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APUNTES TEMA 1

Antes de 1854 aparecen innumerables noticies referentes al reclutamiento, pero resulta


muy difícil hallar un artículo monotemático sobre esta cuestión, mientras que a partir
de esta fecha es imposible recogerlos todos.
A mediados de siglo, las publicaciones más conservadoras criticaban los gestos
ocasionados por el ejército permanente y la contribución de sangre que exigía para su
existéncia, ya que lastraba el desarrollo económico del país, pero concluían sus escritos
reclamando un ejército capaz de mantener el orden y los intereses exteriores de España.
Van apareciendo artículos más críticos con la política gubernativa sobre el ejército,
cuestionando los gastos militares porque afectaban a las inversiones en sectores
productivos, como las comunicaciones o la capitalización del agro. “el gobierno pide a la
asamblea conceda 70.000n hombres del ejército permanente, mientras los pobres
padres, hermanos y familias de esos soldados se mueran de hambre o se vean expuestos
a mil privaciones, ellos luzcan el sombrero chambergo, el pantalón bombacho y el botín
con las reminiscencias clásicas que el Sr Ros de Olano pretenda”
Parte de la prensa del Bienio defendió la abolición de las quintas y de los consumos, para
la tranquilidad social y las repercusiones positivas sobre la economía nacional, pero
también expresó sus dudas sobre cómo resolverlo, si el gobierno eliminaba los
consumos, cómo podía hacer frente a la inestabilidad política, si surgiera una rebelión
carlista, los recelos del estamento militar, si se eliminaban las quintas.
El Clamor Público, la voz de los progresistas intentó convencer al Ejército que la
reducción del contingente y la aprobación de una nueva Ley de quintas no significaba
un ataque directo a esta institución, al tiempo que vendía al pueblo la idea de que la
quinta, aprobada por las Cortes, era fruto de la voluntad y la necesidad nacional, pero
que prontamente las quintas actuales desaparecerían con la nueva Ley de reclutamiento
(Ley de Reclutamiento de 1856)
La Época propuso la renuncia del Estado al monopolio de la sustitución, autorizando a
cada mozo buscara su propio sustituto y conceder a los ayuntamientos la posibilidad de
cubrir sus cupos con voluntarios. Para La Época las reformas del sistema de
reclutamiento eran necesarias, pero consideraba las propuestas de abolición de quintas
como un simple ejercicio de retórica, de pura demagogia, fruto de la problemática
política del momento. La Época, La Iberia y La España defendieron las quintas y el
ejército existente, a pesar de las diatribas que les dirigía la prensa demócrata.
La Discusión apoyó la abolición de quintas. Inconstitucionalidad de las quintas, por
tratarse de un impuesto que gravaba desigualmente a los diferentes grupos sociales y
atentaba contra los derechos individuales, perjuicios causados a la demografía y la
economía nacional, inmoralidad del sistema, que empujaba a los individuos al fraude, la
autolesión, el contagio de enfermedades vergonzosas, al soborno y al autoexilio, y
maquinaria de reclutamiento excesivamente cara, completaban el discurso antiquintas
en favor de un ejército de voluntarios y completado con la Milicia. Pi y Margall o Roberto
Robert como: J.B. Guardiola, reinvindiccaron este modelo de ejército ya que supondría
un inmenso ahorro económico para el país, lo que permitiría dotar a España de una
maravillosa infraestructura de carreteras, ferrocarriles y canales, que sumaría los brazos
liberados por el ejército, facilitando un progreso económico al país.
La Discusión que en 1859 se unió al entusiasmo por la guerra contra “Marruecos”, en
1860 criticó la actitud de los partidos que recurrían a la fuerza militar para mantenerse
en el poder.
La Ley desigual de reclutamiento y las matrículas de mar, más injustas que las quintas.
Los quintos se podían librar por la redención y la sustitución, pero los matriculados de
mar no y podían ser llamados varas veces para cumplir diferentes períodos de enganche
y en caso de inutilizarse en el servicio se les retiraba la matrícula de mar, condenándolos
a la mendicidad y la delincuencia. Santiago Alonso Valdespino firmó un artículo en que
custionaba al gobierno de no justificar “la necesidad de distraer de sus ocupaciones
útiles ay provechosas a 35.000 jóvenes vigorosos, para consagrarlos a la esterilidad del
servicio de guarnición.
Progresistas y demócratas veían en la alianza gobierno-ejército el principal escollo para
acceder al poder, pidiendo el respeto a la Constitución, el fin del fraude elctoral y hasta
el procesamiento de Narváez.
Las publicaciones que no criticaban el estado de quintas eran las del Ejército. El Eco del
Ejército se mostró muy crítico con la cuestión de quintas, rechazando los voluntarios por
considerarlos holgazanes y de moral relajada, pero criticando la redención y sustitución
porque provocaban la desigualdad en la aplicación de la Ley y la desgana entre los
reclutas, que sentían el servicio como una condena por pobreza. Reclamaba en 1862, la
igualdad absoluta entre el pobre y el rico, procurando al mismo tiempo que el servicio
militar sea un beneficio para el pobre, en vez de ser una pesada carga. El Eco del Ejército
reclamaba la reducción des servicio activo y la reforma de los enganches y reenganches,
a fin de incrementar y mejorar el número de voluntarios, que había rechazado por
inmorales, para que se redujese el número de sorteos, reducir el tiempo de servicio y
proponía la creación de un impuesto gestionado por los ayuntamietnos y que estos
abonaran 7.500 rs por cada quinto que le correspondiese. Un aparato administrativo
organizado por Consejo Supremo de Redenciones, Consejo Superior Provincial y Consejo
Local Ordinario que administraría estos fondos sin comprender que este sistema era un
agravio para los contribuyentes.
(B)
En 1873 El Eco de España se opuso a la abolición de las matrículas de mar y de las
quintas, argumentando que las matrículas de mar garantizaban el reemplazo de la
marina a costa de pocos que obtenía claros beneficios a cambio, mientras que la
sustitución de las matrículas por los registros implicaba reclutar la marinería de entre
las reservas del ejército de tierra, a base de voluntarios y de todos los registrados de
entre veintiuno a cuarenta años, por lo que se ampliaba la base social, la abolición de
las que El Eco de España criticó duramente al gobierno republicano.
La Época Consideraba las quintas plenamente justificadas por el deber constitucional de
defender a la patria, y las acusaciones de injusticia por el reparto desigual de esta
contribución de sangre carecían de sentido mientras la ley fuese igual para todos: todos
podían sustituirse, todos podían eximirse, todos podían redimirse, todos podían
eximirse por el sorteo o por defecto físico y la imposibilidad de formar un Ejército de
voluntarios tal y como mostraban los datos del Consejo de Redención y Enganches, la
necesidad de mantener la estructura militar existente, obligaban a defender las quintas
y al Ejército como única salvaguarda del orden.
En la defensa de las quintas coincidieron antiguos moderados isabelinos, alfonsinos y
liberales progresistas, pero esta unidad se rompió el 1872 cuando los radicales de Ruiz
Zorrilla presentaron un nuevo proyecto de ley suprimiendo la retención y la sustitución.
Esta leí era la mayor de las injusticias al condenar a los analfabetos al servicio sin que
pudiesen, como antes, cobrar una compensación enganchándose como voluntarios o
contratándose como sustitutos. Esta ley es la más perjudicial para los pobres qué
estaban condenados al servicio sin posibilidad de ganar nada con ello.
La Esperanza en 1870 publicó un artículo titulado “Quien siembra vientos recoge
tempestades” reivindicando que se cumpliera la promesa de abolición de quintas
realizada por el gobierno. En 1872 Valentín Novoa firmó en La Esperanza “Abajo las
quintas” Propuso mantener las quintas y aminorar sus efectos mediante la redención,
sustitución y la mejora de las ventajas ofrecidas a los voluntarios coma ya que la
abolición de quintas a cambio de un servicio universal solo serviría para generalizar los
males que se intentaban evitar con la supresión de las viejas quintas.
La Época Calificó las opiniones de Valentín Novoa de oportunistas e ilusos a los
partidarios de la abolición y de primeras a sus proyectos. Considera que las quintas es
un convenio entre partes que nada perjudica al estado y favorece la organización del
Ejército. Lo antiliberales prohibir a dos ciudadanos independientes que dispongan de
sus personas según su voluntad , obligando a quedarse en su casa al que desea ingresar
en el Ejército para tener el gusto de hacer un soldado forzoso del que no tiene vocación
para el servicio de las armas.
Uno de los periódicos más consecuentes en la cuestión de quintas durante el Sexenio
fue El Imperial. Desde 1868 defendió la abolición de quintas a través de innumerables
artículos y de un tratamiento claramente partidista de las noticias sobre altercados de
quintas defendió la abolición de quintas, La conservación del Ejército permanente y la
adopción del sistema de reemplazo obligatorio para todos los ciudadanos
argumentando que en Gran Bretaña existía un poderoso Ejército solo con voluntarios y
el prusia se levantaba el mejor Ejército de Europa con el servicio obligatorio universal.
Propuso un Ejército permanente formado por todos coma reduciendo la duración del
servicio para repartir la carga entre todos los que cumpliesen una edad determinada.
Criticó la ley de 1870 por limitarse a una declaración de intenciones respecto a la
abolición de quintas ya que pretendía crear una absurda reserva de 600000 hombres y
reducir el presupuesto para voluntarios. El Imparcial acusó al Ejército español de
excesivo protagonismo político. El P.S. Sostuvo que la ruina de una nación no radicaba
en la importancia de los sueldos que se pagaban por servicios necesarios (voluntarios
soldados retribuidos), ya que la garantía de unos buenos servicios públicos y el desvío
de brazos militares hacia la industria y agricultura compensaban la inversión. Según
Partido Socialista el presupuesto nacional podía sostener un Ejército de voluntarios ya
que el problema no radicaba en la financiación sino en conseguir los voluntarios
suficientes coma y por ello proponía el incremento de los sueldos la reforma de la
Ordenanza y convertir el servicio militar en una carrera.
(C)
Desde 1868 se facilitó la creación de periódicos. La importancia de esta prensa de
agitación es tanta que muchos de sus periódicos llegaron a constituir verdaderos
órganos de la revolución como fue el caso de La Federación Española, Revista Federal,
La Reforma, El Amigo del Pueblo, El Rojo, El Combate, La Igualdad.
No solo esta prensa “revolucionaria” utilizó un lenguaje exaltado. La prensa
tradicionalmente demócrata como La Discusión fundado por Nicolás María Rivero en
1868, se transformó en un periódico republicano, enemigo declarado de todo
posibilismo y de la monarquía. Autores como Santiago López Moreno escribió
verdaderos llamamientos a la insurrección. Pero en Marzo de 1870, La Discusión moderó
su tono y exigió clama y tranquilidad, advirtiendo al pueblo que no se dejase engañar
por artículos de El Tiempo que solo buscaba la agitación para derrocar al gobierno. En
1872 su actitud se radicalizó definitivamente ante el Proyecto de Ley de Reemplazos de
Ruiz Zorrilla, por considerar antidemocrático el pretendido llamamiento cronológico de
los mozos de 21 a 23 años y la exención de los que sabían leer y escribir. En 1873 La
Discusión abanderó la reivindicación del alistamiento obligatorio para acabar las guerras
carlista y cubana, criticando a los que comparaban el servicio obligatorio universal con
las viejas quintas, y a los que provocaban agitaciones de reservistas y de soldados.
El Pueblo sigue la misma trayectoria de La Discusión, en 1868 se declara republicano
unitario que en 1869 elogie a Prim y Sagasta, pero cuando estos no cumplieron sus
promesas reivindicó un ejército similar al suizo o la norteamericano y negó la legitimidad
de las quintas.
Periódicos como la discusión y el pueblo coma de claras simpatías republicanas en el
sexenio, Estos dos periódicos se encontraban muy próximos a los radical-demócratas,
mientras que otros por la izquierda, estaban a un paso del socialismo (El combate y El
combate Federal) o se declaraban abiertamente socialistas (El Condenado, Los
Descamisados) sin considerar las diferencias internas entre republicanos unitarios y
federalistas.
La prensa internacionalista como El Condenado, Los Descamisados y el Amigo del Pobre
emplearon argumentaciones ante quintas completamente desprovistas del sentimiento
y la fuerte carga emotiva de los artículos de cualquier otro medio, no obstante esta
prensa en 1873, se volvió contra los republicanos, tanto unitarios como federales y
prolongó su labor agitadora propugnando llevar la revolución a sus últimas
consecuencias mediante la violencia, la utilización incendiaria del petróleo y el saqueo
de las propiedades de los opresores monárquicos y burgueses (incluidos los
republicanos).
La Igualdad defendió una reforma militar que implicaba la organización de un ejército
completamente distinto, con una nueva Ordenanza, adoptando un lenguaje
condescendiente, intentando convencer con la razón y pidiendo. Sin embargo, en 1869
al ver que el gobierno no cumplía sus peticiones recrudeció su mensaje, sus artículos
recogieron toda la ideología insurreccional del republicanismo y cuestionaron la
legalidad vigente, la legitimidad del gobierno y de las quintas que contrariaban la
voluntad popular y las leyes naturales, al exigir la vida a quien no se le concedía el
derecho a nada, ni siquiera al voto, antes de los 25 años.
(D)
La Igualdad, al ver que fracasaba el levantamiento republicano en 1869, y una vez que
los lideres manifestaron su intención de no abolir las quintas, autores como Fernando
Garrido, pasaron al ataque despiadado contra Prim, Sagasta, Rivero acusándoles de
incumplir la promesa de abolir las quintas, y contra el ejército, al que acusaba de
dilapidar 600 millones de reales anualmente, a los que añadía otros 600 por pérdidas
de fuerza de trabajo, 100 por las destrucciones provocadas por la actuación de los
militares en “defensa del orden” y otros 100 que podrían rentar los locales ocupados
por los cuarteles. “ Los ejércitos permanentes son causa de la miseria de los pueblos,
además del único sostén de la tiranía”
Fernando Garrido y A. Mellado sostuvieron que las quintas solo servían para que el
Gobierno desalojase ayuntamientos legítimamente elegidos, para cobrar impuestos a
punta de bayoneta, para sustituir jueces honrados por jueces gubernamentales y para
mantener autoridades como la de iglesias en Barcelona, Peris en Valencia, Gómez
Moreno en Valladolid Lallana en Alicante, que insultaban los principios democráticos.
En 1870, la abolición de quinta se sitúa en un segundo plano en beneficio de la reforma
del Ejército el propósito de F. Garrido, A. Mellado o F. Flores García, Tira matar dos
pájaros de un tiro: abolir el Ejército y las quintas al mismo tiempo, que era acabar con el
principal obstáculo para el triunfo de la “revolución republicana”. Después de este
llamamiento a nadie extrano los numerosos motines de quintas de abril de 1870 coma
bien descritos por A. Mellado en 5 artículos consecutivos durante la segunda quincena
de abril y justificados por Pi y Margall en su famoso diálogo entre el soldado y el Hombre
Humanidad, publicado en La Igualdad en 1870.
A finales de 1871 aparecen frecuentes análisis negativos sobre el ejército,
identificándolo con la monarquía. En los primeros meses de 1872 los activistas
republicanos parecen fraguar Todas sus esperanzas de un futuro alzamiento victorioso
en la sublevación de la tropa y en la oposición popular a las quintas, y no dudaron en
publicar continuos llamamientos incendiarios dirigidos a los soldados y a los afectados
por el reemplazo de 1872, con una fuerte carga ideológica, desvestidos del viejo discurso
sentimental dirigido a madres com a padres y novias de quintos y sin ocultar la intención
de aprovechar este movimiento para proclamar el triunfo de la República federal.
El proyecto de ley de quintas de Ruiz Zorrilla, en 1872 fue recibido por La Igualdad con
desilusión, pero utilizado como catapulta de una nueva rebelión republicana. Víctor
Pruneda Fue el encargado de preparar el ambiente con sus artículos sobre el enésimo
incumplimiento de promesas, la desigualdad social en qué se basaban las quintas, y la
ilegalidad del sistema.
A lo largo de 1873 La Igualdadk defendió al gobierno republicano de Madrid, elogiando
sus decisiones. Tras el júbilo por la abolición de quintas se intentó atraer a los militares
mediante constantes llamamientos a la disciplina y elogios al buen hacer de los oficiales
en defensa de las libertades constitucionales. Este cambio de actitud y discurso
republicano en 1873 hipotecó su principal bandera electoral. La imposibilidad de
renunciar a un ejército permanente les llevó a defenderlo con argumentos a los de sus
antecesores.
Durante la Restauración las relaciones entre la prensa y el ejército fueron tensas. Los
intercambios dialecticos entre la prensa civil y la prensa militar propiciaron incidentes
entre diversos medios de comunicación y el colectivo militar. En 1885 un grupo de
tenientes asaltó la redacción de El Resumen, criticas sobre los oficiales “voluntarios”
para Cuba; El Globo , El Resumen, El Reconcentrado de La Habana…La guerra de Cuba y
el desastre de 1898 agudizaron el enfrentamiento prensa-ejército, con episodios como
los referidos. 1906 el asalto al periódico de Alcoy Humanidad descrito por el
Comandante Militar de Alcoy.
Actitud hostil de la prensa más radical y las críticas a la actuación del Ejército en general
y de Weyler, en Cuba por parte de El resumen, El imparcial, o El Heraldo de Madrid, no
hicieron más que promover un falso espíritu de cuerpo y la creencia coma entre los
militares, de que solo ellos podrían erigirse en salvadores de la patria, como sucedió con
Polavieja. Para estos militares cualquier ataque al Ejército era un crimen de leso
patriotismo y cualquier ataque a España se veía como un delito doble: separatismo y
dejación del honor militar. La cuestión de quintas, en los primeros años de la
restauración, casi desaparición de la prensa diaria.
Si exceptuamos a la prensa socialista, anarquista y federal, el resto de la prensa, incluso
los más críticos (El Imperial, El Pueblo, El Heraldo de Madrid, El Resumen) Sí limitó a
cuestionar las formas ya proponer otro sistema que incluyese modificaciones
puramente formales, pero que también implicaba la obligatoriedad del servicio:
reclutamiento universal. La necesidad de poner fin al caciquismo y a los errores formales
de la quinta llevó El Imparcial a defender la reforma de Cassola. Por el contrario la prensa
canovista, liderada por La Época, adoptó una postura radicalmente contraria a las
reformas de Cassola y a su pretensión de universalizar el servicio militar.
(E)
La supresión de las rendiciones a metálico implica una pérdida de 16 millones de pesetas
al año, que no sabemos con qué ingresos sustituirán…
En otras naciones existe el servicio obligatorio. Pero, aparte de que en ellas hay
costumbres públicas y una organización general que lo consiente sin rozamientos de
ninguna clase, no se halla en ellos establecido sobre bases tan duras como las que el
General Cassola propone. La falta de cuarteles, la habitual dureza empleada por las
clases y otros accidentes de la vida de cuartel, pueden menos de hacerse insoportables
a la juventud que ha pasado sus mejores años en las cátedras o en las escuelas especiales
para ver luego truncada de un golpe su carrera…Por el sistema que el General Cassola
propone el servicio obligatorio, antes lleva a paisa nizar el Ejército que a militarizar el
país, que es precisamente lo contrario de lo que este sistema de reclutamiento significa
en todas partes. Bajo su aspecto puramente económico, que no puede darse por olvido,
la reforma es más ruinosa todavía. El presupuesto, además de perder ingresos en
cantidad de 16 millones de pesetas al año desgastados los fondos de las cajas especiales
de redención y enganche, sufragar las obligaciones pendientes por este concepto y las
que habrá de adquirir. Esta medida, sin satisfacer ninguna necesidad presente, aumenta
a 20 millones el déficit calculado para el año venidero y a 60 el de los sucesivos. Mientras
la tranquilidad pública permitía mantener reducido el contingente del Ejército, la
retención venía a constituir un impuesto de consideración, que producía al tesoro
recursos muy apreciables, dada la penuria del Erario, sin privar por eso al Ejército de los
hombres que el servicio exigiese. Por último, no hay igualdad retributiva en la reforma
desde el momento que, los mismos reclutas que rediman o sustituyan su servicio en
Ultramar, tienen que prestarlo en la península por el mismo tiempo y en las mismas
condiciones que si no hubieran pagado las 2000 pesetas.
A través de numerosos artículos La Época mostró su desacuerdo con una reforma que
a dejaba ir al Ejército de la idiosincrasia nacional para copiar las formas de un modelo
extranjero, y que engatusaba al pueblo ofreciéndole una hipotética igualdad ante el
servicio. El servicio obligatorio universal, para La Época, era injusto porque obligaba a
todos, a los que querían y a los que no, a elegir la carrera militar, mientras que el sorteo
permitía librar a muchos y la redención al resto de los que no deseaban elegir dicha
carrera o no servían para la vida militar: los “débiles” hijos de la burguesía. La particular
visión de La Época consideraba que lejos de disminuir la desigualdad con el servicio
obligatorio universal, lo que se hacía era generalizarla. Sin embargo El Resumen
consideraba imprescindible la reorganización del Ejército, la reeducación del pueblo
para introducir progresivamente el servicio obligatorio universal, y la reforma del
sistema de reemplazo como la más trascendental de todas las propuestas, ya que por sí
sola condicionaba la organización administrativa y técnica del Ejército, mejoraba las
relaciones ejercito -sociedad, y ponía fin a una desigualdad vergonzante, aunque para
lograr todo esto consideraba necesario resolver una serie de
…cuestiones prácticas de principio, y estas cuestiones previas son la educación militar
de la juventud, las modificaciones en el servicio interior de los cuerpos, las reformas en
el acuartelamiento, La preparación de las clases inferiores de la milicia para el mando
de gentes ilustradas, el establecimiento de tiro nacional, y otros detalles y considera
transcendental renunciar a la redención para Cuba y al voluntariado de un año, porque
el contraste entre el rico y el pobre era siempre odioso, pero duraba poco: no llegaba a
las filas del Ejército. Los ricos nos redimíamos, se quedaban solos los pobres y eran todos
iguales. Mientras que si ahora se permitiese al soldado rico vivir de distinto modo que
el menesteroso; si los que tenemos dinero no fuésemos soldados más que de nombre y
los otros hubieran de serlo para el trabajo, para la fatiga, para el peligro, dirían con razón
que el general Cassola nos había quitado un privilegio de 24 horas, pero nos otorgaba
otro privilegio de un año.
El Demócrata, el 2 de mayo de 1881, ya advertía que cualquier reforma que no estuviera
basada en la unidad la universalidad y la igualdad no era tal, Y si se basaba en estos
principios exigía un completo cambio de rumbo en el sistema político y los hombres que
lo regían. Las quintas, para la prensa federal, eran el ejemplo más depurado de las
diferencias de clase, de la desigualdad social amparada por las leyes y por el sistema
político existente, que solo pretendía engordar el Tesoro Público con la redención,
Liberar a los ricos de los perjuicios de la Ley, y sostener un Ejército en el que “el soldado
es un paria, que obedece a la ordenanza”. El soldado estaba obligado defender el orden
y el sistema, sin que nadie le preguntase “cuántas cosas le pertenecen, qué dinero tiene
en los bancos, qué fábricas son de su propiedad, en qué ferrocarriles o tranvía son
accionistas, en qué comercio están interesados, qué sueldo oficial disfrutan, qué bien
les asegura el orden público; contestarán que ninguno.” Todavía más agrios resultaban
los comentarios de la prensa revolucionaria socialista y anarquista, sobre todo a fin de
siglo. A lo largo de la década de los 90 El Socialista se hizo eco del conflicto melillense y
de la guerra de Ultramar con acusaciones constantes a las clases altas de enviar a los
“hijos del pueblo” a la muerte por intereses particulares, para que los oficiales lograsen
entorchados y los financieros acumulasen mayores riquezas. Intentó demostrar como
dice Núñez Florencio, la contraposición existente entre proletarios (los que mueren en
el campo de batalla) y burguesía (pues que recoger los beneficios de la guerra. Acusó a
los defensores de la guerra de falso patriotismo, ya que solo mencionaban a la patria los
que tenían algo que ganar con su defensa: generales, negociantes y contrabandistas de
armas. Para los socialistas la abolición de los ejércitos permanentes, propuesta en 1889,
iba más allá de la abolición de quintas o de la sustitución del Ejército actual por otro de
voluntarios: significaba el fin de las fronteras que dividían a los proletarios del mundo,
el fin de la maquinaria opresora que permitía a la burguesía reprimir y controlar al
proletariado. Incluso hay claras referencias a la irracionalidad de los ejércitos nacionales,
autores de guerras civiles, guerras entre proletarios, expansiones imperialistas y guerras
entre razas: “ No falta quien trata de exaltar la imaginación sencilla del pueblo por medio
de no sabemos qué soñada coalición de razas afines con el humanitario fin de aniquilar
las naciones de raza distinta: ¡Como si no fueran suficientes, para justificar la barbarie
de nuestra época, las luchas internacionales y necesitáramos asistir al espectáculo
salvaje de una guerra de razas! Posteriormente, El Socialista Moderó su postura
respecto al Ejército, pero no sobre la guerra de Cuba, lanzando su célebre campaña de
“ O todos o ninguno” en otoño de 1897 y “Ni un soldado más para Cuba”. Las dos
campañas sirvieron al PSOE mostrar que siempre se opuso a la guerra de Cuba, a pesar
de que nunca se planteó un análisis profundo del colonialismo español en Cuba,
mirándose como dice Núñez Florencio, criticar la actuación de la burguesía española en
Cuba, única culpable del desastre cubano y a lamentarse de los sufrimientos que la
guerra ocasionó a los proletarios españoles, ignorando por completo a los insurrectos y
ofreciendo soluciones tan ambiguas como utópicas. Los anarquistas, desde El Corsario,
El Rebelde, La Idea Libre, desafiaron a la burguesía que apoyaba las guerras coloniales a
enviar allí a sus hijos, Rechazando todo tipo de Ejército, así como los conceptos de honor,
patria, que solo servían para justificar matanzas de inocentes y perpetuar la injusticia
social. Resulta obvio que el rechazo anarquista al sistema de reclutamiento imperante
iba más allá de una crítica formal, tal y como se deduce esos llamamientos a la huelga
general contra el reclutamiento, a la desobediencia generalizada en los cuarteles, a la
indisciplina contra la Ordenanza, a la deserción y a cualquier actitud para dificultar el
desarrollo de los llamamientos.
la prensa militar no comulgo con las opiniones socialistas y anarquistas ni con los
republicanos y federalistas pero curiosamente, en la Restauración, la opinión
generalizada en el Ejército y por extensión en sus periódicos, se mostró manifiestamente
contraria a las tradicionales quintas. Éxitos del modelo militar prusiano, con un Ejército
permanente numeroso bien armado y entrenado y grandes reservas perfectamente
instruidas, así como la patrimonial ización de los conceptos de honor y patriotismo por
parte del Ejército español de la Restauración, empujaron a gran parte de los militares a
defender el servicio universal.
“Hábitos antiguos, escasez de dinero y otras causas han impedido en España instaurar
un régimen que impera en casi todo el mundo”: el servicio obligatorio universal. La
mayor parte de la prensa militar rechazó los violentos ataques de anarquistas socialistas
y federales contra la institución militar, así como los ejércitos de voluntarios, las quintas,
la redención y defendió el servicio universal obligatorio, una mayor ecuanimidad en el
reparto de la contribución de sangre y el respeto al “sagrado” deber de defender a la
patria con las armas en la mano. La consecución de estos objetivos no se consideraba
una utopía, sino un deber de niños, aprovechando la enseñanza primaria para educar a
los jóvenes en el amor a la patria y los deberes que implicaba la ciudadanía y para
impartir clases de educación física e instrucción militar, lo cual serviría para acortar el
periodo de instrucción cuando se enfrentasen al servicio militar. Una vez hecho esto se
podía sustituir la ley de reclutamiento y gente por otra que excluyese toda desigualdad
entre los individuos, ya que esta desigualdad “…en lo meramente político, hace daño;
en lo social, es cosa tan directa y principalmente relacionada con las clases populares,
que es de una trascendencia inmensa. El pueblo ya no pelea por los antiguos lemas; pero
por la posible igualdad peleará y si la igualdad es ilusoria, y por ilusoria no se puede
conservar, verá que no hay verdadera voluntad de plantear el problema en condiciones
realizables, y esto sí que le exaltará y le sublevará. Lo primero, es establecer la igualdad
ante la ley del servicio militar obligatorio, para acabar con “el irritante privilegio de las
clases más o menos acomodadas, según el cual una contribución en metálico puede
emancipar del tributo de sangre que han de pagar los desheredados. Eso es de lo más
odioso que pueda imaginarse, para serlo, ha sido borrado por la ley, pero en la práctica
continúa imperando el privilegio y las gloriosas páginas de nuestra historia siguen
escribiéndose con sangre de nuestros hermanos pobres”. Contra la redención y la
sustitución dirigió la prensa militar las más duras críticas, y también criticó las excusas
del Gobierno referentes a problemas hacen dísticos y la guerra de Cuba, para retrasar la
elaboración de una Ley de reemplazo sin redención ni sustitución, prometida por el
Ministro de la Guerra en el verano de 1898. “Si no se ha hecho, es porque el ministro
por sí o el Gobierno todo, no quiere la reforma, pues prefiere continúe el protestado
escándalo antes que perder los miles de pesetas que al fisco produce la inmoral
redención a metálico”. en 1894 fecha relativamente próxima a la de 1888 los militares y
prensa militar rechazaron las reformas de Cassola, que significaban un importante
avance en este sentido, El Heraldo Militar, El servicio universal para resolver
definitivamente el problema del reclutamiento en España y no le amedrentaba la posible
oposición de la sociedad española (ricos y pobres) a esta ley, ya que también en Prusia
existía oposición, pero los intereses del Estado, el Ejército y la convicción de que el
principio del servicio universal era bueno y justo exigían su imposición.
Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Tema 1. Actitudes populares ante el


servicio militar: del siglo XIX al XX.

Introducción.

En el contexto español a caballo entre los siglos XIX y XX, junto a la


protesta contra el impopular impuesto de consumos, el descontento que
provocaron las quintas -bien de forma pacífica, bien de forma violenta-,
suponen dos de los precedentes más relevantes para la creación de la
“conciencia de clase” de las capas más desfavorecidas de la sociedad. No
obstante, la amplitud de los grupos afectados por la “contribución de sangre”
que suponía el servicio militar, se tradujo en que no hubiese un frente común
antiquintas. Esta diversidad social, dificultó que se fracturase la legislación
favorable al sistema de quinta que había fraguado el sistema liberal.

Esta heterogeneidad social y política de los afectados explica la variedad


de formas de protesta. Esta será más o menos velada en torno a la redención,
la sustitución, los fraudes, el profuguismo, o la emigración, y más explícita
mediante peticiones a las Cortes, protestas multitudinarias, motines, o
manifestaciones. La resistencia pacífica fue generalizada durante el siglo XIX,
máxime cuando la ley era violada sistemáticamente por parte de los propios
funcionarios que debían aplicarla, ya que la consideraban injusta e inmoral. En
España, en esta época todavía nos encontramos en un estadio preindustrial,
donde la desvinculación de los legisladores con el pueblo llano era palpable.
Por otro lado, en su vertiente violenta, las protestas iban de la mano de
movimientos nacionalistas y obreros (Cataluña, Alcoy, Béjar) o de revueltas
campesinas (Andalucía, Castilla, Galicia), casi siempre bajo el paraguas
republicano.

1. LA OPOSICIÓN PACÍFICA

La oposición no violenta a las quintas, se tradujo en una tipología


variada que se puede resumir en las siguientes formulaciones: profuguismo,
emigración ilegal, autolesiones y fraudes de todo tipo relacionados con el
proceso de “entrada en quintas”, en el reconocimiento médico, tallaje,
sorteo, reemplazos, etc. La presión popular hizo que muchos ayuntamientos
financiasen redenciones colectivas o adulterasen las cifras reales de población,
con el fin de reducir los cupos asignados a cada población. Se puede decir que
durante la mayor parte del siglo XIX, y las primeras décadas del siglo XX, se
generalizaron prácticas corruptas en torno al reclutamiento en toda España.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Por otro lado, en los propios cuarteles surgían protestas, encauzadas


en las quejas que exponen obreros y jornaleros, que se quejaban por el trato
recibido, por la discrecionalidad de los sorteos, la pérdida de tiempo, la falta de
higiene y alimento, etc., pidiendo directamente la supresión de las quintas.
También se visualiza constantemente, la injusticia que suponía la redención
en metálico, ya que favorecía a los hijos de los grandes propietarios,
comerciantes o burgueses adinerados, o la mercantilización del proceso
mediante negocios de dudosa legalidad.

1.1. La oposición de las administraciones locales

Los resquicios legales de las distintas ordenanzas que regulaban el


servicio militar, fueron utilizados por los ayuntamientos y las diputaciones, al
objeto de estrechar los cupos asignados por parte del Estado a cada una de
sus circunscripciones. Las cajas de reclutamiento veían así mermados sus
integrantes, presionados los gestores intermediarios por los vecinos -e incluso
por los caciques locales que protegían a su clientela- de forma subrepticia o
explícitamente. Los funcionarios, bien motu propio, bien intimidados por los
afectados, eran cómplices activos o pasivos, de la falta de cumplimiento
estricto de reglamentos y leyes de reclutamiento. Las triquiñuelas,
falsificaciones, sobornos, etc. en este sentido, se extendieron por todo el
país.

Una medida que comenzaron a aplicar muchos ayuntamientos fue la


redención colectiva de los cupos asignados que favoreciese a todos “sus”
afectados, mediante la “contratación” directa de sustitutos, depositando el
importe de la redención de los mozos en la diputación respectiva, o buscando
empresas privadas, las cuales se encargaban de buscar infelices que se
agarraban a una cantidad de dinero nunca antes vista ante sus ojos. Otra
fórmula muy socorrida -y que fue muy utilizada desde siglos anteriores, a fin de
aligerar la presión fiscal de villas y lugares-, fue el falseamiento de la
población real de los municipios. Por último, cuando los ayuntamientos no
disponían de liquidez, en ocasiones favorecían derramas vecinales o la
asociación de los quintos con el fin de recaudar el dinero necesario.

En otras ocasiones, simplemente se incumplía la ley, retrasando la


entrada de los mozos en la caja de reclutamiento. Las represalias judiciales
correspondientes, provocaron dimisiones en bloque de alcaldes y concejales,
lo que dejaba en entredicho el propio sistema. También se recurría a la
magnanimidad de los mayores hacendados locales al objeto de recaudar los
reales necesarios. Aunque la reacción de los ricos fue variopinta, en ocasiones
participaron gustosamente, ya que con ello se libraban de protestas de mayor
calado, temerosos ante la expansión republicana o de los movimientos obreros

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

en sus calles y plazas. Donde sí que hubo un mayor interés por parte de las
clases acomodadas, fue en la contratación de los empréstitos de guerra (en los
que participaron nobles, grandes acaudalados e, incluso, la Casa Real).

1.2. El fraude como sistema

La cultura popular, en forma de coplas, romances, artículos de


opinión en prensa, etc., dejó constancia de la oposición al reclutamiento, así
como del alejamiento progresivo entre Ejército y sociedad civil durante la
época contemporánea. Los abusos y las prácticas caciquiles, se impusieron a
la hora de concretar las operaciones de reemplazo, desesperando a aquellos
que pretendían aplicar la ley. Se suplantaban personalidades, se falseaban
datos o se sobornaba a quien quisiera falsearlos, provocando que muchos
funcionarios viviesen de este negocio, surgiendo pícaros que engañaban a
familias enteras, o militares que se apuntaban a tan pingües beneficios
aprovechando su posición.

Sin embargo, la reacción de la administración se veía paralizada por una


justicia rígida y, sobre todo, porque en el mismo cambalache se unían varios
interesados, desde padres -y madres, viudas o no-, a quintos, pasando por
talladores, intermediarios, concejales o médicos. Estos últimos certificaban
enfermedades o discapacidades inexistentes en los interesados, o
declaraciones de inutilidad, llegándose a extremos hilarantes cuando se
procuraba disminuir la talla mínima de los mozos con distintos métodos (están
recogidos ejemplos de compresión de mozos con el fin de no llegar a los 156
centímetros).

Otras triquiñuelas consistían en certificar el paradero desconocido de


los mozos, o ser hijos de padre o madre pobres de solemnidad aunque no lo
fuesen, alteraciones de los registros bautismales y de casados, con el fin de
asegurar la viudedad de la madre que constituía motivo de exención, etcétera.
Otros recurrían incluso a la autolesión -arrancándose dientes, cortándose el
dedo índice, lesionándose uno de los ojos-, el propio envenenamiento -
ingiriendo ácidos, produciéndose úlceras-, o simular sordera entre otras
fórmulas. Estas prácticas aumentaban si el servicio suponía ir a alguna guerra
(Marruecos, Cuba, etc.). Todos estos engaños estaban bien vistos por la
opinión pública. De hecho, a pesar de ser penados con la ley, en la segunda
mitad del siglo XIX fueron en aumento, como también sucedió en Francia. Las
denuncias tan solo prosperaban si provocaban agravios comparativos con otros
mozos, y si estos eran capaces de aglutinar a los afectados y sus familias, o
gracias a la integridad de ciertos funcionarios y guardias civiles, que brillaba por
su ausencia.

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1.3. Deserción: emigrantes y prófugos

Emigrante, prófugo y desertor funcionan en el siglo XIX español como


términos prácticamente sinónimos. Aquellos que emigraban a los catorce años
-incluso antes-, que eran muchos, se convertían automáticamente en prófugos
si a los veinte años no regresaban a España para cumplimentar con las
operaciones de reclutamiento. A pesar de las penas legales, dos fuerzas
muy poderosas seguían impulsando la emigración ilegal: el hambre y el servicio
militar. El gobierno luchó contra esta huida masiva, mediante la imposición de
fianzas a quienes quisieran marchar legalmente, o prohibiéndola
expresamente a aquellos que no hubiesen cumplido con el servicio militar.

Las cifras de prófugos se dispararon en algunas regiones como Galicia,


Asturias, Cantabria, Navarra o Canarias. Algunos gobernadores sugirieron que
la fianza se fijase a partir de los diez años, ya que familias enteras con niños de
todas las edades, abandonaban sus provincias. La emigración ilegal sirvió a
algunos pensadores para proponer la instauración de un ejército voluntario y
la supresión de las quintas, pensando que algunos de los que marchaban, se
sentirían atraídos por la paga del ejército y otros, no marcharían acuciados por
la posibilidad de formar parte de los reemplazos. Sin embargo, los mozos
continuaron emigrando legal o ilegalmente.

No todos emigraban al extranjero, sino que muchos marchaban a otras


ciudades donde no eran conocidos. Incluso, huían al campo, “se echaban al
monte”. En este último caso, se repitieron los ejemplos de mozos huidos con
partidas carlistas o republicanas. A pesar de las penas legales que podían
recaer sobre los prófugos, su número continuó en aumento. Muchos familiares
les ocultaban, y además podían recurrir a falsificadores de documentos
especializados. La huida suponía dejar su trabajo, su familia y su tierra -los
tres elementos fundamentales de sus raíces e identidad-, y ser perseguidos por
las autoridades y por cazadores de prófugos. Sin embargo, muchos lo hacían,
ya que preferían la incertidumbre de una nueva vida acechada de peligros, que
pasar hambre en cuarteles llenos de piojos, bajo la autoridad arbitraria de
oficiales de poca o nula preparación y menor empatía.

Entre 1895 y 1914, el número de prófugos alcanzó un espectacular 22%


del total de alistados -en algunas regiones como Canarias, esta cifra subió
hasta un irrefutable 67% en 1921-. El número de prófugos no se redujo
significativamente hasta que no terminaron las guerras (Marruecos en 1925),
disminuyó la duración del servicio, y mejoró la alimentación y la higiene, lo que
parece demostrar que, más que una manifestación ideológica contra la guerra,
las actitudes de protesta pacífica respondían a la pura supervivencia de los
más pobres, es decir, al mal menor.

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1.4. Recogida de firmas y peticiones a Cortes

La unidad en la conciencia de las masas contra las quintas se consiguió


durante el Sexenio (1868-1874), con cientos de peticiones y manifiestos que
llegaron hasta las Cortes y fueron difundidos por la prensa. En gran medida,
estas peticiones fueron fruto de la labor de los republicanos, pero también hubo
otras de carácter individual por parte de quintos, madres, e incluso militares de
prestigio. Las peticiones se caracterizaban por la franqueza de sus
expresiones, llegando a llamamientos a la desobediencia, criticando a
aquellos que, invocando el orden o la Patria, tan solo les importaba su propio
enriquecimiento.

En 1869 se recogieron en 650 localidades españolas, más de 214.000


firmas en contra de las quintas, gracias a la eficiente infraestructura del partido
republicano. La mayor parte procedían de colectivos anónimos, seguidas de las
recogidas en ayuntamientos -principalmente corporaciones republicanas-,
destacando la participación de las provincias catalanas, Madrid, Aragón,
Valencia y Andalucía, mientras que en las provincias tradicionalmente
conservadoras, principalmente castellanas, el número fue escaso. Las zonas
con mayor incidencia en la recogida de firmas, coinciden con aquellas donde
proliferaron los motines y manifestaciones antiquintas. Los firmantes pedían la
supresión de las quintas, pero también -aunque de manera más tenue-, la
eliminación de los consumos, la libertad de culto o la abolición de la
esclavitud.

2.LA OPOSICIÓN VIOLENTA

El odio popular hacia las quintas y el impuesto de consumos,


complementado con una crisis económica galopante, unos políticos
corruptos, falta de libertades, malas condiciones higiénicas y laborales, y
escasez de alimentos, se tradujeron en motines y distintas manifestaciones de
tipo violento. Las quintas fueron aprovechadas por las clases populares para
expresar su oposición a un sistema político que provocaba grandes diferencias
socioeconómicas. Por ello, los motines ante una ley injusta e inmoral, fueron
justificados por la mayor parte de la población.

Serán primero los demócratas y republicanos y desde el último tercio


decimonónico, anarquistas y socialistas, quienes capitalicen este
descontento, organizándolo y dirigiéndolo. Tras no lograr finalmente la
supresión de las quintas, muchos se desilusionaron o les entró el miedo a la
represión, mientras que otros radicalizaron sus posturas, en versiones como el
cantonalismo o los motines de soldados.

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La rebelión popular contra las quintas, se caracterizó por la acción


directa, dirigida por líderes surgidos del propio movimiento -no solo
republicanos, sino revolucionarios de todo tipo, incluso carlistas-, protagonizada
por una masa “informe”, más que por un grupo social determinado y justificada
en la defensa de lo justo contra lo injusto, lo que supone claramente un influjo
de las prácticas de época moderna. Es decir, están mediatizadas por un
carácter de rebelión más que de revolución.

2.1. Los detonantes

La revuelta típica es una mezcla de manifestación política y protesta


social, en cuya raíz no se encuentra un solo motivo, sino por lo general, varios.
Comúnmente presenta un detonador: las motivaciones económicas. Incluso
en aquellos levantamientos teóricamente políticos, como los republicanos que
se dieron en localidades como Béjar, Alcoy o Ubrique. Por tanto, no se puede
hablar de una motivación específica, sino de muchas e interrelacionadas, que
pueden contener un motivo “psicológico”: cierto grado de justicia social
elemental, un instinto “nivelador” entre ricos y pobres.

Entre este grupo social heterogéneo, se produce una especie de


divinización de la justicia, buscando un protector paternalista, encarnado
anteriormente por la figura del Rey y, tras el Sexenio, por la idea de la
República Federal, que traería consigo la justicia económica, social y política.
Tampoco hay que olvidar el peso de la tradición, la costumbre, significada en
la ruptura de la unidad familiar que traían consigo las quintas, lo que
transgredía incluso la propia religión y la moral, justificando la protesta de
madres, padres y hermanos, máxime cuando la marcha de un hijo suponía un
menoscabo en las reducidas economías domésticas.

La mayoría de los motines no fueron programados previamente, sino


que eran espontáneos y rapidísimos. Desde que se producía el altercado
inicial, hasta que las turbas toman las calles levantando barricadas,
destruyendo las herramientas del tallaje, o quemando las listas de
reclutamiento, apenas transcurren unas horas, hasta que llega la Guardia Civil
o el Ejército, que procede a la detención de todos aquellos que no han podido
huir en la desbandada.

A la indignación popular contribuía el incumplimiento de las promesas de


muchos políticos, que antes de las elecciones aseguraban que suprimirían las
quintas, pero que luego no hacían nada en ese sentido. Este descontento fue
capitalizado por republicanos, anarquistas, socialistas e incluso carlistas. Por
su parte, la actuación de las autoridades locales -teóricamente atadas de pies y
manos en la aplicación de la ley-, suponía en muchas ocasiones el
enervamiento de las clases populares que explotaba en motín. Todo ello

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propiciaba un caldo de cultivo aprovechado por los republicanos, que se


valieron de su organización y de los periódicos afines para caldear los
ambientes previos a los motines.

2.2. Los protagonistas

Ya se ha adelantado que las muchedumbres no tenían una procedencia


social definida, pero sí la identificación ante un problema común. Los
protagonistas de las manifestaciones serán obviamente los propios afectados,
pero también los artesanos y obreros de las ciudades, los jornaleros del
campo, los intelectuales comprometidos y, atención, muchas mujeres y niños,
no en vano había muchas madres, novias y potenciales quintos afectados. Las
mujeres y los niños, funcionaban como vanguardia de las algaradas, al objeto
de frenar la reacción violenta de las fuerzas del orden. Las convocatorias
tuvieron un enorme éxito, ya que reunieron a decenas de miles de
manifestantes.

Por el contrario, los motines cuentan con una menor participación y


duraban poco tiempo. Sus líderes surgen con el propio motín. Si se alargaba
más allá de unas horas, el motín solía radicalizarse y se “organizaba” con la
ayuda de activistas llegados del exterior. En este sentido, los líderes
republicanos agitaron los motines antiquintas, pronunciando encendidos
discursos y liderando manifestaciones, teniendo una presencia muy
significativa las mujeres del partido.

Se puede afirmar que los protagonistas de estas manifestaciones y


motines, no eran una turba de desalmados, golfos o borrachos, sino gente
corriente, estafada por las promesas incumplidas. No se trataba de individuos
anónimos sin identidad tan solo interesados en la destrucción, sino de aquellos
que se unían porque, simplemente, habían oído “algo” sobre una protesta
contra una injusticia individual o colectiva, o contra las quintas y consumos, o a
favor del mesiánico reparto de tierras, o sobre la deseada llegada de la
República.

2.3. El desarrollo

El motín se presenta como una forma de lucha a medio camino entre la


organización previa y la espontaneidad. Los que tuvieron mayor relevancia
comenzaron desorganizadamente para luego “crecer”, aunque en todos
subyacía la enorme impopularidad de las quintas, que suponía que todos
supieran cómo se debía actuar: rompiendo las medidas para tallar, quemando
las listas de reclutamiento, e insultando a la autoridad como cabeza visible de
un sistema injusto.
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La primera chispa era una simple protesta verbal que pasaba


enseguida a conato de violencia. La mayoría quedaban en eso, pero si
pasaban este estadio, se destruían los bombos del sorteo, se agredía a los
ediles y se tomaba la calle, adoptándose símbolos, banderas y consignas
repetidas a grandes voces, como la popular ¡Abajo el gobierno! o ¡Abajo las
quintas! En los casos de las zonas rurales levantinas y andaluzas, los motines
de quintas se solían transformar en partidas republicanas que se “echaban al
monte”, mientras que en los centros urbanos de mayor tamaño, la barricada
constituía la técnica “de combate” preferida.

A las operaciones formales para llevar a cabo el reclutamiento en los


ayuntamientos, acudían no solo los interesados sino sus familiares, novias,
desocupados, activistas políticos y curiosos, por lo que este acto se convertía
en un auténtico peligro potencial para el orden social, ya que todos los
asistentes no hacían sino contribuir a encender los ánimos. En ocasiones, se
contaba con la presencia de agitadores profesionales provenientes de otras
localidades, que utilizaban métodos expeditivos como el incendio o la rotura de
cristales. Sin embargo, nunca llegaron a convertirse en focos de posteriores
movimientos revolucionarios, entre otras cosas por su localización dispersa y
su carácter, sociológica e ideológicamente disperso.

El otro tipo de protesta, la manifestación organizada, también podía


acabar mal. Cuando la gente quedaba desilusionada porque las autoridades no
reconocían sus reivindicaciones, se producían desórdenes violentos, tumultos,
huidas de mozos, etcétera. Las algaradas eran mayúsculas, máxime cuando
ponían a toda una población a favor de la supresión de quintas. En la prensa
republicana se hizo el esfuerzo por destacar el sentido cívico de las protestas,
justificando incluso ciertas actitudes por lo injusto del sistema de quintas, más
que legal, tiránico. Así, algunas manifestaciones madrileñas congregaron cerca
de 50.000 personas, llegando incluso hasta las puertas del Congreso, siendo
los republicanos muy criticados por la prensa progubernamental, que les
acusaba de encender los ánimos y ejercer una presión intolerable sobre los
diputados. En una de ellas, el propio Prim fue atacado por chiquillos que le
lanzaron naranjas y piedras, reprochándole que hubiese prometido abolir las
quintas y luego no cumplirlo.

Estas protestas fueron habituales en España. Los motines antiquintas se


sucedieron una tras otra, sobre todo durante el Sexenio. Cataluña, Andalucía, o
Valencia, fueron regiones plagadas de este tipo de levantamientos. Pero sin
duda, el más sangriento de todos fue el de Jerez de la Frontera en 1869 con
barricadas, prisioneros y crudos enfrentamientos contra el Ejército, con 600
muertos y heridos, y otros tantos prisioneros.

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2.4. La reacción del Estado

Las medidas tomadas por el Estado para evitar y reprimir las protestas
eran de distinto calado. En primer lugar, se hacía responsables a los propios
reclutas de las violaciones de las leyes que cometían no ellos, sino lo que es
peor, cualquiera de las personas ya señaladas. Pero es que también se
declaraba responsables a los familiares de los prófugos, se demostrase
claramente o no su colaboración con ellos, debiendo entregar al Estado una
cantidad de dinero equivalente a la que suponía la redención del servicio.

