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CAPÍTULO 7

LA ÉPOCA DE LOS PROFETAS


(1 REYES 12—2 REYES 25)

Al comenzar el estudio de la época de los grandes profetas del


Antiguo Testamento sería de ayuda dar una breve cronología. Las
fechas son aproximadas, y otros autores diferirán en sus propias
cronologías de este período. No son las fechas lo más importante
sino los sucesos y las vidas de esos tiempos. Sin embargo, esta
cronología ayudará a enlazar los sucesos y las personas, tanto en
los reinos de Israel y Judá como también en tierras extranjeras.
La siguiente cronología nos llevará hasta la caída de Jerusalén
y la cautividad de Babilonia (ver cuadro pp. 128 y 129).
Cuando comenzamos a estudiar el período de la historia que ha
sido designado como Época de los Profetas es bueno explicar por
qué le damos este nombre. Estamos hablando del período en el cual
los profetas escritores toman parte prominente en los hechos. Por
supuesto, en cierto sentido la época de los profetas comenzó por lo
menos muy atrás en la época de Abraham, quien es el primer hom-
bre que es llamado profeta (Gn 20.7). Pero la época de los grandes
profetas escritores comienza alrededor de los tiempos de Elías y
Eliseo, los cuales, aunque es posible que no hayan escrito nada que
se conserve (a pesar de que no podemos estar seguros de esto),
fueron sin embargo precursores de los profetas escritores que co-
menzaron a profetizar en el siglo noveno, más o menos por la época
de la muerte de Eliseo. Diremos más al respecto luego.

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El reinado de Roboam, hijo de Salomón y último rey del Israel


unido, se relata en 1 Reyes capítulos 12 al 14. Cuando vemos su
necedad nos damos cuenta inmediatamente de que no era un rey
sabio como lo habían sido su padre y su abuelo en sus mejores
años. Rechaza los consejos prudentes, lo que siempre es una señal
de debilidad en un mandatario. Parte de sus fallos estaba en su
deseo de gobernar con mano de hierro, quizá tratando de imitar a
su padre (vv. 10,11).
La rebelión dirigida por Jeroboam era cosa del Señor (v. 15),
como ya lo ha mostrado el capítulo 11. Los únicos remanentes que
le quedan al reino de David son Judá y Benjamín (v. 21). Dios no le
habría de permitir a Roboam ni siquiera ir a la guerra para tratar de
reconquistarlos (v. 24).
Sin embargo, Jeroboam demostró muy pronto que no era mejor
que aquellos de quienes se había separado. Aunque su rebelión
contra Roboam fue del Señor, su otra rebelión posterior, esta vez
contra el Señor, habría de acarrear continuos sufrimientos al reino
norteño de Israel. No confió en el Señor e intentó mantener junto a
sí a las tribus del norte a base de su propia astucia (vv. 26,27).
Ignorando la promesa hecha por Dios de bendecirlo si le obedecía,
desobedeció voluntariamente haciendo otros centros de adoración
distintos a los que estaba en el lugar que Dios había escogido para
que estuviera su Nombre (cf. Dt 12). Le dio al pueblo otros lugares
de adoración que Dios no había escogido. Bet-el y Dan se convir-
tieron en causas de pecado entre los israelitas, como les recorda-
rían los profetas posteriores (v. 30).
Jeroboam no solo estableció lugares ilegítimos para el culto
sino también sacerdotes ilegítimos (v. 31) y fiestas ilegítimas (v.
32). De esta forma, la división de la iglesia del Antiguo Testamento
resultó trágica para todos los envueltos en ella, pero quizá nos haya
dejado algunas lecciones que aprender sobre la división de las igle-
sias cuando el pueblo de Dios no puede seguir caminando unido.

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La época de los profetas

Por tanto, podemos hacer las siguientes observaciones sobre


esta división de la iglesia. Primero, fue el Señor quien trajo la divi-
sión. Lo hizo como juicio contra una iglesia infiel, y en particular,
contra jefes infieles. Lo que buscaba Dios era sencillamente tener
fundamentos mejores para su iglesia. Si comparamos 11.11,31 con
12.15, veremos claramente que esa fue la intención de Dios. Por
tanto, podemos sacar en conclusión que cuando Dios no se com-
place con su iglesia debido a que esta no es capaz de glorificarlo,
puede hacer surgir una división en ella.
Segundo, la causa de la división de la iglesia fue el pecado.
Esto no contradice la primera observación. Dios usa con frecuen-
cia los pecados de los hombres malvados para llevar adelante sus
propósitos, como ya hemos visto en el caso de José y sus herma-
nos, o en el de los que crucificaron a Cristo. 1 Reyes 11.9-11 deja
esto en claro, como lo hacen también otras partes de las Escrituras
(11. 33; 12.8-14).
Tercero, se nos enseña que Dios se preocupó de ambas partes.
No se podía decir que estuviera de un lado o del otro. Estaba a
favor de Judá (11.13,36,39) si quería obedecerle, y estaba a favor
de Israel si le obedecía también (11.37,38; cf. 2 R 17.13). La larga
lista de profetas que Dios envió al norte es testimonio de su preocu-
pación por este reino: Elías, Eliseo, Oseas, Amós, entre otros.
Cuarto, hay que decir que había maldad de ambas partes. Tanto
Jeroboam como Roboam pecaron (12.25,26; 13.33; 14.22; 15.3). Había
pecado en ambos: rebeldía y apartamiento de Dios (14.30; 15.6).
A través de todo esto vemos que, por encima de todo, Dios se
preocupaba por la integridad y la fidelidad a su Palabra. Esto es lo
que buscaba en ambas partes (9.4; 14.8; 15.4,5).
Al final, la parte que parecía estar más en lo justo al principio se
convirtió en el fracaso mayor. Israel no produjo buenos caudillos,
aunque tuvo muchos profetas y creyentes fieles. Judá, que parecía
estar menos justificado al comenzar la división, al final demostró ser

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

más fiel y durante más tiempo, y dio varios reyes buenos, entre los
cuales se encuentran Asa, Josafat, Uzías, Ezequías, y Josías.
En conclusión hemos de decir que el derecho no puede deter-
minarse por conteo sino sobre la base de sí la iglesia permanece fiel
a la Palabra de Dios. Por tanto, en realidad nada quedó establecido
por la división; solo mucho después, cuando una de las partes de-
mostró ser más fiel que la otra.
Los dos capítulos siguientes, 13 y 14, muestran que Dios no
pasaría por alto los pecados de Jeroboam. La notable profecía so-
bre la venida de Josías para destruir el altar construido por aquel se
cumplió exactamente en la forma predicha por el profeta anónimo
(13.1,2; cf. 2 R 23). El trágico fin de este profeta, cuyo nombre
desconocemos, pone énfasis una vez más en la clara lección divina
de que la Palabra de Dios ha de ser tomada en serio siempre por
todos, y de manera especial por aquellos a quienes Él llama para
que sean sus voceros (recuérdese el severo juicio sobre Moisés).
Debido a la infidelidad de Jeroboam, Dios predice su derroca-
miento y caída, como en otra ocasión le había predicho a Jeroboam
la caída del reino de Salomón (14.13,14). El resto del capítulo 14
habla del reinado de Roboam, a quien se presenta como un malva-
do (vv. 22ss). Por este tiempo la gloria de Salomón comienza a
desvanecerse con la llevada a Egipto de sus escudos de oro y sus
tesoros por el poderoso rey Sisac (vv. 25ss).
Quizá el mejor bosquejo de esta época está en el versículo 30.
Había una guerra continua entre las dos divisiones de la iglesia del
Antiguo Testamento en los días de estos dos reyes que habían des-
obedecido al Señor.
Con el capítulo 15 comenzamos a seguir la trayectoria de los
dos reinos, primero de uno, luego del otro, hasta que Israel, el reino
del norte, cae en el 722 antes de Cristo. En los capítulos que van del
15 al final de 1 Reyes, se nos narran los reinados de Abías, Asa, y
Josafat de Judá, y de Nadab, Baasa, Ela, Zimri, Omri, y Acab de

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La época de los profetas

Israel. Este período cubre aproximadamente el centenar de años


que van desde el 950 hasta el 850 antes de Cristo.

