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Introducción.
1. LA OPOSICIÓN PACÍFICA
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en sus calles y plazas. Donde sí que hubo un mayor interés por parte de las
clases acomodadas, fue en la contratación de los empréstitos de guerra (en los
que participaron nobles, grandes acaudalados e, incluso, la Casa Real).
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2.3. El desarrollo
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Las medidas tomadas por el Estado para evitar y reprimir las protestas
eran de distinto calado. En primer lugar, se hacía responsables a los propios
reclutas de las violaciones de las leyes que cometían no ellos, sino lo que es
peor, cualquiera de las personas ya señaladas. Pero es que también se
declaraba responsables a los familiares de los prófugos, se demostrase
claramente o no su colaboración con ellos, debiendo entregar al Estado una
cantidad de dinero equivalente a la que suponía la redención del servicio.
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Introducción
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Otro elemento satírico que confirmaba esta guerra tan “cercana”, era la
rapidez y eficacia del servicio postal, que acudía puntual hasta las trincheras
de estas tropas irónicamente encerradas en una especie de exilio contiguo.
Las cartas llegaban puntuales a pesar de la movilidad interna de los soldados
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por aquellos laberintos. La prensa llegaba tan solo con un día de retraso. A
pesar de que las condiciones de la comida podían ser miserables, los soldados
disfrutaban gracias al servicio de correos de comidas exquisitas, que cruzaban
el Canal de la Mancha con relativa facilidad: arenque ahumado en conserva,
ostras, mantequilla, paté, chocolate, vino, pastelillos y tartas. Los productos
llegaban estropeados en muy pocas ocasiones. En otras, los soldados
indicaban a sus mujeres o a sus familiares que escondiesen mediante notas su
verdadero contenido. Hubo empresas que se especializaron en enviar regalos
al frente, como si la guerra no hubiera cambiado las comodidades caseras.
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Otros analistas veían a los dos bandos con la suficiente fuerza como
para continuar indefinidamente en la lucha, concluyendo que ninguno de los
combatientes que se encontraban en las trincheras, verían su final, no por morir
a causa de ella, sino por morir de viejos. Así lo creían los británicos, pero
también los franceses y los alemanes. Nadie veía el fin de la masacre y todos
consideraban que se trataría del suicidio de las naciones europeas.
La idea de una guerra sin fin como condición ineludible del mundo
moderno, parece que comenzó a imaginarse en 1916 en las trincheras. La
Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil griega, la
Guerra de Corea, las Guerras entre árabes e israelíes, la Guerra de Vietnam y
las decenas de conflictos posteriores, parecen haber dado la razón a esta
recurrente pesadilla.
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Introducción
Para unos fue motivo de celebración y para otros –los más, todo hay que
decirlo– sirvió para acentuar los modelos patriarcales que habían sido los
dominantes hasta entonces. La literatura, el teatro, y la prensa difundieron de
forma incesante la constatación de estas supuestas transformaciones, en
ocasiones de forma muy medida, en otras a través de la denuncia del “peligro
desestabilizador” de la institución familiar que, supuestamente, comportaban.
La realidad fue mucho más prosaica. Una vez que los hombres
quedaron “fijados” en las trincheras del frente, las mujeres quedaron solas,
vivieron solas y, solas se hicieron cargo de sí mismas y del conjunto familiar. La
opinión masculina valoró su entrega “patriótica”, pero empezó a criticarse todo
aquello que sonase a emancipación, equiparando el término con traición.
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El año 1914 no solo fue el año en el que se inició la guerra, sino que fue
un año crucial para las mujeres. En julio ya se barruntaba la confrontación entre
los dos bloques. En Francia, los titulares de los periódicos apenas hablan del
asesinato del archiduque heredero de Austria, Francisco-Fernando acaecido el
28 de junio en Sarajevo. En realidad, la prensa se preocupa del proceso de
Henriette Caillaux, uno de los últimos escándalos políticos de la Belle Époque.
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En todos los países, las dirigentes sindicales colaboran codo con codo
con reinas, condesas, o damas de la alta sociedad. Los talleres de ropa blanca
se convertirán en el símbolo de esta “igualación” social y de su actividad
caritativa, que en ocasiones desarrolla trabajos de costura y confección para
aquellas mujeres desocupadas por los que reciben comida y una módica
cantidad de dinero.
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les dice en lenguaje viril y patriótico: “¡¡¡De pie mujeres francesas, niñas, hijas e
hijos de la Patria!!! Sustituid en el campo de trabajo a quienes están en el
campo de batalla. ¡¡¡Preparaos para mostrarles, mañana, la tierra cultivada, las
cosechas recogidas, los campos sembrados!!! En estas horas graves, no hay
tarea pequeña. Todo lo que sirve al país es grande. ¡¡¡En pie!!! ¡¡¡A la acción!!!
¡¡¡Manos a la obra!!! Mañana la gloria será para todo el mundo”. Sin embargo,
las mujeres que sueñan con el servicio militar auxiliar se verán rechazadas.
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británicas. Acentuada por el servicio militar y luego por las medidas dirigistas
del gobierno de Lloyd George elegido a finales de 1916, no se caracteriza tanto
por las medidas sociales que lo acompañan, como por la vasta negociación
entre el gobierno, las Trade Unions y los empresarios, ante el crecimiento
progresivo del trabajo femenino.
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Women’s Army Auxiliary Corps (WAAC) que en noviembre del año siguiente
contaba ya con 40.000 mujeres de las que 8.500 se encontraban fuera de Gran
Bretaña. Su historia fue un tanto “confusa” por la dificultad de los ejércitos y de
los contemporáneos –no solo hombres sino también mujeres–, para imaginar a
la “mujer soldado”.
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Varias autoras han mostrado como los hombres del siglo XIX, para
expresar sus temores e intimidar a sus compañeras, trasladaron al plano
sexual el debate planteado en torno al poder político y social de la mujer
emancipada. Incluso, se les acusó de “perversas uterinas” o se les asimiló a
“lesbianas viriles”. En una palabra, a una mujer-hombre peligrosa y
desvergonzada, perversa congénita de aspecto y psiquismo masculinos. Con la
mujer emancipada se degeneraría su fecundidad y sexualidad. La Guerra, con
la “inversión de roles” que supuso no hizo otra cosa que acentuar esta corriente
de pensamiento.
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TEMA 4. LA OPOSICIOÓ N A LA
GUERRA
Los primeros compases de la Gran Guerra, tras la precipitación de los
distintos gobiernos a la hora de decidirse a entrar en la conflagración,
estuvieron caracterizados por graves turbulencias sociales y económicas. El
conflicto trastocó profundamente el antiguo orden social. La crisis
socioeconómica latente, que previamente al conflicto era muy aguda, explotó
de tal forma que hizo tambalearse principios e instituciones que se creían
fuertemente sólidas. La creciente desesperación de las masas y el
nerviosismo de los gobernantes, fue un caldo de cultivo ideal para que
surgieran distintas formas de expresión que se oponían a la guerra.
1.HUELGAS Y PROTESTAS
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laboral -ya que muchos obreros cambiaban de trabajo para ganar más dinero-
y más de dos millones de “reclutas”, trabajaron en las industrias de la guerra. A
estas medidas de sujeción, se unía una “espada de Damocles” sobre los
obreros: la amenaza de ser enviados al frente por razones disciplinarias.
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mientras que durante la guerra fueron más bien los motivos económicos los
que más huelgas generaron, en un ambiente explosivo al declararse en mitad
del conflicto bélico.
2.RADICALIZACIÓN OBRERA
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Por su parte, las masas estaban cada vez más hartas de la guerra, y
reprocharon a sus gobiernos de manera más o menos vehemente el haberse
metido en un callejón sin salida. En lugares como Rusia, muchos potenciales
soldados mostraron actitudes de resistencia activa. Los altos mandos rusos
reconocían que los obreros jamás entendían ni entenderían la guerra, tan solo
la aceptaban como una fatalidad. Por su parte, muchos intelectuales y
burgueses rusos adinerados, hicieron lo posible para eludir el servicio militar o,
al menos -tras guardar las apariencias-, el servicio en el frente.
4.CONTRADICCIONES SOCIALISTAS
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“¡Proletarios de Europa!
¡Hace más de un año que dura la guerra! Millones de cadáveres cubren el campo de
batalla. Millones de hombres quedarán mutilados para el resto de sus vidas. Europa
se ha convertido en un inmenso matadero de hombres.
Sean quienes sean los responsables inmediatos del desencadenamiento de esta
guerra, una cosa es cierta: la guerra que ha provocado este caos es producto del
imperialismo. Esta guerra ha nacido de la voluntad de las clases capitalistas de cada
nación, de vivir de la explotación del trabajo humano y de las riquezas naturales del
universo, de suerte que las naciones económicamente atrasadas o políticamente
débiles, caigan bajo el yugo de las grandes potencias que, con esta guerra, pretenden
cambiar el mapa del mundo, a sangre y fuego, de acuerdo con sus propios intereses
(…).
Los capitalistas de todos los países, que acuñan con la sangre de los pueblos la
moneda roja de los beneficios de la guerra, afirman que la guerra va a servir para la
defensa de la patria, la democracia y la liberación de los pueblos oprimidos. Mienten.
La verdad es que de hecho entierra, bajo los hogares destruidos, la libertad de sus
propios pueblos y al mismo tiempo la independencia del resto de naciones. Lo que va
a resultar de ello, serán nuevas cadenas y nuevas cargas, y es el proletariado de
todos los países, vencedores o vencidos, quien lo deberá soportar todo (…).
Las instituciones del régimen capitalista que disponían de la suerte de los pueblos, los
gobiernos -monárquicos o republicanos-, la diplomacia secreta, las poderosas
organizaciones patronales, los partidos burgueses, la prensa capitalista y la Iglesia:
sobre todas ellas pesa la responsabilidad de esta guerra nacida de un orden social
que los nutre, que ellos defienden y que solamente sirve a sus intereses.
¡Proletarios! Desde que estalló la guerra habéis puesto todas vuestras fuerzas, todo
vuestro coraje y vuestra capacidad de resistencia, al servicio de las clases capitalistas
para mataros los unos a los otros. Hoy en día hace falta que, manteniéndoos sobre el
terreno irreductible de la lucha de clases, actuéis en beneficio de vuestra propia causa
por los fines sagrados del socialismo, por la emancipación de los pueblos oprimidos y
de las clases esclavizadas (…).
Obreros y obreras, padres y madres, viudas y huérfanos, heridos y mutilados, a todos
vosotros, que padecéis la guerra y por la guerra, nosotros os decimos: por encima de
las fronteras, por encima de los campos de batalla, por encima de los campos y las
ciudades devastadas: proletarios de todos los países, ¡uníos!”.
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los soldados y fueron un obstáculo para la paz en el propio seno de cada país.
Un signo de esta descomposición fueron las deserciones masivas. Donde
más se hicieron notar fue entre las tropas italianas, donde el porcentaje de
campesinos era muy elevado. Durante la guerra, unos 350.000 soldados
italianos, es decir, un 6%, fueron juzgados por “crímenes de guerra”. Y es
que solo en el descalabro de Caporeto, que se saldó con 40.000 bajas entre
muertos y heridos, se rindieron 300.000 hombres y otros 350.000 dejaron las
armas y desaparecieron, algunos directamente a sus casas.
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TEMA 5. EL HAMBRE
La Segunda Guerra Mundial había terminado en el frente occidental en
1945, pero naciones enteras estaban en ruinas y habían muerto más de 55
millones de personas. Por término medio, durante la guerra, cada día murieron
unas 20.000 personas. Mientras la gente llenaba las calles de Londres y Nueva
York, bebiendo champán y gastando dinero a espuertas en cualquier lujo
imaginable, el fin de la guerra en otros países europeos, fue simplemente
aprovechado para volver a disponer de alimentos básicos: agua y pan, así
como para conseguir un techo o algo que se le pareciera. Se podría decir que
el estruendo de la artillería, se vio sustituido por los callados sufrimientos de
millones de personas desplazadas, soldados y desertores que intentaban
volver a casa. En el conjunto de Europa, unos cincuenta millones de personas
fueron expulsadas de sus hogares a causa de la guerra.
1. La Operación Maná
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que provocaban, se combatía con grandes tragos de agua que hacía que la
galleta se hinchase, provocase una perforación estomacal y, con ella, la
muerte. El reportaje hablaba de hombres y mujeres de treinta años que
parecían doblar su edad, con los ojos hundidos y las extremidades hinchadas
espantosamente. Eso sí, mientras tanto, en la misma ciudad, seguía habiendo
restaurantes que proveían, a una clientela bien vestida, de alimentos y bebidas
refinados en grandes cantidades. El caso holandés era duro, máxime al haber
sido sometidos al hambre de forma deliberada, pero este panorama se
extendía por toda Europa. Si las cifras de los Países Bajos abruman, hay que
decir que en la Unión Soviética murieron de hambre millones de personas.
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5. Ayudas condicionadas
Por ello, fue difícil conseguir de muchos congresistas estadounidenses la
creación de la UNRRA, organismo de la ONU para el socorro y la
reconstrucción de las naciones devastadas. También fue difícil otra propuesta:
recortar las raciones de los británicos para alimentar al antiguo enemigo. No
obstante, había que hacer algo.
Los laboristas británicos dejaron claro que no había que actuar por
compasión para con el pueblo alemán. Que la ayuda no era ningún sentimiento
de caridad, sino que el problema era que, cuanto más tiempo se dejase que
Europa se hundiese en el lodazal, más costaría sacarla de él, más tiempo
habría que prolongar la ocupación, y más problemas para la consolidación de
la democracia se podrían ocasionar. En el caso de los norteamericanos, la
creciente rivalidad con la Unión Soviética y el peligro cierto de la expansión del
comunismo, obligaban a ponerse a trabajar cuanto antes. Para los demócratas,
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“los famélicos constituyen un campo fértil para la filosofía del Anticristo”, por lo
que invocaban el peligro del fantasma comunista y, por tanto, una solución.
Así, el general Templer, organizó en la zona británica de Alemania la
llamada “Operación Grano de Cebada”, por la que se liberó a ochocientos mil
prisioneros de guerra alemanes para que salvasen la cosecha. También
tuvieron que reducirse las raciones de pan de los británicos a lo largo de 1946.
Por su parte, los estadounidenses iniciaron el proceso de “ayuda suficiente
para evitar enfermedades y agitaciones”. Los aliados se concienciaron de que
había que mantener el nivel de vida de los alemanes, al menos en cotas
mínimas, para no caer en un nuevo Infierno.
Los políticos que defendían la “paz severa”, deseaban castigar a
Alemania desmantelando su industria, y dejando a sus ciudadanos en cotas
mínimas de subsistencia. Algunos quisieron hacer de Alemania, “un país de
pastores”, que fuese incapaz de volver a provocar una guerra en el futuro. Una
idea similar se quiso aplicar en Japón. Las importaciones debían ceñirse a
cantidades mínimas de alimento, combustible y fármacos.
Por suerte para alemanes y japoneses, quienes administraban a pie de
calle su situación, no hicieron caso de las medidas punitivas o, al menos,
intentaron suavizarlas. Así, el general Clay, en lugar de provocar un caos
mayor destruyendo la economía industrial de Alemania, se propuso ayudarles a
emprender la reconstrucción. Aunque esta forma de proceder parece ser que
chocó con actitudes como la del ministro Morgenthau, cuyo origen judío podía
plantear susceptibilidades, lo que realmente temían los estadounidenses era
que la ira de los alemanes favoreciese la expansión del comunismo. Lo mismo
le ocurría al general McArthur quien, si bien no sentía ninguna inclinación por
ayudar a la recuperación de la industria japonesa, sin embargo estaba
convencido como Clay de que, “el hambre convierte a un pueblo en presa fácil
de cualquier ideología que le ofrezca el alimento que requiere para subsistir”.
6. Actuaciones expeditivas
Por su parte, las autoridades soviéticas de las zonas orientales de
ocupación, en las que no solo había agricultura, sino centros industriales
destacados (Leipzig, Dresde, etc.), no hicieron nada por reconstruir la
economía alemana. Los restos que quedaban de las fábricas, fueron
abandonados al pillaje o directamente enviados a la Unión Soviética. Lo mismo
sucedió con el oro de los bancos y las obras de arte. También se confiscaron
los institutos de investigación, con todo lo que quedaba de sus archivos. Ni
siquiera los “colegas” del partido comunista alemán liberados de las cárceles
nazis o que estaban exiliados en Moscú, pudieron hacer nada por frenar a los
soviéticos.
Lo mismo ocurrió en Manchuria, convertido desde principios de los años
treinta en el estado títere conocido como “Manchukuo”, y que fue el motor
industrial del Imperio del Sol Naciente. La Unión Soviética -a instancia de los
propios Estados Unidos- había declarado la guerra a Japón poco antes de su
final. Tres días después del lanzamiento de la bomba de Hiroshima, las tropas
soviéticas invadieron Manchukuo, saqueando sistemáticamente industrias,
ferrocarriles, excavaciones mineras, etcétera. Fábricas enteras se
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8. Naturaleza humana
Aunque las diferencias en los campos cultural, político e histórico entre
alemanes y japoneses eran evidentes, sus conductas fueron similares en
muchas ocasiones. La degradación tras el fin de la guerra fue evidente. La
economía clandestina, que saca provecho de las privaciones de la gente, y
desmorona la solidaridad social, supuso que cada individuo solo pensase en su
supervivencia y bienestar. Cuando no se tiene nada, tan solo la propia vida,
todo lo que caiga en las manos es bien recibido.
