surge la necesidad de una revisión epistemológica que ofrezca nuevos elementos para analizar y conceptualizar la problemática de las ciencias. Las distintas perspectivas epistemológicas contemporáneas –la ciencia del positivismo; la propuesta hemenéutica (Dilthey, Simmel, Weber, los neokantianos de la Escuela de Baden, Wildelband, Rickert), el racionalismo crítico (Popper) y el pragmatismo metodológico (Rescher), la teoría crítica del Instituto de Investigaciones sociales de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse, Fromm), la revisión del racionalismo crítico (Lakatos) los enfoques epistemológicos a partir de la estructura de las revoluciones científicas (Kuhn), la crítica del método científico (Feyerabend), los análisis de la relación sociedad-cultura-derecho, la filosofía analítica (Wittgenstein, Círculo de Viena) por ejemplo –son el resultado de profundas controversias cuyo origen se encuentra en los intentos por superar el concepto que presentaba a la epistemología sólo como una disciplina descriptiva del trabajo y de los descubrimientos científicos. Si se tiene en cuenta los aspectos vinculados a la justificación, la epistemología fue en su primer momento “meramente reactiva” y su finalidad más importante consistió en reflejar, examinar, distinguir el nivel de la formación de teorías; en tal sentido tuvo un carácter “conservador y conservante”. Dicho carácter fue una consecuencia natural de la necesidad de contar con la “seguridad absoluta” de las propuestas desde las que se desarrollarían los “enunciados de justificación” para afirmar los conocimientos con la mayor certeza posible. El problema del “aseguramiento de la justificación y fundamentación” del saber, ha sido una constante a lo largo de la historia de la epistemología. Se trató del esquema conceptual del racionalismo de justificación”. Su objetivo: garantizar de manera metódica y sistemática la “seguridad indubitable de los métodos y conocimientos de las ciencias”. En ese marco teórico sólo fue posible construir una disciplina “reactiva, conservadora y más bien cautelosa”, que mostró las primeras fisuras cuando se descubrieron antinomias en ciencias como la matemática y la lógica, cuyos enunciados parecían tener fundamentos indiscutibles (Lenk). A partir de este hecho, que puso en duda las bases mismas de la estructura teórica de la epistemología, comenzaron a insinuarse los replanteos arriba señalados, al tiempo que surgían también en la ciencia jurídica nuevas líneas de análisis epistemológicos, vinculadas en especial a los aspectos lógicos de las normas, a los efectos de los cambios de las estructuras sociales sobre las instituciones jurídicias y a determinadas perspectivas de la relación sociadad- cultura-derecho. De los replanteos epistemológicos con mayor influencia en las teorías jurídicas y en la enseñanza del derecho, pueden señalarse, entre otros, los siguientes:
La ciencia del positivismo.
Kolakowsky ha definido con mucha precisión la postura epistemológica del
positivismo recurriendo a dos claves básicas: 1) es un punto de vista que si bien no resuelve los problemas propios de todas las dimensiones de la realidad, propone una serie de reglas y criterios sobre el conocimiento humano; 2) es una actitud normativa y reguladora de los modos de empleo de términos como saber, ciencia, conocimiento, información, tratando de evitar polémicas científicas y filosofías inútiles. Las premisas que determinan esa actitud son: a) el fenomenalismo, para el cual no hay diferencias reales entre la esencia y el fenómeno; b) el nominalismo, de acuerdo a cuyos presupuestos todos los seres universales, todas las producciones abstractas de la metafísica, son ilusiones nacidas de la existencia, “ilegítimamente otorgada” a lo que no puede existir fuera de la palabra comprensiva: no hay nada “general” en el mundo; c) la negación de toda posibilidad cognoscitiva a los juicios de valor y a los enunciados normativos; d) la fe en la unidad fundamental del método de la ciencia. Esta fe supone afirmar que los modos de adquisición de un saber válido son básicamente los mismos en todos los campos de la experiencia, que también son iguales las etapas necesarias para elaborar cualquier experiencia y que todo el saber debe reducirse al de las ciencias físicas, las más desarrolladas tanto en la faz teórica como en la experimental. Las reglas enunciadas intentan proponer una “doctrina universal de la realidad” desconociendo desde su perspectiva monista, la diversidad del ser y restringiendo al mismo tiempo, por su carácter unidimensional la plenitud de lo real y de la experiencia, a una constatación de hechos, sin explicar su facticidad. Algunos positivismos jurídicos son herederos directos de estos presupuestos epistemológicos.