I. El período de estabilización (950 a 850 A.C.


aprox.)
Tanto en el norte como en el sur fue este un período de estabi-
lización. Primeramente notamos que en Judá, Abiam, el tercer rey
desobediente sucesivo de Judá, reinó durante un corto período, tres
años (15.2). Dios interviene entonces para salvar a Judá de caer en
la misma senda de deterioración que estaba siguiendo Israel. Este
es el significado de las palabras «Por amor a David, Jehová su Dios
le dio lámpara en Jerusalén» (v. 4). Recordemos que en 1 Samuel
3.3 vimos una frase similar (ver también 2 S 21.17; 1 R 11.36). En
todas estas citas el significado es similar. La luz de Dios era la vida
espiritual del hombre, y Dios nunca la dejó apagar. Antes de que su
pueblo se hundiera sin esperanza en el pecado, Dios siempre inter-
venía. Lo vemos suceder así a través de todas las Escrituras, y a
través de toda la historia de la iglesia cristiana desde la conclusión
de las Escrituras.
En Asa, el hijo de Abiam, vemos un reavivamiento de la fideli-
dad por parte de los reyes de Judá (15.12-13). Gran parte de su
reinado la utilizó en deshacer el mal que habían hecho sus predece-
sores. El escritor del libro de los Reyes solo le echa en cara una
cosa: que no quitó los lugares altos, o lugares populares de culto,
que eran contradictorios con la Ley de Dios (15.14; ver Dt 12, un
altar). La frase «el corazón de Asa fue perfecto para con Jehová»
es una forma de expresar su sincero deseo de caminar por los
caminos del Señor y hacer su voluntad (ver 1 R 8.61). En otras
palabras, Dios lo declara como un verdadero hijo suyo, y el juicio de
Dios es el único que cuenta.
Sin embargo, como David y Salomón, Asa tuvo también su
debilidad. Contratar a Ben-Hadad de Siria para luchar contra el

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

reino del norte era un acto similar al que realizarían más tarde otros
reyes, como Joás (2 R 12.17ss) y Acaz, en los días de Isaías el
profeta (2 R 16.7ss; cf. Is cap. 7). También indicaba una falta de fe
por parte del rey al confiar más en las alianzas humanas que en el
poder protector de Dios.
Con respecto a Israel, encontramos una rápida sucesión de
reyes que nos lleva hasta el período de Omri y Acab. Nadab, hijo
de Jeroboam, no fue mejor que su padre, y así llega rápidamente el
final de la dinastía de Jeroboam, tal como Dios le había advertido a
través de su profeta Ahías (15.29; cf. 14.9-16).
Baasa, el instrumento utilizado para el derrocamiento de la di-
nastía de Jeroboam, demostró no ser mejor (15.34). Por tanto, fue
suscitado Jehú, otro profeta de Dios, para que predijera que la casa
de Baasa sería derrocada también (16.1-3), lo que sucedió durante
el reinado de su hijo Ela a manos de su capitán Zimri (16.8-10). A
su vez, Zimri vivió una semana antes de ser derrocado por Omri
(vv. 17,18).
Israel vio pasar cuatro reyes en rápida sucesión, mientras Judá
disfrutaba de la estabilidad del mandato de Asa. Finalmente logra
dominar Omri y triunfa en su intento de darle a Israel su primer
reino estable desde el momento en que había comenzado (v. 23).
Cuando hablamos de la grandeza de Omri, hablamos en senti-
do político y no en el religioso. Desde el punto de vista de Dios, no
hubo nunca un solo rey bueno en Israel. Todos llevan el mismo
epitafio. Anduvieron todos en los caminos de Jeroboam, quien hizo
pecar a Israel. Sin embargo, en el mundo de la política, Omri tuvo
muchos logros. Primeramente, convirtió a Samaria en la capital, lo
que fue una decisión excelente (v. 24). Samaria estaba en una
magnífica posición para guardar todas las rutas hacia el norte y
hacia el sur, siendo además fácil de defender, por encontrarse ele-
vada por encima de la llanura y con murallas naturales de gran
altura que no podían ser tomadas con facilidad. Tan grande fue su

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La época de los profetas

reputación entre las demás naciones que en los anales asirios Israel
recibe siempre el nombre de «tierra de Omri» a partir de este mo-
mento. Incluso Jehú, quien más tarde derrocaría la casa de Omri,
es conocido en los registros asirios como «el hijo de Omri».
Con la muerte de Omri llegamos al reinado más pervertido de la
historia de Israel, el de Acab (vv. 29,30). Añadió un pecado a otro al
casarse con la malvada Jezabel, una pagana fenicia que adoraba a
Baal. Siguiendo el ejemplo de Salomón, Acab construyó un lugar
para ella en Samaria a fin de que adorara a su dios, algo contrario a
todo lo que Dios había advertido a través de Moisés (Dt 7.1-5).
Es ilustrativo de la gran perversión del pueblo en aquel día el
acto de cierto Hiel de Bet-el, quien despreciaba tanto la Palabra de
Dios, que se atrevió a reconstruir Jericó, en rebelión abierta contra
las palabras de Josué, el siervo de Dios (v. 34; cf. Jos 6.26). De
esta manera vemos cómo en los días de Acaz había una total des-
atención a las cosas de Dios y a su voluntad.
Era tiempo de que Dios interviniera, como lo había hecho antes
cada vez que la maldad del hombre llegaba a cierto punto. Ahora
envía al gran profeta Elías para que se enfrente a Acab y a la
iniquidad de sus dominios.
Los capítulos 17 al 19 hablan sobre la gran confrontación entre
Elías y Acab y la gran lección que Dios enseñó a través de esa
experiencia. No hay ningún aviso de la aparición de Elías. Este
gran hombre aparece súbitamente ante Acab y declara que no vol-
vería a llover más, hasta que él lo dijera (v. 1). Podemos imaginar-
nos cómo deben haberse reído Acab y su corte de este hombre
extraño vestido con ropas raras (ver 2 R 1.8).Y se rieron aun más
cuando habló con la autoridad de un dios. ¿Quién se creía que era?
Pero sucedió que pasaba tiempo y más tiempo y no llovía. Mien-
tras tanto, el Señor cuidaba de Elías, como nos relata el resto del
capítulo.

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Durante su permanencia con la viuda de Sarepta, en Fenicia,


cerca de la casa de Jezabel, Elías demostró ser el profeta y el vocero
de Dios por medio de muchas señales, como lo había hecho Moisés
mucho antes. Una vez más vemos a través de las palabras de esta
viuda, cuando Elías devuelve a la vida a su hijo, que los milagros
bíblicos sucedían principalmente para darles autoridad a los que Dios
había escogido como voceros suyos (v. 24; cf. Éx 4.1-5).
Elías abre la segunda gran época de milagros; la primera había
tenido lugar en los días de Moisés. Vemos numerosas señales mila-
grosas en los días de Elías y de su sucesor Eliseo, las que nos
introducen al segundo gran período de la revelación, el de los profe-
tas escritores que sucederían a Elías y Eliseo.
En el capítulo 18 vemos una vez más una confrontación entre
Elías y Acab. Esta vez Acab es mucho más respetuoso si bien más
hostil hacia Elías. Le llama «el que turbas a Israel» (v. 17). La
respuesta de Elías es la clásica de las gentes de Dios en cualquier
época cuando son acusadas de turbar la iglesia porque defienden la
verdad de Dios y le echan en cara a la iglesia sus pecados. Sus
palabras, «Yo no he turbado a Israel, sino tú y la casa de tu padre,
dejando los mandamientos de Jehová y siguiendo a los baales», van
al centro de todos los problemas de la iglesia de Dios y de los
miembros del pueblo de Dios. La fuente de los problemas será
siempre el que algunos se aparten de la Palabra de Dios.
La contienda del Carmelo dejó al descubierto la falsedad de las
pretensiones de los profetas de Baal y sus sacerdotes. Después que
fracasaron sin poder presentar evidencia alguna de que su dios era
una realidad viviente, Elías se hizo cargo de la situación (vv. 30ss).
Todo lo que hizo Elías tenía por propósito dar gloria a Dios. En
lo que hizo había una lección para Israel: que volviera a los antiguos
fundamentos de su fe y al Dios de los padres; de ahí las doce
piedras por los hijos de Jacob, para recordarles las antiguas bendi-
ciones dadas por Dios a los patriarcas que confiaban en él. Tam-

