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Introduccion

¡Hola! ¡Qué bueno estar juntos otra vez! Caminamos juntos y


nadamos en aguas profundas: 7 días de comunión diaria, Sigue
las huellas, 4 días con Rut… ¡cuánto compartido y vivido!

En esta oportunidad te invito a que caminemos juntos 11 días,


que entremos al palacio para ver y conocer del alma, de la car-
ne, del nuevo espíritu y a nuestro maravilloso Salvador.

Te propongo que separes una hora por día para que transite-
mos juntos diez días para luego entrar en el día “11”, en una
nueva etapa donde Cristo será exaltado en nosotros.

¿Me acompañas? Comencemos…

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Capitulo 1
Mirada panorámica del capítulo 1 de Ester

El capítulo resume el gobierno del rey Asuero. A través del rela-


to, este soberano intenta demostrar su poderío y riqueza rea-
lizando fiestas para todos sus pares durante 180 días. Pero no
solo estuvo festejando y ostentando su poder entre sus pares
este tiempo, sino que, después de ello, organizó una fiesta de
siete días para todo el pueblo donde todos podían beber libre-
mente. Al término de esta celebración, el rey envió llamar a la
reina Vasti para que fuera a su encuentro, pero ella (quien tam-
bién había organizado una fiesta para las mujeres del reino) se
rehusó a ir. Esta ac titud enojó y llenó de ira al monarc a, motivo
por el cual consultó a los dirigentes de la ley qué debía hacer
en ese caso. Uno de ellos le dijo que debía quitarle el reinado a
Vasti y elegir una nueva reina, ya que su conducta contagiaría
a las demás mujeres del país y eso sería un problema para los

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hombres. El rey obedeció esta sugerencia, destituyó a Vasti y


sacó un decreto que consistía en que todos los varones debían
ejercer su autoridad en sus hogares.

Capítulo 1: La reina Vasti desafía a Asuero

 1 Aconteció en los días de Asuero, el Asuero que reinó


desde la India hasta Etiopía sobre ciento veinti-
siete provincias, 2 que en aquellos días, cuando
fue afirmado el rey Asuero sobre el trono de su
reino, el cual estaba en Susa capital del reino,

en el tercer año de su reinado hizo banquete a todos
sus príncipes y cortesanos, teniendo delante de él a los
más poderosos de Persia y de Media, gobernadores y
príncipes de provincias, 4 para mostrar él las riquezas
de la gloria de su reino, el brillo y la magnificencia de su
poder, por muchos días, ciento ochenta días. 5 Y cumpli-
dos estos días, hizo el rey otro banquete por siete días en
el patio del huerto del palacio real a todo el pueblo que
había en Susa capital del reino, desde el mayor hasta el
menor. 6 El pabellón era de blanco, verde y azul, tendido
sobre cuerdas de lino y púrpura en anillos de plata y co-
lumnas de mármol; los reclinatorios de oro y de plata,
sobre losado de pórfido y de mármol, y de alabastro y
de jacinto. 7 Y daban a beber en vasos de oro, y vasos di-
ferentes unos de otros, y mucho vino real, de acuerdo
con la generosidad del rey. 8 Y la bebida era según esta

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ley: Que nadie fuese obligado a beber; porque así lo ha-


bía mandado el rey a todos los mayordomos de su casa,
que se hiciese según la voluntad de cada uno. 9 Asimismo
la reina Vasti hizo banquete para las mujeres, en la casa
real del rey Asuero. 10 El séptimo día, estando el corazón
del rey alegre del vino, mandó a Mehumán, Bizta, Har-
bona, Bigta, Abagta, Zetar y Carcas, siete eunucos que
servían delante del rey Asuero, 11 que trajesen a la reina
Vasti a la presencia del rey con la corona regia, para mos-
trar a los pueblos y a los príncipes su belleza; porque era
hermosa. 12 Mas la reina Vasti no quiso comparecer a la
orden del rey enviada por medio de los eunucos; y el rey
se enojó mucho, y se encendió en ira. 13 Preguntó enton-
ces el rey a los sabios que conocían los tiempos (porque
así acostumbraba el rey con todos los que sabían la ley y
el derecho; 14 y estaban junto a él Carsena, Setar, Adma-
ta, Tarsis, Meres, Marsena y Memucán, siete príncipes de
Persia y de Media que veían la cara del rey, y se sentaban
los primeros del reino); 15 les preguntó qué se había de
hacer con la reina Vasti según la ley, por cuanto no había
cumplido la orden del rey Asuero enviada por medio de
los eunucos. 16 Y dijo Memucán delante del rey y de los
príncipes: No solamente contra el rey ha pecado la reina
Vasti, sino contra todos los príncipes, y contra todos los
pueblos que hay en todas las provincias del rey Asuero.
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Porque este hecho de la reina llegará a oídos de todas

