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SINOPSIS ______________________ 4 19 __________________________ 172
1 ______________________________ 5 20 __________________________ 180
2 _____________________________ 11 21 __________________________ 191
3 _____________________________ 20 22 __________________________ 201
4 _____________________________ 29 23 __________________________ 213
5 _____________________________ 42 24 __________________________ 223
6 _____________________________ 52 25 __________________________ 234
7 _____________________________ 60 26 __________________________ 241
8 _____________________________ 69 27 __________________________ 251
9 _____________________________ 78 28 __________________________ 264
10 ____________________________ 89 29 __________________________ 273
11 ____________________________ 97 30 __________________________ 279 3
12 ___________________________ 108 31 __________________________ 282
13 ___________________________ 118 32 __________________________ 287
14 ___________________________ 129 33 __________________________ 295
15 ___________________________ 137 34 __________________________ 303
16 ___________________________ 146 35 __________________________ 311
17 ___________________________ 151 36 __________________________ 321
18 ___________________________ 161 SOBRE LA AUTORA __________ 326
El amor es un inconveniente para el que Anna Cavallaro
no tiene
Solo tiene un objetivo: convertirse en diseñadora de moda. La élite de
Chicago ya copia su estilo religiosamente, sobre todo porque es la hija del famoso
jefe de la mafia de la ciudad.
Cuando la aceptan en un instituto de moda de fama mundial en París, la
condición de su padre es llevar a su guardaespaldas.
A Anna definitivamente no le importaría pasar unas semanas de diversión
sin ataduras con su protector malhumorado.
Santino Bianchi se convirtió en el Ejecutor de la Organización porque
le gustaba la emoción de cazar y matar.
Cuidar a la hija de su capo es una tarea honorable que no puede rechazar.
¿Sus pensamientos sobre Anna? No tan honorables. 4
Santino ignoró el coqueteo persistente de Anna durante años. Ahora, lejos
de casa, los límites comienzan a desdibujarse. Pero Santino no tiene ninguna
intención de ser la razón de un compromiso fallido y el escándalo consiguiente.
Una aventura de verano en París.

Solo dos cosas se interponen en el camino de Anna.

La de Santino.

Y… su
Era un soldado leal.
Ser Ejecutor para la Organización de Chicago había sido una cuestión de
orgullo. Que disfrutara rompiendo huesos y mi tarea me permitiera hacerlo había
sido una ventaja adicional. Era bueno en eso. Lo disfrutaba.
Lo que no disfrutaba era escuchar la charla tonta de una adolescente.
Desafortunadamente, mis talentos brutales llevaron a mi Capo a pedirme
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que me convirtiera en el guardia personal de su hija.
Jugar a la niñera guardaespaldas de su engendro mayor nunca había sido mi
idea de servir a la causa.
—No puedes decir que no —había argumentado mi padre, con los ojos muy
abiertos por la alarma cuando le dije que estaba considerando hacerlo.
—No soy como tú, papá. No tengo la paciencia para rondar junto a una
mafiosa malcriada y escuchar sus quejas interminables con sus amigos. Soy un
soldado, no una niñera.
—No puedes decirle que no a tu Capo. Es un honor.
Negué con la cabeza.
—Quiero trabajar con mis manos. Quiero romper huesos. Quiero destruir a
nuestros enemigos.
—Deberías reconsiderar tu decisión —dijo implorante—. Si tu Capo te pide
que te conviertas en el guardaespaldas de su hija, solo hay una respuesta viable,
Santino, y es sí.
No tenía absolutamente ninguna intención de reconsiderar mi decisión, o
decir que sí, sin importar lo que dijera papá. Arturo y yo éramos un buen equipo.
Habíamos estado trabajando juntos como Ejecutores durante años y, sin embargo,
nunca se volvió aburrido. ¿Por qué renunciaría a eso por un trabajo que sin duda
despreciaría?
Me mantendría firme, sin importar lo que dijera Dante, y seguiría siendo
Ejecutor.

—¿Por qué no vienes a nuestra casa para decirme tu decisión? —había


dicho Dante durante nuestra llamada breve—. Cinco en punto.
Colgó antes de que pudiera decirle mi respuesta por teléfono. Suspirando,
me resigné a una reunión jodidamente incómoda con mi Capo. Dante tenía
facilidad de palabra además de una astucia sutil que hacía que la gente hiciera lo
que él quería.
Llamé al timbre y miré hacia mi Camaro negro de 1969, con la esperanza
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de volver a estar dentro de él muy pronto, corriendo por las calles de Chicago. Este
tipo de compromisos sociales eran la ruina de mi jodida existencia y normalmente
los evitaba.
No fue Dante quien abrió la puerta, ni una criada. Frente a mí, con una
sofisticada sonrisa educada, estaba Valentina Cavallaro. Era alta, con largo cabello
castaño y ojos verdes que te atrapaban como un gato atrapa a un ratón. Que ella
pudiera hacerme sentir como una de estas pequeñas bolas de pelusa de alimañas
me hizo aún más cauteloso para trabajar en su hogar.
Le di un asentimiento y una sonrisa educada a cambio.
—Tu esposo me pidió que viniera.
—Oh, lo sé —dijo—. Pensé que sería una gran idea que conocieras de
inmediato a nuestra hija. ¿Por qué esperar?
Me aclaré la garganta, a punto de decir lo que había venido a decir aquí,
cuando Dante apareció detrás de Valentina y le puso una mano en el hombro.
—Santino —dijo con un asentimiento breve.
—Me alegro de que Anna tenga un guardaespaldas tan capaz a su lado —
dijo Valentina, sin perder el ritmo, dándome la sonrisa de una mujer que tenía una
forma sutil de conseguir su voluntad, y al verlo supe exactamente por qué.
—La cosa es —comencé cuando Valentina me hizo pasar. Tanto Dante
como Valentina me miraron.
—¿Sí? —preguntó ella.
Las palabras de mi padre volaron alrededor de mi cerebro como una mosca
molesta que no podías espantar. De pie en la mansión de los Cavallaro y viendo
sus rostros expectantes, me di cuenta de que no había forma de que pudiera
rechazar su oferta. Al menos, aún no. Tal vez podría trabajar como guardaespaldas
durante uno o dos años y luego pedirle a Dante que me devuelva a la tarea de
torturar a la gente para obtener información.
—Los niños por lo general no me soportan —dije, lo cual no era realmente
la verdad. Los niños me atraían como las moscas a la mierda, pero no tenía la
paciencia necesaria para soportar su presencia.
Valentina se rio.
—Oh, no te preocupes. Anna se lleva bien con todos. Es una chica muy
sociable y empática.
Por supuesto. ¿Por qué los padres siempre pensaban que sus hijos eran un 7
regalo de Dios para la humanidad, altruistas de gran talento y buen
comportamiento, cuando la mayoría de ellos eran mocosos molestos y malcriados
con tendencias ególatras y una inclinación por la honestidad que bordeaba la
crueldad?
—Estoy seguro de que lo es.
Unos pasos resonaron arriba y un destello de cabello castaño apareció en la
parte superior de las escaleras.
Anna Cavallaro prácticamente correteó escaleras abajo, su coleta subiendo
y bajando de la manera más molesta posible. Como guinda del pastel, estaba
vestida con un traje a cuadros con el que incluso una mujer de cincuenta años se
sentiría vieja. Me dedicó una sonrisa. Sus ojos brillaron de emoción. Empujó su
mano en mi dirección, mirándome.
—Encantada de conocerte.
Forcé una sonrisa que parecía que podría congelarse sobre los malditos
músculos de mi cara.
—Un placer —gruñí. Era una mentira, pero por la mirada en sus ojos no se
dio cuenta. Sin embargo, Dante pareció ver a través de mí. Aun así, no pareció
disgustado por mi falta de entusiasmo por conocer a su hija. Sabía que mi habilidad
para protegerla no dependía de la simpatía. Solté su mano pequeña al segundo que
el decoro lo permitió. Otra cosa que odiaba jodidamente: tener que ser educado.
Ahora que pasaría mis días con la hija de Dante, mi descontrol con las maldiciones
y los estallidos de ira eran cosa del pasado.
—Será divertido —dijo Anna.
Tal vez pensó que sería su amigo, o su compañero de juegos personal. La
niña tenía una sorpresa desagradable esperándola. La protegería, ese era el alcance
de nuestro vínculo.
—Entonces, ¿me protegerás con tu vida? —preguntó con una inclinación
curiosa de su cabeza, sus ojos azules intentando ponerme en el lugar y probar mi
sinceridad.
Y hoy por primera vez, no tuve que mentir.
—Te protegeré hasta que tome mi último aliento.
O hasta que tu padre me muestre misericordia y me saque de mi miseria.

La primera vez que conocí a Santino, casi estallo de la emoción. Solo lo


había visto brevemente antes, pero incluso entonces, su altura y su rostro hermoso
habían hecho que mi vientre se volviera loco por primera vez en mi vida.
Estaba emocionada de que él me protegiera. Parecía que podía ser divertido
estar cerca y no ser tan estricto con las reglas. Pensé que él y yo nos llevaríamos
bien.
Comprendí muy pronto que ese no sería el caso.
Al principio, Santino aún había intentado ocultar su molestia por tener que
vigilarme, pero se hizo evidente muy rápidamente. No le gustaban los niños, ni la
gente en general. No le gustaba cuando le hablaba. O cuando me reía demasiado
fuerte. O cuando respiraba demasiado cerca de él. Apenas toleraba mi existencia.
Estaba bastante segura de que solo su sentido del deber le impidió
estrangularnos a Leonas o a mí.
Estaba enojada. En serio enojada. Me criaron para comportarme bien, ser
educada y pensar antes de actuar. Mamá y papá eran serenos y controlados en
público. Eran lo que yo aspiraba a ser.
Santino se sentaba a la mesa en la caseta de vigilancia con su papá y el
segundo guardaespaldas de mamá, Taft. Tragué pesado cuando entré en la
habitación, pero intenté ocultar mis nervios.
—¿Puedo hablar con Santino? —pregunté, mi voz firme. Me sentí orgullosa
de lo confiada y adulta que había sonado. La gente siempre me decía que era un
alma vieja escondida en el cuerpo de una niña de doce. Sin embargo, eso no
impidió que me trataran como a una niña.
La boca de Taft se torció y se levantó.
—Por supuesto.
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El papá de Santino le dio a su hijo una mirada que no entendí antes de que
él también se levantara. Ambos hombres se fueron con una sonrisa breve hacia mí.
Santino se recostó en su silla, con una ceja levantada de una manera que
probablemente también pretendía insultarme. Había aprendido a leer las
contracciones de su rostro como una forma de expresar lo que no podía decir en
voz alta.
No pude soportarlo más.
—Si tanto me odias, ¿por qué aceptaste convertirte en mi guardaespaldas?
—Atrás quedó el aplomo y la confianza. Soné herida e infantil, pero no pude
evitarlo.
Soltó un suspiro trascendental y prácticamente pude escuchar sus
pensamientos «aquí vamos…»
—¿Qué te hace pensar que te odio?
—Porque encuentras molesto todo lo que hago y digo.
No lo negó, y eso también dolió. Ni siquiera estaba segura de por qué quería
su aprobación. Solo era mi guardaespaldas.
Se inclinó hacia delante, con los antebrazos apoyados casualmente sobre los
muslos.
—No sabes lo que es el odio si crees que te odio. No lo hago.
—Pero no te gusto.
—No tienes que gustarme para protegerte.
Presioné mis labios juntos, sintiendo un ardor traicionero en mis ojos.
—No deberías proteger a alguien que no te gusta. Deberías haberle dicho a
mi papá que no si odias tanto el trabajo.
—No dices que no si tu Capo te pide que protejas a su descendencia.
La gente rara vez me decía la verdad, a menos que fuera agradable o incluso
halagador. Santino nunca protegía mis sentimientos. Era lo que me gustaba de él,
pero también lo detestaba porque quería que fuera amable conmigo porque yo
también le gustara.
Me alejé sin otra palabra. No quería estallar en lágrimas frente a él.
Probablemente solo lo molestaría y me avergonzaría, y ya había tenido suficiente
de eso.
Pasos pesados merodearon detrás de mí.
—Anna, detente. 10

No lo hice, ni disminuí la velocidad mientras seguía el nuevo túnel que


conectaba nuestra casa con la caseta de vigilancia. Santino me alcanzó en nuestro
sótano, sus dedos sujetando la parte superior de mi brazo. Me detuve y miré a su
forma alta.
—En caso de que estés preocupada que haré un mal trabajo protegiéndote
porque no adoro el suelo que pisas, no tienes que preocuparte. Me tomo en serio
mi trabajo. Te protegeré con mi vida, incluso si me molestas.
—Eso es un consuelo —dije, dejando que el sarcasmo que normalmente
solo le mostraba a Leonas saliera a la luz. Si Santino no se molestaba en ser cortés,
yo tampoco lo haría.
Al principio, su desinterés por mí y su falta de conversación me molestaron,
pero aprendí eventualmente cómo sacarle una reacción, en realidad cualquier tipo
de reacción. Molestar a Santino hasta que no pudiera ignorar más mi existencia se
convirtió en mi pasatiempo favorito.
Me sentaba en el césped y arrastraba el lápiz sobre el papel. El sol de la
tarde me calentaba la espalda.
Me tomó horas convencer a Santino de que me llevara a la naturaleza para
poder dibujar algo más que el interior de nuestra casa o el patio trasero.
Eventualmente me llevó a un parque cerca de casa y desde entonces actuaba como
si fuera aire.
Le eché otra mirada. Se encontraba de pie a unos pasos a mi derecha, con
los brazos cruzados en tanto examinaba nuestro entorno. Cualquiera con un
mínimo de cerebro habría sabido que era mi guardaespaldas. 11

Tracé el lápiz sobre el papel mientras intentaba obtener la línea afilada de


su mandíbula y el ceño fruncido. Santino había sido mi modelo favorito desde hace
un tiempo, por supuesto que no lo sabía. Podía imaginar lo que diría si supiera que
todos nuestros viajes a lugares diferentes no habían tenido sentido porque siempre
era él a quien dibujaba. A veces me tomaba la libertad con su ropa y la cambiaba
por atuendos de otro siglo para hacer fluir mis jugos creativos. Hoy elegí un
sombrero y botas de vaquero para su atuendo.
Sus ojos me atravesaron y, como de costumbre, el brillo áspero en ellos
envió un escalofrío agradable por mi espalda. Nadie más me hacía sentir así,
definitivamente no los chicos de mi edad.
La gente quería complacerme. No tenía problemas para ganarme a la gente,
pero mis habilidades sociales eran completamente inútiles contra la terquedad de
Santino. Quería odiar el trabajo y, por lo tanto, no quererme, y no se permitiría
sentirse diferente.
No era estúpida. Sabía que mi enamoramiento por él era completamente
ridículo por varias razones, la principal de las cuales era diez años mayor que yo.
Aun así, a veces soñaba con cómo sería cuando yo fuera mayor.
Volví a concentrarme en mi dibujo, sombreando los pantalones de vaquero.
Perdida en mis pensamientos, me di cuenta demasiado tarde cuando una sombra
cayó sobre mí. Mi cabeza se disparó para encontrar a Santino fulminándome con
la mirada y a mi dibujo de él.
—No deberías dibujarme —gruñó, arrancando el papel de mi portapapeles.
—Tienes una mandíbula muy prominente. Es un objeto atractivo —dije.
Podía ver que creía que estaba loca.
—¿Y por qué diablos me hiciste parecer un vaquero?
Me encogí de hombros.
—Se está volviendo aburrido dibujarte en jeans, camisa y chaqueta de cuero
todo el tiempo.
Negó con la cabeza, murmurando algo por lo bajo, y destrozó mi dibujo.
—¡Oye! —grité a medida que saltaba e intentaba arrancarle los restos de mi
trabajo de las manos. Fue inútil. Simplemente me bloqueó con su costado y con
calma arrugó los pedazos de papel en una bola pequeña.
—Anna, no me dibujes. Si tengo que responderle a tu padre porque
encuentra dibujos míos en tu habitación, me enfadaré.
—¿Y en qué se diferencia eso de tu estado de ánimo habitual? —pregunté 12
con altivez—. Eres prácticamente Grumpy Cat en forma de mafioso.
Solo me miró fijamente, pero estaba acostumbrada a su expresión oscura, y
le devolví la mirada obstinadamente.
—Regresaremos a casa ahora y me entregarás todos tus dibujos,
¿entendido?
—Entendido.

