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Conclusiones.
La crisis argentina (1976-2001): lecturas institucionalistas y regulacionistas
Robert Boyer, Julio César Neffa
Introducción
Los diferentes capítulos compilados en esta publicación aportaron conocimientos sobre la
mayor parte de los componentes de la crisis argentina. Creemos que ha llegado el momento de
intentar sacar algunas conclusiones generales.
La puesta en perspectiva histórica, a la cual proceden la mayoría de los autores, ilumina la
situación actual de manera muy interesante. Durante la última década no solo se sucedieron
una serie de conmociones desfavorables, sino que la adopción de la convertibilidad redujo la
autonomía y las variables de acción de la política económica, en una época marcada por una
sucesión de shocks financieros, tecnológicos y geopolíticos. La crisis desencadenada en
diciembre de 2001 fue muy grave porque dio testimonio de la incapacidad para funcionar de
manera adecuada del régimen de acumulación implícito en la adopción de la “Caja de
Conversión” (I).
Pueden observarse destacadas convergencias en los enfoques de los diversos autores, a pesar
de que todos ellos estén lejos de adoptar los mismos conceptos y métodos. Todos comparten
un enfoque que se podría calificar como institucionalista, por oposición a los autores para los
cuales el análisis de la competencia y el grado de ortodoxia de la política económica, son
suficientes para caracterizar las bondades y las desgracias de la economía argentina (II)
Se puede intentar sintetizar las características de los años noventa desde el punto de vista de la
teoría de la regulación; se inscribe dentro de la corriente institucionalista y se concentra sobre
la tipificacción de los regímenes de acumulación y su crisis; y está especialmente adaptada
para dar cuenta de la periodización de los regímenes económicos que se han sucedido en
Argentina desde hace un siglo. De hecho, la casi totalidad de los autores del libro aportan en
este aspecto una caracterización finalmente muy precisa de los orígenes de la crisis que estalla
en diciembre de 2001 (III).
En contrapartida, la problemática regulacionista se ve enriquecida por la confrontación con la
historia económica y financiera de este país. En efecto, si Argentina comparte ciertas
características con otros países de América Latina, su trayectoria es ampliamente original y
aporta resultados nuevos acerca de una cuestión central desde los años noventa: ¿cómo puede
establecerse un modo de regulación en ausencia de una estabilización de las opciones sobre el
futuro, habida cuenta de las grandes incertidumbres que originan las evoluciones previsibles a
mediano y alargo plazo ? (IV).
Mientras que los observadores contemporáneos tienen tendencia a sobreestimar la novedad de
la crisis actual, la retrospectiva de las fases de expansión y de depresión que ha
experimentado la Argentina, no deja de señalar un paralelo con ciertos episodios anteriores.
Es en ese sentido que la teoría de la regulación propone la noción de trayectoria nacional :
más allá de la sucesión de regímenes de acumulación con lógicas contrastadas -rentista,
basada en la sustitución de importaciones, parcialmente intensiva orientada al acceso de los
asalariados al consumo masivo, potencialmente intensiva, impulsada por las exportaciones- se
repiten un cierto número de características claves en materia de procesos políticos y de
fragilidades institucionales (V).
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Estos rasgos ¿son propios de Argentina o caracterizan demanera más general a muchos países
de América latina? A este respecto es interesante extraer algunas enseñanzas de las
comparaciones que proponen algunos de los autores: de hecho, las comparaciones en un
enfoque regulacionista sugieren una notable diferenciación entre las trayectorias mexicana,
brasileña y argentina. Por su parte, trabajos recientes sobre el perfil institucional de los países
desarrollados y en vías de desarrollo, también hacen aparecer a Argentina en un lugar original
(VI).
Sin embargo, la detección de ciertas invariantes en la historia argentina y de las
especificidades de este país, no deberían constituir una excusa para no tomar en cuenta las
novedades del período reciente. En efecto, es importante explicitar los contornos de la
recomposición institucional y política y elaborar algunos escenarios que se basen sobre la
emergencia de regímenes diferentes.
Más allá de la recuperación coyuntural consecutiva al derrumbe de diciembre de 2001, se
plantea el problema fundamental de la viabilidad a largo plazo de los compromisos políticos
con la dinámica de la acumulación (VII).
Por encima de la diversidad de métodos y de temas abordados surgen cuatro origialidades de
los trabajos compilados en esta obra: proporciona un potente antídoto a la creencia según la
cual los principios del consenso de Washington definieron una orientación estratégica válida
en todo tiempo y lugar. Con el auge de la globalización financiera y de las potencialidades de
las tecnologías de la información y las comunicaciones, tiende a prevalecer el corto plazo en
el análisis de los economistas e incluso en la mayoría de los investigadores en ciencias
sociales; lo que contrasta con la utilidad de una puesta en perspectiva histórica de largo
plazo, para detectar las fuerzas que condujeron al derrumbe de la economía argentina. A esta
segunda característica hay que agregar una tercera: el análisis de los encadenamientos
económicos está sumergido en la densidad de las relaciones sociales y de los compromisos
institucionalizados, de manera que los resultados macroeconómicos no dependen solamente
de la perfección de la competencia en un conjunto de mercados, sino de la viabilidad de una
arquitectura institucional. Por último, mientras la mayoría de los macroeconomistas tratan la
política económica y las reformas institucionales como el simple reflejo de un principio de
racionalidad, expresión del interés general, los autores aquí reunidos subrayan el origen y las
consecuencias políticas de las decisiones económicas que se adoptaron a comienzos de los
años 90 para dominar la inflación.
Sin embargo, el régimen de acumulación siguió siendo predominantemente extensivo, sin que
el incremento de la productividad y la distribución de sus frutos permitiera un consumo
masivo de bienes durables, en forma similar a lo que internacionalmente se denominó
“fordismo”. Una importante restricción externa fue de tipo geopolítico, dado que por
desconfianza hacia la política exterior del gobierno argentino, EEUU puso obstáculos al
reequipamiento en materia de bienes de producción e insumos industiales.
El proceso de ISI se consolidó a tal punto que en 1953, luego de superar la crisis de 1952
originada en la reducción de las exportaciones por las prolongadas sequías, se reinició el
período de crecimiento basado en la dinámica del sector industrial, durando hasta 1975. Pero
a pesar de ello, dicho proceso de ISI no pudo consolidarse y avanzar en cuanto a las
exportaciones, por causa de varios factores: la fuerte dependencia con respecto a las materias
primas, insumos y bienes de capital importados, debido al escaso desarrollo de la sección
productiva nacional de bienes de producción; la débil articulación entre las secciones
productivas; el bajo crecimiento de la productividad por las escasas tasas de inversión y de
incorporación de innovaciones tecnológicas y organizacionales; dificultades para mejorar la
calidad y cumplir de manera estricta con los plazos de entrega, el predominio de empresas de
pequeña y mediana dimensión gestionadas de manera tradicional, que no podían lograr
considerables economías de escala, elevados estándares de calidad y la reducción de los
costos unitarios; a todo esto se podría agregar la inexistencia de una burguesía industrial
nacional de carácter innovador, que compensara el comportamiento burocrático e ineficiente
del Estado en tanto productor de bienes y servicios.
El resultado final fue que entre 1976 y 1989 se instaura un régimen de acumulación de tipo
extensivo que se caracterizó por un crecimiento lento, con elevada inflación, cuyas causas
pueden atribuirse al incremento de la demanda interna frente a la rigidez de la oferta, que
había consolidado una estructura del sistema productivo con una industria fuertemente
dependiente de las importaciones de insumos y bienes de producción; las exportaciones
especializadas en productos del sector primario con ventajas comparativas estáticas, que
utilizaban de manera intensiva los recursos naturales, pero tenían poco contenido en empleos
y con precios que variaban y se fijaban exógenamente; el déficit crónico de la balanza
comercial que obligaba a hacer periódicos ajustes recurriendo a la devaluación (los procesos
de “stop and go”).
El gobierno militar (1976-83) introdujo fuertes cambios respecto del modo de desarrollo
precedente, por su carácter represivo de los movimientos sindicales y de la guerrilla urbana, y
revalorizó el papel del mercado frente al estado como mecanismo para la mejor asignación de
los recursos y en cuanto a la satisfacción de las necesidades sociales que habían caracterizado
al precedente estado de bienestar. Recurrió al endeudamiento externo para hacer frente a la
crisis fiscal impulsada por el creciente equipamiento de las fuerzas armadas, implantó
dispositivos monetarios y financieros para apreciar la moneda frente al dólar, con lo cual
estimuló las importaciones y encareció el crédito; dio comienzo a un proceso de apertura de la
economía para hacer frente a las rigideces antes mencionadas; redujo las barreras tarifarias y
no tarifarias para bienes manufacturados, sometiendo a fuertes presiones a las PYME
industriales, al mismo tiempo que promovía la concentración económica para atraer
inversiones extranjeras y aumentar la competitividad.