La propuesta hermenéutica.
No es el caso recorrer en un trabajo de este tipo los caminos transitados por
los filósofos y juristas, que desde esta propuesta han hecho aportes significativos a las ciencias sociales y de la educación. Sólo se destacarán entonces, algunos de los puntos de convergencia en relación con el replanteo epistemológico. Coinciden en primer lugar, en el rechazo al monismo metodológico y a cualquier explicación científica por la única vía físico-matemática; en el desconocimiento del afán predictivo y causalista y sobre todo en la invalidación del reduccionismo de la razón instrumental. Se unen en segundo lugar en los enfoques básicos sobre la diferencia entre “explicación” y “comprensión”. El comprender propio de las ciencias rompe la dualidad sujeto-objeto, y permite la “comprensión desde dentro” de los fenómenos históricos, sociales y humanos, aun cuando la comprensión se presente con diversos matices, según la perspectiva hermenéutica sustentada. La “comprensión científico-cultural, más cercana a la enseñanza del derecho, se funda en la idea de que los comportamientos individuales, no sólo expresan y exteriorizan un proceso interno, poseen también significado. Con estos fundamentos se interpreta y concibe “la orientación de la acción”. Las “ciencias explicativas” centran su interés en los análisis de la “regularidad de la acción”.
El racionalismo crítico y el pragmatismo metodológico.
El racionalismo crítico tiene como puntos de partida dos ideas claves: la
refutabilidad (que aquí se define como “falsabilidad”) y la corroboración metódica de una teoría. En ambos casos se considera una pretensión carente de sentido cualquier reclamo acerca de la necesidad de una certeza absoluta para aceptar una teoría científica. El reclamo sería en última instancia una exigencia dogmática en cuanto inevitablemente debe apelarse a presupuestos o premisas al margen de toda discusión. Lo cual supone negar legitimidad a todo argumento cuyas premisas pretendan sustentar una condición sin implicarla (Newton-Smith). Por el contrario, para el racionalismo crítico, las hipótesis deben corroborarse sometiéndolas a los más severos, programados y controlados intentos de refutación (falsación para Popper). En otras palabras, si una teoría está continuamente expuesta al peligro de un fracaso y no sucumbe conceptualmente, tiene cada vez más poder de “enunciación empírica” y mayores posibilidades de ser corroborada es decir, no falseada. Para Popper “nunca tenemos derecho a proclamar que conocemos la verdad de una teoría o hipótesis científica”. La idea supone “reinterpretar el objetivo de la ciencia como el de lograr una mejor aproximación a la verdad o ... un mayor grado de verosimilitud” (Newton- Smith). Con palabra del mismo Popper, la corroboración en sentido general es “un informe conciso que evalúa el estado ... de la discusión crítica de una teoría, respecto del modo en que resuelve sus problemas, su grado de contrastabilidad, el rigor de las contrastaciones a que ha sido sometida y como ha salido de ellas. La corroboración (o grado de corroboración) es, por tanto un informe evaluativo de su rendimiento pasado”. La mejor teoría, no la verdadera – pues desde este punto de vista epistemológico no debe esperarse encontrar la verdad de una teoría- es la mejor corroborada. Y si distintas teorías se presentan igualmente corroboradas y ninguna analiza o explica un mayor número de fenómenos –con lo cual resultaría superior- pueden utilizarse todas, en igual medida, cuando sea conveniente. Este “pluralismo teórico” sustituye la construcción de teorías desde un solo enfoque, propia del pasado. El racionalismo tradicional de justificación debió dar paso a un nuevo tipo de criticismo basado en el principio de la “crítica permanente” tanto por medio de experiencias como de teorías alternativas. La epistemología de acuerdo a los principios de la corroboración crítica, se transforma en “metodología básica” a la que se supone de muy probable utilidad para la enseñanza en general, pues sus mismas características le otorgan la flexibilidad necesaria para adecuarse a situaciones imprevistas (Lenk).