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La época de los profetas

bién en su oración, Elías trajo a la memoria los días de los patriar-


cas y la época de la fe joven de Israel (v. 36).
Al declarar que todo lo que hacía era de acuerdo con la Pala-
bra de Dios (v. 36), Elías estaba una vez más buscando la gloria de
Dios y no la suya propia. La palabra a la que hace referencia po-
dría haber sido tanto la palabra escrita a través de Moisés, como
algún mandamiento nuevo que Dios le hubiera dado en aquel día.
La teología de Elías era sólida y clara. Sabía que solamente si
los corazones del pueblo eran cambiados creerían (v. 37). Más
adelante, veremos que esto se convierte en el núcleo del mensaje
profético, o sea, que el Señor habría de volver sus corazones a él si
ellos habrían de creer en él. También Cristo dice en forma similar
en el Nuevo Testamento que debemos nacer de nuevo, es decir,
tener corazones que se hayan vuelto a Dios por su propio poder, si
queremos ver el reino de Dios (Jn 3).
Vemos que en una forma similar a la utilizada por Samuel ante-
riormente, Elías llama al pueblo al arrepentimiento y a regresar a la
antigua senda, a los mismos caminos seguros del Señor (cf. 1 S
7.3). Dios correspondió enviando el fuego por el que Elías había
orado, y el pueblo, viendo la evidencia, gritó aceptando a Dios por
encima de Baal (v. 39).
El acto de matar a los profetas de Baal puede parecernos muy
severo, pero debemos recordar que estos falsos profetas eran una
amenaza para todo el pueblo de Dios y su sola presencia en Israel
estaba en contra de las órdenes terminantes de Dios. Dios había
declarado mucho tiempo antes cuál debería ser el castigo adecua-
do para gente así (Dt 13.5).
Podríamos esperar que hubiera en este momento en Israel un
rápido reavivamiento de la fe, pero no fue así. La ira de Jezabel al
enterarse de la derrota sufrida por el culto de Baal hizo que Elías
tuviera que huir de la tierra (19.2ss). ¿Dónde estaban las multitu-
des que tan poco antes habían declarado que el Señor era Dios? Al

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

parecer, su conversión no había sido verdadera. Elías se sentía ahora


solo y decepcionado (v. 10).
Dios había permitido que Elías alcanzara este estado espiritual
en la vida para poderle enseñar a él, y a todos los creyentes que
vinieran después, una lección muy importante. Primero, lo conduce
de vuelta al Sinaí (Horeb) donde había dado las primeras de sus
Palabras a través de su siervo Moisés (v. 8). Después hace que
Elías vea muchos signos externos de poder similares al signo del
fuego que lo consumía todo en el Carmelo (vv. 11ss). Pero se repite
una frase después dc cada uno de esos signos externos de poder:
«Pero Jehová no estaba en el viento [o el terremoto, o el fuego]» .
Entonces, después de estas señales, oímos las palabras «un silbo
apacible y delicado» (v. 12).
¿Qué era lo que Dios le estaba enseñando a Elías? Simplemen-
te que los corazones no se cambian (18.36) por señales poderosas,
sino por la Palabra de Dios que habla a los corazones de los hom-
bres, el silbo apacible y delicado. En forma similar vemos las pala-
bras de Zacarías 4.6: «No con ejército, ni con fuerza, sino con mi
Espíritu, ha dicho Jehová de los ejércitos». Desde ahora oiremos
hablar la Palabra de Dios a través de la gran cantidad de profetas
de Dios que se van sucediendo, todos con su propia frase poderosa:
«Así dice el Señor...» Esta palabra escrita de Dios es la que más
tarde Pedro declarará como «más segura» que todas las señales y
maravillas e incluso que la voz audible de Dios procedente del cielo
(2 P 1.18-21). Esto es también lo que quiere decir Deuteronomio
30.11-14 cuando Dios declara que la Palabra de Dios en nosotros
es el verdadero poder para salvación (cf. Ro 10.6ss).
Por tanto, a partir de ese momento Dios prepara, empezando
con Elías y su sucesor Eliseo, el anuncio de las buenas nuevas a
través de los profetas. Era esto y no las señales poderosas lo que
haría volver los corazones del pueblo a Dios.

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La época de los profetas

El resto del capítulo 19 relata ciertas tareas específicas enco-


mendadas a Elías antes de que fuera arrebatado de la tierra. Debe-
ría ungir a Hazael por rey de Siria, a Jehú por rey de Israel y a
Eliseo para que fuera su sucesor (vv. 15.16).
A pesar de todo lo malvado que era Acab, Dios tuvo misericor-
dia de Israel en sus días y lo libró de las manos de su enemigo, Siria.
Hay algunos profetas anónimos y hombres de Dios comprometidos
en la comunicación entre el Señor y Acab para darle seguridad de
su victoria (20.13,22,28). En el versículo 35 tenemos la primera
mención de «los hijos de los profetas», que son llamados también
en otra parte «la compañía de los profetas» (1 S 10.10), y se supo-
ne que fueran una escuela donde se preparaba a los profetas y se
desarrollaba su conocimiento de Dios y de su Palabra. El término
«hijo» significaría aquí discípulo o alumno.
Acab, en forma similar a Saúl, primer rey de Israel, fue más
indulgente con su enemigo de lo que Dios había permitido (20.34;
cf. 1 S 15.9). Como consecuencia, Acab fue reprendido (v. 42).
El incidente de la viña de Nabot en el capítulo 21 muestra nue-
vamente la maldad de Jezabel y el carácter débil de Acab. Nabot
intentaba obedecer la Palabra de Dios al rechazar lo que el rey
pretendía (cf. Lv 25.23; Nm 36.7). Acab, educado al menos en los
rudimentos de la Palabra de Dios, sabía que Nabot estaba en lo
cierto. Sin embargo, Jezabel, reflejando el concepto fenicio de lo
que es un rey, pensaba de manera diferente, y como veía la realeza
como algo absoluto y no sometido a ninguna autoridad, ni tan si-
quiera a la Ley de Dios, procedió a hacer lo que mucho tiempo
antes había advertido Samuel que harían los reyes de Israel (ver 1
S 8.11-17). Incluso llegó más lejos, y con sus mentiras logró la
muerte de Nabot (v. 13).
En forma similar a como había actuado con David después de
que había pecado contra él, Dios envía una vez más a su profeta
para reprender al rey Acab por su atroz pecado. Solo que esta vez

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

no había otra esperanza que la de un severo castigo (vv. 17ss). El


único acto de honestidad de Acab en todo su reinado fue su apa-
rente penitencia al escuchar estas noticias (v. 27). Fue librado de
ver todas las cosas terribles que Elías había predicho que le suce-
derían a su casa (v. 29), pero en esencia, todo esto quería decir que
moriría muy pronto, lo cual es motivo de muy poco consuelo.
El capítulo final de 1 Reyes contiene la extraña narración de la
poco feliz alianza de Josafat con Acab. El reinado de Josafat no se
presenta hasta la última parte de este capítulo. Comienza en el
versículo 41, aunque la figura de Josafat se presenta al principio del
capítulo. Veamos primeramente el versículo 43. En él se nos dice
que Josafat era como Asa su padre, un rey que quería servir al
Señor. Pero cometió un serio error al hacer las paces con el impío
Acab (v. 44).
Esto selló la extraña alianza entre Acab y Josafat que relata la
primera parte del capítulo 22. El juicio lamentable y erróneo de
Josafat al pensar que no había distinción entre el pueblo de Israel y
el de Judá, descubre un punto ciego muy serio en la vida espiritual
del rey (v. 4). La alianza entre el pueblo de Dios y aquellos que
viven en contra de la voluntad de Dios es algo que es siempre
condenado por las Escrituras. Desde la época de los patriarcas,
cuando Abraham evitó los matrimonios con los cananeos, hasta las
advertencias que hace Pablo a los cristianos de que no se unan en
yugo desigual con los no creyentes (2 Co 6.14), vemos que Dios ha
colocado enemistad entre el creyente y el no creyente (Gn 3.15).
Cada vez que el creyente pasa por alto la distinción que fue esta-
blecida por Dios, compromete su vida y las de los que le siguen.
Cuando Josafat buscó al profeta de Dios para que le diera
palabra sobre la próxima batalla (v. 5), era culpable de haber hecho
aquello acerca de lo cual Cristo advertiría posteriormente, «echar
sus perlas delante de los cerdos» (Mt 7.6). Aquel hombre, Acab,
era un no creyente, y no tenía ningún deseo de saber la voluntad de

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La época de los profetas

Dios. Confiarle a él sus preguntas religiosas o su propia vida era un


total desatino. Primero, Acab intentó persuadirlo trayendo falsos
profetas (v. 6). Después, buscó que Josafat fuera muerto en su
lugar (v. 30). Este acto casi tiene como consecuencia la muerte de
Josafat (v. 32). Así vemos cuán ciertas son las palabras de Jesús
cuando dice que se volverían y nos despedazarían (Mt 7.6). Esto
es, Acab, con el que Josafat intentaba tratar religiosamente, al final
intentó destruirlo para salvarse a sí mismo, quizá esperando así
liberarse de dos enemigos a la vez, de Siria y de Judá.
El hecho de que Acab fuera matado a pesar de sus propios
esfuerzos y la forma especial en que ocurrió su muerte habla de la
soberanía de Dios para controlar todos los sucesos de acuerdo con
sus propósitos, a pesar de todos los esfuerzos humanos en contra.
La Palabra de Dios fue la que prevaleció (v. 38; cf. 21.19).
Al parecer, Josafat aprendió su lección porque más tarde vere-
mos que rechaza aliarse con el hijo de Acab para una empresa
comercial (v. 49).
El principio del reinado de Ocozías en Israel después de su
padre Acab, nos introduce al segundo período de los reyes, del que
se trata en los primeros once capítulos dc 2 Reyes.