Durante ese período la relación salarial fue la forma institucional más vulnerada. La represión
de los militantes políticos y dirigentes sindicales, la intervención militar en las organizaciones
sindicales, la modificación de la ley de Contrato de Trabajo para suspender derechos
adquiridos, la interrupción de los procesos de negociación colectiva y de la vigencia de la ley
del Salario Mínimo Vital y Móvil, se dieron conjuntamente con un disciplinamiento y mayor
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control dentro de las empresas, todo lo cual provocó al mismo tiempo la intensificación del
trabajo, una reducción del salario real, así como de la participación de los asalariados en el
ingreso nacional y un deterioro del salario indirecto provisto por el sector público y las obras
sociales sindicales. El modo de desarrollo extravertido debilitó al sector industrial,
provocando el cierre de numerosas PYME, con lo cual la estructura productiva se concentró y
terciarizó, generalizándose como medios de subsistencia, el trabajo en negro y los trabajos por
cuenta propia.
Los conflictos con Chile, la derrota en la guerra de Malvinas y la crisis económica señalaron
el ocaso del gobierno militar, que se vio obligado a convocar a elecciones generales, donde se
impuso el Partido UCR que condujo los destinos del país entre 1983 y 1989. En ese lapso las
tensiones con las fuerzas armadas fueron permanentes, lo que cuestionó la estabilidad
constitucional. Durante ese período se hizo notar la pesada herencia recibida: una estructura
económica reprimarizada, fuerte déficit del comercio exterior, peso creciente de la deuda
externa sobre las cuentas fiscales, un sector industrial dependiente de las importaciones y
desarticulado, fuertes restricciones para lograr un elevado crecimiento del producto y de las
exportaciones debido a la baja tasa de inversión, una economía concentrada, donde los
grandes grupos económicos de capital nacional y las empresas transnacionales tenían una
influencia determinante sobre la política económica; débil crecimiento y estancamiento del
producto bruto industrial y un fuerte proceso (hiper) inflacionario que actuó como mecanismo
de redistribución del ingreso, generando un trauma social que permanece todavía presente en
el imaginario de la población. Hacia el final del período había aumentado la desocupación
bajo todas sus formas y marcaron récord los porcentajes de personas por debajo del índice de
pobreza y de indigencia.
Frente a los acelerados e importantes cambios productivos operados en los países capitalistas
industrializados (PCI) y en los nuevos países industriales (NIC), la industria nacional
sustitutiva proveía la casi totalidad de bienes de consumo no durable y una alta proporción de
materias primas e insumos intermedios a cargo de empresas públicas; y en cambio una escasa
cantidad de bienes de consumo durables baratos, modernos y de calidad que predominaban en
los PCI y una baja cantidad de los bienes de producción con nuevas tecnologías incorporadas
necesarios para la industria.
Es decir que a lo largo de la historia económica que culmina en 1989, no existió un verdadero
régimen de acumulación intensivo, coherente y estable, donde el crecimiento estuviera
determinado por un consumo generalizado de bienes durables por los asalariados.
El régimen de convertibilidad
De manera inicial, el modo de desarrollo comprendido entre julio 1989, o más precisamente
abril de 1991 y diciembre de 2001, podría caracterizarse como la conjunción de un régimen
de acumulación de intensivo, concentrador de ingresos e inspirado en ideologías neo-liberales
pro-mercado, y un modo de regulación dominado por las finanzas, extravertido, con una
relación salarial competitiva.
El contexto internacional era en principio favorable debido a la existencia de capitales ociosos
disponibles para dirigirse a los mercados emergentes potencialmente rentables y a las bajas
tasas de interés vigentes en los principales centros financieros internacionales.
Los objetivos buscados se fueron definiendo en los dos primeros años de gobierno, con el
ánimo de generar confianza en los países capitalistas industrializados y ante los organismos
financieros internacionales. Los propósitos manifestados fueron ambiciosos y podrían
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resumirse así: achicar la planta de personal del estado y reducir su participación directa en la
economía; privatizar las empresas públicas para modernizar la infraestructura de servicios;
fortalecer el libre funcionamiento de los mercados; combatir la inflación; reducir el déficit
fiscal; estabilizar las grandes variables económicas y acelerar las tasas de crecimiento del
producto; abrir la economía para combatir la inflación, abaratando el ingreso de materias
primas e insumos; introducir bienes de producción modernos para aumentar la productividad,
reducir los costos, y desarrollar las exportaciones de bienes primarios en los cuales el país
tuviera ventajas comparativas; promover el ahorro y la inversión internas y atraer capitales
extranjeros asegurándoles iguales condiciones que a los capitales nacionales, brindando
protección al derecho de propiedad, ofreciendo garantías de movilidad y facilidades
impositivas.
Las medidas de política adoptadas inicialmente estuvieron estructuradas a partir de dos
importantes leyes: de Emergencia económica y de Reforma del estado, seguidas por una serie
de reformas estructurales inspiradas en el Consenso de Washington, tendientes a revalorizar el
papel optimizador de las libres fuerzas del mercado pero aplicadas de manera drástica, con un
elevado grado de desprolijidad e impregnadas por prácticas generalizadas de corrupción. El
Plan Bonex frenó la indexación de los créditos y permitió la inmovilización de los depósitos a
plazo fijo. Pero la medida decisiva fue la Ley de Convertibilidad, estableció una tasa de
cambio fijo de un peso apreciado respecto del dólar norteamericano, limitando las funciones
del BCRA para emitir dinero si no se disponía de su equivalente reserva en divisas, para
compensar el déficit fiscal y actuar como prestamista de última instancia. Esta norma se
adoptó mientras en el nivel internacional predominaban tasas de cambio flexible, que
permitían su modificación para hacer frente a los desequilibrios de la balanza de pagos.
Las demás medidas pueden resumirse así: privatizaciones de todas las empresas públicas y la
mayoría de los bancos de los estados provinciales, a bajo precio y asumiendo el Estado los
pasivos acumulados; para volverlas atractivas se redujo antes el número de obreros y
empleados (despidos, jubilaciones anticipadas, estímulo a los retiros voluntarios); pero los
entes reguladores encargados de controlar el cumplimiento de los contratos en términos de
inversiones, fijación de tarifas, atención a los clientes y usuarios se constituyeron tardíamente;
desregulación de todos los mercados para facilitar la movilidad de los capitales, excepto el de
trabajo; amplia apertura aduanera y rebaja de aranceles para facilitar el ingreso de los insumos
industriales y de bienes de consumo de todo tipo; disminución de las atribuciones y de la
planta de personal del estado nacional; reforma tributaria para compensar las fuertes tasas de
evasión y concentrar la estructura impositiva en unos pocos impuestos fáciles de recaudar,
entre los cuales sobresalió el IVA, cuyo porcentaje se duplicó; se implementó la reforma
financiera para estimular el ingreso de capitales y asegurarles una elevada rentabilidad.
La mayoría de las privatizaciones de empresas publicas se justificaron aduciendo su
comportamiento monopólico u oligopólico, su peso creciente en las cuentas fiscales, la baja
productividad, el alto costo, la mala calidad del servicio, sospechas de corrupción en las
relaciones con los contratistas y el nepotismo y la presión sindical en la designación de los
empleados y las promociones internas.
Sin embargo, las reformas de la relación salarial fueron sin duda las que más distinguieron
este modo de regulación respecto de los precedentes gobiernos justicialistas: pasó a ser una
forma institucional dominada por la inserción internacional y la moneda. Por un decreto se
impidió la indexación y todos los aumentos de salarios no justificados por un previo
incremento de la productividad; se dictaron numerosas leyes y decretos para reducir derechos
adquiridos, flexibilizar el uso de la fuerza de trabajo y reducir los costos laborales directos e
indirectos. Dentro de las empresas se instauraron innovaciones tecnológicas y
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cuanto al pago. Varios gobiernos provinciales se vieron obligados a emitir monedas paralelas
o bonos para cubrir de esa manera el pago de sueldos de su personal, sin endeudarse.
La disminución del consumo por parte de los asalariados, que presionó hacia abajo la
demanda interna debido a la política de disminución de los costos salariales, la reducción de
los salarios directos reales a partir de 1994 (efecto tequila) y el incremento del IVA.
Los cambios numerosos y considerables en cuanto al mercado de trabajo, debido al
incremento de la población económicamente activa, causado por el aumento de las tasas de
participación femenina y el ingreso de trabajadores adicionales para compensar el desempleo
y la reducción de los salarios reales de otros miembros de la familia; las tasas elevadas y
persistentes de desocupación, subocupación, trabajo no registrado y diversas modalidades del
trabajo informal; el predominio de formas particulares de empleo (contratos de duración
determinada, trabajo a tiempo parcial, empleos contratados a través de empresas de trabajo
temporario, trabajo a domicilio) de tipo precario, sin garantías legales de estabilidad; el
aumento de la duración promedio de la jornada de trabajo; la prolongación de la duración
promedio de permanencia en situación de desocupación.
Fuerte aumento de los porcentajes de individuos y familias viviendo por debajo de los
índices de pobreza y de indigencia por causa de la reducción de los salarios reales, la
redistribución del ingreso en detrimento de los asalariados, la magnitud de la desocupación y
las demás formas de subutilización de la fuerza de trabajo unido a la insuficiente cobertura del
seguro de desempleo y de las políticas de protección social.
