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Él me llamó Malala

El director Davis Guggenheim nos regala esta emocionante película documental


sobre Malala Yousafzai, una joven con tal valentía que hasta los reconocimientos
con obras tan notables como esta son lo mínimo que merece. En ocasiones, el
cine nos brinda vivencias que valen su número de fotogramas en onzas de oro; y
este es el caso de Él me llamó Malala. Confieso que experimenté una casi
permanente concatenación de escalofríos de puro gusto y entusiasmo ante lo que
presencié durante la proyección de este filme complejo, que pone el enfoque
siempre en el detalle preciso y tiene el corazón orientado con nobleza hacia
donde debe: la defensa de los derechos humanos y, más concretamente, de la
mujer. Porque Malala es la chica pakistaní de etnia pastún que en octubre de
2012 fue víctima de un atentado talibán que casi acabó con su vida. ¿El motivo?
Su tozudo y meritorio activismo en favor de la escolarización de las niñas de su
región y, más tarde, cuando ganó notoriedad, de lugares tan apartados como
Kenia.

Este documental nos ofrece una panorámica de su vida y la de su familia, del


osado camino que la condujo a ser objetivo de los violentos y de la esforzada
labor que desempeña, no desde entonces, pero sí con más determinación si cabe
que antes y, claro, los generosos medios que le ha proporcionado su celebridad.
Y no es extraño que David Guggenheim se interesara por rodar esta película al
respecto: ya se había interesado por la defensa de la enseñanza en otro de sus
documentales, Waiting for Superman (2010), producido por Bill Gates y ganador
de los Critics’ Choice Awards y del premio de la Audiencia del Festival de
Sundance, aunque desató la polémica debido a que carga en cierto modo contra el
trabajo de los profesores estadounidenses y de su sindicato y defiende la
educación concertada13,5
Como no la había, en verdad, con otro de los documentales controvertidos de
Guggenheim, el oscarizado A Inconvenient Truth (2006), sobre la realidad del
cambio climático antropogénico. Pero si este último era una obra sencilla pero
destacable, el de Malala lo sobrepasa con creces
"Experimenté una casi permanente concatenación de escalofríos de puro gusto y
entusiasmo ante lo que veía en la pantalla" Su estructura es compleja; va dando
saltos, no sólo temporales, sino también de un aspecto de la historia de la
activista a otro, ora centrándose en sus motivaciones, ora en la escalada de
violencia que los talibanes provocaron en su región, el valle del Swat, etcétera,
obteniendo como resultado un montaje portentoso y un ritmo que no decae
jamás. Comienza con una espléndida secuencia de animación en la que, yendo al
grano, explica por qué el documental se titula así, una referencia brillante que no
le debemos a la labor artística de Guggenheim, sino a la propia verdad de la que
se ocupa en la película y, en concreto, al otro protagonista de la historia,
Ziauddin Yousafzai, el padre de Malala, la mayor influencia que ella ha tenido y,
sin duda, una persona tan interesante como su hija. Y, como Guggenheim es
consciente de ello, no escatima en la descripción de este otro valeroso activista de
la paz y la tolerancia y contra el fascismo religioso, amenazado de muerte como
Malala. Es imposible no emocionarse con los tramos en que Ziauddin, que
regentaba una escuela en Mingora, nos habla de por qué no da su brazo a torcer
en su lucha o de su estrecha relación paternofilial con Malala. Como emocionan
profundamente y horrorizan las secuencias que recrean el ataque talibán a la
joven y sus consecuencias, con la gran ayuda de la poderosa, lírica y a veces
étnica banda sonora que Thomas Newman ha compuesto para la ocasión.
Las lindas secuencias de animación, de trazo pictórico, están espolvoreadas a lo
largo de la película, casi siempre que Guggenheim desea relatar hechos anteriores
al ataque talibán y cuando no recurre a imágenes o grabaciones de archivo; y por
sus recreaciones y estilo de montaje, sigue esa agradecida tendencia que hace que
nos olvidemos de las grabaciones planas de testimonios y de los guiones simples
como el mecanismo de un chupete, es decir, que lleva al cine documental las
técnicas emocionantes de las narraciones cinematográficas de ficción. Algo que,
si bien hace tiempo que ya no resulta original, lo lleva acabo con gran pericia. No
obstante, si bien no hay duda de que la postura de Guggenheim es la correcta en
favor del trabajo de Malala, en el último minuto da la sensación de que se
extralimita en ello y acaba dando una leve sensación promocional que no le
favorece, como en aquellas películas estadounidenses que concluían con un
mensaje en favor de la participación del país en la Segunda Guerra Mundial. Pero
el poso que dejan los escalofríos de placer y la emoción, por fortuna, persiste: Él
me llamó Malala es la mejor película que he visto al menos en los últimos seis
años, lo cual resulta quizá muy elocuente respecto al estado del cine narrativo de
ficción.

Conclusión
Al final, este documental de Davis Guggenheim nos proporciona una
experiencia tan vibrante que perdura en la memoria, gracias a una
estructura que apabulla, una composición que se lanza directamente a por
las emociones más limpias y, sobre todo, gracias a la propia historia de la
corajuda Malala.

bibliografía
https://hipertextual.com/2015/11/me-llamo-malala
https://evapresencial.americana.edu.co/mod/url/view.php?id=136464.
Yenifer Pajaro Segovia

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