De regreso a casa, Santino me siguió a mi habitación como una sombra


atronadora y me observó a medida que abría el cajón superior de mi escritorio
donde guardaba la mayoría de mis dibujos de él. Le entregué unas dos docenas de
dibujos. Los hojeó, sacudiendo la cabeza de vez en cuando, y una vez sus cejas se
levantaron mucho. Supuse que era el dibujo de él con el guardarropa de Luis XIV.
Niveló sus ojos en mí y los entrecerró.
—Hay más.
Le di una expresión inocente.
Señaló el dibujo en la parte superior de la pila.
—Esto no es tan bueno y detallado como el dibujo que vi hoy. Eso significa
que has progresado desde entonces y como eres toda una estudiante destacada,
mantendrás tus mejores dibujos por separado para admirarlos.
Me sonrojé y por un momento breve mi mirada se dirigió a mi mesita de
noche. Santino se tambaleó hacia ella y trató de abrir el cajón, pero estaba cerrado.
No quería que Leonas obtuviera material de chantaje sobre mí. Palpó debajo de la
cama y luego sonrió. Me quedé boquiabierta cuando sacó la llavecita que había
pegado en la parte inferior del marco de mi cama y abrió el cajón.
—¡Eso es privado! —siseé, pero ya había recogido una pila de quince
dibujos de él. El de arriba lo mostraba tomado de la mano con mi yo adulto. Usé
una aplicación de computadora para envejecerme y luego me dibujé junto a él.
En realidad, esperaba que no me reconociera. Pero la mirada que me dio 13
aplastó mi esperanza.
—¿Qué es esto?
Tragué pesado y me encogí de hombros.
—Anna, sé que se supone que eres tú. Te reconozco, por no mencionar el
ridículo disfraz de Chanel a cuadros que nadie menor de setenta años usaría.
—Chanel es moda, sin importar la edad —dije indignada.
—No me dibujarás nunca más, ¿entendido? Esta es mi última advertencia.
Salió, sin esperar mi respuesta.
La vergüenza aún me calentaba las mejillas y estaba al borde de un llanto
de ira cuando comprendí algo: Santino había prestado suficiente atención a mis
dibujos para notar las diferencias de mi progreso en los últimos meses.
Una sonrisa se dibujó en mi rostro.
—¿Anna?—llamó mamá y empujó aún más la puerta que Santino había
dejado entreabierta, asomando la cabeza—. ¿Puedo hablar contigo?
Noté la tensión alrededor de su boca. Compartía los mismos labios carnosos
conmigo, pero ahora los suyos parecían una línea dura. ¿Santino me había
delatado? No podía imaginarlo.
—¿Hay algún problema?
—Oh, no, cariño —dijo cuando entró y se sentó en el banco acolchado en
el marco de la ventana.
Me hundí a su lado, preguntándome de qué se trataba.
—Como tu decimotercer cumpleaños se acerca muy pronto, tu padre y yo
pensamos que ahora podría ser un buen momento para discutir tu futuro contigo.
Esto no era completamente inesperado. Como hija del Capo, todos
esperaban con gran expectación a quién me prometerían.
—¿Está bien?
—Tu padre y yo hemos pasado los últimos meses pensando en una posible
unión. No queríamos apresurar las cosas, especialmente porque el chico que
tenemos en mente para ti podría resultar inesperado.
Había oído rumores de que iba a ser prometida con alguien de la Unión
Corsa para fortalecer a la Organización, pero conocía a papá. Nunca me permitiría
formar parte de otra familia mafiosa. Estaría demasiado preocupado por mi
seguridad. Papá ni siquiera me dejaría irme de Chicago, incluso si eso limitara 14
drásticamente a mis posibles futuros esposos. El hijo de un lugarteniente nunca
querría dejar su ciudad por mí.
—Conoces a Clifford Clark, ¿verdad?
Mi boca formó una O. Él no era alguien que hubiera tenido en mente cuando
se trataba de matrimonio.
—Jugamos juntos al tenis. —Juntos era un término vago en este caso. Él y
yo en realidad nunca habíamos jugado dobles o uno contra el otro, pero jugábamos
en el mismo club y en ocasiones nuestro entrenador de tenis había creado grupos
de sus alumnos para trabajar en ciertas habilidades. Algunas veces Clifford y yo
habíamos estado en el mismo grupo, pero aparte de un rápido «hola», nunca
habíamos intercambiado una conversación real. Siempre tenía una manada de
amigos a su alrededor como un séquito.
—Tu papá ha estado trabajando con su padre. La cooperación es importante
para la Organización y estamos intentando crear un vínculo más fuerte entre
nuestras familias. Tener conexiones con la élite política puede ser una ventaja.
Me estrujé el cerebro buscando mi último recuerdo de él. Había sido hace
varios meses. Él y algunos chicos se habían sentado en las gradas mientras Luisa
y yo jugábamos al tenis. Clifford era alto y rubio, algo apuesto. Si tan solo mi
cabello fuera rubio, todas las personas suplicando una pareja dorada tendrían un
festín. Solté una risita, haciendo que mamá me diera una mirada de perplejidad.
—Solo pensaba que sería perfecto para satisfacer a los entusiastas de la
pareja dorada. Pero Leonas probablemente tendría que ocupar mi lugar.
Mamá se rio.
—Esos rumores de la pareja dorada nunca se detendrán.
Sabía que muchos habían querido que papá se casara con alguien que no
fuera mi madre exactamente por esa razón.
Mamá puso su mano sobre la mía.
—Lo estás tomando mejor de lo que pensé que podrías.
Levanté mis cejas.
—Estoy sorprendida, pero no veo por qué debería estar preocupada. Todo
el mundo tiene un matrimonio concertado. —Luego fruncí los labios,
preguntándome por qué mamá estaba preocupada—. ¿O crees que ya no
perteneceré a la Organización si me caso con un forastero?
—Cariño, siempre serás parte de la Organización. Tu matrimonio con
alguien como Clifford ayudaría a la Organización, lo que todos apreciarán
enormemente. Su familia es muy influyente y si su padre se convierte en senador, 15
esto solo mejorará.
Asentí. La Organización sería intocable si contáramos con el apoyo de una
familia política importante. Sabía que a papá le preocupaba mucho nuestra
seguridad y la fuerza de la Organización. Si podía ayudarlo, ¿por qué no lo haría?
—Y tendrías más libertades en un matrimonio con un forastero. Podrías
estudiar Arte, tal vez incluso trabajar en el campo. Nuestros hombres no son tan
liberales.
—¿Papá y tú ya acordaron el matrimonio?
—No —dijo inmediatamente—. Primero quería hablar contigo.
Mordí mi labio. Era extraño pensar en casarme con alguien a quien apenas
conocía, o pensar del todo en matrimonio. Siempre que se me había pasado por la
cabeza, había sido una idea muy lejana. Ahora se hizo realidad.
—¿Puedo hablar con él durante el entrenamiento de mañana? Quiero
hacerme una idea de él.
Mamá sonrió.
—Por supuesto, pero él no sospecha nada. Su familia no quiere revelarle
nada hasta que las cosas sean más concretas.
—No le diré nada. Encontraré una excusa para querer charlar con él.
—Eres una chica inteligente. Estoy segura de que no sospechará nada. —
Besó mi sien—. Me cuentas cómo te va, ¿de acuerdo?

Luisa parecía más nerviosa que yo, como si fuera a casarse con Clifford.
Después de vestirnos con nuestra falda de tenis blanca y nuestra camisa a juego,
las dos nos dirigimos a las canchas de tenis. Mi mirada recorrió el patio amplio
hasta que encontré a Clifford en la penúltima cancha, jugando contra uno de sus
amigos, un chico de ascendencia asiática, cuyo nombre no sabía.
La cancha a su lado estaba vacía, así que conduje hacia allí a Luisa.
—Deja de mirarlos como si tuvieras algo que esconder —murmuré cuando
entramos en la cancha. Luisa no tenía ni un hueso traicionero en su cuerpo. Era 16
demasiado buena. Éramos como el policía bueno y el policía malo.
Se sonrojó.
—¡No puedo evitarlo!
—Concéntrate en la pelota —le dije y le lancé una pelota de tenis antes de
tomar posición al otro lado de la red. Solo una barrera baja separaba nuestra cancha
de tenis de la siguiente, donde Clifford y el otro chico estaban enzarzados en un
partido acalorado.
Luisa y yo jugamos de un lado a otro por un rato antes de que disparara la
pelota al costado de Clifford. Corrí hacia la barrera. Clifford recogió la pelota con
el ceño fruncido.
—Oye, presta atención a dónde lanzas la pelota. Interrumpiste nuestro
juego.
Me arrojó la pelota, sin siquiera molestarse en acercarse. Fruncí los labios.
Brusco. Era tal como lo recordaba, alto, cabello rubio ondulado y extremidades
larguiruchas.
Su rudeza me molestó. Me di la vuelta con un humor amargo.
Luisa se encogió de hombros. No me molesté en otro intento de contacto, y
escuchar su conversación fue en vano. Estaban demasiado concentrados en su
partido.
Más tarde, en el bar de jugos, probé suerte nuevamente y me senté en una
silla cerca de Clifford y su amigo. Su conversación sobre Lacrosse casi me hizo
quedarme dormida. Pronto dos chicos más se unieron a él y a su amigo.
Nunca le había prestado mucha atención a Clifford Clark, y ahora sabía por
qué. No compartíamos la misma multitud o intereses. Era el tipo de chico rico que
usa camisas polo, y es el favorito del profesor. Sus antecedentes eran tan limpios
como su atuendo de tenis.
Sabía que sus padres tenían sus propios secretos, pero no eran tan oscuros
como los míos. Clifford y yo veníamos de mundos muy diferentes. Él y sus amigos
pensaban que eran duros. Yo sabía cómo era la dureza real. No estaba segura si
alguna vez pudiese gustarme alguien como él, y mucho menos respetarlo.
Mamá me había preguntado ayer si podía imaginar casarme con Clifford
algún día. Siempre supe que tendría un matrimonio arreglado. Para la hija de un
Capo, no había otra opción. Justo en este momento, me costó mucho considerar a
Clifford como algo.
Los cuatro muchachos emigraron a una mesa en el comedor del club de
tenis y ordenaron sándwiches, papas fritas y refrescos. Al menos en ese sentido no 17
eran tan pretenciosos como parecían. Si Clifford hubiera pedido un Acai Bowl o
un Sashimi de atún, habría trazado una línea.
Santino apareció en la puerta, obviamente cansado de esperar.
—¿Qué te está tomando tanto tiempo? ¿No puedes pedir tus jugos verdes
para llevar?
Puse los ojos en blanco.
—Necesitábamos relajarnos después del entrenamiento. Danos unos
minutos más.
Se sentó en un taburete vacío de la barra. La chica trabajando en el
mostrador se acercó a él de inmediato, sacudiendo su cabello de una manera
coqueta.
—¿Qué puedo hacer por ti? ¿Quizás un buen Ginger booster? Es picante y
te dará un impulso extra.
La expresión de Santino casi me hizo reír a carcajadas.
Santino conseguía sus impulsos de una manera muy diferente, la mayoría
de las veces con cuchillos y pistolas.
—Café solo, lo más fuerte posible.
Ella sonrió casi con reproche.
—Demasiada cafeína no es buena para la salud.
Sabía lo que él estaba pensando: Tampoco molestarme…
Luisa me dio un codazo, alejando mi atención de Santino y volviendo a la
mesa con mi posible futuro esposo.
Seguía escuchando a Santino y a la chica mientras Luisa y yo mirábamos a
Clifford discretamente.
—Estoy bien —dijo Santino bruscamente cuando la chica no dejó de
molestarlo con sugerencias de jugos y finalmente captó la indirecta.
—Se ve un poco agradable —dijo Luisa, mirando a Clifford críticamente.
No era mal parecido. Era casi demasiado bonito para un chico. Me encogí
de hombros.
—Es un chico. Un chico rico.
—Y tú eres una chica rica —comentó Santino.
Salté, mis mejillas ardiendo. La indignación me llenó cuando miré a Santino
por encima de mi hombro, habiéndose acercado sigilosamente. Siempre estaba 18
cerca, pero no pensé que escucharía nuestra conversación.
—Es la hija de un Capo —dijo Luisa casi sorprendida, luego sonrió
torpemente.
—Gracias por avisarme —dijo él arrastrando las palabras. Dirigió sus ojos
hacia el cielo, sacudiendo la cabeza y murmurando algo por lo bajo—. ¿Cuánto
tiempo más te tomará acechar a estos chicos? No tengo paciencia para
enamoramientos incómodos de preadolescentes.
No se había molestado en bajar la voz. Clifford y los otros chicos nos
miraron de soslayo y luego el chico asiático le dio un codazo a Clifford con una
sonrisa y todos comenzaron a reírse.
Le fruncí el ceño a Santino.
—Genial, ahora piensa que estoy enamorada de él.
Salté del taburete y me dirigí hacia el auto, Luisa pisándome los talones.
Santino caminó detrás de nosotras, casi aburrido.
—¿Ese no es el caso?
Empujé mis puños a mis costados.
—No, no lo es. Mamá y papá están considerando casarme con Clifford
Clark, el chico rubio. Es hijo de un político.
Me miró de soslayo, su rostro reflejando aburrimiento.
—Estoy seguro de que tienen sus razones —dijo de una manera que sugería
que no le importaba cuáles eran, ni que me casara en absoluto.
Me mordí el labio y me callé. Santino tenía una manera de hacerme sentir
estúpida y como una niña pequeña sin insultarme de verdad. Su mirada decía más
que mil palabras.
Lo extraño era que, si bien la rudeza de Clifford hoy me hizo querer
mantenerme alejada de él, la brusquedad de Santino solo me hacía sentir más
ansiosa por estar cerca de él.

19
Cuando mamá entró en mi habitación esa noche para hablar sobre Clifford,
no le conté mis dudas. Podía decir lo importante que sería para la Organización y
quería hacer mi parte para ayudar.
—Esto no será público por mucho tiempo. Y por lo que deduje, los Clark
no le dirán a Clifford ahora. Quieren esperar hasta que sea mayor y pueda
comprender las razones de su decisión.
Asentí. Para las personas fuera de nuestro mundo mafioso, los matrimonios
arreglados eran raros. A sus padres probablemente les preocupaba que no fuera
capaz de manejar la situación o que dejara colar algo a otros por accidente. Tenía
que admitir que me alegraba de que no lo supiera hasta más tarde. De esa manera
no tendría que volver a hablar pronto con él.
Estaba orgullosa de que mis padres supieran que era lo suficientemente
fuerte para manejar mi futuro de esta manera. Quería seguir haciéndolos sentir
orgullosos, incluso si eso significaba aguantar a Clifford.
Cinco años.
Cinco malditos años.
Hoy era el aniversario de mi primer día como guardaespaldas de Anna
Cavallaro, y como si ella hubiera apuntado la fecha, hizo todo lo posible para
molestarme jodidamente. No es que no haya hecho esto en ningún otro día del año,
pero hoy hizo un esfuerzo adicional.
Podía ver su cara de suficiencia en el espejo retrovisor. Apretando los
dientes, me concentré en el largo camino de entrada que nos llevaba a la cabaña 20
del lago de los Cavallaro.
Extrañaba mi Camaro, las vibraciones sutiles, el asiento incómodo, el
zumbido impaciente del motor. Pero en el trabajo, me vi obligado a conducir una
limusina Mercedes para que Anna y Leonas se sintieran seguros y cómodos. No
querrían que sus culos mimados sintieran el camino lleno de baches.
—¿Sabes si alguno de los guardias tiene cigarrillos? —preguntó Leonas.
—Creo que uno de los guardias de Sofia fuma —dijo Anna, mirándome. A
veces quería agarrar a la mocosa, arrojarla sobre mis piernas y darle una nalgada.
—Si atrapo a alguno de los dos fumando, les azotaré el culo a ambos con
mi maldito cinturón.
—Pervertido —dijo Anna, y por un segundo, no estaba seguro de haberla
escuchado bien. ¿En serio había dicho eso?
Presioné mi pie en el freno con más fuerza de la necesaria, haciendo que el
auto se detuviera prematuramente antes de las plazas de estacionamiento.
Anna y Leonas salieron disparados hacia adelante. Este último golpeando
su cabezota terca contra el asiento del pasajero porque había ignorado mi orden de
ponerse el cinturón.
—Mierda, ¿por qué fue eso? —se quejó Leonas.
Salí sin decir una palabra antes de que pudiera hacer algo de lo que Dante
me hiciera lamentar. El auto de Samuel y el del guardaespaldas personal de su
hermana Sofia, Carlo, ya estaban estacionados frente a la cabaña. Samuel era el
sobrino de Dante y del tipo amenazante, así que no tendría que preocuparme de
que él también me pusiera de los nervios.
Anna también salió, arqueando una ceja hacia mí en tanto se alisaba el
ridículo traje a cuadros de Chanel que llevaba puesto.
—Sonny, pareces nervioso.
Le di una sonrisa aguda, tragando una respuesta muy dura.
—Entren. —Señalé con la cabeza hacia la puerta principal de la gran cabaña
de madera—. Y lleven su propio equipaje.
Me dirigí adentro, sin esperarlos. A mi paso, pude oírlos discutiendo por el
equipaje.
Voces masculinas bajas venían de la sala de estar y encontré a Samuel y
Carlo adentro.
—Santino —saludó Samuel con un asentimiento breve—. ¿Día estresante?
—Escaneó mi rostro.
21
—No tienes idea.
Anna y Leonas entraron, este último cargando su maleta y la de Anna. Yo
solo había empacado una bolsa.
—Hola, Samuel —dijo Anna con una sonrisa radiante y abrazó a su primo.
Luego le dio a Carlo una sonrisa amistosa y le estrechó la mano. Podía ser
encantadora, tenía que dárselo, señorita perfecta.
Pasos resonaron por las escaleras. Supuse que se trataba de Sofia, la
compañera de Anna y hermana de Samuel.
Entró corriendo en la habitación y cuando la vi, la evalué detenidamente.
Estaba vestida con un diminuto bikini blanco que mostraba sus curvas femeninas.
¿Qué edad tenía?
Diecisiete. Mierda. Siempre olvidaba que Anna también cumpliría pronto
diecisiete. Aún la veía como la niña molesta.
Cinco malditos años y ningún final a la vista. Estaba destinado a ser su
guardaespaldas mientras no estuviera casada. En realidad, esperaba que Cliffy
tuviera su propio equipo de seguridad una vez que esos dos cerraran su vínculo
condenado.
—Ese bikini te queda ardiente. Buena elección —dijo Anna cuando se
separó del abrazo de Sofia.
Leonas asintió, recostándose en el sofá con una sonrisa comemierda.
—Sí, te ves como un pedazo de culo ardiente.
—Cállate —gruñí incluso si la pequeña mierda había dicho la verdad.
Samuel caminó hacia Leonas y lo golpeó en la nuca.
—Cuidado. Aún no eres Capo, de modo que todavía podemos patear tu culo
flacucho hasta que tus bolas se marchiten al tamaño de unas pasas.
—Como si fueran más grandes que eso —murmuró Anna, dándole a Leonas
una sonrisa de suficiencia.
Como si alguna vez hubiera visto las bolas de alguien.
—Me importa un carajo si ustedes dos se torturan entre sí. Lo único que me
importa es que regresen a Chicago más o menos vivos y no me crispen los putos
nervios.
—Nuestros otros guardaespaldas no dicen palabrotas porque nuestra madre
aborrece las groserías —dijo Leonas.
Estaba a punto de explotar.
22
—Presenta un informe oficial y ve si me importa un carajo. —Me volví
hacia Samuel y Carlo—. Me voy a la caseta de vigilancia. Confío en que los
mantengan con vida.