Las orientaciones de la política económica, los procesos de concentración de la
producción y la centralización del capital que se desencadenaron, el peso de los capitales
extranjeros en el sistema productivo y en el sistema financiero y su dominación respecto de
las empresas argentinas, que no crearon las condiciones para el surgimiento ni favorecieron la
consolidación de una burguesía industrial nacional emprendedora que, en alianza con otros
sectores de la sociedad civil, propusiera un modo de desarrollo viable alternativo.
del comercio exterior, que para ser compensado requería el ingreso de capitales extranjeros o
el endeudamiento.
Luego de varios años excepcionales, era previsible que de nuevo se deterioraron los
términos del intercambio para las economías primario-exportadoras.
El comercio exterior argentino funcionaba de manera procíclica con el crecimiento, es
decir que en momentos de crisis disminuyen las importaciones de bienes e insumos, salen
capitales volátiles y luego de las devaluaciones aumentan las exportaciones, hasta que al
restablecerse el crecimiento y normalizada la situación, vuelve a producirse el déficit.
Los capitales disponibles en los países industrializados, en buena medida nutridos por
los fondos de pensión, antes de realizar nuevas inversiones en el país para desarrollar las
exportaciones y crear empleos como se esperaba, estaban más atraídos por las elevadas tasas
de ganancia y las posibilidades de entrar y salir sin restricciones, ofrecidas por el sistema
financiero y por la compra de empresas públicas a bajo precio.
Las dificultades creadas por las crisis financieras internacionales de la década pasada
(asiática, mexicana, rusa, y brasileña) despertaron inquietud en los mercados financieros y se
elevó la prima del riesgo país, reduciendo la oferta de créditos y arrastrando un incremento de
las tasas de interés.
El incremento de la productividad por trabajador ocupado no fue la medida más exacta
de su evolución, dado que debido a la caída de los salarios reales se incrementó mucho la
cantidad de horas extraordinarias, generalizándose la tendencia de las grandes empresas
industriales a subcontratar ciertas tareas y a tercerizar la fabricación de piezas y subconjuntos.
De manera que el cálculo oficial del incremento logrado de la productividad del trabajo estaba
sobredimensionado.
Las elevadas tarifas de los servicios suministrados por las empresas privatizadas,
fijadas en dólares e indexadas periódicamente respecto de las tasas de inflación
estadounidenses, contribuyeron a incrementar los costos de producción, disminuyendo las
ventajas competitivas.
Internamente, en términos absolutos, los salarios reales de la industria manufacturera
disminuyeron, pero al estar fijados en dólares y con una tasa de cambio fuertemente
apreciada, fueron sumamente elevados respecto de los salarios pagados en los países con los
cuales se competía, lo que cuestionó la estrategia de competitividad elegida.
El deterioro de los salarios reales y la regresiva distribución del ingreso presionaron
hacia abajo la demanda de bienes de consumo, impactando sobre el nivel de empleo y la
recaudación fiscal.
Las empresas privatizadas incorporaron bienes de producción dotados con
innovaciones tecnológicas y celebraron contratos de franquicias que provocaron la salida de
divisas para pagar la deuda y retribuir al capital, pero no generaron al mismo tiempo en el país
nuevos puestos de trabajo para dar empleo a ingenieros y tecnólogos argentinos.
La proporción de la deuda sobre el producto bruto interno fue elevada y no disminuyó
a pesar del fuerte crecimiento logrado entre 1991 y 1994, y lo mismo sucedió con la relación
entre la deuda y las exportaciones, de manera que a pesar del fuerte crecimiento económico
logrado entre 1991 y 1998, exceptuando el año 1995, se fue acumulando deuda cuyo peso
dentro de las cuentas fiscales fue considerable.
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Un tercer postulado del consenso de Washington afirma que la apertura a los capitales
internacionales privados permite una estabilización de la coyuntura económica, porque tanto
los agentes privados como los gobiernos pueden endeudarse más fácilmente frente a una
coyuntura o a un shock desfavorable, y reembolsar durante el período de expansión. Por esto
las entradas de capitales deberían ser contracíclicos y estabilizar tanto la coyuntura doméstica
como la economía internacional. Los años noventa mostraron por el contrario el carácter
fuertemente procíclico de la prima de riesgo, así como de las entradas de capitales en las
economías emergentes (Kamisnky, 2003) hasta el punto de dar nacimiento a una nueva
generación de modelos de crisis financieras construidas sobre la hipótesis de la alternancia de
flujos de entrada y luego de un brusco reflujo de capitales internacionales. Por este hecho, la
liberalización financiera sería el origen de crisis que no se hubieran producido, en un contexto
de finanzas controladas por las autoridades públicas y con penalización del crecimiento a
mediano plazo que agravara las desigualdades (Dehove, 2004).
Argentina constituye un caso ejemplar de este tipo de crisis, provocada no por la
incompatibilidad entre el laxismo presupuestario y un régimen de cambio fijo, sino por el
juego de un acelerador financiero puesto en movimiento por las entradas masivas de capitales
atraídas por un programa de estabilización y de liberalización de la economía. El mecanismo
es tanto más pernicioso cuando la apertura a la finanza internacional procura en primer lugar
una expansión del consumo y de la inversión, lo cual generaliza un sentimiento de euforia y
estimula la baja de la prima de riesgo. El resultado es una distorsión en la asignación de
recursos, en particular porque las privatizaciones corresponden a servicios públicos
pertenecientes a un sector protegido, incapaces de generar ingresos en dólares (Kalantzis,
2004b). La expansión no puede entonces prolongarse al mismo ritmo pues se enfrenta con la
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Los años 1989-2001 estuvieron marcados por numerosos cambios institucionales y de las
normas en materia de empleo, de trabajo y de protección social. De manera general, se puede
interpretar como una deconstrucción de la mayor parte de los dispositivos protectores de los
asalariados (Neffa, 2004). Pero ese movimiento se inscribe en un retroceso del poder de
negociación de los asalariados que se manifestó desde mediados de los años setenta: la crisis
del modelo de industrialización mediante sustitución de importaciones presiona para que las
firmas se reestructuren, en un contexto donde el empleo industrial se reduce. En cierto
sentido, los años noventa son el punto culminante de evoluciones manifiestas desde 1976
(Peñalva, 2004). Un estudio retrospectivo referido al período 1932-2001, permitió identificar
el vigor y la repetición de los conflictos de trabajo y la alternancia de fases favorables, a veces
para las empresas, a veces para los asalariados (Feliz, Pérez, 2004).
La evolución comparada del salario real y de la productividad aparece como un buen
indicador del estado de las relaciones capital/trabajo: a veces el salario real crece más rápido
que la productividad (de 1943 a 1955 o de 1974 a 1983) y a veces es la productividad la que
se anticipa sobre los salarios (de 1956 a 1973 y luego de 1991 a 2001). Sin embargo, la
novedad del período contemporáneo consiste en el estancamiento y la disminución a mediano
plazo del salario real durante la mayor parte de la última década, mientras que las tendencias
de la productividad se recuperan significativamente.
El análisis del trabajo y de la relación salarial confirma entonces uno de las grandes
constantes de la historia argentina: la violencia de los conflictos de clase y la inestabilidad
económica resultante. En cierto sentido la expansión de la primera parte de los años noventa
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desemboca en el el violento retroceso de los años dos mil y la debilidad de los derechos que
protegían al trabajo, explica que el costo de la crisis sea especialmente elevado para los
asalariados. El movimiento de desregulación social parece ser mucho mas significativo en
Argentina que en los países europeos, por ejemplo, aunque más no sea por esta violencia
inscripta en la larga historia de los conflictos de trabajo.
En esta materia, por el contrario, los especialistas insisten sobre la permanencia de los
problemas que encuentran la gestión de la fiscalidad y del gasto público en Argentina
(Gaggero, 2004). En efecto, siguiendo a Joseph Schumpeter, se puede leer en la historia fiscal
las características de una sociedad: su estructura social, su organización política, el estado de
espíritu de la población. En este caso, es un estado mínimo, comparable al de Chile post-
Allende, lo que se observa en el largo plazo, pero también en los años noventa, cuando la
convertibilidad introduce restricciones suplementarias en cuanto a la autonomía de la política
económica.
La capacidad para cobrar los impuestos es débil, pues la evasión y el fraude fiscal son
aparentemente importantes. Por otra parte, es el impuesto indirecto el que juega un papel
determinante, dado que los ingresos de las personas y los patrimonios soportan una baja
presión impositiva. La distribución de la responsabilidad fiscal entre los diversos niveles del
gobierno, no facilita la conducción de la política económica. Finalmente, el sistema fiscal
parece tener un papel regresivo sobre la distribución del ingreso e induce políticas
macroeconómicas pro-cíclicas. No es sorprendente que los gobiernos argentinos estuvieran
mal armados para responder a los problemas económicos emergentes, pues la capacidad de
gestión de la administración fiscal era limitada. Todos esos elementos han jugado un papel en
la evolución de los años noventa y marcan no tanto una vuelta a gobiernos populistas
gastadores, sino más bien a una relativa impotencia del estado, reflejo de compromisos
institucionalizados en favor de una fiscalidad mínima.