En Alemania se siguió culpando de la violencia y del estraperlo a los
judíos, mientras que en Japón las miradas incriminatorias se dirigían a
coreanos y chinos, tenidos por delincuentes de la peor calaña y que habían
llegado a Japón como mano de obra esclava.
Muchos evacuados de campos de concentración o de sus países, sobre
todo judíos, polacos, ucranianos y yugoslavos, pasaron tras el fin de la guerra
varios años en campos de refugiados, sin instalaciones adecuadas ni mínimas
condiciones de vida. Nada de eso mejoró su “mala prensa”. Los alemanes
vieron con malos ojos incluso a los letones y lituanos, que habían trabajado
para el Reich.
Evidentemente, muchos judíos y el resto de evacuados, debían acudir
también al mercado negro si querían sobrevivir. Sin embargo, los prejuicios les
hacían los únicos culpables de la existencia del estraperlo a ojos de los
alemanes, que pensaban firmemente que eran favorecidos por los aliados. Lo
mismo pensaban los japoneses. Y, aunque realmente, sucedía lo contrario -
muchos estadounidenses y británicos siguieron siendo constatados
antisemitas-, la razón fundamental que llevaba a los perdedores a actuar así,
era negar la evidencia de las barbaridades cometidas. Era más fácil
compadecerse de la propia suerte y buscar otra vez un chivo expiatorio en el
que descargar la propia infamia.
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Durante El verano de 1945, cerca de la ciudad checoslovaca de Budweis, más conocida por
su excelente cerveza, había un campo de concentración en cuya entrada principal había clavado
en un cartel que anunciaba: “ojo por ojo coma diente por diente”. El recinto había pasado a
manos de los checos y estaba repleto de prisioneros alemanes, paisanos en su mayoría. El
comandante, un joven nativo de brutal reputación, los hacía trabajar 12 horas diarias con una
dieta mínima y los despertaba en mitad de la noche para que acudiesen a la plaza destinada al
recuento (o Appelplatz), en donde los guardias checos los obligaban a cantar, gatea, golpearse,
bailar o soportar cualquier otro tormento que les resultará divertido.
El deseo de venganza es tan humano como la necesidad de sexo o de alimento. Pocos han
expresado este hecho de un modo más cabal y despiadado que el autor polaco Tadeusz
Borowski. Después de sufrir arresto en 1943 por publicar sus composiciones poéticas en la
prensa clandestina - la Varsovia de los tiempos de la guerra gozaba de una vida cultural soterrada
muy activa que incluía escuelas, periódicos, teatros y revistas de poesía; y quienes participaban
en ella corrían el riesgo de dar con sus huesos en un campo de concentración o conocer una
muerte más inmediata-, sobrevivió al cautiverio en una prisión de la Gestapo, en Auschwitz y en
Dachau. Cuando salió de este último recinto coma estuvo un tiempo en reclusión parcial, a
fuerte evacuado, en un antiguo barracón de la SS sito en los aledaños de Múnich. De esta sórdida
estancia en el limbo da cuenta en 1 de los relatos breves que escribió sobre la vida y la muerte
en los campos de concentración.
Se trata de “Silencio”. En él, algunos de los evacuados descubren a un antiguo secuaz del
nazismo tratando de escapar por una ventana. Tras apresarlo, comienzan a “forcejear con él con
manos ávidas”. Cuando oyen acercarse a los soldados estadounidenses que administran el
recinto, lo lanzan sobre un jergón y lo ocultan bajo la ropa de cama. El oficial estadounidense,
un joven de buena presencia y uniforme recién planchado les comunica a través del intérprete
que, aunque se hace cargo de cuánto deben de odiar a los alemanes los supervivientes de los
campos de concentración nazis, es esencial mantener el estado de desarrollo. Los culpables van
a recibir su castigo, pero solo tras celebrarse contra ellos un proceso judicial, y “acompañado
por un coro amable de voces apagadas”, sale de la sala a fin de proseguir su ronda por los
barracones. No bien se ha ido, los presentes sacan al alemán de su escondrijo y lo matan a
patadas sobre el suelo del cemento.
Este incidente no era poco habitual en el período que siguió a la liberación- o a la semi
liberación, en el caso de los evacuados -. En otras ocasiones, los aliados, indignados ante la
contemplación de la depravación nazi, se mostraron menos dispuestos aguardar a que se
sustanciará una causa con todas las de la ley. En Dachau, por ejemplo, La tropa estadounidense
se limitó a observar mientras los reclusos linchaban, ahogaban, descuartizaban, estrangulaban
o mataban a golpe de pala a los de la SS, y de hecho, en al menos un caso uno de estos murió
decapitado con una bayoneta prestada por uno de los soldados. En determinadas ocasiones
fueron estos mismos quienes se encargaban de abatir a tiros a los guardias alemanes. En aquel
mismo campo de concentración, un teniente de Estados Unidos ejecutó a más de 300 con su
ametralladora. Su ira era incomprensible toma pues acababa de ver los cadáveres de los
prisioneros que se amontonaban ante el crematorio del recinto.
En Bergen-Belsen, en abril de 1945, Cierta enfermera británica fue testigo de lo que ocurrió
cuando entró al recinto por vez primera un grupo de sanitarias alemanas. Tenían instrucciones
de cuidar de un grupo de supervivientes cuyo estado de salud era desesperada, y al poco de
acceder a una de las salas del hospital, “se les había echado encima una turba de prisioneros de
guerra, entre los que ni siquiera faltaban los agonizantes, ahora arañarlas entre alaridos y
agredirlas con cuchillos y tenedores o con instrumentos tomados de los carros de curas”.
en este caso, los británicos tuvieron que proteger al paisanaje por ser vital su presencia para
la subsistencia de los internos. El de hacer frente al deseo natural de venganza por la cruda ley
del talión fue 1 de los problemas más serios que hubieron de abordar los oficiales aliados, los
funcionarios gubernamentales que regresaban del exilio, los integrantes de los organismos de
socorro y el resto de cuanto se hallaban interesados en restaurar algún sentido del orden o cierta
normalidad en el continente devastado. Sin embargo, eran muchas las veces que, como el
desventurado militar estadounidense de la historia de Borowski, se veían incapaces de evitar
que el caos si hiciera un mayor sobre todo en naciones desgarradas por la guerra civil. También
se dieron muchas ocasiones en las que se optaron por mirar hacia otro lado o participaron de
forma activa con iniciativas mucho más repugnantes que la del soldado que prestó su bayoneta
a los del campo de concentración D Dachau. De hecho, la mayoría de los actos de venganza
organizada no se habría producido de no haber mediado el acicate de las autoridades. Del mismo
modo que no es frecuente que el deseo sexual desemboque directamente en orgía, es raro que
la violencia multitudinaria nazca de decisiones individuales, pues se necesita una cabeza visible
y un mínimo de organización.
Algo así requiere asimismo la elección del momento más propicio. Una de las cosas que más
sorprenden de la posguerra es que no fuese mayor el número de alemanes que atacaron a
compatriotas suyos. Cierta periodista de Berlín, que se contaba entre los pocos germanos que
habían ejercido la resistencia activa frente a los nazis, escribió en el diario que dedicó a aquel
período que el pueblo estaba “deseando castigar”. en los últimos meses del conflicto, un tiempo
de desesperación para muchos alemanes, “hasta el más necio pudo entender con qué
desfachatez lo había engañado en nazismo ... Si hubiesen mediado 3 días entre la caída (y la
conquista aliada), habrían sido varios miles los ciudadanos que, defraudados, humillados y
maltratados por los nazis, habrían hecho caer el peso de su venganza sobre sus enemigos. Cada
1 tenía su propio tirano. “ojo por ojo”, juraban entonce. “¡Cuando todo se desmorone, los
primeros en hablar van a ser los cudhillos largos!” Pero el destino tenía otros planes”.
Hans Graf von Lehndorff Dirigía un hospital de Königsberg, añosa ciudad de prusia oriental
hoy pertenece a Rusia y recibe el nombre de Kaliningrado, cuando se hizo con ella el Ejército
Rojo en abril de 1945. En sus diarios, escritos con gran lucidez y un fuerte sentimiento religioso,
descubre la llegada a los pabellones del edificio de soldados soviéticos, quienes borrachos como
cubas después de asaltar la fábrica de licores adyacente, violaron a cuántas mujeres se
encontraron toma por ancianas o jóvenes que fueran y sin importar que fuesen enfermeras o
pacientes. Algunas de estas últimas tenían heridas tan graves que apenas se hallaban
conscientes. No faltaron entre las víctimas quienes implorasen a los combatientes que las
mataran de un disparo, aunque semejante acto de misericordia raras veces se concedió antes
de forzar varias veces a las desdichadas lo que casi siempre lo hacía superfluo.
Los sentimientos expresados son nobles, y su autor tiene sin duda razón al afirmar que los
seres humanos, sea cual sea su origen, son de sobra capaces, si reciben el permiso necesario
para hacer cuanto les plazca con otros de sus semejantes, es sacar lo peor de sí mismos aún a
propósito. Sin embargo, es frecuente que tales actos los cometan personas que tienen el
convencimiento de tener a Dios – o a cualquier otro sustituto terrenal- de su lado. la venganza
raras veces carece de un entorno: por lo común posee una historia, ya personal, ya colectiva. Si
obviamos a los judíos, los ciudadanos de la Unión Soviética habían sufrido más que otras gentes
la crueldad de los alemanes. Los datos numéricos superan el poder de la imaginación. El número
de soldados soviéticos muertos ascendía a 8 millones, de los cuales a 3.3 los habían condenado
de manera deliberada a morir de hambre, pudrirse en campos de concentración a la intemperie
con el calor de la canícula o los fríos invernales. Entre el paisanaje, las víctimas mortales eran de
16 millones. Solo los chinos, que perdieron a 10 millones de paisanos durante la ocupación
japonesa, podían compararse, aún de lejos, a ellos En este sentido. Sea como fuere, todo esto
son estadísticas y como tales reflejan solo una porción de la realidad. El homicidio y el hambre
iban de la mano de la degradación y la humillación constantes. Para los nazis, los rusos y otros
eslavos no merecían la consideración de seres humanos plenos: no pasaban de ser
Untermenschen (“infrahombres”), Sin más función, por ende, que es la de ejercer de esclavos
de sus señores germanos; que quienes no servían para semejante trabajo ni siquiera merecían
recibir alimento. De hecho, Alemania nazi tenía un proyecto llamado Plan del Hambre, que
consistía en hacer morir de inanición a los pueblos soviéticos a fin de proporcionar más espacio
vital y víveres a su propia gente. De haberse llevado a término, este monstruoso plan económico
habría supuesto el fin de decenas de millones de personas.
Sin embargo, la venganza no era solo una cuestión de rabia o de indisciplina. También
quienes han recibido un trato brutal por parte de sus propios oficiales hacen pagar su
sufrimiento a la población civil. Tal cosa explica la ferocidad desplegada por los soldados
japoneses en China, junto con el desdén racista que profesaban a esta nación. De todos es
conocida la conducta despiadada de los mandos militares, los comisarios políticos y la policía
secreta de la Unión Soviética para con sus soldados; pero además, una vez que el Ejército rojo
obligó a los alemanes a retirarse de su patria, sus combatientes recibieron orden explícita de
hacer el mayor mal posible tan pronto pisarán suelo germano. Las señales de tráfico dispuestas
a lo largo de la frontera anunciaban en ruso: “Soldado, estás en Alemania: véngate de los
Hitlerianos “. Las palabras de propagandistas como Iliá Ehrenburg amartillaban a diario su
cabeza. “Si hoy no has matado al menos a un alemán, no has aprovechado el día…Después de
acabar con uno, acaba con otro: no hay nada que nos divierta más que una montaña de
cadáveres germanos”. El mariscal Gueorgui Zhúkov aseveraba en las instrucciones libradas en
enero de 1945: “Que sufra la tierra de los homicidas: merece una venganza terrible por cuanto
ha hecho”.
Este sentimiento, aun cuando no estuviese agravado por el deseo de venganza, podría
desembocar en agresiones serias. Cuando las fuerzas soviéticas invadieron el noreste de China,
o Manchuria, en el mes de agosto, más de una semana antes de la rendición nipona, sus tropas
se desmandaron en ciudades tan importantes como Harbín, Mukden (Shenyang) o Shinkyo
(Changchún). No tenían motivo alguno para vengarse de la nutrida población civil nipona que
las habitaba, y mucho menos de la China. Japón no había invadido jamás porción alguna de la
Unión Soviética, aunque sí infligió a Rusia una derrota humillante durante la guerra que enfrentó
a ambas naciones en 1905 y 1906 precisamente en tierras manchúes. La única vez que los
japoneses cometieron la imprudencia de atacar la Unión Soviética, en 1939, en la frontera
mongola, salieron escaldados. Y sin embargo, conducta del Ejército rojo en el noroeste de China
fue propia de los conquistadores del siglo XV.
El paisaje nipón se hallaba tan indefenso como la población alemana de la Europa oriental, y
por el mismo motivo: igual que huyeron hacia poniente los más de los hombres de las SS, los
oficiales militares y los altos funcionarios nazis, a los oficiales del Ejército japonés y los altos
cargos el gobierno habían acaparado los últimos trenes con destino a los puertos de los que iban
a zarpar las embarcaciones destinadas a devolverlos a su nación, y habían dejado atrás a la masa
de la población civil para que se las compusiera sin su ayuda.
Los que huyeron hacia el sur, a pie en su mayor parte, por escapar de las tropas soviéticas,
corrieron una suerte mucho más feliz en muchos casos. Los víveres se agotaron, y el tifus hizo
estragos en los cuerpos infestados de piojos. Más de un niño de pecho murió ahogado mientras
los mayores trataban de acallarlos para impedir que alertasen a los soldados soviéticos OA
ciudadanos chinos o coreanos sedientos de venganza. Muchos entregaron a sus hijos a los
campesinos chinos con la esperanza de que al menos ellos subsistiesen. En total perdieron la
vida en tan tormentosa experiencia más de 11.000 colonos nipones de los cuales se suicidó 1/3
aproximado.
Las historias de violencia soviética corrían como la pólvora, y daban origen a medidas
inusitadas destinadas a apaciguar a los soldados del Ejército Rojo. En la ciudad de Andong, sita
en la frontera de Manchuria con corea, la comunidad japonesa decidió instituir un comité de
bienvenida para recibirlos. Se repartieron banderitas rojas entre los chiquillos; se erigió un arco
en la estación de ferrocarril, adornado con más banderas y con frases que expresaban una
Honda amistad para con la Unión Soviética, y los profesores nipones de la ciudad prepararon
efusivos discursos de acogida. Todos esperaron, esperaron y esperaron. Los niños cayeron
dormidos, aferrados aún a sus banderitas cómo que había avanzado ya la noche cuando la
comitiva recibió noticia de que el Ejército rojo había decidido tomar una ruta diferente y aún no
habría de pasar por Andong.
Los escritos japoneses que dan cuenta de aquellos sucesos suelen olvidar el sufrimiento que
conocieron los chinos a manos de las tropas invasoras si bien es cierto que el suyo fue menor.
La riqueza -real o supuesta -y aquellos constituyó un claro incentivo. El testigo citado más arriba
refería: “los soldados soviéticos recorrían la ciudad pavoneándose, como si fuesen los dueños,
con relojes en los dos brazos, cámaras colgadas del cuello y plumas estilográficas dispuestas en
fila en los bolsillos de sus abrigos”. Igual que en Alemania, muchos de ellos desconocían los
arreos de la vida moderna. Así, por ejemplo, cuando los relojes se detenían porque no les habían
dado cuerda, se deshacían de ellos arrojándolos al suelo con furia (y enseguida corrían a
recobrar los pilluelos chinos para venderlos en el mercado negro). Los ventiladores de techo
atemorizaban tanto a algunos soldados, a menudo acababan acribillados por sus balas.
Aún así, el saqueo de bienes del paisanaje por parte de la tropa soviética no habría alcanzado
semejantes cotas de no haber contado los combatientes con el aliento de las autoridades. El
único medio que tenían los soviéticos de justificar todo esto, consistía en tratarlo como un
derecho propio de la guerra del pueblo contra el fascismo, que en la propaganda comunista no
era más que una extensión del régimen capitalista. La depredación formaba parte, del proyecto
revolucionario. En cualquier caso, la humillación, si no es la del embate del pobre contra un
mundo de gentes relativamente ricas, no puede justificar el proceder de los soviéticos en el
noreste de China. El caso de Alemania era harina de otro costal, y aquí la violencia que
desplegaron fue aún peor.