Por su parte el “pragmatismo metodológico” afirma dos ideas principales:
en los aspectos teóricos, las corroboraciones a largo plazo y en los aspectos prácticos, los criterios de juicio y de evaluación. Introduce además como un elemento nuevo, la exigencia de relacionar estos dos aspectos, completando así la metodología del racionalismo crítico. De acuerdo a los fundamentos del pragmatismo metodológico la justificación de un criterio depende de su capacidad para ofrecer las mejores y mayores probabilidades de éxito, entendiendo éste como utilidad o lo que es lo mismo, si está corroborado. Los juicios pragmáticos de utilidad no son elaboraciones teóricas para aceptar o rechazar los términos de una verdad propuesta en un enunciado: se realizan teniendo en cuenta su “utilidad”, es decir su “corroboración” en el sentido descripto. No son, entonces, los éxitos circunstanciales, sino el éxito permanente y sistemático de un método o de un criterio, el indicador relativo de una aproximación a la verdad, o al menos una medida de los progresos del conocimiento (Rescher). Lo mismo que el racionalismo crítico el pragmatismo metodológico mide las distintas hipótesis, proyectos o propuestas según su rendimiento. Tanto el racionalismo crítico como el pragmatismo metodológico están en condiciones de ofrecer elementos valiosos para la crítica de teoría, modelos o paradigmas jurídicos, sobre todo si se tienen en cuenta las estrategias de investigación implícitas en el pluralismo teórico, que reclama e impulsa la elaboración de “teorías alternativas”. Y han significado, al mismo tiempo, la posibilidad de estructurar con libertad las construcciones conceptuales.
El punto de vista de las revoluciones científicas.
Otro aporte interesante al replanteo epistemológico se desprende de las
ideas de Kuhn con respecto a las “revoluciones científicas”, es decir a los cambios de paradigma; ideas que en una opinión ya generalizada, signaron muchos de los debates, en algunos casos polémicos o severamente críticos, de la epistemología contemporánea. Sus ideas-fuerza se afirman en una ciencia concebida como el “proceso histórico que promueven los investigadores; de allí que la ciencia exija un tratamiento dinámico y no sólo una construcción racional de carácter lógico y estático. De acuerdo a estos presupuestos hay períodos de “ciencia normal” mientras la comunidad científica comparta los mismos paradigmas y modelos; por el contrario se producen las revoluciones científicas cuando los paradigmas comienzan a quebrarse y entran en crisis, o en otros términos, no son compartidos. Esta situación da origen a diversos intentos para articular nuevas estructuras teóricas alternativas. Cuando se producen los cambios, los argumentos lógicos resultan insuficientes para optar por un paradigma; pesan también valores extracientíficos como lo reconoce el mismo Kuhn: “Lo mismo que la revolución política, en la elección de paradigma tampoco hay un nivel superior al del consenso de la comunidad correspondiente. En consecuencia, para descubrir como se ven afectadas las revoluciones científica, tenemos que examinar no sólo el impacto de la naturaleza y de la lógica, sino también las técnicas de argumentación persuasiva eficaces en el interior de los grupos muy especiales que constituyen la comunidad científica”. A pesar de las críticas a la perspectiva de Kuhn, referidas a la ambigüedad de su concepto clave de paradigma, a sus frecuentes “vacíos de racionalidad” (Stegmuller), a la exclusiva apelación al consenso para reemplazar un paradigma (Skolimowski) o a la falta de elementos teóricos para explicar la relación y las diferencias entre los aspectos epistemológicos y sociológicos del paradigma, sus propuestas pueden ser un camino, en especial a partir de las exigencias de dinamismo, para que la ciencia jurídica y la enseñanza del derecho no recurran a solucionar sus problemas, única y exclusivamente, a través de la doctrina o de las construcciones conceptuales establecidas.
La filosofía analítica.