La inscripción en una historia de largo plazo permite resaltar un tercer aspecto característico:
una persistente dificultad de la economía argentina para insertarse en el flujo de los
intercambios internacionales, lo que implica en contrapartida, crisis de la balanza de pagos,
que a su vez significan el establecimiento de un régimen de crecimiento. En este sentido,
Argentina no ha registrado performances comparables con economías del mismo tipo, incluso
en la época de gran eficacia de la estrategia de sustitución de importaciones (cf. López). Esas
dificultades recurrentes se deben a la conjunción de múltiples factores vinculados a la
ausencia de empresarios schumpeterianos, a la aversión al riesgo de la sociedad, a la búsqueda
de rentas más que de beneficios extraídos de la innovación, a la debilidad de los gastos en
investigación y desarrollo del sector público y a fenómenos de aprendizaje tecnológico. En
consecuencia, en el periodo 1960-75, Argentina se situaba entre los países con economías
muy cerradas.
El período 1976-2003, estuvo marcado por la tentativa de contrarrestar las tendencias
anteriores, promoviendo la reducción de las tarifas aduaneras, la apertura hacia las empresas
transnacionales, el acceso a las tecnologías modernas, sin que por eso se hayan transformado
las estructuras de la especialización argentina (cf. Musacchio). Las exportaciones continúan
dependiendo esencialmente de los productos primarios, de los energéticos y de las industrias
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Un gran número de autores, estudiando desde campos diferentes han concluido en señalar que
1976 fue un año clave. Los trabajos de historia económica. (cf. Rapoport), pero también
aquellos que se interesan en la relación capital/trabajo (cf. Feliz, Pérez), a la especialización
internacional (cf. Musacchio). De hecho ese momento es esencial para la casi totalidad de los
campos, sean políticos, sociales o económicos. El golpe de estado militar se proponía
contrarrestar las tendencias desfavorables que aparecían debido al relativo éxito del proceso
de sustitución de importaciones y del poder de negociación adquirido por los sindicatos
debido al dinamismo del crecimiento (cf. Feliz, Pérez). Es también la fecha a partir de la cual
comienza un retroceso de la legislación del trabajo y de la cobertura social: mientras que
anteriormente el objetivo era institucionalizar una variante de la relación salarial quasi
fordista, ese estatuto se revisa para dar lugar a una mayor flexibilidad y a la intensificación de
los mecanismos competitivos (Neffa, 1998).
En materia económica, es a partir de 1976 que los gobiernos buscan pasar de un modelo de
sustitución de importaciones a otro impulsado por las exportaciones. De cierta manera,
prosigue esa estrategia hasta 2001, más allá de una gran variedad de coyunturas
macroeconómicas, sucesivamente marcadas por la hiperinflación, después por la
estabilización monetaria, incluso por una débil deflación (cf. Keifman). Las escasas
performances registradas en el periodo 1975-1990 muestran bien la dificultad de llevar a cabo
esa tarea: el empleo industrial se reduce al ritmo anual de 3,6%, la producción industrial al
ritmo de 1,30% y el PBI per cápita quedó sensiblemente estancado (cf. Miotti, Quenan). El
periodo 1991-2000 señala una gran ruptura institucional, aunque persistan las tendencias
anuales a la contracción del empleo industrial (-4,1%) la novedad en este periodo se debe al
hecho de que la productividad alcanza niveles sin precedentes (6,3%) y que el crecimiento del
PBI (4,2%) es impulsado por la terciarización. De la misma manera la completa desconexión
del salario real con respecto a la explosión de la productividad (cf. Miotti, Quenan: gráfico 1)
no hace sino actualizar el proyecto concebido en 1976, lo cual implicaba una ruptura con la
lógica quasi fordista que había aparecido durante los períodos 1946-55 y 1963-1974 (cf.
Féliz, Pérez: gráfico 4).
Se podría arriesgar una analogía: la convertibilidad definiría una violencia simbólica, una
posible reedición en un modo menor de la violencia del golpe de estado de 1976, que
continuaría de esa manera marcando a la Argentina (cf. Blaum).
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Con la emergencia de una nueva ola tecnológica, los economistas han prestado mucha más
atención a la teoría schumpeteriana de la innovación como fuente del crecimiento. Siendo útil
contrapunto a la teoría neoclásica, este enfoque vehicula sin embargo un determinismo
tecnológico, en virtud del cual a todo sistema de innovación le corresponde una configuración
institucional muy precisa. Así la producción de nuevas tecnologías de la información y las
comunicaciones (NTIC), requeriría capital de riesgo privado, stock options, un mercado
bursátil especialmente reservado a la introducción de nuevos componentes electrónicos y
sobre todo un mercado de trabajo competitivo. Un análisis de las economías más
performantes en materia de NTIC muestra que esta configuración no es sino una entre las tres
que han dado prueba en materia de dinámica económica: las otras dos están constituidas por
las pequeñas economías abiertas social-demócratas y por los nuevos países industriales (cf.
Boyer). De alguna manera, el marco institucional determina en parte la dirección y la
intensidad de la innovación, sin negar por lo tanto la causalidad inversa.
Esta concepción se aplica a la Argentina y explica la dificultad de este país para insertarse de
mejor manera en la división internacional del trabajo. En efecto, como se ha mencionado, un
gran número de instituciones han sido diseñadas en la época del régimen rentístico y luego en
el de sustitución de importaciones. En consecuencia, el espíritu rentístico es más frecuente
que el dinamismo empresarial, y la búsqueda de seguridad en las colocaciones de dólares en
los mercados financieros internacionales está más difundido que tomar riesgos en materia de
innovación (cf. López: 8-9). Como por otra parte la inestabilidad política introduce una gran
incertidumbre en la orientación de la política económica, es poco probable que se imponga un
horizonte de largo plazo, necesario a una estrategia de innovación. Pero además, el hecho de
que una prima de riesgo importante implique tasas de interés reales elevadas, no es favorable
a la inversión productiva, ni en investigación y desarrollo, ni en capital humano.
De igual manera, la elección de una apertura a las empresas transnacionales se explica por la
voluntad de alcanzar la frontera tecnológica mundial, pero esta estrategia no deja de tener
consecuencias negativas. En primer lugar, desde un punto de vista empírico, las competencias
tecnológicas tienden a circular en el interior de las transnacionales, sin difundirse en el tejido
industrial local (cf. Lavarello: cuadro 4). En segundo lugar y sobre todo, es necesario tomar
en cuenta la destrucción de las competencias de las PYME argentinas, por la apertura
internacional, y este efecto negativo puede en ciertos casos tener más importancia que los
efectos positivos de la apertura (Albornoz, 2004). Además, el análisis de las performances de
las firmas exportadoras sugiere que el estímulo ligado a la apertura internacional, no tuvo una
amplitud suficiente como para iniciar en los años noventa un círculo virtuoso de crecimiento
impulsado por las exportaciones (cf. Albornoz, Español, Kalantzis). En resumen, la debilidad
de la innovación sería en gran medida la consecuencia del marco institucional argentino y no
una causa puramente exógena de las dificultades de su economía.
La historia argentina tal como la explican diferentes autores del presente libro, confirma una
conjetura avanzada por ciertas investigaciones recientes en cuanto al análisis de las relaciones
entre lo político y lo económico. En el caso de Italia, se pudo demostrar que la exclusión
19
duradera de los asalariados del bloque político en el poder, había conducido a adoptar
decisiones de política económica que presionaban el déficit público para satisfacer los
intereses de los rentistas y de los empresarios, hasta el punto en que el incremento de las tasas
de interés hicieron estallar la alianza de estos últimos (Palombarini, 2001). Ejercicios de
simulación sugieren que si los asalariados hubieran tomado parte en la definición de la
política económica, la crisis de 1992, en la que se desestructuró el sistema político dominado
por la democracia cristiana no se hubiera producido. Tal representación de diversos grupos de
interés económico y político podría ser una condición de viabilidad de un modo de
regulación.
Mutatis mutandis se puede aplicar sin dudas este esquema a la Argentina (Palombarini, 2004)
cuando se observa la concentración del poder económico y la exclusión duradera de los
asalariados por los gobiernos que se sucedieron desde 1976. En efecto, es sorprendente la
fragilidad de una coalición política que habría buscado imponer, por la vía democrática, la
convertibilidad, a pesar de que las consecuencias del régimen monetario terminarían,
finalmente, por ser desfavorables para la gran mayoría de la población (Gaggero, 2004).
Según esta interpretación, la crisis argentina no se debe a los errores manifiestos de política
económica en la gestión de un régimen de crecimiento bien establecido, sino a la incapacidad
de fijar compromisos institucionalizados compatibles con la emergencia de un nuevo régimen
conforme a las estrategias liberales.