A partir de 1850 se concedieron mayores atribuciones legales a la


jurisdicción militar, lo que sin duda aumentó la dureza de sus actuaciones,
que no se circunscribían al campo meramente militar, sino que le permitieron
entender en delitos de imprenta, contrabando, sanidad, injurias, insultos a la
fuerza pública, motines y altercados, etc. Todo ello permitió interpretaciones
ambiguas y contradictorias con la jurisdicción civil.

Por supuesto, como medidas previas a los posibles motines, se utilizó la


represión mediante la Guardia Civil. Estas medidas preventivas podían
conseguir el efecto contrario, por la dureza empleada ante simples sospechas,
muchas veces infundadas -se vigilaban con escrupulosidad las celebraciones
republicanas, las del 1º de Mayo, etc.-. A posteriori, el apresamiento y las
condenas sumarias eran habituales -por participación en desorden público,
las penas podían alcanzar los dos años en duros correccionales-, añadiendo
motivos para la impopularidad del servicio militar. La utilización arbitraria y
contundente de Guardia Civil y Ejército, fueron suficientes para impedir el
desarrollo de la mayor parte de motines y protestas específicamente surgidas
contra las quintas. Otra cosa fue cuando, sincrónicamente, las masas se
unieron contra los consumos, la carestía del pan y la supresión de quintas.

El sistema de quintas constituyó durante muchos años en España, el


símbolo de la opresión ejercida por los poderosos sobre las clases populares
urbanas y rurales, cuya falta de disponibilidad económica para pagar las
redenciones para sus hijos, constituían un ejemplo palmario de la bipolarización
socioeconómica en la que estuvo instalado el país durante la mayor parte de su
edad contemporánea.

3.NOTAS SOBRE EL SERVICIO MILITAR EN OTROS PAÍSES

La Revolución Francesa estableció como único sistema de reclutamiento


el del voluntariado, suprimiendo la obligatoriedad antiguoregimental. El
concepto de soldado-ciudadano surgido en la Guerra de la Independencia
norteamericana, sirvió de base para la creación de la Guardia Nacional
francesa, con la misión de proteger el orden interno. Sin embargo, desde 1792

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todos los ciudadanos entre dieciocho y cuarenta años, fueron declarados


reclutas permanentes lo que supuso de hecho, la implantación del
reclutamiento universal. No obstante, el ejército francés estaba formado
principalmente por voluntarios -en 1866 de los 400.000 soldados del ejército
solo 120.000 procedían del reclutamiento obligatorio-, con necesidades
puntualmente satisfechas con mercenarios o ejércitos aliados en la época
napoleónica.

En Prusia, desde 1814 se estableció el servicio obligatorio de todos los


varones entre diecisiete y cincuenta años. Poco después, muchos países
europeos imitaron el sistema prusiano, quizás con la excepción del Reino
Unido, que continuó con su sistema de nutrir su ejército con voluntarios
nacionales y extranjeros, entre los cuales abundaban los mercenarios.

En la mayor parte de Europa se utilizó, como hemos visto para el caso


español, la posibilidad de exención a cambio de dinero, lo que provocó la
aparición de mutualidades de seguro de quintas y otros sistemas menos
legales ya comentados.

En Alemania, durante el periodo del Segundo Reich, se obligó a prestar


el servicio militar a todos los varones desde los veinte años, con una duración
de tres años activos y cuatro de reserva. En el Imperio Austrohúngaro el
servicio militar obligatorio se estableció en 1868, aunque durante muchos años
se mantuvo un ejército profesional. Por último, en Estados Unidos el
reclutamiento fue exclusivamente voluntario, con la excepción de la Guerra de
Secesión, donde se convirtió en obligatorio.

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Tema 2. Los combatientes


y las trincheras

Introducción

Durante la mayor parte de la Primera Guerra Mundial, el sistema de


trincheras fue prácticamente inmutable. Desde el invierno de 1914 hasta la
primavera de 1918 apenas se desplazó unos cientos de metros y en muy pocas
ocasiones, unos pocos kilómetros. Las trincheras suponían una serie de
excavaciones paralelas que descendían a lo largo de 650 kilómetros a través
de Bélgica y Francia en forma de S aplanada hasta la frontera suiza en Alsacia.
En el lado aliado, los primeros 65 kilómetros estaban controlados por los
belgas, los 145 siguientes por los británicos y el resto, hasta el sur, por los
franceses. Se ha calculado que en esos 650 kilómetros las trincheras
excavadas por ambos bandos ocuparían unos 40.000 kilómetros, longitud
suficiente para dar la vuelta al planeta.

La mayor parte del tiempo, los hombres se encontraban sentados,


tumbados o en cuclillas en lugares bajo el nivel del suelo. En estos agujeros y
zanjas, a diario murieron o fueron heridos 7.000 soldados británicos, por no
hablar de otros ejércitos. Normalmente había tres líneas de trincheras. La
primera se encontraba entre 50 y 1.500 metros de la línea enemiga, la
segunda, llamada de apoyo, unos centenares de metros por detrás y la tercera
o de reserva, aún más allá. En cuanto a la función, se distinguían, trincheras
de fuego, trincheras de comunicación que comunicaban perpendicularmente
las tres líneas, y túneles que se adentraban en la tierra de nadie y que daban
acceso a puestos de observación, lanzamiento de granadas y nidos de
ametralladoras. El final de estos túneles solía estar desguarnecido, por lo que
el momento favorito para salir por ellos era la noche.

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En las trincheras de fuego se colocaban parapetos de tierra o sacos


de arena de entre 60 y 90 centímetros, y se excavaban refugios
subterráneos profundos, destinados a puestos de mando o dependencias para
los oficiales. Las buenas trincheras hacían zig-zag cada pocos metros, lo que
suponía que, moverse por ellas, era hacer continuos trenzados y virajes. La
mayor parte contaban en el suelo con listones de madera sobre sumideros de
agua. Nadie osaba levantar la mirada frente a la línea enemiga, a no ser con
periscopios. Por su parte, las alambradas tenían que estar colocadas lo
suficientemente lejos por delante de las trincheras, como para que el enemigo
no pudiera llegar a hurtadillas y lanzar granadas. Las dos innovaciones que
más contribuyeron al peligro en las trincheras fueron dos invenciones
norteamericanas: las alambradas y las ametralladoras.

Las secciones de las trincheras se bautizaban con nombres de calles y


plazas famosas. En el caso de los británicos: Piccadilly, Hyde Park Corner,
Regent Street, etc., con nombres de clases de cerveza en el caso de los
alemanes -Pilsen-, o se les colocaban señales de tráfico, lo que les daba un
aire de parodia de ciudad moderna. A ojos de la propaganda, se construyeron
trincheras “ideales”, que no tenían nada que ver con las reales, una especie
de trincheras “de exhibición”, en la que la trinchera de fuego se “vendía” como
una especie oficina de un centro de negocios, y las de apoyo, como el lugar
donde el cansado soldado podía olvidarse de la guerra periódicamente para
tomar un refrigerio.

Nada más lejos de la verdad. Las trincheras eran húmedas, frías,


malolientes y sórdidas en grado sumo. Más las británicas que las alemanas,
estas, de mayor precisión, solidez, limpieza y hasta comodidad en muchos
casos. Las inglesas estaban peor construidas ya que sus mandos pensaban
que era una pérdida de tiempo y trabajo, intentar levantar trincheras que
aguantasen las explosiones, lo que supuso peores condiciones de vida para los
soldados británicos. Por su parte, las francesas eran eficientes, pero sórdidas y
provisionales.

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1. La ocupación del tiempo

Normalmente, las tropas británicas rotaban su permanencia en las


distintas trincheras. Tras una semana fuera de ellas, una unidad se trasladaba
por la noche para relevar a otra en primera línea. Después de una semana
aproximadamente, se trasladaba hasta la de apoyo, y tras siete días más, a la
de reserva, donde se descansaba de nuevo una semana. En las tres líneas, la
principal “tarea” de los combatientes era ejercer su autocontrol mientras les
bombardeaban. Ser bombardeado era el principal trabajo del soldado de
infantería. Cada cual tenía su manera de hacerlo aunque, en general, consistía
en yacer contraído cuerpo a tierra procurando ocupar el menor espacio de
terreno posible. Los que tenían suerte, se escondían en un refugio, esperando
no recibir un impacto directo.

Un día cotidiano en las trincheras comenzaba una hora antes de


amanecer, en torno a las 4,30. Ahí comenzaba el invariable ritual de
permanecer en alerta constante. Como el amanecer era el momento preferido
para lanzar ataques, a la orden de “preparados todos”, los oficiales, soldados,
centinelas, artilleros, etc., subían hasta la línea de fuego con las armas
preparadas para observar las líneas enemigas. Si se constataba que esa
mañana no iba a haber ataques, los soldados retrocedían por grupos para
desayunar. En el caso de los ingleses, té, pan y tocino, que se freía intentando
no causar humo para no ser vistos. En el caso de que el oficial al mando
permitiese beber, se servía ron en una jarra, de la que cada soldado bebía dos
cucharadas soperas, como en una especie de ceremonia religiosa.

A lo largo de la mañana, los soldados limpiaban las armas y reparaban


desperfectos de las trincheras dañadas durante la noche. Se despiojaban,
leían cartas o dormían. Los oficiales animaban y tranquilizaban a sus hombres.
También censuraban las cartas, al objeto de que no corriese la voz entre la
opinión pública de las penosas condiciones en las que vivían, ni llegasen
noticias derrotistas de la retaguardia. También se hacían partes diarios sobre
las municiones y provisiones almacenadas, e informes sobre las posibles
bajas de muertos y heridos producidas durante la noche. Los oficiales escribían
cartas de pésame a las familias de los soldados muertos. A medida que se
estancó la guerra, se convirtieron en convencionales. Durante todas las horas
de la mañana, nadie osaba asomar la cabeza por encima de la trinchera.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Tras la alerta de la tarde y durante la noche, comenzaba el verdadero


trabajo. Se reparaban las alambradas situadas frente a las posiciones, y se
excavaban túneles en dirección al territorio enemigo. Los porteadores traían
comida, cartas, listones, estacas, alambre, chapas de zinc, sacos de arena,
lonas, bombas de agua, municiones de distinto tipo, bengalas, etcétera.
Trabajos que se veían frecuentemente interrumpidos por el fuego enemigo.
Mientras tanto, los zapadores se aventuraban bajo el suelo de la tierra de
nadie. A la mañana siguiente, cada bando escudriñaba el aspecto de las líneas
enemigas, para conocer los cambios producidos durante la noche.

2. Las condiciones de vida

Grandes zonas de la línea de trincheras, que se extendía desde el mar


del Norte hasta Suiza, siempre se han caracterizado por su humedad. A ello
había que unir, que se excavaron en los lugares donde más altitud alcanzaba el
nivel freático y las lluvias eran más abundantes. Por eso, con frecuencia,
muchas trincheras estaban siempre inundadas. Los soldados disponían en
ocasiones de botas altas, imprescindibles si se querían recorrer trincheras en
las que había más de medio metro de agua. A pesar de que las bombas de
agua funcionaban durante las veinticuatro horas, los resultados eran escasos.
La ironía británica aseguraba que los alemanes no sólo podían hacer que
lloviera cuando les daba la gana, es decir, siempre, sino que habían ideado un
sistema de conducción de agua hasta las trincheras inglesas. Ni que decir tiene
que, en estas condiciones, efectuar las necesidades básicas era un suplicio.

Los piojos eran otros de los habitantes constantes de las trincheras. Se


intentaban eliminar con cubas de vapor para la ropa y baños calientes. Otros
huéspedes habituales eran las ratas, negras y cubiertas de barro. Se
alimentaban de los cadáveres de soldados y caballos. Se las mataba como
buenamente se podía, ya que eran inteligentes y fieras. Algunas se comían
hasta a los gatos. Mientras las ratas devoraban todo lo que encontraban en su
camino, era difícil para los soldados comer con apetito. La carne putrefacta
despedía un olor insoportable y se combatía con cloruro de cal. A un ambiente
tan recargado se unía habitualmente la existencia de bolsas de gas.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Aunque oficialmente los soldados estaban mejor alimentados que en sus


casas, en las trincheras la carne se pudría, lo que aconsejó el uso de carne
enlatada y un guisado de carne y hortalizas -la maconochie-. Tampoco había
pan fresco, sino galletas. Las compañías que se encontraban en las zonas de
reserva comían bastante mejor y recibían a menudo la ración “oficial”: 570
gramos de carne fresca, 570 gramos de pan, 115 de tocino, 85 de queso y 225
de hortalizas frescas.

La ropa y el equipamiento mejoraron a medida que se prolongaba la


guerra frente a la enorme escasez inicial. Muchos soldados no tenían ni un
simple gorro. En ocasiones, se disponía de mucha munición, pero ni siquiera lo
mínimo para limpiar las armas, o a la inversa. Los soldados cortaban sus
camisas para limpiarlas. La indumentaria de los oficiales, tan diferente de la
de los soldados, cambió cuando se comprobó que eran mucho más vulnerables
que los soldados rasos, por lo que finalmente se vistieron como ellos. Hasta
1915 no se impusieron los cascos de acero, que podían librar de algún rozón,
aunque difícilmente de una bala. Lo mismo ocurrió con las máscaras de
oxígeno.

La vida en las trincheras se parecía a la de un claustro o una cárcel en


miniatura, lo que provocaba a menudo desorientación y la sensación de estar
perdido, ya que los soldados solo veían frente a ellos una pared negra
rezumando agua y barro, otra de las mismas características a su espalda, y por
encima, el cielo. Las trincheras eran auténticos laberintos en los que muchos
se perdían. La idea de salir de aquellos agujeros provocaba una enorme
ansiedad. Solo la visión del cielo, convencía a los hombres de no encontrarse
verdaderamente enterrados en una fosa común.

3. Amanecer y atardecer. Literatura y realidad

Los momentos más trascendentales de la vida en las trincheras eran las


alertas que se producían en el amanecer y el atardecer. Dos veces al día, los
soldados imaginaban cómo podían acabar con la inmutable trinchera para
acceder a los escondites del enemigo. Eran momentos en los que se recordaba
el porqué de su estancia allí, así como una manera de prestar atención ante las
posibles eventualidades a pesar de la apariencia de absoluta igualdad a la

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

que se había llegado tras la estabilización de las líneas. La disposición de cada


fuerza suponía que el amanecer y el atardecer, fuesen ventajosos para cada
uno de los bandos. Durante la mañana, la ventaja era del bando británico, ya
que el sol que salía por el Este, silueteaba las patrullas y los grupos de trabajo
alemanes. Por la tarde, sucedía lo contrario, los germanos podían vislumbrar a
quienes portaban las raciones nocturnas o se disponían a reparar desperfectos.

Los soberbios amaneceres y atardeceres flamencos, no hacían sino dar


una pátina de “belleza” a las constantes tragedias de la vida en la trinchera. Lo
mismo sucedía por la noche, con la vista diáfana del cielo estrellado desde el
fondo de estos agujeros. Estas visiones no dejaban de ser una cruel reversión
de los símbolos de esperanza, paz y sosiego rurales de la pintura y la poesía
románticas. De esta idealización, pasaron a ser los momentos de un ritual de
intensa angustia. Tampoco tenían nada que ver con las proyecciones que
autores como Ruskin, máxime al tratar de obras pictóricas como las de Turner,
habían hecho del cielo, tanto en su sentido moral como universal, a la hora de
dirigirse al alma de todos los humanos, precedentes de varias generaciones
obsesivamente dedicadas a observar los crepúsculos con un entusiasmo casi
místico. Justo lo contrario de lo que se dirimía en aquel tiempo de guerra, que
parecía haberse detenido en el corazón de Europa.

Algunos oficiales buscaban efectos irónicos ante tal contradicción. Un


alférez escribía a sus padres: “Por doquier, la obra de Dios es ensuciada por la
mano del hombre. Se contempla un crepúsculo y por un momento se piensa
que eso al menos no está adulterado, pero de pronto aparece un avión y, ¡zas
zas!, el escenario queda echado a perder por las nubes de humo de las
bombas”. Otro oficial escribía en su diario: “Por oriente, el cielo aquella tarde
brillaba con los cohetes británicos, que pedían auxilio artillero. Por el oeste,
sobre las azules colinas, el crepúsculo era todo él serafines y querubines”. Los
amaneceres y atardeceres también fueron objeto central de muchas poesías
constantemente repetidas en reuniones o epitafios. Laurence Binyon escribía
unas estrofas, que sirvieron a muchas familias como epitafio para sus familiares
muertos en las trincheras: “No van a hacerse viejos, como nosotros que
envejeceremos / La edad no les va a agotar, ni les condenarán los años / Y en
la caída del sol y en la mañana / Les recordaremos”.

La utilización de las figuras de la media luz de amaneceres y


atardeceres será uno de los aspectos distintivos de la retórica de la Gran
Guerra, en cierta forma emulando las palabras altisonantes que

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

caracterizaron los primeros compases de la conflagración. En ello subyace un


intento de hallar un sentido a la guerra. Algo que contrastará con un matiz más
prosaico de rechazo de los mitos, que se dará en la Segunda Guerra Mundial,
apenas veinte años más tarde. Para entonces, ya se había perdido la
inocencia. En un mundo como el de la Segunda Guerra en el que el mito ritual
tradicional ya no tiene utilidad, no importa el momento del día en el que nos
encontremos. Mientras, en la Gran Guerra el amanecer tiene un significado,
como el momento idóneo para grandes comienzos, como marchas hacia la
guerra, aunque finalicen en tragedia, como la de aquel oficinista de la City
londinense que, “fue desde el ocaso (la oficina) hasta el umbral del alba” (las
trincheras), y que encontró la muerte, aunque, “yace satisfecho por ese
momento de gloria (el amanecer) en el que vivió y murió”.

No obstante, con el transcurso de la guerra, estas salidas y puestas de


sol de carácter metafórico, fueron asumiendo una forma literal, y reflejaron el
horror que suponía una guerra continuada y sin respiro, como en el poema de
William Noel Hodgson: “Yo, que sobre esa familiar colina / vi con ojos que no
comprendían / cientos de Tus crepúsculos verter / su fresco y sangriento
sacrificio / antes de que el sol gire / su espada de mediodía / he de decir adiós
a todo esto: / por todos los placeres que echaré de menos / ayúdame a morir,
oh Dios”. Esta “caída” hasta la realidad, también se observa en los poemas de
Wilfred Owen: “la conmovedora miseria del alba comienza a crecer / lo único
que sabemos es que la guerra dura, la lluvia cala, las nubes se comban,
tormentosas / El alba reúne al este su melancólico ejército / que ataca una vez
más en trémulas filas grisáceas / pero nada ocurre”. O los falsos amaneceres
que eran los destellos de los disparos en el horizonte o el trauma de ver
compañeros muertos de Blunden: “Uno piensa con cierta piedad humana, a
seis o siete, cuyas miradas eran difíciles de comprender, pero ya no les
importaba cuál fue la mano, que encendió la tierra y el cielo”.

4. La guerra de ahí al lado

Mientras en la Segunda Guerra Mundial, los soldados debían acudir a


frentes que se encontraban a miles de kilómetros de sus casas -californianos
combatiendo en Alsacia, neoyorquinos en Guadalcanal, ingleses en lo más
recóndito de Asia-, durante la Gran Guerra asistimos a un caso único cargado
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de ironía: lo ridículamente cercanas que se encontraban las trincheras, de los


hogares de los soldados. En el primer caso, una vez introducido en la guerra, el
soldado permanecía muy lejos hasta su finalización. Sin embargo, en la
Primera, durante los permisos, muchos oficiales volvían a su casa durante dos
semanas, dándose la paradoja, también ridícula, de desayunarse en las
trincheras y cenar en un club de Londres.

A poco más de cien kilómetros de estas trincheras pestilentes, de barro


pegajoso, se encontraban los teatros y cafés de París y Londres. En muchos
casos, esta absurda cercanía se convirtió en una obsesión. Los soldados
reflejaban en sus diarios la contradicción y extrañeza que suponía la
tranquilidad y cotidianidad apacible que se vivía en una retaguardia tan
cercana, mientras en las trincheras cada segundo sucedían hechos terribles.
Para muchos combatientes, era difícil de creer que este estado de cosas
permaneciese durante tanto tiempo. Se trataba de vidas completamente
distintas que se daban al mismo tiempo y en una distancia asombrosamente
cercana. El soldado John Brophy, casi medio siglo después, al visitar los
campos de batalla, felizmente recuperados para la agricultura, encontraba
“fantástico” su rehabilitación y declaraba: “Lo más inquietante es cuando uno se
da cuenta del mínimo espacio que separaba el mundo troglodita de los
soldados, un mundo que podía estar en otro planeta, de la casa de cada uno
de ellos, de Inglaterra, del equilibrio mental”.

Un ejemplo de esa cercanía, era la venta de periódicos ingleses a la


entrada misma de las trincheras, incluso en los peores momentos de
bombardeo alemán, cuando parecía imposible sobrevivir. Comprarlo era una
manera de “sentirse en casa”. Otra forma de disfrutar hasta cierto punto ese
calor hogareño, era ver, tras las líneas de fuego, los camiones de reparto de
cerveza o los autobuses londinenses que exhibían intactos sus carteles
publicitarios. Aunque avanzaban a duras penas por caminos de barro, su
imagen en el frente constituía una surrealista recreación de casa. Lo mismo
ocurría con los productos cotidianos, que adquirían nuevos valores en el frente,
como las sales aromáticas que se inhalaban para disimular el hedor de los
cuerpos descompuestos.

Otro elemento satírico que confirmaba esta guerra tan “cercana”, era la
rapidez y eficacia del servicio postal, que acudía puntual hasta las trincheras
de estas tropas irónicamente encerradas en una especie de exilio contiguo.
Las cartas llegaban puntuales a pesar de la movilidad interna de los soldados

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por aquellos laberintos. La prensa llegaba tan solo con un día de retraso. A
pesar de que las condiciones de la comida podían ser miserables, los soldados
disfrutaban gracias al servicio de correos de comidas exquisitas, que cruzaban
el Canal de la Mancha con relativa facilidad: arenque ahumado en conserva,
ostras, mantequilla, paté, chocolate, vino, pastelillos y tartas. Los productos
llegaban estropeados en muy pocas ocasiones. En otras, los soldados
indicaban a sus mujeres o a sus familiares que escondiesen mediante notas su
verdadero contenido. Hubo empresas que se especializaron en enviar regalos
al frente, como si la guerra no hubiera cambiado las comodidades caseras.

A veces se llegaba demasiado lejos, como cuando los envíos eran


propios de sociedades gastronómicas, acumulándose pollos, jamones y
comidas de todo tipo en unas circunstancias que no eran las más propicias.
Las revistas también llegaban con tan solo cambiar el “domicilio” del suscriptor.
En este caso, los diferentes títulos eran signo de distinción por la elegancia de
los ejemplares de revistas sofisticadas frente a otras populares. A las trincheras
también llegaban gramófonos, guantes de boxeo, pelotas, matamoscas o
pomada contra los piojos. Algunos soldados pidieron que les imprimiesen
“tarjetas de visita” o que les enviasen obras de filosofía. Hubo hasta quien, tras
un permiso, se dio cuenta de que se había dejado unas toallas en casa y pidió
que se las remitiesen por correo a la trinchera. El servicio postal ejercía otras
funciones. Tras haber ayudado a un soldado que por poco pierde la vida, un
oficial recibió una magnífica tarta del convaleciente y anotó en su diario: “una
cortesía que sabré apreciar debidamente”.

No solo los soldados eran conscientes de la cercanía de su hogar, sino


también todos aquellos que estaban en retaguardia. Literalmente podían oír la
guerra, no solo en Francia sino incluso tras el Canal de La Mancha, en
Inglaterra. Cuando el viento era favorable, las bombas de la artillería se
escuchaban con nitidez y la explosión de minas hasta se veía. Estos hechos
sirvieron a poetas como Hardy para plasmar una nueva idea de modernidad
más palpable.

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5. Allanar el osario, esperar la paz

Los enormes agujeros y zanjas que dejó la guerra de trincheras


continúan siendo allanados en la actualidad. El proyecto de rehabilitación fue
para muchos un imposible, pero poco a poco se restableció la red de
carreteras, se rellenaron cráteres, se recogieron los obuses no explosionados y
los lugareños volvieron a pueblos que se intentaron reconstruir con absoluta
fidelidad, a pesar de encontrarse completamente arrasados. No obstante, aún
hoy, cuando el aire está húmedo, por doquier huele a hierro oxidado, aunque
solo se vean campos de cereal. Los agricultores amontonan restos de la
conflagración a medida que los arados los van desenterrando, y parte de los
alambres de las trincheras, se utilizan para cercar los campos. Otros elementos
como casetas de guardia tienen hoy otras utilidades. En las cunetas aún se
pueden observar cubos oxidados, cartuchos corroídos, botones o latas de
conserva. La zona es de las más tristes de Francia, como si sus habitantes
estuviesen condenados a vivir en unos campos llenos de huesos y de atraso,
donde las cosechas son malas porque la tierra quedó arruinada por el gas.

Todas las semanas aparecen huesos. Unos se vuelven a enterrar, otros


se tiran al matorral más cercano, o se entregan para su posterior tratamiento en
los miles de cementerios que recorren toda la línea de trincheras. Estos
osarios albergan frases de una retórica que ha pasado de la grandilocuencia a
la ironía: “Su nombre vivirá para siempre”, “Piedra para el Recuerdo”, “Un
soldado, Dios sabe su nombre”, etc.

La excesiva prolongación de la guerra supuso que se pusiese en duda si


alguna vez llegaría la paz. Evidentemente, la Primera Guerra Mundial acabó,
pero la guerra forma parte de la condición humana. Hacia 1916, muchos
europeos creyeron que la guerra no acabaría nunca. La guerra de trincheras
era una extraordinaria razón para afirmar tal cosa. A ello se sumaba la
sensación de que su propia prolongación, la hacía más dura y más difícil de
parar. En 1917 la sangre derramada y la destrucción continuada era un
argumento más para no creer en la llegada de la paz. En el frente el panorama
era mucho más oscuro en este sentido. La mayoría de los soldados que se
encontraban literalmente enterrados en las trincheras, pensaban que la guerra
no finalizaría nunca. Uno de ellos hizo una división entre el tiempo utilizado
para la conquista y el del terreno conseguido. La media fue significativa: se
necesitarían otros 180 años para que las tropas británicas llegasen al Rin.
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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Otros analistas veían a los dos bandos con la suficiente fuerza como
para continuar indefinidamente en la lucha, concluyendo que ninguno de los
combatientes que se encontraban en las trincheras, verían su final, no por morir
a causa de ella, sino por morir de viejos. Así lo creían los británicos, pero
también los franceses y los alemanes. Nadie veía el fin de la masacre y todos
consideraban que se trataría del suicidio de las naciones europeas.

Para sobrellevar esta insoportable idea, se recurrió nuevamente a la


sátira. Algunos hacían ver en los grandes generales, figuras de caballeros
rigurosos que no finalizarían la guerra hasta que les jubilasen. Se hacían
chistes: “-Bill, ¿cuánto te ha tocado cumplir? -Siete años. -Menuda suerte, yo
estaré aquí mientras dure”. Otros hablaban de ir a la guerra como una condena
a cadena perpetua. Algunos humoristas se imaginaban un futuro remoto con la
guerra aún en marcha, en tiras cómicas como “Las trincheras, 1950”, donde la
tierra de nadie tan solo ocupaba dos metros. Algunos afirmaban después: “En
las trincheras nos aferramos a dos ideas irreconciliables: que la guerra no
terminaría nunca y que la ganaríamos”.

Tras acabar, años después, muchos combatientes tenían una


recurrente pesadilla y era que la guerra continuaba y debían volver al frente.
En el delirio les preocupaba no encontrar su equipo militar y haberse olvidado
de cómo debían comportarse en el campo de batalla. Algunos se obsesionaron
de tal forma con estos sueños, que se trastornaron por completo y pensaron
hasta su muerte que la guerra aún no había acabado.

La idea de una guerra sin fin como condición ineludible del mundo
moderno, parece que comenzó a imaginarse en 1916 en las trincheras. La
Guerra Civil española, la Segunda Guerra Mundial, la Guerra Civil griega, la
Guerra de Corea, las Guerras entre árabes e israelíes, la Guerra de Vietnam y
las decenas de conflictos posteriores, parecen haber dado la razón a esta
recurrente pesadilla.

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Tema 3. Las mujeres y los civiles

Introducción

Es indudable que la Gran Guerra marcó un antes y un después en la


Historia de las Mujeres. La sindicalista norteamericana Robins exclamaba en
1917 que se iniciaba la “era de las mujeres”, y el historiador feminista Abensour
hablaba del “advenimiento de la mujer a la vida nacional”.

De hecho, tanto durante el periodo bélico (1914-1918) como tras su


finalización, se extendió entre los analistas y la sociedad en general la idea de
que la guerra había trastocado e incluso violentado las relaciones de género,
ya que se había producido una “emancipación” de las mujeres como nunca se
había operado en la Historia, incluso en mayor medida que durante la
Revolución Francesa.

Para unos fue motivo de celebración y para otros –los más, todo hay que
decirlo– sirvió para acentuar los modelos patriarcales que habían sido los
dominantes hasta entonces. La literatura, el teatro, y la prensa difundieron de
forma incesante la constatación de estas supuestas transformaciones, en
ocasiones de forma muy medida, en otras a través de la denuncia del “peligro
desestabilizador” de la institución familiar que, supuestamente, comportaban.

Sin embargo, al poco se constató la exaltación del valor masculino, de


los “héroes de guerra”, que fue trasladada a las calles en forma de estatuas al
soldado desconocido o a los defensores de la patria. Solo en el caso de
Francia se erigieron cerca de 30.000 de estos monumentos que relegaron a la
mujer al papel de alegoría –la Victoria, la viuda, la madre–. Por otro lado, la
guerra también dejó en el aire una transformación de la mujer hacia unas
costumbres y un aspecto viriles, sin campo propio de desarrollo.

La realidad fue mucho más prosaica. Una vez que los hombres
quedaron “fijados” en las trincheras del frente, las mujeres quedaron solas,
vivieron solas y, solas se hicieron cargo de sí mismas y del conjunto familiar. La
opinión masculina valoró su entrega “patriótica”, pero empezó a criticarse todo
aquello que sonase a emancipación, equiparando el término con traición.

El final de la guerra demostró la fragilidad de las “conquistas” femeninas


y lo conservadora que seguía siendo la guerra o, por mejor decir, los directores
de la guerra, en todo lo que atañe a la relación entre sexos, obligando de nuevo
a las mujeres, tras un enorme esfuerzo en la asunción de distintas
responsabilidades y trabajos, a regresar al hogar, a continuar desarrollando las
tareas “propias de su sexo”.

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1. La guerra como paréntesis en las relaciones de género

Cuando finalizó la guerra se estrenaron y escribieron miles de obras de


teatro y novelas ambientadas en la conflagración que trataron de explicar lo
inexplicable, la sinrazón de un enfrentamiento sin igual hasta entonces, con
millones de muertos y heridos, tanto militares como civiles, que sacudió los
cimientos políticos y económicos del Mundo y que fue relegando a las
potencias europeas a un papel secundario en el escenario internacional.

Con la excepción de algunas anécdotas de retaguardia, las mujeres solo


fueron protagonistas de unos pocos de estos escritos ya que los temas “serios”
no se encontraban en su esfera. Los enfoques determinantes de las
publicaciones sobre la Gran Guerra fueron políticos y económicos: sus causas,
objetivos, consecuencias, costes, estrategias y tácticas militares, etcétera.

Tan solo en las décadas de 1960 y 1970, la Historia social empezó a


preocuparse del papel de la mujer en la Primera Guerra Mundial. Los
historiadores comenzaron a preguntarse entonces por las transformaciones
sufridas por las mujeres, por las diferentes formas en las que la guerra afectó a
uno u otro sexo. También sobre su papel más allá de simples sufridoras de
duelos y esperas, ya que la “ruptura” momentánea del orden familiar y social
abría potencialmente nuevas actividades y ocupaciones para las mujeres y,
más allá, el inicio de la emancipación femenina.

Ciertamente, mostrar que la guerra no es una cuestión exclusivamente


masculina supuso descubrir nuevas responsabilidades y nuevos oficios y
ocupaciones para las mujeres, hasta entonces insospechados. La guerra las
convirtió en cabezas de familia, obreras en las fábricas de municiones –
munitionettes–, conductoras de tranvías, trabajadoras de distintos servicios,
incluso auxiliares del ejército. Todo ello las hizo adquirir confianza en sí
mismas, así como adquirir una mayor libertad de movimientos.

Las representaciones y reelaboraciones de estos hechos fueron


variadas, pero la gran parte fueron críticas. Muchos columnistas y autores,
juzgaron, caricaturizaron o fotografiaron –como si de “raras avis” se tratase– a
las mujeres en situaciones que hasta entonces no eran cotidianas. En otras
ocasiones la construcción fue hagiográfica. Así, tras la finalización del conflicto,
en el Reino Unido se elaboraron discursos en este sentido por el Imperial War
Museum y su Subcomité del Trabajo Femenino de Guerra; en Francia lo
hicieron organizaciones femeninas como L’Effort feminin français; en Alemania
otras instituciones, etcétera.

Posteriormente, en las entrevistas orales que se hicieron a las


protagonistas en los años 70, casi todas expresaron un sentimiento de

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liberación y un orgullo retrospectivo. Hablan entonces del sentimiento de “out of


the cage” (“fuera de la jaula”) para ilustrar esa sensación novedosa. En Francia
las “veteranas” recordaban que después de la Gran Guerra ya nada fue lo
mismo que antes.

Sin embargo, algunos autores como James F. Mac Millan comenzaron a


matizar este paradigma. Este autor destacaba en el caso francés la enorme
fuerza de su conservadurismo en materia de roles sexuales, afirmando que la
guerra no había hecho otra cosa que consolidar el modelo femenino tradicional
de madre-ama de casa. En Reino Unido, los trabajos de Gail Braybon o
Deborah Thom, también niegan en los años 80 la tesis de que la guerra habría
tenido un carácter emancipador para las mujeres, siendo los cambios de
carácter provisional y de escasa profundidad. Para ellos, no solo no habría sido
emancipadora, sino que bloqueó el movimiento que en ese sentido se
esbozaba en toda Europa en los primeros años del siglo XX, encarnado por
una new woman tanto en lo económico como en sus relaciones de pareja,
dentro de un movimiento feminista que impulsaba la igualdad y la imaginación
para conseguir mayores cotas de poder.

Y, ¿cómo lo hizo? Sencillamente porque mientras en vísperas de la


guerra la identidad masculina estaba en crisis, tras su finalización se reafirmó la
figura del varón como protector y cabeza de la sacrosanta unidad familiar,
siendo las mujeres nuevamente relegadas a su función de procreadoras
prolíficas, de amas de casa y de esposas sometidas a la autoridad del marido.

Como historiadores no podemos juzgar la emancipación de las mujeres


con los criterios actuales, sino que debemos reconstruir metódicamente las
percepciones y las vivencias de los protagonistas históricos de la sociedad, a
menudo alejados de las grandes esferas de poder y/o de las distintas
organizaciones políticas y sociales. Algunas autoras feministas van más allá y
se plantean, no si la guerra afecta directamente a los hombres o las mujeres
sino, de qué manera redefinió de forma real pero también de forma simbólica la
relación masculino-femenino.

2. Movilización de los hombres – Movilización de las mujeres

El año 1914 no solo fue el año en el que se inició la guerra, sino que fue
un año crucial para las mujeres. En julio ya se barruntaba la confrontación entre
los dos bloques. En Francia, los titulares de los periódicos apenas hablan del
asesinato del archiduque heredero de Austria, Francisco-Fernando acaecido el
28 de junio en Sarajevo. En realidad, la prensa se preocupa del proceso de
Henriette Caillaux, uno de los últimos escándalos políticos de la Belle Époque.

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Así, las feministas se marchan de vacaciones tras la gran manifestación


sufragista del 5 de julio en honor de Condorcet. Es la apoteosis de un
movimiento joven que estaba alcanzando su “edad de oro” y que tras alguna
pequeña conquista anterior esperaba conseguir la igualdad política y el
derecho al voto. Con unas 9.000 afiliadas la Union française pour le suffrage
des femmes (UFSF) lanzó un llamamiento nacional en favor de la proposición
Dussaus-soy-Buisson que teóricamente permitiría a las francesas participar en
las elecciones municipales de 1916. En claro contraste, el sindicato CGT tras el
debate provocado por el caso de Emma Couriau –quien denunció la postura de
su propio sindicato por no apoyarla para trabajar–, se planteaba si había que
dar paso o no a la cuestión del trabajo femenino.

En el Reino Unido el movimiento feminista presentaba rasgos más


radicales. Las sufragistas venían desarrollando desde años antes una escalada
en sus pretensiones de conseguir el voto femenino. Sus posturas estaban
claramente enfrentadas a la ideología victoriana y a su hipócrita doble moral en
el campo sexual. La cuestión femenina estaba en el primer plano de la
discusión pública, incluso por delante del problema irlandés o de la agitación
social. Nacida en 1903 en la región del Lancashire, la Women’s Social and
Political Union (WSPU) adoptó las estrategias y el tipo de propaganda
utilizados por los laboristas, y logró convertir la cuestión del voto en un
problema fundamental en la Inglaterra de entonces. Son las “militant women” o
“las furias criminales de Londres”, dependiendo de quién las denominase. No
obstante, su fuerza decayó como consecuencia de la conjunción del ciclo
violencia-represión y del autoritarismo de las Pankhurst, madre e hijas.

Justamente en el verano de 1914, Christabel Harriette Pankhurst tuvo


que refugiarse en Francia para evitar la prisión, pero había otras agrupaciones
aparte de la suya, como la federación sufragista de la señora Fawcett, la
National Union of Women’s Suffrage Societies (NUWSS) que contaba con el
apoyo de ciertos liberales, así como de muchos trabajadores, siendo capaces
de organizar una manifestación de 480 sociedades y 53.000 afiliadas por las
calles de Londres. Aunque 1914 podría haber sido el “año de las mujeres” el
inicio de la guerra trastocó los planes feministas.

En apenas una semana, Europa ardía por los cuatro costados. El


estupor de la población civil dio paso a un entusiasmo inconsciente trufado de
patrioterismo. Un fervor que fue más urbano que rural y más masculino que
femenino. Los franceses buscaban la venganza sobre los alemanes, y estos,
orgullosos de su crecimiento económico y seguros de sus avances técnicos se
lanzaron furibundamente en Oriente frente a la Rusia “medieval” y en
Occidente frente a la Francia “afeminada”. Los hombres movilizados
imaginaban que la guerra sería corta y que mantendría los antiguos valores
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“caballerescos” manifestados en anacrónicos rituales. En todas las ciudades la


partida de los soldados hacia el frente se vivió como una auténtica fiesta, con
escenas cargadas de “patriotismo”, banderas, bandas de música y “mezcla”
temporal de clases sociales, donde las lágrimas de las madres y las mujeres de
los soldados fueron peor vistas que los vítores y las aclamaciones.

Paradójicamente, la separación de los hombres movilizados al frente y


las mujeres que quedan en la retaguardia, devolvía la “armonía” que las
feministas estaban trastocando. Los soldados separados de su familia
reafirmaban los sentimientos de grupo y creaban el mito del hombre protector
de la madre patria y de su propia familia. Así, las primeras cartas que se
reciben en casa son las de soldados que hablan de la piedad filial, del amor
maternal de las mujeres, de la nostalgia de los hijos, etcétera.

Se ha dado mucha importancia a la Unión Sagrada que se operó en casi


todas las naciones contendientes en torno al objetivo común de ganar la guerra
uniendo todos los partidos políticos y clases sociales. El enemigo de los
trabajadores no sería la burguesía internacional sino el compañero de clase de
la nación contendiente. Las mujeres cambiarían su rol desde esa mujer
emancipada hasta la de una mujer purificada, consciente de su verdadera
naturaleza, de la profundidad de sus deberes eternos como madre y esposa,
fuente del amor universal y elemento transversal entre clases sociales. En una
palabra, estamos ante la encarnación del ideal femenino burgués del siglo XIX.

3. Las mujeres al servicio de la sociedad

Servir, servir, servir a la sociedad, se va a convertir en una consigna


para las mujeres francesas. Muchas de ellas se van a dedicar a reconfortar a
los soldados en las cantinas, a cuidar de los heridos en los hospitales, a
presentarse voluntarias en las sociedades de la Cruz Roja o a prestar su
trabajo para dar de comer a los indigentes de la guerra: refugiados que
acompañan la retirada de los ejércitos aliados en la primera hora,
desempleados de todos los sectores económicos, víctimas civiles, familias
deshechas por la desaparición de los movilizados, etcétera.

En todos los países, las dirigentes sindicales colaboran codo con codo
con reinas, condesas, o damas de la alta sociedad. Los talleres de ropa blanca
se convertirán en el símbolo de esta “igualación” social y de su actividad
caritativa, que en ocasiones desarrolla trabajos de costura y confección para
aquellas mujeres desocupadas por los que reciben comida y una módica
cantidad de dinero.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Incluso las feministas van a participar de esta “fiebre de servicio”,


suspendiendo sus actividades reivindicativas para cumplir con los “deberes de
las mujeres”, incluso con mayor ahínco que el resto. De esa forma daban
pruebas de respetabilidad ante el resto de la sociedad. Los lemas de las
feministas se parecen mucho a los que podrían surgir de gobiernos o de
partidos de la Unión Sagrada: “Mujeres, vuestro país os necesita”, “Mujeres,
mostrémonos dignas de la ciudadanía se atiendan o no nuestras
reclamaciones”. Así, Jane Misme, directora del periódico feminista moderado
La Française, declaraba: “Mientras dure la prueba por la que está pasando
nuestro país no se permitirá a nadie hablar de sus derechos; respecto a él, solo
tenemos deberes”. En el Reino Unido, las Pankhurst, tras ser amnistiadas, se
convertirán en verdaderos “sargentos reclutadores”, planteando en su discurso
una retórica militarista ciertamente machista declarando: “Defender una causa
noble y cumplir con el deber de hombre para mirar a las mujeres a la cara” o
“Las mujeres de Gran Bretaña dicen: adelante”.

En las publicaciones femeninas se contrapone la figura de la costurera


frente a la de la obrera de la fábrica, el “antes” y el “durante” de la guerra, las
300.000 empleadas en el Francia de preguerra frente a los dos millones
durante el conflicto. Apostando por una guerra corta, los gobiernos tienen la
esperanza puesta en la resignada espera de las mujeres y se congratulan de
que las feministas se unan a la causa nacional. Eso sí, más allá de las tareas
“caritativas”, rechazan otras propuestas femeninas de servicio, como el propio
alistamiento militar de las mujeres.

Por su parte, las alemanas de la Bund Deutscher Frauenvererine (BDF)


ya habían propuesto en su Congreso de 1912 un año de servicio social para las
jóvenes. Pues bien, el 3 de agosto de 1914 crean el Servicio Nacional de
Mujeres (NFD) que fue reconocido por las autoridades militares y desempeñó
la función de tropa auxiliar para asistencia y aprovisionamiento.

En principio, en el Reino Unido solo se aceptó la movilización de una


minoría de voluntarias de clases acomodadas, cuyas funciones se centraron en
trabajos desarrollados en granjas o en la policía urbana. La iniciativa de la
doctora Elsie Inglis, que presentó un plan de hospitales fuera del territorio
británico, fue respondido así por el War Office: “Idos a casa y quedaos quietas”.

En Francia, ya desde el 5 de agosto se aprueba una ley que instituye la


asignación de “mujer de movilizado”, no con el propósito de asegurar la
subsistencia de las familias, sino con el de levantar la moral del soldado. De
esta forma es el “Estado-padre” el que ejerce las funciones de sostén material
inherentes al cabeza de familia que se encuentra en la guerra. El 7 de agosto,
el presidente del Consejo lanza un llamamiento a las mujeres francesas –
realmente a las mujeres rurales francesas, las únicas que él considera que
deben movilizarse urgentemente para que el campo no quede abandonado– y

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

les dice en lenguaje viril y patriótico: “¡¡¡De pie mujeres francesas, niñas, hijas e
hijos de la Patria!!! Sustituid en el campo de trabajo a quienes están en el
campo de batalla. ¡¡¡Preparaos para mostrarles, mañana, la tierra cultivada, las
cosechas recogidas, los campos sembrados!!! En estas horas graves, no hay
tarea pequeña. Todo lo que sirve al país es grande. ¡¡¡En pie!!! ¡¡¡A la acción!!!
¡¡¡Manos a la obra!!! Mañana la gloria será para todo el mundo”. Sin embargo,
las mujeres que sueñan con el servicio militar auxiliar se verán rechazadas.

Todos los estados beligerantes, salvo los Estados Unidos, instauraron


las “separation allowances”, subsidios que se pagaron tanto a novias como a
esposas legítimas en función de la cantidad de hijos. La asignación en el Reino
Unido era relativamente elevada, mientras que en Francia y Alemania fue una
paga escasa eliminada cuando la beneficiaria recibía un salario suficiente.

La “catástrofe sentimental” se agravó con la “catástrofe económica”, lo


que no pudo borrar el fervor patriótico. El paro comenzó a crecer y consolidarse
en el tiempo. En las industrias de lujo, precisamente las que más mano de obra
femenina demandaban, este problema se acentuó con la guerra. Un ejemplo
claro fue la ciudad de París, lo que se agravó por su cercanía al frente. A
excepción de enfermeras y voluntarias, a excepción de campesinas y tenderas,
la movilización de la mano de obra femenina fue lenta y tardía. La mentalidad
tradicional pesaba de tal forma que se tuvieron que vencer múltiples reticencias
respecto al trabajo femenino. Solo la comprobación de la insuficiencia de mano
de obra en ciertos sectores, se tradujo en la progresiva entrada de las mujeres
en trabajos que tradicionalmente habían sido desempeñados por hombres.

4. Los trabajos “para” las mujeres

Como es bien sabido, la guerra se prolongó más de lo esperado. En


otoño del 14 el frente se estabiliza a lo largo de 800 kilómetros entre Flandes y
la frontera suiza. Una vez asentada la idea de una guerra larga, los países no
pueden vivir de sus reservas y deben volver al trabajo. Una guerra prolongada,
una guerra de hombres, una guerra de ingentes gastos de material, requiere el
sostén de la retaguardia con el concurso y esfuerzo de las mujeres.

Por ejemplo, en Francia se movilizarán a lo largo de la guerra 8 millones


de hombres –el 60% de la población masculina activa–, 13 millones lo harán en
Alemania y cerca de 6 en Reino Unido. Los mortíferos combates devoran
hombres y municiones. Se crean nuevos ingenios para matar y se necesita
constantemente armamento. En mayo de 1915 se crea en Francia la
Subsecretaría de Estado para la artillería y las municiones, mientras que los

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

británicos crean ex profeso un Ministerio de municiones. La industria de guerra


necesita mucha mano de obra para multiplicar su producción.

No en vano, la Gran Guerra fue la primera guerra “moderna” y “total”. Se


moviliza no solo la fuerza de los hombres sino su espíritu, librándose en dos
frentes, el de la batalla y el de casa (“battlefront – homefront”). El primero es
casi en exclusiva masculino, el segundo, mayoritariamente femenino. No
obstante, dependiendo de países hay diferencias.

En Francia, que antes de la guerra ya presenta altos índices de actividad


femenina –antes de 1914, 7,7 millones de mujeres trabajaban, de las cuales
3,5 lo hacían en el campo–, fue donde la movilización de las mujeres tuvo un
carácter, podríamos denominar, “empírico” por cierto carácter liberal del país, y
a pesar de las reticencias existentes tanto a la izquierda como a la derecha del
arco parlamentario. Eso sí, con respecto a sus compañeras europeas, las
francesas leen más los anuncios, escuchan más los consejos de las vecinas,
tienen más libertad a la hora de buscar trabajo o inscribirse en las listas del
paro facilitadas por las oficinas de colocación del Ministerio de Trabajo.

A la hora de la contratación siguen funcionando mecanismos familiares.


No tanto en las industrias armamentísticas o metalúrgicas, pero sí en otros
trabajos como comercios, bancos, etcétera. Francia va a contar con
“financieras”, “ferroviarias”, controladoras, trabajadoras de la administración,
conductoras de tranvía, etcétera. En las fábricas de material bélico la mano de
obra femenina fue imprescindible tras la movilización de 500.000 obreros
varones por la ley Dalbiez. En el otoño de 1915 el gobierno promueve la
contratación de mujeres y los carteles oficiales en este sentido se extienden por
todo el país.

Las obreras acuden a las fábricas procedentes de los entornos urbanos


y rurales atraídas por los salarios altos y, ante la fiebre de demanda, buscando
todo tipo de trabajos. Las tareas que se les encomiendan se diversifican
progresivamente. A principios de 1918 su número alcanza las 400.000, es
decir, un cuarto del total de la mano de obra, llegando en el caso de París a
suponer un tercio del total. Las mujeres obreras se erigen en símbolos de la
movilización femenina, penetrando en sectores tradicionalmente masculinos.

No obstante, hay límites a este proceso aparentemente imparable. El


mundo del trabajo sigue estando marcado por pautas masculinas. En 1916, las
estadísticas del Ministerio de Trabajo muestran que, tan solo a finales de 1917
–en pleno apogeo del empleo femenino–, constituye el 40% de la mano de obra
frente al 32% de antes de la guerra.

El caso alemán es sintomático. Aquí los historiadores discuten la idea de


que hubo un aumento masivo del trabajo femenino a pesar de la movilización
de alemanas con destino a la industria de guerra. Así, el programa Hindenburg

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

de 1916 endureció la dictadura militar sobre las decisiones políticas


parlamentarias, confiando la movilización industrial a la Oficina de Guerra
(“Kriegsmat”) y otorgando prioridad absoluta a la industria de armamento. Se
estableció un servicio auxiliar obligatorio para todos los hombres comprendidos
entre 17 y 60 años. Sin embargo, el alistamiento de mujeres fue rechazado por
las autoridades civiles y desaconsejado por las feministas del BDF, quienes
propusieron una movilización de mujeres dirigida por las propias mujeres y una
política social específica.

Surgieron dos organismos dirigidos por mujeres, el Departamento de


Mujeres, encargado del reclutamiento y un Servicio Central del Trabajo
Femenino (FAZ), encargado del bienestar de las obreras. A comienzos del
último año de la guerra, había tan solo unas mil trabajando en estos servicios.