No regresé a la cabaña hasta la cena, que fue sorprendentemente agradable


gracias al hecho de que Anna estaba ocupada hablando con Sofia y Emma, y no se
molestó en hacerme enojar.
Eso, y el hecho de que no confiaba en que los otros guardias hicieran un
buen trabajo vigilando a todos los adolescentes solos, fue la razón por la que me
uní a ellos después mientras todos se acomodaban alrededor de la hoguera.
Desafortunadamente, Anna se sentó frente a mí y su mirada prometió problemas.
—Quiero darme un chapuzón —dijo Leonas con una sonrisa que conocía
muy bien. Ese chico era la viva imagen de Dante, pero sus costumbres
problemáticas estaban muy lejos de la actitud equilibrada de mi Capo. Cuando
acepté convertirme en el guardaespaldas de Anna, no había tenido en cuenta que
su hermano igualmente molesto también sería parte del trato.
Samuel me miró antes de volverse hacia Leonas.
—Suena estupendo. Quizás una criatura del lago te devore.
Anna encontró mi mirada en desafío.
—Podríamos ir a nadar desnudos.
Casi digo que adelante. Probablemente le daría un infarto al ver toda esa
desnudez con sus ojos virtuosos, pero hasta ahora había evitado verla en cualquier
estado de desnudez y quería que siguiera así. Terminé mi cerveza.
—No van a desvestirse, y no van a comportarse como niños peleando en el
recreo.
—No soy una niña, Sonny —murmuró Anna.
Deseaba que mi padre no me hubiera llamado Sonny por accidente a su
alrededor. Nunca dejaría de molestarme con el apodo estúpido.
Leonas se levantó de su silla y se desnudó hasta quedar en calzoncillos. 23
—Yo voy. Ustedes sigan parloteando.
Corrió por el sendero hasta la cubierta inferior y se catapultó al agua negra
con una bomba.
Samuel lo siguió poco después.
Anna aún me miraba con una sonrisa atrevida. No me quitó los ojos de
encima cuando se levantó y empezó a desabrochar el vestido de verano que llevaba
puesto. Me recliné en mi asiento, intentando mantener mi expresión fría. Quería
sacarme una reacción. Si creía que su pequeño striptease me sacaría de quicio,
estaba equivocada. El último botón se abrió y separó su vestido solo para dejar que
se deslizara lentamente por sus hombros. Simplemente la miré a la cara. No era un
adolescente que se sonrojaba y se reía por verla en ropa interior. Claro, se veía
como una mujer, una mujer atractiva, pero se necesitaba más que eso para obtener
una reacción de mi parte.
Sus ojos fulguraron con ira por mi falta de reacción antes de correr hacia el
lago y sumergirse.
Sacudiendo la cabeza, me levanté y me saqué la camisa de los jeans.
—Pediré un maldito aumento de sueldo una vez que regresemos a Chicago.
Emma se rio como si pensara que era una maldita broma. ¿Mi puta cara se
veía como si estuviera bromeando?
Ignorándola a ella y a Danilo, bajé a la cubierta inferior, siguiendo la risa
de Anna y Leonas.
Salté de cabeza. Necesitaba refrescarme por varias razones y me alegré por
el silencio debajo de la superficie del agua por una vez. Cuando salí después de
casi un minuto, las risas y gritos regresaron a mí. Floté sobre mi espalda mientras
me aseguraba de vigilar a mis dos alborotadores.
Mi momento de paz duró poco cuando Anna comenzó a nadar hacia mí.
—¿Alguna vez simplemente te diviertes? —preguntó, flotando a mi lado.
—Sí. Cuando no estoy trabajando.
Comenzó a flotar junto a mí, revelando demasiado de su cuerpo. Levanté
mis ojos al cielo.
—Quieres decir cuando no tienes que estar cerca de mí.
No dije nada. Su cuerpo flotó más cerca de mí y nuestros brazos se rozaron,
y me rompí.
—Anna, no soy tu amigo. Soy tu guardaespaldas. Incluso si no puedes
actuar profesionalmente ni para salvar tu maldita vida, yo tengo que hacerlo. 24
Su expresión se volvió helada, pero no tuvo la oportunidad de responder
porque Sofia comenzó a chillar. Me levanté de un tirón en el agua, escaneando el
área al mismo tiempo que agarraba la muñeca de Anna. Ella también había dejado
de flotar y nadaba a mi lado.
Por supuesto, resultó ser una maldita alga marina que se había enredado
alrededor de la pierna de Sofia. Anna me sonrió. Por una vez sin provocarme.
—Me agarraste inmediatamente para protegerme.
—Ese es mi trabajo.
Asintió, pero aun así me dio esa sonrisa extraña. Me alegré cuando nadó
hacia Sofia para tener una charla de chicas.
Ya no estaba de humor para nadar, así que me dirigí a la escalera. Para
entonces, Sofia había bajado y caminado de regreso a la casa, dejando sola a Anna
en la terraza.
—Deberías irte a la cama. No quiero tener que cuidarte cuando tengas un
resfriado —murmuré.
Puso los ojos en blanco.
—De todos modos, iba a ir a la cabaña.
Agarró la escalera.
—Déjame ir primero —le ordené. No quería tener su trasero justo encima
de mi cabeza a medida que ella salía. Soltó la barandilla con el ceño fruncido e
hizo espacio para que yo pudiera subir primero. Cuando estuve en la cubierta y
volví al agua, Anna me dedicó una sonrisa de complicidad.
—De hecho, disfruté la vista.
—Sal. —Hice un gesto a Leonas—. Tú también. —Refunfuñó pero también
nadó hacia nosotros.
Anna se agarró a la barandilla y salió. Inmediatamente se le puso la piel de
gallina. Estaba jodidamente frío. Regresé a la cubierta superior donde habíamos
dejado las toallas y agarré tres y luego me dirigí hacia Anna, que ya estaba en la
mitad de la cubierta. Dejé caer dos toallas, luego desdoblé una y se la ofrecí. Me
permitió envolverla alrededor de sus hombros e inclinó su cuerpo hacia mí
mientras me miraba con una sonrisa suave.
—Gracias, Santino.
Solté sus hombros rápidamente y asentí al tiempo que retrocedía. Deseé que
papá no me hubiera enseñado a ser un caballero. La mayor parte del tiempo me las
arreglaba para abstenerme de actuar como tal. Anna no se movió, solo me miró, 25
aún acurrucada en esa toalla.
Arrastré mis ojos lejos de ella, recogí las otras toallas y arrojé una de ellas
a la cabeza de Leonas.
—¡Oye! —protestó, luego entrecerró sus ojos hacia mí—. ¿Por qué no me
frotas con una toalla para calentarme?
—No froté a nadie, así que deja de decir mierdas —gruñí.
Pasó a mi lado, secándose el cabello con la toalla con un resoplido.
Anna finalmente también comenzó a caminar hacia la cabaña. La seguí de
cerca, secándome el cabello. Cuando se detuvo abruptamente y giró, no pude
detenerme a tiempo y choqué con ella. Por suerte, tenía la toalla envuelta alrededor
de sí misma.
—Sabes, Santino —dijo con una voz dulce, mirándome a través de esas
malditas pestañas largas—. Papá no te matará por secarme. —Presionó su palma
contra mi pecho desnudo—. Podría matarte por todas las otras cosas que haremos
pronto.
¿Qué carajo? Agarré su muñeca y la empujé hacia abajo, luego retrocedí.
Este era un juego al que no estaríamos jugando. Las apuestas eran jodidamente
altas.
—Anna, no haremos nada, y si me vuelves a tocar así, te arrepentirás.
Sostuvo mi mirada y su sonrisa se amplió antes de darse la vuelta y dirigirse
a la casa.
—¡Maldita sea! —gruñí—. A la mierda este puto trabajo. ¡A la mierda todo!
—¿Cuál es tu problema? —preguntó Samuel.
Le fruncí el ceño. Era el primo de Anna, el sobrino de Dante y
definitivamente no era alguien en quien confiaría.
Este era un asunto delicado, y solo había dos personas con las que compartía
este tipo de cosas. Arturo y papá. Desafortunadamente, sus consejos solían ser
perjudicialmente diferentes entre sí.

26

Me reuní con Arturo tan pronto como regresamos a Chicago.


Como de costumbre, el consejo de Arturo no había sido práctico, así que
decidí hablar con alguien que no estuviera loco y cuya brújula moral no estuviera
tan desquiciada. Papá se sorprendió cuando llegué una tarde sin avisar. Por lo
general, solo nos veíamos en el trabajo o en fiestas familiares. Como papá vivía
solo, nunca nos invitaba a mí o a mi hermana a cenar o a tomar el té.
—Estoy pensando en renunciar.
—¿Tu puesto de guardaespaldas? —preguntó alarmado.
—¿Qué otra cosa?
—Santino —comenzó con la misma voz que había usado conmigo cuando
era un niño pequeño.
—Anna está presionando todos mis botones. Creo que está coqueteando
conmigo.
Sus ojos se abrieron en estado de shock, luego me dio una sonrisa incrédula.
—Sonny, Anna es una chica buena. Nunca le haría insinuaciones a un
hombre antes del matrimonio.
—Los tiene engañados a todos.
Volvió a negar con la cabeza.
—Tal vez estás malinterpretando su comportamiento. No tiene experiencia
lidiando con los hombres, así que probablemente no sepa lo que está haciendo.
Le di una mirada.
—Papá, créeme, sabe exactamente lo que está haciendo.
La preocupación se agolpó en su rostro.
—No aceptaste esos avances, ¿verdad?
Aun así, dijo avances como si los hubiera inventado. Maldita sea, Anna era
buena. En serio había engañado a todos. Esa chica estaba jugando conmigo para
su propio entretenimiento personal. Maldición.
—Por supuesto que no, papá. Deberías conocerme mejor.
Me dio una mirada de oh, por favor.
—Has tomado decisiones desafortunadas con respecto a tus parejas 27
sexuales en el pasado.
Gracias por el voto de confianza…
—Solo me follo a mujeres casadas de vez en cuando. Pero hay dos grandes
diferencias entre ellas y Anna. No están bajo mi cuidado y son mayores de edad.
Eso es un gran asunto para mí.
—No estaba seguro de ser honesto. Tu amistad con Arturo me tenía
preocupado de que pudieras olvidar algunas de las reglas que te enseñé.
—A Arturo le gusta matar y torturar. Eso no tiene nada que ver con mis
preferencias sexuales. —Hablar de sexo con mi padre era jodidamente extraño,
pero si él no tenía problemas con eso, definitivamente yo no lo tendría. Casi nada
en este planeta me avergonzaba.
—Ten cuidado, ¿de acuerdo? Si pierdes el control, habrá pruebas.
Casi me echo a reír. ¿Pruebas? Papá en realidad pensaba que era como un
perro en celo.
—No te preocupes. Puedo controlarme. Nunca habrá nada físico entre ella
y yo.
28
Aún tenía un poco de resaca por la fiesta de mi decimoséptimo cumpleaños
el día anterior. El regalo de Leonas había sido una botella con vodka que me había
provocado un buen zumbido durante mi fiesta muy controlada por adultos.
Desafortunadamente, hoy mi familia y yo fuimos invitados a cenar con los
Clark. Los padres de Clifford finalmente le habían dicho a su hijo sobre nuestro
futuro matrimonio, y ahora se suponía que nos conoceríamos oficialmente. No
habíamos hablado desde que Santino me avergonzó frente a él hace años, y nunca
sentí la necesidad de acercarme a él. Con el tiempo, no tendríamos otra opción,
pero hasta entonces quería fingir que mi futuro seguía siendo un misterio. 29
Una cosa era segura: no estaba de humor para este tipo de cena seguramente
helada, pero como de costumbre, las obligaciones sociales eran más importantes
que las preferencias personales. Nunca me quejaba. Mamá y papá tampoco, y sabía
que tenían tanto interés en pasar la noche con los Clark como yo.
La casa de los Clark era una mansión espléndida a la que se habían mudado
recientemente. El señor Clark probablemente dijo que fue el dinero de la familia
de su esposa o su salario de senador lo que le permitió ser dueño de un lugar como
este en la Costa Dorada de Chicago. Tenía mis propias sospechas con respecto a
su aumento reciente de fondos líquidos. Si había algo de lo que la Organización
tenía más que suficiente, era dinero. En realidad, esperaba que papá no tuviera que
sobornar a los Clark para que casaran a Clifford conmigo. Eso habría sido
asqueroso.
Una criada con un uniforme gris claro abrió la puerta cuando llamamos y
nos condujo a una gran sala de estar con alfombras lujosas y elegantes sofás
blancos. Nos esperaba toda la familia Clark, perfectamente acomodados junto a la
chimenea de mármol y todos vestidos como si fueran a ir a la ópera.
La señora Clark usaba un elegante vestido púrpura hasta el suelo y el señor
Clark un traje oscuro de tres piezas. Clifford estaba de pie junto a su padre. Era un
par de centímetros más alto que su padre, pero vestía un traje muy similar al suyo.
Solo sus rebeldes mechones rubios oscuros se desviaban de su apariencia de
político y le daban una apariencia de chico surfista. La guinda del pastel fueron las
hermanas gemelas de Clifford. Alguien las había obligado a usar vestidos de cóctel
blancos a juego y ataron lazos blancos en sus dos coletas laterales como si tuvieran
cinco años y no doce. Ambas sonrían como espeluznantes muñecas asesinas. No
es que un solo Clark dominara una sonrisa un tanto convincente.
Leonas intercambió una mirada conmigo, murmurando en voz baja:
—¿De qué institución escaparon las muñecas asesinas?
Casi me reí, pero me las arreglé para mantener una expresión seria. A veces
era inquietante lo similar que funcionaban nuestras mentes.
—Menos mal que Bea se quedó en casa. Habría comenzado a llorar al
momento en que viera esas sonrisas espeluznantes —continuó Leonas, ajeno a la
expresión de advertencia de mamá.
Le di un codazo.
—Shhh.
Clifford no me quitó los ojos de encima a medida que estrechaba la mano
de sus padres e intercambiaba bromas deshonestas con ellos. Parecía casi…
confundido, como si simplemente no pudiera creer que fuera su futura esposa. Me
pregunté si había discutido con sus padres. Él no estaba sujeto a las mismas reglas 30
que la gente en nuestro mundo, entonces, ¿qué le impedía negarse a casarse
conmigo?
El señor Clark señaló a su hijo con una sonrisa benévola.
—Este es mi hijo Clifford.
—Nos conocemos de la práctica de tenis —dijo Clifford con una voz que
sugería que no era la primera vez que se lo decía a su padre.
Asentí y extendí mi mano, aunque se sintió incómodo saludar a mi futuro
esposo con un apretón de manos.
Después de eso, todos nos acomodamos en la mesa. El ambiente era tenso.
Especialmente las hermanas de Clifford desconfiaban obviamente de nosotros
como si pensaran que podríamos sacar las armas en la mesa y dispararles a todos.
Aunque Clifford y yo nos sentamos uno frente al otro, no hablamos mucho,
excepto por «¿Te importaría pasarme el tazón?» y evitamos el contacto visual.
Mamá intentó atrapar mi mirada durante la cena, su expresión interrogativa. Le di
una sonrisa rápida antes de concentrarme en el postre una vez más.
Cuando la criada empujó un carrito con botellas de digestivo hacia la mesa,
le dije a Clifford:
—Este lugar parece realmente grande. —Esperaba que captara mi señal.
—¿Quieres un recorrido por la casa? —preguntó con una sonrisa agradable,
finalmente mirándome a los ojos.
Tuve el presentimiento de que quería escapar tanto como yo de la atmósfera
tensa y de las quejas no tan veladas de sus padres.
—Sí, por favor.
Miré a papá, quien asintió bruscamente. Me puse de pie y le di a Leonas
una mirada amenazadora, no sea que considerara unirse a nosotros. Quería hablar
con Clifford a solas y no tener a mi hermano metiendo las narices en cosas que no
le concernían.
Clifford hizo un gesto de invitación hacia la puerta. Regresé al vestíbulo,
sintiéndome más ligera con cada paso que me alejaba del resto de los Clark. Era
una de las pocas ocasiones fuera de casa que me permitían estar sin mis padres o
Santino, y eso también me hizo sentir bien por una vez.
—¿De verdad quieres un recorrido por la casa? —preguntó Clifford al
momento en que la puerta se cerró.
Negué con la cabeza.
—En realidad, no. Solo quería escapar y no estoy muy interesada en
regresar pronto. 31

—Yo tampoco. ¿Qué tal si vamos a mi habitación? Allí nadie nos molestará.
—Dirige el camino.
Clifford aún mantenía su sonrisa pública a medida que me conducía a través
del vestíbulo.
—Las paredes tienen oídos.
Le di una mirada inquisitiva.
—Hemos tenido algunos problemas con el personal en el pasado.
Asentí y lo seguí a otro pasillo que conducía a un anexo.
—Esta estaba destinada a ser la casa de la piscina, pero mis padres la
convirtieron en mi propio lugar.
Entramos en la casa que tenía una gran sala de estar, con un sofá, un
televisor enorme de pantalla plana, una cocina y una mesa de billar. Tenía una vista
directa de la piscina y los jardines. Un camino de guijarros también conducía desde
la casa de la piscina hasta el porche de la casa principal. Había una puerta a mi
izquierda, donde sospeché que estaba el dormitorio. Me alegré de que no me lo
mostrara, porque sin duda se habría vuelto incómodo.
Se apoyó contra la mesa de billar y finalmente dejó caer la sonrisa constante.
—¿Cuánto tiempo hace que sabes de nosotros?
Su voz no fue hostil, pero capté el indicio de acusación.
—Desde que tenía trece años. ¿Recuerdas cuando te vi ese día y tú y tus
amigos se rieron? Ese fue un día después de que me enteré.
—Mis amigos pensaron que estabas enamorada de mí. —Se rio entre
dientes y luego me contempló con curiosidad—. Ese no es el caso, ¿verdad?
Me eché a reír.
—No, no lo es. Y no es por eso que nuestros padres decidieron
emparejarnos si eso es lo que piensas. Solo razones tácticas han llevado a la unión,
no emociones.
—Supongo que, ¿eso es un consuelo? —dijo irónicamente, su rostro se
arrugó en perplejidad evidente. Pobre tipo.
—Ese día fuiste muy grosero conmigo.
—¿Lo fui? Debe haber sido malo si aún lo recuerdas después de todo este
tiempo.
—Tengo la memoria de un elefante, especialmente cuando se trata de
personas que son groseras conmigo. 32