La filosofía analítica, es en la opinión de algunos autores uno de los
paradigmas filosóficos de este tiempo, aunque también se la considera una escuela, un cuerpo doctrinario o una metodología, sino y en primer lugar, “un mosaico de tendencias” y un “estilo de pensamiento”. De allí las dificultades para clasificar las corrientes y “contracorrientes” que la constituyen, cuando tampoco ninguna de sus tendencias internas se interesa por definir los rasgos que pudieran diferenciarla de otros movimientos filosóficos actuales. Sus esquemas conceptuales proceden del más variado origen, desde el positivismo lógico o “terapéutico” a los analistas teóricos de Oxford. En este sentido se ha afirmado que aquí “no hay filosofía sino filósofos” (Muguerza). A pesar de ello pueden precisarse algunos elementos sin los cuales sería imposible formar parte de alguna de sus líneas. Ammerman señaló, por ejemplo, que la palabra “análisis” o el término “filosofía analítica” alude a la manera de filosofar que pone el acento en el estudio del lenguaje y sus complejidades. Carnap afirma que los análisis lingüísticos no pueden, en ningún caso ir más allá del lenguaje, pues por filosofía ha de entenderse el análisis lingüístico. Pero un filósofo analítico no opera con cualquier tipo de lenguaje, sino con los que dan a conocer las reglas de su estructura y de su funcionamiento. Cuando la diferente funcionalidad de los distintos lenguajes, se traduce o influye en las diversas estructuras lingüísticas, consideradas sistemas de reglas, parece contradictoria la pretensión de hacer referencia al “lenguaje” y no a los “lenguajes”. Wittgenstein intentó superar el problema afirmando que no es necesario construir un nuevo lenguaje, pues los lenguajes, al cumplir los requisitos lógicos, se convierten en uno solo. Los requisitos lógicos determinan la forma lógica del lenguaje, la misma que la lógica del mundo. De allí que Wittgenstein atribuyera a “su” lenguaje la función de reflejar la realidad. Si el lenguaje no traduce la correspondencia entre su forma y la realidad, se expresan proposiciones no significativas (Hartnack). En otras palabras: no se trata de enunciar tesis o proposiciones filosóficas, sino de comprender el contenido lógico de las distintas proposiciones, tesis o teorías. La lógica jurídica encontró en las propuestas de la filosofía analítica una vía importante para la investigación de las normas, aun cuando sólo fuera una nueva perspectiva del formalismo.
La relación sociedad-cultura-derecho y la construcción del mundo jurídico.
La apertura de las investigaciones hacia distintos aspectos de la relación
sociedad-cultura-derecho me permitió, hace ya algunos años, comenzar una línea de trabajo que en ese marco teórico profundizara una epistemología abierta a la dimensión antropológica, sociológica, pedagógica y jurídica: una apertura que ayuda a comprender mejor la compleja realidad del mundo jurídico y la problemática implícita en la relación sociedad-cultura-derecho. Incorpora, además la perspectiva histórica y social de la acción humana en el compromiso de construir ese mundo. En síntesis, este enfoque permite, más que crear una nueva teoría, realizar una “tarea” con el propósito de ofrecer, en un momento de cambios profundos y tentado de nihilismo y descreimiento, instrumentos y elementos básicos para perfeccionar las formas de convivencia. En este sentido se encuadra en las tendencias actuales de la epistemología, que la introducen no sólo en los problemas del desarrollo histórico de las teorías y en sus dificultades prácticas, sino en sus enfoques metodológicos y en sus ámbitos de aplicación. El replanteo –como señala Lenk- vale especialmente para las disciplinas orientadas hacia el futuro” a las que pertenece la enseñanza del derecho, se la considera una vía fundamental para obtener los instrumentos con los que será preciso construir el mundo jurídico cotidiano.
Las propuestas metodológicas.
Las distintas perspectivas, replanteos o propuestas epistemológicas de las