Sí hubo mayor representación en trabajos metalúrgicos, sectores de la


electricidad y química, así como grandes empresas. Algunos historiadores
alemanes hablan de un crecimiento superior al 50%. El caso más destacado es
el de Krupp, que daba trabajo a 30.000 mujeres dentro de una plantilla de
110.000. Por otro lado, hubo una reconversión de trabajos tradicionalmente
desempeñados por ellas. Las costureras de la Selva Negra pasaron a fabricar
municiones, las corseteras, telas para tiendas de campaña y cajas de galletas,
otras comenzaron a hacer máscaras antigás, calzado y uniformes militares.

No obstante, hubo importantes fricciones dentro de la burocracia


alemana a la hora de emplear a mujeres. También hubo reticencias entre los
propios sindicatos y los empresarios, quienes, a la firma del contrato obligaban
a las mujeres a firmar también su dimisión en caso de finalización del conflicto.
A todo ello unimos un inconveniente mayúsculo como era la conciliación con la
vida familiar, el cuidado de la casa y los niños, la atención sobre los mayores o
los mutilados regresados del frente, etcétera. La economía de penuria que se
instaló en Alemania a partir de 1915 constituye el verdadero lugar central de la
experiencia femenina en el mundo laboral, y la sobrecarga de trabajo
doméstico que supuso, lo que devoró energías y limitó la atracción que ejercía
el acceso al salario. A ello se unían los subsidios ofrecidos por el Estado. La
política social de guerra que aseguraba al soldado la protección de su familia
impidió la regulación del mercado de trabajo e incluso contrarrestó los
esfuerzos de movilización femenina.

El 17 de julio de 1915 en una impresionante manifestación por Londres,


las pancartas anuncian: “La situación es grave. Las mujeres deben contribuir a
resolverla. El lema de la marcha (“Derecho a servir”), organizada por la señora
Pankhurst con ayuda del Ministerio de Armamento es significativo, ya que
muestra al mismo tiempo la conversión total de las sufragistas a la causa
nacional, la respuesta de la coalición Asquith a la crisis política provocada por
la escasez de armamento, y el primer giro en la movilización de las mujeres

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

británicas. Acentuada por el servicio militar y luego por las medidas dirigistas
del gobierno de Lloyd George elegido a finales de 1916, no se caracteriza tanto
por las medidas sociales que lo acompañan, como por la vasta negociación
entre el gobierno, las Trade Unions y los empresarios, ante el crecimiento
progresivo del trabajo femenino.

La década de 1910 había constituido la gran década del sindicalismo


británico al multiplicar el número de sus afiliados y encontrar en el gobierno
interlocutores propicios a la concertación y a las reformas sociales. En los
primeros meses de 1917 se dejó en manos de los sindicatos la decisión de
conceder el certificado de trabajo que eximía del servicio militar, lo que se
explica por la aceptación del principio de “dilution” (sustitución de obreros
cualificados movilizados por trabajadores semicualificados o sin cualificación
alguna) y el de la “substitution”, que permitía el ingreso de mujeres en trabajos
que hasta entonces se habían conservado celosamente como “men’s jobs”. En
la mayor parte de las ramas profesionales los acuerdos negociados (“dilution
agreements”) a veces de manera dificultosa y siempre sin la participación
femenina, definieron las tareas que temporalmente podían realizar las obreras,
con el compromiso, eso sí, de derogarlos al final de la guerra.

No obstante, estos acuerdos fueron tempranos en los sectores comercial


y de oficinas, donde los sindicatos de empleados eran débiles y el trabajo se
consideraba por la “buena sociedad” como “respetable”. Según cálculos
mensuales del Board of Trade for Labour Supply el trabajo femenino se fue
generalizando en dichos nichos de empleo. A pesar de que en el Reino Unido
las miradas sobre el trabajo femenino eran más hostiles que en Francia, y sin
tener en cuenta a las empleadas domésticas ni a las trabajadoras a domicilio o
de pequeños talleres, entre julio de 1914 y noviembre de 1918 hubo un
crecimiento de empleadas desde los 3,3 millones a 4,9, y una feminización de
la mano de obra que pasó de suponer el 24% del total al 38%.

Estos cambios operados durante la Gran Guerra también vinieron dados


por una sobrecarga de trabajo de las adolescentes, una transferencia de mano
de obra de origen doméstico y de oficios tradicionales, y el ingreso de mujeres
casadas en el mundo laboral. Los sectores en los que más creció la mano de
obra femenina fueron el de las municiones –llegando al millón de mujeres en
1918 concentradas en inmensos arsenales como Gretna o Woolwich–, y en
menor proporción en sectores como el transporte, oficinas, comercio y banca.
Este crecimiento no vino dado exclusivamente por la voluntad de servir a su
país, sino que el trabajo bien remunerado fue un poderoso atractivo. Un dato lo
demuestra. Entre la mano de obra de las fábricas de material bélico, cerca de
un 10% eran mujeres de clase media y alta.

Otra diferencia u “originalidad” británica fue la de crear en la primavera


de 1917 un cuerpo auxiliar del ejército compuesto por mujeres. Se trata del

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Women’s Army Auxiliary Corps (WAAC) que en noviembre del año siguiente
contaba ya con 40.000 mujeres de las que 8.500 se encontraban fuera de Gran
Bretaña. Su historia fue un tanto “confusa” por la dificultad de los ejércitos y de
los contemporáneos –no solo hombres sino también mujeres–, para imaginar a
la “mujer soldado”.

En el Este sí que se dan pasos en este sentido. Así, los serbios


contaban con mujeres combatientes “incluidas” en el ejército y que usaban la
misma vestimenta militar que los hombres. Y en Rusia, fue famoso el Batallón
Femenino de la Muerte, el que las incluyó si bien el número de sus
componentes no superó algunos centenares.

A finales de 1916, en Francia se abrieron lentamente sus cuarteles a las


mujeres, sobre todo los empleos de oficina del Ministerio de la Guerra, con
horarios de entrada y salida desfasados con respecto a los de los hombres, así
como un cuerpo especial de inspectoras. Este episodio fue ilustrado de forma
machista en tarjetas postales en las que las “soldadas” aparecían con grandes
escotes, pantalones cortos y botines. En este sentido, en la prensa se citaba
sin ambages el sueño del “reposo del guerrero”.

Volviendo a la WAAC británica, su nacimiento vino dado por la acción de


muchas asociaciones de voluntarias de servir en estructuras del Estado. Su
proyecto de una organización militarizada se impuso a otras ideas que no veían
en el ejército un método de emancipación femenina. Con la creación de un
cuerpo de ejército oficial, dirigido por Chalmers Watson, y al que se dotó de
grados militares, reglamentos y uniformes, la War Office esperaba controlar e
incluso absorber a las organizaciones femeninas. Se enviaron mujeres al frente
con funciones como las de cocineras, empleadas de oficina o mecánicas,
creando servicios en los tres cuerpos de ejército, Tierra, Marina y Aire.

Sin embargo, muchos sectores conservadores criticaron a estas


mujeres, acusándolas de deshonrar el uniforme del rey bañado con la sangre
de los soldados, o de renegar de su sexo y de las funcionas propias de este, o
de “copiar” a los hombres mediante una parodia de mal gusto. Por ello fueron
sospechosas de inmoralidad e incluso de “homosexualidad”. Al acabar la
guerra se creó una comisión de investigación que expuso acusaciones como
perturbar la economía “psicosexual” de la guerra, que debía ser un combate
viril para proteger a mujeres y niños, o difuminar las identidades masculina y
femenina. Más que otras trabajadoras fueron estas militares las que
cristalizaron el miedo a la “masculinización” de las mujeres, característica de la
época.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

5.- La masculinización de las mujeres

Varias autoras han mostrado como los hombres del siglo XIX, para
expresar sus temores e intimidar a sus compañeras, trasladaron al plano
sexual el debate planteado en torno al poder político y social de la mujer
emancipada. Incluso, se les acusó de “perversas uterinas” o se les asimiló a
“lesbianas viriles”. En una palabra, a una mujer-hombre peligrosa y
desvergonzada, perversa congénita de aspecto y psiquismo masculinos. Con la
mujer emancipada se degeneraría su fecundidad y sexualidad. La Guerra, con
la “inversión de roles” que supuso no hizo otra cosa que acentuar esta corriente
de pensamiento.

A pesar de que los Estados insistieron en la temporalidad de las


medidas de apertura del trabajo femenino, las feministas propagaron la
excelencia de sus labores. La prensa hizo chanza de los peligros que suponían
los tranvías conducidos por mujeres, pero realmente lo que dominaba era el
miedo ante los cambios. Una comisión del Reichstag alemán afirmaba que en
ocasiones era difícil saber si se estaba delante de un hombre o una mujer y, en
Francia, se advertía sobre el peligro de la “anarquía moral” que supondría la
confusión de los sexos.

Estas reacciones de miedo a lo desconocido son comprensibles en


aquel momento de cambio. Las críticas se sucedían: “ensartar obuses como
perlas”, “trabajar en la metalurgia como en la calceta”, y “tranquilizaban” las
mentalidades pensando que sería un periodo transitorio. El propio término con
el que se conoció a estas trabajadoras (“munitionette”) es un diminutivo con
una connotación totalmente femenina.

Las reacciones gubernamentales fueron ambiguas e interesadas. Se


permitió el acceso a ciertos trabajos, pero siempre con condiciones y de forma
temporal. A la vez se continuó alabando las figuras de la enfermera, la dama
caritativa, la madrina de guerra, etcétera. En Francia se prefiere la figura de la
Marianne o la esposa recatada que la de la obrera con buzo. Y la guerra, no
hizo otra cosa que revivir estos antiguos mitos femeninos.

No obstante, las feministas destacaron la eficacia de los nuevos trabajos


desempeñados, manteniendo las mujeres el “segundo frente” que habría
ayudado a “romper otro barrote de la jaula donde durante siglos se ha
encerrado la actividad femenina”. Se quiso convertir esta experiencia en un
trampolín hacia la igualdad profesional o, por lo menos, hacia su apertura. Por
contraste, en el mundo obrero la hostilidad hacia el trabajo femenino se
alimentó por el miedo a la competencia que dejaría en paro a los hombres,
acusándolas de ser “peor que las bestias” por no impedir la marcha de los
hombres y haberlos vendido por el precio de la asignación estatal…

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

TEMA 4. LA OPOSICIOÓ N A LA
GUERRA
Los primeros compases de la Gran Guerra, tras la precipitación de los
distintos gobiernos a la hora de decidirse a entrar en la conflagración,
estuvieron caracterizados por graves turbulencias sociales y económicas. El
conflicto trastocó profundamente el antiguo orden social. La crisis
socioeconómica latente, que previamente al conflicto era muy aguda, explotó
de tal forma que hizo tambalearse principios e instituciones que se creían
fuertemente sólidas. La creciente desesperación de las masas y el
nerviosismo de los gobernantes, fue un caldo de cultivo ideal para que
surgieran distintas formas de expresión que se oponían a la guerra.

Como es lógico, la Primera Guerra Mundial trastocó la vida cotidiana


de los europeos, provocando una politización de todas las capas sociales. Las
distintas tendencias se radicalizaron, provocando incluso el amotinamiento
de liberales y socialistas de Francia, Alemania o Rusia, entre otros países. Tras
la caída de los partidos socialistas, muchos se mostraron dispuestos a
sacrificar su internacionalismo, y dar por bueno el que los pueblos de
Europa se matasen los unos a los otros. Fue un error de los socialistas, que
aprovechó hábilmente Lenin, quien se erigió en nuevo líder internacionalista,
ya que solo los comunistas protestaron decididamente contra la guerra. Sin
embargo, el aumento de la tensión social, desde las quejas de los obreros
británicos, hasta el ambiente revolucionario que fue creciendo en Rusia, fue
más el resultado de la penuria, que de la acción de la extrema izquierda. La
influencia política de los socialistas, era mayor que la que suponía Lenin, y las
clases dirigentes y la burguesía enriquecida, tuvieron que enfrentarse al
ascenso de la izquierda socialdemócrata.

1.HUELGAS Y PROTESTAS

Tras iniciarse la guerra, los líderes socialistas europeos se vieron pronto


ante el dilema de que la guerra que apoyaban, a quien más perjudicaba era,
por supuesto, a la clase trabajadora. La Primera Guerra Mundial supuso que
los grandes países en conflicto, Alemania, Imperio Austrohúngaro, Francia y
Reino Unido, utilizasen todos sus recursos económicos y humanos, por lo que
todos los hombres fueron movilizados bien para el trabajo militarizado, bien
para la guerra. En Rusia, los obreros industriales cualificados fueron
eximidos del servicio militar, pero fueron encuadrados en fábricas de
armamento. En Francia, se ordenó la reclusión en las fábricas de munición, de
la mayor parte de sus trabajadores. En Alemania, se restringió la movilidad

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

laboral -ya que muchos obreros cambiaban de trabajo para ganar más dinero-
y más de dos millones de “reclutas”, trabajaron en las industrias de la guerra. A
estas medidas de sujeción, se unía una “espada de Damocles” sobre los
obreros: la amenaza de ser enviados al frente por razones disciplinarias.

Estas medidas, y otras como el aumento de los horarios y la bajada


de los salarios, se tomaron para evitar subidas de la inflación. Afectaron
sobre todo al proletariado urbano, y a ellas se sumó la escasez de vivienda,
las malas condiciones de la atención sanitaria y la pequeña oferta de
vestido, sobre todo para las clases bajas. Desde finales de 1916 la situación
se agravó, sobre todo en las ciudades rusas y austriacas, donde comenzó a
haber carestía de comida. Por su parte, en Alemania se comenzó a racionar el
pan, y en Inglaterra y Francia aumentaron las protestas por el alto coste de la
vida.

A todo ello se unía la problemática masificación de ciudades y fábricas.


Los sindicatos tampoco estaban acostumbrados a la llegada masiva de
jóvenes y de mujeres procedentes del campo, lo que transformó la imagen de
la clase trabajadora. Los trabajadores veteranos se indignaban ante la
bravuconería que mostraban los jóvenes soldados, que mantenían
militarizadas las fábricas. En el caso ruso, los jóvenes llegados en masa
desde las zonas rurales, fueron un magnífico caldo de cultivo para la
propaganda bolchevique. Las novedades no acabaron con los sindicatos, a
pesar de que estos sufrieron una tremenda crisis durante el conflicto. En
Francia, la Conféderation Générale du Travail (CGT) bajó hasta una sexta parte
de sus afiliados al inicio de la guerra -aunque a su final tenía más trabajadores
que nunca-. En el caso del partido socialista la recuperación ya no fue la
misma, a consecuencia del ascenso de los comunistas.

A partir de 1916, las malas condiciones de vida y la penosa situación


económica, favorecieron las críticas y la oposición, al gobierno primero y a la
guerra, después. La izquierda inició medidas de protesta y surgieron
concepciones sociales completamente novedosas en torno al pacifismo. La
generalización de las penalidades, hizo que los trabajadores descargasen su
rabia en las huelgas. Los mandos militares vieron en ellas una lucha a vida o
muerte, ya que las huelgas les hacían temer una derrota. El número de
participantes en las huelgas, era seguido atentamente por generales y demás
oficiales de alto rango. Aunque no se alcanzaron los valores anteriores a la
guerra, las huelgas tuvieron en muchas ocasiones consecuencias militares y
políticas imprevistas. Los países que más huelgas sufrieron durante la Primera
Guerra Mundial fueron Rusia y el Reino Unido. Las cifras son significativas, ya
que las huelgas inglesas cuadruplicaron las convocadas en Alemania y fueron
veinte veces mayores que en Austria. Sin embargo, en Francia su número
descendió respecto a las que se desarrollaron antes de la guerra. En Rusia,
entre 1905 y 1914, las huelgas respondían principalmente a motivos políticos,

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

mientras que durante la guerra fueron más bien los motivos económicos los
que más huelgas generaron, en un ambiente explosivo al declararse en mitad
del conflicto bélico.

Las huelgas se convirtieron en un fenómeno común y se dirigieron


contra el encarecimiento de la vida, los problemas de abastecimiento o la
regulación estatal de la vida pública, sobre todo en el caso inglés. Aunque
en un principio su carácter no era revolucionario, con el tiempo se
fortalecieron aquellas que exigían una salida negociada a la situación de
“empate” en la que se encontraba la guerra. Aunque muchos trabajadores
apoyaron con entusiasmo las correspondientes declaraciones de guerra de
cada país, animados por los propios líderes sindicales, el hambre, el continuo
sufrimiento en el frente y en la retaguardia, los centenares de miles de
muertos, etcétera, fueron minando las optimistas posturas iniciales.

En Alemania, tras los motivos económicos iniciales, en 1916 aumentaron


las protestas contra distintos abusos, injusticias y arbitrariedades sufridas
tanto en el frente como en la retaguardia. La lucha, protagonizada por jóvenes
y mujeres, supuso que los socialdemócratas del SPD y los grandes sindicatos,
reclamasen leyes especiales para proteger a los obreros. Viendo las orejas al
lobo, muchos militares de intendencia quisieron congraciarse con los
trabajadores, haciéndoles determinadas concesiones. Sin embargo, la inflación
fue en aumento y los llamamientos a filas se hicieron cada vez más
habituales. Cerca ya del final, los líderes obreros más radicales se pusieron al
frente de estas reivindicaciones, y apostaron claramente por la finalización del
conflicto. En Alemania, como en Francia, surgió así un partido comunista fuerte
que arrinconó progresivamente a los socialdemócratas.

2.RADICALIZACIÓN OBRERA

Si bien por toda Europa soplaron aires de radicalización, solamente


en Rusia se vivió un clima realmente revolucionario. Por regla general, las
críticas hacia los gobernantes y el enfado de los trabajadores, se tradujo en un
encuadramiento de la mayor parte de los obreros en organizaciones de
izquierda. Muchas acciones quisieron subvertir el orden social establecido,
contra sus instituciones políticas y contra la clase gobernante y detentadora del
poder económico. En un momento crítico como el del tiempo de guerra, la
militancia en partidos y sindicatos de izquierda de la clase trabajadora
amenazaba a los poderosos.

En Alemania, previamente a la guerra, los socialdemócratas fueron


convencidos por el militarismo oficial, y apoyaron el reforzamiento del ejército,
votando en 1914 a favor de los créditos de guerra. Sin embargo, a medida
que transcurrían los acontecimientos bélicos, el proletariado con poca

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

formación, que perjudicaba a los trabajadores cualificados, fue siendo el


mayoritario y más influyente, radicalizando sus posturas políticas. Si antes de la
guerra, las empresas ofrecían a sus trabajadores estabilidad y seguridad, el
conflicto desbarató esa identificación del obrero preparado, con su puesto de
trabajo duradero. Los empresarios amenazaban con enviar a los trabajadores
al frente. La guerra también supuso que surgiesen grupos beneficiados
económicamente, que contrastaban abiertamente con las malas condiciones
en las que se hallaba sumida la clase obrera, así como la pérdida de muchos
de los derechos hasta entonces conseguidos. Ante esta situación, el SPD fue
“prudente” y colaboró con el gobierno, lo que cada vez fue peor visto por los
trabajadores, quienes veían que aumentaba la represión de huelgas y
acciones de protesta. Pese a la rabia de muchos de ellos, la radicalización
tardó en llegar. Fue durante las huelgas generales de la primavera de 1917.
Los dirigentes sindicales se dieron cuenta de que no podían seguir transigiendo
con el gobierno y los poderosos, por lo que pactaron con industriales, militares
y políticos, para sujetar a una clase trabajadora desconfiada, a la que
prometieron incluso la revolución. Esta doble cara mostrada por los dirigentes
sindicales fue trascendental en el futuro de Alemania.

En Francia y Reino Unido, la situación era similar a la alemana. La


mayoría de los trabajadores se unió a las protestas contra las penurias, pero
no señalaron a la guerra como la causa. En Francia, la clase obrera mantuvo
su patriotismo, aunque se comenzó a vislumbrar que los culpables eran los
gobernantes. La CGT contuvo a duras penas a sus afiliados, quienes se
contagiaron de la oleada revolucionaria de 1917, quizás porque, a diferencia de
la población alemana, la francesa no sufría tantas privaciones. Por su parte, los
sindicatos británicos y el Labour Party eran muy influyentes con la política
gubernamental, y también se mostraron a favor de la entrada en guerra. Sus
ambiciosos cuadros fueron hábiles hasta para ganarse a sus bases cuando la
situación empeoró. Por eso, las iniciativas pacifistas no encontraron eco, pero
tampoco las revolucionarias. A ello coadyuvó el que la clase alta respondió con
un mayor sacrificio económico que en otros lugares, reforzando la cohesión
social, despertando un sentimiento de pertenencia a la nación. Eso sí, con el
transcurso de la guerra, las clases populares fueron cada vez más críticas a la
hora de aceptar las cargas de la guerra. Además de la reducción salarial y la
falta de alimentos, el reclutamiento forzoso de mano de obra supuso un
aumento de la radicalización política. Hasta finales de 1915, los trabajadores
apoyaron sin fisuras la guerra, pero después se criticaron los reclutamientos,
considerándolos una imposición inútil. En mayo de 1917, las huelgas fueron de
gran dureza, pero los ánimos fueron calmados por los líderes sindicales, al
igual que sucedió en Alemania. Se puede decir que, salvo contadas
excepciones, los trabajadores, si bien permanecieron fieles hasta el final a su
clase, también lo hicieron a su patria.

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3.LA OPINIÓN PÚBLICA

Aunque la crisis existencial de la civilización europea, no trajo consigo


nuevas ideas políticas, sí que se produjeron debates críticos sobre el periodo
prebélico. El caos social, la pérdida de derechos, el hambre y otros problemas,
minaron progresivamente los esfuerzos bélicos de los gobiernos, máxime en
una situación de impasse como la que se produjo con el estancamiento de la
guerra de trincheras. Los análisis teóricos fueron por detrás de los
acontecimientos. El orden europeo no se transformó por haber extraído de
forma consciente las consecuencias del trauma de la guerra, sino por los
rapidísimos cambios económicos y políticos que se sucedieron a causa de la
misma.

Las alternativas que procedían de izquierda y derecha llegaron al


confrontamiento. Así lo demuestra la actitud de la clase media, de los
empleados, funcionarios, comerciantes, etcétera, a los que los sindicatos no
“ayudaron” a hacer frente a la inflación. Para ellos, las huelgas no tenían
sentido, ya que su resolución, normalmente traumática, no cumplía con sus
reivindicaciones. Hay que tener en cuenta que la clase media experimentó un
enorme derrumbamiento económico, por lo que encontró en soluciones
extremas una posible salida. Ante la industrialización, la clase media reaccionó
con miedo. Sus símbolos de estatus, que les diferenciaban del proletariado
urbano, mitigaban su miedo al futuro. La guerra trajo consigo una precarización
de estas clases medias, que en muchos casos se equipararon con su
tradicional oponente sociológico. Durante los quince años de entreguerras, la
caída de la clase media se acentuó y, en muchas ocasiones, descargó su ira
contra la clase trabajadora.

Aunque muchos empleados y funcionarios participaron en las huelgas


alemanas de 1917, realmente les invadió un profundo miedo a la
desintegración social y al empobrecimiento. Muchos artesanos y
comerciantes fueron atraídos por los llamamientos populistas y
reaccionarios, idealizadores de la etapa preindustrial. Estos discursos
“novedosos”, tenían entre otros chivos expiatorios a los grandes industriales
que se habían beneficiado de la guerra y también a los trabajadores que les
pisaban los talones. Este grupo de pequeños burgueses, tremendamente
temerosos, cuyas posturas conservadoras ya se habían constatado antes de la
guerra, fueron creando un discurso antisemita y ultranacionalista que creció
de forma importante al finalizar la guerra y que, consolidado por el descontento
que provocó la crisis de la Gran Depresión, posibilitó unos años más tarde el
triunfo del partido nacionalsocialista NSDAP. Este fenómeno no fue
exclusivo de Alemania. La guerra trastornó profundamente a las clases medias

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en todo el continente europeo. En Italia, estas clases medias también


alimentaron el nacimiento del fascismo.

Por su parte, las masas estaban cada vez más hartas de la guerra, y
reprocharon a sus gobiernos de manera más o menos vehemente el haberse
metido en un callejón sin salida. En lugares como Rusia, muchos potenciales
soldados mostraron actitudes de resistencia activa. Los altos mandos rusos
reconocían que los obreros jamás entendían ni entenderían la guerra, tan solo
la aceptaban como una fatalidad. Por su parte, muchos intelectuales y
burgueses rusos adinerados, hicieron lo posible para eludir el servicio militar o,
al menos -tras guardar las apariencias-, el servicio en el frente.

El caso italiano fue singular. En 1914 la mayoría de la opinión pública se


opuso a la entrada en la guerra. Un año después, Antonio Salandra convenció
a una coalición de monárquicos, militares y conservadores, de que Italia podía
y debía participar en una guerra que se suponía muy corta, con lo que se
sofocarían las protestas masivas y se podría participar en el reparto del botín,
sobre todo ante la desintegración del Imperio Turco. Sin embargo, unos
años después, la guerra provocó tanto malestar, y atemorizó de tal forma a los
conservadores, que estos dieron la bienvenida al fascismo. Los socialistas,
teóricamente contrarios a la guerra, no se pronunciaron ni a favor ni en
contra y, hasta 1917, permanecieron en posturas moderadas. Ese mismo año,
las protestas contra la inflación se convirtieron en protestas contra la guerra, y
las marchas por la paz, dieron lugar a violentas revueltas que fueron
brutalmente reprimidas por el ejército. A pesar de todo, hasta el desastre de
Caporeto, la opinión pública no se pronunció claramente. A partir de ese
momento, los líderes socialistas mostraron contradicciones internas, pero en
1919 fueron la fuerza más votada. Su discurso se radicalizó a consecuencia de
las calamidades de la guerra, lo que provocó que las clases medias y altas,
acabasen con el parlamentarismo, las huelgas y las manifestaciones masivas,
para lo que no dudaron en aupar al poder a la minoría fascista.

4.CONTRADICCIONES SOCIALISTAS

Las profundas contradicciones internas de los partidos socialistas,


tuvieron fatales consecuencias, ya que muchos trabajadores se negaron a
seguir aceptando la cada vez mayor presión a la que les sometía el transcurso
de la guerra, mediante medidas de boicot, protestas, etc. Si al comienzo
aceptaron ciertas condiciones, llegó un momento en el que no pudieron más.
Ante las actitudes oportunistas de los socialistas, los obreros dirigieron su
mirada hacia Lenin. Aunque este también fue un oportunista, fue prácticamente
el único líder socialista europeo que condenó con claridad la guerra, tratándola
de conflicto imperialista. Ello supuso la escisión de los partidos socialistas,

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apareciendo las correspondientes versiones comunistas en todos los países


europeos. Desde 1917, muchos obreros vieron el comunismo como si no la
única alternativa, sí la única esperanzadora.

Aunque en el caso de los socialistas italianos, sí que estaban en contra


de la guerra, su protesta nunca fue lo suficientemente enérgica, dejando al
gobierno seguir con sus políticas. Por su parte, los socialistas franceses y
alemanes, a pesar de ser cada vez más críticos, no fueron capaces de
desarrollar una propuesta de paz común. Incluso, el SPD encontraba ventajas
en la guerra, como la de ir en contra del zarismo reaccionario. Karl
Liebknecht fue el único socialdemócrata que se opuso en 1914 a la
aprobación de los créditos para la guerra. Después, en el célebre escrito
Juniusbroschüre, que redactó junto a Rosa Luxemburgo y Franz Mehring,
afirmó que, “la victoria o la derrota de cualquiera de los dos bandos sería igual
de funesta” y exigió vagamente, “la intervención revolucionaria del proletariado
internacional”, pero sin proponer ninguna medida práctica concreta, por lo que
los socialdemócratas encontraron una justificación ideológica para su inacción.
Tampoco supuso una alternativa al llamamiento de Lenin de boicot
revolucionario frente al gobierno.

Todos los partidos socialistas reaccionaron de forma parecida ante el


creciente descontento de los trabajadores. En 1917, la mayoría
socialdemócrata alemana y otras facciones de izquierda, defendieron
conjuntamente un “acuerdo de paz”. De lo contrario, se seguiría luchando.
Por tanto, aunque modificaron sus objetivos en relación con la guerra, se
negaron totalmente a capitular. Finalmente, en 1918, cuando se generalizó el
deseo de paz, la mayoría socialdemócrata y sus sindicatos, se mostraron más
comprensivos con las crecientes huelgas salvajes y las protestas masivas, pero
se cuidaron de apoyarlas o de condenarlas.

En Francia, la oposición a la guerra se redujo considerablemente. Tan


sólo hubo algunas huelgas que crecían o descendían dependiendo de cuál
fuese la situación militar. La guerra comenzó siendo una gran fiesta, que
debía acabar rápidamente y de forma gloriosa. La “unión sacrée” de todas las
fuerzas políticas, puso fin al debate político sobre la participación en la guerra.
La inmensa mayoría de la población francesa apoyó la guerra hasta el final, a
pesar de distintas formas de letargo y desesperación dependiendo de su
marcha. Aunque, como ocurrió en los demás países, el proletariado urbano no
aceptó sin rechistar sus penosas condiciones de vida o una defensa
incondicional de la guerra, en el campo hubo un apoyo sin fisuras. No
obstante, hacia 1917, tras el enorme número de bajas, muchos franceses solo
deseaban que llegase la paz, y en el ambiente cundió el desánimo y la
desolación. La opinión pública defendía la guerra mediante soflamas y
retórica, pero lo que realmente deseaba era su final, aunque, atención, no a

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cualquier precio. Los intelectuales comenzaron a hablar de la guerra como


sinónimo de locura, por lo que esta fue perdiendo su aura de heroísmo.

Entre los británicos, principalmente entre los trabajadores, la opinión se


parecía a la francesa. También estaban cansados de la guerra, pero hicieron
todo lo posible para mejorar sus condiciones de vida, y se dejaron deslumbrar
por los triunfos militares, por lo que a finales de 1918, hacían gala de su
patriotismo. Sin embargo, por primera vez, el Labour Party, ajustándose al
sentir mayoritario de sus militantes, declaró que su programa se encaminaba a
la creación de una sociedad socialista.

Manifiesto de la Conferencia de Zimmerwald (Suiza), celebrada entre el 5 y el de


septiembre de 1915, que reunió a delegados de izquierdas opuestoa a la guerra de
once países:

“¡Proletarios de Europa!
¡Hace más de un año que dura la guerra! Millones de cadáveres cubren el campo de
batalla. Millones de hombres quedarán mutilados para el resto de sus vidas. Europa
se ha convertido en un inmenso matadero de hombres.
Sean quienes sean los responsables inmediatos del desencadenamiento de esta
guerra, una cosa es cierta: la guerra que ha provocado este caos es producto del
imperialismo. Esta guerra ha nacido de la voluntad de las clases capitalistas de cada
nación, de vivir de la explotación del trabajo humano y de las riquezas naturales del
universo, de suerte que las naciones económicamente atrasadas o políticamente
débiles, caigan bajo el yugo de las grandes potencias que, con esta guerra, pretenden
cambiar el mapa del mundo, a sangre y fuego, de acuerdo con sus propios intereses
(…).
Los capitalistas de todos los países, que acuñan con la sangre de los pueblos la
moneda roja de los beneficios de la guerra, afirman que la guerra va a servir para la
defensa de la patria, la democracia y la liberación de los pueblos oprimidos. Mienten.
La verdad es que de hecho entierra, bajo los hogares destruidos, la libertad de sus
propios pueblos y al mismo tiempo la independencia del resto de naciones. Lo que va
a resultar de ello, serán nuevas cadenas y nuevas cargas, y es el proletariado de
todos los países, vencedores o vencidos, quien lo deberá soportar todo (…).
Las instituciones del régimen capitalista que disponían de la suerte de los pueblos, los
gobiernos -monárquicos o republicanos-, la diplomacia secreta, las poderosas
organizaciones patronales, los partidos burgueses, la prensa capitalista y la Iglesia:
sobre todas ellas pesa la responsabilidad de esta guerra nacida de un orden social
que los nutre, que ellos defienden y que solamente sirve a sus intereses.
¡Proletarios! Desde que estalló la guerra habéis puesto todas vuestras fuerzas, todo
vuestro coraje y vuestra capacidad de resistencia, al servicio de las clases capitalistas
para mataros los unos a los otros. Hoy en día hace falta que, manteniéndoos sobre el
terreno irreductible de la lucha de clases, actuéis en beneficio de vuestra propia causa
por los fines sagrados del socialismo, por la emancipación de los pueblos oprimidos y
de las clases esclavizadas (…).
Obreros y obreras, padres y madres, viudas y huérfanos, heridos y mutilados, a todos
vosotros, que padecéis la guerra y por la guerra, nosotros os decimos: por encima de
las fronteras, por encima de los campos de batalla, por encima de los campos y las
ciudades devastadas: proletarios de todos los países, ¡uníos!”.

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5.LA CRISIS ESTRUCTURAL DE LOS EJÉRCITOS

Aquellos estados aparentemente más sólidos, con cuerpos de oficiales


absolutamente leales, corren peligro si sus tropas desobedecen las órdenes o,
incluso en ocasiones, son capaces de usar sus armas contra sus propios
compatriotas. Antes de la generalización del conflicto, en el reclutamiento se
valoraba la aptitud para el servicio militar. Hacia 1914, a nadie se le ocurría
pensar que también había que evaluar la lealtad al Estado, ya que se creía en
la obviedad de que los soldados le debían obediencia incondicional. No
obstante, la mayoría pertenecía a las capas sociales que más fue castigando el
desarrollo de la guerra. Si los soldados se negaban a seguir arriesgando sus
vidas, los estados se encontraban ante un verdadero problema.

Esta situación se vislumbró a partir de 1917. Los mandos militares nunca


quisieron aceptar esta realidad, pero este problema afectó a los reclutamientos,
al desenlace de las batallas y a los posteriores desplazamientos políticos
de las masas hacia la derecha o hacia la izquierda. Las elevadas pérdidas
humanas -solo en la batalla del Somme murieron más de un millón de
soldados-, supuso que los países beligerantes dispusieran cada vez de menor
número de efectivos para sus costosas estrategias. La mayor parte de los
soldados, provenía de las clases bajas de obreros y campesinos, y sobre ellos
cayeron los mayores sacrificios, ya que no podían eludir el servicio en el frente,
como hacían muchos ricos. Además, eran los que menos tenían que ganar.

Muchos soldados británicos, procedentes de cuencas mineras o zonas


industriales llegaban mal alimentados y con enfermedades. La
automatización de las armas -como la ametralladora- suplió trágicamente la
impericia de muchos de estos soldados. En el caso de los alemanes y
franceses, llegaban al frente mejor alimentados, aunque también eran los de
las clases más humildes, ya que los obreros especializados si podían se
quedaban trabajando en las fábricas de armamento. No obstante, a la altura de
1917, la falta de hombres hizo que se tuviese que echar mano de estos
trabajadores cualificados. En el caso de Francia, Austria y Rusia, murieron
muchos más campesinos que soldados de otros orígenes.

En el último caso, la penosa situación de sus soldados era tan extrema,


que contribuyó decisivamente al estallido de la revolución. A pesar de que el
gobierno ruso movilizó a más de 15 millones de hombres, cuando llegaban al
frente carecían de armas y munición. Los soldados eran campesinos débiles y
pobres que no pudieron quedar exentos, a pesar de que casi la mitad de los
hombres en edad militar lo hicieron. A causa del elevado número de bajas y de
las exenciones, en 1917 el ejército ruso se hallaba prácticamente sin reservas.
Aunque se les exigía lealtad, la mitad de estos campesinos eran analfabetos y,
desde luego, no tenían -ni mucho menos- ansias imperialistas. Muchos se
autolesionaron para que se les declarase inútiles para el servicio y muchos

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otros se alcoholizaron, ya que de otra manera no hubieran aguantado la


crueldad de los combates y las vejaciones de sus arrogantes superiores.

En el ejército austrohúngaro, los instruidos oficiales de origen noble, no


solían llevarse bien con sus subordinados. Además, tres cuartas partes de los
oficiales hablaban alemán y difícilmente se podían entender con sus soldados.
En el caso británico, el abismo que había entre oficiales y soldados antes del
inicio de la guerra, se fue reduciendo por la muerte de muchos oficiales. En el
caso del ejército francés, era donde los jóvenes oficiales mejores relaciones
mantenían con sus tropas.

6.LA MORAL DE LA TROPA Y SUS REACCIONES

En Europa nadie estaba preparado para una guerra de trincheras.


Cuando finalmente se impuso, sus infinitos horrores hicieron temblar la
concepción de la lealtad y la moral de los soldados. En medio del caos
reinante, no tardó en extenderse un horrible sentimiento de absurdo, ante
una brutalidad inaudita. La artillería francesa cañoneó a sus propias líneas en
ocasiones, los soldados rusos eran enviados sin armas al frente para recuperar
los fusiles de sus compañeros caídos, etc. Los informes de todos los ejércitos,
se llenaron de situaciones de caos, falta de coordinación y menosprecio de
unas armas cada vez más mortíferas.

Los soldados se veían acompañados de confusión, miedo y


manifestaciones de pánico o “neurosis de guerra”, una especie de crisis
nerviosa que empezaba con palpitaciones, dolor de estómago, temblores y
sudores, y que conducía a situaciones como orinarse o defecarse encima. La
necesidad de “nervios de acero” para aguantar estas situaciones, no se
cumplía siempre. Compañías enteras se veían presas de crisis nerviosas,
llantos convulsivos, vómitos, bramidos y risas todo al mismo tiempo.
Algunos médicos militares declaraban a sus soldados como enfermos
mentales y les aplicaban tratamientos brutales como el electrochoque.
Sigmund Freud les llamó “las ametralladoras de la retaguardia”.

Por tanto, es lógico que la desobediencia y la deserción fuesen algo


habitual. Los soldados que luchaban no lo hacían por sentido de la
responsabilidad sino de la mera resignación. Además, la desobediencia
podía acarrear males mayores y muchos no querían dejar solos a sus
camaradas. En el frente oriental, aunque no había trincheras, la moral de los
soldados también fue mala desde el principio. Muchos, campesinos, maldijeron
desde el principio una situación que solo les perjudicaba. Lo mismo ocurrió en
el ejército italiano, mal pertrechado e insuficientemente preparado. En el caso
alemán, donde solo en la batalla del Somme se perdieron casi medio millón de
soldados muertos o heridos, por primera vez desde 1914 empezaron a

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desertar masivamente. Y, desde finales de 1917, cuando los soldados vieron


que sus batallones se reducían rápidamente porque las pérdidas sufridas no se
subsanaban, creció su descontento, llevando en el verano de 1918 a una
retirada desordenada cuando no en forma de desbandada.

Los campos de batalla no fueron un preludio de las crisis políticas o de


las revoluciones que posteriormente tuvieron lugar en Alemania y Rusia. Los
soldados tampoco actuaron siguiendo un manual, ni se limitaron a hacer lo que
sus superiores esperaban de ellos. Para los soldados, la prioridad era
sobrevivir física y psicológicamente, y tuvieron que encontrar fórmulas para
superar un horror cotidiano que se prolongó durante años. En este sentido, el
hecho de compartir un mismo sufrimiento, hizo que muchos soldados
rechazasen la continua demonización del enemigo por parte de sus
superiores, y que viesen en ellos antes a unos hombres que sufrían las mismas
penalidades, que no a unos soldados a quienes había que eliminar. De hecho,
están documentados numerosos contactos entre los alemanes y sus enemigos
franceses y británicos, que se encontraban a pocos centenares de metros.
Aunque las normas explicitaban que el enemigo debía ser combatido en todo
momento y, a ser posible, aniquilado, a menudo ambos bandos comprendieron
que compartían el mismo destino.

En las Navidades de 1914, distintas treguas locales duraron hasta


cinco días. En algunas partes los soldados confraternizaron mediante partidos
de fútbol o de otros deportes. En otras ocasiones, cantaron o charlaron
animadamente de forma conjunta y, a pesar de las prohibiciones que se
establecieron para frenar estos casos, situaciones similares se repitieron en los
años posteriores. Varios oficiales tuvieron que responder ante tribunales
militares por no intervenir duramente ante tales expresiones de
confraternización. Los soldados ingleses y franceses -estos últimos con fama
de crueles-, llegaron a acuerdos tácitos con los alemanes atrincherados a
escasa distancia, en los que no se molestarían durante las comidas, o
cuando usasen las letrinas o fuesen a buscar agua.

Muchos soldados franceses expresaron en sus diarios su odio a la


guerra. Otros confesaron explícitamente que veían a los soldados alemanes
como hombres y, por tanto, como víctimas de la guerra, igual que ellos.
Incluso, muchos aseguraban que solo dispararían contra ellos si se les
obligaba a hacerlo o si fuese en legítima defensa. En una palabra, los
soldados pensaban en muchas ocasiones más en sí mismos que en absurdas
disciplinas, y no sometieron totalmente su conciencia al control de sus
superiores.

La descomposición de los ejércitos ruso, alemán y austrohúngaro,


repercutió en la política europea. Tantos años en las trincheras matando y
sufriendo los ataques del enemigo día tras día, influyeron en las actitudes de

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los soldados y fueron un obstáculo para la paz en el propio seno de cada país.
Un signo de esta descomposición fueron las deserciones masivas. Donde
más se hicieron notar fue entre las tropas italianas, donde el porcentaje de
campesinos era muy elevado. Durante la guerra, unos 350.000 soldados
italianos, es decir, un 6%, fueron juzgados por “crímenes de guerra”. Y es
que solo en el descalabro de Caporeto, que se saldó con 40.000 bajas entre
muertos y heridos, se rindieron 300.000 hombres y otros 350.000 dejaron las
armas y desaparecieron, algunos directamente a sus casas.

Pero no solo los italianos tuvieron problemas de disciplina. En el ejército


británico se tuvo que multiplicar por once el número de efectivos de la policía
militar. Durante la guerra se condenaron a muerte a 3.000 hombres,
principalmente por deserción, de los que fueron ejecutados cerca de 300. A
pesar de que se intentó ocultar estos problemas a la opinión pública, estudios
actuales señalan que las deserciones inglesas en la Primera Guerra Mundial
fueron el doble que en la Segunda. No se han contabilizado las rendiciones
en combate, que muchos mandos consideraban deserciones encubiertas.

En el caso del ejército alemán, sus oficiales se dieron cuenta tras la


estabilización de las trincheras, que a sus soldados cada vez les costaba más
salir de ellas cuando se les ordenaba atacar. Aunque este problema fue menor
que en otros ejércitos, la disciplina se fue resintiendo a lo largo de la guerra.

En el ejército francés la moral bajó mucho tras el verano de 1916. La


cada vez peor situación de los soldados, hizo que las faltas graves de
disciplina aumentasen. Había ocasiones de falta total de coordinación entre
infantería y artillería, y muchos oficiales eran unos ineptos o simplemente
cobardes. Cuando se estabilizó por completo el frente, los soldados se
limitaron a defender sus posiciones, sin sacrificar sus vidas en ofensivas,
muchas sin sentido, y así lo manifestaron en numerosas protestas.

Es difícil imaginar los sentimientos, miedos y calamidades que pasaron


los soldados durante la Primera Guerra Mundial, sobre todo en las trincheras,
aunque continuaron luchando y cayendo hasta su final. Eso sí, sus mandos, en
todos los casos, vieron que su “fuerza combativa” disminuyó
constantemente. Cuando terminó la guerra, muchos soldados buscaron
formas de remediar su amargura, lo que dio lugar al nacimiento de una
subcultura o los gérmenes de una contracultura de críticos contra los
distintos regímenes gubernamentales. Los líderes militares y políticos
europeos, pensaron que los soldados rasos nunca podrían ejercer una
influencia decisiva en el desenlace de la guerra. Era impensable que fuesen
capaces de reaccionar al sufrimiento, en vez de ser simples máquinas de
matar. Sin embargo, lo hicieron.

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TEMA 5. EL HAMBRE
La Segunda Guerra Mundial había terminado en el frente occidental en
1945, pero naciones enteras estaban en ruinas y habían muerto más de 55
millones de personas. Por término medio, durante la guerra, cada día murieron
unas 20.000 personas. Mientras la gente llenaba las calles de Londres y Nueva
York, bebiendo champán y gastando dinero a espuertas en cualquier lujo
imaginable, el fin de la guerra en otros países europeos, fue simplemente
aprovechado para volver a disponer de alimentos básicos: agua y pan, así
como para conseguir un techo o algo que se le pareciera. Se podría decir que
el estruendo de la artillería, se vio sustituido por los callados sufrimientos de
millones de personas desplazadas, soldados y desertores que intentaban
volver a casa. En el conjunto de Europa, unos cincuenta millones de personas
fueron expulsadas de sus hogares a causa de la guerra.

Por su parte, once millones de personas de etnia alemana fueron


brutalmente expulsadas del este de Europa o huyeron por temor a ser
considerados nazis. Muchos miles fueron asesinados. Por otro lado, encontrar
a los familiares y seres queridos fue una odisea por todo el continente. Trece
millones de niños quedaron huérfanos. Los refugiados pegaban fotografías
para buscar a los desaparecidos. De todos los supervivientes, aquellos que
estuvieron en los campos de exterminio, fueron los que acabaron en
condiciones más lamentables. Muchos se encontraban en tal estado de
desnutrición, que el estómago no les admitía la comida, por lo que tuvieron que
ser alimentados por vía intravenosa.

La guerra devastó las economías. La URSS perdió una tercera parte de


su riqueza nacional, destruyéndose 70.000 pueblos y 1.700 ciudades. En
Ucrania, el 42% del total de sus ciudades fueron devastadas. Polonia quedó
totalmente destrozada. La subsiguiente dominación de la URSS fue muy mal
recibida entre los polacos. Hubo masivos movimientos de población. Los judíos
polacos que regresaron, fueron los que más sufrieron, ya que, por lo general,
fueron mal recibidos a pesar de sufrir con mayor rigor la locura nazi. Con
frecuencia, se produjeron actos de violencia, como en julio de 1946, cuando 42
judíos de Kielce, supervivientes del Holocausto, fueron asesinados por una
multitud enfurecida de “compatriotas”.

En Francia, un 20% de los hogares fueron destruidos y, en Alemania, un


40%. En este último país, millones de personas se encontraron sin hogar y con
una escasez generalizada de alimentos de primera necesidad. En el Reino
Unido, aunque la versión “oficial” habló del fomento de la solidaridad social, y
se prometió acabar con la pobreza, el desempleo y la enfermedad, muchas
actitudes anteriores a la guerra persistieron intactas e incluso se recrudecieron.
El sistema de clases británico apenas cambió, permaneciendo los odios
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anteriores a la conflagración. Los avances de las mujeres fueron transitorios y


limitados. En todo caso, la guerra reforzó el prestigio de la masculinidad.
Aunque, es cierto, el “Informe Beveridge” fue un gran logro, los progresos del
llamado “estado del bienestar” tenían sus raíces en el periodo de preguerra.
Además, el antisemitismo y las tensiones raciales no disminuyeron.

1. La Operación Maná

Existe una imagen asociada de forma permanente a la liberación de


Holanda: la llamada “Operación Maná”. Después del triunfo de los aliados
occidentales durante el Desembarco de Normandía, las condiciones de vida en
Holanda no mejoraron. Los ferroviarios llevaron a cabo una huelga general en
1944, a la que los alemanes respondieron decretando un embargo sobre todos
los transportes de comida. La población civil sólo contaba con los alimentos
que pudiesen ser recolectados de inmediato en el campo, sin posibilidad de
obtenerlos de cualquier otro punto de Europa. Un invierno excepcionalmente
temprano y áspero, supuso que los canales de navegación fluvial se helasen.
Las reservas de comida en las ciudades disminuyeron repentinamente. A lo
largo del invierno, conocido por los holandeses como el “Hongerwinter” o
“Invierno de Hambre”, las temperaturas gélidas, y la destrucción de puentes y
diques por el ejército alemán para inundar el país e impedir así el avance de las
tropas aliadas, multiplicaron el hambre de la población. La destrucción de los
diques, arruinó la mayor parte de la tierra agrícola e hizo muy difícil el
transporte de reservas de comida. La gente caminaba decenas de kilómetros
para cambiar objetos de valor por la comida de las granjas, comiéndose los
bulbos de tulipanes y remolachas, los gatos y perros domésticos, o sopa de
ortigas. El mobiliario de las casas y de las calles, se utilizó como combustible.
Desde septiembre de 1944 hasta febrero de 1945, más de diez mil
personas murieron directamente de hambre y muchas decenas de miles más lo
hicieron después por inanición. Unos meses antes de la liberación, el “pan
sueco” fue un alivio. Aunque horneado en los Países Bajos, fue hecho con
harina de la neutral Suecia. Poco después de estos envíos, los ocupantes
alemanes permitieron el envío coordinado de la comida mediante la “Operación
Maná”. Aunque la liberación total de la nación tuvo lugar por parte de las tropas
canadienses en el mes de mayo, el imaginario colectivo asocia a esta con la
“Operación Maná”. Décadas más tarde, se seguía recordando con emoción el
“pan blanco de Suecia” donado por la Cruz Roja, arrojado desde los aviones de
la RAF británica y la fuerza aérea estadounidense, que dejaron caer sacos de
harina sobre los tejados holandeses, además de cajones de chocolate,
margarina, carne enlatada, cigarrillos, café y, como no, chicles. Hay que decir
que los británicos bautizaron el hecho como “Operación Maná”, mientras los
estadounidenses lo hicieron como “Operación Tragaldabas”.
Tras la liberación, el New York Times hablaba de un “hospital del
hambre” en Róterdam, en el que “desechos humanos” comían seis veces al día
de forma muy ligera, ya que sus estómagos no admitían grandes cantidades.
Proporcionar a un hombre demasiada comida era peligroso. Las galletas que
repartían los soldados canadienses podían ser mortales, ya que la sed aguda

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que provocaban, se combatía con grandes tragos de agua que hacía que la
galleta se hinchase, provocase una perforación estomacal y, con ella, la
muerte. El reportaje hablaba de hombres y mujeres de treinta años que
parecían doblar su edad, con los ojos hundidos y las extremidades hinchadas
espantosamente. Eso sí, mientras tanto, en la misma ciudad, seguía habiendo
restaurantes que proveían, a una clientela bien vestida, de alimentos y bebidas
refinados en grandes cantidades. El caso holandés era duro, máxime al haber
sido sometidos al hambre de forma deliberada, pero este panorama se
extendía por toda Europa. Si las cifras de los Países Bajos abruman, hay que
decir que en la Unión Soviética murieron de hambre millones de personas.