El hecho de que las relaciones entre evolución del salario real y dinámica de la productividad
sean tan inestables desde hace más de medio siglo es un testimonio de la incapacidad de las
empresas, de los asalariados y del estado para establecer compromisos que codifiquen reglas
de gestión de la relación salarial. Durante los primeros períodos peronistas (1946-55) el
gobierno intenta hacer una alianza entre el movimiento obrero y los empresarios, sin que esta
estrategia haya tenido el tiempo de hacer emerger un régimen de crecimiento fordista, es decir
un régimen en el cual el crecimiento del ingreso salarial fuera en paralelo con la producción
masiva (Neffa, 1998). El contraste con los países europeos es fuerte, también con Japón e
incusive con los Estados Unidos: este país a pesar de que ha estado marcado por una tradición
conservadora liberal, se vio obligado por la severidad de la crisis de 1929 a codificar una
forma de relación salarial, más favorable a los asalariados en términos de progresión del
salario, de cobertura social y de garantías jurídicas. En Argentina, los conflictos de clase se
repiten pero no concluyen en compromisos que permitan canalizar las reivindicaciones de los
asalariados y, por otra parte, den nacimiento, en el nivel microeconómico, a una forma viable
de organización de las empresas y en el nivel macroeconómico, a un régimen de acumulación
más o menos coherente.
20
baja de los precios que permitiera sí el acceso a ellos por parte de los grupos más numerosos
de la población. Los teóricos de la regulación en el sentido anglosajón (Laffont, Tirole, 1993)
se ven tentados a deducir que las privatizaciones fueron mal concebidas, y que entonces la
quiebra sería intelectual y cognitiva.
Pero, como ya ha sido señalado, los desvíos con relación a una estrategia simplemente
plausible no completamente basada en la racionalidad, son muy sistemáticos como para no
correlacionarse con un proyecto diferente del que se orientaba a la promoción de la eficiencia
(cf. Azpiazu, Schorr). Las transnacionales extranjeras en los servicios públicos se
beneficiaron con la fijación de precios máximos porque eso les permitía conservar las
ganancias de productividad sin distribuirla, entre la clientela. Obtenían la ganancia por las
tarifas indexadas con respecto a la inflación norteamericana y el retraso en la renegociación
de los contratos les abrió la puerta a una fuente de beneficios suplementaria hasta diciembre
de 2001, fecha en la cual el derrumbe de la economía argentina condujo a poner
completamente en cuestión los principios de fijación de precios.
De hecho, más que un modelo principal/agente o de formalización en términos de economía
industrial, el ejemplo argentino podría analizarse con otros de economía política de la
privatización
Es conveniente hacer una síntesis de los principales elementos que provocaron esta crisis para
luego analizarlos e intentar construir algunos escenarios y sacar conclusiones a partir de una
perspectiva regulacionista.
Más que una estricta dependencia respecto del sendero, una sucesión de
regímenes de acumulación y de modos de regulación
Dos enfoques del tiempo histórico comparten las investigaciones contemporáneas. Por una
parte, los historiadores economistas (Braudel, 1979) como los teóricos de la economía mundo
(Wallerstein, 1999), suponen la existencia de ciclos largos de una duración aproximada de
medio siglo, que hacen alternar una fase larga de expansión seguida de una depresión durable.
Por otro lado, historiadores y politólogos han tomado de los especialistas del cambio
científico y tecnológico (Arthur, 1994) la idea de la dependencia con respecto al sendero o al
pasado, la hipótesis en virtud de la cual las sociedades estarían caracterizadas por una extrema
inercia en su arquitectura tecnológica, económica e institucional. En uno y otro caso,
22
prevalece un determinismo casi cinemático, por el cual se elimina la mayor parte de las
contingencias, fuera del período de fundación de las instituciones o de emergencia de las
tecnologías.
Se encuentran rasgos de esas dos concepciones en los análisis sobre Argentina. La alternancia
de fases de crecimiento rápido y de optimismo, seguidas luego de un retroceso brutal y de
extremo pesimismo son características bien conocidas de los argentinos. Testimonio de esto
es por ejemplo la evolución del ingreso per cápita expresado en dólares (cf. Carrera, gráfico
8). Por otra parte, para numerosos observadores lejanos y poco atentos, Argentina paracería
estar golpeada por una maldición fundacional de la cual se encontrarían huellas en cada una
de las crisis
La teoría de la regulación no rechaza necesariamente la idea de trayectorias históricas
contrastadas según los países (Boyer, Saillard, 2002: 570) pero distingue dos grados de
persistencia: una trayectoria en sentido débil, caracterizada por la permanencia de procesos de
ajuste invariantes, propios de un modo de desarrollo; y, por oposición, una trayectoria fuerte,
que manifiesta la existencia de regularidades que trascienden la sucesión de modos de
desarrollo. Por ejemplo, las trayectorias del capitalismo americano y francés se distinguen de
manera durable, mas allá aún de la sucesión de regímenes de acumulación: intensivos sin, y
después con, consumo masivo.
Se encuentran maneras de confirmar esta problemática a propósito de Argentina (Neffa,
1998 ; Miotti, Quenan, 2004 ; Feliz, Perez, 2004 ; López, 2004 ; Musacchio, 2004). Todos los
capítulos insertos en el comienzos del libro reconocen la variedad de los regímenes
económicos que se sucedieron desde el siglo XX. A grandes rasgos, al modo de desarrollo
rentista primario exportador del siglo XIX le sucede luego y particularmente a partir de los
años treinta, un modo de desarrollo intensivo construido sobre una estrategia de constitución
del mercado interno, según un mecanismo de sustitución de importaciones (cf. Rapaport). En
los años setenta, este modo de desarrollo entra en crisis y se abre un período que se prolonga
hasta 2001, marcado por la búsqueda, difícil por no decir desesperada, de un crecimiento
intensivo alimentado por la apertura internacional y la tentativa de desarrollar las
exportaciones. En este sentido, la crisis actual se caracteriza por la incertidumbre del modo de
desarrollo implícito en las medidas de reorientación adoptadas a partir de 2003. Mientras
tanto, las crisis toman formas específicas en cada una de esas configuraciones, lo que no es
otra cosa que la confirmación de la diversidad de modos de desarrollo: en conformidad con la
Ecole des Annales, “las economías tienen las crisis de sus estructuras” (cf. Panigo, Torija
Zane).
Sin embargo, en la escala del siglo, aparecen ciertos rasgos comunes que trascienden los
diversos regímenes económicos: dificultad permanente para insertarse en la economía
mundial, inestabilidad política, debilidad de la administración pública y del estado,
predominancia de un espíritu rentístico sobre el espíritu emprendedor, según Schumpeter.
Aunque no es suficiente con invocar estas permanencias, para producir un análisis pertinente
y circunstanciado de la crisis que se manifiesta en 2001.
única iniciativa de los actores económicos, sino por las necesidades de financiamiento del
estado (Aglietta, Orléan, 1998). Lo mismo sucede con los derechos de propiedad, tan
esenciales para los análisis neo-institucionalistas contemporáneos del capitalismo, que
requieren la existencia de un estado capaz de promulgar el derecho y de hacerlo respetar
(Boyer, 2004b). O incluso el mantenimiento de un mínimo de competencia no puede estar
asegurado por las mismas empresas, sino que supone autoridades públicas encargadas de
mantener la disciplina del mercado. La política económica está en la intersección de
preocupaciones políticas (obtener el apoyo de la opinión pública al gobierno, o al menos no
dejar que se deteriore) y consideraciones económicas (responder a las expectativas de grupos
sociales y económicos; absorber los desequilibrios y los conflictos que no cesan de emerger
en el seno de una economía de mercado) (Théret, 1999; Palombarini, 2001).
Este enfoque es importante para el análisis de la evolución argentina: los cambios en las
coaliciones políticas y los golpes de estado han sido los vectores de los cambios en las formas
institucionales, que han condicionado a término el modo de desarrollo. Por otra parte, los
desequilibrios del modo de desarrollo repercuten sobre la esfera política, la crisis de
diciembre de 2001 es un ejemplo singular. El aporte de la teoría de la regulación consiste en
mostrar que el tiempo de la política no es el de la economía, y menos aún el de la finanza.
Esas escalas de tiempo diferentes están en el corazón de la dinámica de las sociedades
contemporáneas (gráfico l):
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25
LO POLITICO:
Instituye las reglas de juego
Decide ciertas opciones
estratégicas LO ECONOMICO:
De donde un régimen
económico ... y una dinámica
macroeconómica
Retranscripción electoral
Impacto sobre la
adhesión a la política
Mutatis mutandis, es esta misma enseñaza general la que aportan los años noventa, a pesar de
que el régimen económico buscado es muy diferente, porque se orienta precisamente a
superar los límites de las estrategias peronistas. En el orden de la retórica, la política seguida
por el gobierno menemista satisface en todos los puntos los requisitos del consenso de
Washington: apertura rápida y casi completa a la competencia internacional, privatización,
desreglamentación social, estado frugal, modernización del sistema financiero. Todas ellas
son premisas que debían garantizar el éxito del establecimiento de un régimen de crecimiento
intensivo alimentado por el dinamismo de las exportaciones y el flujo de inversiones
extranjeras directas. Pero de nuevo, el tiempo del proyecto político no es el de la
transformación de las especializaciones del sistema productivo y del comercio exterior, de la
organización productiva, de los modos de vida. De hecho, esta transformación en dirección de
una regulación competitiva (equivalente de un patrón-oro y la atomización de la competencia
sobre el mercado de trabajo) tuvo primeramente efectos favorables, gracias al flujo de
capitales, pero se enfrentó rápidamente a una contracción del aparato productivo expuesto a la
competencia internacional y a una lenta erosión de las clases medias, soporte de la coalición
política que estaba en el origen de la convertibilidad.