diversas áreas del conocimiento, reclaman indefectiblemente la correspondiente metodología y cualquier investigación o análisis sobre la ciencia jurídica ha de tener en cuenta los puntos de vista de los puede partir para desarrollarla. La fluidez de los presupuestos de las modernas interdisciplinas, que facilitan el diálogo y la cooperación entre la epistemología y las metodologías propias de las ciencias, será una de las grandes posibilidades con que contará la enseñanza del derecho, no sólo para estructurar sus objetivos con racionalidad y coherencia, sino para ejecutar y evaluar, con la mayor precisión posible, las acciones y las consecuencias de reformar un curriculum. Pero los replanteos epistemológicos y sus necesidades interdisciplinarias presentan una serie de requisitos que es necesario cumplir como paso previo a cualquier opción metodológica. Entre ellos e han señalado, por ejemplo, la conveniencia de realizar una investigación sobre los múltiples aspectos vinculados a los procedimientos probatorios más adecuados y eficaces, o los análisis para determinar hasta qué punto deben tenerse en cuenta “los costes relativos del desarrollo” de distintas teorías, cuando debe optarse por una de ellas. Estos “mecanismos explicativos subyacentes” propios de la ciencia, son los que hacen del método un tema problemático. Y de hecho, la respuesta acerca “de qué es lo que guía o debería guiar” la elección entre varias explicaciones alternativas se convierte en una cuestión problemática. Aunque las anterior observaciones corresponden, en realidad, a un análisis del método científico, cabe aplicarlas a la metodología de la enseñanza del derecho, porque “el cambio más profundo que se ha producido en la ciencia ha sido el desarrollo de teorías que introducían ítems y propiedades cada vez más teóricas con fines explicativos. A medida que este proceso se desarrolla, las pruebas para nuestras teorías se hacen cada vez más indirectas y sutiles. No cabe duda de que el actual interés por las cuestiones metodológicas de la ciencia, surge, en parte de este preciso hecho” (Newton-Smith). En este sentido es fácil comprobar la gran distancia que muchas veces existe entre las propuestas objetivas de un curriculum y las posibilidades de alcanzarlas en la situación concreta en cuyo marco van a llevarse a cabo las acciones programadas de acuerdo a una determinada metodología (Newton- Smith). Por su parte Elías Díaz sostiene que el pluralismo metodológico para el tratamiento de la problemática jurídica debe orientarse en tres direcciones fundamentales: 1) reconocer a la norma como base del derecho y la necesidad de la lógica para la tarea teórica y práctica del jurista: 2) investigar la dimensión social del derecho, analizar la relación entre validez y eficacia y examinar las repercusiones sociales de la normatividad jurídica; 3) explicitar los fines y valores, es decir la concepción de la vida social y jurídica que se intenta realizar en una normatividad. También es importante recordar que hay un “cientificismo metodológico”. Frente a esta concepción se alerta sobre la conveniencia de buscar el equilibrio entre “el cientificismo agresivo en sentido amplio” con sus diversos matices y el “igualmente polémico anticientificismo” con sus posturas “iconoclastas”, porque tanto “el cientificismo como el anticientificismo combatientes” son “estrategias poco sensatas para el desarrollo de metodologías científicas”. Hay que evitar entonces, “las esperanzas y las afirmaciones extremas, el optimismo y el pesimismo desmedidos”(Lenk). Feyerabend enfoca el problema de la siguiente manera: el pluralismo metodológico parece el camino más adecuado para “asegurar los cambios de perspectiva y los enfoques alternativos” indispensables no sólo para el progreso de la ciencia, sino para afirmar la enseñanza sobre bases coherentes y probadas. En la problemática metodológica de la ciencia jurídica se han planteado también problemas similares. Según Calsamiglia “la insatisfacción y el malestar entre los científicos del derecho puede atribuirse en cierta medida a la falta de rigor metodológico, que aparece cuando se parte del monismo metodológico, por considerarlo “la varita mágica” capaz de convertir un saber, en saber riguroso”. Con esta actitud se traba toda posibilidad de intercambio conceptual o epistemológico, pues el monismo impide que las corrientes jurídicas tengan en cuenta una posición distinta de la propia para analizar los fenómenos jurídicos. El monismo muestra así, una vez más, sus “efectos paralizantes” sobre el desarrollo del conocimiento. La perspectiva más adecuada es, de acuerdo a Calsamiglia, “abandonar las pretensiones metodológicas extremas”, por cuanto la tarea de la metodología de la ciencia del derecho no puede reducirse “como es habitual, a prescribir como debe ser la ciencia del derecho”, sino analizar los métodos de los juristas. En otros términos, cualquier “proyecto de investigación que intente construir un conocimiento, debe plantear sus problemas “desde” las propias disciplinas jurídicas”.
Epistemología, metodología y ciencia del derecho.