2. Comiendo hojas de té y carne humana


El colapso económico mundial, se tradujo en hambre no solo en los
países derrotados, sino en los liberados y en todo el planeta. No sólo en
Holanda se enviaron alimentos por vía aérea. En las novelas “La tumba de las
luciérnagas” y “Las algas americanas”, Akiyuki Nosaka se basa en hechos
reales: unos aldeanos japoneses observan como un bombardero americano
arroja un bidón de acero sujeto a un paracaídas. Aunque suponen que su
destino es un campo de prisioneros cercano, lo abren y encuentran pan,
chocolate, chicle, etc. Entre los paquetes, hay algunos rellenos de una materia
marrón que suponen son algas, muy apreciadas en Japón. Saben fatal y no se
pueden digerir aunque se hiervan, por lo que los aldeanos piensan cómo
diablos las pueden comer los americanos. Sin embargo, convencidos de que
las hojas de té negro de los paquetes son “algas americanas”, los campesinos
dan cuenta de todos los paquetes.
A pesar de todo, había peores lugares: los campos de concentración. En
ellos se dejó pudrir literalmente a las personas, tras agotarles en campos de
trabajo o tras penosas condiciones antes de conducirles a las cámaras de gas.
El campo de Bergen-Belsen, se convirtió en un auténtico vertedero de
supervivientes. Entre ellos se encontraba Ana Frank, quien murió de tifus unos
días antes de la liberación del campo. El lugar estaba tan abarrotado, que los
prisioneros dormían unos encima de otros y, en los últimos meses, estuvieron
privados totalmente de alimento y agua, por lo que, algunos, desesperados, se
vieron impelidos a la antropofagia, comiendo los cadáveres que se
amontonaban en los barracones. Por su parte, los oficiales de las SS tenían
comida en abundancia, como el comandante Josef Kramer, que disponía de su
propio suministro de cerdos. Cuando los británicos liberaron el campo, solo
pudieron ofrecer a aquellos desgraciados sus raciones del rancho: panceta,
alubias, salchichas, carne de ternera, etc. Como en el caso holandés, los
intestinos no pudieron digerir estos alimentos a pesar de engullirlos por
completo. Dos mil personas murieron por esta causa.
En Bengala, en 1943, la combinación de inundaciones, malas cosechas,
corrupción y crueldad gubernamentales, así como las desdichas propias de la
guerra, causaron la muerte de tres millones de personas. Los médicos
británicos utilizaron dos años después las “gachas de la hambruna bengalí”,
una mezcla de azúcar, leche en polvo, harina y agua, para darlas a los que en
Bergen-Belsen todavía podían tragar. Las gachas eran muy dulces para que
los pacientes las pudieran retener. A aquellos que solo se les podía suministrar

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mediante inyecciones, el recuerdo de los experimentos nazis, provocó que se


abandonasen los intentos por el horror que causaban entre los moribundos. No
obstante, tras laboriosos ensayos de acierto-error, los médicos lograron restituir
la vida a muchas de aquellas personas.

3. Racionamiento y mercado negro


Aunque la guerra en Inglaterra transcurrió mejor que en Holanda,
Alemania, Polonia o Rusia, tampoco se podía hablar de vida lujosa. El
racionamiento del periodo de guerra, se recrudeció al finalizar esta,
reduciéndose las cantidades de panceta, manteca y pan. También se sufrió la
carestía de vivienda y calefacción. En algunas “carnicerías”, se vendían
cuervos muertos y, los cargamentos de plátanos y naranjas, eran recibidos en
el puerto por comisiones oficiales encabezadas por el alcalde de Londres.
Muchos intelectuales empezaron a vislumbrar la tristeza de aquellos días en
contraste con la “alegre” lucha contra el enemigo.
La desmoralización era aún mayor en Francia. Al ministro de
abastecimientos, Paul Ramadier, se le aplicó el sobrenombre de “Ramadán” y
las escuálidas raciones diarias se conocieron como “ramadietes”. Los
agricultores se negaron a vender sus productos a los precios fijados por el
gobierno y se echaron en manos del mercado negro, que les ofrecía mayores
beneficios. Aunque las compraventas clandestinas fueron insignificantes en el
Reino Unido, en Francia e Italia constituyeron el pan nuestro de cada día.
En Alemania, el paisaje era más desolador. Francia había conservado
algunas ciudades intactas, así como muchas de sus catedrales. Sin embargo,
Alemania era una ruina absoluta. Uno de los efectos más visibles de la total
destrucción de la economía, fueron las enormes dificultades en el transporte.
No había ni camiones ni gasolina. Algunos soldados estadounidenses
establecieron negocios ilegales en este campo, amasando grandes fortunas.
Por aquellos días, Roma le pareció al escritor Edmund Wilson, “más
fétida y corrupta que nunca”. La gente robaba en los restaurantes por pura
hambre. La situación de Palermo, Nápoles o Milán era peor, con personas
vestidas de cualquier manera y en un estado de tensión permanente, por la
cercanía cronológica de las bombas y de la propia guerra civil.
Por su parte, Budapest sufrió el duro asedio del Ejército Rojo. La
inflación era geométrica de un día para otro. Los campesinos se enriquecieron
vendiendo carne infectada, mientras que los obreros y funcionarios, esperaban
la llegada de sus “sueldos”, cada vez más pálidos, hambrientos y esqueléticos.
Y, aun así, su situación era mejor que la de las ciudades alemanas, donde
reinaba un silencio espeluznante, que contrastaba con el ruido incesante
anterior a la guerra, una mezcla de bocinas de automóviles y una multitud de
gente que iba de compras, bebía en los bares o asistía a las funciones de cines
y teatros. En Colonia, la gente hurgaba entre los escombros algo que llevarse a
la boca, o negociaban en el mercado negro. Y si la situación de Berlín era
pésima, aún era peor la de Tokio, por no hablar de Hiroshima. Lo mismo cabría
decir de Manila, Varsovia o Stalingrado, completamente devastadas.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

4. Epidemias, niños vejados y malas cosechas


En Alemania se declararon brotes de fiebres tifoideas y tuberculosis. En
Japón, también llegó la disentería, el cólera o la poliomielitis. En las zonas
rurales, la situación era algo mejor que en las urbanas. No obstante, el trabajo
escaseaba. Todo estaba racionado. El menú diario de una familia obrera con
seis hijos, consistía en una taza de té y una rebanada de pan negro por cabeza
para desayunar. No había ni siquiera una comida intermedia hasta la cena, que
consistía en una sopa hecha con una cebolla, una patata y un cuarto de litro de
leche, a la que se añadía un trocito de coliflor. Con esas cantidades, tan solo se
sobrevivía, y a duras penas.
En Japón ya se pasaba hambre antes de finalizar la guerra. Las
autoridades daban pautas para preparar la comida a partir de bellotas, serrín
con el que se hacían tortitas, caracoles, saltamontes y ratas. Con el regreso de
los soldados, la situación empeoró. La gente vivía en los pasillos del metro,
hacinados y sucios. Los niños recogían colillas para cambiarlas por algo de
comida, robaban lo poco que encontraban o se prostituían. La misma
sensación de animalización y suciedad afectó a muchísimos niños alemanes.
Por su parte, millones de chinos, subsistían a duras penas en un país
destruido. Los niños de la zona controlada por los nacionalistas de Chiang Kai-
chek, robaban los restos de los bidones de basura de los soldados
norteamericanos. Las madres prostituían a sus hijas pequeñas a cambio de
chocolatinas y cigarrillos, y sus maridos se colaban en las letrinas para recoger
los excrementos de los soldados y venderlos como abono a los agricultores.
Como puntilla, la cosecha de 1945 fue pésima, sobre todo en Alemania y
Japón. La agricultura ya se encontraba muy dañada por la aniquilación del
ganado, la ruina de los campos afectados por las batallas, y la maquinaria
inservible. A todo ello, se unió el mal tiempo generalizado, así como la pérdida
de territorios que durante la guerra abastecían de alimentos a estas potencias.
Japón calculó que, si no recibía ayuda, unos diez millones de personas
morirían de hambre. Lo mismo ocurría en Alemania. No obstante, después de
todo lo pasado, y estando también en una situación precaria, la compasión por
los alemanes y japoneses estaba más que limitada.

5. Ayudas condicionadas
Por ello, fue difícil conseguir de muchos congresistas estadounidenses la
creación de la UNRRA, organismo de la ONU para el socorro y la
reconstrucción de las naciones devastadas. También fue difícil otra propuesta:
recortar las raciones de los británicos para alimentar al antiguo enemigo. No
obstante, había que hacer algo.
Los laboristas británicos dejaron claro que no había que actuar por
compasión para con el pueblo alemán. Que la ayuda no era ningún sentimiento
de caridad, sino que el problema era que, cuanto más tiempo se dejase que
Europa se hundiese en el lodazal, más costaría sacarla de él, más tiempo
habría que prolongar la ocupación, y más problemas para la consolidación de
la democracia se podrían ocasionar. En el caso de los norteamericanos, la
creciente rivalidad con la Unión Soviética y el peligro cierto de la expansión del
comunismo, obligaban a ponerse a trabajar cuanto antes. Para los demócratas,
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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

“los famélicos constituyen un campo fértil para la filosofía del Anticristo”, por lo
que invocaban el peligro del fantasma comunista y, por tanto, una solución.
Así, el general Templer, organizó en la zona británica de Alemania la
llamada “Operación Grano de Cebada”, por la que se liberó a ochocientos mil
prisioneros de guerra alemanes para que salvasen la cosecha. También
tuvieron que reducirse las raciones de pan de los británicos a lo largo de 1946.
Por su parte, los estadounidenses iniciaron el proceso de “ayuda suficiente
para evitar enfermedades y agitaciones”. Los aliados se concienciaron de que
había que mantener el nivel de vida de los alemanes, al menos en cotas
mínimas, para no caer en un nuevo Infierno.
Los políticos que defendían la “paz severa”, deseaban castigar a
Alemania desmantelando su industria, y dejando a sus ciudadanos en cotas
mínimas de subsistencia. Algunos quisieron hacer de Alemania, “un país de
pastores”, que fuese incapaz de volver a provocar una guerra en el futuro. Una
idea similar se quiso aplicar en Japón. Las importaciones debían ceñirse a
cantidades mínimas de alimento, combustible y fármacos.
Por suerte para alemanes y japoneses, quienes administraban a pie de
calle su situación, no hicieron caso de las medidas punitivas o, al menos,
intentaron suavizarlas. Así, el general Clay, en lugar de provocar un caos
mayor destruyendo la economía industrial de Alemania, se propuso ayudarles a
emprender la reconstrucción. Aunque esta forma de proceder parece ser que
chocó con actitudes como la del ministro Morgenthau, cuyo origen judío podía
plantear susceptibilidades, lo que realmente temían los estadounidenses era
que la ira de los alemanes favoreciese la expansión del comunismo. Lo mismo
le ocurría al general McArthur quien, si bien no sentía ninguna inclinación por
ayudar a la recuperación de la industria japonesa, sin embargo estaba
convencido como Clay de que, “el hambre convierte a un pueblo en presa fácil
de cualquier ideología que le ofrezca el alimento que requiere para subsistir”.

6. Actuaciones expeditivas
Por su parte, las autoridades soviéticas de las zonas orientales de
ocupación, en las que no solo había agricultura, sino centros industriales
destacados (Leipzig, Dresde, etc.), no hicieron nada por reconstruir la
economía alemana. Los restos que quedaban de las fábricas, fueron
abandonados al pillaje o directamente enviados a la Unión Soviética. Lo mismo
sucedió con el oro de los bancos y las obras de arte. También se confiscaron
los institutos de investigación, con todo lo que quedaba de sus archivos. Ni
siquiera los “colegas” del partido comunista alemán liberados de las cárceles
nazis o que estaban exiliados en Moscú, pudieron hacer nada por frenar a los
soviéticos.
Lo mismo ocurrió en Manchuria, convertido desde principios de los años
treinta en el estado títere conocido como “Manchukuo”, y que fue el motor
industrial del Imperio del Sol Naciente. La Unión Soviética -a instancia de los
propios Estados Unidos- había declarado la guerra a Japón poco antes de su
final. Tres días después del lanzamiento de la bomba de Hiroshima, las tropas
soviéticas invadieron Manchukuo, saqueando sistemáticamente industrias,
ferrocarriles, excavaciones mineras, etcétera. Fábricas enteras se

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

transportaron hasta la Unión Soviética en convoyes ferroviarios que, al acabar,


también fueron robados, incluso hasta las propias traviesas de madera. Todo
ello se llevó a cabo antes de que China recuperase Manchuria.
Los alemanes de la zona oriental quedaron en una situación penosa, ya
que, tras el desmantelamiento de su industria, debían no solo sobrevivir, sino
alimentar a las tropas soviéticas de ocupación. Cuando los alemanes
conseguían ensamblar piezas sueltas y reconstruir su maquinaria, enseguida
eran despojados nuevamente por los soviéticos. Una canción popular alemana,
-por supuesto cantada a escondidas-, decía: Bienvenidos seáis, libertadores /
que nos dejáis sin huevos, carne ni mantequilla, ganado ni pienso / y nos
quitáis también relojes, anillos y otras cosas. / Nos habéis liberado de todo,
desde coches hasta máquinas / os lleváis con vosotros vagones y vías férreas /
de toda esta quincalla nos habéis descargado. / Lloramos de alegría, qué
buenos sois. / Qué horrible era todo antes, y qué hermoso es ahora. / Sois un
pueblo maravilloso… En esta zona, aunque se prometieron por parte de las
autoridades soviéticas la entrega de raciones diarias en torno a las mil
quinientas calorías, los que obtenían la mitad se podían considerar
afortunados.

7. Aprovisionamiento militar, estraperlo y venta de niños


Lo que libró a muchos alemanes y japoneses de morir de hambre fue el
aprovisionamiento militar. En otoño de 1945 las tropas aliadas destinadas en
Japón se redujeron de seiscientos mil a doscientos mil soldados, por lo que el
gobierno recibió grandes cantidades de alimentos destinados al ejército, que
finalmente se distribuyó entre la población civil. Destacaban la carne enlatada y
las alubias. Algunas damas refinadas de la alta sociedad nipona, se quejaron
de las flatulencias que provocaban, a pesar de que sin ellas hubieran muerto
de hambre, ya que los alimentos de origen nacional solo suponían ciento
cincuenta calorías diarias.
Tanto en Europa como en Japón se extendió el mercado negro. Se
calcula que el setenta por ciento de los suministros militares aliados existentes
en Japón al final de la guerra, fue ocultado por funcionarios japoneses
corruptos -entre los que había incluso criminales de guerra-, que se hicieron
inmensamente ricos con su venta. La economía monetaria, incluso cuando se
controlaba la inflación, se vio sustituida por diversas fórmulas de trueque. En
ellas, el tabaco fue una de las “monedas” de mayor valor, lo que fue
aprovechado por las tropas de ocupación. En Holanda, los cigarrillos
canadienses eran los más apreciados. Los especuladores los compraban a un
florín y los vendían a cinco, y los soldados canadienses se enriquecieron con
los envíos del otro lado del Atlántico. Con los cigarrillos se compraban relojes
antiguos de calidad, diamantes, etcétera.
En Japón, los antiguos pilotos kamikazes, se transformaron en tratantes
del mercado negro junto con mafiosos coreanos y taiwaneses, y las viudas de
militares caídos, se prostituyeron por alimentos. Se calcula que, a lo largo del
archipiélago, había unos quince mil puntos de venta clandestina, sobre todo en
las estaciones de ferrocarril. Algunos contaban con tiendecillas en las que se

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

vendían ranas fritas y asaduras de animales diversos. Incluso, se rumoreaba


que los componentes de algunas cazuelas eran restos humanos.
En el mercado negro se vendía de todo. Los colonos japoneses de
Manchuria, que trataron con despotismo a los chinos durante los años
precedentes, estaban horrorizados ante los nuevos invasores soviéticos. Como
no podían regresar a Japón, vendían mantas viejas de hospitales, kimonos,
muebles e, incluso, a sus hijos recién nacidos, que eran comprados por los
campesinos chinos como mano de obra barata para el futuro o para especular
con ellos y revenderlos.

8. Naturaleza humana
Aunque las diferencias en los campos cultural, político e histórico entre
alemanes y japoneses eran evidentes, sus conductas fueron similares en
muchas ocasiones. La degradación tras el fin de la guerra fue evidente. La
economía clandestina, que saca provecho de las privaciones de la gente, y
desmorona la solidaridad social, supuso que cada individuo solo pensase en su
supervivencia y bienestar. Cuando no se tiene nada, tan solo la propia vida,
todo lo que caiga en las manos es bien recibido.
En Alemania se siguió culpando de la violencia y del estraperlo a los
judíos, mientras que en Japón las miradas incriminatorias se dirigían a
coreanos y chinos, tenidos por delincuentes de la peor calaña y que habían
llegado a Japón como mano de obra esclava.
Muchos evacuados de campos de concentración o de sus países, sobre
todo judíos, polacos, ucranianos y yugoslavos, pasaron tras el fin de la guerra
varios años en campos de refugiados, sin instalaciones adecuadas ni mínimas
condiciones de vida. Nada de eso mejoró su “mala prensa”. Los alemanes
vieron con malos ojos incluso a los letones y lituanos, que habían trabajado
para el Reich.
Evidentemente, muchos judíos y el resto de evacuados, debían acudir
también al mercado negro si querían sobrevivir. Sin embargo, los prejuicios les
hacían los únicos culpables de la existencia del estraperlo a ojos de los
alemanes, que pensaban firmemente que eran favorecidos por los aliados. Lo
mismo pensaban los japoneses. Y, aunque realmente, sucedía lo contrario -
muchos estadounidenses y británicos siguieron siendo constatados
antisemitas-, la razón fundamental que llevaba a los perdedores a actuar así,
era negar la evidencia de las barbaridades cometidas. Era más fácil
compadecerse de la propia suerte y buscar otra vez un chivo expiatorio en el
que descargar la propia infamia.

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Durante El verano de 1945, cerca de la ciudad checoslovaca de Budweis, más conocida por
su excelente cerveza, había un campo de concentración en cuya entrada principal había clavado
en un cartel que anunciaba: “ojo por ojo coma diente por diente”. El recinto había pasado a
manos de los checos y estaba repleto de prisioneros alemanes, paisanos en su mayoría. El
comandante, un joven nativo de brutal reputación, los hacía trabajar 12 horas diarias con una
dieta mínima y los despertaba en mitad de la noche para que acudiesen a la plaza destinada al
recuento (o Appelplatz), en donde los guardias checos los obligaban a cantar, gatea, golpearse,
bailar o soportar cualquier otro tormento que les resultará divertido.

El deseo de venganza es tan humano como la necesidad de sexo o de alimento. Pocos han
expresado este hecho de un modo más cabal y despiadado que el autor polaco Tadeusz
Borowski. Después de sufrir arresto en 1943 por publicar sus composiciones poéticas en la
prensa clandestina - la Varsovia de los tiempos de la guerra gozaba de una vida cultural soterrada
muy activa que incluía escuelas, periódicos, teatros y revistas de poesía; y quienes participaban
en ella corrían el riesgo de dar con sus huesos en un campo de concentración o conocer una
muerte más inmediata-, sobrevivió al cautiverio en una prisión de la Gestapo, en Auschwitz y en
Dachau. Cuando salió de este último recinto coma estuvo un tiempo en reclusión parcial, a
fuerte evacuado, en un antiguo barracón de la SS sito en los aledaños de Múnich. De esta sórdida
estancia en el limbo da cuenta en 1 de los relatos breves que escribió sobre la vida y la muerte
en los campos de concentración.

Se trata de “Silencio”. En él, algunos de los evacuados descubren a un antiguo secuaz del
nazismo tratando de escapar por una ventana. Tras apresarlo, comienzan a “forcejear con él con
manos ávidas”. Cuando oyen acercarse a los soldados estadounidenses que administran el
recinto, lo lanzan sobre un jergón y lo ocultan bajo la ropa de cama. El oficial estadounidense,
un joven de buena presencia y uniforme recién planchado les comunica a través del intérprete
que, aunque se hace cargo de cuánto deben de odiar a los alemanes los supervivientes de los
campos de concentración nazis, es esencial mantener el estado de desarrollo. Los culpables van
a recibir su castigo, pero solo tras celebrarse contra ellos un proceso judicial, y “acompañado
por un coro amable de voces apagadas”, sale de la sala a fin de proseguir su ronda por los
barracones. No bien se ha ido, los presentes sacan al alemán de su escondrijo y lo matan a
patadas sobre el suelo del cemento.

Este incidente no era poco habitual en el período que siguió a la liberación- o a la semi
liberación, en el caso de los evacuados -. En otras ocasiones, los aliados, indignados ante la
contemplación de la depravación nazi, se mostraron menos dispuestos aguardar a que se
sustanciará una causa con todas las de la ley. En Dachau, por ejemplo, La tropa estadounidense
se limitó a observar mientras los reclusos linchaban, ahogaban, descuartizaban, estrangulaban
o mataban a golpe de pala a los de la SS, y de hecho, en al menos un caso uno de estos murió
decapitado con una bayoneta prestada por uno de los soldados. En determinadas ocasiones
fueron estos mismos quienes se encargaban de abatir a tiros a los guardias alemanes. En aquel
mismo campo de concentración, un teniente de Estados Unidos ejecutó a más de 300 con su
ametralladora. Su ira era incomprensible toma pues acababa de ver los cadáveres de los
prisioneros que se amontonaban ante el crematorio del recinto.

En Bergen-Belsen, en abril de 1945, Cierta enfermera británica fue testigo de lo que ocurrió
cuando entró al recinto por vez primera un grupo de sanitarias alemanas. Tenían instrucciones
de cuidar de un grupo de supervivientes cuyo estado de salud era desesperada, y al poco de
acceder a una de las salas del hospital, “se les había echado encima una turba de prisioneros de
guerra, entre los que ni siquiera faltaban los agonizantes, ahora arañarlas entre alaridos y
agredirlas con cuchillos y tenedores o con instrumentos tomados de los carros de curas”.

en este caso, los británicos tuvieron que proteger al paisanaje por ser vital su presencia para
la subsistencia de los internos. El de hacer frente al deseo natural de venganza por la cruda ley
del talión fue 1 de los problemas más serios que hubieron de abordar los oficiales aliados, los
funcionarios gubernamentales que regresaban del exilio, los integrantes de los organismos de
socorro y el resto de cuanto se hallaban interesados en restaurar algún sentido del orden o cierta
normalidad en el continente devastado. Sin embargo, eran muchas las veces que, como el
desventurado militar estadounidense de la historia de Borowski, se veían incapaces de evitar
que el caos si hiciera un mayor sobre todo en naciones desgarradas por la guerra civil. También
se dieron muchas ocasiones en las que se optaron por mirar hacia otro lado o participaron de
forma activa con iniciativas mucho más repugnantes que la del soldado que prestó su bayoneta
a los del campo de concentración D Dachau. De hecho, la mayoría de los actos de venganza
organizada no se habría producido de no haber mediado el acicate de las autoridades. Del mismo
modo que no es frecuente que el deseo sexual desemboque directamente en orgía, es raro que
la violencia multitudinaria nazca de decisiones individuales, pues se necesita una cabeza visible
y un mínimo de organización.

Algo así requiere asimismo la elección del momento más propicio. Una de las cosas que más
sorprenden de la posguerra es que no fuese mayor el número de alemanes que atacaron a
compatriotas suyos. Cierta periodista de Berlín, que se contaba entre los pocos germanos que
habían ejercido la resistencia activa frente a los nazis, escribió en el diario que dedicó a aquel
período que el pueblo estaba “deseando castigar”. en los últimos meses del conflicto, un tiempo
de desesperación para muchos alemanes, “hasta el más necio pudo entender con qué
desfachatez lo había engañado en nazismo ... Si hubiesen mediado 3 días entre la caída (y la
conquista aliada), habrían sido varios miles los ciudadanos que, defraudados, humillados y
maltratados por los nazis, habrían hecho caer el peso de su venganza sobre sus enemigos. Cada
1 tenía su propio tirano. “ojo por ojo”, juraban entonce. “¡Cuando todo se desmorone, los
primeros en hablar van a ser los cudhillos largos!” Pero el destino tenía otros planes”.

No se equivocaba: las penurias compartidas bajo la ocupación extranjera evitó en gran


medida la violencia entre conciudadanos. La venganza contra los alemanes correría a manos de
otros.

Hans Graf von Lehndorff Dirigía un hospital de Königsberg, añosa ciudad de prusia oriental
hoy pertenece a Rusia y recibe el nombre de Kaliningrado, cuando se hizo con ella el Ejército
Rojo en abril de 1945. En sus diarios, escritos con gran lucidez y un fuerte sentimiento religioso,
descubre la llegada a los pabellones del edificio de soldados soviéticos, quienes borrachos como
cubas después de asaltar la fábrica de licores adyacente, violaron a cuántas mujeres se
encontraron toma por ancianas o jóvenes que fueran y sin importar que fuesen enfermeras o
pacientes. Algunas de estas últimas tenían heridas tan graves que apenas se hallaban
conscientes. No faltaron entre las víctimas quienes implorasen a los combatientes que las
mataran de un disparo, aunque semejante acto de misericordia raras veces se concedió antes
de forzar varias veces a las desdichadas lo que casi siempre lo hacía superfluo.

Lehndorff no era nazi. De hecho, como muchos de cuántos componían su familia


aristocrática, detestaba su ideología. Su madre la había arrestado la Gestapo, y un primo suyo
había sido ejecutada por participar en la conjura del 20 de julio de 1944, concebida con el fin de
asesinar a Hitler. Al ver en llamas su ciudad, violadas sus mujeres, perseguidos simplemente a
sus barones y saqueadas de forma sistemática las casas acribilladas por los proyectiles, no puede
menos de preguntarse por el sentido de todo aquello: “¡Cuánto empeño por usar el caos para
demostrar nada!... Y esos chiquillos frenéticos, que no deben de tener más de 15 o 16 años y se
arrojan como lobos sobre nuestras mujeres sin tener ni idea de a lo que están jugando...: aquí
solo se ven hombres sin Dios, una caricatura grotesca de la humanidad. De lo contrario, nada de
eso lo heriría a uno tan hondamente como si la culpa fuera propia.

Los sentimientos expresados son nobles, y su autor tiene sin duda razón al afirmar que los
seres humanos, sea cual sea su origen, son de sobra capaces, si reciben el permiso necesario
para hacer cuanto les plazca con otros de sus semejantes, es sacar lo peor de sí mismos aún a
propósito. Sin embargo, es frecuente que tales actos los cometan personas que tienen el
convencimiento de tener a Dios – o a cualquier otro sustituto terrenal- de su lado. la venganza
raras veces carece de un entorno: por lo común posee una historia, ya personal, ya colectiva. Si
obviamos a los judíos, los ciudadanos de la Unión Soviética habían sufrido más que otras gentes
la crueldad de los alemanes. Los datos numéricos superan el poder de la imaginación. El número
de soldados soviéticos muertos ascendía a 8 millones, de los cuales a 3.3 los habían condenado
de manera deliberada a morir de hambre, pudrirse en campos de concentración a la intemperie
con el calor de la canícula o los fríos invernales. Entre el paisanaje, las víctimas mortales eran de
16 millones. Solo los chinos, que perdieron a 10 millones de paisanos durante la ocupación
japonesa, podían compararse, aún de lejos, a ellos En este sentido. Sea como fuere, todo esto
son estadísticas y como tales reflejan solo una porción de la realidad. El homicidio y el hambre
iban de la mano de la degradación y la humillación constantes. Para los nazis, los rusos y otros
eslavos no merecían la consideración de seres humanos plenos: no pasaban de ser
Untermenschen (“infrahombres”), Sin más función, por ende, que es la de ejercer de esclavos
de sus señores germanos; que quienes no servían para semejante trabajo ni siquiera merecían
recibir alimento. De hecho, Alemania nazi tenía un proyecto llamado Plan del Hambre, que
consistía en hacer morir de inanición a los pueblos soviéticos a fin de proporcionar más espacio
vital y víveres a su propia gente. De haberse llevado a término, este monstruoso plan económico
habría supuesto el fin de decenas de millones de personas.

Sin embargo, la venganza no era solo una cuestión de rabia o de indisciplina. También
quienes han recibido un trato brutal por parte de sus propios oficiales hacen pagar su
sufrimiento a la población civil. Tal cosa explica la ferocidad desplegada por los soldados
japoneses en China, junto con el desdén racista que profesaban a esta nación. De todos es
conocida la conducta despiadada de los mandos militares, los comisarios políticos y la policía
secreta de la Unión Soviética para con sus soldados; pero además, una vez que el Ejército rojo
obligó a los alemanes a retirarse de su patria, sus combatientes recibieron orden explícita de
hacer el mayor mal posible tan pronto pisarán suelo germano. Las señales de tráfico dispuestas
a lo largo de la frontera anunciaban en ruso: “Soldado, estás en Alemania: véngate de los
Hitlerianos “. Las palabras de propagandistas como Iliá Ehrenburg amartillaban a diario su
cabeza. “Si hoy no has matado al menos a un alemán, no has aprovechado el día…Después de
acabar con uno, acaba con otro: no hay nada que nos divierta más que una montaña de
cadáveres germanos”. El mariscal Gueorgui Zhúkov aseveraba en las instrucciones libradas en
enero de 1945: “Que sufra la tierra de los homicidas: merece una venganza terrible por cuanto
ha hecho”.

Quienes se habían visto humillados durante años en calidad de “infrahombres” y habían


perdido por lo común amigos y familiares, a menudo en circunstancias horribles, necesitaron
poco acicate. Y a este había que sumar otro factor: a los soviéticos los habían bombardeado con
propaganda relativa a la rapacidad del capitalismo burgués, y en aquel instante tenían ante ellos
la ocasión perfecta para dar rienda suelta a la violencia revolucionaria. Los soldados -entre los
que había algunos que apenas conocían la electricidad, por no hablar ya de artículos de lujo tales
como relojes de pulsera- pudieron menos de maravillarse ante la opulencia relativa en que vivía
el paisanaje alemán aún en las terribles condiciones de las ciudades bombardeadas y la carestía
impuesta por la guerra. La codicia, los odios étnicos, la envidia de clase, la propaganda política
y el recuerdo de las recientes atrocidades germanas exacerbaron la sed de venganza. Tal como
lo expresó un oficial del Ejército rojo “cuanto más nos internamos en Alemania, más nos repele
la abundancia que encontramos por todas partes...”.

Este sentimiento, aun cuando no estuviese agravado por el deseo de venganza, podría
desembocar en agresiones serias. Cuando las fuerzas soviéticas invadieron el noreste de China,
o Manchuria, en el mes de agosto, más de una semana antes de la rendición nipona, sus tropas
se desmandaron en ciudades tan importantes como Harbín, Mukden (Shenyang) o Shinkyo
(Changchún). No tenían motivo alguno para vengarse de la nutrida población civil nipona que
las habitaba, y mucho menos de la China. Japón no había invadido jamás porción alguna de la
Unión Soviética, aunque sí infligió a Rusia una derrota humillante durante la guerra que enfrentó
a ambas naciones en 1905 y 1906 precisamente en tierras manchúes. La única vez que los
japoneses cometieron la imprudencia de atacar la Unión Soviética, en 1939, en la frontera
mongola, salieron escaldados. Y sin embargo, conducta del Ejército rojo en el noroeste de China
fue propia de los conquistadores del siglo XV.

El paisaje nipón se hallaba tan indefenso como la población alemana de la Europa oriental, y
por el mismo motivo: igual que huyeron hacia poniente los más de los hombres de las SS, los
oficiales militares y los altos funcionarios nazis, a los oficiales del Ejército japonés y los altos
cargos el gobierno habían acaparado los últimos trenes con destino a los puertos de los que iban
a zarpar las embarcaciones destinadas a devolverlos a su nación, y habían dejado atrás a la masa
de la población civil para que se las compusiera sin su ayuda.

En consecuencia, quedaron atrapados en la región sin protección alguna, 2 millones de


ciudadanos japoneses. Muchos de ellos se habían mudado al continente ya en 1932, cuando
Manchuria había pasado a ser el estado títere de Manchukuo. Su Gobierno promovió de forma
activa la inmigración como forma de hallar espacio vital para los habitantes de sus zonas rurales.
En las ciudades (Mukden, Shinkyo, Kirin, Harbín…) Había surgido toda una sociedad nipona
conformada por bancos, ferrocarriles, grandes almacenes, escuelas, academias de arte, cines y
restaurantes dirigidos por japoneses y para japoneses. En las áreas rurales se había expulsado a
los chinos de sus tierras para hacer sitio a los colonos de Japón y para justificar todo ello las
autoridades niponas hacían propaganda de la necesidad de dejar el destino de Asia en manos
de los asiáticos, que crear un Oriente nuevo y más moderno, eficaz y justo que el antiguo
régimen imperial occidental, gobernado por señores japoneses.

Los que huyeron hacia el sur, a pie en su mayor parte, por escapar de las tropas soviéticas,
corrieron una suerte mucho más feliz en muchos casos. Los víveres se agotaron, y el tifus hizo
estragos en los cuerpos infestados de piojos. Más de un niño de pecho murió ahogado mientras
los mayores trataban de acallarlos para impedir que alertasen a los soldados soviéticos OA
ciudadanos chinos o coreanos sedientos de venganza. Muchos entregaron a sus hijos a los
campesinos chinos con la esperanza de que al menos ellos subsistiesen. En total perdieron la
vida en tan tormentosa experiencia más de 11.000 colonos nipones de los cuales se suicidó 1/3
aproximado.
Las historias de violencia soviética corrían como la pólvora, y daban origen a medidas
inusitadas destinadas a apaciguar a los soldados del Ejército Rojo. En la ciudad de Andong, sita
en la frontera de Manchuria con corea, la comunidad japonesa decidió instituir un comité de
bienvenida para recibirlos. Se repartieron banderitas rojas entre los chiquillos; se erigió un arco
en la estación de ferrocarril, adornado con más banderas y con frases que expresaban una
Honda amistad para con la Unión Soviética, y los profesores nipones de la ciudad prepararon
efusivos discursos de acogida. Todos esperaron, esperaron y esperaron. Los niños cayeron
dormidos, aferrados aún a sus banderitas cómo que había avanzado ya la noche cuando la
comitiva recibió noticia de que el Ejército rojo había decidido tomar una ruta diferente y aún no
habría de pasar por Andong.

Los escritos japoneses que dan cuenta de aquellos sucesos suelen olvidar el sufrimiento que
conocieron los chinos a manos de las tropas invasoras si bien es cierto que el suyo fue menor.
La riqueza -real o supuesta -y aquellos constituyó un claro incentivo. El testigo citado más arriba
refería: “los soldados soviéticos recorrían la ciudad pavoneándose, como si fuesen los dueños,
con relojes en los dos brazos, cámaras colgadas del cuello y plumas estilográficas dispuestas en
fila en los bolsillos de sus abrigos”. Igual que en Alemania, muchos de ellos desconocían los
arreos de la vida moderna. Así, por ejemplo, cuando los relojes se detenían porque no les habían
dado cuerda, se deshacían de ellos arrojándolos al suelo con furia (y enseguida corrían a
recobrar los pilluelos chinos para venderlos en el mercado negro). Los ventiladores de techo
atemorizaban tanto a algunos soldados, a menudo acababan acribillados por sus balas.

Aún así, el saqueo de bienes del paisanaje por parte de la tropa soviética no habría alcanzado
semejantes cotas de no haber contado los combatientes con el aliento de las autoridades. El
único medio que tenían los soviéticos de justificar todo esto, consistía en tratarlo como un
derecho propio de la guerra del pueblo contra el fascismo, que en la propaganda comunista no
era más que una extensión del régimen capitalista. La depredación formaba parte, del proyecto
revolucionario. En cualquier caso, la humillación, si no es la del embate del pobre contra un
mundo de gentes relativamente ricas, no puede justificar el proceder de los soviéticos en el
noreste de China. El caso de Alemania era harina de otro costal, y aquí la violencia que
desplegaron fue aún peor.

La manera más segura de pagar los vejámenes con vejámenes consiste en forzar a las mujeres
en público, delante de hombres que nada pueden hacer por evitarlo. Se trata de la forma más
antigua de terrorismo que se conoce en la historia de la guerra, y no se limita, a la Unión
soviética. El doctor Hans Graf von Lehndorff tenía razón en este sentido. El ser humano no
siempre emplea las mismas razones para justificar sus actos de salvajismo. La disparidad en lo
tocante a la riqueza creo, junto con el racismo, un círculo vicioso de propaganda hostil mutua
que agudizó en particular la brutalidad puesta en práctica por los soviéticos en Alemania. Los
habitantes de esta recibieron instrucciones de luchar a muerte para no tener que ver a sus
esposas caer presa de los bárbaros “asiáticos” o “mongoles”. Cuanto más empeño ponían en
resistir, con más intensidad deseaban aquellos barbaros desquitarse de atrocidades perpetradas
a una escala mucho mayor que cuanto pudiesen hacer ellos a los alemanes. No obstante,
también aquí estaba vinculada la venganza a la guerra contra el capitalismo, toda vez que la
propaganda soviética no solo presentaba a las germanas como nazis, tan abominables por ello
como sus barones, sino como nazis gordas, mimadas y ricas.

La autora anónima de Una mujer en Berlín describía con minuciosidad desgarradora la


humillación que se impuso a las mujeres, y que revelaba el género de repulsión expresado por
el combatiente que quería estrellar el puño contra las esmeradas hileras de exquisiteces que
veía en los hogares burgueses de Alemania. En una de las numerosas ocasiones en que sufre
violación a manos de un soldado mientras los demás aguardan su turno, Advierte que su agresor
apenas da la impresión de haber reparado en ella: no es más que otro objeto. La violación de
mujeres alemanas, sobre todo de aquellas que daban la impresión de gozar de riquezas sin
límite, y más aún si era delante de los excomtientes emasculados de la “raza superior”, hizo que
aquellos desdeñados Untermenshen se sintieran hombres de nuevo. Semejantes prácticas se
prolongaron más allá del ímpetu triunfal: su manifestación salvaje, liberada de toda restricción
oficial, el forzamiento de las mujeres de Alemania prosiguió durante todo el verano de 1945,
hasta que los funcionarios civiles de la unión soviética trataron de adoptar medidas enérgicas y
a veces tan draconianas como la pena de muerte. El riesgo de sufrir violación a manos de las
tropas soviéticas no cesó hasta que las autoridades militares las confinaron en sus barracones
en 1947.

Sí puede ayudar a explicar la violencia desplegada por los combatientes del Ejército rojo en
tierras alemanas, el deseo de superar la humillación y recobrar el orgullo masculino resulta
también útil para entender el espíritu de venganza de hombres que habían sufrido en grado
mucho menor que los soviéticos. Durante la llamada “purga salvaje “se emprendió en Francia
en 1944, cuando aún no había concluido la guerra, murieron unas 6000 personas por
colaboracionistas y traidoras a manos de diversas bandas Armadas vinculadas a la resistencia y
que a menudo poseían filiación comunista. Además se paseó por las calles al doble de mujeres
en cueros, con la cabeza rapada y con cruces gamadas pintadas en varios puntos de su anatomía
para que las abuchearan, escupieran o atormentarán de otras formas. A algunas las encerraron
en prisiones improvisadas en donde las violaron sus carceleros, y más de 2000 sufrieron la
muerte. Aunque a una escala mucho menor, se dieron escenas similares en Bélgica, Países Bajos,
Noruega Y otros países liberados de la ocupación alemana. En ocasiones, las turbas vengadoras
en brearon y emplumaron a la manera tradicional a sus víctimas desnudas.

Los actos de colaboración femenina con el enemigo se produjeron sobre todo en el terreno
sexual. A diferencia de la traición, la suya no era una conducta que estuviese penada en ningún
código legal: sabía calificarla de desconsiderada, egoísta, indecente o afrentosa; pero no
delictiva. En consecuencia, los franceses aprobaron en 1944 una ley nueva destinada a hacer
frente a casos así, y en virtud de la cual se consideraba culpable de indignité nationale Y se
despojaba de sus derechos civiles a quien hubiera socavado la moral nacional mediante
conductas antipatrióticas como la de compartir lecho con el invasor.

Después del mes de mayo de 1945 cayó víctima de la purga, en ocasiones con violencia
extrema, toda clase de personas de 1 y otro sexo. Muchas de ellas habían sido culpables de
traición en tanto que otras debieron su infortunio a una venganza personal y a motivos políticos
-por haberse interpuesto, por ejemplo, en los designios del Partido Comunista-. Sin embargo, la
ira popular tuvo por objetivo principal, de un modo desproporcionado y por demás público, a
las mujeres acusadas de “colaboración horizontal”. También esto puede explicarse, cuando
menos en parte, mediante un sentido común de humillación. La subyugación de Francia por
parte de una fuerza alemana superior se describía a menudo en términos sexuales. El arrollador
Ejército germano, representante de una nación viril y poderosa, había obligado a la Francia débil,
decadente y afeminada a someterse a su voluntad, y la colaboración horizontal, encarnada en
la risueña francesa joven Posada sobre las rodillas del enemigo alemán (boche) Y bebiendo
champán nacional de calidad, constituía el símbolo más doloroso de esta sumisión. Por lo tanto,
fueron las mujeres quienes sufrieron los castigos más deshonrosos.
La población femenina de Francia había obtenido por vez primera el derecho a voto en abril
de 1944, antes de la Liberación Nacional y de la purga salvaje, y las líneas que siguen, extraída
de un texto de febrero de 1945 publicado en el periódico de la resistencia le Patriote de l’Eure,
resultan muy reveladoras acerca de la actitud que se adopta en la época respecto de las mujeres
que habían ido a elegir la compañía equivocada.

Hasta comparar a las casquivanas burlonas que se embelesan con el enemigo y las virtuosas
madres y esposas de combatientes apresados para hacerse a la idea del oprobio (deshonra)que
supone semejante condición, y también del destello de marcado puritanismo que se trasluce.
Las que habían pecado de colaboración horizontal no eran solo antipatrióticas coma sino
también una amenaza para la moral de la familia burguesa. Si a esto añadimos el elemento,
siempre ponzoñoso, que la envidia económica, la indignación de los restos se vuelve de veras
explosiva. La condenación de estas mujeres malvadas no siempre deja claro que se consideraba
más execrable, si la inmoralidad sexual con los beneficios materiales que llevaba aparejados. Si
acostarse con el enemigo ya era malo coma vivir mejor que nadie convertía tal hecho en un
crimen imperdonable. El caso te madame Polge, esposa de un célebre futbolista de Nimes,
ofrece una funesta ilustración de esto último.

Durante la ocupación, la señora Polge se amancebó con el comandante alemán de la ciudad,


hombre de apellido francés llamado Saint- Paul, y recibió a cambio de sus servicios toda clase
de beneficios materiales. Al decir del diario Le Populaire, aquella “reconoció haber recibido a
diario…un kilo de carne; dos o 3 litros de leche, y del comandante boche Saint-Paul, carne de
caza con mucha regularidad, dos o 3 veces a la semana; que haber ido bien calzada y peinada
sin gastar un solo céntimo... Y mientras tanto, la clase obrera y sus hijos morían de hambre”. La
condenaron a muerte coma y la condujeron desnuda y afeitada al paredón por las calles de
Nimes. Tras fusilarla, exhibieron su cadáver ante las buenas gentes de la ciudad, quienes no
dudaron en cubrirlo de escupitajos ni en empalarlo con un palo de escoba a modo D humillación
final por demás adecuada a una bruja moderna.

Los perseguidores más entusiastas de estas filles de boches no eran, por lo común, personas
que se hubiesen distinguido por sus actos de valor durante la guerra. Tras el advenimiento de la
liberación a los países ocupados, hubo hombres de toda condición que se las ingeniaron para
presentarse como integrantes de los grupos de resistencia y pavonearse de un lado a otro con
brazaletes recién adquiridos y sus fusiles Sten, mientras mataban el rato haciéndose pasar por
héroes y persiguiendo traidores y mujeres malas. La venganza puede servir para encubrir el
sentimiento de culpa que acosa a quien no se ha puesto en pie cuando era peligroso. Este
también parece un fenómeno universal e intemporal. Tal como lo expresó en cierta ocasión el
disidente polaco Adam Michnik, un héroe de verdad, cuando estaba en la purga de antiguos
comunistas 1989, dado que él no tenía nada de lo que avergonzarse, tampoco tenía necesidad
alguna de demostrar que era un paladín de la causa señalando a otros a toro pasado. Esta actitud
humana, siempre infrecuente, tampoco era exactamente común en 1945.

La codicia, los prejuicios y la culpa pueden ayudarnos a entender la forma de venganza más
perversa de cuantas se dieron aquel año: la persecución de los judíos de Polonia. Esta
comunidad añosa había quedado punto menos que aniquilada, pues durante la ocupación nazi
habían muerto 3 millones de sus integrantes fusilados o en la Cámara de gas, los más de ellos
en su propia patria. Una décima parte, sin embargo, había logrado subsistir gracias a la
hopitalidad de gentiles polacos o exiliándose en partes remotas de la Unión soviética. Los
supervivientes que regresaron tambaleantes a los municipios de los que procedían, cargados de
heridas físicas o mentales y tras perder a todos o casi todos sus amigos y familiares, toparon,
con que ya no eran bienvenidos. Y lo que es peor: con frecuencia sufrían amenazas o destierro
después de que otros hubieran ocupado sus hogares. Las sinagogas estaban destruidas; las
posiciones que habían dejado atrás hacía mucho que las habían robado otros -antiguos vecinos
suyos en muchos casos- y no era normal que nadie se mostrará dispuesto a devolverles nada.

Esto ocurrió también en otras partes de Europa, muchos de los judíos que regresaron a
Ámsterdam, Bruselas o París se encontraron con que tampoco tenían allí lugar alguno que
habitar. Sin embargo, en Polonia, Y en particular extramuros de las ciudades principales, este
colectivo corría peligro físico. Se daban casos de familias a las que sacaban a tirones de los
ferrocarriles para despojarlas de cuanto llevaban encima y matarlas allí mismo. Entre el verano
de 1945 y el de 1946 fueron asesinados en Polonia más de 1000 judíos. Ni siquiera dentro de las
ciudades estaban a salvo.

el 11 de agosto de 1945 comenzaron a correr en Cracovia rumores de que habían matado a


un niño cristiano en la sinagoga: una variante moderna del inveterado embuste antisemita. Se
habla enigmáticamente de supervivientes judíos que empleaban sangre de los seguidores de
Cristo para restituir su maltrecha salud. No tardó en congregarse una verdadera turba que,
encabezada por policías y milicianos, atacaron la sinagoga, saquearon los hogares judíos y
apalearon a hombres, mujeres y niños en la calle. Mataron así a varias personas (se desconoce
la cantidad) en aquel sangriento pogromo emprendido contra quienes acababan de sobrevivir a
un genocidio. Muchos de los que llegaron malheridos al hospital sufrieron una nueva agresión
mientras aguardaban a entrar en el quirófano. Una de las mujeres que vivieron para contarlo
recuerda “los comentarios del soldado y la enfermera que nos escoltaban. Hablaban de nosotros
como escoria judía a la que tenían que proteger y aseguraban que deberían hacerlo, porque
nosotros matábamos niños y merecíamos que nos fusilasen a todos”. Otra auxiliar prometió
desmembrarlos no bien salieran de la operación. Cierto ferroviario que se hallaba en el edificio
declaró “es escandaloso que ningún polaco tenga el valor cívico de dar una paliza a una persona
indefensa”. fiel a su palabra, se puso a golpear a uno de los judíos heridos.

Los polacos habían sufrido también grandes tormentos durante la ocupación de los
alemanes, al considerarlos Untermenschen, como a los soviéticos, los esclavizaron, arrasaron su
capital y asesinaron a más de un millón de gentiles. No puede culparse desde la decisión
germana de construir los campos de exterminio en su suelo que sin embargo, da la impresión
de que querían compensar su padecimiento atacando al único pueblo que había sufrido más
aún.

Suele decirse que la vida de los polacos se basaba en su convencimiento de que los judíos
eran responsables de la opresión comunista. Cuando las tropas soviéticas ocuparon diversas
partes de Polonia, hubo entre aquellos quien pensó que los defenderían de sus paisanos
antisemitas, o de los alemanes, aún más peligrosos; y lo cierto es que el comunismo había tenido
desde antiguo cierto atractivo para los integrantes de las minorías vulnerables en cuanto
antídoto contra el nacionalismo étnico. No obstante, aunque muchos comunistas eran judíos,
los más de los judíos no eran comunistas. En consecuencia, vengarse en ellos por lo que se
designó “judeocomunismo “ resultaba poco acertado, podría decirse que la política no fue, el
principal impulsor de la venganza ya que a los judíos no se les persiguió tras la guerra por ser
comunistas sino por ser judíos. Además, la tradición popular del antisemitismo no los asoció solo
con el bolchevismo, sino también con el capitalismo. Tampoco los comunistas se privaban de
explotar el antisemitismo, motivo por el que los más de los supervivientes judíos de Polonia
acabaron por abandonar el país que los había visto nacer.
Aunque la mayor parte de ellos era pobre, nunca llegó a desterrarse el convencimiento de
que poseían una riqueza superior al resto. Tal cosa tenía cierta relación con el sentimiento de
culpa, y la propaganda comunista aplacaba en ocasiones, de un modo extraño, mediante los
ataques a los capitalistas judíos. No se puede responsabilizar a los polacos del proyecto alemán
de exterminio de dicho colectivo, y sin embargo, es cierto Que muchos de ellos aguardaron con
carros de caballos más allá del perímetro del gueto a la espera de poder recoger los despojos
una vez que los nazis hubiesen acabado con sus habitantes. También los hubo que, como tantos
otros ciudadanos europeos, no mostraron ningún reparo en mudarse a las casas y a los
apartamentos que habían quedado libres después de que se llevaran a sus dueños legítimos
para matarlos.