La particularidad de Argentina se debe entonces a la simultaneidad del bloqueo económico
con la imposibilidad de proseguir la política de endeudamiento externo, al incremento de las
protestas sociales y a la rápida desaparición del apoyo al gobierno (gráfico 2).
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LO POLITICO:
Instituye la convertibilidad
Reajusta la casi totalidad de
formas institucionales LO ECONOMICO:
Endurecimiento de la
restricción financiera Pauperización de los asalariados y
de una parte de las clases medias
Movimientos sociales y
protesta política
economías japonesa e italiana, pero no la de Argentina. Este error de pronóstico se debe a que
no se toma en cuenta el hecho de que la deuda japonesa e italiana está casi exclusivamente
asumida por los ahorristas domésticos y emitida en yen o euro; mientras la mayor parte de la
deuda argentina está expresada en dólar y en manos de no residentes. En consecuencia,
Argentina se encuentra fragilizada con respecto a todo shock desfavorable y en primer lugar a
una brutal devaluación del peso. Pero además, la deuda pública está sometida al juicio
permanente de la comunidad financiera internacional, que integra en la prima de riesgo la
probabilidad de que se ponga en cuestión la convertibilidad.
Así, otra fuente de la crisis argentina se debe a la extraversión de la intermediación financiera,
que escapa ampliamente al poder de control de las autoridades nacionales. Es la consecuencia
directa del abandono de la soberanía monetaria para restaurar mejor la credibilidad de la
política argentina. Durante un tiempo los capitales extranjeros fueron atraídos, pero la
contrapartida de esta afluencia era la posibilidad de que en cualquier momento ese flujo se
orientara en sentido contrario y precipitara la quiebra de un sistema financiero construido
sobre la ilusión de una equivalencia entre el peso y el dólar. De una manera atenuada, la
mayor parte de las economías emergentes o en vías de desarrollo, sufren de la misma
debilidad, de alguna manera un pecado original (Eichengreen, Hausmann, 1999): por falta de
instituciones estables y de credibilidad en la gestión monetaria, esos países están obligados a
endeudarse en divisas y asumir así un riesgo considerable: ligado a un derrumbe de la moneda
nacional bajo el efecto del reflujo de capitales.
Para los análisis regulacionistas, esta debilidad se interpreta como expresión de una tendencia
fundamental del capitalismo: la acumulación tiende permanentemente a sobrepasar las
fronteras, tal como han sido definidas por el poder político. Esta brecha entre el espacio
económico y el espacio político es portadora de grandes crisis financieras, característica
acentuada en Argentina por el dominio de un comportamiento rentístico que, en la época de la
globalización financiera, encuentra su expresión fuera del espacio nacional.
la nueva economía explota a partir de 1998, y todavía dura cuando los expertos
internacionales, anteriormente reticentes sobre la experiencia de la convertibilidad, adhieren a
la opinión según la cual Argentina sería uno de los mejores alumnos del consenso de
Washington. La multiplicación de los shocks desfavorables como el efecto tequila, la crisis
asiática, la crisis rusa, la devaluación brasileña, no hicieron sino reforzar la convicción según
la cual el régimen de convertibilidad había pasado sus pruebas y había quedado inmunizado
frente a las crisis financieras internacionales. Y sin embargo, a partir de 1997 se inicia una
depresión que apunta a una de las dos alternativas del dilema de la convertibilidad: o el
gobierno modera sus gastos y su endeudamiento y pone en marcha una espiral deflacionista
en la cual sería cada vez más difícil reembolsar la deuda privada, o deja correr ese
endeudamiento, premitiendo entonces la fuerte elevación de la prima de riesgo (cf. Kalantzis).
Los autores (cf. Miotti, Quenan, Neffa, Coriat, Boyer) convergen en un diagnóstico común: el
brutal cambio de la jerarquía de las formas institucionales que nutre primeramente la ilusión
de un régimen coherente, suscita enseguida evoluciones macroeconómicas conducentes a la
crisis. En efecto, hasta los años setenta, la relación salarial y el estado constituían las dos
formas institucionales dominantes, el régimen monetario de cambio se adaptaba, en
consecuencia, como forma dominada. A partir de comienzos de los años noventa, el régimen
monetario y la inserción internacional, vector del fortalecimiento de la competencia,
determinan muy fuertes restricciones a la transformación del papel del estado y de la relación
salarial. Pero, por falta de una política presupuestaria finalmente prudente y del casi
estancamiento del salario real, esas dos variables de ajuste se muestran insuficientes para
asegurar la concreción de un régimen de acumulación. Así, el brusco cambio de una jerarquía
institucional no significa necesariamente la coherencia en el modo de regulación resultante.
En este caso se encuentra una divergencia en el diagnóstico, según se proceda a la
observación de las transformaciones institucionales o al análisis formalizado (Kalantzis,
2003 ; 2004) o econométrico de un régimen económico (cf. Albornoz, Español, Kalantzis).
Los análisis históricos de largo plazo referidos al capitalismo norteamericano (Aglietta, 1976)
y luego al francés (Boyer, Mistral, 1982), habían hecho emerger la conjetura siguiente: sin
dudas, la acumulación intensiva no habría podido establecerse si hubiera persistido una
regulación de tipo competitivo. En efecto, la acumulación extensiva parecía ser compatible
con los rigores del patrón-oro y de una competencia fuerte en el siglo XIX, pero la estabilidad
de precios tenía como contrapartida un ritmo de crecimiento anual moderado, del orden del
2%. Por el contrario, la acumulación intensiva no se habría podido establecer si no se pasaba
a una codificación de la relación salarial, caso típico de una regulación monopolista: la tasa
de crecimiento era entonces significativamente elevada, pero al precio de una inflación
permanente, persistente, incluso en los periodos de recesión (Boyer, 2004b).
La historia económica argentina confirma esta misma conjetura: las esperanzas puestas en el
paso a un régimen impulsado por las ganancias de productividad asociadas a la apertura
31
apropiación y utilización del excedente económico, que a su vez permiten hacer frente a los
desequilibrios generado por el régimen de acumulación. Esas regularidades se refieren a la
articulación entre el modo de producción predominante y las demás formas de organización
de las actividades económicas, las tasas de inversión, las relaciones de los asalariados con los
medios de producción, el horizonte temporal de valorización del capital, y la distribución del
valor generado. Este régimen puede ser extensivo, generado con plus valor absoluto mediante
la intensificación del trabajo y la penetración del modo de producción capitalista en los demás
espacios económicos, o intensivo, basado en el plus valor relativo, debido al incremento de la
productividad que reduce los costos unitarios y hace posible y compatibles el aumento de las
tasas de ganancia y de los salarios reales, dando lugar a una norma de consumo de bienes
durables por parte de los asalariados. El paso del régimen extensivo al intensivo es lo que
normalmente aunque no necesariamente sucedió históricamente en los PCI y para ello se debe
producir un cambio del paradigma productivo que introduzca innovaciones tecnológicas y
nuevas formas de organizar el trabajo, las empresas y los modos de gestión de la fuerza de
trabajo.
Las crisis del régimen de acumulación ocurren cuando se interrumpe el funcionamiento de las
regularidades económicas arriba mencionadas, porque se bloquea el mecanismo de
reproducción del sistema, entrando en contradicción con las formas institucionales. Esto es lo
que se preparó durante el período estudiado y explotó a fines del año 2001 cuando se instaura
el 'corralito' para impedir las corridas bancarias, cae la tasa de ganancias, se reduce la
demanda interna y se interrumpe el pago de la deuda. El sistema productivo se bloqueó, no
estuvo en condiciones de responder a los cambios en la demanda, debido a la obsolescencia
tecnológica y de los sistemas organizativos, además de los desequilibrios suscitados entre las
secciones productivas.
La crisis argentina de fines de 2001, puede entonces ser calificada como una crisis del modo
de desarrollo.
La ilusión del poder de compra: alzas y bajas del nivel de vida expresadas en moneda
internacional
Las relaciones de la economía argentina con la economía internacional introducen una tercera
fuente de grandes incertidumbres. A veces la moneda argentina rivaliza con las monedas
fuertes y el nivel de vida progresa, de manera que la población siente que pertenece al mundo
desarrollado y se comporta en consecuencia en materia de consumo. Otras veces una crisis
monetaria se traduce por una reducción drástica del poder de compra medido en moneda
internacional, en un contexto de baja del ingreso real: Argentina entra en a la categoría de
economías en vías de desarrollo. De esa manera se introduce una gran incertidumbre con
respecto a las perspectivas de evolución del nivel de vida (cf. Carrera, gráfico 1).
En ese movimiento del nivel de vida expresado en moneda internacional, se conjugan tanto
las incertidumbres de la inserción internacional de Argentina y la decisión de su régimen de
cambio, como aquellas que se refieren a la inestabilidad macroeconómica interna y los
bruscos cambios de estrategias económicas, debidas a la recurrencia de crisis políticas
(gráfico 3). Tal conjunción es un desafío a la teoría de la regulación que tiende a insistir sobre
el papel de las formas institucionales como reductoras de incertidumbres y por lo tanto
productoras de irregularidades que están en la base de los modos de regulación. Irónicamente,
esto podría ser el ejemplo canónico del cual se deberían apoderar los poskeynesianos, que
insisten sobre la incertidumbre radical que preside la inversión, es decir la inestabilidad
intrínseca de los mecanismos que dan forma a la macroeconomía (Shackle, 1972).