El problema de los paradigmas de las ciencias adquiere hoy un significado
especial, porque las ciencias sociales, y por lo tanto el derecho, deben desarrollarse en y para una sociedad en cambio. El planteo se perfila con más claridad si se analizan las diferentes posiciones con respecto a “la imagen que la comunidad científica gusta proyectar de sí misma” lo que equivale a decir que “se ve a sí misma como el auténtico paradigma de la racionalidad institucionalizada”. El éxito de esta imagen racional, a la que suele identificarse con el paradigma de la ciencia, se debe en gran medida a los sostenidos avances de las ciencias físicas y biológicas en los últimos años. Sin embargo aquella proyección cae con mucha facilidad en el círculo cerrado de un enfoque excluyente que se supone dueño de un método científico y de una epistemología capaces de crear su propia “lógica de la justificación”. A pesar de su sostenida vigencia estas vías de justificación, o mejor aún estas “teorías justificantes de la ciencia” comienzan a cuestionarse, pues no parecen estar en condiciones de ofrecer al “investigador práctico mismo, ningún medio que le facilite esencialmente la tarea de construcción de la teoría” (Newton, Lenk). Si las teorías justificantes se absolutizan, se transforman en cientificismos cuyos fundamentos se encuentran en una “epistemología artificial”. Tal sería el caso de Wittgenstein que con su obsesión por los juegos lingüísticos influyó en el círculo de Viena “hasta el punto de hacerle perder de vista sus objetivos iniciales”. Poco a poco “se dejó de hablar de la ciencia, para hablar del lenguaje de la ciencia” y el interés “por los problemas auténticos planteados por las nuevas teorías científicas” fue sustituido por el análisis de “cuestiones triviales acerca del uso de expresiones”. En síntesis, “la filosofía lingüística mató al Círculo de Viena...”(M. Bunge). Otra crítica a las actitudes excluyentes se sintetizó con estas palabras: el positivismo “intenta explicar la realidad tomando como punto de partida un solo postulado”; “un positivista sabe que las llaves abren puertas. Entonces un día si una no se abre con la llave que él tiene dice: -Me equivoqué, yo creí que eso era una puerta-, en vez de probar con otra llave, o en el caso de las ciencias con otra metodología o forma de analizar la realidad”. Por su parte, Feyerabend y Kuhn entre otros, dudan de que la imagen que de sí misma proyecta una comunidad científica pueda configurar un paradigma definitivo. Sus razones son las siguientes: en primer lugar, porque el paradigma cumple una función heurística; si se trata de una hipótesis provisional, no es entonces de carácter permanente. En segundo término, porque su cuerpo teórico está configurado por una serie de presupuestos que definen la problemática de investigación y orienta su metodología a fin de confirmar o invalidar, empírica o teóricamente, las hipótesis operacionales. Y finalmente porque la historia de las ciencias, es la historia de los “cambios de lealtad” de una teoría a otra, es decir del cambio científico o del paradigma; de allí que muchos aspectos de la actividad científica se dirijan a explicar tales cambios. Frente a esta problemática se desarrolla en la actualidad un intento por superar los obstáculos que levanta el asedio de la realidad cuando golpea a las puertas de las disciplinas jurídicas, tratando de encontrar respuesta a los conflictos cotidianos. El camino elegido suele ser, en unos casos el de la jurisprudencia y en otros el del derecho comparado. Si bien esta apertura proporcionó nuevos e importantes enfoques de lo jurídico, no resulta suficiente, porque no aborda los problemas de fondo, ni ofrece soluciones oportunas y eficaces a las exigencias que las sociedades contemporáneas le plantean al derecho. Y es cierto que no pueden ofrecerse soluciones sólo desde el derecho comparado o la jurisprudencia. Pero si el científico del derecho tiene como elementos de análisis también los resultados del tratamiento de los casos concretos que se entrecruzan en la realidad social y jurídica, le será más fácil encontrar aquellas respuestas. Bobbio plantea el tema desde la “crisis del primado del derecho”, pues en las condiciones actuales se trata únicamente de “poner en duda su capacidad para influir en el cambio social, sino también de poner de relieve sus límites en lo que es su función específica, es decir como instrumento de control social (en el sentido más estricto de la palabra). Para establecer la función del jurista, y las fronteras y posibilidades del derecho ha de comenzarse por identificar los distintos tipos de sistemas jurídicos (abiertos o cerrados) y de sociedades (estables o en cambio) y las diversas concepciones del derecho (autónomo o dependiente). Esto supone tener en cuenta dos premisas claves: la primera, que el problema de función del derecho en la sociedad no puede ser afrontada más que