Se frotó la parte posterior de la cabeza, aún incómodo, pero me di cuenta de


que se estaba relajando lentamente.
—¿Qué hice?
—Te enojaste porque interrumpí tu partido de tenis.
—Ahh, soy competitivo. Lo siento. Detesto perder, así que puedo ponerme
muy grosero si la gente perturba mi concentración.
—Es bueno saberlo.
—¿Estás tomando notas para nuestro matrimonio?
—Definitivamente.
Negó con la cabeza.
—Esto es realmente extraño. Aún ninguno de mis amigos está
comprometido, o incluso pensando en ello.
—No puedo decir lo mismo. Es común en nuestro mundo que a las personas
se los comprometa cuando son niños o adolescentes.
—Eso es lo que escuché.
Pude escuchar un toque de desaprobación en su tono y me dio ganas de
defender nuestra forma de vida, pero me contuve. No quería una discusión en este
día.
—Pero aún no estamos oficialmente comprometidos. Primero tendremos
una fiesta de compromiso y un anuncio oficial.
—Mi padre quiere esperar hasta que ambos tengamos dieciocho años.
Papá lo había mencionado. Era poco común en nuestro mundo esperar tanto
tiempo, especialmente si una de las partes tenía un perfil tan alto como yo.
—Hacer que parezca una especie de cosa de amantes predestinados.
Aparentemente, eso es lo que venderá esta unión a los que dudan —continuó
Clifford.
—¿Quién puede resistirse al amor verdadero contra todo pronóstico?
Sus labios se curvaron.
—¿No crees en el amor verdadero?
—Solo creo en las cosas que puedo ver.
—¿Tus padres no se aman?
Sonrió de forma cautivadora.
33
—¿Y los tuyos?
Sonreí a mi vez y miré alrededor de la habitación. Mis padres
definitivamente se amaban. Compartir secretos familiares era demasiado personal
para nosotros en este momento. Sin embargo, no estaba segura si alguna vez
confiase en Clifford lo suficiente como para divulgarle secretos de importancia.
—Supongo que esto es bueno para fiestas y para tener chicas sin ser
interrumpido.
Inclinó la cabeza, mirándome de cerca.
—¿Celosa?
Me reí.
—Ni un poco.
Eso era cierto. No sentía como si Clifford fuera mío y no sentía el deseo de
reclamarlo como mío. Eso probablemente vendría una vez que estuviéramos
casados. Ahora la palabra celos solo traía un nombre: Santino.
Asintió, pero no detuvo la mirada. Parecía querer entenderme. Le llevaría
años hacerlo, si se lo permitía.
—¿Eres virgen?
No podía creer que me preguntara eso.
—¿Qué? —En nuestros círculos, era ofensivo preguntarle algo así a una
chica e insinuar que podría no ser virgen.
—Solo estoy curioso. De todos modos, no es asunto mío.
—Ah, ¿no? —pregunté con curiosidad, acercándome a él—. ¿No deberías
protegerme hasta nuestra noche de bodas para que permanezca intocable?
—Diablos, no —exclamó, luciendo honestamente desanimado—. Esperar
hasta el matrimonio, ¿dónde está la diversión? —Me escaneó una vez más,
deteniéndose en mis piernas largas. Hoy escogí un atuendo que había diseñado yo
misma y luego dejé que una de nuestras sirvientas, que era una costurera talentosa,
me lo cosiera. Era un blazer lindo con mangas fluidas de gasa y una cintura
estrecha con un lazo de seda y pantalones cortos a juego que parecían una falda.
Mis piernas se veían particularmente largas y mis tacones blancos solo ayudaban.
—Ahh, quieres probar los productos por adelantado.
—Quiero probar muchos productos, créeme, no solo los tuyos.
Mis cejas se dispararon hacia arriba.
—Entonces, ¿ni siquiera pretenderás ser fiel? 34
Se puso serio.
—Anna, escucha, sé que eres de origen conservador, pero no tengo
intención de establecerme con una chica en este momento y definitivamente no me
mantendré célibe hasta que nos casemos. En lo que a mí respecta, tenemos un
precontrato, pero el contrato real no entrará en vigor hasta el día de nuestra boda.
A partir de ese día podemos ser fieles si eso es lo que quieres, pero hasta entonces
no somos pareja y tendré sexo.
No había esperado que fuera tan directo. Me gustó, solo que no lo que
proponía. Incluso si no estaba celosa, eso no significaba que quería ser insultada
al dormir constantemente con cualquiera.
Debe haber visto mi furia porque continuó rápidamente:
—Por supuesto, eres libre de hacer lo mismo.
Mis labios se abrieron en estado de shock.
—¿Quieres que duerma con otros hombres?
Se rio.
—Bueno, no lo diría así, pero no me importa lo que hagas hasta que nos
casemos, siempre y cuando seas discreta y lo mantengas fuera de los tabloides. No
quiero darle a mi madre más razones para consumir sus pastillas como si fueran
caramelos.
Me di cuenta de que se arrepintió de sus palabras al momento en que
salieron de sus labios. El abuso de las píldoras definitivamente era un secreto que
valía la pena archivar para su uso posterior.
—¿En serio no te sentirás engañado si no soy virgen en nuestra primera
noche juntos? —pregunté, sospechando de sus motivos. Tal vez estaba intentando
atraerme a una trampa y probar mi virtud. Tal vez sus palabras de su madre
tomando demasiadas pastillas también eran falsas y una forma de hacerme bajar la
guardia.
Clifford negó con la cabeza, luciendo levemente asqueado.
—Seré franco, me alegraré si no lo eres. No estoy en el negocio de desflorar
chicas. No estoy en el juego de sangre. Sin sexo durante la menstruación y sin
vírgenes, que es básicamente lo mismo.
Me eché a reír. Busqué un cigarrillo a tientas en el bolsillo de mi falda, que
estaba discretamente escondido en los grandes pliegues elegantes.
—¿Puedo? ¿O quieres que salga?
35
El shock cruzó su rostro.
—¿Fumas?
Me encogí de hombros.
—Algunas veces. Sobre todo, cuando estoy estresada.
—¿Te estreso?
—Me tomaste por sorpresa. Pensé que serías diferente.
—Muchas personas lo hacen —dijo crípticamente, luego señaló mi
cigarrillo—. Adelante. —Sacó un paquete de un cajón y se encendió un cigarrillo
propio—. Por cierto, no soy virgen —dijo después de dar una calada.
—No pregunté —dije con una risa—. Pero gracias por la información.
Ni siquiera tenía curiosidad de cuándo había dejado de serlo o con quién lo
hizo, pero me dieron ganas de preguntarle a Santino por su primera vez. No podía
imaginar a Santino como un virgen torpe.
Clifford me contempló con atención.
—Y si eres virgen, entonces diviértete. Solo asegúrate de no dejarme en el
altar. Un escándalo rara vez es un buen comienzo para una carrera política.
—Ambicioso.
—Absolutamente.
Asentí.
—Está bien. Quiero un hombre que sepa lo que quiere.
—Lo hago. Quiero ser presidente algún día, eso es todo lo que me importa.
Intenté verme junto a Clifford en unos años, siendo la esposa del político
devoto. Sería una vida llena de deberes y pocas libertades, pero ese habría sido mi
destino en cualquier matrimonio.

La fiesta de Navidad estaba en pleno apogeo. La música flotaba a través de


la habitación, algo de jazz animado que hacía que todos los mayores de treinta se 36
balancearan de un lado a otro como si fuera una melodía disco. Por alguna razón,
todos pensaban que el jazz era la música perfecta para una fiesta. Siendo esta mi
quinta fiesta navideña de la temporada, y era solo a principios de diciembre, no
podía soportarlo más.
Hoy era la fiesta de Navidad de los Alfera, uno de los capitanes de papá que
manejaba nuestras entregas de droga a Canadá. Era uno de los pocos invitados
menores de dieciocho años, y ni Sofia ni Luisa estaban invitadas. Como hija del
Capo siempre tenía que estar en los eventos sociales, por muy aburridos que fueran.
Todas las chicas que me envidiaban por estar en tantas fiestas a lo largo del año
nunca habían sufrido una serie interminable de bromas incómodas y música
horrible.
Tal vez encontraría la música más tolerable una vez que estuviera borracha
como muchos de los adultos. Escaneé mi entorno. Mamá y papá estaban hablando
con la mejor amiga de mamá, Bibiana, y su esposo, Francesco, en el patio, y
Santino había desaparecido hacía quince minutos, así que no estaba allí para
detenerme. Había dominado el arte de colar alcohol en mis bebidas en las fiestas
de Navidad pasada. Encontraba ridículo que se supusiera que debía cumplir con
las leyes de consumo de alcohol cuando las leyes ordinarias prácticamente no
tenían sentido en nuestro mundo. De ninguna manera esperaría casi cuatro años
más para tomar alcohol.
Mi mano se deslizó hasta el bol con ponche y llenó mi vaso rápidamente
antes de que nadie pudiera darse cuenta. Mientras tomaba un sorbo de mi bebida,
permití que mis ojos escanearan a los invitados. Después de un tiempo, me aburrí,
conocía a todos y no había chismes nuevos a flote, así que, decidí encontrar a
Santino. Bromear con él definitivamente me traía más alegría que todo esto. Se
irritaba con demasiada facilidad. A veces estaba segura de que lo disfrutaba tanto
como yo. Otras veces me preocupaba mi seguridad.
Tomando otro sorbo, salí de la sala de estar. Los sonidos de la fiesta eran
demasiado fuertes para buscarlo por ruido, y él era un maestro en pasar
desapercibido. Paseé por el primer piso por un rato, disfrutando de mi bebida, antes
de seguir mi instinto hasta la parte trasera de la casa. Santino probablemente
necesitaba algo de tranquilidad. La conversación cortés siempre lo convertía en un
asesino, de modo que probablemente necesitaba tiempo para sí mismo. No me sentí
culpable en lo más mínimo por querer molestarlo. Su ira era lo más caliente que
había.
Un ruido extraño procedió de detrás de una pesada puerta de roble. Había
hecho un recorrido por la casa de los Alfera el año pasado, así que sabía que era la
biblioteca. Me deslicé tan silenciosamente como pude y cerré la puerta detrás de
mí. 37
Me encantaban los libros, así que me tomé un momento para maravillarme
con los muchos lomos de los estantes, incluso si la habitación no era tan grande
como la nuestra. Tenía la sensación de que este no era un lugar que se usara con
mucha frecuencia. Muchas personas en nuestros círculos tenían una biblioteca
como símbolo de estatus y no porque disfrutaran de la literatura.
Un silbido me llamó la atención y caminé de puntillas más adentro de la
habitación.
Mi boca se abrió cuando vi la parte superior del cuerpo de Santino
asomándose detrás de un estante. Santino tenía sus dedos envueltos alrededor de
la garganta de nada menos que la señora Alfera, la esposa del capitán de papá.
Tenía los labios entreabiertos, la cara roja. Aparte de su cabeza, solo vi su
antebrazo y mano, el resto de él estaba escondido detrás del estante de libros. La
señora Alfera estaba arrodillada a juzgar por sus brazos levantados.
¿Había perdido la cabeza? Corrí hacia adelante y me congelé, mis ojos
abriéndose de par en par.
—Oh, no me jodas.
En el verdadero sentido de la palabra. Santino no estaba intentando matar a
la señora Alfera con sus propias manos, al menos no en el futuro inmediato. Ambos
estaban desnudos de cintura para abajo y Santino la estaba follando, como si
quisiera matarla. Muerte por una polla.
El calor inundó mi cuerpo. Mis ojos se lanzaron desde sus regiones
inferiores desnudas hasta la mano alrededor de su garganta. Todo esto sucedió en
un abrir y cerrar de ojos, pero se sintió como la eternidad más incómoda de la
historia.
La señora Alfera dejó escapar un grito ahogado, sus ojos abriéndose del
todo cómicamente. Gritar porque alguien te atrapó siendo infiel cuando estabas a
solo unas pocas puertas de tu esposo no era lo más inteligente, si me preguntas.
Santino le soltó la garganta, y se puso de pie. Por supuesto, me quedé mirando su
erección. Y santa mierda, santa mierda, me sorprendió que no hubiera matado a la
señora Alfera teniendo en cuenta lo fuerte que la había estado bombeando con eso.
Ciertamente, muerte por una polla. Se me escapó una risa, completamente
inapropiada, pero no pude evitarlo.
Santino se tambaleó hacia mí y considerando su expresión furiosa y la
situación general, probablemente debería haber huido de la escena, pero no pude.
Me agarró la parte superior del brazo con una mano mientras que con la otra
intentaba meter su pene aún muy erecto en sus pantalones, lo que no estaba
funcionando. Una parte de mí estaba preocupada de que pudiera causarle un daño
duradero a su miembro. Aun así, observé con diversión. Tomé un sorbo de mi
bebida, solo aumentando la furia de Santino. 38
—Deja de mirar —gruñó.
—Podría ayudarte con eso —dije antes de que pudiera pensarlo. No quise
decir eso. A pesar de todas las burlas, nunca me había atrevido a coquetear con
Santino de una manera tan atrevida. Tal vez porque habría revelado demasiado, y
probablemente solo habría hecho enojarlo.
Su agarre se apretó aún más.
—Ni siquiera bromees con eso, niña. No me matarán porque tu padre
malinterpreta tus palabras. Y especialmente no me matarán por el toqueteo
desagradable de una virgen sosa.
Lo miré con los ojos del todo abiertos, incapaz de creer su audacia. Ya
estaba acostumbrada a su rudeza, pero esto lo llevó a un nivel nuevo.
—¿Matas a todas las mujeres con las que follas o solo a las mujeres casadas
para ocultar pruebas? —siseé.
—Ella quería que agarrara su garganta. Algunas mujeres se corren cuando
se les corta el suministro de aire. No lo entenderías. —Finalmente logró cerrar su
cremallera, pero aún había un bulto en sus pantalones.
—Si le dice a alguien, estoy arruinada —gimió la señora Alfera, metiéndose
la blusa de seda dentro de la falda. Buena suerte con las arrugas. Esperaba que
tuviera una criada discreta que se la planchara—. Silénciala.
Santino le dirigió una mirada molesta.
—Vuelve a la fiesta.
Ella se tambaleó más cerca.
—Tienes que silenciarla. Si le cuenta a alguien…
—Cállate y déjame encargarme.
Al final se fue.
—Espero que no haya sugerido que me mates —dije sarcásticamente.
—No puedes decirle a nadie —dijo en voz baja.
—¿Qué vas a hacer para silenciarme?
Puso los ojos en blanco.
—Deja de ser una niña malcriada. Conoces las consecuencias si se sabe algo
de esto.
—Follar a la esposa de un capitán definitivamente causaría un gran
escándalo. Papá tendría que actuar. 39

Inclinó la cabeza, los ojos entrecerrados.


—No se lo diré a nadie —murmuré.
Santino asintió, satisfecho. Sus ojos registraron mi bebida.
—¿Qué es eso?
—Nada que te concierna. Tú tienes tus secretos, yo tengo los míos, ¿verdad?
Dio un paso atrás, flexionando la mandíbula.
—No exageres, ¿de acuerdo?
Ignoré su advertencia. La balanza se había inclinado a mi favor por ahora,
incluso si a él no le gustaba.
Toqué mi garganta con el ceño fruncido, intentando imaginar por qué a
alguien le resultaría placentero no poder respirar. Santino siguió el movimiento, y
sacudió la cabeza, pareciendo incluso más cabreado.
—No sé qué razón tienes para estar enojado conmigo —murmuré, cada vez
más molesta—. Te aseguraste de que tuviera pesadillas durante meses,
posiblemente años. Buen trabajo violando mis ojos vírgenes.
Para ser honesta, probablemente tendría varios orgasmos muy buenos
mientras imaginaba a Santino haciéndome lo que le había hecho a la señora Alfera.
Buscó mis ojos.
—No tomes lo que viste como un ejemplo de cómo es siempre. Puede ser
muy diferente. —Su voz se había vuelto más gentil, casi reconfortante, lo cual era
una novedad tal que debí parecer aún más perturbada—. ¿Anna? —murmuró,
tocando mi hombro ligeramente.
Una risa estalló de mis labios. No pude evitarlo. Ver a Santino preocupado
por mi bienestar mental por su espectáculo pervertido con la señora Alfera era
demasiado para manejar.
Retiró su mano, sus labios torcidos. Oh, alguien estaba de mal humor.
La puerta crujió, interrumpiendo cualquier cosa grosera que tuviera que
decir.
Voces se acercaron a nosotros. Santino me agarró del brazo y me empujó
detrás de un estante de libros. Me tomó un momento reconocer la voz como la de
Francesco, quien parecía estar hablando por teléfono con alguien.
Miré a Santino.
—¿No crees que habría parecido menos sospechoso si no me hubieras
arrastrado detrás del estante? Ahora parece que estamos ocultando algo. —Mamá 40
definitivamente sospecharía mucho si nos encontraba así, o si Francesco le decía
a papá, lo cual definitivamente haría.
Santino me hizo callar con una mirada dura. Permanecimos muy cerca en
tanto esperábamos a que terminara la conversación. Nuestros hombros se rozaban
ligeramente y el calor de Santino pareció quemarme a través del material sedoso
de mi vestido.
Probablemente habría apreciado más la situación si no hubiera captado el
olor de un perfume femenino en él. Me incliné un poco hacia un lado,
murmurando:
—Probablemente deberías lavar el mal olor de la señora Alfera antes de
regresar a la fiesta. Dudo que su esposo esté feliz si lo huele en ti.
—Gracias por tu preocupación. Este no es mi primer rodeo.
—Entonces, ¿estás haciendo un hábito el ser un rompe hogares?
—A ese hogar ya le faltaban los cimientos, de todos modos se habría
derrumbado.
Puse los ojos en blanco.
—Supongo que eso es lo que todos dicen.
—Anna, tal vez no te das cuenta, pero esto no es asunto tuyo. Será
jodidamente mejor que te asegures de que Cliffy mantenga sus manos quietas, en
lugar de preocuparte por mí.
¿Qué se suponía que significaba eso? Clifford y yo habíamos hablado dos
veces desde nuestra cena familiar y ya se había enterado de nuestro futuro
matrimonio, ambas veces durante la práctica de tenis, y hasta ahora Clifford había
mostrado tanto interés en mí como un monje. Estaba enfocado en la escuela, la
universidad y un futuro en la política, y yo estaba ocupada con la escuela,
diseñando ropa y… Santino.

41
—¿Tienes algo sobre ella? —preguntó Arturo solo medianamente
interesado. Las relaciones humanas no significaban nada para él, por eso disfrutaba
de su presencia. Podía expresar cualquier tontería que se me pasara por la cabeza
sin preocuparme por ofenderlo.
—Nada, a menos que te refieras a su consumo ocasional de alcohol. Dudo
que eso sea suficiente.
—Ella te tiene.
Sí, Anna me tenía. Desde que me atrapó con la señora Alfera hace un mes, 42
nunca dejó de recordarme su nueva ventaja, y solo hace unos días finalmente la
usó para chantajearme de modo que su mejor amiga Sofia y ella asistieran a la
fiesta de cumpleaños de Danilo. Sabía que esas dos tenían algo más planeado que
sacudir sus culos al ritmo de la música, pero estaba en manos de Anna, y ella lo
sabía.

Como era de esperar, la fiesta resultó ser un gran espectáculo de mierda que
terminó con Sofia llorando por algo que había hecho su prometido Danilo, y Anna
entró en pánico por el estado de su amiga. Estaba jodidamente cabreado porque
solo era cuestión de tiempo antes de que alguien dejara escapar algo a Dante. Papá
también ya estaba sospechando. Mi carrera estaba a punto de irse por el desagüe,
todo gracias a la pequeña señorita perfecta.
Después de la fiesta, arrastré a Anna a su habitación en la cabaña de los
Cavallaro donde nos alojábamos.
—Quédate en esta habitación y no hagas nada estúpido esta noche. Estoy
harto de lidiar con esto.
Anna cruzó los brazos sobre el pecho.
—Tal vez deberías quedarte aquí conmigo para asegurarte de que me
comporto.
—No, gracias. No necesito más drama en mi vida del que ya tengo. Estoy
seguro de que Danilo estaría de acuerdo conmigo.
Sus ojos fulguraron y se acercó a mí despacio, lo que se vio extraño con su
disfraz de Chucky, el muñeco asesino que había elegido para la fiesta de disfraces.
—Tal vez sería el tipo de drama que disfrutas.
Arqueé una ceja. Si Anna pensaba que podía seducirme vestida como una
marioneta asesina, tenía que estar más borracha de lo que pensé, aunque no la había
visto beber alcohol.
—No creo que tengas nada que ofrecer que yo disfrute.
Ahora estaba furiosa, lo que encajaba mucho mejor con su disfraz de
muñeco asesino que con la expresión seductora. 43
—Ambos sabemos que eso no es cierto.
No quería considerar lo que Anna podría ofrecer. Ni esta noche, ni nunca.
—Anna, ve a dormir.
Me di la vuelta, pero me agarró del brazo. Apreté los dientes. Estaba
poniendo mi paciencia a prueba.
—No te importa infringir las reglas, entonces, ¿por qué no lo haces
conmigo?
La miré fijamente.
—Anna, no estoy interesado en ti. No dejaré que tu padre me despelleje las
pelotas por el torpe manoseo inexperto de una virgen.
—¿Quién dice que soy virgen?
Me reí. Esta chica tenía «virgen» escrito en toda su frente cada vez que
saltaba a mi alrededor.
—Porque te he estado protegiendo durante años y nunca estuviste a solas
con un chico sin supervisión.
—Eso no es cierto. Estuve sola con Clifford cuando nuestras familias se
conocieron. —Dejó que las yemas de sus dedos subieran por mi pecho hasta que
empujé su mano hacia abajo—. Creo que te diría que valgo la pena el drama.
Estaba casi decidido a darle una dosis de su propia medicina y arrojarla
sobre la cama. Tal vez estaba jugando, pero se convertiría en la pequeña virgencita
mojigata al segundo en que estuviera en la cama conmigo. De ninguna jodida
forma Clifford se había atrevido a acercarse a ella con Dante cerca. Anna mentía
bien, pero esa historia era demasiado ridícula.
Tomé una respiración profunda por la nariz, resistiendo el impulso. Era un
maldito adulto y no dejaría que la provocación de una adolescente me llevara a
acciones inapropiadas. La solté como si me hubiera quemado.
—Esta es mi última advertencia, renunciaré si no dejas de hacer esta mierda.
Sus labios se separaron.
—No lo harías.
Me incliné más.
—Pruébame. He estado esperando esta oportunidad durante años.
—Si renuncias, les diré a todos que te follaste a la señora Alfera.
Lo perdí. Me puse en su cara. 44
—Anna, ¿quieres que tu papi me mate? ¿Verdad? Estoy seguro de que si se
lo pides amablemente, le hará el favor a su hijita incluso sin arrastrar a la señora
Alfera al lodo conmigo.
—Santino, no te quiero muerto —dijo en voz baja, por una vez seria, lo que
hizo que su disfraz de Chucky fuera aún menos apropiado—. Quiero que dejes de
tratarme como una carga molesta.
—Entonces, deja de ser una —murmuré y cerré la puerta en su cara.
Tomé otra respiración profunda. Anna eventualmente se daría por vencida.
Desde la fiesta de Navidad me vinieron a la mente imágenes indeseadas de
Santino follándose a la señora Alfera.
En lugar de desanimarme, me hicieron querer experimentar el lado animal
de Santino. Sabía que era apasionado y carecía de control. Solo podía imaginar lo
que eso significaría en el dormitorio. Las palabras de Clifford sobre mí haciendo
algo al respecto con mi virginidad solo habían reforzado mi deseo de experimentar
placer antes del matrimonio. Si Clifford me dio luz verde, ¿qué me detenía?
Por supuesto, tenía que ser discreta, no solo por Clifford. Mamá y papá
ciertamente no estarían felices si corriera la voz de que me estaba volviendo
traviesa.
Dos problemas importantes me impedían perseguir mi deseo:
La vigilancia constante a través de mi familia o Santino que me impedía
estar a solas con un chico.
Además de mi deseo irrazonable de experimentar el sexo con Santino.
No podía sacarlo de mi mente.
Y él era una elección razonable. Después de todo, carecía de moral como lo
demostraba su aventura con la señora Alfera, y era el único hombre con el que no
estaba relacionada y estaba a solas todo el tiempo. Él y yo podíamos ponernos
traviesos sin que nadie se enterara. 45
Era la solución óptima. Después de todo, no podía enamorarme de alguien
y tener sexo con ellos. Mi futuro matrimonio con Clifford haría una relación
realmente difícil. Sin mencionar que no tenía tiempo para un novio. Estaba
ocupada con la escuela y mis diseños.
Algo más que una aventura estaba fuera de discusión.