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las mujeres, y ellas tendrán en poca estima a sus mari-


dos, diciendo: El rey Asuero mandó traer delante de sí a
la reina Vasti, y ella no vino. 18 Y entonces dirán esto las
señoras de Persia y de Media que oigan el hecho de la
reina, a todos los príncipes del rey; y habrá mucho me-
nosprecio y enojo. 19 Si parece bien al rey, salga un decre-
to real de vuestra majestad y se escriba entre las leyes
de Persia y de Media, para que no sea quebrantado: Que
Vasti no venga más delante del rey Asuero; y el rey haga
reina a otra que sea mejor que ella. 20 Y el decreto que
dicte el rey será oído en todo su reino, aunque es grande,
y todas las mujeres darán honra a sus maridos, desde el
mayor hasta el menor. 21 Agradó esta palabra a los ojos
del rey y de los príncipes, e hizo el rey conforme al dicho
de Memucán; 22 pues envió cartas a todas las provincias
del rey, a cada provincia conforme a su escritura, y a cada
pueblo conforme a su lenguaje, diciendo que todo hom-
bre afirmase su autoridad en su casa; y que se publicase
esto en la lengua de su pueblo.

Análisis del capítulo 1

En el libro encontraremos varios personajes; sin embargo, lo


que quiero mostrarte es lo que cada uno de estos personajes
simboliza en nuestra vida espiritual.

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a) Bienvenidos al “palacio del yo”


En el primer capítulo encontramos al rey Asuero que represen-
ta la vida del “yo”, es decir, el alma; una vida sin el gobierno de
Cristo. Y, en este capítulo, daremos un paseo por el interior del
palacio. Todo lo que vemos en su accionar es lo que hace el
hombre en su alma cuando no tiene a Cristo. Por eso, cuando
te mencione al rey Asuero sabrás que me refiero al alma, al rey
“yo”.

El rey Asuero= símbolo del yo o del alma.


El palacio del rey= símbolo del interior del alma.

¿Qué sucedió en este capítulo? El rey se dispuso a hacer una


fiesta, y nada más ni nada menos que de seis meses. ¡Eso sí que
era festejar! 180 días de 24 horas bailando, tomando, comien-
do, conversando, admirando… Luego, al terminar esta fiesta,
decide extender el festejo por siete días más, pero, ahora, el
pueblo está invitado a esta fiesta (v. 5). Es decir, en la prime-
ra fiesta, el rey decide mostrarles a los poderosos de la época
su poder, su grandeza, su majestuosidad. El palacio tenía una
dimensión de 270 metros de cada lado. Al oeste se hallaba el
aposento del trono que, según los historiadores, contaba con
100 metros de cada lado con enormes escalinatas, sostenido
por 36 esbeltas columnas. El palacio tenía un pabellón blanco,
uno verde y uno azul. Cada vaso era distinto, de oro, y cada
uno podía consumir sin límites (v.7). En esa época, las personas

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solo podían beber si el rey lo hacía, pero, este rey dio el permiso
para que cada una bebiera cuando quisiera.
Si nos detenemos a observar el capítulo 1, observaremos que
las palabras rey, reinado y Asuero aparecen prácticamente en
cada versículo. Todo este primer capítulo hace referencia a su
majestad, el rey. De la misma manera, muchas veces, así es
nuestra vida. Por eso, miremos internamente qué simboliza
todo esto…
 
b) El interior del palacio del “yo”
¿Te preguntaste por qué el Señor hace este detalle minucioso
de todo lo que sucede en palacio en el primer capítulo? El he-
cho es que todos necesitamos tener una visión “detallada” de
lo que hay en nuestro interior. El alma, aunque sea buena, si-
gue siendo alma o “yo”, y representa nuestra naturaleza caída.
Todo hombre de Dios necesita experimentar una visión cla-
ra del corazón del hombre: “no hay nada bueno en el yo”. El
hombre por sí solo está caído, deshecho, perdido, y el alma
para nada aprovecha. Tu palacio, amigo, es igual al de todos
nosotros. Todos somos “Asuero”. Esta claridad nos revela que
el hombre no le entrega sus pecados a Dios, sino su vida, su
naturaleza pecadora. Algunas personas consideran que el ser
humano tiene una parte buena y otra mala; sin embargo, cuan-
do Dios trabaja en nosotros, visualizamos que no hay nada
bueno en nosotros.

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 Veamos algunas acciones que hizo el rey…

Quiso mostrar las riquezas de su reino.