por el jurista “que salga de su propia caparazón” y la segunda, que no existe una sola ciencia jurídica, “sino tantas como imágenes tiene el jurista de sí mismo y de su propia función en la sociedad”. A partir de estos presupuestos se distinguen dos imágenes típicas ideales de la función del jurista con distinta influencia en la ciencia jurídica: la conservadora, en la cual el jurista es sólo transmisor de un cuerpo de reglas dadas de las que es depositario y guardián; su actividad básica se reduce a la de fiel intérprete, y la creadora de reglas donde el jurista desarrolla una tarea de crítico e innovador. Ambas dependen o se estructuran de acuerdo a diferentes factores y variables: 1) del tipo de sistema jurídico (variable institucional) que puede ser abierto, es decir, sin una línea de demarcación absoluta entre fuentes materiales y formales: aquí el jurista comparte con el legislador y con el juez, una función creadora del nuevo derecho; o puede ser cerrado, con fuentes formales predeterminadas y con normas a las que el jurista sólo puede comentar; 2) de las diversas situaciones sociales (variable social); en este caso se dan dos tipos básicos de sociedad, la estable, cuyas reglas jurídicas son perpetuadas y afianzadas por los juristas, y la sociedad en transformación, donde se observan claras tendencias hacia los cambios normativos en los cuales el jurista tiene una gran responsabilidad; 3) de las múltiples concepciones del derecho y de sus relaciones con la sociedad (variable cultural) que configuran la ideología del jurista en determinados momentos históricos. La tipología dominante en los regímenes democráticos contemporáneos es la del sistema abierto. En los debates actuales sobre las fuentes del derecho, es cada vez más clara la conciencia de su dificultad para mantener el monopolio de la ley y surgen otras fuentes, entre ellas “no la tradicional costumbre” sino “aquellos comportamientos efectivos, reiterados al margen, junto o en contraste con normas formales” que configuran las instituciones. Esta postura tiene un antecedente en la conocida “rebelión de los hechos” contra las leyes y desde hace algunas décadas da origen o contribuye al desarrollo de ramas más dinámicas del derecho.
Hacia un nuevo modelo didáctico de la enseñanza del derecho.
El concepto de modelo didáctico, muy unido al de paradigma de las ciencias
siempre que no se lo encierre en un círculo de conceptualizaciones cerradas, aparece con una nueva problemática desde que la apertura de las investigaciones jurídicas y pedagógicas a la interdisciplinariedad, mostraron la estrecha relación entre los problemas jurídicos y los educativos y destacaron la necesidad de profundizar los análisis de las ciencias jurídicas y de las ciencias de la educación, como una de las vías para actualizar la enseñanza del derecho en una sociedad que construye cotidianamente su mundo jurídico. Las tendencias más relevantes proponen hoy algunas pautas que conviene tener en cuenta también cuando se trata de elaborar un modelo didáctico de la enseñanza del derecho: a) las hipótesis de la investigación jurídica están condicionadas al propio desarrollo de la ciencia jurídica; b) las condiciones en que se desarrolla la ciencia jurídica son muy diferentes a las que presiden el desarrollo de las ciencias naturales; c) el progreso de las ciencias exactas y naturales influye en el desarrollo de las ciencias sociales y ha empezado a influir en la ciencia jurídica, dando origen a nuevas tendencias (Knapp). Los temas presentados aquí descubren la complejidad del modelo didáctico en general, y en este caso, los problemas implícitos en la elaboración de un modelo didáctico de la enseñanza del derecho. En otras palabras, es preciso superar los inconvenientes teniendo en cuenta los elementos fundamentales de este tipo de modelo: sus dimensiones, límites, posibilidades y perspectivas. Como punto de partida puede decirse que en la práctica todo profesor tiene en su mente uno o varios modelos jurídicos-didácticos que se expresan en la estructura del discurso, en la forma de razonamiento jurídico, en las decisiones con respecto a los objetivos de una asignatura, en la evaluación, etc., o sufren la presión de las “modas pedagógicas”, que obligan a adoptar un determinado modelo didáctico. Pero éstos no son realmente modelos sino estereotipos que encierran la enseñanza en el círculo de sus propias limitaciones. Por el contrario, un modelo tiene hoy una serie de exigencias ya que la práctica científica de la enseñanza no se reduce a trasladar a los alumnos una teoría científica para conseguir metas educativas;para que ese traslado sea coherente desde el punto de vista pedagógico es necesario un modelo didáctico que filtre la teoría. A través de esa función mediadora se logra un desarrollo técnico que justifica la fundamentación teórica y permite formalizar científicamente la tarea didáctica. El análisis