La manera más segura de pagar los vejámenes con vejámenes consiste en forzar a las mujeres
en público, delante de hombres que nada pueden hacer por evitarlo. Se trata de la forma más
antigua de terrorismo que se conoce en la historia de la guerra, y no se limita, a la Unión
soviética. El doctor Hans Graf von Lehndorff tenía razón en este sentido. El ser humano no
siempre emplea las mismas razones para justificar sus actos de salvajismo. La disparidad en lo
tocante a la riqueza creo, junto con el racismo, un círculo vicioso de propaganda hostil mutua
que agudizó en particular la brutalidad puesta en práctica por los soviéticos en Alemania. Los
habitantes de esta recibieron instrucciones de luchar a muerte para no tener que ver a sus
esposas caer presa de los bárbaros “asiáticos” o “mongoles”. Cuanto más empeño ponían en
resistir, con más intensidad deseaban aquellos barbaros desquitarse de atrocidades perpetradas
a una escala mucho mayor que cuanto pudiesen hacer ellos a los alemanes. No obstante,
también aquí estaba vinculada la venganza a la guerra contra el capitalismo, toda vez que la
propaganda soviética no solo presentaba a las germanas como nazis, tan abominables por ello
como sus barones, sino como nazis gordas, mimadas y ricas.
Sí puede ayudar a explicar la violencia desplegada por los combatientes del Ejército rojo en
tierras alemanas, el deseo de superar la humillación y recobrar el orgullo masculino resulta
también útil para entender el espíritu de venganza de hombres que habían sufrido en grado
mucho menor que los soviéticos. Durante la llamada “purga salvaje “se emprendió en Francia
en 1944, cuando aún no había concluido la guerra, murieron unas 6000 personas por
colaboracionistas y traidoras a manos de diversas bandas Armadas vinculadas a la resistencia y
que a menudo poseían filiación comunista. Además se paseó por las calles al doble de mujeres
en cueros, con la cabeza rapada y con cruces gamadas pintadas en varios puntos de su anatomía
para que las abuchearan, escupieran o atormentarán de otras formas. A algunas las encerraron
en prisiones improvisadas en donde las violaron sus carceleros, y más de 2000 sufrieron la
muerte. Aunque a una escala mucho menor, se dieron escenas similares en Bélgica, Países Bajos,
Noruega Y otros países liberados de la ocupación alemana. En ocasiones, las turbas vengadoras
en brearon y emplumaron a la manera tradicional a sus víctimas desnudas.
Los actos de colaboración femenina con el enemigo se produjeron sobre todo en el terreno
sexual. A diferencia de la traición, la suya no era una conducta que estuviese penada en ningún
código legal: sabía calificarla de desconsiderada, egoísta, indecente o afrentosa; pero no
delictiva. En consecuencia, los franceses aprobaron en 1944 una ley nueva destinada a hacer
frente a casos así, y en virtud de la cual se consideraba culpable de indignité nationale Y se
despojaba de sus derechos civiles a quien hubiera socavado la moral nacional mediante
conductas antipatrióticas como la de compartir lecho con el invasor.
Después del mes de mayo de 1945 cayó víctima de la purga, en ocasiones con violencia
extrema, toda clase de personas de 1 y otro sexo. Muchas de ellas habían sido culpables de
traición en tanto que otras debieron su infortunio a una venganza personal y a motivos políticos
-por haberse interpuesto, por ejemplo, en los designios del Partido Comunista-. Sin embargo, la
ira popular tuvo por objetivo principal, de un modo desproporcionado y por demás público, a
las mujeres acusadas de “colaboración horizontal”. También esto puede explicarse, cuando
menos en parte, mediante un sentido común de humillación. La subyugación de Francia por
parte de una fuerza alemana superior se describía a menudo en términos sexuales. El arrollador
Ejército germano, representante de una nación viril y poderosa, había obligado a la Francia débil,
decadente y afeminada a someterse a su voluntad, y la colaboración horizontal, encarnada en
la risueña francesa joven Posada sobre las rodillas del enemigo alemán (boche) Y bebiendo
champán nacional de calidad, constituía el símbolo más doloroso de esta sumisión. Por lo tanto,
fueron las mujeres quienes sufrieron los castigos más deshonrosos.
La población femenina de Francia había obtenido por vez primera el derecho a voto en abril
de 1944, antes de la Liberación Nacional y de la purga salvaje, y las líneas que siguen, extraída
de un texto de febrero de 1945 publicado en el periódico de la resistencia le Patriote de l’Eure,
resultan muy reveladoras acerca de la actitud que se adopta en la época respecto de las mujeres
que habían ido a elegir la compañía equivocada.
Hasta comparar a las casquivanas burlonas que se embelesan con el enemigo y las virtuosas
madres y esposas de combatientes apresados para hacerse a la idea del oprobio (deshonra)que
supone semejante condición, y también del destello de marcado puritanismo que se trasluce.
Las que habían pecado de colaboración horizontal no eran solo antipatrióticas coma sino
también una amenaza para la moral de la familia burguesa. Si a esto añadimos el elemento,
siempre ponzoñoso, que la envidia económica, la indignación de los restos se vuelve de veras
explosiva. La condenación de estas mujeres malvadas no siempre deja claro que se consideraba
más execrable, si la inmoralidad sexual con los beneficios materiales que llevaba aparejados. Si
acostarse con el enemigo ya era malo coma vivir mejor que nadie convertía tal hecho en un
crimen imperdonable. El caso te madame Polge, esposa de un célebre futbolista de Nimes,
ofrece una funesta ilustración de esto último.
Los perseguidores más entusiastas de estas filles de boches no eran, por lo común, personas
que se hubiesen distinguido por sus actos de valor durante la guerra. Tras el advenimiento de la
liberación a los países ocupados, hubo hombres de toda condición que se las ingeniaron para
presentarse como integrantes de los grupos de resistencia y pavonearse de un lado a otro con
brazaletes recién adquiridos y sus fusiles Sten, mientras mataban el rato haciéndose pasar por
héroes y persiguiendo traidores y mujeres malas. La venganza puede servir para encubrir el
sentimiento de culpa que acosa a quien no se ha puesto en pie cuando era peligroso. Este
también parece un fenómeno universal e intemporal. Tal como lo expresó en cierta ocasión el
disidente polaco Adam Michnik, un héroe de verdad, cuando estaba en la purga de antiguos
comunistas 1989, dado que él no tenía nada de lo que avergonzarse, tampoco tenía necesidad
alguna de demostrar que era un paladín de la causa señalando a otros a toro pasado. Esta actitud
humana, siempre infrecuente, tampoco era exactamente común en 1945.
La codicia, los prejuicios y la culpa pueden ayudarnos a entender la forma de venganza más
perversa de cuantas se dieron aquel año: la persecución de los judíos de Polonia. Esta
comunidad añosa había quedado punto menos que aniquilada, pues durante la ocupación nazi
habían muerto 3 millones de sus integrantes fusilados o en la Cámara de gas, los más de ellos
en su propia patria. Una décima parte, sin embargo, había logrado subsistir gracias a la
hopitalidad de gentiles polacos o exiliándose en partes remotas de la Unión soviética. Los
supervivientes que regresaron tambaleantes a los municipios de los que procedían, cargados de
heridas físicas o mentales y tras perder a todos o casi todos sus amigos y familiares, toparon,
con que ya no eran bienvenidos. Y lo que es peor: con frecuencia sufrían amenazas o destierro
después de que otros hubieran ocupado sus hogares. Las sinagogas estaban destruidas; las
posiciones que habían dejado atrás hacía mucho que las habían robado otros -antiguos vecinos
suyos en muchos casos- y no era normal que nadie se mostrará dispuesto a devolverles nada.
Esto ocurrió también en otras partes de Europa, muchos de los judíos que regresaron a
Ámsterdam, Bruselas o París se encontraron con que tampoco tenían allí lugar alguno que
habitar. Sin embargo, en Polonia, Y en particular extramuros de las ciudades principales, este
colectivo corría peligro físico. Se daban casos de familias a las que sacaban a tirones de los
ferrocarriles para despojarlas de cuanto llevaban encima y matarlas allí mismo. Entre el verano
de 1945 y el de 1946 fueron asesinados en Polonia más de 1000 judíos. Ni siquiera dentro de las
ciudades estaban a salvo.
Los polacos habían sufrido también grandes tormentos durante la ocupación de los
alemanes, al considerarlos Untermenschen, como a los soviéticos, los esclavizaron, arrasaron su
capital y asesinaron a más de un millón de gentiles. No puede culparse desde la decisión
germana de construir los campos de exterminio en su suelo que sin embargo, da la impresión
de que querían compensar su padecimiento atacando al único pueblo que había sufrido más
aún.
Suele decirse que la vida de los polacos se basaba en su convencimiento de que los judíos
eran responsables de la opresión comunista. Cuando las tropas soviéticas ocuparon diversas
partes de Polonia, hubo entre aquellos quien pensó que los defenderían de sus paisanos
antisemitas, o de los alemanes, aún más peligrosos; y lo cierto es que el comunismo había tenido
desde antiguo cierto atractivo para los integrantes de las minorías vulnerables en cuanto
antídoto contra el nacionalismo étnico. No obstante, aunque muchos comunistas eran judíos,
los más de los judíos no eran comunistas. En consecuencia, vengarse en ellos por lo que se
designó “judeocomunismo “ resultaba poco acertado, podría decirse que la política no fue, el
principal impulsor de la venganza ya que a los judíos no se les persiguió tras la guerra por ser
comunistas sino por ser judíos. Además, la tradición popular del antisemitismo no los asoció solo
con el bolchevismo, sino también con el capitalismo. Tampoco los comunistas se privaban de
explotar el antisemitismo, motivo por el que los más de los supervivientes judíos de Polonia
acabaron por abandonar el país que los había visto nacer.
Aunque la mayor parte de ellos era pobre, nunca llegó a desterrarse el convencimiento de
que poseían una riqueza superior al resto. Tal cosa tenía cierta relación con el sentimiento de
culpa, y la propaganda comunista aplacaba en ocasiones, de un modo extraño, mediante los
ataques a los capitalistas judíos. No se puede responsabilizar a los polacos del proyecto alemán
de exterminio de dicho colectivo, y sin embargo, es cierto Que muchos de ellos aguardaron con
carros de caballos más allá del perímetro del gueto a la espera de poder recoger los despojos
una vez que los nazis hubiesen acabado con sus habitantes. También los hubo que, como tantos
otros ciudadanos europeos, no mostraron ningún reparo en mudarse a las casas y a los
apartamentos que habían quedado libres después de que se llevaran a sus dueños legítimos
para matarlos.
En los pueblos del noreste aledaños a Bialystok, fueron los propios polacos los que
ocasionaron algunas muertes. En julio de 1941, sí cerró en un Granero a los judíos de Radzilów
para quemarlos vivos mientras sus conciudadanos corrían a llenar sus sacas de botín. “Estaban
enloquecidos: irrumpían en las viviendas, rasgaban los edredones y llenaban con ello el aire de
plumas. Cuando no podían meter nada más en los sacos echaban a correr para sus casas y
volvían con el saco vacío de nuevo”. Una familia, la de los Finkielstejn, consiguió escapar, y tras
regresar pidió al sacerdote que la convirtiera para tener así más porbablilidades de subsistir. La
hija, Chaja, recuerda las conversaciones que oía en su pueblo: “siempre hablaban de los mismo:
de cuánto había saqueado cada uno y de lo ricos que habían sido los judíos”.
No debemos olvidar nunca que hubo otros gentiles polacos que se condujeron de un modo
muy distinto punto esconder a los judíos o ayudarlos a sobrevivir comportaba riesgos colosales,
solo para quien lo hiciera, sino también para los suyos. si en una nación de la Europa occidental
podían acabar en un campo de concentración, En Polonia tal acto podía pagarse con la muerte
en la horca. Hubo judíos de esta última es sobrevivieron gracias a la valentía de conciudadanos
gentiles que adoptaron a sus hijos y ocultaron a familias completas. Es célebre el caso de Leopold
Socha, ladrón de poca monta que tuvo escondidas a varias de ellas durante más de un año en
las alcantarillas de Leópolis (Lwów). vivieron para contarlo más de 20 personas, que se
alimentaban de los mendrugos tienes proporcionada Socha mientras ahuyentaban a las ratas
que poblaban la obscuridad y al menos en una ocasión estuvieron a punto de morir ahogadas
después de que un violento temporal inundará los conductos. Cuando salieron de su refugio,
pálidos, consumidos y cubiertos de excrementos y piojos, nos da superficie se maravillado al ver
que aún quedarán judíos con vida. Meses más tarde, Socha murió en un accidente, atropellado
por un camionero borracho del Ejército soviético. Los vecinos murmuraron que había sido un
castigo divino por ayudar a aquellos.
que las víctimas se suponía que tenían aún objetos que valía la pena robar aún mucho
después de haber muerto. Durante el otoño de 1945, el antiguo campo de exterminio de
Treblinka,cuyas instalaciones habían visto morir a más de 800000 judíos, se hallaba convertido
en una colosal fosa común cenagosa de los campesinos de los alrededores todo Sharon en
excavar en busca de cráneos en los que poder hallar algún diente de oro que hubieran pasado
por alto los nazis. y desde ellos perforaron el lugar con palas o cribaron los montones de cenizas
hasta convertirlo en una vasta extensión de profundos hoyos y huesos quebrados.
Cabe subrayar de nuevo que los polacos no fueron una excepción En este sentido: la codicia
fue el resultado común de una ocupación Bárbara que afectó a un número incontable de
europeos. El historiador Tony Judt ha observado al respecto “la actitud de los nazis ante la vida
use la mala fama que merece pero es probable que sea su tratamiento de la propiedad el legado
práctico más importante que dejaron a la conformación del mundo de posguerra”. las posiciones
que se presentan al alcance de la mano constituyen una provocación a la brutalidad. Lo que
llama la atención en el caso de Polonia es la escala del pillaje: de la guerra surgió una clase nueva
que se apropió que las pertenencias de quienes habían sufrido muerte o destierro. Y el
sentimiento persistente de culpa puede tener consecuencias perversas.
Esto explica mejor que nada la venganza, sangrienta en ocasiones, que sufrieron las
principales víctimas del Reich hitleriano. El saqueo a los judíos formaba parte, en cierto sentido,
de una revolución social más amplia. Esta clase de desquite no se habría producido sin la
connivencia B oportunistas poderosos de la burocracia y la policía polacas. Si bien la persecución
de aquel colectivo no respondía a una estrategia oficial del Gobierno polaco de 1945, dominado
por los comunistas, el aliento de los mandos intermedios bastó en muchos casos para espolearla.
Más comprensible resulta que los polacos quisieran dirigir su venganza contra los alemanes,
esto estuvo encabezado en parte por la lucha de clases. Los segundos habían habitado desde
hacía siglos regiones como Silesia y Prusia oriental, hoy parte de Polonia. Breslaus, Dánzig y Otras
de sus grandes ciudades eran germanas en gran medida y el alemán era la lengua de las minorías
selectas urbanas de doctores banqueros profesores universitarios y gentes de negocios. En 1945
seguían viviendo en las antiguas tierras de Alemania invadidas por las tropas soviéticas más de
4 millones de alemanes. Un número similar había huido hacia el oeste impelido por el terror que
les infundía cuanto se contaba del Ejército rojo. Mucho antes del mes de mayo del citado año
habían quedado claros los planes de expulsión del resto de la población alemana. En 1941, el
general Sikorski, primer ministro exiliado en Londres, había declarado. “La horda alemana, que
lleva siglos penetrando en oriente, tendría que ser destruida y obligada a retroceder un buen
trecho”.
Los dirigentes aliados habían apoyado este proyecto, y lo que es peor: salen había
recomendado a los comunistas polacos “crear las condiciones necesarias para que sean los
propios alemanes quienes prefieran escapar”. Por su parte Churchill había dicho en diciembre
de 1944 a la Cámara de los comunes: “por lo que hemos podido ver no va a haber método más
satisfactorio y duradero que la expulsión”.
mientras pudieron tener contenido al Ejército rojo, los polacos se refrenaron en mayor o
menor grado. Libussa Fritz-Krockow, hija De una familia que terratenientes nobles de
Pomerania, recordaba que, la población se sentía protegida por los mismos soviéticos
“responsables la inmensa mayoría de las violaciones y los saqueos, “su violencia nos resultaba
comprensible, ya optáramos por explicarlo como resultado de la ley del talión, ya como simple
euforia o derecho de conquista. Los polacos, Por su parte, eran meros imitadores: su toma del
poder presentaba un carácter diferente; tenía mucho de frío y de furtivo, casi solapado, que la
hacía parecer mucho más siniestra que la fuerza bruta.
Los de su familia no eran nazis. Christian von Krockow, que escribió las memorias de su
hermana Libussa, era un liberal que entendía a la perfección que su sufrimiento era “el resultado
de nuestra propia locura germana. En la aseveración de ella pueden darse vislumbres de
prejuicio o acritud respecto de lo polaco, y hasta quizá cierto sentido de traición. No se trata de
un sentimiento fuera de lo común. Cierto pastor protestante alemán, Helmut Rich-ter, expresó
algo semejante. Siempre había esperado una conducta correcta de las gentes de Polonia, pues
al cabo, Alemania las había tratado bien en el pasado. Sin embargo, no tardó en reparar en “la
espantosa condición de esos pueblos orientales”. Durante mucho tiempo, se habían estado
conduciendo con propiedad mientras habían sentido “el puño que pendía sobre sus cabezas”;
pero se trocaron en verdaderos bárbaros “cuando tuvieron la ocasión de ejercer su poder sobre
otros”.