Invitó a todos los poderosos.
Invitó al pueblo para que cada uno de ellos fuera impactado.
Hizo fiesta y solo fiesta.
Mostró sus distintos vasos de oro.
Pensemos, ¿no es lo que hacemos nosotros a menudo? Sé
sincero… 

Paralelamente a esta fiesta de siete días, la reina Vasti también


festejó. Ella simboliza el espíritu humano; estaba casada con
el rey “yo”.

El rey Asuero= símbolo del yo o del alma.


La reina Vasti= símbolo del espíritu humano muerto.

Cuenta la historia que, luego de meses de fiesta, el rey Asuero


estaba borracho; sin embargo, a pesar de su estado, mandó
llamar a la reina para mostrarles a todos “su belleza”. Pero ella
se rehusó a ir (vv. 11 y 12). Al hacerlo, una gran pelea se generó
en el palacio, lo que representa la división interna que alberga
el hombre. La pelea entre el rey Asuero y su esposa Vasti sim-
boliza la pelea entre el “yo y el alma y el espíritu humano muer-
to. Parecen que están juntos, sin embargo, hay una fractura

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o una división interna. No todo es fiesta, hay vacíos, enojos,


frustraciones…

Y cuando la reina Vasti se negó a querer mostrar su belleza,


¿por qué piensas que habrá sido? Seguramente, no había nin-
guna belleza para mostrar, ya que nuestro mundo interior está
en permanente batalla. Moody dijo: “Si le diese una patada a
mi peor enemigo, no me pondría sentar por varios días”.

La actitud de la reina Vasti despertó el enojo de Asuero y este


pidió consejo a Memucán (v. 16), quien era la persona que
aconsejaba al rey. Este simboliza los pensamientos y las emo-
ciones del alma.

El rey Asuero= símbolo del yo o del alma.


La reina Vasti= símbolo del espíritu humano muerto.
Memucán= símbolo de los pensamientos y
de las emociones que nos aconsejan.

Este hombre le propuso al soberano aplacar esta rebelión; de


lo contrario, ¿qué pasaría en cada hogar del reino? ¿Qué suce-
dería si cada mujer decidía desobedecer a su esposo? Así fue
como eleboraron un edicto que debían cumplir todos. Y lo que
había sido una pelea íntima, interna del palacio, terminó sien-
do una ley para que todas las personas del reino fueran con-
troladas. Debido a esto, la reina fue destituida y cada hombre

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(como decía el edicto) debía afirmar su autoridad en su casa.


De este modo funciona el palacio del “yo”: desea controlar al
otro. Tanto el edicto como la pelea nacieron dentro del her-
moso palacio y en medio de una fiesta. ¡No todo lo que reluce
es oro!

c) Escondites del yo
El yo tiene escondites. Cada uno de nosotros le entrega al Se-
ñor sus pecados, sus miedos, etc., todo aquello que “se ve”, lo
que “nos molesta”, lo que “nos hace daño”; pero, luego, nos
sumergimos en un nivel más profundo en el que el Espíritu
se adentra en los recovecos y en los escondites de nuestro yo
(aquellos que permanecen encapsulados) para darles fin. El
Señor trabaja allí cada día y este proceso puede durar toda la
vida. Podemos elegir ser como Israel, y vagar por el desierto
cuarenta años, o ser como la generación de Josué, y entrar a
tomar la tierra rápidamente. ¿De qué dependerá nuestra res-
puesta? De nuestro nivel de hambre por el Señor.

Cada día un rincón de nuestro yo muere y llegará el momento


en que todos sus escondites ya no existan. Es entonces cuando
el yo (el núcleo) murió.
Esos derrumbamientos de los escondites del yo duelen; son
derrumbamientos de dolor. ¿Por qué estaban escondidos?
Porque son las partes de nuestro yo que no queremos mostrar
y decimos: “Hasta acá, sí; esto, ya no”.

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Analicemos algunos escondites:

a) El orgullo. Recuerdo haber leído sobre Charles Spurgeon


que, cuando alguien con soberbia se le acercó para regis-
trarse en su instituto y lo desafió a que le diera un pasaje
cualquiera para comprobar su erudición, saber y conoci-
miento bíblico, él le dijo: “Usted es muy sabio para esta
humilde escuela”. La soberbia te cerrará las puertas y te
alejará de la gracia de Dios siempre, dado que el orgulloso
cree que le ha aportado algo a Cristo. El humilde es quien
justamente ha reconocido: “Nada de mí, todo de Ti”.
En una ocasión, alguien le preguntó a Corrie ten Boom
cómo se manejaba con los elogios que recibía para no
convertirse en una persona orgullosa. Y ella respondió
que consideraba cada elogio como una hermosa flor de
tallo largo. Luego de sentir su perfume por un instante, la
colocaba junto a las demás flores. Todas las noches, antes
de acostarse, tomaba el hermoso ramo y se lo ofrecía a
Dios diciendo: “Gracias, Señor, por permitir que yo sienta
el perfume de las flores; te pertenecen”.