II. El período de infidelidad (850-800 A.C.


aprox.; 2 R 1—11)
Los primeros once capítulos del segundo libro de los Reyes
hablan del período trágico que lleva hasta el reinado de Jehú inclu-
sive. Fue Jehú quien exterminó la descendencia de Acab en Israel.
También habla del libertinaje que surge en Judá como consecuen-
cia del matrimonio entre la casa de Acab y la de Joram de Judá, el
hijo de Josafat.
Puesto que los relatos sobre Elías y Eliseo se encuentran en-
tremezclados con este período, resulta fácil perder la continuidad
de los reyes que gobernaron en esos días.

207
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El reinado de Josafat es simultáneo con varios reyes de Israel,


incluyendo Acab, Ocozías, y Joram. Otra confusión de esta época
es que los nombres de los reyes de Judá e Israel eran idénticos,
probablemente como consecuencia de la estrecha relación entre
las dos familias que se habían establecido en los días de Josafat y
Acab, como ya hemos visto. De nuevo vemos el peligro de alianzas
espurias como esta que culminó en un verdadero matrimonio entre
las casas de Israel y de Judá. El hijo de Josafat tomó a la hija de
Acab (y de Jezabel) por esposa e introdujo así la perversión de
Jezabel en la casa de Judá (2 R 8.16-18).
Ocozías, hijo y sucesor de Acab en Israel, no vivió mucho tiem-
po. Solo reinó dos años y continuó la maldad de su padre (1 R 22.15-
53). Su madre Jezabel seguía viva y vomitando el veneno con el que
había manchado a Israel y a Judá. Tan malvado era Ocozías que
cuando se cayó en un accidente y se enfermó, buscó ayuda no de
Dios sino de Baal-zebub, dios de Ecron (2 R 1.2). De manera que,
aunque antes, cuando algún malvado de Israel caía en desgracia
buscaba ayuda en Dios (1 R 21.27-29), el estado espiritual de Israel
había caído tan bajo en este momento que el rey en su dificultad mira
hacia dioses paganos. De ahora en adelante, el nombre de Baal-
zebub se convertiría en sinónimo del mismo Satanás (Mt 10.23).
Dios reprendió duramente a Ocozías y le dijo que nunca se
recobraría de su enfermedad (2 R 1.3,4). El episodio registrado en
los versículos 9-16 es el último que tenemos del siervo de Dios,
Elías, antes de que fuera arrebatado al cielo. En él podemos ver a
la vez la ira de Dios con respecto a los arrogantes y su misericordia
para con los humildes.
Joram, el hijo de Ocozías, sucede a su padre en el trono de
Israel, de manera que en este momento el nombre de los reyes de
Judá e Israel es el mismo (v. 17). Joram el hijo de Josafat fue el que
se casó con la hija de Acab, como ya hemos mencionado. Es de
suponer que el Joram de Judá gobernó conjuntamente por un tiem-

208
La época de los profetas

po con su padre Josafat, ya que en el versículo 17 se nos dice que


el Joram de Israel comenzó a reinar en el segundo año del Joram
de Judá, mientras que en 3.1 se nos dice que había comenzado a
reinar en el año dieciocho de Josafat.
Lo más positivo que se dice del Joram de Israel es que no pecó
como su padre o su madre (v. 2). Durante su reinado Elías fue
arrebatado al cielo y Eliseo se convirtió en su sucesor entre los
profetas. La razón por la que se presta tanta atención al reinado de
Joram de Israel es que Eliseo desarrolla su actividad principalmen-
te en sus días. Ello explica que se le den nueve capítulos a su reina-
do, no obstante que Joram es un rey de Israel de una importancia
relativamente escasa.
El comienzo de la carrera de Eliseo tiene lugar en la época de
la ascensión de Elías, que se registra en 2 Reyes 2. Debe haber
sido algo evidente para todos los profetas que Elías estaba a punto
de ascender. Eliseo trataba cuidadosamente de permanecer a su
lado. Al parecer, los continuos mandatos que le daba Elías de que
se quedara detrás (vv. 2,4,6) tenían por finalidad probar la entrega
de Eliseo a su vocación.
Cuando Elías ascendió al cielo, se unió a un grupo pequeño y
exclusivo que había ascendido al cielo sin morir. Solo Enoc, el hom-
bre de Dios anterior al diluvio lo había hecho además de él. Solo
Jesús lo volvería a hacer, después de su resurrección. Al final de
los tiempos, cuando Cristo regrese, es de suponer que muchos más
se levantarán para encontrarle en el aire sin morir (1 Co 15.51). El
manto de Elías cayó en este momento sobre Eliseo, y este continuó
el ministerio de Elías.
Mucho después Malaquías profetizaría que Elías habría de re-
gresar antes del día del Señor (Mal 4.5). Jesús interpretó este pa-
saje como cumplido en la venida de Juan el Bautista (Mt 11.14).
Además, Elías apareció junto a Moisés con Jesús en el monte de la
transfiguración (Mt 17.3).

209
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

El grito con que Eliseo llama a Elías «carro de Israel y su gente


de a caballo» es un tributo a su grandeza, mayor y más importante
para Israel que todos sus ejércitos (v. 12). Más tarde, Joás, rey de
Israel, rendiría el mismo honor a Eliseo (13.14) .
Se registra una serie de unos quince milagros realizados por
Eliseo durante el largo tiempo que vivió en Israel, habiendo alcan-
zado de hecho la época de los primeros profetas escritores.
El primer milagro fue una copia de otro que acababa de reali-
zar Elías (v. 14; cf. v. 8). El segundo fue la purificación de las aguas
malas (vv. 19ss). El tercero, la destrucción de cuarenta y dos mu-
chachos por medio de dos osos, puede que no haya sido un milagro,
pero ha sido motivo de dificultad para algunos que han querido
acusar a Eliseo de crueldad con los jovencitos (vv. 23-24). Sin em-
bargo, hemos de recordar dos cosas en conexión con este hecho:
primero, que no fue Eliseo sino Dios quien envió los osos; y segun-
do, que sus palabras probablemente reflejaran la burla que hacían
sus padres del siervo de Dios. Una cosa es cierta: nunca habían
sido enseñados a respetar a sus mayores. El no obedecer la Ley de
Dios tiene siempre la muerte como castigo. En el juicio de Dios,
estos niños, sus padres o ambos, merecían el castigo que él les
envió en aquel día.
El cuarto milagro estaba relacionado con la rebelión de Mesa,
rey de Moab (3.4-27) . Tenemos noticias de este rey Mesa proce-
dente de otra fuente, la Piedra Moabita. En esa piedra, descubierta
por los arqueólogos, se halla el relato del propio Mesa con respecto
a su rebelión contra Israel. En el mismo, Mesa hace alarde de que,
con la ayuda de su dios, logró derribar al hijo de Acab. Una vez
más, Josafat se unió con Israel debido a la insistencia de Joram.
Nuevamente, Josafat quiere oír la palabra de un profeta del Señor
(v. 11). Esta vez, el único en aparecer fue Eliseo, quien, dirigido por
Dios, predice cómo los aliados obtendrían victoria sobre Moab. Por
obra de Dios, los moabitas vieron las zanjas llenas de agua como si