En los pueblos del noreste aledaños a Bialystok, fueron los propios polacos los que
ocasionaron algunas muertes. En julio de 1941, sí cerró en un Granero a los judíos de Radzilów
para quemarlos vivos mientras sus conciudadanos corrían a llenar sus sacas de botín. “Estaban
enloquecidos: irrumpían en las viviendas, rasgaban los edredones y llenaban con ello el aire de
plumas. Cuando no podían meter nada más en los sacos echaban a correr para sus casas y
volvían con el saco vacío de nuevo”. Una familia, la de los Finkielstejn, consiguió escapar, y tras
regresar pidió al sacerdote que la convirtiera para tener así más porbablilidades de subsistir. La
hija, Chaja, recuerda las conversaciones que oía en su pueblo: “siempre hablaban de los mismo:
de cuánto había saqueado cada uno y de lo ricos que habían sido los judíos”.

No debemos olvidar nunca que hubo otros gentiles polacos que se condujeron de un modo
muy distinto punto esconder a los judíos o ayudarlos a sobrevivir comportaba riesgos colosales,
solo para quien lo hiciera, sino también para los suyos. si en una nación de la Europa occidental
podían acabar en un campo de concentración, En Polonia tal acto podía pagarse con la muerte
en la horca. Hubo judíos de esta última es sobrevivieron gracias a la valentía de conciudadanos
gentiles que adoptaron a sus hijos y ocultaron a familias completas. Es célebre el caso de Leopold
Socha, ladrón de poca monta que tuvo escondidas a varias de ellas durante más de un año en
las alcantarillas de Leópolis (Lwów). vivieron para contarlo más de 20 personas, que se
alimentaban de los mendrugos tienes proporcionada Socha mientras ahuyentaban a las ratas
que poblaban la obscuridad y al menos en una ocasión estuvieron a punto de morir ahogadas
después de que un violento temporal inundará los conductos. Cuando salieron de su refugio,
pálidos, consumidos y cubiertos de excrementos y piojos, nos da superficie se maravillado al ver
que aún quedarán judíos con vida. Meses más tarde, Socha murió en un accidente, atropellado
por un camionero borracho del Ejército soviético. Los vecinos murmuraron que había sido un
castigo divino por ayudar a aquellos.

Esto es quizá lo más estremecedor de la historia de la Polonia de posguerra. Quienes los


habían protegido de la matanza se les advirtió encarecidamente que guardarán silencio al
respecto, no solo por lo relativo a la ira de Dios por haber asistido a “los sayones de Cristo”, sino
también por evitar posibles actos de pillaje. Se daba por supuesto que los judíos eran ricos, y
que habían de haber recompensado con la riqueza a sus salvadores; por lo tanto, todo aquel
que reconociera haberlos ayudado corría el riesgo de que saqueasen su vivienda.

que las víctimas se suponía que tenían aún objetos que valía la pena robar aún mucho
después de haber muerto. Durante el otoño de 1945, el antiguo campo de exterminio de
Treblinka,cuyas instalaciones habían visto morir a más de 800000 judíos, se hallaba convertido
en una colosal fosa común cenagosa de los campesinos de los alrededores todo Sharon en
excavar en busca de cráneos en los que poder hallar algún diente de oro que hubieran pasado
por alto los nazis. y desde ellos perforaron el lugar con palas o cribaron los montones de cenizas
hasta convertirlo en una vasta extensión de profundos hoyos y huesos quebrados.

Cabe subrayar de nuevo que los polacos no fueron una excepción En este sentido: la codicia
fue el resultado común de una ocupación Bárbara que afectó a un número incontable de
europeos. El historiador Tony Judt ha observado al respecto “la actitud de los nazis ante la vida
use la mala fama que merece pero es probable que sea su tratamiento de la propiedad el legado
práctico más importante que dejaron a la conformación del mundo de posguerra”. las posiciones
que se presentan al alcance de la mano constituyen una provocación a la brutalidad. Lo que
llama la atención en el caso de Polonia es la escala del pillaje: de la guerra surgió una clase nueva
que se apropió que las pertenencias de quienes habían sufrido muerte o destierro. Y el
sentimiento persistente de culpa puede tener consecuencias perversas.

Esto explica mejor que nada la venganza, sangrienta en ocasiones, que sufrieron las
principales víctimas del Reich hitleriano. El saqueo a los judíos formaba parte, en cierto sentido,
de una revolución social más amplia. Esta clase de desquite no se habría producido sin la
connivencia B oportunistas poderosos de la burocracia y la policía polacas. Si bien la persecución
de aquel colectivo no respondía a una estrategia oficial del Gobierno polaco de 1945, dominado
por los comunistas, el aliento de los mandos intermedios bastó en muchos casos para espolearla.

Más comprensible resulta que los polacos quisieran dirigir su venganza contra los alemanes,
esto estuvo encabezado en parte por la lucha de clases. Los segundos habían habitado desde
hacía siglos regiones como Silesia y Prusia oriental, hoy parte de Polonia. Breslaus, Dánzig y Otras
de sus grandes ciudades eran germanas en gran medida y el alemán era la lengua de las minorías
selectas urbanas de doctores banqueros profesores universitarios y gentes de negocios. En 1945
seguían viviendo en las antiguas tierras de Alemania invadidas por las tropas soviéticas más de
4 millones de alemanes. Un número similar había huido hacia el oeste impelido por el terror que
les infundía cuanto se contaba del Ejército rojo. Mucho antes del mes de mayo del citado año
habían quedado claros los planes de expulsión del resto de la población alemana. En 1941, el
general Sikorski, primer ministro exiliado en Londres, había declarado. “La horda alemana, que
lleva siglos penetrando en oriente, tendría que ser destruida y obligada a retroceder un buen
trecho”.

Los dirigentes aliados habían apoyado este proyecto, y lo que es peor: salen había
recomendado a los comunistas polacos “crear las condiciones necesarias para que sean los
propios alemanes quienes prefieran escapar”. Por su parte Churchill había dicho en diciembre
de 1944 a la Cámara de los comunes: “por lo que hemos podido ver no va a haber método más
satisfactorio y duradero que la expulsión”.

mientras pudieron tener contenido al Ejército rojo, los polacos se refrenaron en mayor o
menor grado. Libussa Fritz-Krockow, hija De una familia que terratenientes nobles de
Pomerania, recordaba que, la población se sentía protegida por los mismos soviéticos
“responsables la inmensa mayoría de las violaciones y los saqueos, “su violencia nos resultaba
comprensible, ya optáramos por explicarlo como resultado de la ley del talión, ya como simple
euforia o derecho de conquista. Los polacos, Por su parte, eran meros imitadores: su toma del
poder presentaba un carácter diferente; tenía mucho de frío y de furtivo, casi solapado, que la
hacía parecer mucho más siniestra que la fuerza bruta.

Los de su familia no eran nazis. Christian von Krockow, que escribió las memorias de su
hermana Libussa, era un liberal que entendía a la perfección que su sufrimiento era “el resultado
de nuestra propia locura germana. En la aseveración de ella pueden darse vislumbres de
prejuicio o acritud respecto de lo polaco, y hasta quizá cierto sentido de traición. No se trata de
un sentimiento fuera de lo común. Cierto pastor protestante alemán, Helmut Rich-ter, expresó
algo semejante. Siempre había esperado una conducta correcta de las gentes de Polonia, pues
al cabo, Alemania las había tratado bien en el pasado. Sin embargo, no tardó en reparar en “la
espantosa condición de esos pueblos orientales”. Durante mucho tiempo, se habían estado
conduciendo con propiedad mientras habían sentido “el puño que pendía sobre sus cabezas”;
pero se trocaron en verdaderos bárbaros “cuando tuvieron la ocasión de ejercer su poder sobre
otros”.

Los colonizadores hablan siempre así de los nativos de la región ocupada. Sin embargo, en
este caso se daba una diferencia notable en comparación con las más de las colonias europeas
de África o Asia y es que muchos de los antiguos colonos habían sido también nativos, aunque
de una clase privilegiada.

Sea como fuere, los polacos no querían que los soldados soviéticos pasasen un momento
más del necesario en las tierras conquistadas que habían pasado a ser propiedad de su nación,
y la crueldad que llevaron aparejados los destierros multitudinarios y los traslados demográficos
que decidieron las grandes potencias reunidas en la conferencia de Yalta en febrero de 1945 no
fue fruto exclusivo de la venganza polaca. Se trasladó a más de 2 millones de habitantes de la
llamada Polonia del Congreso, sita en la región oriental de la frontera don la Unión soviética, en
lo que hoy es parte de Ucrania, a silesia y otras partes de las que se había expulsado a casi todos
los alemanes. Aquellos, por lo tanto, tomaron para sí hogares, puestos de trabajo y activos
germanos conforme a un proceso que raras veces resultaba amable.

Huelga decir que las limpiezas étnicas no comenzaron en 1945: ya Hitler había expulsado a
no pocos polacos y asesinado a judíos a fin de liberar espacio para los inmigrantes alemanes en
silesia y otros territorios fronterizos. Sin embargo, las disputas relativas a suelos patrios daban
de fechas muy anteriores. Tal como ocurre con tanta frecuencia en el caso de los desquites
étnicos sangrientos, éste se vio precedido por una guerra civil. Con la derrota de Alemania y el
imperio austro húngaro en 1918 quedó por decidir la suerte de sus posesiones silesias. Una
porción de ellas correspondió a Austria; otra a Checoslovaquia, otra a Polonia y Alemania. La
alta Silesia permaneció en disputa. Aunque la región contaba con un poderoso movimiento de
independencia, apoyado por los polacos y alemanes locales se dieron en 1919 convocar un
plebiscito a fin de determinar si debía asignarse a Polonia o Alemania. Su postura desembocó
en actos graves de violencia. Los alemanes se vieron atacados por grupos de nacionalistas
polacos armados, sobre todo en el área industrial de los alrededores de Kattowitz (hoy
Katowice), a no mucha distancia de Auschwitz. Estas agresiones provocaron represalias aún más
sangrientas por parte de matones desaprensivos del Freikorps, organización paramilitar
ultranacionalista creada a finales del 1918, tras la derrota alemana, que conformó el germen del
futuro movimiento nazi.

“¡Negro , rojo, morado!¡Mata al polaco!” Era uno de sus encantadores lemas. La mayoría
votó a favor del gobierno alemán de la Alta Silesia, y el resultado provocó más violencia. Al final,
acabó por concederse parte de la región a Polonia. Sin embargo, la cuestión aún levantaba
ampollas en 1945, y más aún habida cuenta del trato que habían recibido los polacos durante la
ocupación nazi.

Josef Hoenisch, cuya familia llevaba no pocas generaciones en la Alta Silesia, dio por sentado
que, al no haber pertenecido jamás al Partido nazi, estaría a salvo si permanecía en su hogar en
1945. Se equivocó: la milicia polaca que había ido a sustituir a las tropas soviéticas lo arrestó y
sus inquisidores le patearon el rostro cuando negó haber sido nazi. La escena se prolongó
durante un tiempo, el cual lo llevaron a rastras, cubierto de sangre, a una celda de 1 m por 2 en
la que ya había otros nuevos prisioneros alemanes y que apenas daba para estar de pie, por no
hablar ya de sentarse. Los milicianos polacos, recuerda, se divertían haciendo que los
prisioneros, incluidas las mujeres, se desnudaran y se pelearán a golpes. Tras sufrir semejante
trato durante 8 días, se encontró cara a cara con un antiguo compañero de escuela, un carretero
polaco llamado Georg Pissarczik, quien en 1919 se había enfrentado a los alemanes en la
cuestión relativa a la Alta Silesia y creía llegada la hora de la venganza: los germanos iban a tener
su merecido. Sin embargo, esta historia aún había de conocer un giro silesio: cuando volvieron
a encontrarse, Hoenisch les recordó que su padre había buscado trabajo al de Pissarczik a
principios de la década de 1920, cuando no había ningún alemán dispuesto a contratarlo. ¿No
iba a ayudarlo el en agradecimiento? cuatro semanas más tarde lo liberaron.

Por desgracia, la experiencia de Hoenisch, como otras muchas de las referidas por las víctimas
germanas, se muestra enturbiada por una torpeza peculiar a la hora de hacerse cargo del
sufrimiento de todos. Él hace hincapié en la suerte que tuvo de que después de ponerlo en
libertad no lo enviasen a Auschwitz, 1 de aquellos “famosos campos de exterminio polacos del
que no había alemán que saliese con vida”. en términos similares se expresan otros testimonios
de conservadores de Alemania. Así, en el diario que escribió en 1945 , Ernst Jünger, soldado y
pensador, menciona los “campos de exterminio” soviéticos y compara el “antigermanismo” con
el antisemitismo.

Aunque ni siquiera en los más quejumbrosos de los testimonios alemanes se ofrecen


demasiados indicios de que fueran muchos los polacos que se entregaron de manera
espontánea a actos de venganza colectiva, salta a la vista que hubo un buen número de paisanos
germanos a los que se acusó en falso de haber pertenecido al partido nazi y aún a la SS, y que
sufrieron por ello lo indecible. En los centros de detención, para los que a menudo se empleaban
antiguos campos de concentración nazis, se vivían escenas brutales, y los alemanes de Silesia
perdían sus derechos civiles si no aceptaban ser ciudadanos de Polonia, cosa Que se hallaba
fuera del alcance de cuántos ignoraban la lengua de esta última. Sin tales derechos, se hallaban
a merced de cualquier miliciano o del más modesto funcionario. El mero hecho de no poder
seguir a quien pasaba lista en los citados recintos se pagaba en ocasiones con una tromba de
puños porras u objetos aún peores.

A Libussa Fritz-Krockow La sorprendió un miliciano en el acto de vender a la esposa del


alcalde polaco, quien en otras ocasiones había adquirido de ella varios artículos de valor por una
miseria, una alfombra procedente de la vivienda de su familia. a los alemanes no se les permitía
poner a la venta sus posesiones, y para pagar por semejante delito, la pusieron en la picota a fin
de que todos pudieran escupirle a la cara. Sin embargo “los polacos se limitaban, a aclararse la
garganta o escupir en el suelo, mientras que los alemanes se cambiaban de acera.

Los peores casos de violencia anti germánica fueron coma los que cometió la milicia. Sus
integrantes dirigían los campos de concentración, torturaban a los prisioneros, acaban al azar
que sometían a los ciudadanos a escarnio público, en ocasiones sin razón alguna. Aquel cuerpo
creado a la carrera, busco alguna parte de sus reclutas entre los polacos más despreciables, a
menudo malhechores de escasa edad. 1 de sus homicidas de más aciaga memoria, Cesaro
Gimborski, comandante del recinto de Lamsdorf, no pasaba de los 18 años. todos los testimonios
apuntan a que disfrutaba de su poder como un crío que se entretuviera arrancándole las alas a
una mosca.
Tanto que algunos de los milicianos más feroces eran supervivientes de los campos de
concentración alemanes, es de suponer que la venganza tenía cierto peso en sus actos. También
en este caso la sed de sangre se vio inflamada por la envidia material y de clase. los profesores
universitarios, ejecutivos y demás componentes de la alta burguesía se convirtieron en blanco
de la ira popular. La Guardia polaca, que contaba con la hábil asistencia de alemanes mudados
de bando, encontraba divertido en particular torturar a prisioneros de condición elevada. a 1 de
los docentes recluidos en Lamsdorf lo mataron a golpes solo porque llevaba “gafas de
intelectual”. por su juventud y por las víctimas que elegían, estos verdugos recuerdan en cierta
medida a los jemeres rojos camboyanos y los integrantes de la Guardia Roja China. Si nunca
resulta demasiado difícil soliantar a los adolescentes contre profesores y otras figuras de
autoridad, en este caso el conflicto étnico no resuelto exacerbó aún más la crueldad de los
ejecutores.

En otras partes del antiguo imperio austro húngaro se dieron escenas similares. Se trataba
de regiones repletas de germano hablantes que, tras verse asignados a gobiernos no alemanes
en 1919, pasaron a ser ciudadanos privilegiados del Reich Hitleriano y a continuación sufrieron
expulsiones por parte de sus antiguos vecinos, empleados y en ocasiones hasta amigos. los que
hubieron de enfrentarse al peso de la venganza en Checoslovaquia coincidían en que no había
amenaza mayor que la de los adolescentes aguijados dos por adultos que, tenían motivos más
que suficientes para querer desquitarse. Eran muchos los checos y eslovacos que habían
padecido Tras la anexión de los sudetes por parte de Hitler en 1938, Y entre ellos no faltaban
quienes habían pasado por Dachau, Buchenwald y otros campos de concentración alemanes.
Igual que en la Alta Silesia, su inquina tenía tras sí una historia, y en este caso se remontaba nada
menos que al siglo XVII, cuando la corona del sacro imperio romano germánico aniquiló a la
nobleza Protestante de Bohemia. desde entonces, los alemanes habían estado siempre por
encima que los checos y los eslovacos, quienes conformaban las claves serviles y campesinas.
En consecuencia, también allí se convirtió el verano de 1945 en el momento de la venganza
social y étnica, y en este caso procedió el impulso de lo más alto.

El presidente checo en el exilio durante la guerra,Edvard Benes, nacionalista checo que había
soñado en otro tiempo con una Checoslovaquia multiétnica en armonía, decidió entonces que
había que resolver de una vez por todas el problema germano. en los meses de abril, mayo y
junio se promulgaron varios decretos por los que se les privaba de sus derechos de propiedad.
se crearon “tribunales populares extraordinarios” a fin de juzgar a los criminales nazis, a los
traidores y a sus seguidores. En octubre se castigó a sí mismo a quienes habían obrado contra el
“honor nacional”, lo que cabía aplicar a casi todos los germanos.

Los checos, son capaces de dar lo peor de sí si las autoridades los lanzan a atacar a gentes
indefensas. En Praga y en otras ciudades se crearon centros de tortura. Quiénes eran
sospechosos de haber pertenecido a la SS los colgaban de los postes de la luz. En el estadio de
fútbol de Strahov acinaron a más de 10.000 paisanos alemanes, y a miles de ellos los
ametrallaron solo por diversión. La Guardia Revolucionaria, equivalente checo de la milicia
polaca, estaba conformada por jóvenes matones que gozaban del beneplácito oficial para poner
en práctica sus violentas fantasías. Se hallaban a la cabeza de las turbas airadas, lapidaban a os
alemanes en la calle e importunaban a los ciudadanos que habían pertenecido en otro tiempo a
los sectores privilegiados o usaban “gafas de intelectual”. Sin embargo, contaban con el respaldo
tanto del ejército como de los altos funcionario de la nación recién liberada.

Otra historia nos servirá para formarse una idea de la situación que se vivió en aqquellos
salvajes meses estivales. Margarete Schell, nacida en Praga y célebre antes de la guerra por sus
interpretaciones teatrales y radiofónicas. El 9 de mayo la arrestaron cuatro integrantes de la
Guardia Revolucionaria entre quienes se incluía el carnicero al que compraba habitualmente. La
llevaron junto con otras alemanas a la estación de ferrocarriles a fin de que la limpiasen de los
escombros resultantes de una incursión aérea. La obligaron a acarrear Estados adoquines
mientras recibía culatazos y puntapiés de duras botas militares. Los excesos fueron ganando
intensidad con gran rapidez. “No tenía nada con lo que cubrirme la cabeza y parece que mi pelo
molestaba a aquel gentío…Alguien me reconoció y gritó: “¡Esa actriz!”Para colmo de males, tenía
la manicura hecha y las uñas pintadas y el brazalete de plata que llevaba, los enfureció aún más.

Otras las obligaron a comer fotografías de Hitler, o los lean hagan la boca con mechones
cortados de su propio cabello. A Shell la enviaron a un campo de trabajos forzados en el que la
azotaban sin motivo alguno los hombres de la Guardia Revolucionaria. Tampoco todos los
guardias se conducían de un modo tan indigno. Uno de ellos, al ver que ya apenas podía caminar
y mucho menos trabajar, con los zapatos destrozados que llevaba, se ofreció a buscarle un par
de sandalias y la actriz señala al respecto “al oír la descripción que hace de los 7 meses que pasó
en un campo de concentración alemán nadie debería sorprenderse del modo cómo los tratan”.

Tampoco le costaba hacerse cargo de la verdadera naturaleza del resentimiento de los


checos. Mientras se preguntaba aún porque habían tenido que elegirla a ella para una paliza
particularmente salvaje recordó que alguien le había dicho que el comandante la consideraba
“demasiado refinada”. en su diario habla de una guardiana despiadada que servía en la cocina
del recinto. “Las mujeres son las peores en todas partes. Está claro que se debe a la cólera que
les produce el darse cuenta, porque salta a la vista, es que aunque estemos trabajando de
sirvientas, seguimos siendo lo que siempre hemos sido.

Edvard Benes, sin ser comunista, trataba de tener a Stalin contento incurrió en la insensatez
de aliarse con la Uníon Soviética. Este pacto con el diablo desembocaría en la toma de
Checoslovaquia por parte del Partido Comunista en 1948 aunque las semillas de la revolución
se habían sembrado ya en la clase de ira que con tanta intensidad había observado Margarete
Schell en la cocina de su campo de concentración.

En los diarios de Schell cabe destacar que la actriz describe el día que la llevarona un a cas
que habían ocupado en otro tiempo los agentes de la Gestapo. Su grupo recibió órdenes de
limpiar el lugar después de acabada la labor de los pintores y colocar el mobiliario nuevo. El
hombre quelas supervisava acertó a ser judío y se condujo con corrección con las prisioneras.
Aunque este constituye un ejemplo de compasión quizás insólito en un tiempo en que estaba
autorizada la crueldad pese a haberse desatado en todo el continente europeo los actos de
venganza contra los alemanes, los enemigos de clase y los fascistas, quienes más habían sufrido
daban muestras de una templanza extraordinaria. No es que a los judíos no los acudías en los
instintos bajos que empujaban a otros a las represalias, y que en 1945 albergará ningún afecto
para con quienes habían tratado de exterminarnos, sino que la mayoría de los supervivientes de
los campos de concentración si hallaba demasiado enferma, o entumecida, para tener ganas de
emprender semejantes prácticas. En algunos recintos se dieron casos de Justicia primitiva, y tal
vez algunos de los judios americanos que interrogaron a presuntos nazis desplegaron un
entusiasmo algo más que profesional a la hora de desempeñar su cometido. Las pesquisas que
se emprendieron en torno al trato severo en exceso recibido por los oficiales alemanes de la SS
recluidos en una prisión cercana a Stuttgart revelaron que 137 de ellos “presentaban daños
permanentes en los testículos de resultas de las patadas recibidas de la comisión
estadounidense de investigación de crímenes de guerra”. Los más de los integrantes de dicho
equipo tenían apellidos judíos.
Sea como fuere, se trataba de casos individuales: los judíos no presentaron tentativa
organizada alguna de imponer la pena del talión a sus agresores, tampoco en este caso por falta
de ganas, sino por motivos políticos. En 1945 el deseo de desquite estaba muy vivo. El año
anterior se había constituido una Brigada Judía en el seno del Ejército británico. Tras la derrota
alemana, sabes cenaron a Tarvisio, ciudad situada en la frontera de Italia con Austria y a
continuación la sumaron a las fuerzas de ocupación apostadas en Alemania. A fin de evitar los
actos individuales de venganza, tentación natural entre los soldados que habían perdido a sus
familiares en el Holocausto, la unidad publicó la siguiente orden: “no olvidéis que todos tenemos
derechos a resarcirnos y que cualquier acto irresponsable está llamado a frustrar los designios
de todos nosotros”. En otro documento análogo se recordaba a la tropa que la exhibición de la
bandera sionista en Alemania constituía una venganza suficientemente dulce.

En lugar de permitir que los particulares se tomarán la justicia por su mano la Brigada formó
su propio grupo de Vengadores conocido como TTG (Tilhaz Tizi Gesheften o “labores de lámeme
el culo”) y comandado por un hombre llamado Israel Carmi. Guiándose por la información
extraída a prisioneros o a contactos militares. Sus integrantes salían de Tarvisio por la noche con
la misión de asesinar a oficiales de la SS famosos por su crueldad y a otros a los que se
consideraba sospechosos de matar a judíos. Cuando el Ejército británico supo de estas
actividades, trasladó a la Brigada a territorios menos conflictivos de Bélgica o los Países Bajos.
No sabemos con exactitud a cuántos nazis ejecutaron, probablemente debieron de ser más de
un puñado de centenares.

1 de los que se negaron a dar la espalda a su deseo de venganza fue Abba Kovner, judío de
Lituania de mirada enternecedora y cabello largo y rizado menos propios de una homicida que
de un poeta de aire romántico. En realidad lo era De hecho En Israel debe sobre todo su
renombre a su producción lírica. Nació el Sebastopol y se crió en la ciudad lituana de Vilna, en
donde se alistó en el ala socialista del movimiento sionista antes de la guerra. En 1941 se las
compuso para escapar del gueto local y esconderse en un convento antes de unirse a los
partisanos. Tras la rendición alemana, se convenció junto con otros supervivientes, en su
mayoría judíos polacos y lituanos, de que la guerra no había acabado; no tenía que haber
acabado. Fundó con ellos un grupo llamado Dam Yehudí Nakam 8”la sangre judía será vengada”)
o Nakam, en su forma abreviada. Uno de sus principios, ideado por Kovner, era el de “erradicar
de la memoria de la humanidad la idea de que es posible derramar sangre judía sin temor a
represalias”. Estaba persuadido de que sin un desquite cabal, más tarde o más temprano iba a
hacer alguien que tratara de nuevo de aniquilar a su gente.

La cruda visión de veterotestamentaria que adoptó Kovner en 1945 iba más allá de la
perpetración de asesinatos en secreto al objeto de quitar de enmedio a unos pocos hombres de
la SS. Se trataba de cuentas que tenían que saludarse entre naciones. La muerte de 6 millones
de alemanes era el único precio justo por lo que habían hecho a los judíos. Años más tarde,
reconoció que su plan mostraba signos de enajenación: “cualquier persona sensata podía haber
visto que se trataba de una locura; pero en aquel tiempo todos andábamos medio dementes…o
quizá peor que dementes. Era una idea terrible, nacida de la desesperación, y tenía algo de
suicida”. Lo que resulta interesante es el modo como fracasó el propósito de “una venganza
singular y organizada” y el porqué.

Se pretendía envenenar las reservas de agua potable de varias grandes ciudades de


Alemania. Kovner Visitó Palestina en busca de los productos químicos mortíferos, encontrando
cierta solidaridad respecto de sus sentimientos no encontró demasiado entusiasmo por las
matanzas, por más que las víctimas fuesen antiguos nazia. Ben- Gurión y otros dirigentes
sionistas consideraban prioritaria La construcción de un estado nuevo para los judíos, para ello
necesitaban contar con la buena voluntad de los aliados. Su objetivo consistía en rescatar algo
que quedaba de sus correligionarios europeos y trocarlos en orgullosos ciudadanos de Israel. Ya
no había posibilidad alguna de regresar a la vida normal en Europa: el continente representaba
el pasado. embarcarse en ajusticiamientos de alemanes consistía una pérdida de tiempo; y por
lo tanto, cuando Knover no llegó nunca a divulgar la escala real de sus intenciones, la Haganá -
el brazo paramilitar del movimiento sionista- tampoco mostró interés alguno en ayudarlo.

La ausencia la ausencia de colaboración oficial no impidió a Knover procurarse veneno de un


laboratorio químico de la Universidad Eebrea de Jerusalén, donde trabajaban de ayudantes dos
hermanos apellidados Katzir uno de los cuales, Efraim, sería con el tiempo el cuarto presidente
de Israel. Convencidos de que aquel solo iba a usarlo para matar a oficiales de la SS, objetivo al
que pocos se habrían opuesto, debieron una sustancia particularmente deletérea: un miligramo
de ella bastaba para acabar con un número sustancial de personas.

En diciembre de 1945 Kovner y un camarada llamado Rosenkranz taparon hacia Francia con
una bolsa de lona llena de latas de dicho producto etiquetadas como leche en polvo. Llevaban
documentación falsa y se hicieron pasar por soldados del Ejército británico, aun cuando Kovner
no sabía inglés. estuvo mareado buena parte del trayecto y antes de llegar a Tolón lo llamaron
por su nombre por el sistema de megafonía creyendo que lo habían identificado y que la misión
se hallaba en peligro. arrojó por la borda la mitad de las latas y pidió a Rosenkranz que se
deshiciera del resto en caso de que se torcieran las cosas. En realidad, ni lo habían descubierto
ni se sabían nada de la operación: lo arrestaron por viajar con papeles falsos.El veneno jamás
llegó a Europa, pues Rosenkranz Alzó al mar lo que quedaba en un acceso de pánico. Las reservas
de agua de núremberg y otras ciudades no corrieron peligro alguno ni los cientos de miles de
vidas alemanas que se habrían perdido de haberse concluido con éxito el plan. Algunos amigos
de Kovner trataron de contaminar el alimento de un centro de detención para nazis logrando
que algunos de los reclusos enfermaron sin conllevar ninguna muerte.

La venganza judía no llegó a verificarse por falta de apoyo político. La cúpula sionista deseaba
crear una clase distinta de normalidad en torno a un colectivo de israelíes que cultivasen el
desierto y luchasen contra sus enemigos como orgullosos ciudadanos guerreros lejos de las
tierras de Europa anegadas en sangre por la guerra. Miraban con timidez a un futuro también
plagado de violencia y de conflicto étnico y religioso, aunque la sangre, no iba a ser alemana.
Kovner jamás logró adaptarse a la vida de dicho porvenir.

hablando de la Francia de los tiempos de la guerra, Tony Judt afirmó que “el principal
enemigo (que los activistas de la resistencia y los colaboracionistas) había que buscarlo casi
siempre en sus propias filas, los alemanes se hallaban ausentes en gran medida”. otro tanto
podría decirse de muchos de los países que sufrieron invasión extranjera: Yugoslavia, Grecia,
Bélgica, China, Vietnam, Indonesia… las fuerzas de ocupación, como todos los gobiernos
coloniales, explotaron tensiones que existían con anterioridad. Sin los alemanes no habrían
Subido al poder los autócratas reaccionarios de Vichy, ni tampoco el homicida croata Ante
Pavelic y el régimen fascista de su Ustacha. en Flandes, La Unión Nacional Flamenca colaboró
con los ocupantes nazis con la esperanza de emanciparse de los valones francófonos en una
Europa dominada por Alemania. En Italia y Grecia los fascistas y otros derechistas colaboraron
con los germanos en beneficio propio entre otros motivos para ahuyentar la izquierda.

En China El primer ministro nipón Tanaka Kakuei Presentó sus disculpas en 1972 al presidente
Mao por lo que había hecho Japón a su pueblo durante la guerra. Mao, Pidió a su invitado
extranjero que no se preocupase y le aseguró que en realidad, él y los suyos debían estar
desagradecidos, dado que sin ellos jamás habrían podido hacerse con las riendas de la nación.
Estaba en lo cierto: lo que ocurrió en China fue un ejemplo muy espectacular de consecuencias
no buscadas. Los japoneses compartían con los nacionalistas de Chiang Kai-chek su miedo atroz
al comunismo, tanto que hasta se dieron algunos intentos de colaboración. De hecho, una de
las facciones de estos llegó a cooperar con aquellos. Al herir de muerte a los nacionalistas, los
nipones ayudaron a los comunistas a ganar una guerra civil que hervía a fuego lento en 1945 y
alcanzó su auge poco después.

Si el conflicto chino como el de Grecia había comenzado mucho antes de las invasiones de
los ejércitos extranjeros, en Francia e Italia no se hallaba muy lejos de la superficie; y la práctica
del divide y vencerás que habían empleado los europeos en las colonias asiáticas originaron el
resentimiento suficiente para provocar toda clase de conflictos sociales, y los alemanes y
japoneses volvieron letal el desmembramiento al querer explotarlo.

Los comunistas y el resto de las fuerzas de izquierda habían desempeñado una función
fundamental en la resistencia antinazi o antifascista, en tanto que los empeños que pusieron
germanos y nipones en la construcción de sus respectivos imperios hicieron que a muchas
figuras de la derecha acabase por salpicarlas la mácula del colaboracionismo. El Partido
Comunista francés, orgulloso de su historial rebelde se denominó a sí mismo le parti des fusillés
(el partido de los fusilados). Hasta a los izquierdistas que se opusieron a la línea estalinista
adoptada por la formación los tacharon de antipatriotas y hasta de colaboracionistas. No es de
extrañar que la historia de la resistencia armada de la izquierda desembocara en la defensa
revolucionaria de un orden nuevo. Tras la guerra, La Unión Soviética explotó esta petición, al
menos en las naciones que pertenecían a su esfera de influencia en tanto que los aliados
occidentales desarmaban y ayudaban aplastar a las fuerzas que poco antes habían luchado de
su lado contra Alemania y Japón. Es más: algunos de los integrantes de las antiguas minorías
selectas colaboracionistas regresaron al poder gracias al apoyo de Occidente. Este es el germen
que más tarde daría lugar a la guerra fría.

El colaboracionismo no siempre discurría por caminos rectos. En Yugoslavia, los partisanos


comunistas de Tito negociaron en 1943 los alemanes porque su dirigente quería tener “vía
libre”para atacar a los Chétniks monárquicos de Serbia, quienes durante el otoño de aquel
mismo año cooperaron también con ellos para repeler a los de Tito. Los musulmanes bosnios se
aliaron de forma temporal con todo aquel que fuera capaz de protegerlos: los fascistas de
Croacia, los guerrilleros de Serbia y hasta los nazis y en todo momento para hacer frente a
enemigos nacionales y no extranjeros.

Instancia los colaboracionistas no trabajaban directamente para las fuerzas de ocupación


germanas, sino para el Gobierno galo presidido por el mariscal Philippe Pétain. los del régimen
de Vichy estaban convencidos de que la ayuda de Alemania les iba a permitir restaurar el
verdadero espíritu de su nación, fundado en la Iglesia, la familia y el patriotismo, una vez que la
librase de liberales, judíos, masones y demás tachas que mancillaban la France profonde. Los
fascistas italianos no pudieron tenerse por colaboracionistas hasta 1943, cuando los alemanes
ocuparon la península y confinaron la autoridad de los seguidores de Benito Mussolini a un
diminuto estado títere del nazismo instaurado junto al lago de Garda. Los 20 años de fascismo
que habían vivido con anterioridad habían engendrado el odio suficiente con la derecha para
hacer que la nación se embarcará en una feroz campaña de venganza una vez que comenzaron
a partir los alemanes.
Harold Macmillan, futuro primer ministro británico, ejercía de pleniponteciario de Churchill
para los estados mediterráneos. En abril de 1945 se trasladó a Bolonia en un todoterreno militar
para reunirse con el comandante militar aliado, quien acababa de instalarse en el magnífico
edificio intacto del Ayuntamiento. Al llegar a yo de cuerpo presente en los cadáveres de 2
célebres personajes liberales de la ciudad a los que presentaba sus últimos respetos una
multitud llorosa. Habían caído abatidos por integrantes de la Brigada Negra fascista huidos de la
ciudad un día antes.

Entre las víctimas de las represalias de los guerrilleros de abril de 1945 se contaban el
mismísimo Mussolini y su amante Clara petacci. los detuvieron mientras trataban de huir a
Austria con un grupo de soldados de una unidad antiaérea alemana cuando los descubrieron en
un control de carretera, los partisanos dieron permiso a los germanos para proseguir, pues
habían perdido todo su interés en ellos; pero los italianos tuvieron que quedarse. El 28 de abril
los ametrallaron a él, a Clara y a 15 fascistas tomados al azar, frente a una casa de campo del
lago Garda. Al día siguiente los colgaron boca abajo como piezas de caza de la viga de una
gasolinera situada en una plaza milanesa de mala muerte, expuestos a la cólera de la turba, que
se encargó de que poco después fuera difícil reconocerlos.

La muerte de Mussolini no fue sino un ad elas 20.000 ejecuciones de fascistas y


colaboracionistas que debieron de llevarse a efecto en el norte de Italia entre los meses de abril
y julio: 8.000 en el Piamonte, 4.000 en Lombardía, 3.000 en la provincia de Milán…Muchos
fueron ajusticiados de forma sumaria por grupos partisanos dominados por comunistas, en
tanto que otros fueron procesados de forma expeditiva por tribunales populares improvisados
que impartían la giustizia della piazza. Las muertes eran rápidas y en ocasiones las víctimas eran
inocentes. A los fascistas famosos los abatían junto con sus esposas y sus hijos. La mayor parte
de cuántos murieron a manos de la justicia popular eran oficiales de policía o funcionarios de
relieve del Gobierno fascista. Ni siquiera los que sufrían ya penas de cárcel se hallaban a salvo,
y así, el 17 de julio asaltado el penal de Schio, cercano a la ciudad de Vicenza, por partisanos
enmascarados que asesinaron a 55 internos fascistas. Algunos de Los Vengadores eran
combatientes encallecidos de la resistencia; otros, héroes de última hora que habían engrosado
sus filas una vez acabada la lucha real, y otros, delincuentes que se servían de su recién adquirida
condición de “patriotas” para extorsionar a hombres de negocios acaudalados o saquear sus
propiedades.

también en Italia respondía a menudo la venganza a un programa político en cuanto a ajuste


de cuentas revolucionario. Los guerrilleros comunistas entendían la purga como una lucha
necesaria contra el capitalismo. Dado que el régimen de Mussolini había contado con la
colaboración de grandes empresas como la Fiat de Turín, éstas se tenían por objetivos legítimos.
Aunque los hombres de negocios más poderosos de la citada ciudad y de Milán se las habían
ingeniado para salvar el pellejo cruzando la frontera Suiza o sobornando con productos del
mercado negro a sus potenciales ejecutores, no fueron pocos los cadáveres de figuras menos
notables que acabaron arrojados ante las puertas de los cementerios locales.

El Gobierno militar aliado, temiendo seriamente que estallase una revolución comunista en
Italia, trató de desarmar a los partisanos, entre quienes había muchos que habían batallado con
denuedo contra el alemán. No cabe sorprenderse de que los políticos conservadores del país
apoyarán tal empeño, siendo así que algunos de ellos habían simpatizado con los fascistas. De
hecho, la escasa prisa que se estaba dando el Gobierno provisional de Roma en castigar a los del
régimen derrocado era 1 de los factores que provocaron la giustizza della piazza.
A modo de comprensión para el orgullo de los antiguos partisanos se organizaron en varias
ciudades desfiles en los que los mandos aliados, rodeados de notables italianos, recibieron el
saludo de las distintas unidades de guerrilleros engalanados con pañuelos que ponían de
manifiesto su adhesión: rojos en el caso de los izquierdistas; azules, en el de los cristianos, y
verdes, en el de los autonomi, en su mayoría desertores del ejército italiano. Muchos de ellos
habían entregado sus armas, aunque seguían siendo mayoría quienes no lo habían hecho. La
izquierda radical conservaba un gran poder, y en ocasiones se hallaba armada. Tal y como se
demostró los conservadores no tenían por qué preocuparse: no iba a haber revolución alguna
en Italia. A cambio de poder extender su imperio a la Europa central, Stalin convino en dejar el
Mediterráneo en manos de los aliados occidentales. Sin embargo, las represalias homicidas no
cesaron, ni amainaron – en algunos casos hasta bien entrado el s. XXI- el miedo al comunismo
en Italia y la amarga sensación de haber sufrido traición que imperaban entre las filas de los
liberales.

Ciertamente se puso el freno a la izquierda, tanto en Italia como en el sur de Cores, en Francia
y en el sur del Vietnam, en Japón y en Grecia, adonde llegó Wilson durante el verano de 1945.
En Atenas en el mes de diciembre se había celebrado una manifestación multitudinaria
convocada por los seguidores del Frente de Liberación nacional (EAM, por sus siglas griegas)
agrupación de guerrilleros dominada por comunistas. El ejército británico se hallaba a cargo de
la Grecia liberada y Atenas estaba en manos de un gobierno provisional de unidad nacional
heleno conformado por conservadores, monárquicos y algún que otro de izquierda. Buena parte
del resto del país seguía al mando del EAM y de sus fuerzas armadas, el ELAS. Después de
combatir a los alemanes el EAM y el ELAS habían hecho planes de hacerse con el Gobierno y
revolucionar la nación, y los conservadores, respaldados por los británicos, querían impedirlo a
toda costa. Esto fue lo que provocó la manifestación el 3 de diciembre de 1944 el día en que
empezó la guerra civil.

Grecia había sufrido profundas divisiones durante la Primera Guerra mundial, cuando su
primer ministro, Elefzerios Veniselos, y eso secundar la causa aliada frente a la oposición del Rey
Constantino I y su jefe militar, Ioannis Metaxás. A esto siguieron años de amarga confrontación
entre monárquicos y “veniselistas”. en 1936, Metaxás se trocó en un dictador con hechura de
banquero y la brutalidad de un caudillo fascista. Este admirador del Tercer Reich Hitleriano
“unificó” Grecia a fuer de “Padre de la Nación” que viendo todos los partidos políticos y
poniendo entre rejas a los comunistas y otros oponentes. Murió en 1941.

Entonces llegaron los invasores alemanes. los partidarios del desaparecido régimen de
MetaxPás colaboraron en su mayoría con ellos, en tanto que la resistencia estuvo encabezada
por los comunistas que habían salido de las cárceles de aquel. los batallones de fascistas y
griegos, alentados por los germanos, lucharon contra las guerrillas de izquierda, que en un
primer momento contaron con asistencia aliada. Ambos bandos desplegaron una brutalidad
notable y muchas de las víctimas fueron gentes inocentes sorprendidas entre 2 fuegos.

Por lo que respecta a los británicos, acción no comenzó de veras hasta 1944, cuando su
Ejército, reforzado por las tropas de Italia, que enfrentó a los partisanos de izquierda que pocos
meses antes habían combatido contra los alemanes. Fueron muchos quienes compartieron la
desaprobación de este hecho expresada por Edmund Wilson, sobre todo en Estados Unidos, en
donde se consideró otra de las acostumbradas intervenciones imperialistas del Reino Unido,
aunque también en las propias islas británicas, que veneraba a Churchill en calidad de paladín
de la lucha contra Alemania, desconfiaba, de la belicosidad que mostraba para con los
guerrilleros comunistas.
Pero además egregio En este sentido era un hombre llamado Aris Velujiotis, y está vagaba
por los montes con su banda de partisanos negros -que era el color de sus boinas, sus guerreras
y sus barbas-. Este campeón de epopeya, que se malquisto con los comunistas en 1945, era
también un asesino: con el tiempo se escaparían fosas comunes que albergaban los huesos
esparcidos de sus enemigos políticos.

Igual que en Italia y en China y en otras naciones, lo que de veras importaba tras la liberación
era el monopolio del uso de la fuerza. tras mucho negociar, el frente de Liberación Nacional
(EAM /ELAS) se había avenido a entregar las armas siempre que los Batallones de Seguridad
Cuerpo de infame memoria creado durante la ocupación nazi, hicieron otro tanto. El Gobierno
que pretendía conformar un Ejército Nacional con lo mejor de cada lado, no cumplió, al decir
del EAM/ELAS, su parte del trato, pues mientras que la izquierda disolvía sus fuerzas, había
permitido que la derecha conservará su poderío. No cabe sorprenderse de que muchos de los
antiguos combatientes del elas empiecen su postura por una traición abominable.

Esta era la atmósfera febril que se vivía en Atenas y cuyo vestigio pudo observar Wilson en la
habitación del hotel en 1945. El 3 de diciembre del año anterior, las multitudes se congregaron
en la plaza de la Constitución se dirigieron, encabezadas por mujeres y niños, al Hotel Grande
Bretagne, en donde se había refugiado el Gobierno provisional. Los manifestantes optaron una
actitud pacífica, mientras que la policía monárquica hacía fuego y mataba y hería a un centenar
de ellos. Al día siguiente, cuando los descontentos volvieron a pasar ante el hotel, esta vez en
procesión fúnebre, los partidarios del rey abatieron a otros doscientos ciudadanos inermes
disparando desde las ventanas del edificio.

Si los comunistas y la izquierda constituían la columna vertebral de la resistencia antinazi y


antifascista de muchos países, En Grecia monopolizaron el movimiento mediante la eliminación
violenta del resto de colectivos. En las regiones rurales el EAM/ELAS había instaurado algo
semejante a un estado de guerrilla que incluía tribunales populares destinados a hacer frente a
todos los enemigos de la revolución. Por lo tanto, había sobrados motivos para temer las
consecuencias de una revolución en Grecia. Restaurar al rey Jorge II, 1 de los planes predilectos
de Churchill, cuyo discurso monárquico irritaba hasta algunos conservadores y griegos, no era la
mejor idea. Sin embargo, el miedo al comunismo llevó a los británicos a convencerse de que no
tenían más opción que ayudar al Gobierno de Atenas en su lucha contra los partisanos de
izquierda.

Al año siguiente se reanudaba la guerra civil que duraría otros 3 años más, se trataba en
realidad de una contra venganza dirigida esta vez contra la izquierda. las fuerzas paramilitares
de derecha y los gendarmes se desbocaron: arrestaron sin orden judicial alguna a un número
elevadísimo de comunistas y sospechosos de liberales para propinarle una paliza y matarlos o
encerrarlos. Cuando tocaba a su fin 1945 había en prisión poco menos de 60000 seguidores del
EAM, incluidos mujeres y niños. Por lo común se les acusaba de crímenes perpetrados durante
la ocupación; pero los que habían cometido quienes habían colaborado con los nazis o los
Batallones de Seguridad de la derecha quedaron impunes en gran medida.

El término liberación no es el más adecuado para describir al final de la guerra en las


sociedades coloniales. Sin embargo, la emancipación no era precisamente lo que pensaban
conceder las autoridades de los Países Bajos a las Indias orientales neerlandesas en 1945 y las
francesas a indochina o las británicas a Malasia. Más condescendientes eran los planes que
albergaba Estados Unidos que miraba con buenos ojos las aspiraciones asiáticas de
independencia nacional. Sin embargo, ni los neerlandeses ni los franceses veían la hora de
restaurar el orden colonial de preguerra. Hasta los socialistas de los Países Bajos, que mostraban
no poca solidaridad con el anhelo de autodeterminación de los indonesios, temían que la
economía nacional, por demás maltrecha a causa de la ocupación alemana, se desmoronará si
se perdían las colonias asiáticas. Lo más que estaba dispuesto a conceder el Gobierno en irlandés
entidad de ideas relativamente progresistas a los nacionalistas de Indonesia era cierto grado de
autonomía dentro de su sometimiento a la corona de los Países Bajos. No tenía intención alguna
de negociar con los indonesios que habían cooperado con los japoneses. Está complicada la
cuestión de la colaboración y la venganza, ya que, cuando menos los primeros años de la guerra,
se había dado 1º considerable de entusiasmo entre los habitantes del Sureste Asiático por la
propaganda nipona relativa al lema de “Asia para los asiáticos”.

Aunque también los asiáticos se vieron acuciados por el ansia de venganza en 1945, esta no
siempre estuvo dirigida a los colonialistas europeos: a menudo tomó sendas menos directas
para centrarse en otras formas de colaboración anteriores a la ocupación nipona. Los chinos,
llamados con frecuencia “los judíos de Asia”, sufrieron el embate del acero ciudad de los
japoneses en el Sureste Asiático. La dominación del sureste asiático por parte de Japón fue
brutal, y sin embargo, embullo un espíritu enérgico desconocido agentes que antes habían
adoptado una actitud de Óscar sumisión colonial. Las potencias occidentales habían demostrado
ser vulnerables. Explotando el sentido de humillación e inferioridad común entre los pueblos
colonizados, las autoridades niponas habían avisado de forma deliberada actitudes contrarias a
Occidente y también a China.

Buena parte de la resistencia antijaponesa que se dio en Malasia durante la guerra fue obra
de los chinos. Inspirada por el Partido Comunista de China, aunque también quizá por el
internacionalismo que hizo que la ideología socialista resultara atractiva a las minorías de todo
el mundo, estuvo dirigida por el Partido Comunista malayo. Aunque este último no era
particularmente anti malayo, casi todos sus integrantes eran chinos. Su brazo militar era el
Ejército anti japonés del pueblo malayo (MPAJA, por sus siglas inglesas), Que en agosto de 1945
contaba con unos 10000 soldados dispuestos a luchar que dominaban una porción considerable
en las zonas rurales y habían instaurado así un estado dentro del Estado, sujeto a sus propias
regulaciones y a purgas generalizadas de funcionarios poco benevolentes (lo que recuerda un
tanto a las guerrillas comunistas de Grecia).

Después de la guerra, los del MPAJA no dudaron en vengarse de cuántos habían colaborado
con los japoneses, en su mayoría gentes de origen indio y malayo; y así, arrastraron por las calles,
encerraron en casas a la vista de todos, sometieron a juicio sumario antes “tribunales del
pueblo” y ajusticiaron en público a alcaldes, policías, periodistas, informantes, antiguas amantes
de funcionarios nipones y otros “traidores y perros falderos”. Muchos malayos contemplaron
con terror semejantes actos , y cuando el Gobierno colonial británico, que había trabajado codo
a codo con él MPAJA contra los japoneses, decidió en octubre conceder a los chinos la
ciudadanía en igualdad de condiciones, no es de extrañarse que temiesen perder las riendas de
su propia nación (un miedo que los políticos de Malasia han sabido explotar hasta nuestros días).