Unos meses más tarde, cuando Clifford me invitó a su fiesta de fin de año
escolar, vi mi oportunidad. Si Santino se negaba a verme como una mujer, tendría
que conformarme con otra persona, ¿y quién sería mejor que mi futuro prometido?
Como mamá estaba desesperada porque saliera con él, y posiblemente me
enamorara de él, papá me permitió ir a regañadientes a la fiesta. Por supuesto,
insistió en que Santino me acompañara.
Santino me dejó sola rápidamente y buscó un lugar en una esquina con una
cerveza y su teléfono, intentando no ser molestado. Él luciendo como lo hacía, y
siendo un hombre sexy unos años mayor, por supuesto tenía a las chicas pululando
a su alrededor en muy poco tiempo. Pero ignoró sus avances como había ignorado
los míos todos estos meses.
Me dirigí a Clifford que estaba hablando con una chica muy bonita de piel
oscura. Como le había dicho, no estaba celosa. De todos modos, nadie sabía de
nuestro compromiso muy pronto a ser anunciado.
Cuando Clifford me vio venir hacia él, se excusó y me encontró a mitad de
camino. Me di cuenta de que ya estaba borracho, no solo porque envolvió un brazo
alrededor de mi hombro. Nunca había sido tan cariñoso.
—Me alegro de que pudieras venir.
—Yo también —dije. La expresión de Santino se había oscurecido ante la
familiaridad de Clifford, pero pronto desapareció de mi vista cuando más
bailarines se interpusieron entre nosotros, y Clifford me llevó a la habitación
contigua. Toda la mansión parecía haber sido vaciada de sus muebles—. No puedo
creer que tus padres te permitan hacer una fiesta en su casa de esta manera. 46
—Están en nuestra casa vacacional en Florida. Mientras el personal de
limpieza se asegure de que todo esté impecablemente limpio una vez que regresen,
no les importa lo que haga.
Me condujo hacia la casa de la piscina, que era el único lugar donde no
había fiesta.
Se acercó a la mesa de billar conmigo a su lado y se apoyó contra ella.
—¿Y? ¿Seguiste mi consejo?
—¿Consejo?
—¿Conseguir algo de acción?
Resoplé.
—No es fácil divertirse cuando eres yo. Mi guardaespaldas se asegura de
que la diversión sea imposible. ¿Viste su cara amargada por tener que estar en esta
fiesta?
—¿No puedes decirle que te dé un poco de privacidad de vez en cuando?
Cuando quiero estar a solas con una chica, le digo a mi guardaespaldas que me dé
un poco de espacio y lo hace.
—Santino no sigue mis órdenes, solo las de mis padres. Y no le ordenarán
que me dé tiempo a solas con los chicos, créeme.
Sacudió la cabeza con una risita.
—Eso es tan arcaico. Te das cuenta de lo incómodo que será si te doy tu
primer beso el día de nuestra boda.
—Aún faltan algunos años para eso.
—Espero que, más que algunos.
No quería reventar su burbuja, pero dudaba que mis padres quisieran esperar
hasta que tuviera treinta años para que me casara. Simplemente así no se hacía en
nuestro mundo.
—¿Qué te hace pensar que tendrás más oportunidades de estar a solas con
los chicos en los próximos años?
—Nada… así que, bésame ahora si es más conveniente para ti —murmuré.
Una sonrisa se dibujó en su rostro a medida que consideraba eso,
tomándome por sorpresa.
—¿Por qué no?
Sonreí. Si Santino no quería besarme, bien podría probar las aguas con mi
futuro esposo. Nadie podría decir nada en contra de eso, ¿verdad? 47

Clifford se apartó de la mesa y se colocó frente a mí. Su cabello rebelde


cayó sobre sus ojos y lo empujó hacia atrás con una sonrisa encantadora mientras
se inclinaba ligeramente.
Era atractivo en la manera de un vecino de al lado. Santino era una bestia
sexy y enojada.
—¿Estás lista? —preguntó al tiempo que se inclinaba más. Me tomó la
mejilla con una sonrisa. Asentí, incluso mientras mi estómago se retorcía por los
nervios.
Sus labios se presionaron contra los míos. Fueron suaves, tiernos, y sus ojos
buscaron los míos para ver si estaba bien con lo que estaba pasando. Fue agradable
y considerado, y no lo que quería. Profundizó el beso y se acercó más, su palma
presionando contra mi mejilla y su cuerpo inclinándose sobre el mío.
Intenté meterme en el beso. Este era mi futuro. Cerré los ojos y me volví
más activa en el beso, intentando soltarme y no perderme en mis pensamientos.
La puerta se abrió de golpe. Clifford y yo nos giramos hacia el sonido.
Santino apareció en la puerta con aspecto asesino. Avanzó despacio y enfurecido
por la habitación. Clifford se alejó de mí inmediatamente, alarmado.
—¿Qué…?
Santino lo agarró por el cuello, lo levantó lejos de mí y lo empujó hacia la
puerta. Clifford aterrizó en el suelo.
—Amigo, ¿cuál es tu problema? Esto no es el Salvaje Oeste.
Santino siseó hacia él. Uno de los guardaespaldas de Clifford entró
tambaleándose en la habitación, con la mano en su arma. Cuando sus ojos se
posaron en Clifford, Santino y yo después de un segundo, bajó la mano unos
centímetros. Ayudó a Clifford a ponerse de pie, sin apartar los ojos de Santino.
—¿Llamaste? —preguntó el guardaespaldas.
Clifford me dio una sonrisa tímida. Levanté mis cejas. Sacó un pequeño
control remoto con un botón rojo intermitente y lo presionó hasta que dejó de
parpadear.
—Mis padres me obligaron a llevar esto en todo momento.
—¿Por nuestra unión?
—Amenazas a mi vida —respondió.
Asentí. Tenía que admitir que me desanimó que hubiera pedido ayuda al
momento en que Santino lo agarró. Santino ni siquiera le había hecho daño
corporal. Tal vez mis estándares estaban distorsionados porque me habían criado 48
con hombres que estaban íntimamente familiarizados con la violencia y eran
demasiado orgullosos para pedir ayuda.
Santino me agarró del antebrazo y me arrastró fuera, pero el guardaespaldas
se interpuso en nuestro camino.
—No puedes irte simplemente. Atacaste al hijo de un senador. Esto hay que
informarlo.
Santino me soltó y se acercó al otro hombre, chocando pechos con él y
dándole una mirada de muerte. Santino no era un armario ambulante como ese
tipo, pero era más alto, y la mirada en sus ojos incluso me dio escalofríos.
—Esto es entre las familias. Sin policía. Sin malditos informes oficiales,
¿entendido?
El hombre soltó una carcajada.
—¿Crees que tu intimidación de gánster funciona conmigo? No me importa
lo que quieras, Al Capone.
Santino le dedicó una sonrisa que sabía que significaba peligro. Estampó el
puño en la barbilla del hombre sin previo aviso y con tanta fuerza que el tipo cayó
hacia atrás y aterrizó en el suelo con un ruido sordo. Santino lo pateó unas cuantas
veces más hasta que el tipo ya no se movió.
Estaba congelada. Clifford parecía completamente paralizado y como si
fuera a vomitar en cualquier momento.
—Problema resuelto —dijo Santino simplemente—. No llamará a la
policía.
—¿Está muerto? —preguntó Clifford.
Santino le lanzó una mirada de lástima.
—No. —Se acercó a él, quien se tambaleó hacia atrás. Obviamente disfrutó
del terror de Clifford a juzgar por el brillo de emoción en sus ojos—. Y mantén tus
manos, lengua y especialmente tu pene, para ti mismo hasta la noche de bodas,
¿entendido?
Clifford asintió apresuradamente.
—Santino —protesté, pero caminó furioso hacia mí, me agarró del brazo y
me arrastró. La gente se volvió hacia nosotros con la boca abierta cuando nos
apresuramos hacia la puerta principal.
Prácticamente me empujó hacia el auto, rodeó el capó hacia el lado del
conductor y entró sin decir una palabra.
49
Me deslicé en el asiento del pasajero.
—Tu lugar está en la parte de atrás —murmuró, ya arrancando el motor.
—Hoy tengo ganas de viajar en la parte delantera.
Pisó el acelerador a fondo. Estaba presionada contra el asiento y tuve
problemas para ponerme el cinturón cuando tomó la primera curva.
Vi su perfil. Lo único que faltaba era el humo saliendo de sus orejas, pero
se veía totalmente cabreado. Tuve que sofocar una sonrisa.
Me disparó un ceño fruncido.
—No luzcas tan jodidamente complacida contigo misma.
—Te enojaste porque besé a Clifford.
—Te protegí. Si tu padre se entera de que tuviste una batalla de lenguas con
Cliffy bajo mi vigilancia, no estará complacido, sea tu prometido o no.
Puse los ojos en blanco.
—¿Me protegiste de Clifford?
Un indicio de diversión cruzó su rostro.
—Sus manos errantes son un peligro para tu virtud.
—Cuando dices virtud, suena tan raro. Eres la persona menos virtuosa que
conozco. Te follaste a una mujer casada.
—No hables así, y eso no es asunto tuyo. Deberías preocuparte por tu virtud,
no por la mía.
—Clifford no se preocupa por la virtud o nuestras reglas. Él mismo me dijo
que no le importa si estoy con otros chicos antes de nuestro matrimonio.
Negó con la cabeza con una mirada de disgusto.
—Maldito idiota.
—¿Por qué?
Se detuvo en un semáforo en rojo y se volvió hacia mí.
—Porque si estuvieras comprometida conmigo, me aseguraría de que
ningún otro chico se acercara ni a un metro de ti.
—Entonces, ¿por eso atacaste a Clifford? ¿Porque estabas celoso?
—Anna, ¿por qué estaría celoso? Eres mi encargo. Tu protección es mi
preocupación.
—Podrías haber sido el primero en besarme, pero no quisiste. 50
Pisó el acelerador.
—Soy tu guardaespaldas y no eres mayor de edad.
—Sonny, seré mayor de edad en unos meses. No seas más católico que el
Papa.
—¿Por qué carajo estamos discutiendo esto? No voy a besarte. Ni ahora, ni
nunca. Anna, eres un trabajo.
Decía una cosa, pero sus ojos contaban otra historia. Había estado
rompiendo su exterior de piedra ladrillo a ladrillo en los últimos meses. Tendría
que aprovechar mi oportunidad antes de que Santino reconstruya sus muros.
—Deberías tener más cuidado con Cliffy. Su padre es una serpiente, e
incluso si aún parece un idiota simpático y cursi, esto podría ser una actuación. La
manzana no cae lejos del árbol. Así que, incluso si a él no le importan nuestras
reglas y tradiciones, eso no significa que no las usará en tu contra. Si comienza a
fanfarronear sobre besarte, nuestra gente lo escuchará eventualmente y te juzgarán
según nuestros estándares y no los de Cliffy.
—Está demasiado aterrorizado de ti como para mencionarle el beso a
alguien.
Santino sonrió.
Negué con la cabeza. Luego sonreí en secreto y me incliné un poco hacia
él. Me envió una mirada de advertencia poniéndose visiblemente tenso. Tenía que
admitir que eso me emocionó. Santino nunca se estremecía ante el peligro o el
dolor, pero mi coqueteo lo ponía tenso.
—Sabes, Santino, quería que fueras tú. Imaginé que eras tú. Y proteger mi
virtud como un asesino caballero loco en una armadura brillante fue lo más sexy
que he visto en mi vida.
Soltó un suspiro y apretó su agarre en el volante. Me incliné hacia atrás con
una sonrisa.
—No me imagines cuando beses a Cliffy. Lo que él considera besar es un
insulto para cualquiera que tenga huevos. La expresión de tu rostro es la que tiene
mi abuela cuando le beso la mejilla. No es la mirada de una mujer besada por un
hombre con el que no está emparentada.
—Si crees que puedes hacerlo mejor que Clifford, entonces pruébalo. Seré
el juez. Prometo que seré justa.
Soltó una risa seca.
—No tengo que probar nada.
—Si tú lo dices. —Me encogí de hombros y miré por la ventana. Murmuró 51
algo por lo bajo. Esperaba poder provocarlo para que me besara. Besar a Clifford
me había dejado… deseando. El beso había sido placentero y apuesto a que muchas
chicas tuvieron peores experiencias con el primer beso, pero no era lo que yo
quería. Deseaba fuegos artificiales, mariposas haciendo estragos en mi estómago
y acelerando mi corazón. Placentero no era suficiente.
Santino no era placentero ni amable. Santino era lo que anhelaba.
Incluso su voluntad de hierro debía tener sus límites y si alguien podía
romperlo, era yo.
Anna prácticamente subió brincando las escaleras de camino a su
habitación, probablemente para hablar con sus mejores amigas sobre cada detalle
aburrido de su beso.
Mi pulso se aceleró al pensar en el momento en que los encontré. Ver los
labios de Clifford fusionados con los de Anna…
Había querido matarlo de la manera más cruel posible. Ya me había
imaginado llamando a Arturo y haciendo una escapada de fin de semana para el
desmembramiento de Cliffy. No era digno de ella. Un hombre debe ser capaz de
defender a su mujer. Cliffy ni siquiera podía defenderse de un niño de jardín de 52
infantes.
Le había dicho a Anna que quería proteger su virtud… lo cual era una
verdad a medias. Quería proteger su virtud de Cliffy y de todos los demás para
poder destruirla yo mismo. Mierda. Durante unos meses las cosas habían ido cuesta
abajo. Mi mente no podía dejar de ver a Anna como la mujer que era. Una mujer
jodidamente hermosa y muy tentadora que usaba sus activos de todas las maneras
correctas.
Y maldita sea, ella lo sabía.
Era un hombre muerto caminando.
—Santino —la voz tajante de Dante me sacó de mis pensamientos
inapropiados sobre su hija. Me volví hacia el sonido. Se hallaba de pie frente a su
oficina al final del pasillo con una mirada que sugería que había leído mi mente.
Por supuesto que, sabía que no era por eso que su expresión no presagiaba nada
bueno.
Caminé hacia él con una expresión neutral.
—Me gustaría hablar contigo en mi oficina —dijo con voz tensa.
—Por supuesto. —Entré a la oficina, tomé asiento frente al escritorio y
esperé en tanto se movía detrás del escritorio, pero no se sentó. Me miró fijamente.
—El senador Clark me llamó.
—Clifford es un jodido soplón.
Dante entrecerró los ojos.
—¿Supongo que es cierto que golpeaste a uno de los guardaespaldas de
Clifford y amenazaste al chico?
—El chico tenía la lengua en la boca de Anna. Tiene suerte de que no la
corté.
Sus ojos brillaron con sorpresa, y luego con furia antes de que su máscara
volviera a colocarse en su lugar. Miró hacia la ventana, obviamente intentando
recomponerse. Solo podía imaginar lo que le hizo descubrir que Cliffy tuvo sus
garras sobre Anna.
—Anna y Clifford están comprometidos.
—Eso no le da derecho a tocarla.
—En efecto.
—Estas personas no comparten nuestros valores. No tienen ningún honor.
Podría tomar la virtud de Anna y luego decidir no casarse con ella. 53

Mierda, escúchame hablar de la virtud como si tuviera la menor idea de lo


que era. Anna tenía razón. La virtud y yo éramos unos completos extraños.
—Me encargaré de los Clark, y tú contrólate alrededor de ellos,
especialmente alrededor del chico. No quiero otra discusión con Maximo Clark.
Me pidió que te castigara severamente por la transgresión, y te quitara el puesto de
guardaespaldas de Anna.
Si Clark fuera un mafioso, podría haberle pedido a Dante que me quitara
como guardaespaldas. Después de todo, Anna sería familia.
—¿Estuviste de acuerdo?
—No. Él no entiende nuestras reglas, y no dejaré que intente estipular
ningún tipo de reglas él mismo.
Asentí. Mucha gente en la Organización estaba preocupada de que una
unión con los Clark diluyera nuestras tradiciones y, en última instancia, supusiera
un mayor riesgo para la Organización que un beneficio. Mi principal preocupación
con la unión era que Anna se merecía algo mejor.
Dante aún me contemplaba, sus ojos examinándome prácticamente con
rayos X.
—Quiero asegurarme de que protejas a Anna por las razones correctas.
Ahora estábamos pisando un terreno peligroso.
—La protejo por mi juramento. Siempre te he servido a ti y a la
Organización con mi vida, y eso no cambiará.
Dante asintió, pero no estaba seguro de haberlo convencido por completo.
Mierda. Si empezaba a sospechar que Anna estaba haciendo movimientos
conmigo y que estaba tentado a ceder aunque fuera un poco, usaría mis bolas como
decoración navideña.
Me levanté cuando quedó claro que nuestra conversación había terminado
y salí de su oficina y subí las escaleras. Tenía que hablar con Anna. Necesitaba
usar sus habilidades magníficas para mentir con su papi. No moriría por una razón
tan estúpida.
Golpeé mi puño contra la puerta una vez. Esa fue toda la advertencia que
recibiría Anna. Ya había terminado de portarme bien.
Anna estaba tumbada en la cama boca abajo, mientras hacia una
videollamada con Luisa. Lo último que escuché fue «Deberías haber visto la
mirada en sus ojos».
Si empezaba a soñar despierta con los ojos de Cliffy, vomitaría.
54
Me acerqué a ella, tomé el teléfono de su mano y lo apagué.
—¡Oye! —dijo a medida que se arrodillaba, intentando arrebatarme el
teléfono de la mano otra vez. Lo empujé en mi bolsillo trasero.
Anna se lanzó hacia adelante y agarró mi cinturón para arrastrarme más
cerca y alcanzar su teléfono. No había esperado que fuera tan atrevida. Pensé que
tendría reparos en tocarme así. Obviamente había estado muy equivocado. Su
rostro estaba justo frente a mi entrepierna en tanto intentaba alcanzar mi bolsillo
trasero.
La agarré por los hombros y la sostuve con los brazos extendidos. Me miró
con una sonrisa tímida.
—Sonny, solo tenías que pedirme si querías que te tocara el trasero.
Di un gran paso hacia atrás, entrecerrando los ojos hacia ella.
—Esta mierda de ahí es exactamente la razón por la que me matarán.
Levantó las cejas.
—Tu papá sospecha que hay más detrás de mí atacando a Cliffy que solo
mi sentido del deber.
Se puso de pie.
—Bueno, él tiene razón en algo, ¿no?
Cubrí la distancia entre nosotros, gruñendo.
—Anna, esto no es un maldito juego. No me matarán por tus juegos.
—No, no lo harán —dijo con altivez—. Te matarán porque no puedes
resistirte a mis juegos. Ese es tu problema, no el mío.
Tenía razón. Debería tener más autocontrol. ¿Pero con Anna? El control me
eludía la mayoría de las veces. Me conocía muy bien y empujaba todos mis
botones, y lo disfrutaba con demasiada frecuencia.
—Eso se acaba ahora.
—Si tú lo dices.
—Y deja de provocarme. Y aléjate de una jodida vez de Cliffy.
Se acercó aún más y su olor, como el de la primavera, el océano y el maldito
sol, llegó a mis fosas nasales.
—Santino, ¿por qué estás realmente enojado? —preguntó con una sonrisa
de complicidad. Era demasiado lista, demasiado astuta y jodidamente hermosa.