Los colonizadores hablan siempre así de los nativos de la región ocupada. Sin embargo, en
este caso se daba una diferencia notable en comparación con las más de las colonias europeas
de África o Asia y es que muchos de los antiguos colonos habían sido también nativos, aunque
de una clase privilegiada.
Sea como fuere, los polacos no querían que los soldados soviéticos pasasen un momento
más del necesario en las tierras conquistadas que habían pasado a ser propiedad de su nación,
y la crueldad que llevaron aparejados los destierros multitudinarios y los traslados demográficos
que decidieron las grandes potencias reunidas en la conferencia de Yalta en febrero de 1945 no
fue fruto exclusivo de la venganza polaca. Se trasladó a más de 2 millones de habitantes de la
llamada Polonia del Congreso, sita en la región oriental de la frontera don la Unión soviética, en
lo que hoy es parte de Ucrania, a silesia y otras partes de las que se había expulsado a casi todos
los alemanes. Aquellos, por lo tanto, tomaron para sí hogares, puestos de trabajo y activos
germanos conforme a un proceso que raras veces resultaba amable.
Huelga decir que las limpiezas étnicas no comenzaron en 1945: ya Hitler había expulsado a
no pocos polacos y asesinado a judíos a fin de liberar espacio para los inmigrantes alemanes en
silesia y otros territorios fronterizos. Sin embargo, las disputas relativas a suelos patrios daban
de fechas muy anteriores. Tal como ocurre con tanta frecuencia en el caso de los desquites
étnicos sangrientos, éste se vio precedido por una guerra civil. Con la derrota de Alemania y el
imperio austro húngaro en 1918 quedó por decidir la suerte de sus posesiones silesias. Una
porción de ellas correspondió a Austria; otra a Checoslovaquia, otra a Polonia y Alemania. La
alta Silesia permaneció en disputa. Aunque la región contaba con un poderoso movimiento de
independencia, apoyado por los polacos y alemanes locales se dieron en 1919 convocar un
plebiscito a fin de determinar si debía asignarse a Polonia o Alemania. Su postura desembocó
en actos graves de violencia. Los alemanes se vieron atacados por grupos de nacionalistas
polacos armados, sobre todo en el área industrial de los alrededores de Kattowitz (hoy
Katowice), a no mucha distancia de Auschwitz. Estas agresiones provocaron represalias aún más
sangrientas por parte de matones desaprensivos del Freikorps, organización paramilitar
ultranacionalista creada a finales del 1918, tras la derrota alemana, que conformó el germen del
futuro movimiento nazi.
“¡Negro , rojo, morado!¡Mata al polaco!” Era uno de sus encantadores lemas. La mayoría
votó a favor del gobierno alemán de la Alta Silesia, y el resultado provocó más violencia. Al final,
acabó por concederse parte de la región a Polonia. Sin embargo, la cuestión aún levantaba
ampollas en 1945, y más aún habida cuenta del trato que habían recibido los polacos durante la
ocupación nazi.
Josef Hoenisch, cuya familia llevaba no pocas generaciones en la Alta Silesia, dio por sentado
que, al no haber pertenecido jamás al Partido nazi, estaría a salvo si permanecía en su hogar en
1945. Se equivocó: la milicia polaca que había ido a sustituir a las tropas soviéticas lo arrestó y
sus inquisidores le patearon el rostro cuando negó haber sido nazi. La escena se prolongó
durante un tiempo, el cual lo llevaron a rastras, cubierto de sangre, a una celda de 1 m por 2 en
la que ya había otros nuevos prisioneros alemanes y que apenas daba para estar de pie, por no
hablar ya de sentarse. Los milicianos polacos, recuerda, se divertían haciendo que los
prisioneros, incluidas las mujeres, se desnudaran y se pelearán a golpes. Tras sufrir semejante
trato durante 8 días, se encontró cara a cara con un antiguo compañero de escuela, un carretero
polaco llamado Georg Pissarczik, quien en 1919 se había enfrentado a los alemanes en la
cuestión relativa a la Alta Silesia y creía llegada la hora de la venganza: los germanos iban a tener
su merecido. Sin embargo, esta historia aún había de conocer un giro silesio: cuando volvieron
a encontrarse, Hoenisch les recordó que su padre había buscado trabajo al de Pissarczik a
principios de la década de 1920, cuando no había ningún alemán dispuesto a contratarlo. ¿No
iba a ayudarlo el en agradecimiento? cuatro semanas más tarde lo liberaron.
Por desgracia, la experiencia de Hoenisch, como otras muchas de las referidas por las víctimas
germanas, se muestra enturbiada por una torpeza peculiar a la hora de hacerse cargo del
sufrimiento de todos. Él hace hincapié en la suerte que tuvo de que después de ponerlo en
libertad no lo enviasen a Auschwitz, 1 de aquellos “famosos campos de exterminio polacos del
que no había alemán que saliese con vida”. en términos similares se expresan otros testimonios
de conservadores de Alemania. Así, en el diario que escribió en 1945 , Ernst Jünger, soldado y
pensador, menciona los “campos de exterminio” soviéticos y compara el “antigermanismo” con
el antisemitismo.
Los peores casos de violencia anti germánica fueron coma los que cometió la milicia. Sus
integrantes dirigían los campos de concentración, torturaban a los prisioneros, acaban al azar
que sometían a los ciudadanos a escarnio público, en ocasiones sin razón alguna. Aquel cuerpo
creado a la carrera, busco alguna parte de sus reclutas entre los polacos más despreciables, a
menudo malhechores de escasa edad. 1 de sus homicidas de más aciaga memoria, Cesaro
Gimborski, comandante del recinto de Lamsdorf, no pasaba de los 18 años. todos los testimonios
apuntan a que disfrutaba de su poder como un crío que se entretuviera arrancándole las alas a
una mosca.
Tanto que algunos de los milicianos más feroces eran supervivientes de los campos de
concentración alemanes, es de suponer que la venganza tenía cierto peso en sus actos. También
en este caso la sed de sangre se vio inflamada por la envidia material y de clase. los profesores
universitarios, ejecutivos y demás componentes de la alta burguesía se convirtieron en blanco
de la ira popular. La Guardia polaca, que contaba con la hábil asistencia de alemanes mudados
de bando, encontraba divertido en particular torturar a prisioneros de condición elevada. a 1 de
los docentes recluidos en Lamsdorf lo mataron a golpes solo porque llevaba “gafas de
intelectual”. por su juventud y por las víctimas que elegían, estos verdugos recuerdan en cierta
medida a los jemeres rojos camboyanos y los integrantes de la Guardia Roja China. Si nunca
resulta demasiado difícil soliantar a los adolescentes contre profesores y otras figuras de
autoridad, en este caso el conflicto étnico no resuelto exacerbó aún más la crueldad de los
ejecutores.
En otras partes del antiguo imperio austro húngaro se dieron escenas similares. Se trataba
de regiones repletas de germano hablantes que, tras verse asignados a gobiernos no alemanes
en 1919, pasaron a ser ciudadanos privilegiados del Reich Hitleriano y a continuación sufrieron
expulsiones por parte de sus antiguos vecinos, empleados y en ocasiones hasta amigos. los que
hubieron de enfrentarse al peso de la venganza en Checoslovaquia coincidían en que no había
amenaza mayor que la de los adolescentes aguijados dos por adultos que, tenían motivos más
que suficientes para querer desquitarse. Eran muchos los checos y eslovacos que habían
padecido Tras la anexión de los sudetes por parte de Hitler en 1938, Y entre ellos no faltaban
quienes habían pasado por Dachau, Buchenwald y otros campos de concentración alemanes.
Igual que en la Alta Silesia, su inquina tenía tras sí una historia, y en este caso se remontaba nada
menos que al siglo XVII, cuando la corona del sacro imperio romano germánico aniquiló a la
nobleza Protestante de Bohemia. desde entonces, los alemanes habían estado siempre por
encima que los checos y los eslovacos, quienes conformaban las claves serviles y campesinas.
En consecuencia, también allí se convirtió el verano de 1945 en el momento de la venganza
social y étnica, y en este caso procedió el impulso de lo más alto.
El presidente checo en el exilio durante la guerra,Edvard Benes, nacionalista checo que había
soñado en otro tiempo con una Checoslovaquia multiétnica en armonía, decidió entonces que
había que resolver de una vez por todas el problema germano. en los meses de abril, mayo y
junio se promulgaron varios decretos por los que se les privaba de sus derechos de propiedad.
se crearon “tribunales populares extraordinarios” a fin de juzgar a los criminales nazis, a los
traidores y a sus seguidores. En octubre se castigó a sí mismo a quienes habían obrado contra el
“honor nacional”, lo que cabía aplicar a casi todos los germanos.
Los checos, son capaces de dar lo peor de sí si las autoridades los lanzan a atacar a gentes
indefensas. En Praga y en otras ciudades se crearon centros de tortura. Quiénes eran
sospechosos de haber pertenecido a la SS los colgaban de los postes de la luz. En el estadio de
fútbol de Strahov acinaron a más de 10.000 paisanos alemanes, y a miles de ellos los
ametrallaron solo por diversión. La Guardia Revolucionaria, equivalente checo de la milicia
polaca, estaba conformada por jóvenes matones que gozaban del beneplácito oficial para poner
en práctica sus violentas fantasías. Se hallaban a la cabeza de las turbas airadas, lapidaban a os
alemanes en la calle e importunaban a los ciudadanos que habían pertenecido en otro tiempo a
los sectores privilegiados o usaban “gafas de intelectual”. Sin embargo, contaban con el respaldo
tanto del ejército como de los altos funcionario de la nación recién liberada.
Otra historia nos servirá para formarse una idea de la situación que se vivió en aqquellos
salvajes meses estivales. Margarete Schell, nacida en Praga y célebre antes de la guerra por sus
interpretaciones teatrales y radiofónicas. El 9 de mayo la arrestaron cuatro integrantes de la
Guardia Revolucionaria entre quienes se incluía el carnicero al que compraba habitualmente. La
llevaron junto con otras alemanas a la estación de ferrocarriles a fin de que la limpiasen de los
escombros resultantes de una incursión aérea. La obligaron a acarrear Estados adoquines
mientras recibía culatazos y puntapiés de duras botas militares. Los excesos fueron ganando
intensidad con gran rapidez. “No tenía nada con lo que cubrirme la cabeza y parece que mi pelo
molestaba a aquel gentío…Alguien me reconoció y gritó: “¡Esa actriz!”Para colmo de males, tenía
la manicura hecha y las uñas pintadas y el brazalete de plata que llevaba, los enfureció aún más.
Otras las obligaron a comer fotografías de Hitler, o los lean hagan la boca con mechones
cortados de su propio cabello. A Shell la enviaron a un campo de trabajos forzados en el que la
azotaban sin motivo alguno los hombres de la Guardia Revolucionaria. Tampoco todos los
guardias se conducían de un modo tan indigno. Uno de ellos, al ver que ya apenas podía caminar
y mucho menos trabajar, con los zapatos destrozados que llevaba, se ofreció a buscarle un par
de sandalias y la actriz señala al respecto “al oír la descripción que hace de los 7 meses que pasó
en un campo de concentración alemán nadie debería sorprenderse del modo cómo los tratan”.
Edvard Benes, sin ser comunista, trataba de tener a Stalin contento incurrió en la insensatez
de aliarse con la Uníon Soviética. Este pacto con el diablo desembocaría en la toma de
Checoslovaquia por parte del Partido Comunista en 1948 aunque las semillas de la revolución
se habían sembrado ya en la clase de ira que con tanta intensidad había observado Margarete
Schell en la cocina de su campo de concentración.
En los diarios de Schell cabe destacar que la actriz describe el día que la llevarona un a cas
que habían ocupado en otro tiempo los agentes de la Gestapo. Su grupo recibió órdenes de
limpiar el lugar después de acabada la labor de los pintores y colocar el mobiliario nuevo. El
hombre quelas supervisava acertó a ser judío y se condujo con corrección con las prisioneras.
Aunque este constituye un ejemplo de compasión quizás insólito en un tiempo en que estaba
autorizada la crueldad pese a haberse desatado en todo el continente europeo los actos de
venganza contra los alemanes, los enemigos de clase y los fascistas, quienes más habían sufrido
daban muestras de una templanza extraordinaria. No es que a los judíos no los acudías en los
instintos bajos que empujaban a otros a las represalias, y que en 1945 albergará ningún afecto
para con quienes habían tratado de exterminarnos, sino que la mayoría de los supervivientes de
los campos de concentración si hallaba demasiado enferma, o entumecida, para tener ganas de
emprender semejantes prácticas. En algunos recintos se dieron casos de Justicia primitiva, y tal
vez algunos de los judios americanos que interrogaron a presuntos nazis desplegaron un
entusiasmo algo más que profesional a la hora de desempeñar su cometido. Las pesquisas que
se emprendieron en torno al trato severo en exceso recibido por los oficiales alemanes de la SS
recluidos en una prisión cercana a Stuttgart revelaron que 137 de ellos “presentaban daños
permanentes en los testículos de resultas de las patadas recibidas de la comisión
estadounidense de investigación de crímenes de guerra”. Los más de los integrantes de dicho
equipo tenían apellidos judíos.
Sea como fuere, se trataba de casos individuales: los judíos no presentaron tentativa
organizada alguna de imponer la pena del talión a sus agresores, tampoco en este caso por falta
de ganas, sino por motivos políticos. En 1945 el deseo de desquite estaba muy vivo. El año
anterior se había constituido una Brigada Judía en el seno del Ejército británico. Tras la derrota
alemana, sabes cenaron a Tarvisio, ciudad situada en la frontera de Italia con Austria y a
continuación la sumaron a las fuerzas de ocupación apostadas en Alemania. A fin de evitar los
actos individuales de venganza, tentación natural entre los soldados que habían perdido a sus
familiares en el Holocausto, la unidad publicó la siguiente orden: “no olvidéis que todos tenemos
derechos a resarcirnos y que cualquier acto irresponsable está llamado a frustrar los designios
de todos nosotros”. En otro documento análogo se recordaba a la tropa que la exhibición de la
bandera sionista en Alemania constituía una venganza suficientemente dulce.
En lugar de permitir que los particulares se tomarán la justicia por su mano la Brigada formó
su propio grupo de Vengadores conocido como TTG (Tilhaz Tizi Gesheften o “labores de lámeme
el culo”) y comandado por un hombre llamado Israel Carmi. Guiándose por la información
extraída a prisioneros o a contactos militares. Sus integrantes salían de Tarvisio por la noche con
la misión de asesinar a oficiales de la SS famosos por su crueldad y a otros a los que se
consideraba sospechosos de matar a judíos. Cuando el Ejército británico supo de estas
actividades, trasladó a la Brigada a territorios menos conflictivos de Bélgica o los Países Bajos.
No sabemos con exactitud a cuántos nazis ejecutaron, probablemente debieron de ser más de
un puñado de centenares.
1 de los que se negaron a dar la espalda a su deseo de venganza fue Abba Kovner, judío de
Lituania de mirada enternecedora y cabello largo y rizado menos propios de una homicida que
de un poeta de aire romántico. En realidad lo era De hecho En Israel debe sobre todo su
renombre a su producción lírica. Nació el Sebastopol y se crió en la ciudad lituana de Vilna, en
donde se alistó en el ala socialista del movimiento sionista antes de la guerra. En 1941 se las
compuso para escapar del gueto local y esconderse en un convento antes de unirse a los
partisanos. Tras la rendición alemana, se convenció junto con otros supervivientes, en su
mayoría judíos polacos y lituanos, de que la guerra no había acabado; no tenía que haber
acabado. Fundó con ellos un grupo llamado Dam Yehudí Nakam 8”la sangre judía será vengada”)
o Nakam, en su forma abreviada. Uno de sus principios, ideado por Kovner, era el de “erradicar
de la memoria de la humanidad la idea de que es posible derramar sangre judía sin temor a
represalias”. Estaba persuadido de que sin un desquite cabal, más tarde o más temprano iba a
hacer alguien que tratara de nuevo de aniquilar a su gente.
La cruda visión de veterotestamentaria que adoptó Kovner en 1945 iba más allá de la
perpetración de asesinatos en secreto al objeto de quitar de enmedio a unos pocos hombres de
la SS. Se trataba de cuentas que tenían que saludarse entre naciones. La muerte de 6 millones
de alemanes era el único precio justo por lo que habían hecho a los judíos. Años más tarde,
reconoció que su plan mostraba signos de enajenación: “cualquier persona sensata podía haber
visto que se trataba de una locura; pero en aquel tiempo todos andábamos medio dementes…o
quizá peor que dementes. Era una idea terrible, nacida de la desesperación, y tenía algo de
suicida”. Lo que resulta interesante es el modo como fracasó el propósito de “una venganza
singular y organizada” y el porqué.