La población Malaya decidió volver el golpe a los chinos. La figura más relevante En este
sentido fue un antiguo mafioso de aspecto feroz tocado de turbante y llamado Kiai Salleh, tras
las hostilidades encabezaba un grupo denominado Bandas Rojas de la (Sabilil-lah ( lo que podría
traducirse por “guerra santa”). Éste tenía por objeto proteger la hacemos humana frente a los
paganos y vengan a los malayos a los que habían humillado y matado los chinos tras la derrota
japonesa. Pese a la condición marcadamente islámica del yihad contra los chinos, Salleh moldeó
su propia imagen a la manera de los místicos malayos y aún aseveró ser invulnerable al daño
“No puede matar sele con balas, puede cruzar un río a pie enjuto, romper en pedazos cualquier
ligadura con que lo aten y paralizar a sus agresores con la voz”. sus seguidores creían haber
recibido poderes similares tras pincharse con agujas de oro y beber pociones bendecidas por el
Santo cacique Guerrero.

el método de ejecución favorito de los integrantes de las Bandas Rojas era el machete, o el
kris, la daga malaya, que como los combatientes qué es la usaban, se tenía por imbuida de
poderes místicos. El 6 de noviembre, en 1 de sus ataques habituales, cayó sobre un poblado
chino de Padang Lebar una banda de yihadíes que mató a golpes de las dos armas citadas a 5
hombres y 35 mujeres y niños para después arrojar a un pozo los cadáveres de estos últimos.
los políticos de la nación, sin apoyar este género de actos no hicieron demasiado por ponerles
fin. conforme a determinado informe del servicio de espionaje militar: “entre los malayos cultos
parece existir una preocupación apreciable respecto de la situación futura de sus propias gentes
en Malasia, y se cree, de forma más o menos generalizada, que la población China se está
haciendo con las riendas económicas del país y que acabará por dominar también la política si
nadie le pone freno”

Dado que los indonesios se veían acosados por el mismo temor, no es casualidad que los 3
principales lugartenientes del cacique malayo fuesen nacionalistas indonesios de las Indias
Orientales Neerlandesas, en donde la situación que se daba en otoño de 1945 era mucho peor
que la de Malasia.

G.F. Jacobs, Comandante surafricano del cuerpo de Infantería de Marina de su majestad


británica, se contaba entre los primeros soldados aliados que habían llegado a Sumatra en
paracaídas en agosto de aquel año. Se le había encomendado la misión de ponerse en contacto
con las autoridades militares niponas y allanar el camino de su rendición y del desembarco de
las tropas aliadas. También 1 de los primeros que contemplaron el estado en que se hallaban los
campos de prisioneros de guerra japoneses y los miles de paisanos enfermos, consuntos,
golpeados y muertos de hambre en ellos recluidos. Los presos neerlandeses no entendían que
Jacobs no les permitiera tomarse la justicia por su mano. si el comandante les impidió linchar a
sus guardias fue por miedo a un peligro mucho mayor. Los indonesios merodeaban por la región
con armas de fuego, dagas y lanzas aguzadas, gritando “Bunu Belanda” (Muerte a los blancos) Y
necesitaba que los japoneses salvaguardasen a sus antiguos prisioneros. Los asuntos relativos
al traspaso de poderes y demás se resolverán de un modo concienzudo y con la mayor brevedad
posible. La habían redactado el mismo, quien se había arrogado la dignidad de presidente de la
recién creada República de Indonesia y su vicepresidente, Mohammad Hatta, asesorados en
todo momento por los mandos del Ejército de tierra y la marina nipones. Durante el verano de
1945, cuando parecía inevitable la derrota, los japoneses concluyeron que no les quedaba otra
salida mejor que la creación de un estado indonesio independiente y enemigo de Occidente. La
mayor parte de los nipones había tomado muy en serio el lema de “Asia para los asiáticos”, si
bien con la intención de gobernarlos a todos en calidad de raza superior. Muchos indonesios,
hartos de violencia y maltratados por los japoneses, hambrientos y propensos a contraer
enfermedades de los supervivientes de las cuadrillas de trabajos forzados encargadas de la
construcción de la línea de ferrocarril que unía Tailandia y Birmania y otros proyectos
endiablados de Japón, aún no tenía claro si debía o no alegrarse. Las semanas que siguieron a la
rendición nipona no conocieron demasiadas muestras de hostilidad para con el paisanaje
neerlandés. Surkano, Hatta y otros cabecillas como Sutan Syahrir, socialista formado en los
Países Bajos que jamás había cooperado con los japoneses, hicieron cunato estuvo en sus manos
por contener la violencia que pudiera desatarse en un archipiélago sobre el que aún no tenían
demasiado ascendiente.

Los nuevos dirigentes indonesios coma apenas gozaban de influencia sobre el colosal número
de matones jóvenes que se habían radicalizado y adiestrado en calidad de soldados auxiliares
del Ejército nipón. Estaban deseando guerrear y tenían armas que habían adquirido de oficiales
japoneses adeptos a su causa, concedentes unas veces de transacciones comerciales y otras de
robos perpetrados en depósitos de suministros nipones. Según ciertas estimaciones, estos
combatientes recibieron más de 50000 fusiles, 3000 ametralladoras y metralletas y 100 millones
de unidades de munición. Lo que tenían que haber hecho los Países Bajos y que les
recomendaron encarecidamente sus aliados occidentales, era negociar con Surkano y los otros
cabecillas indonesios que no tenían interés en la violencia revolucionaria. Tal como lo expresó
Mountbatten con espíritu un tanto idealista. “lo único que queremos es hacer que los
neerlandeses y los indonesios hagan las paces antes de retirarnos”. en lugar de eso presentaron
ante el Ministerio británico de Asuntos Exteriores una queja en la que comparaban “el llamado
(gobierno de Surkano)” Con el régimen filo nazi del noruego Vidkun Quisling y a los jóvenes
independentistas indonesios con la Juventudes Hitlerianas y la SS, presentaba la proclamación
de independencia de aquel como una conspiración nipona para perpetuar una administración
fascista en la Indias Orientales Neelandesas.

No cabe duda alguna de que Surkano había colaborado con los japoneses. había pasado
buena parte de la década de 1930 en las prisiones coloniales neerlandesas o exiliado en una isla
remota y aquellos lo habían tratado con más respeto que los Países Bajos, sin embargo, su
colaboracionismo fue demasiado lejos aún en opinión de numerosos indonesios. La
aquiescencia que brindó Al uso de mano de obra forzosa de Indonesia en la campaña bélica
nipona manchó su reputación y los jóvenes radicales no pudieron menos de indignarse de la
participación de los japoneses, con quien no querían tener vínculo alguno, en la declaración de
independencia. No obstante nadie ponía en duda su condición de nacionalista indonesio.

En vez de tratar directamente con Surkano , los neerlandeses formularon vagas promesas de
autonomía para Indonesia en el seno de una Comunidad de naciones dirigida por ellos. Entre
tanto, desde el mes de septiembre deambularon por los pueblos y vecindarios indonesios
veteranos del Ejército de las Indias Orientales Neerlandesas dedicados a descargar con
ostentación sus armas de fuego, hacer pedazos las banderas rojiblancas de Indonesia y
amedrentar a la población a fin de dejar claro quién mandaba. De todos estos justicieros,
ninguno dejó más aciaga memoria que el grupo llamado Batallón X, comandado por
neerlandeses y euroasiáticos, conformado mayoritariamente por parte de cristianos ambones
es de tez oscura, gentes de Medan y otras minorías, que temían verse sometidos a otros
indonesios que a los neerlandeses y que habían sido súbditos fieles del sistema colonial. La
noticia de la llegada de buques de guerra de los Países Bajos y el Reino Unido cargados de
soldados aliados, de origen indio en su mayoría, y de agentes de la Administración Civil de las
Indias Neerlandesas (NICA, por sus siglas inglesas), que tenían por misión restaurar el antiguo
régimen, abrió las puertas a la violencia más sangrienta del sureste asiático, una violencia que
era parte revolución, parte venganza y parte criminalidad, la misma mezcla mortífera que había
estallado en la Europa central aquel mismo año.

Las bandas de extremistas armados que desataron la oleada de terror en octubre de y


noviembre de 1945 conocida como Bersiap “prepárate”, Estaban conformadas principalmente
por antiguos integrantes de milicias dirigidas por japoneses y matones callejeros, a menudo
adolescentes reclutados de pandillas de Yakarta, Surabaya y otras ciudades. Sin embargo, los
grupos juveniles (pemuda) también incluían a estudiantes, obreros del sector fabril y aldeanos.
Algunos de sus dirigentes eran cabecillas del hampa que robaban y mataban a los pudientes
menos por convicción política que por codicia. Entre ellos había figuras de personalidad
arrolladora como el jefe de bandidos conocido como Papá Tigre, que vendía a sus hombres
amuletos que a su decir los hacían invulnerables. La combinación de misticismo javanés y
adoctrinamiento nipón en lo referente al espíritu guerrero infundió a los jóvenes combatientes
un sentido temerario del heroísmo, compendiado en el lema: Merdeka atan mati! (Libertad o
muerte). Se daban casos de muchachos que se enfrentaban a carros de combate sin más armas
que machetes y lanzas de bambú.

Las principales víctimas de la venganza revolucionaria fueron los chinos, a los que se asociaba
al mundo empresarial y se acusaba a traición y los eurasiáticos o indos, así como otras minorías
que se habían puesto a munedo imaginaria que eran los espías de NICA. La definición de esta
última categoría podía llegar a ser muy arbitraria, ya que, de hecho, cualquier persona cuyo
saronkg abusara de los colores, rojo, blanco o azul (los del pabellón de los Países Bajos) podía
ser tenida por agente secreto de la administración colonial.

Los chinos, los indos o los amboneses sabían que se aproximaban los problemas cuando oían
el tableteo que, a la manera de los tambores de guerra, producían las lanzas de bambú al ser
golpeadas contra el metal hueco de las farolas de Yakarta. Los soldados nipones armados que
recibieron la orden de proteger al paisanaje en ausencia de tropas aliadas escurrían el bulto en
muchos casos cuando comenzaba tan funesta señal. Los jóvenes, frenéticos, saqueaban
comercios e incendiaban hogares y cosían a puñaladas a las familias que hallaban en su interior,
ebrios de violencia y enamorados de sus dagas. Algunos daban incluso en beber la sangre de sus
víctimas. En cierta región aledaña a Yakarta llegó a faltar el agua potable por haber quedado los
pozos llenos de cadáveres putrefactos de ciudadanos chinos.

Para la forma más común de asesinato se acuñó en el habla indoneerlandesa la expresión


getjintjangd (ntjinijangk designa el acto de acuchillar a una persona con kris o con machete). El
paisanaje neerlandés que cometía la imprudencia de salir de los recintos que seguían vigilando
los japoneses sufría con frecuencia este género de muerte, como también los soldados nipones
que se negaban a ayudar a los rebeldes o a rendir sus armas. Aunque los antiguos campos de
concentración, sórdidos poblados de dimensiones colosales llenos de gentes hambrientas y
enfermas, también sufrían asaltos, seguían siendo los lugares más seguros en los que podían
estar, siempre que la Guardia japonesa permaneciese en sus puestos.

A Peter van Berkum, joven nacido en Indonesia como otros muchos paisanos neerlandeses,
lo eligió as azar cierta noche en Surabaya un grupo de adolescentes desbocados pertrechado de
varas de bambú afiladas para llevarlo en camión a la cárcel de la ciudad. Tras sacar a empellones
del vehículo a los detenidos entre gritos de “muerte a los blancos” “cayeron sobre ellos de
inmediato para golpearlos, acuchillarlos y apuñalarnos con palos y bayonetas, hachas, culatas
de fusil y Lanzas”.

los dirigentes indonesios nunca habían querido que se desatara el fenómeno Bersiap, lo
cierto es que en aquel momento había escapado por completo a su dominio. En java y Sumatra
estallaron contiendas por todas partes. actos de venganza no ya contra los colonos o quienes
colaboraban con ellos supuestamente, sino también entre rebeldes y japoneses en un círculo
sangriento de represalias mutuas. En Semarang, La unidad nipona que capitaneaba el
comandante Kido Shinichiro se hallaba enfrentada con la pemuda que creía que los japoneses
estaban saboteando las reservas de agua. Cuando éstos, a modo de brutal intimidación, mataron
a cierto número de militantes indonesios, son activos no dudaron en acabar con la vida de más
de 200 paisanos nipones recluidos en la cárcel de la ciudad. Los de Japón, airados, respondiron
con una matanza de más de 2000 indonesios.

La ciudad industrial de Surabaya, sometida por entero a los indonesios cuando tocaba a su
fin el mes de octubre, se vio inmersa en la violencia más extrema. Habían vaciado las cárceles y
las calles estaban gobernadas por revolucionarios de la pemuda hampones y jóvenes de espíritu
romántico enardecidos por los relatos de hazañas javanesas que difundía en el llamado Radio
Rebelión una figura de temperamento arrollador y largos cabellos conocida como Hermano
Tomo. Los chinos, los hamburgueses y los indos, acusados de ser espías de la NICA, sufrían
ataques con dagas y lanzas y los japoneses temiendo por su propia vida, no dudaban en
proporcionar a la turba más armas mortales.

Los aliados decidieron que debían intervenir y enviaron a la ciudad de P.J.G.Huijer, capitán
neerlandés de la armada, para que dejase el camino expedito al desembarco aliado. Como era
de esperar, su llegada se entendió como una provocación más. armas de los arsenales nipones
seguían distribuyéndose en gran número a los combatientes de la pemuda. el 25 de octubre
pusieron pie en tierra unos 4000 soldados británicos en su mayoría indios y gurjas del Nepal.
Corrió el rumor de que se trataba de neerlandeses con el rostro pintado. los ataco un Ejército
andrajoso de indonesios y los británicos temerosos de que sus tropas fuesen víctimas de una
matanza, pidieron ayuda a Surkano y a Hata que se avinieran a sujetar a la multitud. Accedieron
y lo lograron en cierta medida. El alto el fuego se mantuvo más o menos hasta el 31 de octubre,
fecha en la que murió abatido por indonesios el general de Brigada A.W.S.Mallaby, al mando de
las fuerzas británicas mientras trataba de intervenir en un enfrentamiento.

En esta ocasión fueron los del Reino Unido quienes buscaron venganza: desde el 10 de
noviembre, bombardearon y ametrallaron Surabaya durante tres semanas. A finales de
noviembre, Surabaya se hallaba apaciguada, aunque para ello había quedado reducida a un
campo de batalla bombardeado y preñado del hedor a descomposición de los cadáveres de
indonesios, indios, británicos, neerlandeses, indos, y chinos. En 1946 los Países Bajos enviaron
una serie de escuadrones de la muerte, acaudillados por Raymond Westerling, El Turco¸a la
provincia meridional de Célebes, en donde dieron muerte a miles de paisanos, estos actos de
venganza no se resolvieron hasta 1949 para que Indonesia adquiriese al fin la independencia.
(Westerling, que había combatido contra los alemanes en el norte de África durante la II Guerra
Mundial, desplegaría más tarde una notable devoción en calidad de musulmán converso).

No obstante, la sangre exigiría más sangre. Además de acusar de traición a Surkano, los
neerlandeses lo tenían por testaferro del comunismo. Cuando había transcurrido exactamente
20 años de la batalla de Surabaya, los oficiales del Ejército indonesio lo derrocaron mediante un
golpe de Estado militar destinado a evitar que se hicieran con el país los comunistas. Este hecho
marcó el comienzo de una purga nacional de gentes de izquierda. Justicieros musulmanes,
jóvenes armados, batallones castrenses, místicos javaneses y paisanos de a pie participaron en
la muerte de medio millón de personas entre las que se contaban no pocos chinos. El cabecilla
del golpe, futuro presidente de Indonesia, un tal Suharto, general de división adiestrado por
militares nipones y fuertemente adoctrinado contra el imperialismo occidental, que había
luchado contra los neerlandeses en 1945. Su régimen duraría 32 años, durante los cuales gozó
de ser un oponente acérrimo del comunismo, de la acogida y el apoyo incondicional de todas
las potencias de Occidente incluso Países Bajos.
Los franceses temían tanto como los neerlandeses perder las posesiones coloniales den 1945,
y en el mejor de los casos se sentían más humillados aún que ellos, no solo por la derrota sufrida
en 1940, sino ambiénpor el historial de colaboracionismo oficial que llevaban a las espaldas. La
indochina francesa seguía administrada por un Gobierno colonial adepto al régimen de Vichy
durante lo que, en realidad, no era otra cosa que una ocupación nipona. Japón la usaba de base
militar, en tanto que los franceses seguían tomando sus aperitivos en el Cercle Sportif de Saigón
y ocupándose de sus asuntos. Esta vida regalada llegó a su fin en marzo de 1945. Liberada
Francia, los japoneses, viendo que ya no podían confiar en la sumisión de los colaboracionistas,
encerraron enseguida a soldados y oficiales en Saigín y Hanói.

La primera semana de agosto cuando la derrota era casi segura, Japón transfirió la autoridad
política al Gobierno real de Vietnam en tanto que él Viet Minh comunista (o Liga por la
Independencia de Vietnam) se hacía cargo del norte. Semanas más tarde cuando las tropas
chinas entraban a raudales por la frontera septentrional y parecía inminente la llegada del
Ejército británico por el sur, tanto el emperador Bao Dai como el dirigente comunista, Ho Chi
Minh, dejaron claro que pasara lo que pasara, era inaceptable que los franceses volvieron a
hacerse con el poder. En Hanói ya habían empezado a echarse abajo las estatuas de los
dignatarios coloniales de dicha nacionalidad y el 2 de septiembre se congregaron en la plaza de
Ba Dinh, cerca del Palacio del antiguo gobernador general extranjero, más de 300000 personas
a fin de asistir a la declaración de la independencia de nacional por parte de Ho Chi Minh.
Diversas bandas interpretaron marchas comunistas al mismo tiempo que otros pronunciaban
ásperas palabras que ponían de relieve su intención de “beber sangre francesa. Los soldados del
Viet Minh, armados con pistolas, custodiaban la tribu del orador, ornada con banderas rojas y
alguien sostenía un parasol real sobre la cabeza del Tío Ho mientras preguntaba con voz suave
a través del micrófono “compatriotas ¿me oís?”.

un agente del servicio estadounidense de información que fue testigo del acontecimiento
informó en estos términos a sus superiores de la ciudad de Kunming situada en el sur de China.
“Lo que he oído no deja lugar a duda de que van en serio; me temo que los franceses van a tener
que lidiar con ellos. En realidad, vamos a tener que lidiar todos”

Si todo esto asustó a los franceses en general, muchos de los cuales seguían en prisión
vigilados por soldados japoneses, los colonizadores de Argelia en particular estaban aterrados:
tanto esta como Indochina estaban sufriendo hambrunas serias a principios de 1945 por causa
de la sequía y de la desviación de las provisiones alimentarias con fines militares. Si en Indochina
murieron de inanición más de un millón de personas, En Argelia el hambre estaba engendrando
en el pueblo una rabia que Francia, preocupaba, entendía como el comienzo de una revolución
violenta.

Pese a la agitación que podía observarse entre los comunistas y los nacionalistas radicales
argelinos, la mayoría de sus conciudadanos solo deseaba gozar de igualdad de derechos. Sin
embargo, cada vez que un musulmán arrojaba una piedra a un colono coma los franceses veían
“rebelión árabe” a la vuelta de la esquina. Administración colonial de 1945 se hallaba en manos
de la izquierda, buena parte de la cual había combatido en la resistencia antigermana. Muchos
de los colonos habían favorecido el régimen de Vichy quieran acérrimos antisemitas (De hecho
los únicos que habían defendido los derechos de los judíos en tiempos de la dominación francesa
habían sido los musulmanes argelinos). sin embargo, enseguida se tildó de 2nazis” a los
mahometanos que pedían la emancipación de Argelia o la igualdad. Era como pretender ver en
las exigencias independentistas de indonesios y vietnamitas la manifestación de una conjura
fascista nipona, aunque permitía a las autoridades coloniales liberales adoptar medidas severas
contra ellos.

En Argelia en las zonas afectadas por la hambruna que lindaban con la ciudad de Sétif, al
noreste del país, había ido aumentando la intensidad de la violencia. Los colonos se enfrentaban
con los nómadas; los aldeanos expulsaban de sus pueblos a los agentes de policía en pago a su
arrogancia; los jóvenes europeos de derechas se mofaban de los mahometanos argelinos
gritando: Vive Petain! O Vive Hitler! Y la gendarmería cargó contra una multitud musulmana que
deseaba participar en la manifestación del Primero de Mayo.

Sétif, Dentro de la agitación islamita y el nacionalismo argelino, era donde más se podía
esperar que estallase la violencia seria. el 8 de mayo los franceses decidieron celebrar la victoria
aliada sobre Alemania con toda la pompa patriótica imaginable. Primera hora de la mañana se
reunieron ante la mezquita principal musulmanes y musulmanas de todas las edades
mayoritariamente gente del campo. Algunos varones llevaban dagas tradicionales bajo la chilaba
y otros iban armados con pistolas. Los dirigentes de los AML (Amis du Manifest et de la Liberté)
La organización mahometana defensora de la igualdad de derechos, aseguraron a las
autoridades que no se trataba de una manifestación política y que no habría pancartas
nacionalista.

Congregándose unas 3000 personas situándose en la avenida de Georges Clemenceau a fin


de depositar una corona de flores en el monumento a los caídos de la guerra y pese a las
promesas de los AML, hubo nacionalistas que desplegaron pancartas en las que se leía
“queremos los mismos derechos que vosotros” . Cuando los agentes de cierto control de
carretera vieron una que decía “¡viva la independencia argelina! todos dejaron en arrancársela
de las manos al desdichado portador y matarlo en el acto. El paisanaje francés, como si hubiera
guardado aquel preciso instante, abrió fuego contra la multitud con metralletas de sus padres y
desde los ventanales del Café de France. murieron una veintena todos de manifestantes. Los
demás corrieron a las diversas bocacalles si se sirvieron de sus armas blancas y de fuego para
atacar a los europeos. El dirigente comunista Albert Denier recibió tantos cortes en las manos
que fue necesario amputárselas.

La noticia de los manifestantes muertos llegó enseguida a los pueblos. La venganza fue brutal.
Los colonos franceses huyeron hacia las comisarías locales. Cuando los atrapaban, los agresores
los mutilaban con cuchillos, les cortaban los pechos o les metían sus propios genitales en la boca.
en 3 días mataron a un centenar de europeos. En lugar de hacer un llamamiento a la calma, el
gobernador general socialista, Yves Chataigneau, solicitó la ayuda de diez mil soldados de
Marruecos, el África occidental y unidades de la legión extranjera. Pretendía dar a los sublevados
una lección de cómo se vengaba la muerte de los ciudadanos franceses.

Los colonos formaron cuerpos de milicia y comenzaron a atacar a la población local se hizo
regresar de Alemania a 1 de los regimientos de infantería más inflexibles conformado por
soldados argelinos a los que destinaron a las regiones rurales a fin de dar caza a sus
compatriotas. A finales del mes de julio los campos de la región habían quedado sumidos en un
silencio pétreo. Sus municipios han sido durante semanas bombardeos procedentes de aviones
y cruceros y sus habitantes habían sido detenidos a miles en muchas ocasiones para torturarlos
y ejecutarnos. Aunque se desconoce el número exacto de argelinos muertos hay quien sostiene
que ascendió a 30000. El asesinato trajo aparejados actos de humillación como la recuperación
de la práctica decimonónica consistente en obligar a los nativos a participar en una ceremonia
de sumisión a sus conquistadores. Miles de campesinos famélicos, incapaces de soportar una
bomba más, hubieron de arrodillarse ante el pabellón tricolor y suplicar clemencia en tanto que
a otros los arrojaron al suelo para que gritasen “Somos judíos. Somos perros. ¡Viva Francia!”El
propio general De Gaulle, sabía bien que las matanzas de poblaciones nativas constituían una
Mancha bochornosa en el honor de la France Éternelle que con tanto denuedo había resistido
ante la amenaza nazi conforme a la mitología oficial. Los sucesos de Sétif y sus aliados quedaron
cubiertos por un tupido velo oficial durante varios años.

Los franceses de saigón entendieron como una advertencia relativa a lo que les podía ocurrir
si no sofocaban pronto las aspiraciones independentistas de los vietnamitas. muchos seguían
recluidos en cárceles japonesas. Los del viet Minh no dejaban de recibir o tomar han más niponas
e incluso oficiales de Japón se unieron a ellos por convicción o por necesitar un lugar en que
ocultarse de quienes pretendían juzgarlos por graves crímenes de guerra. Los propósitos
imperiales de los franceses no gozaban de popularidad entre los estadounidenses, aunque los
chinos, metidos aún a los nacionalistas de Chiang kai-chek, no tenían gran cosa que objetar a la
dominación francesa de indochina. Los únicos que se hallaban a su favor eran los británicos.

La violencia tumultuaria estalla a menudo con un rumor y es lo que ocurrió el 20 de


septiembre en Hanói, cuando se comenzó a hablar de una confabulación francesa concebida
para recuperar el poder sobre la región con ayuda de los integrantes vietnamitas de la policía
colonial francesa. a fin de frustrar sus oscuros designios se echaron a la calle miles de vietnamitas
con cuchillos, danzas y machetes para registrar las viviendas francesas y abusar de cuántos
colonos se toparon con ellos. En su mayoría, los soldados nipones se limitaron a mantenerse a
la espera.

Cuando al fin se desató la violencia no fue en Hanói, sino en Saigón. El primer signo de la
gravedad de la situación tuvo un parecido notable con lo ocurrido en Argelia. El 2 de septiembre
se congregaron en dicha ciudad cientos de miles de vietnamitas o namitas, conforme a la
denominación de la prensa occidental muchos de ellos procedentes de las áreas rurales a fin de
oír la declaración de independencia de Ho Chi Minh retransmitida por radio desde Hanói.
Aquella misma mañana, los jóvenes habían hecho una manifestación a las puertas de un
campamento militar en el que seguían internados soldados franceses estos habían respondido
a las befas de aquellos gritando insultos y cantando la marsellesa. Debido a un problema técnico,
argentino le fue imposible escuchar el discurso de Ho Chi Minh en la radio, y las sospechas de
sabotaje francés lo irritaron aún más. Al llegar a la catedral, se oyeron disparos apoderándose
el pánico de la turba que convencida que eran los franceses quienes habían hecho fuego,
atacaron a cuántos vieron a su alrededor. Matando, saqueando y maltratando.

Los franceses atribuyeron a los provocadores vietnamitas la culpa de las descargas que
causaron tal desbarajuste y lograron dos semanas después persuadir al general británico
Douglas Gracey de que había llegado la hora de expulsar a los nativos de las comisarías de policía
y los despachos públicos y de volver a dar armas a los de Francia. El Reino Unido ofreció un gesto
de solidaridad colonial haciendo lo que se le pedía, el 23 de septiembre se había restablecido el
orden en Saigón. Humillación y la impotencia que se habían experimentado a lo largo de
semanas meses y años convirtieron las celebraciones del triunfo galo en un desenfreno de
violencia: fueron entonces los vietnamitas quienes sufrieron la ira de la muchedumbre.

la venganza no tardó en llegar: al día siguiente los nativos de Vietnam irrumpieron en las
casas francesas y atacaron a sus habitantes. Los combates que enfrentaron a británicos
franceses y japoneses contra vietnamitas duraron poco menos de 2 meses algunos de los de
Japón se pasaron al bando de estos últimos. La lección Extranjería de Francia incluya en sus filas
a alemanes que habían batallado contra los aliados en el norte de África y quizá también a algún
antiguo integrante de la SS. En las prisiones se torturó a miles de vietnamitas, a quienes se
condenó a severas penas de cárcel y aún a muerte tras “juicios” que apenas duraban 5 minutos.

En 1949, Vietnam del Sur logra la independencia con capital en Saigón y en la región
septentrional en el 1954, se reconoció a las comunistas de Ho Chi Minh el Gobierno de la
República Socialista de Vietnam del norte, cuya capital se hallaba en Hanói.

La paz eterna es una utopía.


Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Tema 7. Los combatientes y la


población civil
Estados Unidos y Vietnam no solo están enormemente distanciados
geográficamente hablando, sino, sobre todo, “psicológicamente” hablando. Por
tanto, cabría preguntarse, ¿cómo aguantaron aquella guerra los tres millones
de soldados estadounidenses que fueron destinados a Vietnam entre 1961 y
1972? En un primer momento, la mayoría llegaron en buques o aviones
militares, pero, alrededor de 1966 casi todos lo hicieron en líneas aéreas
comerciales. La mayoría llegaron como reemplazos individuales, sin conocer
exactamente dónde lucharían, ni con quién y, en casi todos los casos, sin
saber absolutamente nada del porqué lucharían, ya que no conocían nada
de los vietnamitas, ni de su cultura, ni de sus costumbres. Hay que imaginar el
contraste entre esos aviones que les transportaban, con su aire
acondicionado, y su llegada a la selva del Sudeste asiático. Muchos de ellos
nunca habían salido al extranjero…

Hasta la mitad de la década de los sesenta, la administración


norteamericana encubrió su participación en la guerra como si de una
“asesoría” se tratase. Años después, y a pesar del aumento de bajas, cuando
se hizo imposible ocultar la muerte de tantos soldados, estos viajaban a
Vietnam como quien iba de vacaciones al trópico. Ni tan siquiera portaban
armas. Por detrás, se ocultaba un enorme gasto en logística para vestir,
alimentar y armar a las tropas, no solo estadounidenses, sino las de Vietnam
del Sur, así como los medios para llevarlas de un lugar de combate a otro, lo
que suponía entre otras cosas que cientos de buques de gran tonelaje
atracaran en los puertos vietnamitas. Estados Unidos construyó seis puertos,
decenas de aeródromos, así como cientos de bases, polvorines y plataformas
para el aterrizaje de helicópteros. La cantidad de material fue tan asombrosa,
que solo el excedente en 1968 se calculó en más de dos millones de toneladas.

Por contraste, para los vietnamitas su país era un verdadero campo


de batalla. Esto era particularmente cierto en el Sur, al ser el teatro de la
mayoría de las operaciones de guerra, ya que todas sus provincias soportaron
enfrentamientos armados, bombardeos y ocupación militar. Al terminar la
guerra más de la mitad de sus aldeas habían sido destruidas. Algunos
survietnamitas –de uno u otro bando– lucharon en sus zonas, incluso en sus
propias casas, mientras otros fueron enviados lejos de sus hogares. Millones
de civiles vieron sus hogares arrasados o quemados, y tuvieron que
trasladarse a ciudades y campos de refugiados. La guerra supuso el desarraigo
de mucha gente de su tierra y de sus familias.

1
Juan José Martín García. Universidad de Burgos

1. Cifras y esfuerzos abrumadores

En el caso del Norte, la guerra fue prioritariamente aérea, en forma de


bombardeos de la aviación o de los helicópteros estadounidenses. El total de la
sociedad se movilizó para defenderse y para apoyar la guerra terrestre del Sur.
Los recursos del Norte –fábricas, armas, logística, etc.– se dispersaron a fin de
reducir los efectos de los bombardeos. Los niños fueron evacuados y las
aldeas y ciudades organizaron fuerzas de autodefensa y unidades antiaéreas.
Para ellos, el objetivo final de la unificación nacional suponía vencer en el
Sur, zona a la que se referían como “el frente”. Cientos de miles de
norvietnamitas sufrieron experiencias extenuantes, no solo por la propia guerra,
sino en la construcción de caminos, puentes, etc. que les condujesen al Sur,
amenazados por la malaria, los ataques aéreos y la falta de comida. Los
movimientos de tropas se hacían a pie. El viaje era agotador y peligroso y
duraba casi medio año. En la guerra murieron muchos más norvietnamitas que
estadounidenses.

Evolución del envío de tropas estadounidenses a Vietnam, 1964-1968


(1964=100)

Año Número de soldados Porcentaje


1964 23.000 100
1965 185.000 804,35
1966 385.000 1.673,91
1967 465.000 2.021,74
1968 536.000 2.330,43

Para realizar todos estos caminos que posibilitaron la llegada de las


tropas desde el Norte hasta el Sur, el gobierno de Hanoi contó con miles de
trabajadores laosianos e ingenieros rusos, chinos y coreanos. La red
continuó creciendo a pesar de los sistemáticos bombardeos estadounidenses.
Durante los últimos años de la guerra, Vietnam del Norte ensanchó y asfaltó
muchos tramos de carretera, construyendo incluso un oleoducto de norte a sur.
Al finalizar, la red de carreteras comprendía más de quince mil kilómetros.
Hasta Vietnam llegaban abastecimientos desde la Unión Soviética, China y la
Europa del Este, la mayor parte por barco –excepto los materiales chinos– por
valor de millones de dólares. Aunque la imagen transmitida posteriormente
por el cine es la de una simple guerra de patrullas en la selva, con
emboscadas aisladas, la realidad es que se trató de una guerra global,
basada en grandes operaciones y en un enorme desarrollo logístico.

2
Juan José Martín García. Universidad de Burgos

2. Una guerra sin declarar

El 4 de agosto de 1964, el presidente Lyndon Johnson anunció por


televisión: “A las agresiones terroristas contra aldeas pacíficas de Vietnam del
Sur, se ha sumado una agresión en alta mar contra Estados Unidos”. En la
intervención Johnson explicaba el ataque de patrulleras de Vietnam del Norte a
dos destructores estadounidenses. Unos días más tarde pidió al Congreso que
aprobara una resolución que le diera el poder para evitar cualquier ataque
armado, a la que solo se opusieron dos senadores. Aunque no fue una
declaración de guerra, Johnson empleó la llamada “Resolución del Golfo de
Tonkín” como un cheque en blanco para reforzar la presencia militar en
Vietnam.

Lo que no sabía la opinión pública es que Johnson había mentido


sobre los ataques norvietnamitas, y que era precisamente el régimen del norte
quien había sufrido intervenciones norteamericanas desde 1961 sin que
hubiera provocación previa. Incluso, la Resolución del Golfo de Tonkín, se
había redactado dos meses antes de que sucediese el supuesto ataque.
Johnson quería evitar una declaración de guerra formal por el intenso debate
que traería aparejada y, a su vez, tener las manos libres para intervenir. En la
decisión también tuvieron que ver las elecciones presidenciales, ya que los
republicanos achacaban a Johnson falta de carácter ante las
intimidaciones comunistas. Con la Resolución aprobada, el presidente
quedaba ante sus ciudadanos como un hombre de paz. “No vamos a enviar a
nuestros muchachos a quince mil kilómetros de casa para que hagan lo que los
asiáticos deberían hacer por su cuenta”, declaró.

En marzo de 1965, pocos meses después de vencer a los republicanos,


Johnson lanzó la denominada “Operación Trueno Arrollador”, mediante un
bombardeo continuado sobre Vietnam del Norte, e inició el despliegue de
tropas de combate en el Sur. En junio, los bombarderos B-52 comenzaron a
arrojar 27 toneladas de explosivos por misión. Como hemos visto en el
cuadro anterior el número de soldados fue aumentando progresivamente hasta
cifras impresionantes. Eufemísticamente, Johnson no hablaba de guerra sino
del “apoyo a un aliado” o, incluso, de “búsqueda de la paz”. No obstante, a
pesar de la escalada no bombardeó más allá del paralelo 20, ya que se
acordaba de la Guerra de Corea, en la que China envió en 1950 a 300.000
soldados, y no quería volver a pasar por el mismo peligro potencial.

Durante aquellos años, el gobierno estadounidense expresó


constantemente su optimismo con respecto al triunfo final, aunque, en
privado, las opiniones eran otras, ya que comprobaban día a día que el
Vietcong no se iba a rendir. El coste de la guerra detraía recursos de los

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

gastos sociales y de las reformas económicas, pero Johnson creía que la


participación era inevitable, aunque se temiese no ganar. También pensaba
que una retirada sería interpretada por la comunidad internacional como
una muestra de cobardía y debilidad. Y todo ello, pese a que sus esfuerzos
se concentraban en la política nacional, principalmente en el desarrollo de los
“derechos civiles” y la “guerra contra la pobreza”.

3. Convicción frente a confianza

Aunque los norteamericanos estaban convencidos de que había que


ganar políticamente la guerra para ganarla militarmente, la práctica fue por
otros derroteros. Para evaluar el éxito de la guerra no se trataba de ver quién
mataba más enemigos o quién controlaba más territorios, sino quién tenía más
legitimidad política y moral a ojos de los ciudadanos vietnamitas. En el fondo,
los comunistas vencieron porque se ganaron la confianza de mayor
número de personas que el gobierno de Saigon, apoyado por los Estados
Unidos.

Por otro lado, la orografía del país fe decisiva para la supervivencia y


efectividad del Vietcong. La vasta jungla, las montañas, y las exuberantes
tierras bajas proporcionaban una protección inmejorable frente al arsenal
norteamericano y sus tropas aerotransportadas. En sus invisibles reductos
naturales, los comunistas descansaban, se reagrupaban, curaban a sus
heridos y preparaban nuevas operaciones militares. La niebla, los enormes
barrancos y la densa selva, servían de perfecto escondite para sus tropas.

La opinión pública estadounidense alardeaba de que los helicópteros


aplastarían al Vietcong. Sin embargo, y a pesar de las operaciones
convencionales que se lanzaron contra los norvietnamitas, el terreno siguió
siendo trascendental, lo que hacía caer en continuas emboscadas a los
soldados norteamericanos. A ello se unió la voluntad de combate de las tropas
norvietnamitas en numerosas batallas, no solo en las escaramuzas. En batallas
como la de Ia Drang los norteamericanos sufrieron trescientas bajas, mientras
que sus enemigos tres mil. Sin embargo, los mandos militares también se
equivocaron pensando que vencerían tras una guerra de desgaste. El
gobierno estadounidense pensaba que matar un gran número de
enemigos era la única vía para la victoria por su desmoralización.

Sin embargo, esto no sucedió. A pesar de las incontables operaciones


de “búsqueda y destrucción” en las zonas rurales, los norvietnamitas
continuaron en pie. Además aprendieron que las batallas largas de grandes
unidades no les convenían, por lo que se hicieron cada vez más escurridizos.
Desde entonces, combatieron a los norteamericanos mediante ataques
rápidos cuerpo a cuerpo. Con ello disminuían también la efectividad de los

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

ataques aéreos. Esta táctica les permitió decidir el momento, el lugar y la


duración de la mayoría de los enfrentamientos. Los grandes combates a partir
del desastre de Ia Drang, fueron una excepción.

4. Diferencias sociales allí y aquí

Normalmente, en la guerra, en función de la gravedad de sus heridas y


de los recursos disponibles –por lo común, limitados–, si hay un gran número
de heridos se suele dejar de lado a los agonizantes y priorizar a quienes tienen
mayores posibilidades de supervivencia. Además, se establecen otras
“prioridades”. En los hospitales de campaña estadounidenses se atendía con
preferencia a los soldados de esa nacionalidad, no solo con respecto a los
soldados norvietnamitas, sino con respecto a los aliados survietnamitas y a los
civiles.

Los niveles de peligrosidad eran establecidos por multitud de factores.


Como en todas las guerras no era lo mismo estar en primera línea de fuego o
avanzar hacia el enemigo, que situarse en la cómoda retaguardia. El primer
“nivel” que había que superar en el caso de los Estados Unidos era el
“Sistema de Servicio Selectivo”, que se creó en 1948 como el primer servicio
militar obligatorio en tiempo de paz de la historia de este país. Con este
Sistema no se pretendió cubrir todas las necesidades de personal del ejército,
ni se concibió como un sistema aleatorio para el reclutamiento. En los primeros
compases de la Guerra Fría, la intendencia militar pensó que una potencia
nuclear y altamente industrializada como los Estados Unidos no
necesitaba una movilización masiva como la que tuvo lugar durante la
Segunda Guerra Mundial. Una guerra nuclear no necesitaba soldados, y la
superioridad bélica y tecnológica, supliría las contingencias de los conflictos
limitados, como al parecer sería el de Vietnam.

La mayoría de los varones estadounidenses eludía el servicio militar. Por


lo general, a Vietnam fueron conducidos jóvenes de familias obreras,
mientras que a los más privilegiados se les animaba a proseguir su formación.
El estar matriculado a tiempo completo, facilitaba la concesión de prórrogas a
los estudiantes de clase alta. Los blancos sanos y con buenos contactos,
tenían más posibilidades de evitar Vietnam y ser asignados a la reserva.
Aunque los “tests de inteligencia” de las fuerzas armadas habían dejado fuera
en otro tiempo a muchos hombres sin formación, cuando aumentaron los cupos
de reclutamiento se redujeron los requisitos. Por otro lado, en muchos
ambientes obreros se veía el servicio militar como un deber, un rito de paso a
la madurez aceptado sin oposición, como el ingreso en la Universidad para
los hijos de los más ricos. Resumiendo y, a grandes rasgos, un tercio de los

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reclutas fueron “voluntarios”, otro fueron “voluntarios inducidos” y, el último,


“reclutas obligados”.

Existe una cifra muy significativa. De los cerca de 60.000 soldados


estadounidenses muertos en Vietnam, más de diez mil entraron en la
clasificación de “no debidas al combate”. Además, el 89 por ciento eran
reclutas o suboficiales. Por otro lado, hubo más de 300.000 heridos. Sin las
rápidas evacuaciones en helicópteros hasta los hospitales de retaguardia la
cifra de muertos hubiera aumentado considerablemente. Por su parte, en el
ejército survietnamita hubo unos 224.000 muertos y más de un millón de
heridos. Peor les fue a los comunistas del norte, con 1.100.000 muertos y
más de 600.000 heridos. En estas cifras tuvo mucho que ver la falta de
tratamiento en hospitales preparados. Existe una nebulosa en torno a las cifras
de los civiles muertos, donde las mayores proporciones, teniendo en cuenta
que muchos hombres estaban movilizados, las sufrieron mujeres, niños y
ancianos. Se estima que el número aproximado de civiles muertos fue de
2.000.000 de personas. En total se calculan entre 4 y 5 millones de muertos,
de los que un 1,3% aproximadamente fueron estadounidenses.

5. Aguantar durante un año

La política de los mandos estadounidenses era la de que sus soldados


se planteasen el servicio en Vietnam como el de “aguantar” durante un año.
Parecía irrelevante si comprendían o no las causas de la guerra, o si
apoyaban los objetivos finales de la misma, o estaban comprometidos con
una causa justa y digna o no. Quizás, las comodidades materiales de estos
soldados permitiesen afrontar el día a día, pero la moralidad y la justicia de las
acciones era un aspecto poco cuidado. Muchos soldados estuvieron
obsesionados por el paso de esos 365 días –que iban tachando con fruición en
los calendarios–, depositando sus esperanzas en el cumplimiento de esos doce
meses ya que en otras cuestiones relevantes no podían confiar en
absoluto. En las bases de retaguardia se podía comer bien, ducharse con
agua caliente, comprar cualquier cosa en los economatos, tomar una
cerveza por diez centavos o ver series de televisión.

Por contra, la vida de los soldados norvietnamitas y del Vietcong era


muy diferente. Pasaban años seguidos en la selva en condiciones muy
duras. Una de las peores, la falta de comida. Y no solo los soldados. La
población solo disponía de medio kilo de carne al mes. Sin embargo, su
resistencia fue feroz y sorprendió a los mandos norteamericanos. A pesar del
agotamiento que suponía un conflicto tan largo, la motivación y el
compromiso con la causa de la expulsión del invasor y la reunificación
del país, les dio fuerzas para continuar.

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Por su parte, los dirigentes comunistas pensaban que la política no solo


se debía basar en discursos propagandísticos, sino en otros muchos esfuerzos
de organización, destreza en las batallas y reclutamiento de hombres en el
sur. Entre otros mecanismos se utilizó el arte y la cultura para reforzar la moral
de las tropas. Las unidades de combate incluían cantantes, músicos, pintores,
escritores, actores, etc., quienes convivían con los soldados e incluso
combatían, aunque su función principal era la de inspirar a los soldados. Como
“respuesta” un tanto “desconcertante”, los estadounidenses contaron con
actuaciones de artistas como Bob Hope, Joey Heatherton, Ann Magret, etc.,
que ofrecieron espectáculos masivos y puntuales ante miles de soldados.

La imagen de contraste entre las dos sociedades implicadas es clara.


Mientras en el interior de la selva asiática los soldados norvietnamitas
escuchaban folclore nacional, o apreciaban la obra de un “artista soldado”, en
el interior de los Estados Unidos, sobre todo triunfaban artistas que giraban en
torno al movimiento contra la guerra, como pudo ser el caso de Joan Baez, o
se leían periódicos alternativos antibelicistas.

6. Y como respuesta, la devastación de los bombardeos

Estados Unidos gastó más de la mitad de los 200.000 millones de


dólares que costó la Guerra de Vietnam en operaciones aéreas. Todos los
días, durante más de diez años, el cielo se cubría con centenares de aviones –
AC-47, A-1, B-52, etc.– que disparaban balas, soltaban miles de litros de
napalm, o dejaban caer toneladas de explosivos. Entre 1962 y 1973, Estados
Unidos arrojó sobre Vietnam, Laos y Camboya, ocho millones de toneladas
de bombas y 86 millones de litros de defoliantes. Pensaban que el dolor y la
devastación provocarían la rendición. Algunos políticos pensaban que, si no se
aplastaba la voluntad enemiga, al menos se destruiría su capacidad bélica. Sin
embargo, tras cada escalada en los bombardeos, se demostraba la capacidad
de resistencia y movilidad de los vietnamitas. Aunque los mandos
reconocían de puertas adentro que a pesar de los masivos bombardeos no se
lograba desalentar ni derrotar al enemigo, insistían en que eran necesarios
para mostrar el enorme poderío militar, no solo a su enemigo, sino a sus
aliados y al resto del Mundo.

Además, la mayoría de las bombas cayeron sobre Vietnam del Sur,


ya que cerca del 75 por ciento de las misiones, tuvieron lugar en su territorio,
lanzándose cuatro veces más bombas que en Vietnam del Norte. Muchas de
aquellas misiones, se presentaban eufemísticamente como apoyo a las fuerzas
de tierra. Helicópteros y aviones ametrallaban, bombardeaban y lanzaban
napalm a las posiciones enemigas antes de que se produjese el ataque. Por
ejemplo, en 1967 hubo una media de 800 ataques diarios en este sentido.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Lógicamente, la mayor parte de muertos y heridos eran civiles de aldeas


que, aunque sobreviviesen tras el paso de aviones y helicópteros, veían sus
tierras y propiedades totalmente destruidas. Sin duda, Vietnam del Sur ha
sido el país más bombardeado en toda la Historia.

Los bombardeos eran indiscriminados, produciendo miedo, terror y


sufrimiento. Sin embargo, lejos de aplastar la fuerza de combate de los
vietnamitas, contribuyeron con mayor rotundidad a acrecentar el odio hacia
los estadounidenses. Y todo ello sin necesidad de propaganda comunista.
En el sur, se vivía con la contradicción de ser bombardeados por los teóricos
aliados. Por otro lado, los bombardeos no tuvieron la eficacia que podrían
haber tenido en un país industrializado. Los recursos humanos y económicos
estaban tan descentralizados que la destrucción de un objetivo no repercutía
en el conjunto. Incluso sucedió esto cuando se destruyó la mayor parte de la
capacidad eléctrica del enemigo. Estas operaciones tampoco destruyeron las
vías de penetración de los norvietnamitas en el sur ya que, por más caminos y
puentes que se desbaratasen, los comunistas encontraban enseguida una
alternativa o construían rápidamente otras infraestructuras de manera
provisional.

A pesar de ser bombardeos masivos y devastadores, siempre


encontraban resistencia, bien con pequeñas armas de fuego, bien con artillería
antiaérea. Así fueron derribados unos dos mil helicópteros, además de
otros dos mil quinientos que se perdieron o tuvieron fallos mecánicos. De
hecho, se perdieron cerca de nueve mil aviones, y murieron tres mil
quinientos tripulantes estadounidenses de las fuerzas aéreas. Por otro lado,
en el norte los sistemas de defensa antiaérea fueron cada vez más
sofisticados, abastecidos como estaban por la Unión Soviética y China, con
misiles tierra-aire SAM, y aviones de caza MiG.

7. Prisioneros, periodistas y cine

En Vietnam hubo menos prisioneros estadounidenses que en cualquier


otra guerra del siglo XX. No llegaron a mil, mientras que en Corea fueron siete
mil y en la Segunda Guerra Mundial, 130.000. Solían ser pilotos de unos
treinta años, de clase media y con estudios universitarios. La gran mayoría de
prisioneros de la guerra fueron vietnamitas. En 1973, Vietnam del Sur tenía
40.000 prisioneros del Vietcong y de Vietnam del Norte, cifra que, si se
amplía a los presos políticos, alcanzaría los 170.000. La prisión no afectaba
solo a los presos, sino también a sus familias, que intentaban facilitarles
comida y vestido. Después de la guerra, la República Socialista de Vietnam,
trasladó a un millón de antiguos enemigos a los llamados “campos de

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reeducación”, donde se les sometió a un intenso adoctrinamiento político y a


trabajos forzados.

Para los vietnamitas, la guerra era una “guerra total”. Todos los
aspectos estaban impregnados por la misma, desde el trabajo a la vida
cotidiana, pasando por el arte, la literatura, la música, la educación, etc. Sin
embargo, para los estadounidenses, la guerra, dependiendo de la situación de
cada uno, era limitada e ilimitada, lejana u omnipresente. Para la mayor parte
de la población norteamericana era una experiencia ajena. No hubo una
movilización general o un espíritu de sacrificio, como sí había ocurrido
durante la Segunda Guerra Mundial. La guerra de Vietnam, sobre todo
cuando se confirmó su prolongación, generó una intensa preocupación en la
sociedad.

La presencia masiva de los medios de comunicación hizo que se la


empezase a denominar como “la guerra de la sala de estar”. Para muchos, la
difusión diaria de imágenes espantosas socavó el apoyo de la población o,
como mínimo, llevó a mucha gente a plantearse si valía la pena el empeño.
Aunque las versiones extremas culparon a los medios de comunicación de la
derrota estadounidense, la mayoría de los informes periodísticos se basaban
en fuentes oficiales, y la mayor parte de los grandes medios apoyaron los
objetivos gubernamentales. De hecho, no se mostraron en directo acciones
de guerra, sino que las imágenes pasaban varios filtros antes de su emisión
en los Estados Unidos. Y aunque el escepticismo sobre la marcha de la guerra
creció progresivamente, los reportajes sobre el conflicto disminuyeron
significativamente entre 1969 y 1975.

No obstante, millones de estadounidenses buscaron fuentes


alternativas de información a los principales medios y canales. Surgieron
cientos de periódicos con caricaturas subversivas y notas de agencias
“clandestinas”. También hubo decenas de periódicos editados por los propios
soldados, que contradecían los argumentos oficiales. En ellos se contaban
historias que raramente salían en los medios oficiales, como el uso de armas
químicas y antipersonales, las atrocidades cometidas por los soldados, las
insumisiones y deserciones de la tropa o los partes del enemigo.