b) La confianza en nuestra propia fuerza e inteligencia. En


una oportunidad, los hermanos de una iglesia se reunie-
ron para predic ar. Uno de esos días, debajo del parral de la
casa había más de cien personas y aquella noche me invi-
taron a dar mi testimonio. Posteriormente, Gilberto Lear
predicaría el Evangelio. Era la primera vez que yo enfrenta-
ba al público. Gilberto dio un poderoso mensaje y aquella

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noche fue memorable: una veintena de almas aceptaron


al Señor. Veinte años después me encontraba con don Gil-
berto en una provincia del interior y comentábamos acer-
ca de aquella noche. Yo le confesé a don Gilberto que ha-
bía dado mi testimonio temblando. Y él me dijo: “Y ahora,
cuando lo hace, ¿sigue temblando?”.
Dijo Andrew Murray: “El orgullo debe morir en ti o nada del
cielo puede vivir en ti. La humildad es el desplazamiento
del yo por la entronización de Dios. Cuando me someto a
Él, toda mi vida es llena. La humildad es la puerta, la señal
de que la cruz ha operado en ti”.

c) Los aplausos. Muchas personas buscan “el reconoci-


miento y los aplausos de los demás” por lo que hacen.
También, nos decimos a nosotros mismos: “Felicítate, va-
lídate, valórate, cuídate”. Sin embargo, en ocasiones no
percibimos nuestra verdadera motivación. ¿Cómo saber-
lo? Si cuando no nos dan las gracias, cuando no nos felici-
tan o no nos reconocen nos molesta o nos da bronca, algo
tendremos que revisar.
A. B. Simpson, fundador de la Alianza Misionera Cristiana,
expresó: “Mientras pedía consejo a un antiguo y experi-
mentado amigo, fui impactado al recibir esta respuesta:
‘Todo lo que necesitas para obtener la bendición que bus-
cas, y para hacer tu vida poderosa en Dios, es ser anulado’”.

 d) Los títulos. Nuestra tarea no es un título, sino un vivir. Le


preguntaron a T. D. Osborn si él era profeta, evangelista

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o pastor, y respondió: “Luego de ver a los ciegos ver, a los


sordos oír y a los paralíticos caminar, de ver la gloria de
Dios derramarse, no importa cómo te llamen”. La búsque-
da de “nombramientos” o el dolor por ser invisible es otro
escondite del palacio. La humildad no es más que la des-
aparición del yo en la visión de que Dios es todo (Andrew
Murray). Un autor desconocido expresó: “Dios tiene dos
tronos: uno en los más altos cielos; el otro en los corazo-
nes más humildes”. Si crees ser demasiado grande para
realizar voluntariamente cosas pequeñas, posiblemente
eres demasiado pequeño para que te encarguen cosas
grandes.

“A todos los tronos de Dios, se llega bajando las


escaleras” (C. Campbell Morgan).

Cuando estoy sin fuerzas, entonces soy dinamita.

e) Mi voluntad. No existen ni una voluntad ni dos. Solo la


de Él. Dios nunca te dará Su voluntad hasta que tu volun-
tad no muera. Dios nunca te mostrará Su voluntad hasta
que tu voluntad desaparezca de escena. Kathryn Kuhlman
dijo: “Morí mil veces antes de subir a esta plataforma; si
moriste mucho, recibirás mucho”. Siempre me impacta-
ron las palabras de M. Guyon: “Te amo, Señor; pero no con
un amor mío, porque no tengo para darte. Te amo, Señor;
pero todo el amor es tuyo, porque con Tu amor te amo. Soy
nada y me gozo en ser vaciada, perdida y absorbida en Ti”.

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EJERCICIO N.º 1
(Pon un instrumental de adoración)

Te adoramos, Señor… (Adórale contando y hablando de su


belleza).

Espíritu Santo muéstrame qué dejar en la cruz para su muerte.


Mis actitudes de orgullo, la confianza en mis fuerzas, la bús-
queda de aplausos, la confianza en mis títulos, mis deseos y
mis decisiones (a medida que Dios te muestre actitudes de la
carne, llévalas a la cruz).

“Señor, dejo todo en la cruz. Ahora soy libre para amarte. Haré
todo para Tu gloria. Nada de mí, todo de Ti”.

(Adórale).

Amén.

~21~

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