35
Incertidumbre de las
visiones sobre el
futuro
Inestabillidad
macroeconómica
Incertidumbre de la
inserción
internacional
Fue necesario recurrir a los nuevos instrumentos, por ejemplo la flexibilidad salarial, para
tratar de limitar el impacto negativo sobre el empleo de la sobrevaluación del peso, o
inclusive ayudar a la exportación para consolidar los márgenes de los exportadores,
tomadores de precios en el mercado mundial, aunque significaran costos de producción
elevados. La otra solución consistía en abandonar uno o varios de los objetivos tradicionales
de la política económica, en la búsqueda del pleno empleo, ya que el desarrollo del potencial
de crecimiento había sido delegado finalmente a las empresas transnacionales, encargadas de
aportar las mejores tecnologías.
Una regla rígida en un solo país en una época inestable y de búsqueda de la flexibilidad
Las tasas de cambio fijo prevalecieron en ciertos períodos del siglo XIX o más tarde, entre
1945 y 1971. Pero fuera de ellos, prevalecía un sistema internacional más o menos coherente
y se disponía de reglas de ajuste en caso de desequilibrio en una economía nacional. La
situación es muy diferente a fines del siglo XX, por la emergencia de nuevos países
industrializados, los movimientos de la finanza globalizada, la aparición de nuevas
interdependencias entre centro y periferia, que introdujeron muchas incertidumbres en el
sistema internacional. Entonces la paradoja de las autoridades argentinas consistió en haber
querido recurrir a un conjunto de reglas rígidas, en un universo fluctuante, incierto,
conflictual… en el mismo momento en que, para responder a factores aleatorios y a las crisis,
los otros países se volcaban hacia políticas discrecionales, opuestas a las reglas propuestas e
instituidas por los monetaristas para luchar contra la inflación. Más aún, cuando en el mundo
rigen la fuerte competencia transnacional y libertad de movimientos de capitales, es
aparentemente la deflación más que la inflación, la que plantea problemas a las políticas
económicas.
Una de las últimas paradojas de la política argentina fue entonces haber promovido un estilo
de gestión de la economía visto como prometedor y eficaz, porque se veía moderno, mientras
la caja de conversión no era sino la tentativa de aclimatación de un dispositivo que solo podía
resistir su prueba en un marco social, político e internacional desaparecido hacía mucho
tiempo.
consumo masivo. Así los regímenes de acumulación se sucederían conformes con la lógica
hegeliana.
De hecho, esa no es la conclusión de las investigaciones regulacionistas que, desde sus
orígenes (CEPREMAP-CORDÈS, 1978), han insistido siempre en el papel de la luchas políticas
y sociales, de las crisis y de las guerras, sobre la emergencia de formas institucionales.
Ningún principio de selección en función de la eficacia rige la evolución de las formas
institucionales. Ya a mediados del siglo XIX, Inglaterra había sido incapaz de pasar al estadio
de acumulación intensiva, inaugurando así un largo periodo de declinación relativo y a veces
absoluto. Por otra parte, hasta mediados de los años 1990, la crisis del fordismo no ha dado
lugar a un nuevo régimen de acumulación intensiva, sino más bien a un crecimiento
extensivo, asociado a una profundización de las desigualdades: Estados Unidos constituye en
este sentido un ejemplo emblemático (Boyer, Juillard, 2002).
La Argentina viene a recordar útilmente que la instauración de una acumulación intensiva no
es para nada un fenómeno automático, que ello puede intentarse muchas veces bajo formas
diferentes (el peronismo, luego el menemismo) sin tener éxito. Es un mensaje importante pero
muy olvidado.
Gráfico 3. Las proyecciones del Plan Fénix: evolución del producto per per en millones de
pesos constntes de 1993
40
internacionales doméstica
2. Predominio de la orientación a la inversión 2. Privilegiar la asociación con inversiones directas
extranjera directa que maximicen las repercusiones tecnológicas
3. Insuficiencia crónica del potencial exportador 3. Adosar a la política comercial una política de
integración de sectores
4. Peligros del cortoplacismo : ganacia política a 4. Buscar coaliciones políticas estables que incluyan
corto plazo pero crisis mayor al final la mayor cantidad posible de grupos sociales
5. Inadecuación de las reglas y los automatismos en 5. No renunciar al ajuste de la tasa de cambio y
épocas de incertidumbre y flexibilidad reconsiderar la libertad completa de los movimientos
de capitales
En un mundo que sigue el ritmo de las finanzas, los responsables de la política económica
tienen algunas razones para ceder al cortoplacismo: política presupuestaria generosa en
períodos de expansión, austeridad cuando sobreviene la recesión. De nuevo Argentina
constituye un caso extremo de inestabilidad recurrente en las orientaciones de política
económica, lo cual refleja a su vez los cambios de gobierno o grandes crisis políticas y
sociales. Ahora bien, ningún modo de desarrollo puede establecerse en ausencia de
perspectivas suficientemente estables sobre el futuro, que orienten las decisiones de inversión,
de innovación, de localización de las unidades productivas. Pero tal estabilización de las
anticipaciones, supone coaliciones políticas estables, es decir que obtengan el consentimiento
de un número suficiente de grupos sociales. En particular, la exclusión duradera de ciertos
grupos conduce a un sesgo de la política económica –porque sus intereses no son tomados en
cuenta- lo que a término repercute sobre la viabilidad del modo de regulación en sí mismo.
Así, el modo de regulación competitivo de los años noventa, que excluía una fracción
creciente de las clases medias, encontró los límites ya conocidos para instaurar una
acumulación intensiva. Según ciertas hipótesis la inclusión social puede ser un factor de
viabilidad para una estrategia de desarrollo: este enfoque se encuentra en los objetivos y las
propuestas del plan Fénix.
Finalmente, sería ridículo ser mas realista que el rey, es decir volver a repetir el error que
consistió en adoptar una regla automática de política económica – la Caja de conversión- en
una época marcada por la imprevisibilidad de los movimientos de capital, evoluciones
sorprendentes de los precios de materias primas y variaciones rápidas de las tasas de cambio y
de interés. Volver a encontrar márgenes de libertad para conducir la política económica es
entonces esencial, lo que supone primeramente, poder cuestionar la deseabilidad y la
posibilidad de mantener una movilidad completa del capital financiero, y luego adoptar un
régimen de cambio que permita ajustes periódicos en función de la situación y de la
competitividad de la economía nacional.
Como la crisis que estalla en diciembre de 2001 había sido precedida por tres años de
recesión, no es para nada sorprendente que el repudio de la deuda y la devaluación del peso
hayan dado nacimiento a una rápida recuperación, sin volver a una fuerte inflación, porque
las capacidades de producción estaban subutilizadas y las necesidades eran urgentes (cf.
Keifman). Sin embargo, la mayoría de los problemas permanecen y requieren medidas que
implican la transformación de las instituciones y las modalidades de la política económica.
45
En primer lugar Argentina se beneficia con los precios elevados de la pequeña cantidad de
productos agrícolas que exporta, pues la recuperación del crecimiento de los Estados Unidos,
parcialmente de Europa y el persistente dinamismo de China, arrastran un fuerte incremento
en los precios, no solamente del petróleo, sino también de los recursos naturales y productos
agrícolas.
La aparición de un excedente fiscal no implica necesariamente que la restricción
presupuestaria haya sido superada de manera durable, pues no se pueden prolongar
idénticamente los ritmos de crecimiento observados en 2003 y 2004, sabiendo que en estos
momentos, la negociación del pago de la deuda a los bonistas, tanto nacionales como
extranjeros, todavía no ha desembocado en un compromiso que permita a Argentina tener,
nuevamente, acceso al crédito internacional.
La política de ingresos que sostiene el salario y proporciona subsidios a los más pobres
alimenta la demanda de bienes de consumo esenciales, y habida cuenta de que la tasa de
cambio es favorable, induce un proceso de sustitución de importaciones que contribuye a
fortalecer las capacidades de producción de esos sectores. Sin embargo, el volumen de
consumo no ha recuperado el nivel observado a mediados de los noventa, el desempleo
permanece elevado y no se reduce sino muy lentamente, mientras que el trabajo informal y el
no registrado (en negro) ocupan todavía un lugar considerable.
Para que los ritmos de crecimiento actuales se mantengan, sería necesario un vigoroso
esfuerzo de inversión, lo que supone una vuelta de la confianza y una reconfiguración del
sistema financiero, que pueda financiar la actividad económica, pero también el acceso al
consumo. A más largo plazo todavía, el financiamiento del sistema de innovación argentino
se ha debilitado en el curso de la última década, pues los gastos de investigación y desarrollo
no representan más del 0,45% del PBI aproximadamente y es el presupuesto público el que
asume la mayor parte del gasto, ya que las multinacionales no participan en el mejoramiento
del potencial de innovación del territorio argentino, mientras las PYME dinámicas no tienen
sino débiles medios para mejorar su posición competitiva.