A pesar de todo, la guerra de Vietnam fue un tema bastante inaccesible


en todos sus recovecos, sobre todo respecto a las verdaderas características
del enemigo. A ningún periodista estadounidense se le permitió informar sobre
lo que sucedía tras las filas enemigas. Aunque la guerra dominaba los titulares
de periódicos y llenaba de manifestantes las calles, estaba ausente de la
cultura popular, de las películas, novelas y programas de televisión no
informativos. Solo tras finalizar la guerra esta situación dio un importante
cambio. Tan solo la película “Boinas verdes”, protagonizada por John Wayne,
se rodó durante aquellos años, en contraste con lo sucedido durante la

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Segunda Guerra Mundial, donde se rodaron decenas de ellas. Eso sí, desde
finales de los años setenta, la memoria colectiva sobre la guerra de Vietnam se
ha visto mediatizada por las películas de Hollywood. Desde “Apocalypse Now”
(1979), hasta “Platon” (1986), pasando por “La chaqueta metálica” (1987) o
“We Were Soldiers” (2002), hay un fenómeno de “películas de la guerra de
Vietnam”, aunque en ellas tan solo se han mostrado las vivencias de los
soldados estadounidenses.

8. La Ofensiva del Tet

El 31 de enero de 1968 más de ochenta mil soldados comunistas


lanzaron un ataque sorpresa y coordinado en las principales ciudades del país.
Con la “Ofensiva del Tet” comenzó el ataque más sangriento y extenso de la
guerra, intensificándose el debate sobre la eficacia de las acciones
estadounidenses en Vietnam. A pesar de las advertencias de la inteligencia, los
mandos no dieron importancia a la capacidad de los norvietnamitas. Varias
maniobras de distracción supusieron el avance de tropas hacia el sur al objeto
de provocar un levantamiento de la población que destituyera el gobierno de
Saigón y obligara a los Estados Unidos a retirarse. Para los intelectuales del
bando comunista sería la última etapa de la lucha revolucionaria.

Unos meses antes, los políticos estadounidenses y los mandos militares


aseguraban que se estaba tomando el control de la situación, que el enemigo
titubeaba y que el final estaba cerca. Sin embargo, la “Ofensiva del Tet” hizo
posible que el Vietcong llegase a penetrar en todas las zonas del país,
incluso en la embajada estadounidense en Saigón. Así, en Hue, antigua ciudad
imperial, los marines tuvieron que combatir casa por casa durante casi un mes
para retomar el control de la situación.

Los norvietnamitas habían masacrado miles de civiles durante la


“Ofensiva Tet”, asesinados con las manos a la espalda y enterrados en
fosas comunes. La opinión pública norteamericana se acabó de convencer de
la imposibilidad de la victoria. En todo caso, se empezó a hablar de un punto
muerto. La contraofensiva estadounidense, causó decenas de miles de
bajas entre los norvietnamitas. Sin embargo, ni mucho menos hubo un
control del país, despertando muchos interrogantes sobre la continuidad de
las tropas estadounidenses. Por primera vez, los políticos empezaron a creer
que tenían que encontrar la manera de desacelerar la guerra y plegar velas.

9. El caso My Lai

En diciembre de 1969, la revista “Life” mostraba una serie de fotografías


en las que los soldados de la Compañía Charlie, I Batallón, 20ª División de
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Infantería, asesinaron a unos quinientos civiles vietnamitas en My Lai, una


pequeña aldea de la provincia de Quang Ngai. Se trató de una lenta masacre
que se prolongó durante varias horas. Los soldados norteamericanos no
habían recibido ni un solo disparo de fuego hostil. Sin embargo, los mandos
recogieron en su informe que habían muerto en combate 128 miembros del
Vietcong. La mentira del ejército duró medio año, pero después la vergüenza
se descubrió. Muchos pensaron entonces que los medios tenían una
tendencia antibelicista. Sin embargo, no tuvieron nada que ver en el destape de
la matanza de My Lai. Solo la perseverancia de un veterano de la guerra y de
un periodista “freelance” hizo posible que saliese a la luz.

En Estados Unidos muchos reaccionaron negándolo todo,


asegurando que era una historia inventada o que había sido culpa de los
comunistas. Otros justificaron de la manera que fuera la matanza, diciendo que
“sus chicos” también morían en aquella guerra y por tanto se podían matar
impunemente mujeres, niños y ancianos. Una encuesta realizada por
entonces, señaló que un 65% de los estadounidenses no estaban molestos por
la masacre. No obstante, My Lai resultó un punto de inflexión, como había
sido la “Ofensiva del Tet”. Muchos ciudadanos comenzaron a pensar que la
guerra podía ser injusta e inmoral.

Los relatos de otras atrocidades, mutilaciones, torturas, violaciones y


asesinatos, comenzaron a salir a la luz, concluyéndose que no se trataba de
hechos aislados, sino la consecuencia de una estrategia militar, que enviaba a
jóvenes a destruir a un enemigo que no se podía distinguir de los civiles, y con
la presión añadida de que el éxito se medía por la cantidad de cadáveres
conseguidos. Esta cantidad constituía una especie de “marcador” que se
aireaba por las noches en los informativos, y que daba la medida de lo bien que
se estaba haciendo la guerra.

Un análisis pormenorizado de la estrategia militar reveló que muchas


partes de Vietnam del Sur eran consideradas “zonas de fuego libre”, en las que
cualquier cosa que se moviera era un blanco legítimo y, por tanto,
susceptible de ser disparado o bombardeado, lo que se hacía de forma
rutinaria y aleatoria. El ejército insistía en que “se avisaba” antes de cada
ataque. Con este método, y según las estimaciones más conservadoras, se
desalojaron de sus casas a unos cinco millones de campesinos. La opinión
pública también se enteró de la existencia del “Programa Fénix”, una campaña
de la CIA para destruir la “infraestructura” del Vietcong, que asesinó a miles
de vietnamitas por el simple hecho de ser sospechosos de ser agentes o
colaboradores de la guerrilla.

También se desvelaron los informes sobre las llamadas “jaulas de


tigre”, en las que el gobierno de Vietnam del Sur metía a presos políticos a los
que luego se torturaba mediante métodos inimaginables. Otros veteranos

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dieron cuenta de diferentes brutalidades, como cortar las orejas de los


enemigos muertos, torturar mediante descargas eléctricas salvajes,
envenenar alimentos y manantiales de agua para eliminar a los aldeanos, o
quemar pueblos enteros de forma sistemática.

La excusa de muchos estadounidenses era que los comunistas habían


cometido atrocidades iguales o superiores. Sin embargo, para muchos otros,
este argumento era muy falible, ya que creían en la idea de unos Estados
Unidos más respetuosos con la vida humana, que tenía cierta consideración a
sus adversarios, y que mostraba un comportamiento civilizado.

Periodistas e intelectuales empezaron a poner sobre la mesa la


posibilidad de juzgar estos crímenes como se hizo con los nazis en
Nuremberg, aunque la idea desapareció pronto del debate público. En las
décadas siguientes se corrió un tupido velo sobre el asunto. Sin embargo,
investigaciones posteriores evidenciaron que la masacre de My Lai era
conocida de antemano por al menos medio centenar de oficiales, entre
los que se encontraban incluso generales y que, sin embargo, todos habían
apoyado las maniobras de encubrimiento de la matanza.

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Tema 8. El rechazo a la
guerra

1. El movimiento de los derechos civiles

En su origen, las protestas contra la Guerra de Vietnam presentaron


varios focos, pero quizás el más importante fue el movimiento por los derechos
civiles desarrollado durante los años cincuenta y sesenta. Muchos de los que
luego fueron activistas contra la guerra, participaron en un primer momento en
este movimiento o se vieron influidos por él. Los boicots, las sentadas, las
marchas por la paz y las organizaciones vecinales, entre otras derivadas, que
se estructuraron para acabar con la discriminación racial, fueron unos de los
precedentes más destacados, como experiencia reivindicativa por un lado, y
como desafío a las instituciones políticas y económicas que defendían la guerra
por otro.

Es decir, el movimiento por los derechos civiles, supuso una forma de


hacer frente al poder, planteándose si las declaraciones oficiales tenían
credibilidad o no. Así, si en la Guerra de Vietnam se luchaba por la libertad y la
democracia, como aseguraban los políticos, ¿por qué se negaban esos mismos
derechos a determinados estadounidenses en su propio país? O, incluso, ¿por
qué esos derechos también se negaban a los aliados survietnamitas si,
supuestamente, se estaba luchando en su nombre? A ello se unía el
componente racial que estaba implícito en la guerra, y que ya apuntamos en el
tema anterior, por lo que respectaba a la composición mayoritaria de las tropas,
al que se sumó el racismo latente hacia los asiáticos.

No obstante, la relación entre el movimiento por los derechos civiles y el


movimiento contra la guerra o antibelicista, no siempre fue armoniosa. Algunos
defensores de los derechos civiles no criticaban abiertamente la guerra, ya que
podía ser un motivo poderoso para desviar la atención de la lucha por la
igualdad racial. También podría suponer contrariar a líderes como el propio
presidente Johnson, cuyo apoyo se planteaba como fundamental para que se
aprobaran ciertas leyes que favoreciesen el movimiento por los derechos
civiles.

1
Juan José Martín García. Universidad de Burgos

También, muchos líderes negros creían que el ejército había hecho


mucho más por erradicar la segregación, que cualquier otra institución política
o económica estadounidense, ya que ofrecía oportunidades de “promoción”
profesional y social a los soldados negros, por lo que convenía rebajar las
críticas explícitas hacia una guerra, “en la que luchaban codo a codo con los
blancos”.

Sin embargo, a medida que la guerra se prolongó, aumentaron las


críticas a la permanencia en Vietnam por parte del movimiento de derechos
civiles. Además, se fue comprobando que la cacareada “guerra contra la
pobreza” del presidente Johnson, iba siendo reemplazada únicamente por la
Guerra de Vietnam. Así, Martin Luther King sumó su voz crítica a la de otros
dirigentes negros, como Malcom X, Adam Clayton o Dick Gregory. Se denunció
que los prometidos recursos que irían destinados a las reformas sociales,
estaban siendo desviados a una guerra injusta, y que los enormes gastos en
política exterior, estaban empobreciendo aún más a amplias capas sociales
estadounidenses. Además, en proporción, y como se ha señalado, estas capas
constituían el principal granero de las tropas enviadas a Vietnam. King no podía
conciliar su compromiso con la paz y a la vez apoyar la guerra. Un año antes
de su asesinato en 1968, denunció a su país como, “el mayor generador de
violencia en el mundo”.

Unos años antes, muchos activistas negros ya se oponían frontalmente


a la guerra, como el Comité Coordinador de Estudiantes No Violentos (SNCC),
el partido de los Panteras Negras, o figuras populares como el campeón de los
pesos pesados, Cassius Clay, a quien las autoridades rechazaron su objeción
de conciencia por motivos religiosos -poco antes se convirtió al Islam y cambió
su nombre por el de Muhammad Alí-. Los medios de comunicación le
boicotearon y se le privó de su título de boxeo, además de ser condenado a
cinco años de cárcel. Con el paso del tiempo, muchos cambiaron su inicial
postura crítica hacia Alí.

2. El crecimiento del movimiento antibelicita

Sin duda, la Guerra de Vietnam supuso el surgimiento del mayor


movimiento antibelicista de la historia de los Estados Unidos, a pesar de ser
una nación con una larga tradición de activismo pacifista. En su propio origen,
durante la Guerra de la Independencia Americana, alrededor de un tercio de los
colonos apoyaban a los ingleses o, simplemente, no buscaron la confrontación,
sino que querían mantener una cotidianeidad pacífica.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Años más tarde, Nueva Inglaterra estuvo a punto de separarse de la


Unión por oponerse a la guerra angloamericana de 1812. Después, cuando los
Estados Unidos invadieron México en 1846, hubo manifestaciones de apoyo en
masa, pero tras dos años de conflicto, se empezó a reflejar una creciente
oposición, lo que favoreció la elección de Abraham Lincoln en 1861, que se
había opuesto al conflicto. Posteriormente, durante la Guerra de Secesión
(1861-1865), hubo violentos disturbios y protestas contra el servicio militar
obligatorio, tanto en el norte como en el sur, y uno de cada diez soldados de
ambos bandos, desertaron. También, en la guerra contra España en 1898,
surgieron ligas y asociaciones antiimperialistas que congregaron a centenares
de miles de ciudadanos.

En la siguiente centuria, durante la Primera Guerra Mundial, a pesar de


que el Congreso aprobó leyes draconianas para reprimir las expresiones
antibelicistas, el gobierno declaró como desertores a más de 300.000 hombres,
una cifra más que significativa. Dos décadas después, en la Segunda Guerra
Mundial, significativamente denominada como “la guerra buena” por ser la más
popular de la historia estadounidense, el gobierno encarceló a 6.000 objetores
de conciencia que se negaron a combatir. Por último, cuando se inició la
Guerra de Corea en 1950, en pleno “macartismo”, en el que, como mínimo,
reinaba un ambiente poco propicio a la disensión política, tras medio año de
combates, los sondeos indicaban que el apoyo decidido a la guerra se limitaba
al 40 por ciento de la población.

Aunque en la actualidad se suele calificar a la Guerra de Vietnam como


“impopular”, lo cierto es que en un principio no fue así. Hasta pasados cuatro
largos años de escalada en la presencia militar (1961-1964), más otros tres de
enfrentamientos intensos y progresivamente recrudecidos, la guerra no empezó
a ser cuestionada. Por tanto, el propio movimiento antibelicista fue creciendo a
lo largo de este periodo. Todavía, hacia 1968, el 60 por ciento de la población
se mostraba a favor de continuar el conflicto, mientras que, del cuarenta por
ciento restante, tan solo el veinte propugnaba llegar a la paz. Fue 1968 el año
de inflexión en las posturas, ya que hacia su final, los partidarios de la paz
empezaron a superar levemente a los primeros.

Algunos analistas pensaban que a medida que se intensificaba el


conflicto habría un mayor apoyo. Sucedió justo lo contrario. En abril de 1965,
se congregaron 25.000 manifestantes en Washington. Pues bien, cuatro años
más tarde, el 15 de octubre de 1969, lo hicieron dos millones (algunos hablaron
de hasta cuatro y cinco).

El movimiento antibelicista nunca fue homogéneo, ni tampoco estuvo


organizado de manera centralizada, sino que se diversificó en una gran
variedad de corrientes que provenían de otras reivindicaciones (derechos
civiles, desarme nuclear, justicia económica, activismo religioso, pacifismo,

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

etc.), o que se crearon ex profeso (para muchos fue su primera experiencia


política, además de votar en las elecciones). A medida que transcurrió el
conflicto, al movimiento antibelicista se fueron añadiendo distintos grupos
sociales: estudiantes, miembros del clero, empresarios, amas de casa (que en
muchas ocasiones se correspondían con madres de soldados en Vietnam),
obreros, veteranos de la propia guerra de Vietnam, políticos, etcétera. El
número de grupos y asociaciones antiguerra, creció hasta ser de más de mil al
final de la contienda.

En cuanto a los medios de protesta utilizados, fueron también muy


diversos. Unos recogían firmas contra la guerra, otros escribían cartas de
opinión a periódicos y revistas, otros se dirigían directamente a los congresistas
de la Nación. También había reuniones en las que se analizaba la legislación
en torno a la guerra, se realizaban vigilias silenciosas, o se recorrían los
vecindarios informando sobre el conflicto. Se hacían sentadas para bloquear la
salida de tropas, se llevaban a cabo campañas a favor de los líderes
antibelicistas, se repartían folletos, se quemaban tarjetas de reclutamiento, se
protestaba frente a las empresas armamentísticas, se editaban libros contra la
guerra, o se ocultaba a desertores. También se organizaban huelgas de
hambre, manifestaciones de masas en ciudades y universidades, etcétera.

Cuando se vio que todo este abanico de actividades no servían para


parar la guerra, muchos activistas empezaron a plantearse acciones más
extremas, como la ocupación de oficinas de políticos y poderosos, o incluso
acciones violentas, como incendiar instalaciones, provocar o soportar
enfrentamientos con la policía y los representantes del ejército, etcétera.
Incluso, algunos más ilusos, pensaron en pasar a la clandestinidad con el
objetivo último de derrocar al gobierno…

Por su parte, aunque tanto Johnson como Nixon afirmaron públicamente


que el movimiento antibelicista no influiría en sus decisiones políticas o
estratégicas, les preocupaba -y mucho- que la opinión pública estadounidense
se les volviera en contra. Cuando los “halcones” presionaron a Johnson a
finales de 1966 para que bombardeara Hanoi, hizo en voz alta la siguiente
afirmación: “¿eso no provocaría que quinientos mil estadounidenses
enfurecidos saltaran la valla de la Casa Blanca (…) y lincharan a su
presidente?”.

Frente a las protestas, el gobierno tejió cientos de planes a fin de


infiltrarse en el movimiento, sabotear sus acciones, encarcelar a sus miembros,
difamar sobre los líderes antibelicistas, dividir las distintas facciones que lo
componían, desacreditar las ideas más relevantes en contra de la guerra,
etcétera. Entre todas estas iniciativas, destaca la denominada “Operación
CHAOS”, urdida por la CIA como un programa interno de espionaje ilegal, y
que se desarrolló entre 1967 y 1974. Por su parte, el FBI infiltró a cientos de

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

agentes “provocadores”, con el objetivo de promover acciones violentas, que


“manchasen” a ojos de la población la reputación del movimiento.

No se sabe hasta qué punto estas intromisiones surtieron efecto. Lo que


sí se puede afirmar, es que muchos veían en las masivas manifestaciones y
acciones de distinto tipo, una especie de desmoronamiento de la tradicional
sociedad estadounidense. Para los ojos de mentalidad más conservadora, ello
suponía la pérdida del control de los esquemas más propiamente
norteamericanos, así como una permisividad excesiva por parte de las
instituciones. Los republicanos y la enorme masa social de tipo inmovilista,
opinaban que se había ido demasiado lejos, y que toda una generación se
estaba aprovechando de sus privilegios. Las encuestas mostraban un enorme
rechazo a la guerra. Sin embargo, también mostraban una oposición aún mayor
a las manifestaciones antibelicistas.

En cuanto al tratamiento informativo, el movimiento antiguerra no recibió


una cobertura completa e imparcial, algo que empeoró incluso al finalizar la
guerra. Sus dirigentes fueron condenados al ostracismo, y se mostraron a
menudo como personas revoltosas, consentidas, o frívolas, cuando no
cobardes, presumidos y drogadictos. Según esta visión distorsionada, el mayor
placer de los antibelicistas, era el de escupir a los veteranos de Vietnam
cuando regresaban a casa.

Este estereotipo sobre los miembros del movimiento antiguerra, adobado


de la estética hippie que a ojos de una sociedad tradicional estaba mal vista,
carece de todo sentido. Lo mismo sucede con los propios veteranos de la
guerra, a quienes la televisión y el cine hicieron pasar por asesinos, locos, o
drogadictos o, lo que es peor, las tres cosas a la vez. Aunque, como es natural,
hubo de todo dentro de los grupos antibelicistas, por lo general las mujeres y
hombres que participaron en las protestas contra la guerra de Vietnam, eran
auténticos convencidos de que la solución pasaba por medidas pacíficas. En
ello arriesgaron sus vidas y su situación laboral.

Además, aunque sus protestas fueron vehementes contra el ejército,


supieron diferenciar a la institución y sus mandos, de los simples soldados de
tropa, a quienes veían como auténticas víctimas de la situación. Incluso, una de
las estrategias del movimiento, pasó por establecer alianzas con los veteranos,
aunque los esfuerzos resultaron estériles si tenemos en cuenta que las
diferencias de clase que se mantuvieron en el sistema de reclutamiento, lo
hacían difícil. Era comprensible. Muchos soldados no congeniaban con los
manifestantes, no porque se opusieran a la guerra, sino porque la carga de la
misma, cayó casi siempre del lado de los más desfavorecidos.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

3. El año 1968. Aprovechándose de los males de la guerra

Tras la muerte de J.F. Kennedy en 1963, y hasta el affaire del Watergate


en la década siguiente, los estadounidenses se vieron sobresaltados por una
sucesión de asesinatos, disputas raciales, convulsiones políticas, protestas y
manifestaciones en masa. Cada vez con mayor frecuencia, los acontecimientos
políticos irrumpían a través de la televisión, en la tranquila forma de vida del
país. El trabajo, las barbacoas, los resultados de béisbol, las películas, que
ordenaban una cotidianeidad sin demasiadas alteraciones, se trastocó en una
sucesión de acontecimientos de magnitud histórica, que incidieron en las vidas
y conciencias de toda la sociedad.

Dentro de esta época, el año 1968 fue el crisol de muchas de las


opiniones críticas que recorrían la estructura social estadounidense. Casi todas
las semanas durante este año, se produjeron calamidades inesperadas. El 23
de enero de 1968, una semana antes de la llamada “Ofensiva del Tet” por parte
de Vietnam del Norte, lanchas patrulleras de Corea del Norte capturaron un
buque de la inteligencia norteamericana, el “USS Pueblo”, con 83 tripulantes a
bordo. La respuesta fue la llamada por parte del presidente Johnson, de quince
mil reservistas de aeronáutica, la primera movilización de reservistas desde la
“Crisis de los misiles” de Cuba en 1962. Sin embargo, la crisis en Corea fue
olvidada por los acontecimientos de Vietnam, en claro contraste con lo ocurrido
diez años después, cuando 52 estadounidenses fueron secuestrados en Irán
por los jomeinistas, lo que tuvo ocupada a la prensa nacional durante más de
un año.

En las elecciones, tanto los republicanos como los demócratas,


prometieron acabar con la guerra de Vietnam. Johnson ni siquiera participó en
la campaña, por estar completamente agotado políticamente a causa del
conflicto. El 4 de abril, fue asesinado Martin Luther King, el líder más
importante de la “no violencia” desde Ghandi. El asesinato, lejos de
corresponderse con una cultura de paz, se tradujo en algaradas en cientos de
ciudades, así como en las propias bases militares del país y de Vietnam, con
un resultado final de 46 muertos.

Durante 1968, las protestas contra la guerra continuaron creciendo. El


26 de abril, más de un millón de estudiantes universitarios y de educación
secundaria, no fueron a clase y se manifestaron contra la guerra. Las
movilizaciones continuaron en las semanas siguientes. Los alumnos de la
Universidad de Columbia, ocuparon facultades del campus, protestando contra
el acuerdo de su universidad que había aceptado contratos de investigación
militar. Mil policías tuvieron que acudir a desalojar las instalaciones causando
unos 148 heridos.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Las diferentes opciones políticas, encontraron divergentes soluciones al


conflicto. Mientras los radicales pensaban que el sistema tradicional no
arreglaría nada, los sectores liberales creyeron que el debate entre los
candidatos Robert Kennedy y Eugene McCarthy, podía abrir la posibilidad de
acabar de una vez con una guerra que se había prolongado durante mucho
tiempo. El 5 de junio, R. Kennedy logró una impresionante victoria en
California, mediante una coalición de obreros, minorías étnicas y sociales,
liberales de las clases medias, etcétera. Sin embargo, pocos minutos después
de dar el discurso de su victoria, fue asesinado. Parecía como si todos aquellos
actores principales, que podían poner un “happy end” al drama de Vietnam,
fueran desapareciendo uno a uno de forma violenta.

Tampoco hay que olvidar, que el año 1968 fue extraordinariamente


convulso en todo el planeta. Los levantamientos y protestas estaban
conectados no solo con Vietnam, sino con los sucesos acaecidos en Francia,
donde las huelgas de estudiantes y obreros radicalizados, estuvieron a punto
de derribar al gobierno de Charles de Gaulle. También, en México D.F. la
policía y el ejército mataron a cientos de estudiantes que protestaban contra la
represión del gobierno. Por su parte, en el otro lado del telón de acero,
Checoslovaquia protagonizó un levantamiento contra la dictadura comunista
que fue aplastado por los tanques soviéticos. Los intentos democratizadores,
tuvieron que esperar en la Europa del Este dos décadas más.

A finales de agosto de 1968, anticipándose a las protestas que ya se


venían produciendo meses antes, el alcalde de Chicago convirtió la ciudad en
un “campamento de guerra virtual”, movilizando a la policía y a la guardia
nacional. Sin embargo, los manifestantes no se desanimaron y llenaron las
calles, pero fueron golpeados y rociados con gas. Muchos de aquellos que
hasta entonces habían defendido la guerra de Vietnam, cambiaron de opinión
ante la represión operada en Chicago, y empezaron a hablar de “fascismo
estadounidense”.

Tras el asesinato de R. Kennedy, los demócratas nominaron para la


presidencia a Humbert Humphrey, quien se negó a apoyar tan siquiera una
modesta plataforma por la paz. Por su parte, los republicanos nominaron a
Richard Nixon, un candidato que parecía amortizado tras perder frente a J.F.K.
en 1960. Los republicanos le presentaron como un “nuevo Nixon”, no tan cruel
ni sombrío como ocho años antes, sino un verdadero estadista, moderado y
conciliador. Nixon se comprometió a traer el orden y la unidad nacionales,
sacando provecho de las protestas contra la guerra de Vietnam. Aunque no
especificó cómo lo haría, prometió dar a la guerra, “un final honorable”,
convenciendo a los votantes de que él traería antes la paz que Humphrey.

Este último, quedó rezagado en las encuestas, y comenzó a criticar en


mayor medida la continuidad de la guerra. Unos días después, el gobierno

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

estadounidense suspendía los bombardeos, y anunciaba que se abrían


negociaciones entre Vietnam del Norte y Vietnam del Sur en París. Ante las
novedades que parecían abrir un espacio de paz, el candidato demócrata
recortó distancias en los sondeos.

Sin embargo, este nuevo ímpetu pacificador, acabó cuando el presidente


survietnamita se negó a negociar con los comunistas. Los republicanos
estadounidenses, le habían alentado en secreto para que se negara a negociar
con los norvietnamitas, mediante un intermediario que viajó hasta Saigon para
asegurarle que, con Nixon, estaría más respaldado que con el candidato
demócrata. Nixon ganó las elecciones por apenas medio millón de votos. La
Guerra de Vietnam continuó durante seis años más, matando a otros 25.000
estadounidenses, a otro millón de vietnamitas, y a cientos de miles de
laosianos y camboyanos…

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Introducción.

Pocas guerras, al margen de las dos de carácter mundial, han aparecido más veces en el cine
como la guerra de Vietnam, en buena parte por su influencia en la cultura popular de una
época marcada por grandes cambios sociales en algunas de las potencias internacionales más
influyentes de nuestro mundo.

Las películas que aparecen mencionadas en este libro han sido elegidas bajo unos criterios: por
un lado aquellas que hablan sobre la época colonial de la indochina francesa y la llamada
primera guerra de Indochina; la división del país en dos partes a lo largo del paralelo 17; el
período que marca el inicio de la influencia norteamericana en Vietnam con asistentes
militares; la llamada guerra de Vietnam de 1965 a 1972; la retirada de Estados Unidos y sus
aliados; y la caída de Vietnam Sur y la reunificación bajo el régimen comunista en 1975.
También las guerras que reflejan las consecuencias políticas, sociales, culturales y personales
de la guerra antes, durante y en los años posteriores en las sociedades de todos los países
implicados en el conflicto, tanto en la población civil como militar.

En la línea de conseguir una mejor visión general del conflicto dividimos los capítulos es la
etapa de la guerra en qué se centra cada uno de ellos: Indochina y Preguerra, Entorno y
Sociedad, La Guerra de Vietnam, Posguerra, Veteranos y Consecuencias.

VIETNAM EN EL CINE. EVOLUCIÓN CRONOLÓGICA

Es una opinión generalizada que la del Vietnam fue la Primera Guerra retransmitida por los
medios de comunicación y especialmente por los audiovisuales: la televisión y el cine. Casi
siempre para subrayar la influencia (positiva o negativa) que esa amplia cobertura mediática
tuvo es la opinión pública y en el resultado final de la guerra. En los 80 y principalmente desde
los Estados Unidos, la revolución conservadora de la administración Reagan impulsará la idea de
la culpabilidad de esos medios de comunicación, especialmente la televisión, equiparándolos
con los activistas antiguerra, pacifistas, y políticos incompetentes, todos ellos causantes de no
ganar una guerra en la que teóricamente no se había perdido una sola batalla. Esto eximía de
toda responsabilidad a las teorías geopolíticas que condujeron a al intervención americana en
el sudeste asiático.

Ciertamente, la guerra de Vietnam puede ser considerada como la Primera Guerra que fue
cubierta con amplitud por la televisión. De hecho, la oficina de prensa de Saigón se convertiría
durante esos años en la tercera más importante de los medios norteamericanos tras las de
Nueva York y Washington. esta estrategia comunicativa masiva y había sido probada durante la
guerra de Corea, con menos cobertura a causa de que en aquella época la televisión, en sus
primeros años de funcionamiento, aún no se había convertido en un medio de masas (en 1950
menos del 10% de los hogares norteamericanos disponían de ella). Sin embargo, es muy
simplista acusar a los medios, tanto a la pequeña como a gran pantalla, del resultado del
conflicto.

En los primeros años de la guerra será difícil encontrar en los grandes medios nacionales
norteamericanos informaciones críticas sobre la guerra (de hecho será difícil encontrar siquiera
esa palabra para definir el “conflicto” o la “involucración”, diferentes eufemismos que la prensa
utilizaba), los movimientos anti guerra se circunscribirán a grupos minoritarios de izquierda,
universitarios e intelectuales. Suele decirse que la televisión cometió el error de llevar la sangre
a los salones de la casa, demostró la dura realidad de la guerra a las familias... pero realmente
la emisión de escenas polémicas por su violencia se limitaría a casos aislados: El reportaje de
Morley Safer para la CBS en 1965 que mostraba a marines norteamericanos quemando con
encendedores zippo los tejados de paja de las casas de la aldea Cam Ne; las imágenes emitidas
por la NBC en 1968 de la ejecución en plena calle de un sospechoso, o las consecuencias del
bombardeo con napalm, en 1972, en una pequeña aldea, cuya fotografía se haría mundialmente
famosa… Y poco más. Generalmente las informaciones que el ciudadano corrientes recibía
desde la pequeña pantalla se limitaban a reportajes con algún disparo o columnas de humo en
la distancia y los muertos y heridos rara vez aparecían al igual que el enemigo, subrayando la
idea de este como “invisible”.

“En Iraq, el Pentagono inventó al periodista empotrado porque creía que la información
crítica había causado la pérdida de Vietnam. La verdad fue todo lo contrario. En mi primer día
como joven periodista en Saigón, visité las oficinas de los principales periódicos y compañías de
televisión. Noté que en varios había un tablero de anuncios sobre el que había horripilantes
fotografías, en su mayoría de cuerpos de vietnamitas y de soldados estadounidenses levantando
orejas y testículos cortados. En una oficina había una fotografía de un hombre que era torturado,
sobre la cabeza de los torturadores había un globo de historieta cómica con las palabras: ”te voy
a enseñar a hablar con la prensa”. Ninguna de estas fotos fue publicada alguna vez o incluso
transmitida a las agencias. Pregunté por qué. Me dijeron que el público nunca las aceptaría. En
todo caso, publicarlas no sería objetivo o imparcial”

John Pilger, periodista veterano de Vietnam en Democracy Now!

Únicamente, a partir de otoño de 1967, y sobre todo tras la Ofensiva del Tet de 1968, el
infructuoso ataque de las tropas norvietnamitas a más de 100 poblaciones del sur, y con la
llegada de la guerra a las ciudades en 1972, la televisión mostraría el sufrimiento de la guerra a
través de reportajes de periodistas independientes.

Hasta 1967 la guerra era mayoritariamente apoyada por la opinión pública norteamericana (otro
caso será el del resto del mundo) los medios y la clase política. En aquellos primeros años la
habitual emisión que recibían los estadounidenses en sus casas eran en su mayor parte
informaciones optimistas, resúmenes de grandes victorias bélicas, informaciones políticas de
Washington y algún reportaje sobre las acciones de los “good guys”(buenos chicos) soldados.
Los jueves se informaba de las bajas siempre poniendo énfasis en los altos números del enemigo.
Tras la ya apuntada Ofensiva del Tet será cuando, sin criticar en ningún momento a las tropas,
los medios, encabezados por unas polémicas declaraciones del presentador estrella Walter
Cronkite en la CBS “…Decir que estamos atascados en un punto muerto sangriento parece la
única conclusión realista, aunque insatisfactoria” empiecen a poner en duda las tácticas
seguidas en la guerra y la situación de esta.

Es más realista analizar cómo el implacable transcurso del tiempo, unido al estancamiento
militar, el progresivo cansancio de la guerra será el que alimentará inevitablemente a los
opositores de esta, cada vez más vista como la prolongación de la última guerra colonial, y con
el transcurso de ella el clima antibélico se irá haciendo cada vez más importante e influyente.

AÑOS 50 Y 60. ANTICOMUNISMO, PORPAGANDA Y HAZAÑAS BÉLICAS

La evolución de cómo el cine ha reflejado la guerra del Vietnam en las diferentes décadas ha
seguido singularmente un recorrido paralelo a la transformación de la opinión pública sobre el
conflicto, y condiciones muy diferentes desde los principales países involucrados en la guerra,
ya sea primero Francia, más tarde Estados Unidos, o el propio Vietnam, así como otros actores
“secundarios” de la guerra como Australia, Filipinas o Corea del Sur.
El cine francés se mantuvo algo distante durante los 60 de un conflicto que había causado una
severa derrota y una merma de la moral nacional, únicamente salpicada por producciones de
corte documental (La section Anderson…) con tintes políticos (Sangre en Indochina..)de
directores como Pierre Schoendoreffer ( que trabajó como cámara del ejército francés, fue
herido poco antes de la batalla final de Dien Bien Phu y cubrió el conflicto) o el realizador de
origen holandés Joris Ivens (El cielo y la tierra, El paralelo 17, Loin du Vietnam…)Con la aparición
más o menos anecdótica de personajes veteranos de la guerra de indochina como en Ascensor
para el cadalso ( Ascenseur pour le echafaud, Louis Malle, 1957) Aventuriers du Mekong (Jean
Bastia. 1957) La Riviere des trois jonques (Marcel Pergament, 1957)…Habrá que esperar hasta
los 90 para que el cine galo de ficción recupere esta parte de la historia del país.

Tempranas producciones, que escogen Vietnam como mero trasfondo de aventuras exóticas
serán La Legión de los condenados (Rogue’s Regiment, Robert Florey, 1957) probablemente la
primera producción norteamericana ambientada en el conflicto, en su primera etapa, y que
sigue a un grupo de exsoldados de la Segunda Guerra mundial enrolados en la Legión extranjera
francesa en el Saigón de la época, con sub trama de persecución de criminales de guerra nazis
de por medio, o A Yank in Indochina (Wallace A. Grissell. 1952). Estados Unidos constituye el
referente principal en las traslaciones cinematográficas sobre esta guerra, y es donde más se
ejemplariza esa conexión entre la evolución de la opinión pública sobre la guerra y el contenido
de estas. En los años previos al conflicto y en los primeros años de este en los 60, con el apoyo
del Gobierno de los Estados Unidos, se producirán pequeños documentales y piezas
propagandísticas como el documental Why Vietnam? 1965, con la convicción de que los medios
de comunicación eran una eficaz vía para insuflar en la población civil un apoyo a la guerra
tomando como base el anticomunismo y el concepto de Estados Unidos identificado como
defensor de los valores democráticos y occidentales, ideales que aún pervivían en la sociedad
estadounidense tras el periodo de bienestar y crecimiento del país finalizada la Segunda Guerra
mundial y la etapa más dura de la guerra fría en los 50, donde también se había manejado
idéntico mensaje durante la torcida guerra de Corea. No es por ello de extrañar que Hollywood
también siguiera ese mismo camino en sus primeras producciones sobre la guerra de Vietnam,
que adoptan un lenguaje y mensaje paralelo al de las películas sobre la Segunda Guerra mundial,
utilizando de igual manera la estética de las que sobre aquel conflicto se desarrollaban en el
frente del Pacífico. En ese marco se moverán producciones como Un yankee en Vietnam (A Yank
in Viet-Nam, Marshall Thompson, 1964) Tot he Shores oh Hell (Wil Zens, 1966) y sobre todo
Boinas Verdes (The Breen Berets, Ray Kelogg, john Wayne, 1968) hazañas bélicas en la tradición
más clásica, con héroes americanos inmaculados, malvados enemigos, y en donde no se
cuestiona en ningún momento la racionalidad y la bonanza de un conflicto definido con la
simpleza de un “nosotros contra ellos. Sin embargo esta será la etapa con menos producciones
sobre la guerra, en contraposición al importante tiempo y espacio que los medios informativos
del país ocupaban en él.

En la preguerra otras películas ya sirvieron a modo de explicación y justificación de la política


anticomunista norteamericana en el sudeste asiático, que vemos reflejada en títulos como Su
excelencia el embajador ( The Ugly American, Geroge Englund, 1963) parábola sobre las
bondades de ayudar como sea a los “sencillos” todos asiáticos que pueden desviarse por la
influencia de malignas ideologías que perturben el orden natural de las cosas, o China Gate
(Samuel Fuller, 1957) y The Quiet American (El americano Tranquilo en DVD, Joseph Leo
Mankiewicz, 1957) que, De manera muy diferente, cuentan historias en el marco de una
convulsiva indochina donde los Estados Unidos están involucrados aún no oficialmente, ya sea
con mercenarios que se embarcan en acciones bélicas en un caso o es la influencia de los
asesores militares americanos en la política y sociedad de la zona en la segunda, adaptación de
la novela homónima de Graham Greene. Muchas de ellas arropan la denominada Teoría del
Dominó clave para entender la política exterior norte americana de esas décadas, que alerta
sobre la caída de países del sudeste asiático bajo influencia comunista y como la sola “pérdida”
de uno de ellos (en este caso Vietnam) podría extender la influencia del enemigo de la guerra
fría al resto de países vecinos, que caerían cual fichas de dominó.

Las producciones críticas en estos primeros 60 se tienen que buscar fuera de la industria, en
“Viet Rock” (Megan Terry, 1966), la primera realizada en contra de la guerra.

Como ya apuntábamos en 1967 será una fecha clave en el cambio de mentalidad de la sociedad
norteamericana hacia la guerra: las cada vez más numerosas pruebas de ataques sobre objetivos
civiles, el aumento de bajas norteamericanas, el avance del Vietcong y el estancamiento tras casi
tres años de conflicto reducen la opinión favorable del público y aumentan las demostraciones
y manifestaciones contra la guerra a todo lo largo del país. En 1968, con el inicio de la ofensiva
del Tet por parte de las fuerzas norvietnamitas, operación fracasada pero que constituye un
punto de inflexión en la guerra, unida al desvelamiento de tragedias como la matanza de Mai
lai, harán que la balanza que la opinión pública comience a desnivelarse. El 15 de octubre de
1969 se consolida esta percepción nacional tras el éxito del Moratorium Day, a mayor
concentración pacifista anti-Vietnam hasta el momento, que se celebrará desde entonces cada
mes en el mismo día.

Hollywood no será ajena a esta tendencia, y entre finales de los 60 y comienzos de los 70 las
películas eran cada vez más negativas hacia la guerra, contando además con el apoyo de un gran
porcentaje de actores, directores, que se involucran personalmente en el activismo anti Vietnam
que sacude a la nación, así como de una buena parte de la élite cultural del país, ampliando el
movimiento antiguerra que hasta entonces parecía circunscrito al mundo juvenil universitario y
contracultural. Sobre este último tema aparecerían películas fuera de la industria cómo The
Activist (Art Napoleon, 1969) y varias producciones de marcado izquierdismo del realizador
Robert Kramer: cómo In the Country (1967) donde una pareja se refugia en el mundo rural
huyendo de la era intervencionista gubernamental en Vietnam; The Edge (1968) y Ice (1968),
ambos sobre grupos antigubernamentales. La primera versa sobre un supuesto plan de
asesinato al presidente de Estados Unidos por parte de los movimientos anti guerra y la segunda
sobre una guerrilla urbana que lucha contra un hipotético régimen fascista norteamericano.
Años más tarde, y con el trasfondo de las consecuencias de la posguerra entre los activistas de
izquierda norteamericano, Kramer rodará Milestones (1975). Este cineasta sería a su vez 1 de
los fundadores de “The Newsreel” productora californiana creada en 1968 con el ánimo de la
realización de documentales de temática social. En 1970 rodaría en el mismo Vietnam el corto
The people’s War, sobre la vida en la guerra de los campesinos vietnamitas.

AÑOS 70. ACTIVISTAS, ALEGORÍAS Y LSO TRAUMAS POST-VIETNAM

Aún con el miedo de la industria cinematográfica adoptar claramente posiciones contra la


intervención, en estos años muchas de las películas de principios de los 70 que se referirán a la
guerra lo harán desde posiciones transversales, contando historias sobre los veteranos de guerra
y los movimientos de protesta y usando alegorías o tomando otros conflictos anteriores para
referirse a este. Así lo veremos en títulos como Trampa 22 (Catch 22, Mike Nichols, 1970),
ambientada en la Segunda Guerra Mundial; MASH (MASH, Robert Altman, 1970) que lo estaba
durante la de Corea, o incluso en Westerns como Soldado Azul (Soldier Blue, Ralph nelson, 1970)
o Chato el apache ( Cahto’s Land, Michael Winner, 1972) que de diferentes maneras narraban
la lucha de nativos americanos contra la invasión del ejército estadounidense, reflejado éste en
cada una ya sea como ignorante o cruel ante la guerra conta los indios que defienden sus tierra.
O en alegorías como The Revolutionary (Paul Williams, 1970) con Jon Voight encarnando a un
joven estudiante redical en un país imaginario. Fuera de Estados Unidos alguna películas
también serían tomadas como alegorías del conflicto asiático, como Queimada (1969) del
italiano Gillo Pontecorvo portagonizada por Marlon Brando, con el colonialismo portugúes en el
Caribe de fondo.

Al margen de la industria, y como ya hemos apuntado, muchos personajes de Hollywood serán


activistas en contra de la guerra. Así, en abril de 1970, Jane fonda y Donal Sutherland entre otros
forman el F.T.A. (siglas que podían leerse independientemente como Free The Army o Fuck The
Army o Foxtrot Tango Alfa en el lenguaje de comunicaciones de radio)un schow anti-guerra
(Fonda lo bautizó como “vaudevil político”) que recorrió las ciudades con bases militares de la
costa oeste estadounidense del Pacífico, actividades que se recogían en el documental F.T.A.
(1972) de Francine Parker. Fonda también colaboró con la VVAW (Vietnam Veterans Against
Vietnam) como coordinadora honoraria en un mitin de esta organización en Valley Forga,
Pennsylvania, en 1970. Entre julio y agosto de 1972 viajaría a Vietnam del norte, donde haría
voluntariamente varias emisiones de radio desde Hanoi dirigidas a los pilotos de guerra
norteamericanos, que serían usadas como propaganda desde el régimen comunista, y por lo que
sería apodada como “Hanoi Jane”. En 1973 Jane Fonda y su marido, Tom Hayden, fundaron la
IPC (Indochina Peace Campaign) con el objetivo de que Estados Unidos cortara las ayudas a los
gobiernos de Saigón y Phnom Penh (Camboya) y más tarde grabarían el documental
Introduction to the Enemy.

No será, sin embargo, hasta 1975 cuando tras la caída de saigón y la retirada de las tropas
norteamericanas, el cine norteamericano refleje la guerra y sus consecuencias. Será entre finales
de esta década y la primera mitad de la siguiente donde se realicen las más importantes películas
sobre el conflicto con la primera ola importante de producciones sobre Vietnam como Héroes,
El regreso, Apocalypse Now, o El cazador entre otras.

El triste regreso a casa de los soldados y sus dificultades para integrarse de nuevo en la sociedad
se verán en importantes títulos como El regreso, El cazador… en las que se hace referencia
directa al conflicto, la primera desde una base contraria a la guerra, y la segunda subrayando
únicamente los pecados del enemigo conviven junto a otras donde los protagonistas son
veteranos de la guerra que tratan de sobrevivir a su regreso a casa. Estos “viet-vets” se reflejarán
en pantalla de maneras muy diversas. Así nos veremos desde su incapacidad para reincorporarse
a la vida civil, como el insomne y solitario taxista Travis Bickle (Robert De Niro) que decide dar
sentido a su vida asesinando a un político en Taxi Driver (Taxi Driver, 1976) a Sonny y Sal (Al
Pacino y Jonh Cazale) quienes, tras decidir robar un banco quedarán cercados por la policía en
Tarde de perros (Dog Day Afternoon, 1975) o con el afroamericano Gordon en Comando
antidroga (Grodon’s War, 1973) de Ossie Davis que decidirá tomarse la venganza por sí mismo
contra los narcotraficantes de su barrio, el Harlem neoyorquino, que con su droga provocaron
la muerte de su mujer. Tmea parecido al que veremos en el “blaxploitation” The Black Six (1974),
ahora con seis vets afroamericanos moteros que buscan venganza por la muerte del hermano
de uno de ellos a manos de una banda de racistas sureños.

Estas películas serán precedentes de la oleada de Beats que en la segunda mitad de los 80 y tras
el éxito de Rambo, tomarán las pantallas para convertirse en particulares héroes callejeros,
vengadores y guerrilleros patrióticos varios. En un tono más político encontraremos veteranos
de la guerra en películas singulares como Alerta: misiles (Twilight’s Last Gleaming, Robert
Aldrich, 1977), donde un general prisionero durante la guerra (Burt Lancaster) llevará su
obsesión por conocer el porqué de ésta, ocupando un silo de misiles nucleares y amenazando
con un uso para conseguir una declaración del presidente de los Estados Unidos sobre las
razones del inicio del conflicto en Vietnam. Desde el melodrama psicológico romántico como en
Héroes (Hail Hero!, Jeremy Kagan, 1977) , donde un veterano trata de superar sus pesadillas de
la guerra recuperando a sus ex compañeros y montando una granja pesquera y acabará
encontrando el apoyo y el amor de una mujer ,o visiones cercanas a la religión como en La
novena configuración ( The Ninth Configuration, William Peter Blatty, 1980), donde el autor de
exorcista hace una alegoría sobre el síndrome post-Vietnam.

Estas apuestas cinematográficas se centrarán en las consecuencias del conflicto en todos sus
aspectos y dejando a un lado los orígenes de la guerra y la propia guerra en sí misma…así lo
refleja el profesor de Historia de la Universidad de Tel Aviv, Shlomo sand, en su libro “El siglo XX
en pantalla”. “Con la retirada de las fuerzas norteamericanas la retórica que había querido
justificar la guerra aduciendo al peligro de la propagación del comunismo quedó a obsoleta y
era ya difícilmente explicable. El cine se alineó con ese estado de ánimo y empezó a presentar
la guerra como una empresa inútil, e incluso totalmente negativa. Con todo, las películas no se
ocupaban de las causas del conflicto ni de los motivos que habían propiciado que el comunismo
nacional se llevara la victoria. Para el discurso cinematográfico dominante, la guerra era un
desastre natural, que había caído súbitamente sobre el pobre soldado norteamericano, que se
había visto arrastrado a su pesar a una situación imposible. La mayoría de las películas hablaban
de las cicatrices físicas, psíquicas y morales que había dejado la guerra en los antiguos
combatientes, marcados de por vida por las terribles experiencias vividas.”

Entre 1978 y 1979 se estrenan cuatro películas de gran éxito sobre el conflicto: El regreso, El
cazador, Hair y Apocalypse Now. Las dos primeras serían nominadas al Oscar a la mejor película
en 1979, galardón que recaería en la de Michael Cimino, Apocalipsis Now repetiría nominación
en la edición de 1980 (tras retrasar su estreno para no coincidir con aquellas dos) y el musical
Hair se alzaría ese mismo año con el Globo de Oro a la mejor película de comedia/musical.

Años 80: REVISIONISMO PATRIOTICO, PRISIONERO, HÉROES CONSERVADORES

Con la llegada de Ronald Reagan a la Casa Blanca en 1980 se regresa a las posiciones
conservadoras e intervencionistas. En 1983, y tras la invasión de la pequeña isla de Granada por
parte de 6000 soldados norteamericanos, el Gobierno de Reagan los premiaría con más de 8000
medallas al honor, más de las que habían recibido hasta entonces los veteranos de casi 10 años
de guerra en Vietnam. También se recupera la imagen de los veteranos de guerra de Vietnam
con el desfile de estos en 1982 por las calles de Nueva York y la apertura del Memorial a los
Veteranos de Guerra.

Esta tendencia también se reflejará en la música, como es la famosa canción de Bruce


Springsteen “Born in the usa” (1984) medicada a los veteranos del Vietnam. En 1985 y
coincidiendo con los 10 años tras la caída de Saigón, Estados Unidos centrará sus conversaciones
con Hanoi sobre una única base: los prisioneros americanos. Como ya hemos apuntado en otros
capítulos la base del revisionismo patriótico de la administración Reagan se basará en estos
parámetros: se llega a la conclusión de que las tropas norteamericanas no fueron derrotadas en
ninguna gran batalla en Vietnam y que la guerra estaba ganada, la culpa de la derrota la tuvieron
los políticos del Congreso norteamericano, los medios de comunicación, los activistas contra la
guerra y la izquierda americana toma todos ellos culpables además de la mala imagen de los
veteranos de la guerra, acogidos con frialdad por los mismos que los enviaron a ella y que ahora
deben recuperar su categoría de héroes.