55

Me apresuré a subir las escaleras y llamé a Luisa al momento en que llegué


a mi habitación.
Tendida sobre mi vientre, le conté lo del beso, queriendo dejar lo mejor para
el final.
—Entonces, ¿cómo estuvo? —preguntó con curiosidad. Me di cuenta de
que estaba sentada en su piano. No había un día sin música para ella. Durante un
tiempo intenté ser tan buena como ella, pero Luisa no solo amaba la música, vivía
la música y yo no. Me encantaba dibujar, especialmente humanos y ropa. La
música era una buena manera de ponerme de humor para hacer lo que en realidad
disfrutaba.
—Agradable.
Luisa hizo una mueca dolida.
—Eso no suena como si lo disfrutaras.
—Lo hice. Fue agradable de verdad. Como un paseo placentero en uno de
esos juegos acuáticos lentos en ese parque temático que visitamos una vez.
—Lo odiaste. Después solo subiste a las montañas rusas más locas.
Sonreí, recordando ese día y lo enojado que había estado Santino porque
tuvo que ir a todos los paseos conmigo. Pero algunas veces había captado su
entusiasmo. Simplemente no quería que supiera que disfrutaba todo lo que hacía.
—Estuvo bien. Clifford no hizo nada malo. En realidad, creo que es bueno
besando.
Luisa me miró en silencio. Suspiró.
—Anna, te conozco. Bueno no es lo que estás buscando.
Una sonrisa apareció en mi rostro.
—Santino nos atrapó.
Hizo una mueca como si supiera que lo había preparado.
—¿Y? 56

Mordí mi labio, mi estómago estallando con mariposas nerviosas.


—Esa expresión… —Señala mi rostro—, debería haber estado en tu cara
mientras hablabas de tu beso con Clifford.
La desestimé. No se trataba del beso o de Clifford.
—Santino perdió completamente la cabeza. Por un momento pensé que
mataría a Clifford. Lo agarró por el cuello y lo arrancó de mí.
—¿Estaba encima de ti?
—En realidad, no. Solo se estaba inclinando hacia mí, pero ese no es el
punto. A Santino le importó.
—¿Estás segura de que no solo siguió las órdenes de tu padre?
Negué con la cabeza, aún sin poder reprimir mi sonrisa o emoción.
—Deberías haber visto la mirada en sus ojos.
Santino irrumpió en mi habitación como un lunático. Los ojos de Luisa se
ampliaron alarmados. Una reacción normal al ver la mirada asesina en el rostro de
Santino. Sin embargo, mi cuerpo se inundó de deseo por él. Mi corazón comenzó
a acelerarse y las mariposas invadieron mi vientre. Esta era la reacción que quería.

—Santino, ¿por qué estás realmente enojado? —pregunté.


Los dos nos hallábamos cerca, lo suficientemente cerca como para oler su
loción para después del afeitado, un aroma familiar con el que a menudo soñaba
desde que lo olí por primera vez hace años. Sus ojos marrones estaban llenos de
ira, pero no era todo lo que había.
Santino parecía como si estuviera dividido entre besarme o matarme.
Debería haber tenido cuidado con su ira como lo habría hecho cualquier persona
en su sano juicio, pero el deseo hervía a fuego lento en mis venas. Nada comparado
con el torrente de deseo que sentía cada vez que veía la expresión furiosa de
57
Santino. Era como una bestia enjaulada: salvaje, furiosa, indómita.
Él era el viaje salvaje que necesitaba antes de casarme y la carrera política
de Clifford me enjaulara, antes de que la vida se convirtiera en una serie de deberes
y besos agradables.
Santino me deseaba. Tal vez no se atrevía a admitirlo, mucho menos
mostrarlo, pero podía verlo en sus ojos. En unos meses, sería mayor de edad, y en
el fondo sabía que entonces todas las apuestas estarían canceladas. Como había
dicho Santino, se rendiría eventualmente. Solo era cuestión de tiempo y mi
perseverancia.
Bajé mi voz a un susurro seductor.
—Creo que es porque estás enojado contigo mismo por desearme. Y estás
aún más cabreado porque Clifford me besó primero.
Parecía a punto de explotar.
—Tú… —Se cortó a sí mismo—. A la mierda. —Me agarró del cuello y me
atrajo hacia su cuerpo.
Nuestros labios chocaron. Todo el aire abandonó mis pulmones. El beso fue
abrumador. Una montaña rusa salvaje de dientes, labios, lengua. Santino exigió
que lo dejara conducir este viaje loco y divertido, y renuncié a mi control, sabiendo
que el viaje valdría la pena.
Sus ojos ardían de furia. Quería resistirse. Pero no podía.
Su agarre en mi cuello se hizo más fuerte y el beso se hizo aún más feroz.
Su cuerpo se presionó contra el mío, obligándome a dar un paso atrás, hacia mi
cama.
Mi mente se aceleró a toda marcha, y mi estómago se llenó de nervios y
emoción.
De repente Santino me soltó y casi me caigo de espaldas en la cama.
Jadeé por aire cuando sus labios ya no me tuvieron cautiva. Se veía furioso,
con los ojos entrecerrados y enojado, con los labios entreabiertos y respirando con
dificultad.
—Eso es un beso.
—No —espeté. Esto no solo fue un beso.
Entrecerró los ojos.
—Eso fue una furia desenfrenada envuelta en un beso. Esto fue una
revelación.
Santino negó con la cabeza. 58

—Si te gustan los besos enojados, te encantará las folladas enojadas. —Se
calló, y una mirada de arrepentimiento pasó por su rostro. Pero no podía retractarse
de las palabras.
—Apuesto que sí —susurré. Escucharlo por una vez usar la palabra en el
sentido real envió un escalofrío excitante a través de mi cuerpo.
Dio un paso atrás, con la mandíbula apretada.
—No volverá a suceder. En primer lugar, no debería haber sucedido.
—Pero querías que sucediera, y lo que lamentas de verdad es que no
conseguiste mi primer beso. No lo querías, así que Clifford lo consiguió.
Respiró hondo.
—Es tu futuro esposo.
—A Clifford no le importa a quién beso, o si hago más antes del
matrimonio.
—No me importa lo que Cliffy permita o no. Soy un soldado de la
Organización y cumplo con nuestras reglas.
Resoplé.
—Díselo al señor Alfera. ¿Te acostaste con la esposa de un capitán y quieres
hablarme de reglas?
—Eso es irrelevante. No seré tu juguete hasta que selles el vínculo con
Clifford.
—¿Por qué no? Has sido antes el juguete de mujeres casadas, pero ¿no
puedes ser mi juguete? —Odié la palabra, pero él había comenzado—. Clifford se
está divirtiendo antes del matrimonio, ¿por qué yo no debería hacerlo?
Negó con la cabeza con una expresión helada.
—Asegúrate de sacar a tu padre de nuestro rastro. Hazle creer que eres una
chica buena y que yo soy tu fiel guardaespaldas.
—Probablemente habría sido más convincente antes de que me follaras la
boca.
—Tus habilidades para mentir están por encima de la media. Lo harás bien
—murmuró, luego giró sobre sus talones y se fue, pero no antes de dejar caer mi
celular al suelo con un golpe fuerte.
Solté un grito de rabia. Luego miré al techo, escuchando mi pulso y mi
corazón acelerado, sintiendo la humedad entre mis piernas y el calor en mi vientre.
Si eso era lo que me hacía un beso de Santino, entendía por qué la señora Alfera 59
se había arriesgado a la ira de su esposo por un rapidito con él. Mi oportunidad de
libertad tenía fecha de caducidad. Cualquier cosa que quisiera experimentar, tenía
que hacerlo antes de casarme con Clifford. Necesitaba empaparme de todas las
aventuras que pudiera. El amor no estaba escrito en mis estrellas. Pero quería
lujuria y excitación, peligro y alegría. Quería recopilar una miríada de recuerdos
antes de que mi futuro me alcanzara.
Estaba dibujando en mi habitación, jugando con diferentes variaciones de
un vestido de noche. El rayado de mi lápiz sobre el papel siempre me tranquilizaba.
Nuestro beso me había dejado inquieta.
Quería más. También quería devolverle el favor a Santino por ser un idiota,
lo cual estaba en desacuerdo con mi primer deseo, o tal vez no.
Arrugué el papel. No podía concentrarme en dibujar.
—¡Anna!
Gruñí. 60

—¡Anna! —Pasos, similares a un rinoceronte embistiendo, retumbaron


arriba y hacia mi puerta.
—¡Anna!
Suspiré.
La puerta se abrió de golpe y Leonas apareció en el umbral.
—¿Qué?
Sonrió y se apoyó contra el marco de la puerta, agitando una carta frente a
él.
Entrecerré los ojos.
—¿Qué es eso?
Se encogió de hombros con una sonrisa triunfante.
Lo miré fijamente. Si le daba una reacción más fuerte, solo me molestaría
más. Después de la discusión ayer con Santino, no me hallaba de humor para sus
juegos.
—Es de Francia.
Me animé.
—Un instituto de moda.
Salté de mi silla y corrí hacia Leonas.
—¡Dámela!
Su sonrisa se ensanchó y levantó la carta sobre su cabeza mientras me
retenía con el brazo extendido con la otra mano.
Luché por conseguir la carta, pero Leonas era más alto y fuerte que yo. Atrás
quedaron los días en que podía patear su trasero escuálido.
—¡Leonas! —siseé.
—Quiero algo a cambio.
Dejé de pelear con él y me crucé de brazos.
—Escúpelo.
—Quiero asistir a la fiesta del decimoctavo cumpleaños de Clifford.
—Papá te prohibió las fiestas. No sabes cuándo es suficiente.
—Por eso no va a enterarse. Me colarás.
—Santino y Clifford te reconocerán, idiota. Entonces solo es cuestión de 61
tiempo antes de que papá también lo sepa.
—Nah-ah —dijo arrastrando las palabras, moviendo el dedo delante de mi
cara. Tuve la urgencia nauseabunda de morderlo—. Ambos sabemos que Sonny y
Cliffy comen de tus manos, hermanita.
Me apoyé contra el marco de la puerta frente a él.
—Está bien.
—Y Riccardo y R.J.
—¡De ninguna manera! —gruñí y me abalancé sobre él una vez más,
intentando quitarle finalmente la carta de la mano. Le di un puñetazo en el
estómago, lo que hizo que se ahogara de risa. Me arrojó al suelo y se sentó sobre
mi estómago—. Está bien, está bien. Los llevaré a los tres a la fiesta, pero no caeré
contigo si te atrapan. Y no quiero que me sigan como cachorros perdidos.
—Hermanita, noticias de última hora, podemos entretenernos sin tu ayuda.
Como si no lo supiera. Esos tres eran la ruina de mi existencia.
—Quítate de encima.
Se puso en pie de un salto y dejó caer la carta sobre mi vientre. Me senté y
la abrí con manos temblorosas, luego la leí rápidamente, y después otra vez para
asegurarme de que lo entendí bien. Mi francés era bueno, muy bueno, pero estaba
demasiado nerviosa para confiar en mi cerebro.
—Dime lo que dice —presioné, extendiendo la carta a Leonas con una
mano temblorosa.
Arqueó una ceja y tomó la carta y luego gimió.
—¿Francés, en serio?
—¡Léela!
Escaneó la carta, con sorpresa extendiéndose por su rostro.
Mi corazón estaba acelerado.
—Dice que eres aceptada en su programa de licenciatura en diseño de moda.
Grité de emoción y me puse de pie, abrazándolo. Me miró preocupado,
como si pensara que me estaba volviendo loca.
—¿Quieres estudiar moda en París?
—¿Querer? ¡Ha sido mi sueño durante años!
No le había contado a nadie sobre mi solicitud, ni siquiera a Luisa o Sofia. 62
Me sentía insegura por siquiera atreverme a soñar con estudiar moda en París. Y
ahora que mi sueño podría convertirse en realidad, surgió un temor nuevo, ¿qué
pasaría si no me permitían ir?
Leonas me devolvió la carta.
—Anna, papá nunca estará de acuerdo. No te dejará mudarte a otra ciudad
y mucho menos a otro país.
Tragué pesado. Tenía razón. Expresó mis temores. Ser aceptada en el
instituto solo fue la primera batalla. Lo más difícil aún estaba por venir: convencer
a papá de que me dejara ir. Por eso no le había dicho a él ni a mamá sobre mis
planes para solicitar el programa. Con mi aceptación en el programa, mis
posibilidades de convencer a mamá y papá habían crecido exponencialmente ahora
porque me quitarían algo. Podía jugar la carta de la culpa si fuera necesario.
—Puedo ser convincente.
—Ni siquiera tú puedes ser tan convincente. Durante años, ni siquiera se te
permitió asistir a la escuela porque nuestros padres querían asegurarse de que
estuvieras protegida, ¿y esperas que papá diga que sí a esto?
—La guerra con la Camorra ha estado latente durante un tiempo. No ha
pasado nada importante desde que secuestraron a Serafina.
—Díselo a papá, no a mí. —Su voz dejó en claro que no creía que
funcionara.
Giré sobre mis talones y bajé las escaleras, pero no hacia la oficina de papá
(probablemente ni siquiera estaba en casa), sino hacia la oficina de mamá.
Trabajaba principalmente en casa para poder pasar más tiempo con nosotros,
especialmente con Bea, que aún la necesitaba más que Leonas y yo. Si quería tener
la oportunidad de convencer a papá, primero tenía que convencer a mamá.
Llamé y esperé, mis dedos dejando huellas en la carta. No podía recordar la
última vez que tuve las manos sudorosas.
—Adelante —llamó mamá.
Asomé la cabeza con una sonrisa tímida.
—¿Tienes tiempo para una charla?
Mamá estaba sentada detrás de su escritorio, un moderno mueble blanco
sostenido por una única pata diagonal. Era una obra maestra del diseño. Mamá y
yo lo habíamos elegido juntas. Sonrió cálidamente. Siempre tenía tiempo para mí,
sin importar lo estresada que estuviera. Echaría de menos tenerla cerca.
Me acerqué a ella y le entregué la carta. La tomó con el ceño fruncido y
luego la escaneó. La dejó en el escritorio lentamente y entonces me miró con una
expresión de asombro. 63
—¿Aplicaste a un instituto de moda en París?
—Mamá, no es cualquier instituto de moda. Es una de las mejores escuelas
de diseño de moda del mundo.
—¿Pero postulaste al Instituto de la Escuela de Artes?
—Sí. —Era el mejor lugar para estudiar diseño de moda en Chicago. No era
París, ni Nueva York.
Asintió y luego volvió a mirar la carta como si aún no pudiera creerlo.
—París. —Sacudió su cabeza—. Anna.
—Mamá —dije suplicante, agarrando su mano—. Sabes cuánto amo
dibujar, cuánto amo ser creativa, cuánto quiero diseñar moda, y París es el lugar
para hacerlo. —Señalé el vestido que había diseñado y que estaba usando
actualmente. Un vestido verde efecto ombre con bolsillos discretos en la falda
donde podía esconder mi teléfono o cualquier otra cosa que necesitara a mano.
—Lo sé, pero está muy lejos y este no solo es un programa corto de verano,
es un programa de pregrado de tres años.
—No es como si me obligaran a terminar. Podría comenzar el programa y
si tú y papá piensan que es hora de que regrese a Chicago, entonces regreso. Pero
piénsalo de esta manera, el tiempo en el extranjero, especialmente en Francia,
impresionará a todos los amigos engreídos de los Clark.
Me dio una sonrisa de complicidad.
—Prueba esa línea con tu papá más tarde, tal vez funcione.
Me senté frente a ella y puse mi cabeza en su regazo como lo había hecho
cuando era pequeña.
—Sé cuáles son mis deberes. Me casaré con Clifford para que la
Organización y nuestra familia se fortalezcan aún más. Interpretaré a la esposa del
político. Pero hasta entonces quiero ser yo, al menos por un tiempo. A Clifford no
le importará. No es como nuestros hombres. Podría vivir mi sueño durante unos
años antes de convertirme en todo lo que la Organización necesita que sea.
Mamá me acarició el cabello y suspiró.
—Quiero que seas tú misma, no solo por unos años, sino para siempre. Tal
vez puedas ser eso con Clifford.
—Mamá, nunca podrá saber todos los secretos de nuestro mundo, así que
siempre tendré que mantener oculta una parte de mí.
—Anna, eres muy sabia. Siempre lo fuiste. 64