210
La época de los profetas

fuera sangre (vv. 22,23). Esto les hizo suponer erróneamente que
los aliados se habían lanzado unos contra otros y se habían destrui-
do mutuamente (v. 23). Este error fatal fue el que terminó con la
rebelión de Moab.
La quinta de las grandes señales fue el aumento milagroso del
aceite de la viuda (4.1ss). La sexta señal fue la promesa de un niño
a una mujer que ya era demasiado vieja para procrear. Esta mujer
era de Sunem (4.8ss). Más tarde esta mujer tuvo un niño, y años
más tarde el niño se enfermó y murió (vv. 17ss). La mujer encontró
a Eliseo en el monte Carmelo y lo llevó consigo a su casa. El sépti-
mo milagro fue la vuelta a la vida del muchacho (v. 35).
Los milagros octavo y noveno están relacionados con la comi-
da. En uno de ellos, Eliseo purifica una comida que había sido enve-
nenada por accidente (v. 41). En el otro realiza algo similar a lo que
hizo Jesús dos veces alimentando a una gran cantidad de personas
con un poco de comida (v 42).
El capítulo 5 habla de un milagro muy interesante relacionado
con la lepra de Naamán. Este, capitán de los ejércitos de Siria, era
enemigo de Israel. Sin embargo, cuando supo que había un profeta
en Israel que podía obrar milagros, fue en su busca.
Cuando Eliseo le dice que vaya a bañarse siete veces en el Jordán,
Naamán se indigna, pensando que había perdido el tiempo. Pero unos
siervos suyos, prudentes, le aconsejan que obedezca, y cuando lo
hace, la lepra lo deja (v. 14). Este fue el milagro número diez.
El suceso convenció a Naamán, quien se convirtió en un creyen-
te manifiesto en el Señor (5.15). Su conversión parece haber sido
auténtica (v. 17ss). Pero el acto engañoso de Giezi, el sirviente de
Eliseo, le acarreó, no las riquezas que deseaba, sino la lepra de Naamán
(v. 27). Este fue el undécimo milagro. El siguiente, el duodécimo,
sucedió cuando hizo flotar una cabeza de hacha de hierro (6.6).
El milagro número trece fue la visión de los ejércitos de Dios que
se le presentó al sirviente de Eliseo (v. 17). El rey de Siria se había

211
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

puesto furioso porque Israel parecía saber siempre lo que estaba


planeando. Cuando se enteró de que era Eliseo el profeta quien le
informaba al rey de Israel todo lo que Siria planeaba (v. 12), trató
de apresarlo. Cuando el ejército vino a llevárselo, todo el ejército
fue herido con ceguera y llevado cautivo a Samaria (vv. 18,19).
El último milagro de la vida de Eliseo fue la súbita derrota sufri-
da por los sirios que estaban asediando Samaria, y la abundancia de
comida que le dejó a Samaria cuando la ciudad estaba a punto de
perecer de hambre (cap. 7). Antes de la ascensión de Elías, Dios le
había dado tres encomiendas: ungir a Hazael como rey de Siria, a
Jehú como rey de Israel, y a Eliseo como sucesor suyo (1 R 19.16).
En lo que le quedaba de tiempo, Elías cumplió con el último de estos
encargos, pero al hacerlo así, ha de haber considerado que Eliseo
sería quien realizaría los otros dos.
En 2 Reyes 8 leemos que Eliseo unge a Hazael para que sea
rey en lugar de Ben-adad. En este capítulo se encuentra también el
matrimonio entre Joram de Judá, hijo de Josafat, y la hija de Acab y
Jezabel (v. 18). Como hicimos notar anteriormente, esto señaló un
nuevo descenso para Judá, y puso en peligro, aun antes de que
estuviera terminado, la descendencia toda de David. Sin embargo,
de nuevo prevalece la misericordia de Dios, y la descendencia es
mantenida por amor a David (v. 19); cf. 1 R 11.36). Dios manifestó
su disgusto con Joram de Judá, permitiendo que esta época fuera
una época de revueltas (v. 20,22). Después de un reinado relativa-
mente corto de ocho años, Joram muere y su hijo Ocozías comien-
za a gobernar. En sus días fue prominente la figura de su madre
Atalía, quien era hija de Acab y nieta de Omri (v.26).
Como era de esperar, Ocozías de Judá se alió con Joram de
Israel, y ambos, por ser parientes, se mantuvieron en estrecho con-
tacto (v. 29).
Ahora comienza a intervenir el Señor. Eliseo se prepara a cum-
plir el tercero de los encargos hechos por Dios a Elías mucho tiem-

212
La época de los profetas

po antes. Envía a uno de los profetas para que unja a Jehú como
rey de Israel. Este había sido escogido por Dios para destruir la
línea de Omri y para erradicar el culto de Baal en Israel (9.8).
Mientras Ocozías se encontraba visitando a Joram de Israel,
Jehú dirigió una revuelta contra el rey. Al final, Jehú mató a Joram
(v. 24) y a Ocozías de Judá (v. 27). Fue entonces Jehú a Jezreel,
donde destruyó a la orgullosa y vana Jezabel (v. 30ss) y después a
todos los hijos y descendientes de Acab (10.11). Incluso mató a
todos los hermanos de Ocozías de Judá, porque ahora él también
era descendiente de la línea de Acab.
Mientras se hallaba ocupado en la destrucción de las casas de
Israel y Judá, Jehú se encontró con Jonadab, hijo de Recab (v. 15).
Mostró respeto por esta distinguida familia de Israel, que será men-
cionada también posteriormente en la profecía de Jeremías (35.6-
19) como una familia modelo de fidelidad.
La exterminación del culto de Baal en Israel fue muy efectiva,
tanto que dicho culto nunca volvió a suscitarse en Israel a pesar de
que continuó en Judá (vv. 18ss). Con Jonadab, Jehú mató a todos
los adoradores de Baal en Israel (v. 28).
Hasta el momento estaba siguiendo la voluntad de Dios en todo
lo que hacía. Sin embargo, es triste decir que Jehú no dio honra a
Dios convirtiendo en maldad sus matanzas en masa en lugar de
realizarlas para agradar al Señor. Por esta razón, Oseas describirá
y condenará más tarde el pecado de Jezreel (cf. 9.30ss y Os 1.4).
El crimen de Jehú no fue matar a toda la casa de Acab sino hacerlo
por provecho personal y no como un servicio a Dios (v. 31).
Estos hechos marcaron en realidad el final de Israel como pue-
blo de Dios. A decir verdad, Oseas declararía que ellos no eran
pueblo de Dios (cf. 2 R 10.32; 0s 1.4,9).
La matanza de tantos miembros de la descendencia de Acab
dejó a su hija que estaba en Jerusalén en una situación interesante.
Ahora era ella la que aparecía como sucesora al trono, e intentó

213
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

destruir a todos sus rivales, los descendientes de David (11.1). Sin


embargo, en la providencia de Dios, uno fue salvado y permaneció
escondido hasta que llegara el momento oportuno.
Un hijo de Ocozías, Joás, de un año de edad, fue escondido en
el templo durante seis años, mientras Atalía pensaba que había te-
nido éxito en asegurarse el trono (11.3). Cuando el sacerdote Joiada,
quien había protegido a Joás, reveló su existencia a Judá, todo el
pueblo estaba al parecer, listo para el cambio (vv. 12,14) .