Esta corriente ideológica, enfrentada a las anteriores, las recoge Andrew Wiest en su libro
“Essential Histories – The Vietnam War”. “Los Estados Unidos no habían sido derrotados en el
correcto sentido del término en la guerra de Vietnam. Ningún invasor extranjero había saqueado
Wahington y el país se mantenía como la nación más fuerte del mundo. También, como se le
señaló rápidamente a muchos americanos, los soldados americanos nunca habían perdido una
gran batalla durante el curso entero de la guerra. Semejantes pensamientos no confortaban a
la mayor parte de americanos y sólo servían para hacer el fracaso de la guerra de Vietnam más
difícil de llevar. Si los militares no habían fallado en vietnam eso significaba que la pérdida de la
guerra fue debida a un amplio desbarajuste de las decisiones políticas y la moral nacional.
América, parecía, había metido la pata. Su política exterior había sido equivocada, su Gobierno
no había sido sincero y su fibra moral se encontraba en falta. A controvertida derrota en Vietnam
causó un dolor, Una catarsis nacional en la sociedad americana, lo cual representó un mar de
cambios en la historia cultural americana. Antes de la guerra de Vietnam, el prodigio americano
había estado vivo y bien. Los Estados Unidos eran una buena nación dirigida por gente de GM
intencionada. En tiempos problemáticos los americanos llegaban en ayuda de las vacilantes
potencias europeas para salvar a la democracia de las manos de los tiranos. Vietnam fue
diferente. América había sido derrotada; sus líderes habían mentido; sus soldados habían
cometido atrocidades; su sociedad había estado cerca de explotar. Parecía para muchos, Que
América había escogido la causa equivocada y no era un Salvador en Vietnam sino un brioso
matón (…)”.

películas de la época vascular han entre dos visiones de la guerra: una, la de los soldados
americanos (Platoon, etc), donde Vietnam se describe como la metáfora de un infierno para las
tropas, compuestas por jóvenes desconcertados ante un conflicto que les es
ajeno...,paralelamente a esta, hay una corriente, revisionista y conservador, en la que la
industria cinematográfica parece querer ganar en las pantallas lo perdido en el campo de batalla
y que se reflejará en el exito de la serie de Pekín películas de John Rambo.

Según el citado Shlomo Sand: “Para atenuar un tanto el shock de la derrota nacional el Guerrero
Rambo, un hombre que no confía en el Ejército sino tan solo en su fuerza y en sus instintos,
regresa a Vietnam para vengarse y liberar a los prisioneros norteamericanos. Rambo es, en gran
medida, un Tarzán post Vietnam que actúa solo, en las selvas del sureste asiático. Según esta
exitosa serie de películas, los políticos cobardes y los militares emboscados en la retaguardia son
los responsables de la debacle, del mismo modo que la superioridad del hombre blanco,
individualista, viril y musculoso no solo no está en duda, sino que, gracias a Rambo, el rebelde,
se ve confirmada y recupera su lugar en el centro del sueño americano, como si nada hubiera
pasado. los estudios no tardaron en producir otras películas con héroes francotiradores, bien
solitario consiguen vencer a millares de enemigos amarillos. Así, las películas bélicas tan
populares, que culminan con una victoria norteamericana aplastante, pusieron su grano de
arena a la hora de reescribir la historia. “

La centralización de la política del Gobierno norteamericano en el asunto de los prisioneros


durante estos años también se recogerá en varias películas de esta corriente como Desaparecida
en combate, Más allá del valor, Bat 21…la pregunta que subyace en estas últimas producciones
cambia del “¿Por qué fuimos? De los 70 a un ¿Por qué nos fuimos y no completamos la tarea?”
Teoría que renace en una conservadora América de los 80, que vuelve a recuperar el espíritu de
superpotencia redentora, tras los años perdidos en las convulsas y reflexivas décadas anteriores.
Si quieres cerrar el llamado “Síndrome de Vietnam...”, que regresará a Vietnam para combatir
el solo contra los malvados comunistas incluso aunque sea en oposición al Gobierno americano…
o sea conservadurismo revolucionario.

El éxito de Rambo generará una larga lista de copias más o menos parecidas a lo largo de la
década, donde se recupera la imagen del Beth ahora representado en dos grandes corrientes
basadas en unos conceptos similares: redefinición del trauma nacional y se entierra el
“Síndrome de Vietnam”, el personaje central será generalmente un hombre solitario y con honor
que intenta superar sus traumas pero conserva sus conocimientos adquiridos en el Ejército y la
convicción moral de la existencia de la dicotomía entre buenos y malos, la plasmación del héroe
anónimo americano. Por un lado encontraremos al más cercano al personaje de Satllone, un ex
combatiente que regresará a Vietnam para resolver sus cuentas pendientes con su memoria o
que intervendrá en otros conflictos “exóticos” donde purgará sus ansias de venganza o de culpa,
y por otro el vengador justiciero que utilizando su experiencia en Vietnam se dedicará a resolver
conflictos en su propio país, anteponiendo su ley a las de la policía o los cuerpos de seguridad
del Estado civil, invariablemente corruptos o ineptos frente al código de honor militar que
conservan. La lista de producciones de este curioso subgénero coyuntural, habitualmente
envueltas dentro del género de acción /aventura y destinada a un público joven de una nueva
generación que no vivió el conflicto, es bien elevada y en su mayoría pasarían a ser producto de
relleno de los videoclubes, establecimientos que en esta segunda mitad de los ochenta se
convierten en todo un fenómeno sociológico. La primera tendencia la veremos en títulos como
Ammerican Commandos, American Ninja, El ojo del águila, Double Target, Operación
Paratrooper… la segunda en otros como la Segunda de Cutter (Cutter’s Way) Annihilators,
Combat Shock, Codeo f Vengeance, Armed Response, The Red Spider, Snake Eater…la mayor
parte de escaso interés o incluso en series de televisión tan populares como “El equipoA” (The
A-Team 1983-1987) en la que unos vets que en Vietnam formaban los A-Teams, se unen para
ayudar a civiles en peligro en los Estados Unidos. Serie de gran éxito en unestro país, será una
de las visiones en pantalla más amables de esta tendencia.

Será precisamente la televisión la que recupere la imagen del veterano de guerra desde una
perspectiva más mundana en esta década, generalmente en telefilmes “basados en una historia
real” centrados en las dificultades de adaptación de los ex combatientes y/o prisioneros de
guerra a la sociedad de posguerra o a su entorno familiar y sentimental.

Desde otra perspectiva, en este caso veteranos de la lucha anti guerra dentro de las fronteras
americanas también aparecerán en películas como Return of the Seacacus Seven (1980) de John
Sayles, donde 7 amigos que fueron arrestados a finales de los 60 durante una protesta contra la
guerra en sea caucus, New Jersey, se reúnen 10 años después en una casa de verano de New
Hampshire para compartir recuerdos del pasado y sus inquietudes del presente y del futuro.
Ganaría el galardón a la mejor película independiente en los premios de la asociación de críticos
de cine de Boston y el de guión (John Sayles) en los de Los Ángeles.

AÑO 1986-1991. SOLDADOS INOCENTES

Según Shlomo Sand: “El cine crítico norteamericano de principios de los años 90 retomó, en
cierto sentido, tienes que me interpretativo de largometrajes como Su excelencia el embajador
rodado a principios de los años 70, aunque los despojará de las ilusiones y de la idealización de
la política exterior o del estilo de vida americano coma tan característicos de los filmes de esa
época”.
En la segunda mitad de los 80 y comienzos de los 90 tendrá lugar la segunda oleada más
importante del cine sobre Vietnam en la industria norteamericana. Veremos otras cintas de
carácter más crítico como La chaqueta metálica, Good Morning Vietnam, Corazones de hierro,
o la trilogía de Oliver Stone, Platoon, Nacido el 4 de julio, El cielo y la tierra… la guerra será
ahora protagonista, y donde los soldados norteamericanos se describirán como jóvenes metidos
en una situación incontrolable desde el punto de vista individual, se incidirá en sus experiencias
personales sin entrar en las reflexiones políticas, sociales, o de venganza que habían dominado
en anteriores épocas. Películas como El cielo y la tierra, tratarán también de dar la visión desde
el punto de vista vietnamita, “actor secundario invisible” de gran parte de las producciones
sobre la guerra ajenas a ese país. En la filmografía de éste aparecerán en esta época numerosos
títulos con veteranos o en melodramas centrados en las consecuencias familiares de una guerra
que mantuvo a la región bajo el fuego durante varias décadas.
Juan José Martín García. Universidad de Burgos

TEMA 10. Una visió n de conjunto


sobre las guerras actuales

1. El final imaginado de la Guerra Fría

El 28 de mayo de 1987, una avioneta tripulada por el joven alemán


Mathias Rust aterrizó en la Plaza Roja de Moscú para sorpresa de transeúntes
y policía. La “hazaña” de Rust no fue el único síntoma de que el sistema
soviético se resquebrajaba. Aquel mismo año, se produjeron accidentes graves
de submarinos nucleares y, un año antes, la catástrofe de la central de
Chernobyl. Estos hechos traslucían carencias tecnológicas y humanas del
inabarcable sistema estatal y burocrático de la URSS. Mijail Gorbachov
aprovechó la circunstancia de crisis, para destituir a altos cargos que se
oponían al proceso de reformas (Perestroika) que había iniciado unos años
antes. Estaba claro que una de las tres superpotencias del momento,
funcionaba solo por inercia y, en 1991, la implosión interna acabó con la Unión
Soviética, precedida por la caída en dominó desde 1989 de los regímenes
comunistas de la Europa del Este.

En este contexto, el inicio de la Guerra del Golfo en 1990, con la


liberación de Kuwait por parte de una coalición internacional liderada por
George Bush padre, tras la invasión del presidente iraquí, Sadam Hussein,
pareció un espejismo en el que la Guerra Fría había acabado de la mejor
manera posible, máxime ante la impasibilidad de los soviéticos que, impasibles,
veían caer a su aliado en Oriente Próximo. No obstante, hay que recordarlo,
Irak también fue apoyado por los Estados Unidos desde 1980 a 1988, en la
guerra que mantuvo contra el Irán de Jomeini. Ante el desmoronamiento del
sistema de la Guerra Fría, Sadam creyó que era el momento para controlar los
precios del petróleo antes de la consolidación de las nuevas relaciones entre
estadounidenses y soviéticos. Otra imagen engañosa de esta disolución
“pacífica” de la Guerra Frías, tuvo lugar el 9 de noviembre de 1989 con la caída
del Muro de Berlín.

Todos estos cambios se movían en el “ambiente de reconciliación”


propiciado por Gorbachov. Cuanto más descarrilaba la huida hacia adelante del
Secretario General, más se hallaba necesitado del apoyo occidental y, a su
vez, peor iban las cuestiones internas de la URSS. Así, la progresiva
consolidación de la reunificación alemana, supuso a la vez el inicio del fin de la
Perestroika. Además, la velocidad de los cambios, suponía a su vez la pérdida

1
Juan José Martín García. Universidad de Burgos

de control por parte de Gorbachov quien, en ese contexto propuso la entrega


de 70.000 millones de dólares por parte de la RFA a la URSS para “tapar la
boca” de la vieja nomenklatura soviética. Otros 35.000 millones salieron de las
arcas alemanas con destino a los países del antiguo bloque comunista. Este
sacrificio y el duro reajuste que la reunificación trajo consigo, se trasladó no
solo a la antigua RFA, sino a toda la Unión Europea. Otra consecuencia de la
descomposición del bloque de la Europa del Este, se tradujo en peticiones de
entrada en la UE por parte de la mayoría de los países que lo componían.

Sin embargo, el proceso no dejó de presentar tensiones. Los franceses


se mostraron particularmente inquietos, máxime ante la previsión de caída de
barreras aduaneras en 1993, por lo que París trató de bloquear los planes de
reunificación de Alemania. El presidente Mitterrand creía que Gorbachov los
impediría, pero al ver que no iba a ser así, intentó imponer determinadas
condiciones. Entre ellas, establecer un eje franco-alemán que liderase los
procesos de consolidación del mercado interior y moneda única europeos que,
finalmente, se firmó en Maastricht. Otra condición que se impuso fue que
Alemania debía renunciar a su vieja política hegemónica en Europa central y
oriental. Por su parte, los Estados Unidos también favorecieron la reunificación
alemana, ya que su oposición podría haber creado serios problemas a la
estabilidad europea, así como la posibilidad de la nación germana de volver a
una neutralidad “peligrosa”, teniendo en cuenta sus precedentes.

A pesar de que, hasta cierto punto, el proceso de reunificación pudo ser


controvertido, no se produjeron incidentes violentos destacables. Donde sí
hubo varios problemas interétnicos fue en la Transilvania rumana tras la caída
del dictador Ceaucescu, así como en otros lugares de la antigua Europa del
Este. Parecía como si la reunificación alemana, hubiese contribuido a que las
fronteras del centro y este de Europa, pudieran ser elásticas. Así, en la CIA, se
trabajaba sobre la hipótesis de guerras civiles en Yugoslavia (como finalmente
ocurrió), así como la posibilidad de otros reajustes en la Europa oriental. Por
entonces, cayó definitivamente, tras once años en el cargo, la primera ministra
británica Margaret Thatcher, la “Dama de Hierro”, al fracasar su enfrentamiento
frontal ante la moneda única. A la vez, se abría el túnel del Canal de la
Mancha. Nada parecía amenazar el crecimiento de la “casa común” europea.

En 1988, Fukuyama publicó un artículo con el título “¿El fin de la


historia?”, que se convirtió en libro en 1992. Su tesis, anunciaba el triunfo
definitivo de la política y la economía liberales a escala mundial, frente al
desmoronamiento del comunismo. La única opción de futuro pasaba por el
liberalismo democrático, dando paso al llamado “pensamiento único”. La
economía sustituiría a las ideologías, y la ciencia determinaría la historia futura.
Sin embargo, este optimismo victorioso de Occidente entre 1988 y 1990, que
se fraguó en el pensamiento “neocon” y en el concepto de globalización, estaba
muy lejos de constituirse en una Arcadia feliz.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

2. Las disoluciones de Yugoslavia y de la URSS

Toda esta “seguridad” que parecía consolidarse en 1990, se vino abajo,


de repente, en el verano de 1991. El 28 de junio, se empezaba a informar
sobre la guerra en Eslovenia. Los combates contra el ejército yugoslavo se
desarrollaban a pocos kilómetros de las fronteras italiana y austriaca. El 19 de
agosto de ese mismo año, se desplegaban carros de combate en Moscú y se
anunciaba el estado de excepción debido a la precaria salud de Gorbachov.
Como contraste, el presidente ruso, Boris Yeltsin, subido a un tanque, leyó un
comunicado en el que pedía el retorno del país a la vía constitucional. Por
tanto, los casos yugoslavo y soviético, suponían una enorme grieta en el
mundo heredero de la Guerra Fría. El primero, afectado por estímulos externos,
el segundo, por internos. El colapso de la URSS dejó “huérfanos” a los
regímenes marxistas que aún sobrevivían en el mundo. Sin embargo, del
proceso surgió una potencia estable: Rusia. Por contraste, la guerra en
Yugoslavia se prolongó entre 1991 y 2001, sucediéndose cinco conflictos en
Eslovenia, Croacia, Bosnia, Kosovo y Macedonia.

Ya desde 1988, Eslovenia se había planteado la separación. Era, con


diferencia, la república más desarrollada de la unión yugoslava, y sus
habitantes veían como inadmisible la contribución a los fondos federales que,
aparentemente, se volatilizaban. La secesión se vio respaldada por un
nacionalismo europeísta que se enfrentaba al desorden e ineficacia balcánicos.
En febrero de 1990, la delegación eslovena abandonó el XIV Congreso de la
Liga de los Comunistas de Yugoslavia, y se fue creando secretamente un
ejército y una policía eslovenos. Por su parte, Croacia inició gestiones en el
mismo sentido, aunque con menor eficacia. Los estudiosos de la quiebra
yugoslava no se detienen en estos aspectos, donde la responsabilidad
europea, bien por acción, bien por omisión, fue evidente. A ello contribuyó el
estado de euforia producido por el supuesto final pacífico de la Guerra Fría y
por el proceso de unificación de Alemania.

Los “felices noventa” llevaban en sí mismos la semilla de la destrucción,


así como los vicios de un sistema que llegarían hasta la abrupta crisis de 2007
con la quiebra de las “subprime”. Europa pensó que la economía
estadounidense no repercutiría en el Viejo Continente, a pesar de precedentes
históricos como el crack del 29, lo que dice mucho de la falta de atención de los
gobiernos ante la ciencia histórica. A la vez, se planteaba una “Europa de dos
velocidades”, donde un núcleo duro de estados, avanzaría más rápido en su
progreso económico frente a los países periféricos, o estableciendo inmensas
diferencias regionales en las fronteras internas de los estados (norte-sur en

3
Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Italia y España, diferencias entre Chequia y Eslovaquia, ansiedad de las


repúblicas bálticas por independizarse de la URSS, etc.). La Europa
desarrollada, lejos de atemperar estas actitudes, las fomentó.

En el caso de Eslovenia, el conflicto se solucionó con la llamada “Guerra


de los Diez Días” que acabó con la firma de los Acuerdos de Brioni de 7 de julio
de 1991. Sin embargo, en otros casos la separación fue traumática. En
Croacia, la minoría serbia que habitaba en las franjas de Krajina y Eslavonia
oriental, se alzó contra las autoridades del autoproclamado Estado croata. Los
rebeldes contaban con el apoyo del ejército federal yugoslavo, así como las
milicias nacionalistas procedentes de Serbia. La guerra no declarada se
convirtió en un duro conflicto interétnico. El momento era delicado para
Bruselas, ya que, justamente por entonces, tuvo lugar el ya citado golpe de
estado en la Unión Soviética. Europa propuso un plan que consistía en ofrecer
a las repúblicas yugoslavas la posibilidad de negociar la modalidad de
soberanía que desearan: el plan “Yugoslavia a la carta”. El compromiso mínimo
consistía en respetar a sus respectivas minorías nacionales, incluso mediante
estatutos de autonomía para ellas. Sin embargo, la propia Comunidad Europea
se saltó su propio plan, con el anuncio de Alemania del reconocimiento
unilateral de la independencia de Eslovenia y Croacia, que llevaba aparejada la
amenaza implícita de reducir su contribución a los fondos comunitarios, si el
resto de socios europeos no secundaban su iniciativa.

Ello supuso una fuerte división interna, así como el incumplimiento por
parte de Alemania del compromiso con Francia de no desarrollar una política
exterior propia de corte hegemónico, a pocos meses de firmar en Maastricht el
Tratado de la Unión Europea. A pesar de que con posterioridad se comprobó el
error garrafal alemán, los socios comunitarios transigieron. El plan anterior saltó
por los aires, ya que Eslovenia y Croacia, se vieron con las manos libres para
actuar a sus anchas. La iniciativa alemana fue decisiva por tanto para que
estallase la guerra de Bosnia. Por su parte, la guerra de Croacia ya era un
conflicto abierto y a gran escala, con bombardeos sobre Dubrovnik y Vukovar.
Justamente cuando parecía haberse evitado la pesadilla que suponía que
reventase la Guerra Fría en Europa, estallaba la guerra en el corazón del
continente. No obstante, aunque en un principio los medios de comunicación
ofrecieron un enfoque “antiguo”, de enfrentamiento entre soviéticos y
occidentales, lo que realmente era el conflicto yugoslavo era una guerra entre
europeos que, además, en cierta forma, respondía a las ambiciones de los
grandes países de la vieja Europa. A pesar del inicio de fuertes hostilidades, lo
peor aún estaba por llegar.

El enconamiento en Croacia subió de tono por las ambiciones del líder


serbio Slobodan Milosevic, quien entre 1987 y 1990, había intentado hacerse
con el control de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia. Tras su
desmoronamiento, la transformó en su país en partido socialista, y se lanzó a

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

consolidar su poder, aunque para entonces en todas las repúblicas se había


instalado el pluripartidismo, sobresaliendo las fuerzas nacionalistas. Para
Milosevic era complicado conservar una pequeña Yugoslavia en la que las
repúblicas de Bosnia, Macedonia, Montenegro y Serbia, mantuviesen cierta
paridad. Por tanto, para él, todo pasaba por una Serbia hegemónica. Milosevic
optó por construir un nuevo estado serbio reforzado mediante la anexión de los
territorios de población serbia en las repúblicas vecinas. Para ello, el objetivo
más sencillo y posible era Bosnia. Incluso, antes del inicio de las operaciones,
pactó su división con el presidente croata Franjo Tudjman.

Por su parte, en la URSS de 1990, la figura de Boris Yeltsin se vio


reforzada ante la de Mijail Gorbachov. De mayor popularidad, pocos se
tomaron en serio sus enérgicas proclamas. Aunque en su momento fue
defensor de la Perestroika de Gorbachov -por lo que fue promocionado por
este en el buró político del PCUS-, pronto sobrepasó en populismo a su
mentor, hasta el punto que, presionado Gorbachov por el aparato del partido,
se vio obligado a destituirlo. Sin embargo, Yeltsin se fue abriendo hueco en
posteriores convocatorias electorales, convirtiéndose en el abanderado para el
impulso de medidas más radicales de aperturismo, pidiendo incluso la
introducción del pluripartidismo y, con él, el desmantelamiento del sistema
soviético. En marzo de 1990, logró el cargo de presidente del Presidium de la
República Socialista Federativa Rusa. Esta maniobra fue trascendente, ya que,
a partir de entonces, dominó la república con mayor poder en todos los órdenes
de la extensa URSS. De hecho, solo año y medio más tarde, tras controlar los
recursos económicos, bancarios, fiscales y energéticos rusos, liquidó la propia
Unión Soviética.

Por tanto, tanto en la URSS como en Yugoslavia, el nacionalismo central


contribuyó a la destrucción de los respectivos estados federales. La implosión
no fue rectilínea, sino simultánea, ya que se producía en paralelo a las
rebeliones nacionalistas de los países bálticos, el Cáucaso o las repúblicas de
Asia central. La economía fue fundamental, ya que los nuevos nacionalistas
plantearon desmantelar las fórmulas económicas que, con pretensiones
científicas, estaban inspiradas en el materialismo dialéctico. En una huida hacia
adelante, Gorbachov y Yeltsin se pusieron de acuerdo para introducir en tiempo
récord la economía de mercado en la URSS. Sin embargo, su aplicación se vio
salpicada constantemente por el enfrentamiento entre ambos poderes en una
escalada cada vez más virulenta. En el seno del poder soviético, se fue
fraguando un golpe de estado involucionista. Mientras tanto, en Yugoslavia,
Milosevic cambió su discurso “yugoslavista” por otro esencialmente
secesionista, creando un ejército serbio -del mismo modo que Yeltsin había
creado el suyo en Rusia-.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Las reformas económicas no podían ir más allá sin una nueva estructura
nacional de la URSS. Los presidentes de nueve repúblicas firmaron un nuevo
Tratado de la Unión. Poco después, tenía lugar el golpe de partidarios de
Gorbachov, militares y mandos de la KGB, argumentando que las repúblicas
bálticas, Armenia, Georgia y Moldavia, no habían firmado el Tratado de la
Unión. Aunque Gorbachov y Yeltsin conociesen que se fraguaba el golpe, este
último desertó en el último momento, buscando “rusificar” las instituciones
soviéticas -de hecho, su discurso subido encima de un tanque, se hizo con el
acompañamiento simbólico de una bandera rusa-. Los golpistas dieron por
fracasada su intentona, más por el rechazo total de las grandes potencias
occidentales, que por la resistencia popular, ya que la inmensa mayoría de la
población permaneció indiferente a los acontecimientos. Al margen de ello, el
resultado fue inequívoco: la legitimidad soviética quedó destruida, Gorbachov
regresó a Moscú como un cadáver político y Yeltsin -en definitiva, Rusia-, llenó
el vacío de poder. A partir de entonces, se inició una oleada de proclamaciones
de independencia. La Unión Soviética había desaparecido.

3. El genocidio de Ruanda

El 6 de abril de 1994, era abatido un avión en Ruanda en el que viajaba


el presidente Juvenal Habyarimana y el presidente de Burundi, un atentado
meticuloso y sin autoría. Ese mismo día, los extremistas de la mayoría étnica
hutu, desencadenaron la matanza sistemática de la población de etnia tutsi. El
genocidio ruandés duró unos cien días y alcanzó la espectacular cifra de un
millón de muertos.

Este genocidio estuvo relacionado con el fin de la Guerra Fría, teniendo


un caldo de cultivo anterior en la polarización hutus-tutsis, potenciada por las
metrópolis europeas -especialmente por los belgas- tras la Primera Guerra
Mundial. La inicial diferencia socioeconómica entre una sociedad agrícola
(hutus) y otra pastoril (tutsis), fue recrecida por las políticas coloniales, que
crearon unas teorías etnográficas entre unos y otros, con total falta de
fundamento y sin ningún rigor científico. Esta instrumentalización por parte de
los europeos, permitió quebrar los factores de cohesión nacional.

Los belgas decidieron “conceder” a la minoría tutsi el estatus de etnia


dominadora, tanto por congraciarse con el rey tutsi Rwabugiri y su nobleza,
como por el establecimiento de peregrinas teorías como la del explorador
británico J.H. Speke, que asignaba la cultura más refinada a aquellos pueblos
de un supuesto origen bíblico emparentados con el rey David, al que, según él,
pertenecerían los tutsis. También, desde la lógica europea, con esta maniobra

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

se mantenía sometida a la mayor parte de la población (hutus), que estaba


subordinada a un doble poder, colonial y étnico.

Este estado de cosas varió en los últimos momentos del dominio belga.
Las presiones anticolonialistas, solían ir acompañadas del establecimiento de
democracias, que asegurasen una transición social y política estable hacia la
plena soberanía. Sin embargo, en Ruanda se consiguió el efecto contrario, ya
que la mayoría de la población rechazó la monarquía tutsi, con lo que la
república quedó en manos de los hutus. El proceso fue violento y conocido
como la “Revolución de 1959”. En ella se asesinó por parte de la mayoría hutu
a unos 20.000 tutsis, a los que se añadió la existencia de unos 150.000
refugiados.

La revolución se cerró en falso, creándose entre los refugiados guerrillas


tutsis, bautizadas como “cucarachas” por parte del gobierno hutu. Sus
incursiones eran la excusa para organizar acciones de represión interna contra
la minoría tutsi que, supuestamente, apoyaba o simpatizaba con los
“contrarrevolucionarios”. Entre 1963-1964 se produjo una primera matanza a
gran escala, así como otra serie de medidas impidiendo a los tutsis el acceso a
la educación superior, los cargos públicos y el ejército.

Un importante giro se dio en 1973, cuando el general Habyarimana, dio


un golpe de estado sin efectos sangrientos, buscando la reconciliación entre
ambas etnias. La economía mejoró y, durante la década de los ochenta,
Ruanda fue un ejemplo de desarrollo. Sin embargo, las cosas volvieron a
empeorar debido a la caída de los precios del café, ya que se rompieron los
acuerdos establecidos entre países productores y consumidores.
Paralelamente, el régimen favoreció la corrupción y no se solucionó el
problema de los antiguos refugiados tutsis, alegando que ya no había espacio
para ellos en el país. Ello provocó la intensificación de las acciones del Frente
Patriótico Ruandés, que había creado células clandestinas de jóvenes tutsis,
además de la propia división entre los hutus por el clientelismo del presidente,
procedente del norte del país.

La finalización de la Guerra Fría supuso la precipitación del conflicto, ya


que, acuerdos como el del café, quedaron en papel mojado y Ruanda perdió el
40% de sus ingresos por exportaciones. El hambre amenazó el país. Los
ataques del FPR desde la vecina Uganda, se contrarrestaron mediante el
apoyo francés al ejército ruandés, pero, el gobierno del régimen hutu volvió a
recurrir a las matanzas de población civil, no solo contra los tutsis sino contra
los opositores hutus. La ola de masacres fue perfectamente orquestada y
llevada a cabo por milicias paramilitares, formadas por jóvenes en paro o
aficionados a equipos de fútbol, metódicamente entrenados para organizar
tumultos y matar. Hubo jornadas en las que la media de asesinatos por
“ejecutor”, era de cinco diarias, con armas como machetes, mazas y lanzas.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Las potencias occidentales influyeron en la marcha de los


acontecimientos, obligando a la implantación de un régimen pluripartidista. El
nuevo marco legal, solo sirvió para la creación de una serie de partidos
políticos a sueldo del régimen, aunque se intentó integrar al FPR en la vida
política. Se intentó la reconciliación nacional mediante la presión de Estados
Unidos, Francia y la OUA, que parecieron llegar a buen puerto. Los nuevos
aires de los rebeldes del FPR, insistían en la superación del tribalismo y la
etnicidadm y proponían una transición mediante un gobierno de concentración
nacional.

Muchos achacaron a la desproporción del poder del FPR -que solo


representaba un 14% de la población-, el golpe de estado del 6 de abril de
1994, y las matanzas masivas posteriores. Más que ese factor en sí mismo, fue
una reacción por parte de los hutus más radicales, a lo que percibían como un
punto de no retorno en la Historia. Si se aplicaban los acuerdos de
reconciliación nacional, la Historia de Ruanda cambiaría definitivamente,
cerrándose el camino iniciado con la “Revolución de 1959” y la república
surgida de la independencia en 1962, con lo que el poder hutu quedaría
cuestionado, así como la influencia de los clanes y tribus. Fue, por tanto, una
huida hacia adelante de las facciones hutus más duras, por lo que muchos
investigadores empezaron a sospechar que el atentado contra el presidente
Habyarimana, fue llevado a cabo por elementos radicales de la extrema
derecha hutu, decididos a eliminar al estadista que estaba dispuesto a negociar
un alto el fuego con el FPR. Sea como fuere, el operativo genocida ya estaba
preparado meses antes, con la compra a China de miles de machetes para
distribuirlos entre la población. Aunque en un principio las matanzas fueron
llevadas a cabo por las milicias, pronto quedaron en manos de la propia
población, encabezada por las autoridades locales. Las matanzas fueron
sistemáticas, en muchos casos en jornadas que comenzaban a las nueve de la
mañana y solo paraban a las seis de la tarde, y consiguieron que toda la masa
de la población, se implicara en el genocidio. Se logró asesinar a 800.000
víctimas en doce semanas, un ritmo mucho mayor que el del Holocausto nazi.

Las matanzas solo concluyeron ante la incapacidad práctica de seguir


realizándolas. Por agotamiento de los asesinos. Entonces, el FPR lanzó una
ofensiva sobre la capital Kigaliy, y en el oeste surgió otra guerrilla tutsi, el ALIR.
Estas acciones provocaron la huida del gobierno hutu. Una enorme masa de
refugiados de esta etnia -cerca de dos millones de personas-, huyó en
dirección a Zaire. En la ciudad de Goma, se creó el campo de refugiados más
grande de la Historia. Desatendidos, masificados, sin condiciones higiénicas,
las enfermedades diezmaron a los que, hasta hacía poco, habían sido
sangrientos verdugos. Su condición de malditos, y perdedores militares y
morales, llevó a que su odisea fuese aún más olvidada por la prensa
occidental.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

4. La Guerra de Chechenia

A lo largo de 1994, Rusia volvió a caer en la inestabilidad política, social


y económica. El panorama político estaba dividido en multitud de partidos de
adscripción dudosa, y la imagen del presidente Yeltsin, se deterioraba a pasos
agigantados con incidentes grotescos por su afición a la bebida,
protagonizados cotidianamente en actos públicos de alto nivel. En este
contexto, la remota provincia de Chechenia se estaba convirtiendo en una
úlcera de difícil tratamiento, a pesar de su pequeño tamaño -15.000 km2- y
escasa población -poco más de un millón de habitantes-. La prensa occidental
recordó que los chechenos eran un pueblo musulmán, organizado en clanes,
orgullosamente indómito y dispuesto a la guerra, que se había resistido al
sometimiento ruso al menos desde el siglo XVIII hasta los años cuarenta del
siglo XX. Después, Stalin ordenó en 1944 deportar hasta Kazajstán y Siberia a
toda la población chechena e ingushetia, como respuesta a una insurrección
antisoviética producida dos años antes.

Los chechenos volvieron a su tierra en 1957, durante el periodo


desestalinizador de Jruschov, y no protagonizaron incidentes hasta la
disolución de la Unión Soviética. Los procesos nacionalistas de otras
repúblicas, reactivaron el nacionalismo checheno con dos figuras
preeminentes, el general Dudayev y el coronel Masjádov. Sin embargo, al ser
formalmente una provincia rusa, Moscú nunca consideró la independencia de
Chechenia. La tensión se potenció, ya que las respectivas nomenklaturas
soviéticas, fueron apartadas en las dos capitales, Moscú y Grozny.
Significativamente, los nuevos líderes nacionalistas chechenos, comenzaron
apoyando a Yeltsin, quien apoyó a su vez a los nacionalistas de Dudayev.

Pronto, los rasgos autoritarios de ambos regímenes supusieron un


cambio de perspectiva. Además existían otros problemas interrelacionados.
Desde 1991, Chechenia se había constituido en un auténtico agujero, desde el
que se exportaban centenares de miles de toneladas de petróleo sin ningún
control fiscal, así como centro del tráfico de armas destinadas a varios países
del Tercer Mundo. Este estado de cosas era posible por la corrupción de altos
funcionarios rusos y chechenos. Moscú había dejado que la situación se
deteriorase, pero ahora los chechenos disponían de armas en abundancia y
amenazaban el funcionamiento de importantes oleoductos y gaseoductos.

Aunque se ha achacado a Yeltsin no parar los pies a Dudayev, la


autoridad del presidente checheno estaba muy cuestionada en su pequeña
república. La delincuencia organizada, las venganzas entre clanes, los
secuestros y los homicidios, se sucedían en las zonas no controladas por el

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gobierno de Grozny. Tampoco ayudó el colapso de la URSS, ya que muchos


jóvenes chechenos trabajaban en granjas colectivizadas que cerraron.

En esta situación, Yeltsin pensó que el recurso a la fuerza sería lo más


rápido y eficaz, mediante un buen escarmiento, que sujetaría veleidades
independentistas de otros lugares, así como a la propia oposición de
comunistas y de los populistas de Zhirinovski, crecidos tras los resultados de
las últimas elecciones. La actuación rusa fue una catástrofe. La brigada
mecanizada 131, formada por soldados inexpertos, entró en Grozny. Intentaron
controlar el centro de la ciudad sin apoyo de la infantería, así que, cuando se
quisieron dar cuenta, se encontraron con una emboscada de los milicianos
chechenos. La brigada fue desarbolada y en una noche perdió un millar de
soldados. La acción, filmada, recorrió todo el mundo. La guerra continuó en
1995, sin cambio de estrategia por parte de los rusos, que continuaron
confiando en la fuerza bruta. Grozny fue arrasada hasta quedar prácticamente
deshabitada. Solo quedaron los pocos rusos que no podían huir al campo
checheno. La represión contra la población chechena fue cruel, con
detenciones arbitrarias, torturas, ejecuciones, etc. La respuesta de los
chechenos fue la de atentados terroristas en ciudades rusas.

La guerra de Chechenia supuso un total descrédito internacional de


Rusia, y confirmó la imagen de una potencia decadente, así como la
incapacidad de su presidente y de un país totalmente corrupto. Incluso, los
rusos vendieron armas de última generación al enemigo checheno en plena
guerra. Desde Occidente, se veía con cierta “tranquilidad” la absoluta
incapacidad del ejército ruso, máxime teniendo en cuenta que todavía se
trataba de una potencia nuclear. El conflicto checheno parecía confirmar que la
Guerra Fría había sido ganada con justicia por Occidente, que edificaría un
Nuevo Orden Mundial -olvidándose con este antifaz, de las guerras intestinas
en África, de la evolución del gigante chino, o de la tensión permanente en
Oriente Medio-. La ineficacia militar rusa, parecía ser la mejor contraprueba de
que solo el recurso al “derecho de injerencia”, era la vía más eficaz para
solucionar los conflictos de la nueva era, algo que pudo constatarse con el
triunfo de la diplomacia norteamericana en Bosnia en 1995, y la “privatización
de la guerra”, que posteriormente se desarrollaría en todo su esplendor en Irak.

5. La guerra de Kosovo

La crisis albanesa de 1997 supuso, entre otras cosas, que más de cien
mil fusiles de asalto y diverso equipamiento militar, fueran a parar de
contrabando al vecino Kosovo, por entonces, provincia serbia. Allí operaba el
Ejército de Liberación de Kosovo o UÇK, que se había limitado a organizar

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atentados puntuales contra la policía serbia o, los llamados por ellos,


“colaboracionistas” albaneses, que trabajaban para las autoridades de
Belgrado. Por su parte, el partido político dominante, la Liga Democrática de
Kosovo (LDK), acaudillada por el crítico literario Ibrahim Rugova, organizó una
“República de Kosovo”, con unas estructuras estatales más o menos
clandestinas, y con una utilidad limitada.

De hecho, tanto mafias albanesas como serbias, establecieron acuerdos


para controlar la emigración, los impuestos, negocios y actividades
económicas, en territorio kosovar. A finales de los noventa, las generaciones de
jóvenes albanokosovares empezaron a cansarse de su extrema pobreza y de
las pocas soluciones del régimen de Milosevic. La finalización del conflicto en
Bosnia, dejó sin embargo sobre la mesa el problema de Kosovo. En
consecuencia, los nacionalistas extremistas, pusieron en marcha la UÇK,
gracias a la financiación de sectores -muchos de ellos auténticos delincuentes-,
emigrados a varios países europeos.

Para Occidente, Kosovo constituía un problema fastidioso, máxime con


las ruinas de Bosnia aún humeantes. Además, era un tema delicado, ya que
Kosovo no era una república, sino una provincia y, si se respaldaba su
secesión, se daba la razón a los serbios que en 1991 defendían la viabilidad de
“repúblicas serbias” en Krajina o Bosnia. Todo ello suponía un potencial
desorden perpetuo. Por ello, a pesar de los continuos atentados del UÇK,
Europa no se molestó en actuar.

Todo cambió con la llegada de armas desde Albania, que hemos


comentado al inicio del epígrafe. El UÇK puso en marcha su estrategia de
“territorios liberados” en la región de Drenica, buscando el control de una
comarca sin matices terroristas. El objetivo estuvo a punto de concretarse en
noviembre de 1997, ya que la policía serbia se retiró de la zona. A partir de
entonces, sus acciones fueron en crecimiento, respondiendo las fuerzas
serbias que, enseguida generaron una airada respuesta internacional, ya que
se temía una repetición de la tragedia ocurrida en Bosnia. La reacción consistió
en la intervención de las cancillerías europeas y de la OTAN, que no querían
repetir las guerras yugoslavas que devastaron el territorio entre 1991 y 1995.
La diplomacia norteamericana se implicó a fondo, personificada en la secretaria
de Estado, Madeleine Albright.

Los kosovares, tras la experiencia de Eslovenia y Bosnia, jugaron la


carta de que las potencias occidentales correrían a darle la razón a quien
lograra amenazar la estabilidad o la paz europeas, al margen de que el
proyecto político de ese bando fuese más o menos viable, más o menos
contradictorio. Esta mecánica se desarrolló con admirable precisión a lo largo
del otoño de 1998. Las fuerzas de la OTAN, lograron que las fuerzas de
seguridad serbias, se retirasen de Kosovo, dando lugar al proceso negociador

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

que incluía la presencia de observadores de la OSCE encargados de frenar las


provocaciones de serbios y albaneses, a pesar de lo cual, los combates entre
kosovares y serbios se reanudaron con violencia.

La desgana de los occidentales a la hora de intervenir en otro polvorín,


era patente. La prisa por resolver el conflicto se convirtió en una obsesión.
Además, los partidarios de intervenir, se encontraron con que estaban
respaldando una operación de injerencia en un estado soberano, favoreciendo
con ello una opción secesionista en plena Europa, lo que podría complicar el ya
de por sí embarullado mapa político de los Balcanes. Parte de los gobiernos
occidentales, con los Estados Unidos a la cabeza, consideraron que había que
reconocer al UÇK como actor político, aunque fuese un grupo guerrillero que
veía premiada la utilidad política de la insurgencia armada contra un estado de
derecho. Hubo tiras y aflojas para posibles intervenciones de la ONU o de la
OTAN, dependiendo de quienes fuesen los actores principales que opinasen al
respecto.

Entonces, en enero de 1999, tuvo lugar la matanza de la aldea de


Racak, en la que 45 albaneses fueron encontrados muertos en las afueras,
presumiblemente ejecutados por las fuerzas de seguridad serbias. A pesar de
que este extremo no quedó claro, el suceso marcó la conferencia de paz de
Rambouillet, en la que se incluyó como actor negociador al UÇK en igualdad de
condiciones a los moderados del LDK. Las imposiciones de los occidentales en
torno a la celebración de un referéndum de autodeterminación, no fueron
aceptadas por los serbios, lo que supuso el inicio de una campaña de
bombardeos de la OTAN sobre territorio yugoslavo. Paradójicamente, ya
acabada la Guerra Fría, esta fue la primera intervención de la OTAN en una
guerra real, justo cuando cumplía medio siglo de existencia, y dentro de una
creciente polémica sobre su utilidad real.

La operación se vendió como si fuera una guerra inocua, al utilizarse la


última generación de armamento: bombarderos invisibles B-2, bombas
“inteligentes”, marcadores láser, reconocimiento por satélite, etc., elementos
“que podían evitar al máximo las bajas civiles”, dirigiéndose exclusivamente
contra objetivos militares o estratégicos. Sin embargo, la campaña fue más
larga de lo previsto. Duró algo más de dos meses, sin intervenciones terrestres
y, tras varios contactos diplomáticos, Belgrado claudicó.

Las negociaciones de paz fueron convulsas hasta el pacto final. La


supuesta guerra limpia fue un desastre humanitario -con cientos de miles de
refugiados y limpieza étnica de las minorías serbia, gitana, croata y bosnia-, un
fracaso político, y una amenaza para la estabilidad de toda la región, que
desembocó en la crisis de Macedonia. A largo plazo, supuso otro devastador
efecto, la sustitución de la ONU como actor internacional fundamental,
arrinconada por la OTAN. A todo ello se unió que muchos gobiernos que

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intervinieron en Kosovo, lo hicieron sin consultar tan siquiera a sus respectivos


parlamentos. La operación se hizo en buena medida para justificar la
pervivencia de la OTAN como brazo armado al servicio de la nueva estrategia
global de Washington y, en último término, para respaldar la idea del “Nuevo
Orden Mundial”.

6. La invasión norteamericana de Irak

A priori, la aportación primordial de los ideólogos en torno a la Al-Qaeda


de Osama Bin Laden y Aiman al Zawahiri, consistió en señalar que el objetivo
número uno de su “lucha”, no se encontraba en los regímenes pro-occidentales
de los países musulmanes, sino que el adversario principal eran las grandes
potencias que sostenían a los regímenes nacionales traidores y corruptos,
principalmente los Estados Unidos. Si fue posible la victoria en Afganistán en
1989, sobre el régimen apoyado por la Unión Soviética, Al-Qaeda pensaba que
también se podría golpear directamente a los Estados Unidos. Sin embargo, los
atentados del 11 de septiembre de 2001 en el corazón del Imperio, no fueron
una aportación original de Al-Qaeda. En Líbano hubo un atentado contra la
embajada norteamericana en 1983, y después los hubo de forma continuada
en Dar es-Salaam, Nairobi, Yemen, etc. La gran aportación fue, por tanto, llevar
a niveles de “virtuosismo”, tácticas anteriormente probadas, así como una
sofisticada capacidad de manipulación mediática. Desde el 11-S, si se
sospechaba o admitía que Al-Qaeda había estado detrás de cualquier atentado
por pequeño que fuese, este grupo terrorista obtendría un impacto mediático y
político de primer orden, lo que fue un éxito para su estrategia.

El planteamiento operativo basado en el “sistema de la franquicia”, hacía


que cualquier célula de extremistas ideológicamente afines o simpatizantes con
la causa, podía diseñar un atentado por su cuenta en cualquier momento, de
forma autosuficiente. Este sistema, se perfiló aún más posteriormente y hasta
la actualidad, con las acciones de los llamados “lobos solitarios”. El paradigma
del nuevo terrorista, se acercaba más al de un “hombre de negocios” que al
clásico “profesional” con mentalidad político-militar. Eso sí, en el “debe”
aparecían debilidades como la falta de credibilidad de la organización.

Al no encontrar la fórmula para devolver una respuesta contundente


contra Al-Qaeda, desde finales del otoño de 2001, la administración
norteamericana barajó la posibilidad de llevar la guerra a otros países que
supuestamente albergaban a extremistas islámicos, caso de Somalia, Sudán,
Yemen o Filipinas, todos ellos, objetivos secundarios frente al Afganistán
talibán. En un periodo muy breve, el gabinete de George W. Bush viró
abiertamente hacia un nuevo objetivo, que se vendió como continuación natural

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de la campaña contra Al-Qaeda: Irak. Se difundió la falsa especie de que Bin


Laden podría tener acceso a armas de destrucción masiva. Se comenzó a
hablar de la existencia de un “Eje del Mal”, compuesto por Irán, Irak y Corea del
Norte. El nuevo ambiente creado en torno a estos planteamientos, llegó a
proponer la revisión de la vuelta al desarrollo de armas nucleares tácticas.

Además, el inicio de la ofensiva contra el “Eje del Mal” no fue consultado


previamente con los aliados, como solía hacerse en la Guerra Fría cuando se
emprendía alguna nueva empresa estratégica. Bin Laden pasaba a un segundo
plano, y se visualizaba que el enemigo lo constituían estados “reales”, lo que a
efectos prácticos era una ventaja para la Casa Blanca. Ante la posibilidad de
que estos estados tuviesen armas de destrucción masiva, se imponía la
doctrina del “ataque preventivo”. Que se decidiese atacar Irak pareció un
asunto “de familia”. Desde 1991 con la Guerra del Golfo, la zona se asemejó a
un coto privado de los Bush. Aparentemente, el problema no se había
solucionado. Se manejaba la idea de que el derrocamiento de Saddam Hussein
aportaría mejoras al conjunto de Oriente Medio.

Algunos analistas pusieron el foco en el control del petróleo. Pudo ser


así, pero hay que decir que, en 2008, más de cinco años después de la
invasión, el 70% del crudo que se obtenía en Irak se vendía de contrabando, e
incluso parte del mismo servía para la continuación de la resistencia armada
frente a los norteamericanos. Otra razón que se esgrimió, fue que, una vez
derrocado el sunita Hussein, podría acceder al poder la mayoría chiita, y que a
su vez fuesen un contrapeso contra el sunismo practicado por los activistas de
Al-Qaeda. Por último, si se “democratizaba” Irak, ello supondría que el estado
de Israel podría volver a retomar las negociaciones de paz con los palestinos.
En una palabra, se quería vaciar la pecera (Oriente Medio) para capturar al pez
(Al-Qaeda).

Sin embargo, ni Francia ni Alemania colaboraron en los planes de Bush.


El agresivo secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, les calificó entonces
como los representantes de la “vieja Europa”. Bush buscó aliados en los países
de la Europa oriental. Por otro lado, la solicitud personal del presidente
norteamericano hizo que el neoliberal Aznar se echase en sus manos,
arrastrando a España a una guerra totalmente impopular. Junto al Reino Unido
de Tony Blair, formaron el llamado “trío de las Azores”, firmemente decidido a
intervenir en Irak. Con ello, quedaba patente la maniobra de los Estados
Unidos de dividir a los europeos. Finalmente, los norteamericanos estaban más
que dispuestos a prescindir del respaldo del Consejo de Seguridad de las
Naciones Unidas, a la hora de plantear la invasión de Irak, máxime con el
precedente de Kosovo. Buscando convertirse en la única gran superpotencia
global, Estados Unidos encontraba en la ONU un molesto estorbo.

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Juan José Martín García. Universidad de Burgos

Paralelamente, se desarrolló una fuerte campaña mediática para intentar


demostrar que existían armas de destrucción masiva. Fue una de las
manipulaciones más burdas y descaradas de la Historia. Se deslegitimó a los
inspectores de la ONU que no encontraron nada de las mismas, se exhibieron
informes falsos, o se dio credibilidad a trabajos de estudiantes colgados en
Internet, se puso por testigo a los servicios de inteligencia, que miraron
desconcertados las falsedades de la administración y a quienes, a posteriori, se
les echó la culpa de que, finalmente, no hubiera dichas armas. Tony Blair
afirmó en la Cámara de los Comunes que Irak podría atacar con misiles el
territorio europeo en 45 minutos. Aznar aseguró en el Congreso de los
Diputados que dichas armas existían, etc. El capital político conseguido por los
estadounidenses tras el 11-S, quedó degradado por todo el mundo.

El 20 de marzo de 2003, sin previa declaración de guerra, comenzó la


invasión de Irak. La campaña fue técnicamente “impecable”. Unos 250.000
soldados, 800 carros de combate, 400 helicópteros, aviones sofisticados B-1 y
B-2, además de contingentes aliados -sobre todo británicos-, solo tuvieron
cierta resistencia iraquí en la ciudad de An Nasiriyah. Bagdad, la tercera ciudad
en tamaño de Oriente Medio, con seis millones de habitantes, cayó el 1 de
abril. El derribo de la enorme estatua de Saddam fue retransmitido a todo el
mundo. El 1 de mayo, la guerra había terminado. Frente a 173 soldados
norteamericanos muertos, se contabilizaron unos 5.000 iraquíes.

Pronto se comprobó que los ocupantes no tenían un plan político eficaz.


Se había producido una invasión, no una liberación. Los problemas se
multiplicaron inmediatamente. Se purgó a la élite militar y a los altos
funcionarios del partido gubernamental Baas, lo que aumentó el caos. Se
desmanteló la estructura de grados medios bien preparados, pero no se
sustituyó por otra capacitada. Se aumentó así el número de los resentidos con
la nueva situación. La situación se transformó en un cotidiano desorden
público, destrucción y pillaje generalizados. Los edificios del gobierno fueron
desmantelados. Costó meses organizar una policía colaboracionista, que
pronto fue el blanco predilecto de los primeros brotes de la insurgencia iraquí.
La población comenzó a sufrir penurias con la creciente antipatía frente a los
norteamericanos. Insurgentes armados, núcleos religiosos radicales y
voluntarios islamistas -recrecidos con posterioridad-, comenzaron a prosperar
en un país anárquico, controlando las estratégicas fuentes de petróleo, lo que
les generó ingresos suficientes para continuar sus actividades.

El 14 de diciembre, se anunció la captura de Saddam Hussein. Las


autoridades norteamericanas alimentaron la ingenua teoría de que el antiguo
dictador era la mano negra que dirigía la resistencia desde la sombra. Sin
embargo, Saddam era un hombre desaliñado que pasó enormes dificultades
para esconderse y que fue humillado hasta su ejecución. Las actividades de

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diversos grupos insurgentes fueron al alza, con voluntarios y veteranos venidos


desde todo el mundo musulmán.

En octubre de 2003, se admitió que no existían armas de destrucción


masiva, lo que dejó muy tocada a la administración Bush a nivel internacional.
La idea de “democratizar” Oriente Medio no podía prosperar aupada en un
ridículo tan espantoso. El proyecto para un “Nuevo Orden Mundial” quedaba
seriamente comprometido.

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