En diciembre de 1945 Kovner y un camarada llamado Rosenkranz taparon hacia Francia con
una bolsa de lona llena de latas de dicho producto etiquetadas como leche en polvo. Llevaban
documentación falsa y se hicieron pasar por soldados del Ejército británico, aun cuando Kovner
no sabía inglés. estuvo mareado buena parte del trayecto y antes de llegar a Tolón lo llamaron
por su nombre por el sistema de megafonía creyendo que lo habían identificado y que la misión
se hallaba en peligro. arrojó por la borda la mitad de las latas y pidió a Rosenkranz que se
deshiciera del resto en caso de que se torcieran las cosas. En realidad, ni lo habían descubierto
ni se sabían nada de la operación: lo arrestaron por viajar con papeles falsos.El veneno jamás
llegó a Europa, pues Rosenkranz Alzó al mar lo que quedaba en un acceso de pánico. Las reservas
de agua de núremberg y otras ciudades no corrieron peligro alguno ni los cientos de miles de
vidas alemanas que se habrían perdido de haberse concluido con éxito el plan. Algunos amigos
de Kovner trataron de contaminar el alimento de un centro de detención para nazis logrando
que algunos de los reclusos enfermaron sin conllevar ninguna muerte.
La venganza judía no llegó a verificarse por falta de apoyo político. La cúpula sionista deseaba
crear una clase distinta de normalidad en torno a un colectivo de israelíes que cultivasen el
desierto y luchasen contra sus enemigos como orgullosos ciudadanos guerreros lejos de las
tierras de Europa anegadas en sangre por la guerra. Miraban con timidez a un futuro también
plagado de violencia y de conflicto étnico y religioso, aunque la sangre, no iba a ser alemana.
Kovner jamás logró adaptarse a la vida de dicho porvenir.
hablando de la Francia de los tiempos de la guerra, Tony Judt afirmó que “el principal
enemigo (que los activistas de la resistencia y los colaboracionistas) había que buscarlo casi
siempre en sus propias filas, los alemanes se hallaban ausentes en gran medida”. otro tanto
podría decirse de muchos de los países que sufrieron invasión extranjera: Yugoslavia, Grecia,
Bélgica, China, Vietnam, Indonesia… las fuerzas de ocupación, como todos los gobiernos
coloniales, explotaron tensiones que existían con anterioridad. Sin los alemanes no habrían
Subido al poder los autócratas reaccionarios de Vichy, ni tampoco el homicida croata Ante
Pavelic y el régimen fascista de su Ustacha. en Flandes, La Unión Nacional Flamenca colaboró
con los ocupantes nazis con la esperanza de emanciparse de los valones francófonos en una
Europa dominada por Alemania. En Italia y Grecia los fascistas y otros derechistas colaboraron
con los germanos en beneficio propio entre otros motivos para ahuyentar la izquierda.
En China El primer ministro nipón Tanaka Kakuei Presentó sus disculpas en 1972 al presidente
Mao por lo que había hecho Japón a su pueblo durante la guerra. Mao, Pidió a su invitado
extranjero que no se preocupase y le aseguró que en realidad, él y los suyos debían estar
desagradecidos, dado que sin ellos jamás habrían podido hacerse con las riendas de la nación.
Estaba en lo cierto: lo que ocurrió en China fue un ejemplo muy espectacular de consecuencias
no buscadas. Los japoneses compartían con los nacionalistas de Chiang Kai-chek su miedo atroz
al comunismo, tanto que hasta se dieron algunos intentos de colaboración. De hecho, una de
las facciones de estos llegó a cooperar con aquellos. Al herir de muerte a los nacionalistas, los
nipones ayudaron a los comunistas a ganar una guerra civil que hervía a fuego lento en 1945 y
alcanzó su auge poco después.
Si el conflicto chino como el de Grecia había comenzado mucho antes de las invasiones de
los ejércitos extranjeros, en Francia e Italia no se hallaba muy lejos de la superficie; y la práctica
del divide y vencerás que habían empleado los europeos en las colonias asiáticas originaron el
resentimiento suficiente para provocar toda clase de conflictos sociales, y los alemanes y
japoneses volvieron letal el desmembramiento al querer explotarlo.
Los comunistas y el resto de las fuerzas de izquierda habían desempeñado una función
fundamental en la resistencia antinazi o antifascista, en tanto que los empeños que pusieron
germanos y nipones en la construcción de sus respectivos imperios hicieron que a muchas
figuras de la derecha acabase por salpicarlas la mácula del colaboracionismo. El Partido
Comunista francés, orgulloso de su historial rebelde se denominó a sí mismo le parti des fusillés
(el partido de los fusilados). Hasta a los izquierdistas que se opusieron a la línea estalinista
adoptada por la formación los tacharon de antipatriotas y hasta de colaboracionistas. No es de
extrañar que la historia de la resistencia armada de la izquierda desembocara en la defensa
revolucionaria de un orden nuevo. Tras la guerra, La Unión Soviética explotó esta petición, al
menos en las naciones que pertenecían a su esfera de influencia en tanto que los aliados
occidentales desarmaban y ayudaban aplastar a las fuerzas que poco antes habían luchado de
su lado contra Alemania y Japón. Es más: algunos de los integrantes de las antiguas minorías
selectas colaboracionistas regresaron al poder gracias al apoyo de Occidente. Este es el germen
que más tarde daría lugar a la guerra fría.
Entre las víctimas de las represalias de los guerrilleros de abril de 1945 se contaban el
mismísimo Mussolini y su amante Clara petacci. los detuvieron mientras trataban de huir a
Austria con un grupo de soldados de una unidad antiaérea alemana cuando los descubrieron en
un control de carretera, los partisanos dieron permiso a los germanos para proseguir, pues
habían perdido todo su interés en ellos; pero los italianos tuvieron que quedarse. El 28 de abril
los ametrallaron a él, a Clara y a 15 fascistas tomados al azar, frente a una casa de campo del
lago Garda. Al día siguiente los colgaron boca abajo como piezas de caza de la viga de una
gasolinera situada en una plaza milanesa de mala muerte, expuestos a la cólera de la turba, que
se encargó de que poco después fuera difícil reconocerlos.
El Gobierno militar aliado, temiendo seriamente que estallase una revolución comunista en
Italia, trató de desarmar a los partisanos, entre quienes había muchos que habían batallado con
denuedo contra el alemán. No cabe sorprenderse de que los políticos conservadores del país
apoyarán tal empeño, siendo así que algunos de ellos habían simpatizado con los fascistas. De
hecho, la escasa prisa que se estaba dando el Gobierno provisional de Roma en castigar a los del
régimen derrocado era 1 de los factores que provocaron la giustizza della piazza.
A modo de comprensión para el orgullo de los antiguos partisanos se organizaron en varias
ciudades desfiles en los que los mandos aliados, rodeados de notables italianos, recibieron el
saludo de las distintas unidades de guerrilleros engalanados con pañuelos que ponían de
manifiesto su adhesión: rojos en el caso de los izquierdistas; azules, en el de los cristianos, y
verdes, en el de los autonomi, en su mayoría desertores del ejército italiano. Muchos de ellos
habían entregado sus armas, aunque seguían siendo mayoría quienes no lo habían hecho. La
izquierda radical conservaba un gran poder, y en ocasiones se hallaba armada. Tal y como se
demostró los conservadores no tenían por qué preocuparse: no iba a haber revolución alguna
en Italia. A cambio de poder extender su imperio a la Europa central, Stalin convino en dejar el
Mediterráneo en manos de los aliados occidentales. Sin embargo, las represalias homicidas no
cesaron, ni amainaron – en algunos casos hasta bien entrado el s. XXI- el miedo al comunismo
en Italia y la amarga sensación de haber sufrido traición que imperaban entre las filas de los
liberales.
Ciertamente se puso el freno a la izquierda, tanto en Italia como en el sur de Cores, en Francia
y en el sur del Vietnam, en Japón y en Grecia, adonde llegó Wilson durante el verano de 1945.
En Atenas en el mes de diciembre se había celebrado una manifestación multitudinaria
convocada por los seguidores del Frente de Liberación nacional (EAM, por sus siglas griegas)
agrupación de guerrilleros dominada por comunistas. El ejército británico se hallaba a cargo de
la Grecia liberada y Atenas estaba en manos de un gobierno provisional de unidad nacional
heleno conformado por conservadores, monárquicos y algún que otro de izquierda. Buena parte
del resto del país seguía al mando del EAM y de sus fuerzas armadas, el ELAS. Después de
combatir a los alemanes el EAM y el ELAS habían hecho planes de hacerse con el Gobierno y
revolucionar la nación, y los conservadores, respaldados por los británicos, querían impedirlo a
toda costa. Esto fue lo que provocó la manifestación el 3 de diciembre de 1944 el día en que
empezó la guerra civil.
Grecia había sufrido profundas divisiones durante la Primera Guerra mundial, cuando su
primer ministro, Elefzerios Veniselos, y eso secundar la causa aliada frente a la oposición del Rey
Constantino I y su jefe militar, Ioannis Metaxás. A esto siguieron años de amarga confrontación
entre monárquicos y “veniselistas”. en 1936, Metaxás se trocó en un dictador con hechura de
banquero y la brutalidad de un caudillo fascista. Este admirador del Tercer Reich Hitleriano
“unificó” Grecia a fuer de “Padre de la Nación” que viendo todos los partidos políticos y
poniendo entre rejas a los comunistas y otros oponentes. Murió en 1941.
Entonces llegaron los invasores alemanes. los partidarios del desaparecido régimen de
MetaxPás colaboraron en su mayoría con ellos, en tanto que la resistencia estuvo encabezada
por los comunistas que habían salido de las cárceles de aquel. los batallones de fascistas y
griegos, alentados por los germanos, lucharon contra las guerrillas de izquierda, que en un
primer momento contaron con asistencia aliada. Ambos bandos desplegaron una brutalidad
notable y muchas de las víctimas fueron gentes inocentes sorprendidas entre 2 fuegos.
Por lo que respecta a los británicos, acción no comenzó de veras hasta 1944, cuando su
Ejército, reforzado por las tropas de Italia, que enfrentó a los partisanos de izquierda que pocos
meses antes habían combatido contra los alemanes. Fueron muchos quienes compartieron la
desaprobación de este hecho expresada por Edmund Wilson, sobre todo en Estados Unidos, en
donde se consideró otra de las acostumbradas intervenciones imperialistas del Reino Unido,
aunque también en las propias islas británicas, que veneraba a Churchill en calidad de paladín
de la lucha contra Alemania, desconfiaba, de la belicosidad que mostraba para con los
guerrilleros comunistas.
Pero además egregio En este sentido era un hombre llamado Aris Velujiotis, y está vagaba
por los montes con su banda de partisanos negros -que era el color de sus boinas, sus guerreras
y sus barbas-. Este campeón de epopeya, que se malquisto con los comunistas en 1945, era
también un asesino: con el tiempo se escaparían fosas comunes que albergaban los huesos
esparcidos de sus enemigos políticos.
Igual que en Italia y en China y en otras naciones, lo que de veras importaba tras la liberación
era el monopolio del uso de la fuerza. tras mucho negociar, el frente de Liberación Nacional
(EAM /ELAS) se había avenido a entregar las armas siempre que los Batallones de Seguridad
Cuerpo de infame memoria creado durante la ocupación nazi, hicieron otro tanto. El Gobierno
que pretendía conformar un Ejército Nacional con lo mejor de cada lado, no cumplió, al decir
del EAM/ELAS, su parte del trato, pues mientras que la izquierda disolvía sus fuerzas, había
permitido que la derecha conservará su poderío. No cabe sorprenderse de que muchos de los
antiguos combatientes del elas empiecen su postura por una traición abominable.
Esta era la atmósfera febril que se vivía en Atenas y cuyo vestigio pudo observar Wilson en la
habitación del hotel en 1945. El 3 de diciembre del año anterior, las multitudes se congregaron
en la plaza de la Constitución se dirigieron, encabezadas por mujeres y niños, al Hotel Grande
Bretagne, en donde se había refugiado el Gobierno provisional. Los manifestantes optaron una
actitud pacífica, mientras que la policía monárquica hacía fuego y mataba y hería a un centenar
de ellos. Al día siguiente, cuando los descontentos volvieron a pasar ante el hotel, esta vez en
procesión fúnebre, los partidarios del rey abatieron a otros doscientos ciudadanos inermes
disparando desde las ventanas del edificio.
Al año siguiente se reanudaba la guerra civil que duraría otros 3 años más, se trataba en
realidad de una contra venganza dirigida esta vez contra la izquierda. las fuerzas paramilitares
de derecha y los gendarmes se desbocaron: arrestaron sin orden judicial alguna a un número
elevadísimo de comunistas y sospechosos de liberales para propinarle una paliza y matarlos o
encerrarlos. Cuando tocaba a su fin 1945 había en prisión poco menos de 60000 seguidores del
EAM, incluidos mujeres y niños. Por lo común se les acusaba de crímenes perpetrados durante
la ocupación; pero los que habían cometido quienes habían colaborado con los nazis o los
Batallones de Seguridad de la derecha quedaron impunes en gran medida.
Aunque también los asiáticos se vieron acuciados por el ansia de venganza en 1945, esta no
siempre estuvo dirigida a los colonialistas europeos: a menudo tomó sendas menos directas
para centrarse en otras formas de colaboración anteriores a la ocupación nipona. Los chinos,
llamados con frecuencia “los judíos de Asia”, sufrieron el embate del acero ciudad de los
japoneses en el Sureste Asiático. La dominación del sureste asiático por parte de Japón fue
brutal, y sin embargo, embullo un espíritu enérgico desconocido agentes que antes habían
adoptado una actitud de Óscar sumisión colonial. Las potencias occidentales habían demostrado
ser vulnerables. Explotando el sentido de humillación e inferioridad común entre los pueblos
colonizados, las autoridades niponas habían avisado de forma deliberada actitudes contrarias a
Occidente y también a China.
Buena parte de la resistencia antijaponesa que se dio en Malasia durante la guerra fue obra
de los chinos. Inspirada por el Partido Comunista de China, aunque también quizá por el
internacionalismo que hizo que la ideología socialista resultara atractiva a las minorías de todo
el mundo, estuvo dirigida por el Partido Comunista malayo. Aunque este último no era
particularmente anti malayo, casi todos sus integrantes eran chinos. Su brazo militar era el
Ejército anti japonés del pueblo malayo (MPAJA, por sus siglas inglesas), Que en agosto de 1945
contaba con unos 10000 soldados dispuestos a luchar que dominaban una porción considerable
en las zonas rurales y habían instaurado así un estado dentro del Estado, sujeto a sus propias
regulaciones y a purgas generalizadas de funcionarios poco benevolentes (lo que recuerda un
tanto a las guerrillas comunistas de Grecia).
Después de la guerra, los del MPAJA no dudaron en vengarse de cuántos habían colaborado
con los japoneses, en su mayoría gentes de origen indio y malayo; y así, arrastraron por las calles,
encerraron en casas a la vista de todos, sometieron a juicio sumario antes “tribunales del
pueblo” y ajusticiaron en público a alcaldes, policías, periodistas, informantes, antiguas amantes
de funcionarios nipones y otros “traidores y perros falderos”. Muchos malayos contemplaron
con terror semejantes actos , y cuando el Gobierno colonial británico, que había trabajado codo
a codo con él MPAJA contra los japoneses, decidió en octubre conceder a los chinos la
ciudadanía en igualdad de condiciones, no es de extrañarse que temiesen perder las riendas de
su propia nación (un miedo que los políticos de Malasia han sabido explotar hasta nuestros días).
La población Malaya decidió volver el golpe a los chinos. La figura más relevante En este
sentido fue un antiguo mafioso de aspecto feroz tocado de turbante y llamado Kiai Salleh, tras
las hostilidades encabezaba un grupo denominado Bandas Rojas de la (Sabilil-lah ( lo que podría
traducirse por “guerra santa”). Éste tenía por objeto proteger la hacemos humana frente a los
paganos y vengan a los malayos a los que habían humillado y matado los chinos tras la derrota
japonesa. Pese a la condición marcadamente islámica del yihad contra los chinos, Salleh moldeó
su propia imagen a la manera de los místicos malayos y aún aseveró ser invulnerable al daño
“No puede matar sele con balas, puede cruzar un río a pie enjuto, romper en pedazos cualquier
ligadura con que lo aten y paralizar a sus agresores con la voz”. sus seguidores creían haber
recibido poderes similares tras pincharse con agujas de oro y beber pociones bendecidas por el
Santo cacique Guerrero.
el método de ejecución favorito de los integrantes de las Bandas Rojas era el machete, o el
kris, la daga malaya, que como los combatientes qué es la usaban, se tenía por imbuida de
poderes místicos. El 6 de noviembre, en 1 de sus ataques habituales, cayó sobre un poblado
chino de Padang Lebar una banda de yihadíes que mató a golpes de las dos armas citadas a 5
hombres y 35 mujeres y niños para después arrojar a un pozo los cadáveres de estos últimos.
los políticos de la nación, sin apoyar este género de actos no hicieron demasiado por ponerles
fin. conforme a determinado informe del servicio de espionaje militar: “entre los malayos cultos
parece existir una preocupación apreciable respecto de la situación futura de sus propias gentes
en Malasia, y se cree, de forma más o menos generalizada, que la población China se está
haciendo con las riendas económicas del país y que acabará por dominar también la política si
nadie le pone freno”
Dado que los indonesios se veían acosados por el mismo temor, no es casualidad que los 3
principales lugartenientes del cacique malayo fuesen nacionalistas indonesios de las Indias
Orientales Neerlandesas, en donde la situación que se daba en otoño de 1945 era mucho peor
que la de Malasia.