III. El último período de grandeza de Israel (800


- 750 A.C.; 2 R 12—15.7)
Joás de Judá tuvo un reinado largo y confuso en cuanto se refie-
re a sus capacidades espirituales. Su fidelidad al Señor dependía de
la presencia del sacerdote Joiada, su protector y consejero (12.2). Sí
mostró preocupación por la reparación del templo, probablemente
bajo la influencia de Joiada (vv. 4ss). Fue en general una época de
buena voluntad y confianza mutua mientras Joiada vivió (v. 15).
Sin embargo, una vez más, cuando se sintió amenazado por los
enemigos, el rey recurrió al soborno mundano en lugar de confiar
en el Señor (vv. 17,18). Compró a Hazael de Siria, que era quien lo
amenazaba.
En este momento no se nos dice por qué Joás fue asesinado, pero
en las Crónicas sabremos más sobre sus días de reinado después de
la muerte del sacerdote Joiada. En esos días, su propia esposa se
derrumbó espiritualmente, y él demostró ser malvado y vengativo.
Regresando ahora al reino del norte, leemos sobre el malvado
gobierno de Joacaz, el hijo de Jehú, el exterminador del culto de
Baal en Israel. Jehú se había mostrado infiel al Señor, y su hijo
siguió su perverso camino, resultando así tan malos como la familia
de Acab, que Dios había destruido (13.1ss) .
Como lo había hecho en los días de los jueces, Dios de nuevo
levanta enemigos, esta vez en Siria, que atormentaron a Israel en

214
La época de los profetas

esos días con muchos ataques sorpresivos. Estaban complicados


en estos ataques, Hazael y Ben-adad de Siria, ambos conocidos a
través de documentos históricos seculares de aquella época (v. 3).
Durante el tiempo de la opresión Siria, este hijo de Jehú demos-
tró tener alguna integridad ante el Señor, ya que acudió a él en
busca de ayuda. La situación nos recuerda grandemente el período
de los jueces. Dios oyó su lamento y libró a Israel de sus opresores
(vv. 4-6).
El sucesor de Joacaz de Israel fue su hijo Joás, quien también
fue malvado (v. 11). En esta época Eliseo era ya anciano y se
hallaba cercano a la muerte, pero aún era reverenciado en Israel.
Joás de Israel reconoció su grandeza al llamarle «carro de Israel y
su gente de a caballo», como el mismo Eliseo había llamado en una
ocasión a Elías (v. 14; cf. 2.12). La falta de entusiasmo de Joás con
respecto a la orden final de Eliseo tuvo como consecuencia una
indecisa victoria sobre los sirios. Quizá no era tan admirador de
Eliseo como pretendía serlo.
Hay un último milagro asociado con Eliseo, esta vez después
de su muerte, cuando sus huesos dieron vida a un cadáver que fue
echado dentro de su tumba. Así pudo verse el testimonio continuo
que daba Dios con respecto a la grandeza y autoridad de sus profe-
tas (v. 21).
Nos maravillamos cuando vemos cómo Dios le va manifestan-
do continuamente su gracia a Israel en aquellos días, a pesar de sus
continuos pecados. La longanimidad del Señor está más allá de
toda duda, tal como él mismo le había declarado a Moisés tanto
tiempo antes (v. 23; cf. Éx 34.6).
En Judá reinaba en este momento Amasías, hijo de Joás de
Judá. Parece haber sido un hombre sensible a la voluntad del Señor
y deseoso de obedecer la Ley de Moisés (14.5-6).
Por primera vez desde los días de Asa de Judá y Baasa de
Israel (1 R 15.32) Israel y Judá estuvieron enemistados entre sí, y

215
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

se encontraron en batalla (vv. 8ss). Esto marcó el final de la alianza


que había habido entre ambas naciones desde los días de Josafat y
Acab. El resultado de esta batalla fue la derrota de Judá a manos
de Israel (v. 12). Israel llevó la batalla hasta las puertas mismas de
Jerusalén y saqueó el templo (v. 14).
Amasías había demostrado ser tan poco listo como rey de Judá
que también fue asesinado, y su hijo Azarías (Uzías) comenzó gober-
nar con dieciséis años de edad (v. 21). Así comienza el reinado más
largo que haya tenido lugar en Judá, unos cincuenta años, que llegan
hasta la época en que Isaías el profeta recibe su llamado (Is 6.1) .
Aproximadamente a mediados del reinado de Amazías de Judá,
comenzó a gobernar el último rey poderoso de Israel. Su nombre es
ominoso: Jeroboam. Se le conoce como Jeroboam II de Israel. Su
reinado fue también largo, aunque no tanto como el de Uzías. Go-
bernó sobre Israel unos cuarenta y un años.
El nombre que adoptó es significativo, e indica la actitud rebel-
de que había contra Dios en aquellos días. Escogió tomar el nom-
bre del rey que había sido el primero en hacer pecar a Israel,
Jeroboam I, en los días en que sucedió la división del reino después
de la muerte de Salomón.
Aunque solo se habla de él brevemente en las Escrituras, es de
suponer que tenía aquellas cosas que, ante los ojos de los hombres,
son juzgadas como causas de un reinado de éxito (vv. 25,27,28). De
sus días data la primera mención que tenemos de los profetas escrito-
res cuyos nombres aparecen en las secciones históricas de las Escri-
turas. Ese profeta fue Jonás, hijo de Amitai, de Gat-hefer (v. 25).
El largo reinado de Azarías de Judá, quien era también conoci-
do bajo el nombre de Uzías, y el de Jeroboam II de Israel, marcan
el final del poderío de Israel. Mientras que Jeroboam hizo lo que es
malo a los ojos de Dios, Uzías trató de agradar al Señor (15.3). Así
fue como la gracia especial y continua de Dios hacia Judá lo sostu-
vo por muchos años después de que cayera Israel.

216
La época de los profetas

IV. Los últimos días de Israel (750-722 A.C.; 2 R


15.8—16.41)
Los últimos reyes de Israel gobernaron en rápida sucesión en
medio de conspiraciones, y ante la amenaza aun mayor de destruc-
ción por parte de Asiria. Zacarías el hijo de Jeroboam II, duró solo
seis meses. Fue sucedido por su asesino, Salum. Este duró solo un
mes, y fue asesinado por Manahem, quien reinó diez años (vv. 17ss).
En esos días el poder de Asiria había logrado finalmente entrar
en la tierra de Canaán y tocar a Israel. El gran rey asirio que ame-
nazaba a Israel en aquel momento era Tiglat-Pileser III, conocido
en las Escrituras como Pul (v. 19).
Mientras Uzías seguía gobernando en Judá, Pekaía, hijo de
Manahem, sucedió a su padre, reinando durante dos años, hasta
ser asesinado por Peka, su capitán del ejército en Samaria (v. 25).
Peka logró gobernar a Israel unos veinte años. Comenzó a
reinar aproximadamente en el momento de la muerte de Uzías, en
los días en que Isaías comenzaba a predicar en Judá (v.27). Tiglat-
Pileser comenzó a incrementar sus actividades contra Israel y Siria.
En realidad, llegó a capturar partes del reino de Israel, en su por-
ción norte (v. 29).
En esos días Oseas, el último rey de Israel mató a Peka y gober-
nó durante nueve años, hasta la caída de Samaria en el año 722 A.C.
Pero antes de llegar a este momento, todavía en los días de Peka
y de Rezín, rey de Siria, estos dos se aliaron contra Judá y amenaza-
ron con tomar Jerusalén (v. 37). En este momento era Jotam quien
gobernaba en Judá en lugar de su padre Uzías. Antes de que fuera
levantado el sitio, murió Jotam, y Acaz, uno de los reyes más malva-
dos que tuvo Judá, sucedió en el trono a su padre (16.1-4).
En el capítulo 7 de Isaías se nos dice cómo el profeta se llegó
ante la presencia de Acaz de Judá cuando Siria e Israel lo estaban
amenazando, para asegurarle que Dios no les permitiría tomar Je-
rusalén. Sin embargo, según leemos en 2 Reyes 16.7ss, Acaz, des-

217
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

confiando de Dios, puso su confianza en alianzas humanas y buscó


la ayuda de Asiria contra sus enemigos. De nuevo demostraba su
falta de fidelidad con respecto a Dios.
El mal acto de Acaz llegó a tener éxito, al acarrear la caída de
Damasco en manos de los asirios en el año 732 A.C. (v. 9). Diez
años después caería Samaria, capital de Israel, en el 722 A.C. (17.6).
Pero los asirios no se detendrían allí. En el año 701 estaban a las
puertas de Jerusalén en los días de Ezequías de Judá, como veremos
más tarde. De manera que la conspiración de Acaz trajo como resul-
tado que su propio reino se viera cercano a la destrucción en los días
de su hijo Ezequías. Pero esto está más allá del presente estudio.
Regresando ahora al gobierno del último rey de Israel, Oseas
(2 R 17.1ss), vemos que Salmanasar V, como se le conoce en la
historia secular, puso a Oseas bajo su control, obligándole a pagarle
tributo (v. 3). Cuando Oseas intentó sobornar al rey de Egipto para
que lo ayudara, el rey de Asiria puso sitio a Samaria. Las Escrituras
dicen solamente que el rey de Asiria tomó Samaria en el año nove-
no de Oseas (v. 6). Sabemos por fuentes extrabíblicas que en este
momento la nación asiria estaba gobernada por Sargón II, al que se
le acredita el haber tomado la ciudad en el año 722 antes de Cristo
(v. 6). Siguiendo la norma de conducta asiria, los ciudadanos de
Israel fueron deportados a otras tierras (v. 6) y se trajo gente de
otros lugares para poblar Samaria (v. 24).
Así termina la historia del reino norteño de Israel. Su pueblo
fue dispersado a través de todo el imperio asirio, y se perdió de
vista para siempre.
En este punto el libro de los Reyes hace un resumen del trato
de Dios con el pueblo de Israel a través de un largo período de la
historia. Se enumeran los cargos contra Israel y los pecados que le
acarrearon su caída, pero fundamentalmente se dice que pecó con-
tra el Señor, a pesar de que él estaba cuidando continuamente del
reino y enviándoles un profeta tras otro para llamarlos a regresar a