En materia social, no es fácil anticipar cuál será el apoyo que tendrá el gobierno en los
años venideros. Los movimientos sociales que agrupan a desocupados fuertemente
politizados y muy reivindicativos continúan ejerciendo una presión sobre el gobierno.
Implícitamente al menos, un pacto social corporatista que implique los sindicatos, los
empresarios argentinos y el gobierno figura en la agenda sin que se vean todavía los atisbos
de tal compromiso.
Sería entonces peligroso ceder a un golpe de optimismo e imaginar que la prolongación
durante varios años de la recuperación económica actual será suficiente para superar las
debilidades con las cuales se enfrenta periódicamente la Argentina: dificultad de inserción
internacional, fragilidad de los compromisos políticos, debilidad de la administración pública,
ausencia de estrategias de largo plazo. Esto constituye una invitación a reflexionar sobre los
modos de desarrollo que se podrían generar en el curso de los próximos años.
sería sin embargo un lamentable error, pues la configuración actual de la economía argentina
no permite la emergencia de un círculo virtuoso de crecimiento alimentado por la dinámica
de las cotizaciones bursátiles. En primer lugar, el sistema financiero no ha sido todavía
totalmente reformado y reorganizado como para favorecer una intermediación financiera
doméstica. En segundo lugar, la pauperización de la población torna ilusoria la idea de un
capitalismo patrimonial en el cual el valor del portafolio bursátil y la amplitud de la
capitalización de los aportes jubilatorios se convertieran en factores clave del consumo.
Finalmente, es siempre la ganancia y no las perspectivas de la demanda la que condiciona la
decisión de invertir, lo cual hipoteca el establecimiento de un círculo virtuoso.
Una objeción aún más determinante se debe al hecho de que la economía argentina está lejos
de beneficiarse con la autonomía económica, financiera y tecnológica de que gozan los
Estados Unidos, tierra de elección del capitalismo patrimonial. Por lo tanto, no habría que
esperar mucho de un régimen de crecimiento arrastrado por la inversión extranjera directa
pues como se ha señalado con frecuencia en las condiciones típicas de la economía argentina,
los derrames tecnológicos y económicos han sido muy limitados. Solamente el
establecimiento de un nuevo código para las inversiones extranjeras directas permitiría
superar en parte los obstáculos al establecimiento de una acumulación intensiva. Este régimen
no deja de tener relación con un crecimiento arrastrado por las exportaciones, aunque existen
variantes muy diferentes para tal estrategia. Pero Argentina no parece disponer de muchas
ventajes para explorar desde ahora este modo de desarrollo. En efecto, a pesar de la
brutalidad de la apertura internacional producida en la década de los noventa, el sector
exportador sigue teniendo un tamaño reducido, los productos agrícolas o de la industria
agroalimentaria continúan representando cerca de los dos tercios de las exportaciones, y los
exportadores argentinos son tomadores de precios. Podría ser interesante reexaminar la
estrategia seguida por Chile a partir de los años ochenta, porque es a partir de una base
primaria exportadora que se operó cierta integración vertical y la conquista de posiciones
dominantes para ciertos productos clave, gracias al equilibrio de las relaciones exteriores
entre las tres zonas de la triada.
En esas condiciones y habida cuenta del camino seguido por la economía argentina desde
2001, es sin duda el modelo de sustitución de importaciones el que parece ser más posible,
incluso si por el momento es el resultado de una estrategia más defensiva que ofensiva. El
proceso puede demostrar que es eficaz para ciertos sectores que producen bienes de consumo
corrientes, pero es sin dudas más problemático para los bienes de consumo durable y más aún
para los bienes de producción, aunque más no sea porque son raras las empresas que en ese
sector se han revelado como competitivas, luego del largo período de sobrevaluación asociada
a la Caja de conversión. A esto se agrega que se puede anticipar una revaluación del peso, que
introduciría un freno en la sustitución de importaciones. Finalmente, hay que recordar que a
lo largo de la historia económica argentina, todos los regímenes se han enfrentado a la
inelasticidad de las exportaciones, fenómeno que continúa observándose actualmente. Se
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hubiera podido esperar un crecimiento mucho más espectacular de las exportaciones a partir
de 2002.
También habría que discutir la pertinencia del establecimiento, a término, de un régimen de
crecimiento intensivo basado en el consumo masivo. Este sería a priori una excelente
solución para conciliar la reducción de las desigualdades, la vuelta a un mejor empleo y la
movilización de la productividad de los productores domésticos. En cierto sentido, las
medidas sociales de apoyo al ingreso de los más pobres constituyen un punto de partida para
este modelo. Todo el problema es sin embargo el de su persistencia, más allá del período de
recuperación coyuntural. Los incrementos de productividad observados se deben
aparentemente más a la existencia de un ciclo de productividad –las empresas tardan antes de
contratar más personal hasta asegurarse que la recuperación es durable- que al pleno
desarrollo de un nuevo régimen de productividad las inversiones productivas, la formación
del capital humano y los esfuerzos de investigación y desarrollo continúan siendo modestos.
Mas aún, se ha señalado recientemente que la dominación de una regulación competitiva era
un obstáculo al establecimiento de una acumulación intensiva. Solo la negociación de nuevos
compromisos institucionalizados con respecto a la formación del ingreso salarial, podría
permitir eventualmente el establecimiento de tal régimen.
Finalmente, trabajos recientes ponen de relieve que las tecnologías de la información no
serían sino el signo precursor de una economía del conocimiento, que anunciaría la
emergencia de un modelo antropogenético. Esa hipótesis encuentra su origen en la
constatación de un crecimiento quasi secular de los gastos en concepto de salud, educación,
recreación; en resumen de todos los gastos que contribuyen a la producción del hombre por el
hombre, para revertir una fórmula que se atribuye a Karl Marx y que transpone a su vez una
propuesta por Piero Sraffa relativa a la producción de mercancías por las mercancías. Por un
lado, tal modelo está en el corazón de la solución de los problemas relacionados con la
pauperización que ha arrastrado el modo de regulación competitivo de los años noventa. Un
crecimiento debido al acceso a la educación, a la salud, a la vivienda, o incluso en ciertos
casos al consumo básico, tendría sólo efectos favorables en el largo plazo, para la cohesión
social y el potencial del crecimiento. Pero, por otro lado, la persistencia del desempleo, del
subempleo, de la precariedad y de la debilidad de los recursos presupuestarios susceptibles de
ser movilizados por el equivalente de un New Deal argentino, constituyen sendas barreras a la
puesta en práctica, tal programa. En esto se habrán reconocido los rasgos del Plan Fénix.
De hecho, varias de estas estrategias pueden ser implementadas simultáneamente, lo cual
hace particularmente difícil cualquier pronóstico.
Algunos escenarios
En un trabajo anterior (Boyer, 2003) se habían propuesto cinco escenarios. A la luz de ciertos
cambios observados desde diciembre de 2001, su pertinencia y potencialidad deben ser
reevaluadas (cuadro 5)
La ejemplaridad de la Argentina con su política de pedir redefinición de los objetivos y
los métodos del FMI, parecen haber provocado cambios importantes: ¡ningún procónsul
designado por los organismos internacionales vino a gobernar Argentina! De la misma
manera, la idea de declarar a los gobiernos en quiebra ha sido abandonada por los
economistas que habían visto en esto la solución radical para eliminar definitivamente los
fenómenos de riesgo moral.
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Les relaciones entre Argentina y Brasil se han densificado bajo las presidencias de
Duhalde, Kirchner y Lula, y el interés del Mercosur aparece como más evidente ante los ojos
de los políticos que toman decisiones y entre los actores económicos. Sin embargo, así como
Alemania y Francia encontraron dificultades que no podrían ser superadas completamente por
la configuración de la política europea –por ejemplo la reinterpretación o la redefinición del
pacto de estabilidad-, en lo inmediato la crisis argentina y los problemas brasileños solo
podrían ser indirecta y marginalmente afectados, incluso si se adoptaran decisiones más
ambiciosas de integración económica regional. Ciertamente, no es esta una razón para
contemporizar o dudar del interés de tal estrategia, pero los efectos se harían sentir solo en el
largo plazo.
De la misma manera, la pruesta hecha por el presidente Menem en ocasión de las
elecciones presidenciales, con respecto a la dolarización completa del sistema financiero,
parece haber sido completamente dejada de lado, sin duda porque llevaría a agravar la rigidez
y la extraversión del sistema de convertibilidad y por lo tanto, voler probable la repetición de
una crisis del mismo tipo que la que estalló en 2001.
Los otros escenarios pueden ser actualizados y conservan su pertinencia. El punto de partida
común es tomar en cuenta la persistencia del régimen rentístico, ya sea que se apoye en la
explotación de la agricultura o recurriendo a la finanza internacional. Es muy impactante
constatar la reprimarización de la economía argentina, aun cuando la devaluación del peso ha
iniciado la renovación del proceso de industrialización por sustitución de importaciones. Otra
característica esencial es el grado sin precedente de desigualdad y de pobreza en la sociedad
argentina.
El primer escenario: concentración del ingreso y de la riqueza y maldición rentista
Entre la trayectoria venezolana y brasileña
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