de la función mediadora descubre nuevas facetas del modelo, cuando se lo define como “una representación conceptual, simbólica y por lo tanto indirecta, que al ser necesariamente esquemática, se convierte en una representación parcial y selectiva de aspectos de la realidad, focalizando la atención en lo que se considera importante y despreciando aquello que no lo es”. Se trata, en síntesis, de un “esquema mediador” entre la realidad y el pensamiento, entre el mundo y la ciencia (Gimeno Sacristán). Pero ningún modelo puede agotar en forma absoluta la interpretación de la realidad, de modo que siempre tiene carácter provisional y aproximativo. La tarea fundamental es elaborar modelos lo menos parciales posible. Para perfilar estas ideas y ubicarlas en la perspectiva didáctica de la enseñanza del derecho, puede ser una vía adecuada la de realizar sucesivos ajustes en el marco de una definición provisoria que entiende al modelo didáctico como “la construcción que representa de forma simplificada una realidad, propuesta, fenómeno o teoría para establecer alguna de sus dimensiones y variables, a fin de obtener una perspectiva más aproximada y exacta, dirigir estrategias de investigación con el objeto de modificar relaciones entre variables” y aportar “datos a la progresiva elaboración de teorías” (Escudero Muñoz). De este encuadre se desprenden algunos de los elementos componentes del modelo didáctico –objetivos,fines, contenidos,proceso de enseñanza- aprendizaje, curriculum, evaluación, etc.-. Dadas las características de este trabajo se analizará de una manera especial el tema del curriculum. También aquí aparecen distintos enfoques que, en cierto modo, quedan comprendidos en la definición “temporal” que ofrece Stenhouse: “un curriculum constituye la oferta de un conocimiento, unas destrezas y unas actitudes socialmente valoradas que se tornan accesibles a los estudiantes durante el tiempo que pasan en (...) la Universidad”. Los enfoques tienen naturalmente supuestos teóricos y metodológicos diferentes, que llevan por ejemplo, a definir el curriculum según: la secuencia de experiencias de aprendizaje cumplidas por los alumnos bajo la guía del profesor y en la dirección señalada por los objetivos de la educación (Sarubi), o los fines, las metas y los objetivos de las acciones educacionales, que suponen las formas, los medios y las actividades para alcanzarlos, lo mismo que los métodos e instrumentos adecuados. De todos estos puntos de vista pueden inferirse las diversas funciones atribuidas al curriculum o algunas estrategias para su mejoramiento, como sucede en los planteos más actuales sobre el tema, orientados a aclarar las diferencias entre el curriculum como “intención” y los mecanismos para hacerlo operativo. O, en otras palabras, especificar los límites entre teoría y acción. El nuevo curriculum debe expresar entonces, “ideas en términos de práctica y una práctica de la disciplina por las ideas”. Este parecería el modo más acertado de operar con las ideas educativas, puesto que resulta que las ideas de un curriculum han de “ser entendidas en su relación con la práctica”. De lo cual se desprende que el problema clave del curriculum “radica en el cambio curricular y consiste en la tarea de relacionar las ideas con la práctica mediante la producción (...) de una especificación, que expresará una idea o grupo de ideas en términos de práctica, con detalles y complejidad suficiencias para que las ideas se encuentren sometidas a la crítica de la práctica, y sean modificadas por la misma con el respeto debido a la coherencia y a la consistencia, tanto como a la eficacia fragmentada!. Dicho en otras palabras, cuando un curriculum posee un valor traduce y pone de manifiesto un concepto del proceso enseñanza-aprendizaje y una visión epistemológica. Ofrece, al mismo tiempo el encuadre en el cual el profesor estará en condiciones de desarrollar nuevas destrezas y vincularlas con ideas del aprendizaje y del conocimiento, mientras se produce ese desarrollo. Pero tampoco cabe “montar un experimento sin que se declare a los alumnos sus propósitos, su duración y sus criterios y sin que se les invite a observar en ellos sus efectos, tanto en el proceso como en el resultado” (Stenhouse). Los problemas y los temas abordados aquí, constituyen sólo algunos de los aspectos de la problemática de la enseñanza del derecho. Las nuevas propuestas y la ruptura de los viejos modelos reclaman hoy una actitud decidida y actualizada en el proceso de enseñanza-aprendizaje, en el que se destaque como principal protagonista la labor insustituible y conjunta de profesores y alumnos en la tarea común, creador y fecunda de construir el mundo jurídico.
Carr, W Stephen Kemmis (1986) Teoría Crítica de La Enseñanza. La Investigación-Acción en La Formación Del Profesorado. Martínez Roca, Barcelona. Cap. 5 Pp. 140-166.
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