218
La época de los profetas

él (vv. 7,13). La única respuesta adecuada a la Palabra de Dios, tal


como era entregada por sus profetas era la fe en él. Esto fue lo que
Israel se negó a demostrar (v. 14). Por eso Dios quitó a Israel de
delante de sus ojos no considerándolo ya más como pueblo suyo.
Cuando juzgó a Israel, Dios guardó un remanente, Judá, que
continuó viviendo como nación ante su presencia por otros 136
años antes de tener que ir a la cautividad en Babilonia. Sin embar-
go, Judá fue también desobediente, y solo se salvaría un remanente
de él, como lo habrían de declarar un profeta tras otro.
En la segunda mitad del capítulo 17 se nos da el origen de los
samaritanos de la historia posterior. Aquí vemos que se trajo gente
para poblar Samaria que procedía de diversos lugares, como ya se
señaló arriba (v. 24). Debido a que estos extranjeros no le daban
honra, el Señor los castigó por medio de bestias salvajes (v. 25).
Con el fin de que aprendieran a complacer o apaciguar la ira de los
dioses del lugar, se les dio a los samaritanos un maestro que era un
sacerdote de los israelitas, quien les enseñó a adorar a la manera
de ellos. La amalgama de religiones que resultó de esto está resu-
mida en el versículo 33, donde se dice: «Temían a Jehová, y honra-
ban a sus dioses». Lo incorrecto de la nueva religión que se desa-
rrolló en Samaria y tuvo como final la religión samaritana aparece
con claridad en los versículos finales del capítulo.
Los samaritanos adquieren una significación especial en las
Escrituras durante los días en que los judíos regresan de la cautivi-
dad babilónica, y posteriormente en tiempos de Jesús. Aún hay
samaritanos hoy en día, los cuales adoran en el monte Gerizim y
tienen su propia versión de los escritos de Moisés, aunque recha-
zan el resto de las Escrituras. Aún se les encuentra en Israel, muy
pocos en número, pero identificables. Sin embargo, su religión, una
mezcla del temor del Señor y el servicio a sus propios dioses, tiene
mucho en común con el «mundo religioso» de hoy en día, incluso
entre gentes que asisten a la iglesia.

219
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Veremos de una forma más completa la época que acabamos


de pasar cuando en los próximos capítulos estudiemos a los profe-
tas escritores de Israel.

V. Los últimos días de Judá (725-586 A.C.; 2 R


18.1—25.30)
Volviendo a Judá, ya hemos conocido el malvado reino de Acaz
en el capítulo 16. Este reinó en Jerusalén durante dieciséis años y
fue uno de los peores reyes. Pero su hijo Ezequías, comenzó a
gobernar después de su muerte (18.1). Este, en agudo contraste
con su padre, fue uno de los mejores reyes que tuvo Judá. Era
como su antepasado David (v. 3). Vemos su grandeza en la fe que
tenía en el Señor (v. 5).
Así como el Señor había estado con Moisés, Josué, y David,
estaba ahora con Ezequías (v. 7).
Fue en sus días cuando Salmanasar sitió Samaria y los asirios
la tomaron en el 722, como ya hemos visto (v. 9). Recordaremos
que Acaz, quien no creía en el Señor como lo haría después su hijo,
había empleado primeramente a los asirios para que atacaran Da-
masco y Samaria. Como resultado, los asirios tomaron a Damasco
en el 732 A.C. y a Samaria en el 722, y se hallaban ahora golpean-
do a las puertas de Jerusalén en el año 701 A.C. aproximadamente
(v. 13ss).
Ezequías intentó primeramente utilizar sus propios recursos para
apaciguar a los asirios (vv. 14-16), pero no le sirvió de nada puesto
que los asirios exigían el rendimiento incondicional de Jerusalén y
de su rey Ezequías (vv. 19-35).
El rey de Asiria exigió su rendición a través de su mensajero.
En su largo discurso ante el pueblo de Jerusalén, Rabsaces, el en-
viado de Senaquerib quien era entonces el rey de Asiria, expresó
desprecio, y una visión contradictoria del Dios de Judá. Al principio,
intentó decir que su Dios estaba disgustado con Jerusalén, y por

220
La época de los profetas

ello los estaba castigando por medio de los asirios (vv. 22,25). Sin
embargo, más tarde puso en ridículo a ese mismo Dios, señalando
que no tenía poder para salvar a Jerusalén de las manos de los
asirios (v. 32).
Leemos en los anales asirios de aquellos días que Senaquerib se
jactaba de tener al judío Ezequías encerrado como un pájaro en una
jaula, de modo que la cruel jactancia del rey que aparece en las Escri-
turas está también reflejada en los anales asirios o registros históricos.
En esta situación la fe del buen rey Ezequías fue puesta a dura
prueba. Sus propios recursos habían fallado. En verdad que era
como un pájaro en una jaula, carente de toda ayuda, pero como
tenía fe, se volvió al Señor en esta hora oscura (19.1). Vemos aho-
ra su grandeza, cuando pone toda su fe en el Señor su Dios. Su
valor era similar al de su antepasado David (v. 4; cf. 1 S 17.36).
Ezequías mandó a buscar a Isaías, quien era el profeta de Dios
del momento. Recordemos que Isaías había sido enviado anterior-
mente al padre de Ezequías, Acaz, en una situación similar, para
asegurarle que Jerusalén no caería ante Siria e Israel (16.5,6; cf.
Is.7). Acaz no había creído en el Señor, y en su lugar, había contra-
tado a Asiria para que lo protegiera. Ahora, como resultado de la
infidelidad de Acaz en aquel momento, los asirios estaban amena-
zando también con tomar Jerusalén.
Ezequías, sin embargo, confió en el Señor. Le hizo caso al men-
sajero de Dios, Isaías, quien le aseguró que Jerusalén no caería
ante los asirios (vv. 6,7). Encontramos esto mismo relatado en los
capítulos del 36 al 38 de Isaías.
Los asirios desafiaron una vez más al Dios de Ezequías (vv.
10ss), y una vez más confió este en el Señor y elevó a él una
hermosa oración de fe (vv. 14ss).
De nuevo volvió Isaías con palabras reconfortantes para decir-
le que el Dios soberano triunfaría sobre Asiria, su gran enemigo
(vv. 20ss; cf. Sal 2). El mensaje de Isaías a Ezequías declaraba que

221
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Dios tenía completo dominio de la situación y que se hallaba en


total capacidad de derrotar a todos los enemigos suyos y de Judá
(vv. 23-28).
De nuevo se menciona el remanente (v. 31). Este es uno de
los temas fundamentales de los profetas escritores, y define a los
verdaderos creyentes de Judá, que son los hijos de Dios, y que
serán salvados.
No se nos dice con exactitud qué clase de plaga hirió el campa-
mento de los asirios por voluntad de Dios, pero tuvo efectividad
suficiente para obligarlos a levantar el sitio de Jerusalén (v. 35).
Después de esto la fuerza de los asirios se desvaneció rápidamen-
te, hasta que por fin los babilonios derrotaron a Asiria para conver-
tirse en el poder dominante en el mundo antiguo del Oriente Medio.
El capítulo 20 narra la enfermedad y la proximidad de la muer-
te de Ezequías, así como el acto de debilidad de parte suya cuando
correspondió a las lisonjas de los babilonios que lo visitaban ense-
ñándoles todos sus tesoros (v. 15). Su pecado fue una muestra de
orgullo, una respuesta a los halagos del rey de Babilonia, quien
había enviado hombres para que preguntaran por su salud. Fue un
pecado similar al de Josué y los hombres de Israel al responder a
los hombres de Gabaón (Jos 9.14,15).
Es necesario mencionar otro suceso de los días de Ezequías.
En el versículo 20 se da noticia de un canal construido durante su
gobierno para traer agua a la ciudad. Evidentemente este fue he-
cho para traer agua durante el sitio. Jerusalén no tenía agua dentro
de sus antiguas murallas. Todos los manantiales se hallaban fuera.
Puesto que el sitio ponía a Jerusalén en muy mala situación, Ezequías
emprendió una tremenda hazaña de ingeniería con el fin de traer
agua desde la fuente hasta una piscina o depósito dentro de los
muros de la ciudad, donde pudiera ser alcanzada con seguridad.
El canal o túnel que cavó es visible aun hoy en día. A fines del
siglo diecinueve, unos muchachos que estaban nadando en la pisci-