Los nuevos dirigentes indonesios coma apenas gozaban de influencia sobre el colosal número
de matones jóvenes que se habían radicalizado y adiestrado en calidad de soldados auxiliares
del Ejército nipón. Estaban deseando guerrear y tenían armas que habían adquirido de oficiales
japoneses adeptos a su causa, concedentes unas veces de transacciones comerciales y otras de
robos perpetrados en depósitos de suministros nipones. Según ciertas estimaciones, estos
combatientes recibieron más de 50000 fusiles, 3000 ametralladoras y metralletas y 100 millones
de unidades de munición. Lo que tenían que haber hecho los Países Bajos y que les
recomendaron encarecidamente sus aliados occidentales, era negociar con Surkano y los otros
cabecillas indonesios que no tenían interés en la violencia revolucionaria. Tal como lo expresó
Mountbatten con espíritu un tanto idealista. “lo único que queremos es hacer que los
neerlandeses y los indonesios hagan las paces antes de retirarnos”. en lugar de eso presentaron
ante el Ministerio británico de Asuntos Exteriores una queja en la que comparaban “el llamado
(gobierno de Surkano)” Con el régimen filo nazi del noruego Vidkun Quisling y a los jóvenes
independentistas indonesios con la Juventudes Hitlerianas y la SS, presentaba la proclamación
de independencia de aquel como una conspiración nipona para perpetuar una administración
fascista en la Indias Orientales Neelandesas.
No cabe duda alguna de que Surkano había colaborado con los japoneses. había pasado
buena parte de la década de 1930 en las prisiones coloniales neerlandesas o exiliado en una isla
remota y aquellos lo habían tratado con más respeto que los Países Bajos, sin embargo, su
colaboracionismo fue demasiado lejos aún en opinión de numerosos indonesios. La
aquiescencia que brindó Al uso de mano de obra forzosa de Indonesia en la campaña bélica
nipona manchó su reputación y los jóvenes radicales no pudieron menos de indignarse de la
participación de los japoneses, con quien no querían tener vínculo alguno, en la declaración de
independencia. No obstante nadie ponía en duda su condición de nacionalista indonesio.
En vez de tratar directamente con Surkano , los neerlandeses formularon vagas promesas de
autonomía para Indonesia en el seno de una Comunidad de naciones dirigida por ellos. Entre
tanto, desde el mes de septiembre deambularon por los pueblos y vecindarios indonesios
veteranos del Ejército de las Indias Orientales Neerlandesas dedicados a descargar con
ostentación sus armas de fuego, hacer pedazos las banderas rojiblancas de Indonesia y
amedrentar a la población a fin de dejar claro quién mandaba. De todos estos justicieros,
ninguno dejó más aciaga memoria que el grupo llamado Batallón X, comandado por
neerlandeses y euroasiáticos, conformado mayoritariamente por parte de cristianos ambones
es de tez oscura, gentes de Medan y otras minorías, que temían verse sometidos a otros
indonesios que a los neerlandeses y que habían sido súbditos fieles del sistema colonial. La
noticia de la llegada de buques de guerra de los Países Bajos y el Reino Unido cargados de
soldados aliados, de origen indio en su mayoría, y de agentes de la Administración Civil de las
Indias Neerlandesas (NICA, por sus siglas inglesas), que tenían por misión restaurar el antiguo
régimen, abrió las puertas a la violencia más sangrienta del sureste asiático, una violencia que
era parte revolución, parte venganza y parte criminalidad, la misma mezcla mortífera que había
estallado en la Europa central aquel mismo año.
Las principales víctimas de la venganza revolucionaria fueron los chinos, a los que se asociaba
al mundo empresarial y se acusaba a traición y los eurasiáticos o indos, así como otras minorías
que se habían puesto a munedo imaginaria que eran los espías de NICA. La definición de esta
última categoría podía llegar a ser muy arbitraria, ya que, de hecho, cualquier persona cuyo
saronkg abusara de los colores, rojo, blanco o azul (los del pabellón de los Países Bajos) podía
ser tenida por agente secreto de la administración colonial.
Los chinos, los indos o los amboneses sabían que se aproximaban los problemas cuando oían
el tableteo que, a la manera de los tambores de guerra, producían las lanzas de bambú al ser
golpeadas contra el metal hueco de las farolas de Yakarta. Los soldados nipones armados que
recibieron la orden de proteger al paisanaje en ausencia de tropas aliadas escurrían el bulto en
muchos casos cuando comenzaba tan funesta señal. Los jóvenes, frenéticos, saqueaban
comercios e incendiaban hogares y cosían a puñaladas a las familias que hallaban en su interior,
ebrios de violencia y enamorados de sus dagas. Algunos daban incluso en beber la sangre de sus
víctimas. En cierta región aledaña a Yakarta llegó a faltar el agua potable por haber quedado los
pozos llenos de cadáveres putrefactos de ciudadanos chinos.
A Peter van Berkum, joven nacido en Indonesia como otros muchos paisanos neerlandeses,
lo eligió as azar cierta noche en Surabaya un grupo de adolescentes desbocados pertrechado de
varas de bambú afiladas para llevarlo en camión a la cárcel de la ciudad. Tras sacar a empellones
del vehículo a los detenidos entre gritos de “muerte a los blancos” “cayeron sobre ellos de
inmediato para golpearlos, acuchillarlos y apuñalarnos con palos y bayonetas, hachas, culatas
de fusil y Lanzas”.
los dirigentes indonesios nunca habían querido que se desatara el fenómeno Bersiap, lo
cierto es que en aquel momento había escapado por completo a su dominio. En java y Sumatra
estallaron contiendas por todas partes. actos de venganza no ya contra los colonos o quienes
colaboraban con ellos supuestamente, sino también entre rebeldes y japoneses en un círculo
sangriento de represalias mutuas. En Semarang, La unidad nipona que capitaneaba el
comandante Kido Shinichiro se hallaba enfrentada con la pemuda que creía que los japoneses
estaban saboteando las reservas de agua. Cuando éstos, a modo de brutal intimidación, mataron
a cierto número de militantes indonesios, son activos no dudaron en acabar con la vida de más
de 200 paisanos nipones recluidos en la cárcel de la ciudad. Los de Japón, airados, respondiron
con una matanza de más de 2000 indonesios.
La ciudad industrial de Surabaya, sometida por entero a los indonesios cuando tocaba a su
fin el mes de octubre, se vio inmersa en la violencia más extrema. Habían vaciado las cárceles y
las calles estaban gobernadas por revolucionarios de la pemuda hampones y jóvenes de espíritu
romántico enardecidos por los relatos de hazañas javanesas que difundía en el llamado Radio
Rebelión una figura de temperamento arrollador y largos cabellos conocida como Hermano
Tomo. Los chinos, los hamburgueses y los indos, acusados de ser espías de la NICA, sufrían
ataques con dagas y lanzas y los japoneses temiendo por su propia vida, no dudaban en
proporcionar a la turba más armas mortales.
Los aliados decidieron que debían intervenir y enviaron a la ciudad de P.J.G.Huijer, capitán
neerlandés de la armada, para que dejase el camino expedito al desembarco aliado. Como era
de esperar, su llegada se entendió como una provocación más. armas de los arsenales nipones
seguían distribuyéndose en gran número a los combatientes de la pemuda. el 25 de octubre
pusieron pie en tierra unos 4000 soldados británicos en su mayoría indios y gurjas del Nepal.
Corrió el rumor de que se trataba de neerlandeses con el rostro pintado. los ataco un Ejército
andrajoso de indonesios y los británicos temerosos de que sus tropas fuesen víctimas de una
matanza, pidieron ayuda a Surkano y a Hata que se avinieran a sujetar a la multitud. Accedieron
y lo lograron en cierta medida. El alto el fuego se mantuvo más o menos hasta el 31 de octubre,
fecha en la que murió abatido por indonesios el general de Brigada A.W.S.Mallaby, al mando de
las fuerzas británicas mientras trataba de intervenir en un enfrentamiento.
En esta ocasión fueron los del Reino Unido quienes buscaron venganza: desde el 10 de
noviembre, bombardearon y ametrallaron Surabaya durante tres semanas. A finales de
noviembre, Surabaya se hallaba apaciguada, aunque para ello había quedado reducida a un
campo de batalla bombardeado y preñado del hedor a descomposición de los cadáveres de
indonesios, indios, británicos, neerlandeses, indos, y chinos. En 1946 los Países Bajos enviaron
una serie de escuadrones de la muerte, acaudillados por Raymond Westerling, El Turco¸a la
provincia meridional de Célebes, en donde dieron muerte a miles de paisanos, estos actos de
venganza no se resolvieron hasta 1949 para que Indonesia adquiriese al fin la independencia.
(Westerling, que había combatido contra los alemanes en el norte de África durante la II Guerra
Mundial, desplegaría más tarde una notable devoción en calidad de musulmán converso).
No obstante, la sangre exigiría más sangre. Además de acusar de traición a Surkano, los
neerlandeses lo tenían por testaferro del comunismo. Cuando había transcurrido exactamente
20 años de la batalla de Surabaya, los oficiales del Ejército indonesio lo derrocaron mediante un
golpe de Estado militar destinado a evitar que se hicieran con el país los comunistas. Este hecho
marcó el comienzo de una purga nacional de gentes de izquierda. Justicieros musulmanes,
jóvenes armados, batallones castrenses, místicos javaneses y paisanos de a pie participaron en
la muerte de medio millón de personas entre las que se contaban no pocos chinos. El cabecilla
del golpe, futuro presidente de Indonesia, un tal Suharto, general de división adiestrado por
militares nipones y fuertemente adoctrinado contra el imperialismo occidental, que había
luchado contra los neerlandeses en 1945. Su régimen duraría 32 años, durante los cuales gozó
de ser un oponente acérrimo del comunismo, de la acogida y el apoyo incondicional de todas
las potencias de Occidente incluso Países Bajos.
Los franceses temían tanto como los neerlandeses perder las posesiones coloniales den 1945,
y en el mejor de los casos se sentían más humillados aún que ellos, no solo por la derrota sufrida
en 1940, sino ambiénpor el historial de colaboracionismo oficial que llevaban a las espaldas. La
indochina francesa seguía administrada por un Gobierno colonial adepto al régimen de Vichy
durante lo que, en realidad, no era otra cosa que una ocupación nipona. Japón la usaba de base
militar, en tanto que los franceses seguían tomando sus aperitivos en el Cercle Sportif de Saigón
y ocupándose de sus asuntos. Esta vida regalada llegó a su fin en marzo de 1945. Liberada
Francia, los japoneses, viendo que ya no podían confiar en la sumisión de los colaboracionistas,
encerraron enseguida a soldados y oficiales en Saigín y Hanói.
La primera semana de agosto cuando la derrota era casi segura, Japón transfirió la autoridad
política al Gobierno real de Vietnam en tanto que él Viet Minh comunista (o Liga por la
Independencia de Vietnam) se hacía cargo del norte. Semanas más tarde cuando las tropas
chinas entraban a raudales por la frontera septentrional y parecía inminente la llegada del
Ejército británico por el sur, tanto el emperador Bao Dai como el dirigente comunista, Ho Chi
Minh, dejaron claro que pasara lo que pasara, era inaceptable que los franceses volvieron a
hacerse con el poder. En Hanói ya habían empezado a echarse abajo las estatuas de los
dignatarios coloniales de dicha nacionalidad y el 2 de septiembre se congregaron en la plaza de
Ba Dinh, cerca del Palacio del antiguo gobernador general extranjero, más de 300000 personas
a fin de asistir a la declaración de la independencia de nacional por parte de Ho Chi Minh.
Diversas bandas interpretaron marchas comunistas al mismo tiempo que otros pronunciaban
ásperas palabras que ponían de relieve su intención de “beber sangre francesa. Los soldados del
Viet Minh, armados con pistolas, custodiaban la tribu del orador, ornada con banderas rojas y
alguien sostenía un parasol real sobre la cabeza del Tío Ho mientras preguntaba con voz suave
a través del micrófono “compatriotas ¿me oís?”.
un agente del servicio estadounidense de información que fue testigo del acontecimiento
informó en estos términos a sus superiores de la ciudad de Kunming situada en el sur de China.
“Lo que he oído no deja lugar a duda de que van en serio; me temo que los franceses van a tener
que lidiar con ellos. En realidad, vamos a tener que lidiar todos”
Si todo esto asustó a los franceses en general, muchos de los cuales seguían en prisión
vigilados por soldados japoneses, los colonizadores de Argelia en particular estaban aterrados:
tanto esta como Indochina estaban sufriendo hambrunas serias a principios de 1945 por causa
de la sequía y de la desviación de las provisiones alimentarias con fines militares. Si en Indochina
murieron de inanición más de un millón de personas, En Argelia el hambre estaba engendrando
en el pueblo una rabia que Francia, preocupaba, entendía como el comienzo de una revolución
violenta.
Pese a la agitación que podía observarse entre los comunistas y los nacionalistas radicales
argelinos, la mayoría de sus conciudadanos solo deseaba gozar de igualdad de derechos. Sin
embargo, cada vez que un musulmán arrojaba una piedra a un colono coma los franceses veían
“rebelión árabe” a la vuelta de la esquina. Administración colonial de 1945 se hallaba en manos
de la izquierda, buena parte de la cual había combatido en la resistencia antigermana. Muchos
de los colonos habían favorecido el régimen de Vichy quieran acérrimos antisemitas (De hecho
los únicos que habían defendido los derechos de los judíos en tiempos de la dominación francesa
habían sido los musulmanes argelinos). sin embargo, enseguida se tildó de 2nazis” a los
mahometanos que pedían la emancipación de Argelia o la igualdad. Era como pretender ver en
las exigencias independentistas de indonesios y vietnamitas la manifestación de una conjura
fascista nipona, aunque permitía a las autoridades coloniales liberales adoptar medidas severas
contra ellos.
En Argelia en las zonas afectadas por la hambruna que lindaban con la ciudad de Sétif, al
noreste del país, había ido aumentando la intensidad de la violencia. Los colonos se enfrentaban
con los nómadas; los aldeanos expulsaban de sus pueblos a los agentes de policía en pago a su
arrogancia; los jóvenes europeos de derechas se mofaban de los mahometanos argelinos
gritando: Vive Petain! O Vive Hitler! Y la gendarmería cargó contra una multitud musulmana que
deseaba participar en la manifestación del Primero de Mayo.
Sétif, Dentro de la agitación islamita y el nacionalismo argelino, era donde más se podía
esperar que estallase la violencia seria. el 8 de mayo los franceses decidieron celebrar la victoria
aliada sobre Alemania con toda la pompa patriótica imaginable. Primera hora de la mañana se
reunieron ante la mezquita principal musulmanes y musulmanas de todas las edades
mayoritariamente gente del campo. Algunos varones llevaban dagas tradicionales bajo la chilaba
y otros iban armados con pistolas. Los dirigentes de los AML (Amis du Manifest et de la Liberté)
La organización mahometana defensora de la igualdad de derechos, aseguraron a las
autoridades que no se trataba de una manifestación política y que no habría pancartas
nacionalista.
La noticia de los manifestantes muertos llegó enseguida a los pueblos. La venganza fue brutal.
Los colonos franceses huyeron hacia las comisarías locales. Cuando los atrapaban, los agresores
los mutilaban con cuchillos, les cortaban los pechos o les metían sus propios genitales en la boca.
en 3 días mataron a un centenar de europeos. En lugar de hacer un llamamiento a la calma, el
gobernador general socialista, Yves Chataigneau, solicitó la ayuda de diez mil soldados de
Marruecos, el África occidental y unidades de la legión extranjera. Pretendía dar a los sublevados
una lección de cómo se vengaba la muerte de los ciudadanos franceses.
Los colonos formaron cuerpos de milicia y comenzaron a atacar a la población local se hizo
regresar de Alemania a 1 de los regimientos de infantería más inflexibles conformado por
soldados argelinos a los que destinaron a las regiones rurales a fin de dar caza a sus
compatriotas. A finales del mes de julio los campos de la región habían quedado sumidos en un
silencio pétreo. Sus municipios han sido durante semanas bombardeos procedentes de aviones
y cruceros y sus habitantes habían sido detenidos a miles en muchas ocasiones para torturarlos
y ejecutarnos. Aunque se desconoce el número exacto de argelinos muertos hay quien sostiene
que ascendió a 30000. El asesinato trajo aparejados actos de humillación como la recuperación
de la práctica decimonónica consistente en obligar a los nativos a participar en una ceremonia
de sumisión a sus conquistadores. Miles de campesinos famélicos, incapaces de soportar una
bomba más, hubieron de arrodillarse ante el pabellón tricolor y suplicar clemencia en tanto que
a otros los arrojaron al suelo para que gritasen “Somos judíos. Somos perros. ¡Viva Francia!”El
propio general De Gaulle, sabía bien que las matanzas de poblaciones nativas constituían una
Mancha bochornosa en el honor de la France Éternelle que con tanto denuedo había resistido
ante la amenaza nazi conforme a la mitología oficial. Los sucesos de Sétif y sus aliados quedaron
cubiertos por un tupido velo oficial durante varios años.