Cerré los ojos, disfrutando la sensación de sus dedos masajeando mi cuero


cabelludo.
—París es hermoso —susurró. Papá y ella habían celebrado allí su último
aniversario.
—Ojalá pudiera verlo con mis propios ojos.
Sus manos se detuvieron.
—Tu protección siempre será nuestra máxima prioridad.
—Es por eso que nunca pedí postularme para el Instituto de Moda de Nueva
York. Pero París está lejos de los conflictos de nuestro mundo. No le diré a la gente
quién soy. Fingiré que soy una estudiante normal. Me mezclaré. Esa es la mejor
protección.
—Cariño, tienes mi bendición. Resolveremos lo de tu protección. —Se
rio—. Pero no sé cómo convenceremos a tu padre.
Mamá entró primero. Si alguien podía convencer a papá, era ella.
Paseé por el pasillo. Tuve la tentación de escuchar a escondidas, pero resistí
el impulso. De todos modos, las voces detrás de la puerta fueron demasiado bajas.
Ni papá ni mamá solían levantar la voz.
Después de lo que pareció una eternidad, la puerta se abrió y mamá me
indicó que entrara. Su expresión me dijo que la pelea aún no había terminado.
Papá estaba de pie frente a la ventana, con los brazos detrás de la espalda.
Le di una sonrisa esperanzada.
Soltó un suspiro.
—Sabes lo peligroso que es nuestro mundo.
—Pero París no es territorio de nadie. Está lejos, sí, pero eso es una ventaja.
65
Me dio una sonrisa tensa.
—Esa es una forma de verlo. Pero nuestros conflictos no terminan en
ninguna frontera.
—La Camorra no enviará a nadie a Francia para secuestrarme. Y la
Famiglia nunca ha estado en el negocio de secuestrar mujeres.
El rostro de papá se había contraído como siempre cuando se mencionaba
la hora más oscura de la Organización. Dudaba que alguna vez lo superara.
—¿No crees que viajaré por el mundo una vez que esté casada con Clifford?
Su familia tiene casas vacacionales en Europa.
—Los guardaespaldas de Clark te protegerán entonces.
—Puedo llevar a Santino a París. Me ha protegido durante años. Puede
mantenerme a salvo en París.
Sus cejas se fruncieron. Para mi sorpresa, mamá pareció más preocupada
por mi sugerencia. Definitivamente necesitaba tener cuidado con ella. Si se
enteraba de que estaba deseando a Santino, no solo me prohibiría ir a París, sino
que también lo mataría ella misma.
—Anna, tres años es mucho tiempo.
—Volveré a Chicago para las vacaciones y los cumpleaños de todos y
eventos sociales importantes, y ustedes también podrían ir a visitarme.
—Estamos hablando de un vuelo de diez horas, no de un viaje corto en
automóvil —dijo papá.
Caminé hacia él, dándole mis mejores ojos de cachorrito. Papá era frío como
el hielo, pero esta mirada siempre lo atrapaba, en algún momento.
—Ni siquiera tengo que terminar, pero me encantaría intentarlo, al menos
por un tiempo. Papá, sabes que nunca me meto en problemas. Puedes confiar en
mí. Seré buena. Solo déjame vivir un poco.
Tocó mi mejilla.
—Te protegeré a toda costa.
—Lo sé, pero estaré a salvo.
—Incluso si te dejo asistir al programa por un tiempo, no puedes comenzar
este otoño. Acordamos tener tu fiesta de compromiso justo después de tu
cumpleaños. El programa ya habrá comenzado entonces.
Mordí mi labio. Mi fiesta de compromiso… seguía olvidándolo. Solo tres
meses. 66
—Podría venir desde París para ello.
Negó con la cabeza.
—Muchas reuniones sociales requerirán tu presencia al momento de tu
compromiso. Puedes empezar en primavera.
—Está bien —dije en voz baja, intentando no estar demasiado
decepcionada. Papá incluso considerando París ya era una gran victoria—. Pero
me aceptaron para el semestre de otoño. No sé si me dejen empezar más tarde.
—Me encargaré de eso. Tenemos algunos contactos en Francia. Estoy
seguro de que hay algo que podamos hacer. De todos modos, tres meses es muy
poco tiempo para encontrarte un apartamento seguro en París. Requiere mucha
planificación, de modo que en primavera será más factible.
—Entonces, ¿puedo ir, después de tu cumpleaños? —pregunté, intentando
poner a papá en un aprieto. Levantó una ceja rubia, viendo a través de mí.
—Hablaré con Santino. Si cree que puede mantenerte a salvo en París,
podría considerar dejarte ir en febrero hasta el próximo verano. Después de eso,
tendré que decidir de nuevo.
Me puse de puntillas y arrojé mis brazos alrededor de su cuello, luego besé
su mejilla, que como siempre estaba impecablemente afeitada. Nunca lo había
visto con barba.
—¡Papá, muchas gracias!
—Aún no he dicho que sí.
Sonreí y salí corriendo. Al momento en que estuve en el pasillo, la
determinación me llenó. Santino nunca le diría a papá que él podría protegerme en
París. No porque dudara de sus habilidades, sino porque no querría ir a París
conmigo. Había mantenido su distancia desde nuestro beso hace unos días.
Tenía que hablar con él antes de que hablara con papá. Me dirigí hacia la
caseta de vigilancia y Santino se cruzó en mi camino, ya de camino a hablar con
papá.
Agarré su brazo. Miró mis dedos con desdén.
—¿Qué estás haciendo?
—Tienes que decirle a mi padre que me protegerás en París y que estás
seguro de que puedes protegerme.
Sus ojos reflejaron su confusión.
—¿De qué estás hablando? 67
Le expliqué la situación a toda prisa. No teníamos tiempo que perder.
—Entonces, déjame aclarar esto —dijo arrastrando las palabras—. Quieres
que vaya a Francia y te proteja allí, las 24/7. Durante tres jodidos años.
—Probablemente solo será hasta el verano. Seis meses como máximo. Papá
no me permitirá quedarme en el extranjero por más tiempo.
Santino me dio una mirada que sugería que estaba jodidamente loca.
—Francia. Y cuidándote las 24/7. Eso es un gran y gordo no.
—Tienes que decir que sí.
—No.
Se soltó de mi agarre y se alejó. Corrí tras él y lo alcancé en el pasillo de la
oficina de papá.
—¿Quieres que papá se entere de lo de la señora Alfera y el beso que
compartimos?
Sus ojos fulguraron con incredulidad, luego con furia.
—¿Estás intentando chantajearme?
—No tendría que chantajearte si te importaran mis sentimientos.
—Protejo tu cuerpo, no tus sentimientos.
—Tal vez deberías hacer ambas cosas.
Su mandíbula se flexionó. Estaba muy cabreado.
—Entonces, déjame aclarar esto, ¿me delatarás si no le digo a tu papi que
mantendré tu trasero a salvo en París con mucho gusto?
—Y que estás muy seguro de que podrás mantener mi seguridad.
Si las miradas pudieran matar, sería cenizas. Me las había arreglado para
enojar a Santino antes, pero creo que nunca lo había visto tan enojado.
Caminó hacia la oficina de papá sin decir una palabra más y llamó a la
puerta antes de que pudiera decir algo. Me alejé rápidamente para que papá no me
viera. Ahora tenía que esperar que Santino hiciera lo que le pedí. Cualquier persona
en su sano juicio mentiría para salvar su vida. Pero Santino a veces actuaba como
un lunático.

68
Esperé ansiosamente en mi habitación. No quería irrumpir en la oficina de
papá demasiado pronto. Pero cuanto más se demoró la espera, más difícil se volvió
quedarme quieta.
Sonó un golpe y prácticamente volé hacia la puerta y la abrí.
Mamá se encontraba de pie en el pasillo.
—¿Puedo entrar?
Su rostro era ilegible, lo que hizo que mi corazón se hundiera.
Probablemente lloraría si París no funcionaba. Parecía mi única oportunidad de 69
vivir mis sueños hasta que el matrimonio los aplastara.
Retrocedí.
—Por supuesto.
Mamá entró y se sentó en mi sofá. Me senté a su lado.
—¿Y? —pregunté, incapaz de contenerme más.
—Tu papá tuvo una conversación larga con Santino.
Asentí, a punto de estallar.
—Santino convenció a tu papá de que él puede protegerte en París, así que
tu padre y yo te permitiremos comenzar tus estudios de diseño de moda…
Grité y lancé mis brazos alrededor del cuello de mamá. Se rio y me palmeó
el brazo.
—Déjame terminar —presionó, obviamente luchando por respirar gracias a
mi abrazo fuerte.
Me eché hacia atrás, mis mejillas sonrojadas.
—Te permitiremos comenzar, pero cuánto tiempo se te permitirá quedarte
depende de la situación general de seguridad y tu comportamiento. Si en algún
momento sentimos que tu seguridad está en juego, regresarás.
—Por supuesto, mamá. Me comportaré.
Buscó mis ojos.
—Tu padre confía en las habilidades de Santino. Es un soldado muy
competente. —Hizo una pausa—. Sin embargo, no sé si me gusta la idea de que
estés a solas con él en París.
Tragué pesado e hice una mueca de asombro.
—¿Por qué? Ha estado protegiéndome durante años.
—Sí, sí —dijo lentamente—. Soy tu madre, pero también soy mujer, y tengo
ojos.
Intenté parecer tan desprevenida como fuera humanamente posible.
Su expresión dejó en claro que podía dejar el acto.
—Esa mirada funciona en los hombres, no en las madres.
—¿Por qué?
—Porque los padres quieren creer que sus hijas son el epítome de la 70
inocencia y prefieren preservarla que ver cómo se derrumba.
—Mamá, no quiero hacer nada malo. Solo quiero vivir un poco, ¿eso es tan
malo?
—Sí, si le preguntas a la mayoría de los hombres en nuestro mundo.
Depende, si me preguntas.
Sabía que estaba pisando hielo delgado al confiarle las libertades que quería
experimentar, pero mamá era la persona más comprensiva que conocía. Y a pesar
de nuestro mundo era feminista y quería igualdad de oportunidades para mujeres
y hombres.
—Quiero divertirme un poco antes de tener que casarme con Clifford.
—Sé que Clifford se está divirtiendo bastante y sospecho que no se detendrá
en las fiestas de fraternidades a las que asistirá en los próximos años.
—Definitivamente no —dije y luego le conté sobre la conversación extraña
que tuvimos hace un tiempo.
Tomó mi brazo.
—Como ha dicho Clifford, la discreción es la clave. Mientras uses
protección, no me importa que te diviertas. Con tu matrimonio con Clifford, tienes
más libertades que la mayoría de las mujeres en nuestro mundo. —Se detuvo—.
La libertad de elección no significa que debamos elegir todas las opciones
disponibles para nosotros. Algunas siguen siendo imprudentes.
Sabía que estaba hablando de Santino. Elegí quedarme en silencio. Cada
palabra que dijera podría revelar más de lo que quería. Mamá estaba en algo y no
quería arruinar mis posibilidades de ir a París porque pensara que estaba loca por
Santino.
—Quiero que te mantengas alejada de Santino. Esa es mi condición. Si
tengo el presentimiento de que hay algo entre tú y él, entonces estarás en el
próximo vuelo de regreso a Chicago, y él tendrá un trabajo nuevo.
—Mamá, en realidad no tienes que preocuparte. Santino no tiene el más
mínimo interés en mí. Apenas puede tolerarme y se toma su trabajo demasiado en
serio.
Sus ojos parecieron verme con rayos X.
—Tienes una voluntad de hierro y te gusta salirte con la tuya, cariño. Ambos
pueden ser una ventaja, pero también pueden causarte problemas. Quiero estar
segura de que tú también mantienes la distancia esperada con Santino. Se reflejaría
mal en tu papá si el hombre que eligió para protegerte le falta el respeto con una
conducta inapropiada hacia ti.
Auch. Mamá sabía cómo conectar un golpe. 71

—¿En serio se trata de Santino o tú y papá prefieren que me quede virgen


hasta el matrimonio?
—Esto se trata únicamente de Santino. Tiene una responsabilidad contigo y
es mucho mayor y experimentado que tú. Deberías elegir a un chico de tu edad si
quieres disfrutar de tus libertades temporales.
El hecho de que Santino tuviera más experiencia era una de las razones por
las que lo encontraba sexy. Tenía el presentimiento de que Santino sabía cómo
hacer pasar un buen rato a una mujer. La señora Alfera probablemente no se
arriesgaría a la ira de su esposo por un amante mediocre.
Por supuesto, no mencioné nada de esto.
—Papá es doce años mayor que tú.
—Nuestra situación fue muy diferente. Ya había estado casada antes y era
una mujer adulta. Santino está encargado de cuidarte, y te conoce desde hace
mucho tiempo, eso te pone en desventaja.
Eso mostraba cuán parcial era mamá como mi madre.
—Solo tenías veintitrés cuando tuviste que casarte con papá. En un
matrimonio estás en mayor desventaja porque el esposo tiene todo el poder, sobre
todo si es Capo. Papá te conocía de eventos sociales desde que eras mucho más
joven. Y tú misma me dijiste que tu primer matrimonio nunca fue muy real, así
que, de hecho no estamos en niveles tan diferentes. Solo que no estoy casada con
Santino, de modo que él no tiene ningún poder sobre mí.
—Discutir contigo solía ser más fácil.
Sonreí.
Se puso seria.
—Anna, solo tengo una condición no negociable. No quiero que tú y
Santino sucedan. Eso es todo. Puedes divertirte, pero no con él.
—Mamá, no te preocupes. Él no está interesado en mí, y yo estoy más
interesada en conocer a un lindo chico artístico parisino. No tengo ningún interés
en Santino. Tal vez me enamoré un poco de él cuando tenía doce o trece años, pero
ya no soy esa niña.
Podía decir que mamá no estaba completamente convencida, pero de todos
modos asintió.

72

Mi pulso latía con fuerza en mis venas cuando entré en la oficina de Dante.
No podía recordar la última vez que había estado tan cabreado. Anna me había
arrinconado y solo tenía una opción para salir de allí, decirle a Dante la verdad,
sobre mi aventura con la señora Alfera y besar a Anna.
Lo primero era algo que solo podría conducir a la desaprobación y una
advertencia de mi Capo. Sin embargo, esto último podría costarme todo, y no solo
a mí. Papá había trabajado duro toda su vida y era muy respetado. Incluso si no
tuviera nada que ver con mi mierda, probablemente sería arrastrado al barro
conmigo.
—Santino —dijo Dante con un asentimiento breve. Se hallaba de pie frente
a la ventana, con los brazos detrás de la espalda y una mirada de preocupación en
su rostro. A pesar de su edad, rezumaba fuerza y su autoridad ciertamente no había
disminuido con los años. Era una de las pocas personas a las que en realidad
respetaba. Mentirle no me sentaba bien por varias razones—. Te pedí que vinieras
a mi oficina porque necesito tu opinión honesta sobre un asunto.
—Está bien. Papá siempre me dice que puedo ser brutalmente honesto, así
que ese no debería ser el problema —dije, mi voz razonablemente tranquila
considerando la ira que aún burbujeaba bajo la superficie.
Se giró para mirarme por completo, lo que me hizo esforzarme aún más para
mantener mi rostro controlado.
—Anna ha sido aceptada para asistir a una escuela de diseño de moda en
París a partir de este otoño, y tengo que decidir si le permito ir.
—París —dije, sorprendido, como si eso fuera una novedad para mí—.
Supongo que no estás hablando de París, Texas.
Dejó escapar una risa seca.
—Desafortunadamente, el sueño de Anna es un año en Francia.
Posiblemente más tiempo.
¿De verdad esperaba que viviera en Francia durante años? Estoy
jodidamente seguro de que no aprendería francés solo para que ella pudiera comer
baguette con vistas a la Torre Eiffel. No podía creer que había permitido que Anna
me chantajeara. ¿Por qué la había besado? ¿Qué carajo había estado mal con mi 73
cerebro?
—Eso es mucho tiempo fuera de casa.
—En efecto. Has sido responsable de la seguridad de Anna durante años, y
confío en tu criterio. Necesito estar seguro de que Anna estará segura viviendo en
París. Y eso por lo menos requeriría tu presencia.
Tomé una respiración profunda.
—París es probablemente más seguro que Chicago para Anna,
considerando que la Camorra y la Famiglia están lejos. Si nos aseguramos de que
la presencia de Anna en París no sea ampliamente conocida y hacemos arreglos
para que viva allí como una estudiante normal, dudo que se enfrente a más peligros
que aquí.
—Para la época de los estudios de Anna en París, tendrías que desarraigar
toda tu vida. Solo podrías visitar tu casa cuando Anna regrese a Chicago para
eventos sociales, lo que ocurrirá con frecuencia, pero aun así tendrás que pausar tu
vida por ella.
¿Qué vida? Quise preguntar. Desde que me convertí en el guardaespaldas
de Anna, trabajaba casi todos los días. Y no solo era un jodido trabajo de nueve a
cinco. Más bien de siete a diez de la noche. Tenía que estar siempre disponible
cuando ella quería ir a cualquier parte. Estaba en su ruego y llamada. Así que, lo
único que haría de París una experiencia aún más difícil era que ni siquiera estaría
libre por la noche, y tendría que dormir con los ojos abiertos para asegurarme de
que Anna no se colara en mi cama.
—No tengo esposa ni novia, y mi hermana ya no vive en casa. Y estoy
seguro de que veré a mi padre cada vez que tú y Valentina vayan o cuando Anna
y yo vengamos a los Estados Unidos.
—Tendrías que vivir una mentira. Probablemente sería factible fingir que
eres su hermano en público para explicar que ustedes dos estén juntos todo el
tiempo.
¿Hermano? Por supuesto, Dante no querría que fingiéramos ser una pareja,
lo que probablemente era de todos modos lo mejor. Cruzar los límites me había
dejado aquí en primer lugar, así que era clave lograr que volviera a pensar en ver
a Anna firmemente fuera de los límites.
—No puedes tener ningún día libre, ni siquiera una noche —continuó
Dante, sin darse cuenta de mis pensamientos acelerados.
Asentí.
—Eso es cierto. Será un desafío. —Me aclaré la garganta—. Lo haré y estoy
seguro de que puedo mantenerla a salvo, pero después de vigilar a Anna en París,
me gustaría renunciar como guardaespaldas y volver a trabajar con Arturo. Extraño 74
esa línea de trabajo.
Las cejas de Dante se fruncieron. No estaba seguro si era una buena o mala
señal. A pesar de conocer al hombre durante décadas, tenía problemas para leerlo.
Finalmente inclinó la cabeza.
—Te doy mi palabra de que te convertirás en Ejecutor una vez que regreses.
¡Mierda, sí!
No podía esperar para contárselo a Anna algún día, pero definitivamente no
a corto plazo.
—Será mejor que aún no se lo digas a Anna. No quiero que piense que no
trabajaré correctamente porque tengo la cabeza en otra parte. —La pequeña
diablilla solo encontraría una forma de convencer a Dante de que me mantuviera
como su guardaespaldas o me chantajearía para que me quedara. Después de París,
estaba jodidamente hecho. Las cosas entre Anna y yo se estaban saliendo de
control, y París ya era un riesgo ridículamente alto.
—Le dije a Anna que podía irse en febrero. Tenemos que esperar a que pase
su compromiso y algunos eventos sociales importantes antes de que pueda irse.
—¿Los Clark estarán de acuerdo en que ella vaya a Francia?
—Siguen reglas muy diferentes a las nuestras, lo que me lleva al siguiente
punto.
Esperé. Tenía el presentimiento de que sabía a dónde iba esto, y
probablemente en parte tenía que ver conmigo.
—Debido a su unión con Clifford, Anna tiene más libertades que la mayoría
de las chicas en nuestro mundo. Estoy seguro de que Clifford se lo ha dicho. No
me parece alguien a quien le importe lo que hace antes del matrimonio y
posiblemente ni siquiera después.
La desaprobación en su voz me sorprendió. Él y Valentina habían decidido
entrar en el vínculo con los Clark, pero supuse que era un poco como un trato con
el diablo. Necesario a veces, pero no agradable. A Dante no le agradaba Maximo
Clark, ni siquiera a su propia esposa.
—La fidelidad no está garantizada en su mundo ni en el nuestro —dije.
Había tenido demasiadas aventuras con mujeres casadas que buscaban consuelo
en los brazos de otro hombre después de haber sido engañadas durante años y sufrir
en silencio. Tal vez por eso ya no creía en el matrimonio ni en el amor. Mis padres
se amaron y casi mata a papá cuando mamá murió. El amor te jodía de cualquier
manera.
—En nuestro mundo, cualquier hombre sabría mejor que traicionar a Anna.
—Eso es cierto. —La mayoría se cagaría en los pantalones por miedo a 75
Dante—. Pero Anna es dura. Estoy seguro de que envolverá a Clifford alrededor
de su dedo en poco tiempo. —Las palabras realmente me costaron. Anna era un
dolor de cabeza y me hacía volverme loco casi todos los días, pero también era una
princesa de la mafia, orgullosa e inteligente, por no mencionar hermosa. Se
merecía algo mejor que Clifford. Se merecía un hombre que supiera lo que valía,
que entendiera de verdad quién era y el peso que cargaba sobre sus hombros.
Clifford estaba demasiado envuelto en sus problemas de papá y mamá, sin
mencionar la planificación de su futura carrera para darse cuenta de qué tipo de
gema le dieron sin ningún trabajo propio.
—La razón por la que menciono esto es porque si bien quiero que Anna
disfrute de París, incluso que asista a una fiesta ocasional contigo a su lado, aún
necesito que te asegures de que cumpla con nuestras reglas y esté a salvo.
—Supongo que estás hablando de chicos.
—Si Clifford y los Clark deciden romper el compromiso por cualquier
motivo, no están obligados por nuestros juramentos y honor, así que no lo
descartaré por completo, necesito asegurarme de que Anna no enfrente un
escándalo desafortunado si contrae matrimonio con uno de nuestros hombres.
Nuestro mundo sigue siendo anticuado en este sentido y mis esfuerzos y los de
Valentina para lograr un cambio no han tenido éxito, al menos en ese punto.
—Me aseguraré de que Anna se mantenga alejada de los chicos, no te
preocupes. —Disfrutaría muchísimo cortándole el rollo a cualquier tipo que
quisiera poner sus manos sobre ella. Intenté no pensar mucho en por qué esto me
producía tanta jodida emoción.
—Te lo agradezco —dijo Dante arrastrando las palabras y se acercó a mí
lentamente. Ahora venía, la advertencia que había estado esperando—. Como
padre, intento ignorar ciertos desarrollos, pero no estoy ciego al hecho de que Anna
se ha convertido en una joven hermosa que pronto será mayor de edad, y no estás
comprometido con nadie. Vivir en espacios tan cerrados puede hacer que Anna o
tú olviden ciertos límites.
Me reí entre dientes, como si esto fuera completamente irreal.
—Créeme, ni Anna ni yo corremos el riesgo de perder de vista ningún
límite. Anna es muy impulsiva y obediente. Se concentrará en sus estudios, y si
cae por un chico, será un francés al que le guste el dibujo y la ópera. Pero incluso
si Anna de repente tuviera algún interés en mí, no estoy en lo más mínimo
interesado en ella. Siempre me han atraído más las mujeres mayores. —Esa era la
verdad absoluta. Todas mis aventuras e incluso novias a corto plazo habían sido
mayores. Arturo, en un momento raro de broma, me había llamado una vez el
MILFinador. No estaba seguro qué tenía Anna que era diferente, que me hizo
mostrar el más mínimo interés en ella. Pero era jodidamente seguro que no sería
suficiente para hacerme aterrizar en la cama con ella. Iría a buscar una buena 76
MILF1 francesa para hacerme compañía—. Papá estaba más preocupado de que
intentara algo con tu esposa que con Anna cuando comencé a trabajar aquí —dije
en un verdadero momento de metedura de pata. Un día terminaría con una bala en
la cabeza, por mi polla o mi boca.
Los ojos de Dante fulguraron, y levantó una ceja.
—Eso es ciertamente tranquilizador —dijo en voz baja.
Decidí mantener la boca cerrada antes de que soltara alguna mierda aún más
estúpida. Dante era un hombre controlado y un Capo aún más controlado, lo que
me salvó la vida en este momento.
—No creo que tenga que decirte lo que sucederá si descubro que actuaste
de alguna manera inapropiada con Anna, o mi esposa, en París o en cualquier otro
lugar.