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La época de los profetas

na de Siloé, encontraron un escrito del tiempo de Ezequías que


relataba cómo había sido cavado el túnel. Hoy en día se puede
caminar a todo lo largo del mismo y ver hasta las marcas de los
zapapicos que fueron usados para cavarlo. Todavía trae agua des-
de la fuente por debajo de la tierra, hasta la piscina que está debajo,
y que se conoce con el nombre de piscina de Siloé.
Después de Ezequías gobernó su hijo Manasés. Este demostró
ser tan malvado como su abuelo Acaz, y no parecerse en nada a su
padre Ezequías (21.2-6). Se lo clasifica en las Escrituras entre los
peores de todos los reyes de Judá (v. 9). En realidad, la maldad de
Manasés trajo como consecuencia la caída final de Jerusalén, aun-
que ello no sucediera en sus días (vv. 11,12). La referencia al cor-
del de Samaria y la plomada de la casa de Acab (v. 13) habla del
juicio recto de Dios en tiempos pasados contra Israel. El versículo
puede compararse con Amós 7.8.
Después de Manasés, su hijo Amón, quien era tan malvado
como él, reinó por dos breves años (vv. 19-22). Como consecuen-
cia de su maldad fue asesinado (v. 23), y su hijo Josías comenzó a
gobernar a Judá a la tierna edad de ocho años.
Josías demostró ser el más fiel de los reyes de Judá, y el último
entre los fieles, y siguió los pasos de su bisabuelo Ezequías. El re-
cuento de todo lo que realizó se recoge en los capítulos 22 y 23.
Primeramente, provocó una limpieza total de la Casa del Señor
(22.3ss). Mientras se estaba limpiando el templo, apareció el Libro
de la Ley, que al parecer había estado perdido por algún tiempo (22.8).
Se ha escrito mucho con respecto a este hallazgo. Los pensa-
dores liberales que tienen poca confianza en las Escrituras sugie-
ren que este escrito no sería la Ley de Moisés sino uno muy poste-
rior. Contemplan el libro del Deuteronomio como si hubiese sido
escrito en aquellos días.
El libro que apareció sí parece haber sido principalmente el
Deuteronomio, pero no hay razón para dudar que era un libro de

223
El plan de Dios en el Antiguo Testamento

Moisés. Las reformas subsiguientes establecidas por Josías pare-


cen haber sido guiadas por el contenido del libro de Deuteronomio.
El Señor se complació en la contrición del corazón del propio
Josías como consecuencia de las palabras de juicios halladas en el
libro (v. 19).
Josías buscó verdaderamente la manera de hacer regresar a
Judá a Dios por medio de una gran reforma en el pueblo (23.1ss).
Incluso fue a Betel, el lugar de culto establecido por Jeroboam
mucho tiempo antes, y lo destruyó, tal como había predicho el pro-
feta anónimo en los días de Jeroboam (23.15-16; cf. 1 R 13.2).
La fiesta de Pascua celebrada en ese momento estuvo acorde
con las reglas de Deuteronomio 16.2-8; 23.21. También desechó
todas las prácticas pecaminosas que había en Judá, siguiendo a
Deuteronomio 18.10-12. Sin embargo, todo lo que él hizo no obró
un cambio real sobre Judá. Parece evidente que aunque Josías hizo
un intento grande y sincero para volver a Judá a los caminos del
Señor, al final fracasó. Jeremías, al comentar estos tiempos, dijo
que el pueblo se volvió a Dios fingidamente y no con todo su cora-
zón (Jer 3.10).
A pesar de las reformas de Josías, el Señor decidió castigar a
Judá (23.26ss). Quizá para ahorrarle los días terribles que habrían
de venir, Josías fue muerto en batalla contra el faraón Necao en
Meguido (23.29).
Después de la muerte de Josías gobernaron brevemente cua-
tro reyes en rápida sucesión antes de la caída final de Jerusalén en
el año 586 antes de Cristo.
El primero de los cuatro fue Joacaz. Era malvado y duró solo
por un corto tiempo antes de ser tomado cautivo y llevado a Egipto
(vv. 31ss). Era hijo de Josías.
El rey de Egipto, después de deponer a Joacaz, puso como rey en su
lugar a su hermano, también hijo de Josías. El nombre de este era Eliaquim,
pero cuando fue hecho rey le fue cambiado por Joacim (v. 34) .

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La época de los profetas

En los días de Joacim, quien también era malvado,


Nabucodonosor de Babilonia llegó y puso sitio a Jerusalén (24.1ss).
Este fue el principio del fin para la ciudad. Los babilonios eran muy
poderosos y su imperio se extendía desde el río Eufrates hasta
Egipto (v. 7). En este tiempo, se llevaron a Babilonia a algunos de
los mejores hijos de Judá (Dn 1.1ss).
Después de la muerte de Joacim, su hijo Joaquín reinó breve-
mente (v. 8). En sus días, Nabucodonosor sitió a Jerusalén y se llevó
a Babilonia a muchos de los mejores de Judá, incluyendo a Joaquín
(vv. 10-16). Lo más probable es que fuera entonces cuando hombres
como Ezequiel fueran deportados a Babilonia, donde posteriormente
servirían al Señor en los días de la cautividad (v. 14; Ez 1.2).
Ahora Jerusalén se hallaba bajo control babilónico, aunque aún
seguía teniendo su propio rey títere. Nabucodonosor hizo rey a
Matanías y le dio el nombre de Sedequías (v. 17).
El reino de Sedequías fue bastante tormentoso, y en una oca-
sión llegó a rebelarse contra Nabucodonosor (25.1ss). En el undé-
cimo año de su reinado, el 586 A.C. la ciudad cayó, y dos de sus
hijos fueron asesinados ante sus ojos, después de lo cual a él le
fueron sacados y fue llevado ciego y cautivo a Babilonia (v. 7). El
final del reino de Judá había llegado. Ahora sería tarea de los profe-
tas del exilio y posteriores el demostrar que esto no significaba el
final del reino de Dios.
En Jeremías se halla un reporte contemporáneo a los últimos
reyes que gobernaron Judá que habla del estado espiritual de aque-
llos días. Lo encontraremos más adelante, cuando estudiemos a
Jeremías con algún detalle.
Nabucodonosor tomó todos los tesoros de Jerusalén y del tem-
plo y se los llevó a Babilonia, donde permanecieron hasta que el
Señor suscitó a Ciro para que derrotara a Babilonia y devolviera
estos objetos a Jerusalén (vv. 9-11). El templo y su mobiliario fue-
ron todos destruidos en este momento.

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El plan de Dios en el Antiguo Testamento

La narración del breve gobierno de Gedalías y su asesinato a


manos de Ismael (vv. 22-26) aparece con más detalle en los capítu-
los 40 a 45 de Jeremías.
Como una señal de su gracia en estos últimos años, Dios incli-
nó al rey de Babilonia a la misericordia para con Joaquín, el cual,
como recordaremos, se rindió a Nabucodonosor y fue llevado cau-
tivo a Babilonia. Al parecer, Ezequiel fue llevado aproximadamente
por la misma fecha (vv. 27-30; cf. Ez 1.1-3).
No he mencionado apenas el recuento paralelo de la historia de
Judá que se encuentra en los libros de las Crónicas, puesto que
estos fueron escritos después del regreso del exilio y obedecieron a
un propósito diferente al de la historia de Judá que se recoge en los
libros de los Reyes. Sin embargo, cuando lleguemos al estudio de
las Crónicas, notaremos que sí contienen información que no se da
en los libros de los Reyes.
Habiendo visto ya la época de los profetas, y usando esto como
fondo histórico, pasaremos ahora a un estudio de cada uno de los
profetas, siguiendo su orden cronológico correcto.

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