Los franceses de saigón entendieron como una advertencia relativa a lo que les podía ocurrir
si no sofocaban pronto las aspiraciones independentistas de los vietnamitas. muchos seguían
recluidos en cárceles japonesas. Los del viet Minh no dejaban de recibir o tomar han más niponas
e incluso oficiales de Japón se unieron a ellos por convicción o por necesitar un lugar en que
ocultarse de quienes pretendían juzgarlos por graves crímenes de guerra. Los propósitos
imperiales de los franceses no gozaban de popularidad entre los estadounidenses, aunque los
chinos, metidos aún a los nacionalistas de Chiang kai-chek, no tenían gran cosa que objetar a la
dominación francesa de indochina. Los únicos que se hallaban a su favor eran los británicos.
Cuando al fin se desató la violencia no fue en Hanói, sino en Saigón. El primer signo de la
gravedad de la situación tuvo un parecido notable con lo ocurrido en Argelia. El 2 de septiembre
se congregaron en dicha ciudad cientos de miles de vietnamitas o namitas, conforme a la
denominación de la prensa occidental muchos de ellos procedentes de las áreas rurales a fin de
oír la declaración de independencia de Ho Chi Minh retransmitida por radio desde Hanói.
Aquella misma mañana, los jóvenes habían hecho una manifestación a las puertas de un
campamento militar en el que seguían internados soldados franceses estos habían respondido
a las befas de aquellos gritando insultos y cantando la marsellesa. Debido a un problema técnico,
argentino le fue imposible escuchar el discurso de Ho Chi Minh en la radio, y las sospechas de
sabotaje francés lo irritaron aún más. Al llegar a la catedral, se oyeron disparos apoderándose
el pánico de la turba que convencida que eran los franceses quienes habían hecho fuego,
atacaron a cuántos vieron a su alrededor. Matando, saqueando y maltratando.
Los franceses atribuyeron a los provocadores vietnamitas la culpa de las descargas que
causaron tal desbarajuste y lograron dos semanas después persuadir al general británico
Douglas Gracey de que había llegado la hora de expulsar a los nativos de las comisarías de policía
y los despachos públicos y de volver a dar armas a los de Francia. El Reino Unido ofreció un gesto
de solidaridad colonial haciendo lo que se le pedía, el 23 de septiembre se había restablecido el
orden en Saigón. Humillación y la impotencia que se habían experimentado a lo largo de
semanas meses y años convirtieron las celebraciones del triunfo galo en un desenfreno de
violencia: fueron entonces los vietnamitas quienes sufrieron la ira de la muchedumbre.
la venganza no tardó en llegar: al día siguiente los nativos de Vietnam irrumpieron en las
casas francesas y atacaron a sus habitantes. Los combates que enfrentaron a británicos
franceses y japoneses contra vietnamitas duraron poco menos de 2 meses algunos de los de
Japón se pasaron al bando de estos últimos. La lección Extranjería de Francia incluya en sus filas
a alemanes que habían batallado contra los aliados en el norte de África y quizá también a algún
antiguo integrante de la SS. En las prisiones se torturó a miles de vietnamitas, a quienes se
condenó a severas penas de cárcel y aún a muerte tras “juicios” que apenas duraban 5 minutos.
En 1949, Vietnam del Sur logra la independencia con capital en Saigón y en la región
septentrional en el 1954, se reconoció a las comunistas de Ho Chi Minh el Gobierno de la
República Socialista de Vietnam del norte, cuya capital se hallaba en Hanói.
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Para los vietnamitas, la guerra era una “guerra total”. Todos los
aspectos estaban impregnados por la misma, desde el trabajo a la vida
cotidiana, pasando por el arte, la literatura, la música, la educación, etc. Sin
embargo, para los estadounidenses, la guerra, dependiendo de la situación de
cada uno, era limitada e ilimitada, lejana u omnipresente. Para la mayor parte
de la población norteamericana era una experiencia ajena. No hubo una
movilización general o un espíritu de sacrificio, como sí había ocurrido
durante la Segunda Guerra Mundial. La guerra de Vietnam, sobre todo
cuando se confirmó su prolongación, generó una intensa preocupación en la
sociedad.
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Segunda Guerra Mundial, donde se rodaron decenas de ellas. Eso sí, desde
finales de los años setenta, la memoria colectiva sobre la guerra de Vietnam se
ha visto mediatizada por las películas de Hollywood. Desde “Apocalypse Now”
(1979), hasta “Platon” (1986), pasando por “La chaqueta metálica” (1987) o
“We Were Soldiers” (2002), hay un fenómeno de “películas de la guerra de
Vietnam”, aunque en ellas tan solo se han mostrado las vivencias de los
soldados estadounidenses.
9. El caso My Lai
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Tema 8. El rechazo a la
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Introducción.
Pocas guerras, al margen de las dos de carácter mundial, han aparecido más veces en el cine
como la guerra de Vietnam, en buena parte por su influencia en la cultura popular de una
época marcada por grandes cambios sociales en algunas de las potencias internacionales más
influyentes de nuestro mundo.
Las películas que aparecen mencionadas en este libro han sido elegidas bajo unos criterios: por
un lado aquellas que hablan sobre la época colonial de la indochina francesa y la llamada
primera guerra de Indochina; la división del país en dos partes a lo largo del paralelo 17; el
período que marca el inicio de la influencia norteamericana en Vietnam con asistentes
militares; la llamada guerra de Vietnam de 1965 a 1972; la retirada de Estados Unidos y sus
aliados; y la caída de Vietnam Sur y la reunificación bajo el régimen comunista en 1975.
También las guerras que reflejan las consecuencias políticas, sociales, culturales y personales
de la guerra antes, durante y en los años posteriores en las sociedades de todos los países
implicados en el conflicto, tanto en la población civil como militar.
En la línea de conseguir una mejor visión general del conflicto dividimos los capítulos es la
etapa de la guerra en qué se centra cada uno de ellos: Indochina y Preguerra, Entorno y
Sociedad, La Guerra de Vietnam, Posguerra, Veteranos y Consecuencias.
Es una opinión generalizada que la del Vietnam fue la Primera Guerra retransmitida por los
medios de comunicación y especialmente por los audiovisuales: la televisión y el cine. Casi
siempre para subrayar la influencia (positiva o negativa) que esa amplia cobertura mediática
tuvo es la opinión pública y en el resultado final de la guerra. En los 80 y principalmente desde
los Estados Unidos, la revolución conservadora de la administración Reagan impulsará la idea de
la culpabilidad de esos medios de comunicación, especialmente la televisión, equiparándolos
con los activistas antiguerra, pacifistas, y políticos incompetentes, todos ellos causantes de no
ganar una guerra en la que teóricamente no se había perdido una sola batalla. Esto eximía de
toda responsabilidad a las teorías geopolíticas que condujeron a al intervención americana en
el sudeste asiático.
Ciertamente, la guerra de Vietnam puede ser considerada como la Primera Guerra que fue
cubierta con amplitud por la televisión. De hecho, la oficina de prensa de Saigón se convertiría
durante esos años en la tercera más importante de los medios norteamericanos tras las de
Nueva York y Washington. esta estrategia comunicativa masiva y había sido probada durante la
guerra de Corea, con menos cobertura a causa de que en aquella época la televisión, en sus
primeros años de funcionamiento, aún no se había convertido en un medio de masas (en 1950
menos del 10% de los hogares norteamericanos disponían de ella). Sin embargo, es muy
simplista acusar a los medios, tanto a la pequeña como a gran pantalla, del resultado del
conflicto.
En los primeros años de la guerra será difícil encontrar en los grandes medios nacionales
norteamericanos informaciones críticas sobre la guerra (de hecho será difícil encontrar siquiera
esa palabra para definir el “conflicto” o la “involucración”, diferentes eufemismos que la prensa
utilizaba), los movimientos anti guerra se circunscribirán a grupos minoritarios de izquierda,
universitarios e intelectuales. Suele decirse que la televisión cometió el error de llevar la sangre
a los salones de la casa, demostró la dura realidad de la guerra a las familias... pero realmente
la emisión de escenas polémicas por su violencia se limitaría a casos aislados: El reportaje de
Morley Safer para la CBS en 1965 que mostraba a marines norteamericanos quemando con
encendedores zippo los tejados de paja de las casas de la aldea Cam Ne; las imágenes emitidas
por la NBC en 1968 de la ejecución en plena calle de un sospechoso, o las consecuencias del
bombardeo con napalm, en 1972, en una pequeña aldea, cuya fotografía se haría mundialmente
famosa… Y poco más. Generalmente las informaciones que el ciudadano corrientes recibía
desde la pequeña pantalla se limitaban a reportajes con algún disparo o columnas de humo en
la distancia y los muertos y heridos rara vez aparecían al igual que el enemigo, subrayando la
idea de este como “invisible”.
“En Iraq, el Pentagono inventó al periodista empotrado porque creía que la información
crítica había causado la pérdida de Vietnam. La verdad fue todo lo contrario. En mi primer día
como joven periodista en Saigón, visité las oficinas de los principales periódicos y compañías de
televisión. Noté que en varios había un tablero de anuncios sobre el que había horripilantes
fotografías, en su mayoría de cuerpos de vietnamitas y de soldados estadounidenses levantando
orejas y testículos cortados. En una oficina había una fotografía de un hombre que era torturado,
sobre la cabeza de los torturadores había un globo de historieta cómica con las palabras: ”te voy
a enseñar a hablar con la prensa”. Ninguna de estas fotos fue publicada alguna vez o incluso
transmitida a las agencias. Pregunté por qué. Me dijeron que el público nunca las aceptaría. En
todo caso, publicarlas no sería objetivo o imparcial”
Únicamente, a partir de otoño de 1967, y sobre todo tras la Ofensiva del Tet de 1968, el
infructuoso ataque de las tropas norvietnamitas a más de 100 poblaciones del sur, y con la
llegada de la guerra a las ciudades en 1972, la televisión mostraría el sufrimiento de la guerra a
través de reportajes de periodistas independientes.
Hasta 1967 la guerra era mayoritariamente apoyada por la opinión pública norteamericana (otro
caso será el del resto del mundo) los medios y la clase política. En aquellos primeros años la
habitual emisión que recibían los estadounidenses en sus casas eran en su mayor parte
informaciones optimistas, resúmenes de grandes victorias bélicas, informaciones políticas de
Washington y algún reportaje sobre las acciones de los “good guys”(buenos chicos) soldados.
Los jueves se informaba de las bajas siempre poniendo énfasis en los altos números del enemigo.
Tras la ya apuntada Ofensiva del Tet será cuando, sin criticar en ningún momento a las tropas,
los medios, encabezados por unas polémicas declaraciones del presentador estrella Walter
Cronkite en la CBS “…Decir que estamos atascados en un punto muerto sangriento parece la
única conclusión realista, aunque insatisfactoria” empiecen a poner en duda las tácticas
seguidas en la guerra y la situación de esta.
Es más realista analizar cómo el implacable transcurso del tiempo, unido al estancamiento
militar, el progresivo cansancio de la guerra será el que alimentará inevitablemente a los
opositores de esta, cada vez más vista como la prolongación de la última guerra colonial, y con
el transcurso de ella el clima antibélico se irá haciendo cada vez más importante e influyente.
La evolución de cómo el cine ha reflejado la guerra del Vietnam en las diferentes décadas ha
seguido singularmente un recorrido paralelo a la transformación de la opinión pública sobre el
conflicto, y condiciones muy diferentes desde los principales países involucrados en la guerra,
ya sea primero Francia, más tarde Estados Unidos, o el propio Vietnam, así como otros actores
“secundarios” de la guerra como Australia, Filipinas o Corea del Sur.
El cine francés se mantuvo algo distante durante los 60 de un conflicto que había causado una
severa derrota y una merma de la moral nacional, únicamente salpicada por producciones de
corte documental (La section Anderson…) con tintes políticos (Sangre en Indochina..)de
directores como Pierre Schoendoreffer ( que trabajó como cámara del ejército francés, fue
herido poco antes de la batalla final de Dien Bien Phu y cubrió el conflicto) o el realizador de
origen holandés Joris Ivens (El cielo y la tierra, El paralelo 17, Loin du Vietnam…)Con la aparición
más o menos anecdótica de personajes veteranos de la guerra de indochina como en Ascensor
para el cadalso ( Ascenseur pour le echafaud, Louis Malle, 1957) Aventuriers du Mekong (Jean
Bastia. 1957) La Riviere des trois jonques (Marcel Pergament, 1957)…Habrá que esperar hasta
los 90 para que el cine galo de ficción recupere esta parte de la historia del país.
Tempranas producciones, que escogen Vietnam como mero trasfondo de aventuras exóticas
serán La Legión de los condenados (Rogue’s Regiment, Robert Florey, 1957) probablemente la
primera producción norteamericana ambientada en el conflicto, en su primera etapa, y que
sigue a un grupo de exsoldados de la Segunda Guerra mundial enrolados en la Legión extranjera
francesa en el Saigón de la época, con sub trama de persecución de criminales de guerra nazis
de por medio, o A Yank in Indochina (Wallace A. Grissell. 1952). Estados Unidos constituye el
referente principal en las traslaciones cinematográficas sobre esta guerra, y es donde más se
ejemplariza esa conexión entre la evolución de la opinión pública sobre la guerra y el contenido
de estas. En los años previos al conflicto y en los primeros años de este en los 60, con el apoyo
del Gobierno de los Estados Unidos, se producirán pequeños documentales y piezas
propagandísticas como el documental Why Vietnam? 1965, con la convicción de que los medios
de comunicación eran una eficaz vía para insuflar en la población civil un apoyo a la guerra
tomando como base el anticomunismo y el concepto de Estados Unidos identificado como
defensor de los valores democráticos y occidentales, ideales que aún pervivían en la sociedad
estadounidense tras el periodo de bienestar y crecimiento del país finalizada la Segunda Guerra
mundial y la etapa más dura de la guerra fría en los 50, donde también se había manejado
idéntico mensaje durante la torcida guerra de Corea. No es por ello de extrañar que Hollywood
también siguiera ese mismo camino en sus primeras producciones sobre la guerra de Vietnam,
que adoptan un lenguaje y mensaje paralelo al de las películas sobre la Segunda Guerra mundial,
utilizando de igual manera la estética de las que sobre aquel conflicto se desarrollaban en el
frente del Pacífico. En ese marco se moverán producciones como Un yankee en Vietnam (A Yank
in Viet-Nam, Marshall Thompson, 1964) Tot he Shores oh Hell (Wil Zens, 1966) y sobre todo
Boinas Verdes (The Breen Berets, Ray Kelogg, john Wayne, 1968) hazañas bélicas en la tradición
más clásica, con héroes americanos inmaculados, malvados enemigos, y en donde no se
cuestiona en ningún momento la racionalidad y la bonanza de un conflicto definido con la
simpleza de un “nosotros contra ellos. Sin embargo esta será la etapa con menos producciones
sobre la guerra, en contraposición al importante tiempo y espacio que los medios informativos
del país ocupaban en él.
Las producciones críticas en estos primeros 60 se tienen que buscar fuera de la industria, en
“Viet Rock” (Megan Terry, 1966), la primera realizada en contra de la guerra.
Como ya apuntábamos en 1967 será una fecha clave en el cambio de mentalidad de la sociedad
norteamericana hacia la guerra: las cada vez más numerosas pruebas de ataques sobre objetivos
civiles, el aumento de bajas norteamericanas, el avance del Vietcong y el estancamiento tras casi
tres años de conflicto reducen la opinión favorable del público y aumentan las demostraciones
y manifestaciones contra la guerra a todo lo largo del país. En 1968, con el inicio de la ofensiva
del Tet por parte de las fuerzas norvietnamitas, operación fracasada pero que constituye un
punto de inflexión en la guerra, unida al desvelamiento de tragedias como la matanza de Mai
lai, harán que la balanza que la opinión pública comience a desnivelarse. El 15 de octubre de
1969 se consolida esta percepción nacional tras el éxito del Moratorium Day, a mayor
concentración pacifista anti-Vietnam hasta el momento, que se celebrará desde entonces cada
mes en el mismo día.
Hollywood no será ajena a esta tendencia, y entre finales de los 60 y comienzos de los 70 las
películas eran cada vez más negativas hacia la guerra, contando además con el apoyo de un gran
porcentaje de actores, directores, que se involucran personalmente en el activismo anti Vietnam
que sacude a la nación, así como de una buena parte de la élite cultural del país, ampliando el
movimiento antiguerra que hasta entonces parecía circunscrito al mundo juvenil universitario y
contracultural. Sobre este último tema aparecerían películas fuera de la industria cómo The
Activist (Art Napoleon, 1969) y varias producciones de marcado izquierdismo del realizador
Robert Kramer: cómo In the Country (1967) donde una pareja se refugia en el mundo rural
huyendo de la era intervencionista gubernamental en Vietnam; The Edge (1968) y Ice (1968),
ambos sobre grupos antigubernamentales. La primera versa sobre un supuesto plan de
asesinato al presidente de Estados Unidos por parte de los movimientos anti guerra y la segunda
sobre una guerrilla urbana que lucha contra un hipotético régimen fascista norteamericano.
Años más tarde, y con el trasfondo de las consecuencias de la posguerra entre los activistas de
izquierda norteamericano, Kramer rodará Milestones (1975). Este cineasta sería a su vez 1 de
los fundadores de “The Newsreel” productora californiana creada en 1968 con el ánimo de la
realización de documentales de temática social. En 1970 rodaría en el mismo Vietnam el corto
The people’s War, sobre la vida en la guerra de los campesinos vietnamitas.
No será, sin embargo, hasta 1975 cuando tras la caída de saigón y la retirada de las tropas
norteamericanas, el cine norteamericano refleje la guerra y sus consecuencias. Será entre finales
de esta década y la primera mitad de la siguiente donde se realicen las más importantes películas
sobre el conflicto con la primera ola importante de producciones sobre Vietnam como Héroes,
El regreso, Apocalypse Now, o El cazador entre otras.
El triste regreso a casa de los soldados y sus dificultades para integrarse de nuevo en la sociedad
se verán en importantes títulos como El regreso, El cazador… en las que se hace referencia
directa al conflicto, la primera desde una base contraria a la guerra, y la segunda subrayando
únicamente los pecados del enemigo conviven junto a otras donde los protagonistas son
veteranos de la guerra que tratan de sobrevivir a su regreso a casa. Estos “viet-vets” se reflejarán
en pantalla de maneras muy diversas. Así nos veremos desde su incapacidad para reincorporarse
a la vida civil, como el insomne y solitario taxista Travis Bickle (Robert De Niro) que decide dar
sentido a su vida asesinando a un político en Taxi Driver (Taxi Driver, 1976) a Sonny y Sal (Al
Pacino y Jonh Cazale) quienes, tras decidir robar un banco quedarán cercados por la policía en
Tarde de perros (Dog Day Afternoon, 1975) o con el afroamericano Gordon en Comando
antidroga (Grodon’s War, 1973) de Ossie Davis que decidirá tomarse la venganza por sí mismo
contra los narcotraficantes de su barrio, el Harlem neoyorquino, que con su droga provocaron
la muerte de su mujer. Tmea parecido al que veremos en el “blaxploitation” The Black Six (1974),
ahora con seis vets afroamericanos moteros que buscan venganza por la muerte del hermano
de uno de ellos a manos de una banda de racistas sureños.
Estas películas serán precedentes de la oleada de Beats que en la segunda mitad de los 80 y tras
el éxito de Rambo, tomarán las pantallas para convertirse en particulares héroes callejeros,
vengadores y guerrilleros patrióticos varios. En un tono más político encontraremos veteranos
de la guerra en películas singulares como Alerta: misiles (Twilight’s Last Gleaming, Robert
Aldrich, 1977), donde un general prisionero durante la guerra (Burt Lancaster) llevará su
obsesión por conocer el porqué de ésta, ocupando un silo de misiles nucleares y amenazando
con un uso para conseguir una declaración del presidente de los Estados Unidos sobre las
razones del inicio del conflicto en Vietnam. Desde el melodrama psicológico romántico como en
Héroes (Hail Hero!, Jeremy Kagan, 1977) , donde un veterano trata de superar sus pesadillas de
la guerra recuperando a sus ex compañeros y montando una granja pesquera y acabará
encontrando el apoyo y el amor de una mujer ,o visiones cercanas a la religión como en La
novena configuración ( The Ninth Configuration, William Peter Blatty, 1980), donde el autor de
exorcista hace una alegoría sobre el síndrome post-Vietnam.
Estas apuestas cinematográficas se centrarán en las consecuencias del conflicto en todos sus
aspectos y dejando a un lado los orígenes de la guerra y la propia guerra en sí misma…así lo
refleja el profesor de Historia de la Universidad de Tel Aviv, Shlomo sand, en su libro “El siglo XX
en pantalla”. “Con la retirada de las fuerzas norteamericanas la retórica que había querido
justificar la guerra aduciendo al peligro de la propagación del comunismo quedó a obsoleta y
era ya difícilmente explicable. El cine se alineó con ese estado de ánimo y empezó a presentar
la guerra como una empresa inútil, e incluso totalmente negativa. Con todo, las películas no se
ocupaban de las causas del conflicto ni de los motivos que habían propiciado que el comunismo
nacional se llevara la victoria. Para el discurso cinematográfico dominante, la guerra era un
desastre natural, que había caído súbitamente sobre el pobre soldado norteamericano, que se
había visto arrastrado a su pesar a una situación imposible. La mayoría de las películas hablaban
de las cicatrices físicas, psíquicas y morales que había dejado la guerra en los antiguos
combatientes, marcados de por vida por las terribles experiencias vividas.”
Entre 1978 y 1979 se estrenan cuatro películas de gran éxito sobre el conflicto: El regreso, El
cazador, Hair y Apocalypse Now. Las dos primeras serían nominadas al Oscar a la mejor película
en 1979, galardón que recaería en la de Michael Cimino, Apocalipsis Now repetiría nominación
en la edición de 1980 (tras retrasar su estreno para no coincidir con aquellas dos) y el musical
Hair se alzaría ese mismo año con el Globo de Oro a la mejor película de comedia/musical.
Con la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca en 1980 se regresa a las posiciones
conservadoras e intervencionistas. En 1983, y tras la invasión de la pequeña isla de Granada por
parte de 6000 soldados norteamericanos, el Gobierno de Reagan los premiaría con más de 8000
medallas al honor, más de las que habían recibido hasta entonces los veteranos de casi 10 años
de guerra en Vietnam. También se recupera la imagen de los veteranos de guerra de Vietnam
con el desfile de estos en 1982 por las calles de Nueva York y la apertura del Memorial a los
Veteranos de Guerra.
Esta corriente ideológica, enfrentada a las anteriores, las recoge Andrew Wiest en su libro
“Essential Histories – The Vietnam War”. “Los Estados Unidos no habían sido derrotados en el
correcto sentido del término en la guerra de Vietnam. Ningún invasor extranjero había saqueado
Wahington y el país se mantenía como la nación más fuerte del mundo. También, como se le
señaló rápidamente a muchos americanos, los soldados americanos nunca habían perdido una
gran batalla durante el curso entero de la guerra. Semejantes pensamientos no confortaban a
la mayor parte de americanos y sólo servían para hacer el fracaso de la guerra de Vietnam más
difícil de llevar. Si los militares no habían fallado en vietnam eso significaba que la pérdida de la
guerra fue debida a un amplio desbarajuste de las decisiones políticas y la moral nacional.
América, parecía, había metido la pata. Su política exterior había sido equivocada, su Gobierno
no había sido sincero y su fibra moral se encontraba en falta. A controvertida derrota en Vietnam
causó un dolor, Una catarsis nacional en la sociedad americana, lo cual representó un mar de
cambios en la historia cultural americana. Antes de la guerra de Vietnam, el prodigio americano
había estado vivo y bien. Los Estados Unidos eran una buena nación dirigida por gente de GM
intencionada. En tiempos problemáticos los americanos llegaban en ayuda de las vacilantes
potencias europeas para salvar a la democracia de las manos de los tiranos. Vietnam fue
diferente. América había sido derrotada; sus líderes habían mentido; sus soldados habían
cometido atrocidades; su sociedad había estado cerca de explotar. Parecía para muchos, Que
América había escogido la causa equivocada y no era un Salvador en Vietnam sino un brioso
matón (…)”.
películas de la época vascular han entre dos visiones de la guerra: una, la de los soldados
americanos (Platoon, etc), donde Vietnam se describe como la metáfora de un infierno para las
tropas, compuestas por jóvenes desconcertados ante un conflicto que les es
ajeno...,paralelamente a esta, hay una corriente, revisionista y conservador, en la que la
industria cinematográfica parece querer ganar en las pantallas lo perdido en el campo de batalla
y que se reflejará en el exito de la serie de Pekín películas de John Rambo.
Según el citado Shlomo Sand: “Para atenuar un tanto el shock de la derrota nacional el Guerrero
Rambo, un hombre que no confía en el Ejército sino tan solo en su fuerza y en sus instintos,
regresa a Vietnam para vengarse y liberar a los prisioneros norteamericanos. Rambo es, en gran
medida, un Tarzán post Vietnam que actúa solo, en las selvas del sureste asiático. Según esta
exitosa serie de películas, los políticos cobardes y los militares emboscados en la retaguardia son
los responsables de la debacle, del mismo modo que la superioridad del hombre blanco,
individualista, viril y musculoso no solo no está en duda, sino que, gracias a Rambo, el rebelde,
se ve confirmada y recupera su lugar en el centro del sueño americano, como si nada hubiera
pasado. los estudios no tardaron en producir otras películas con héroes francotiradores, bien
solitario consiguen vencer a millares de enemigos amarillos. Así, las películas bélicas tan
populares, que culminan con una victoria norteamericana aplastante, pusieron su grano de
arena a la hora de reescribir la historia. “
El éxito de Rambo generará una larga lista de copias más o menos parecidas a lo largo de la
década, donde se recupera la imagen del Beth ahora representado en dos grandes corrientes
basadas en unos conceptos similares: redefinición del trauma nacional y se entierra el
“Síndrome de Vietnam”, el personaje central será generalmente un hombre solitario y con honor
que intenta superar sus traumas pero conserva sus conocimientos adquiridos en el Ejército y la
convicción moral de la existencia de la dicotomía entre buenos y malos, la plasmación del héroe
anónimo americano. Por un lado encontraremos al más cercano al personaje de Satllone, un ex
combatiente que regresará a Vietnam para resolver sus cuentas pendientes con su memoria o
que intervendrá en otros conflictos “exóticos” donde purgará sus ansias de venganza o de culpa,
y por otro el vengador justiciero que utilizando su experiencia en Vietnam se dedicará a resolver
conflictos en su propio país, anteponiendo su ley a las de la policía o los cuerpos de seguridad
del Estado civil, invariablemente corruptos o ineptos frente al código de honor militar que
conservan. La lista de producciones de este curioso subgénero coyuntural, habitualmente
envueltas dentro del género de acción /aventura y destinada a un público joven de una nueva
generación que no vivió el conflicto, es bien elevada y en su mayoría pasarían a ser producto de
relleno de los videoclubes, establecimientos que en esta segunda mitad de los ochenta se
convierten en todo un fenómeno sociológico. La primera tendencia la veremos en títulos como
Ammerican Commandos, American Ninja, El ojo del águila, Double Target, Operación
Paratrooper… la segunda en otros como la Segunda de Cutter (Cutter’s Way) Annihilators,
Combat Shock, Codeo f Vengeance, Armed Response, The Red Spider, Snake Eater…la mayor
parte de escaso interés o incluso en series de televisión tan populares como “El equipoA” (The
A-Team 1983-1987) en la que unos vets que en Vietnam formaban los A-Teams, se unen para
ayudar a civiles en peligro en los Estados Unidos. Serie de gran éxito en unestro país, será una
de las visiones en pantalla más amables de esta tendencia.
Será precisamente la televisión la que recupere la imagen del veterano de guerra desde una
perspectiva más mundana en esta década, generalmente en telefilmes “basados en una historia
real” centrados en las dificultades de adaptación de los ex combatientes y/o prisioneros de
guerra a la sociedad de posguerra o a su entorno familiar y sentimental.
Desde otra perspectiva, en este caso veteranos de la lucha anti guerra dentro de las fronteras
americanas también aparecerán en películas como Return of the Seacacus Seven (1980) de John
Sayles, donde 7 amigos que fueron arrestados a finales de los 60 durante una protesta contra la
guerra en sea caucus, New Jersey, se reúnen 10 años después en una casa de verano de New
Hampshire para compartir recuerdos del pasado y sus inquietudes del presente y del futuro.
Ganaría el galardón a la mejor película independiente en los premios de la asociación de críticos
de cine de Boston y el de guión (John Sayles) en los de Los Ángeles.
Según Shlomo Sand: “El cine crítico norteamericano de principios de los años 90 retomó, en
cierto sentido, tienes que me interpretativo de largometrajes como Su excelencia el embajador
rodado a principios de los años 70, aunque los despojará de las ilusiones y de la idealización de
la política exterior o del estilo de vida americano coma tan característicos de los filmes de esa
época”.
En la segunda mitad de los 80 y comienzos de los 90 tendrá lugar la segunda oleada más
importante del cine sobre Vietnam en la industria norteamericana. Veremos otras cintas de
carácter más crítico como La chaqueta metálica, Good Morning Vietnam, Corazones de hierro,
o la trilogía de Oliver Stone, Platoon, Nacido el 4 de julio, El cielo y la tierra… la guerra será
ahora protagonista, y donde los soldados norteamericanos se describirán como jóvenes metidos
en una situación incontrolable desde el punto de vista individual, se incidirá en sus experiencias
personales sin entrar en las reflexiones políticas, sociales, o de venganza que habían dominado
en anteriores épocas. Películas como El cielo y la tierra, tratarán también de dar la visión desde
el punto de vista vietnamita, “actor secundario invisible” de gran parte de las producciones
sobre la guerra ajenas a ese país. En la filmografía de éste aparecerán en esta época numerosos
títulos con veteranos o en melodramas centrados en las consecuencias familiares de una guerra
que mantuvo a la región bajo el fuego durante varias décadas.
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Ello supuso una fuerte división interna, así como el incumplimiento por
parte de Alemania del compromiso con Francia de no desarrollar una política
exterior propia de corte hegemónico, a pocos meses de firmar en Maastricht el
Tratado de la Unión Europea. A pesar de que con posterioridad se comprobó el
error garrafal alemán, los socios comunitarios transigieron. El plan anterior saltó
por los aires, ya que Eslovenia y Croacia, se vieron con las manos libres para
actuar a sus anchas. La iniciativa alemana fue decisiva por tanto para que
estallase la guerra de Bosnia. Por su parte, la guerra de Croacia ya era un
conflicto abierto y a gran escala, con bombardeos sobre Dubrovnik y Vukovar.
Justamente cuando parecía haberse evitado la pesadilla que suponía que
reventase la Guerra Fría en Europa, estallaba la guerra en el corazón del
continente. No obstante, aunque en un principio los medios de comunicación
ofrecieron un enfoque “antiguo”, de enfrentamiento entre soviéticos y
occidentales, lo que realmente era el conflicto yugoslavo era una guerra entre
europeos que, además, en cierta forma, respondía a las ambiciones de los
grandes países de la vieja Europa. A pesar del inicio de fuertes hostilidades, lo
peor aún estaba por llegar.
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Las reformas económicas no podían ir más allá sin una nueva estructura
nacional de la URSS. Los presidentes de nueve repúblicas firmaron un nuevo
Tratado de la Unión. Poco después, tenía lugar el golpe de partidarios de
Gorbachov, militares y mandos de la KGB, argumentando que las repúblicas
bálticas, Armenia, Georgia y Moldavia, no habían firmado el Tratado de la
Unión. Aunque Gorbachov y Yeltsin conociesen que se fraguaba el golpe, este
último desertó en el último momento, buscando “rusificar” las instituciones
soviéticas -de hecho, su discurso subido encima de un tanque, se hizo con el
acompañamiento simbólico de una bandera rusa-. Los golpistas dieron por
fracasada su intentona, más por el rechazo total de las grandes potencias
occidentales, que por la resistencia popular, ya que la inmensa mayoría de la
población permaneció indiferente a los acontecimientos. Al margen de ello, el
resultado fue inequívoco: la legitimidad soviética quedó destruida, Gorbachov
regresó a Moscú como un cadáver político y Yeltsin -en definitiva, Rusia-, llenó
el vacío de poder. A partir de entonces, se inició una oleada de proclamaciones
de independencia. La Unión Soviética había desaparecido.
3. El genocidio de Ruanda
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Este estado de cosas varió en los últimos momentos del dominio belga.
Las presiones anticolonialistas, solían ir acompañadas del establecimiento de
democracias, que asegurasen una transición social y política estable hacia la
plena soberanía. Sin embargo, en Ruanda se consiguió el efecto contrario, ya
que la mayoría de la población rechazó la monarquía tutsi, con lo que la
república quedó en manos de los hutus. El proceso fue violento y conocido
como la “Revolución de 1959”. En ella se asesinó por parte de la mayoría hutu
a unos 20.000 tutsis, a los que se añadió la existencia de unos 150.000
refugiados.
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4. La Guerra de Chechenia
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5. La guerra de Kosovo
La crisis albanesa de 1997 supuso, entre otras cosas, que más de cien
mil fusiles de asalto y diverso equipamiento militar, fueran a parar de
contrabando al vecino Kosovo, por entonces, provincia serbia. Allí operaba el
Ejército de Liberación de Kosovo o UÇK, que se había limitado a organizar
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