1
MILF (del inglés Mother/Mom/Mama I'd Like to Fuck), se traduce según la región como Mamá Que
Me Cogería, Mamá Que Me Tiraría o Madre Que Me Follaría; en referencia a una mujer atractiva y
considerada deseable sexualmente que, por su edad, podría ser la madre de la persona que emplea el
término.
—Capo, he sido tu Ejecutor. No hace falta que me des ningún detalle. Y
conociendo el cerebro extraño de Arturo, probablemente verá torturarme como un
desafío aún mayor.
—Ten la seguridad de que, en este caso, me encargaré yo mismo.
Me reí y asentí.
—Si bien sería un honor morir en tus manos, te aseguro que no llegará a
eso.

77
Hoy era el decimoctavo cumpleaños de Clifford, lo que significaba que era
el comienzo de agosto y solo faltaban dos meses para nuestro compromiso, y seis
meses hasta que me mudara a París temporalmente.
Ya tenía una lista de eventos para los que tendría que volar a Chicago para
cumplir con mis responsabilidades sociales, pero aún estaba emocionada.
Como prometí, colé a Leonas, Rocco y Riccardo en la fiesta de Clifford. A
Clifford no le importó. Era una gran fiesta con más de doscientos invitados, por lo
que nadie se daría cuenta de tres preadolescentes drogados con marihuana.
78
Santino fingió que no le importaba. Apenas me había dirigido la palabra
desde que le pedí que me ayudara con París hace unas semanas. Cuando le di las
gracias por ayudarme, me lanzó una mirada asesina y gruñó: «No me agradezcas».
Esa fue nuestra interacción más larga desde entonces.
Las palabras de mamá se habían estado reproduciendo en mi mente
constantemente. Bueno, su advertencia. Por eso había respetado el deseo de
distancia de Santino. Romper la promesa que le hice a mamá no era algo que
pudiera hacer a la ligera, y me había jurado que al menos intentaría mantenerme
alejada de Santino. Por supuesto, eso solo había alimentado mis fantasías
nocturnas con él. Pero no había ningún daño en eso, ¿verdad?
Verdad.
Estaba decidida a divertirme lo más posible en la fiesta de Clifford, sin
desperdiciar ni un solo pensamiento en Santino. Estaba fuera de los límites.
Fuera de los límites.
Primero recogimos a Luisa. Sonreí cuando se sentó en el asiento trasero a
mi lado y Leonas. Nunca me había acompañado a una fiesta y estaba feliz de
tenerla a mi lado. Podría hacerme entrar en razón en caso de que olvidara mis
propios límites…
Como siempre, Luisa fue un poco tímida cuando saludó a Santino. Era una
chica buena de principio a fin, y la amaba por eso. Desde que se enteró de nuestro
beso prohibido, había tenido aún más problemas para interactuar con Santino,
aunque él siempre la había intimidado.
—Estoy nerviosa. Esta es mi primera fiesta de verdad.
Le di una sonrisa alentadora.
—Estarás bien. Simplemente diviértete.
Asintió, aferrando su bolso como si fuera su línea de vida.
Santino se dirigió a la mansión Scuderi a continuación. Era donde Riccardo
y Rocco aún vivían con su madre después de la muerte de su padre. Ya estaban
esperando frente a la puerta y bajaron corriendo las escaleras con una gran sonrisa.
Por supuesto, no tenían que escabullirse de la casa como había hecho Leonas. Su
madre tenía suficiente que hacer para superar su trauma matrimonial para cuidarlos
adecuadamente.
No había espacio para ellos en el asiento trasero, y Santino les gruñó cuando
intentaron entrar en el asiento del pasajero, por lo que no tuvieron más remedio
que sentarse en el espacio para las piernas frente a nosotros. Riccardo sonrió e
intercambió una mirada con su hermano cuando se apretujó cerca de mis piernas
por falta de espacio.
79
—Será mejor que mantengas tu entusiasmo bajo control —murmuró
Leonas.
—Oh, lo hará —dije—, o descubrirá lo afilados que son mis tacones.
Riccardo intercambió otra mirada con Rocco, pero no tuvieron la
oportunidad de decir nada porque Santino pisó el acelerador.
Si pensaba que conducir como un lunático me arruinaría la fiesta, estaba
muy equivocado.
Luisa y yo nos deshicimos de los chicos tan pronto como llegamos a la
mansión Clark, a excepción de nuestra sombra Santino, por supuesto.
Recogimos unas bebidas de inmediato y nos dirigimos hacia la pista de
baile.
Luisa tomó un sorbo vacilante del cuenco de vino blanco.
—Tómatelo con calma —le dije. No quería ser responsable de que se
desmayara por el exceso de alcohol. Nunca la había visto beber. Saqué mi
teléfono—. Hora de una selfi. Quiero enviarle algunas fotos a Sofia para animarla.
Su matrimonio con Danilo aún era un poco accidentado, y me entristeció
que no pudiera estar aquí con nosotras. Con ella ahora viviendo en Indianápolis,
apenas nos veíamos a menudo, especialmente ahora que tenía deberes de esposa.
Hicimos muecas a la cámara y le envié las cinco más ridículas a Sofia.
Me alegraba no tener que casarme pronto. Supongo que tenía que agradecer
a Clifford por eso.
—Me alegro de que aún no te hayas casado —le dije a Luisa.
Hizo una mueca y se encogió de hombros.
—No me importaría casarme, pero mamá está siendo muy exigente cuando
se trata de posibles esposos.
No es de extrañar considerando su historia de fondo con el violador abusivo
de su primer esposo. No se lo dije. Luisa nunca hablaba de su padre biológico.
—Te casarás muy pronto. Y podrás elegir un esposo tú misma. Dudo que
tu madre te diga que no si te enamoras o sientes lujuria.
Se sonrojó ante la mención de la palabra lujuria. Me reí y le di un codazo.
—En serio vas a ser la virgen sonrojada en tu noche de bodas. Si fuera gay,
me casaría contigo. Eres simplemente tan linda.
Me devolvió el codazo, luciendo aún más avergonzada.
—¿Conoces a alguien?
80
Negué con la cabeza en respuesta. Casi no conocía a nadie, pero eso no era
lo peor. De esa manera podía relajarme y no preocuparme demasiado por cada
detalle de esta noche dando vueltas en nuestros círculos y eventualmente
encontrando el camino hacia mis padres. Con Santino en mis manos, mi vida había
mejorado considerablemente. Incluso su mal humor creciente por mi pequeño plan
de chantaje valió la pena.
—¿Dónde está Santino? ¿No debería estar vigilándonos? —preguntó Luisa
preocupada a medida que veía alrededor. Santino había accedido a vigilarnos a las
dos esta noche para que no llamáramos demasiado la atención con un segundo
guardaespaldas. Solo me había costado un poco de convencimiento de mi parte
para que la mamá de Luisa estuviera de acuerdo. Los adultos siempre creían que
era una chica buena, así que me daban lo que quería, incluso la sobreprotectora
Bibiana.
Dejé que mi mirada buscara en la pista de baile, y luego hacia la barra en el
patio. La mayoría de los invitados estaban afuera, disfrutando de la cálida noche
de verano. No vi a Santino por ninguna parte. Solo Leonas y sus dos compinches
charlando con un par de chicas. La sospecha me llenó. Luisa tenía razón, Santino
había accedido a vigilar. Sin embargo, dudaba que alguien atacara la casa de un
senador para llegar a mí. ¿Dónde estaba? O se había escondido en el rincón más
alejado para tener un poco de paz y tranquilidad, o… no se atrevería… la mayoría
de los invitados tenían más o menos la edad de Clifford y mía, solo unos pocos
parecían ser un par de años mayores. Si Santino se acostaba con una chica de mi
edad, haría de su vida un infierno.
Fuera de los límites, me recordé, pero mi corazón ignoró a mi cerebro.
Le hice señas a Leonas que me dirigiría al baño y él señaló su reloj, lo que
me hizo poner los ojos en blanco. Significaba que vendría a buscarme si no
regresaba en cinco minutos. Cada vez que estaba a cargo de mi protección, se
convertía en un sabihondo mandón y superprotector.
Pero esta era una fiesta de niños ricos mimados que ya lloraban cuando se
les atoraba un chicle debajo de las botas. En nuestro mundo, le pedías a tu hermano
que te diera su cuchillo para que pudieras quitarlo y él aún usaría la hoja para
apuñalar a alguien después. Podía lidiar con cualquier chico que se atreviera a
acercarse a mí. Los haría llorar en su elegante cuenco de vino blanco en un
santiamén.
—Iré a buscar a Santino —le dije a Luisa—. ¿Quieres venir conmigo?
Negó con la cabeza inmediatamente.
—Preferiría no involucrarme en una pelea.
—¿Quién dice que vamos a pelear?
Me dio una mirada que decía ¿de verdad? 81

Sonreí.
—Somos una combinación explosiva. —Luego miré a mi alrededor—. ¿Tal
vez puedas ir con Leonas? Me sentiría mejor si no te dejara sola aquí.
Luisa se rio.
—Soy tímida y no tan extrovertida como tú, pero estaré bien, Anna.
No me moví.
Suspiró con una sonrisa pequeña.
—Está bien. Iré con tu hermano.
—Seré rápida.
Agité mis dedos hacia Leonas y le hice señas a Luisa y luego salí. Al ver
cuántas personas bailaban en el patio o en la piscina, dudé que Clifford hubiera
invitado solo a doscientas personas. El lugar estaba repleto de invitados. Mamá me
mataría si invitara a tantas personas a una fiesta salvaje. Miré hacia la casa de la
piscina, que estaba bañada en oscuridad. Clifford fue lo suficientemente inteligente
como para mantener la fiesta fuera de sus propias paredes. Ese era el lugar perfecto
para que Santino se relajara, o hiciera otras cosas…
Corrí hacia la puerta de cristal. Las persianas estaban todas cerradas, así que
no podía mirar dentro. Empujé la manija hacia abajo y me sorprendió encontrarla
abierta. ¿Por qué Clifford no la había cerrado?
¿O Santino había forzado la cerradura? En realidad, no me extrañaría. Al
momento en que entré, escuché risitas. Qué bastardo.
¿De verdad había elegido a una chica para follar? La próxima vez que me
dijera que era demasiado joven, le diría lo que pensaba. ¡Como si unos pocos meses
hicieran una gran diferencia!
Se oyó otra risita. Sonó absolutamente mal. No podía precisar por qué
exactamente.
Seguí el ruido hacia una puerta detrás de la cual sospechaba que estaba el
dormitorio. A estas alturas, el ruido se había convertido en gemidos y jadeos
ahogados, entremezclándose con asombrados Oh Dios.
Empujé la puerta del dormitorio para abrirla, intentando ser silenciosa.
Lo primero que vi fue la cara de asombro de la señora Clark. Tenía los ojos
cerrados, los labios entreabiertos y estaba sudorosa. Sus pechos se sacudían frente
a ella, el escote de su vestido bajado para envolver sus costillas. Su tanga roja
colgaba alrededor de su tobillo mientras se arrodillaba al estilo perrito en la cama
de Clifford, la falda de su vestido levantada sobre su espalda para que su trasero
quedara apoyado frente a nada menos que Santino. 82

Hizo una mueca como si el espíritu santo hubiera descendido sobre ella y
cantó oh Dios oh Dios, como si fuera a levantarse a las puertas del cielo en
cualquier momento. O Clark Senior era el peor polvo de la historia, o Santino tenía
una polla mágica.
Santino estaba casi vestido, pero su camisa estaba desabrochada y sus
pantalones estaban abiertos a medida que bombeaba contra la señora Clark con la
determinación de un martillo neumático nuevo.
En una decisión espontánea, agarré mi teléfono y tomé algunas fotos y luego
lo metí rápidamente en mi bolso.
Di un paso atrás y las tablas del piso crujieron. Los ojos de Santino me
encontraron y no se detuvo. Solo hizo un movimiento con la mano que sugería que
debía perderme.
Lo hizo para fastidiarme. Para castigarme por obligarlo a ir a París. Tal vez
incluso por nuestro beso. Estaba enojado. Pero yo también.
Mis labios se curvaron y giré sobre mis talones. Por lo que a mí me
importaba, podía follarse a la madre de Clifford hasta que se le cayeran las pestañas
postizas y los lentes de contacto. Tal vez lo llevaría a las puertas del infierno con
ella, porque Dios definitivamente no respondería a su cántico ridículo.
Estaba hirviendo. Hirviendo.
Pero peor.
Peor.
Estaba herida y celosa.
Y eso me enojó aún más porque no quería que Santino tuviera el poder de
lastimarme. Quería que me follara. Eso era todo. Mis putas emociones necesitaban
irse amablemente a la mierda y dejarme en paz. Mi vida ya era complicada tal
como era, no necesitaba que mi enamoramiento por Santino complicara aún más
las cosas.
No podía creer que hubiera elegido a la señora Clark para follar. Esta era su
forma de vengarse.
Pero dos podían jugar este juego.
Si actuaba como un imbécil, le mostraría qué tipo de perra podía ser.
Revisé mi entorno en busca de Clifford, pero solo capté su nuca. Estaba
ocupado teniendo una batalla de lenguas con una morena que no conocía.
Solté un suspiro lento, cerca de romperme. El chico con el que debería estar 83
obsesionada y el chico con el que en realidad estaba obsesionada se lo estaban
pasando bien con otras mujeres.
Miré alrededor en busca de mi hermano, sus dos compinches y Luisa. En
lugar de encontrar a los Beagle Boys o a mi amiga, solo encontré a Rocco cerca de
las puertas francesas, luciendo totalmente mal. Lo que significaba que mi hermano
y Riccardo probablemente estaban en algún lugar afuera, entreteniéndose y, con
mi mala suerte, metiéndome en problemas.
Luisa no estaba por ningún lado. Hoy no era mi día. Observé a la multitud
de nuevo a medida que me dirigía lentamente hacia Rocco, con la esperanza
desesperada de que Luisa apareciera de nuevo y no se dejara arrastrar por las
travesuras de mi hermano. Necesitaba una charla de ánimo, o alguien que me
disuadiera de hacer algo particularmente estúpido. Ella era buena en ambos, pero
tenía mucha práctica con el último.
—No me metas en problemas —dije en advertencia cuando llegué junto a
Rocco.
—Parece que tú también estás en problemas —comentó con curiosidad y
con esa inclinación de cabeza y esa mirada de rayos X que siempre te hacía creer
que sabía más de lo que debería. A veces me asustaba.
—No estoy en problemas, pero necesito a alguien con quien besarme.
Sus ojos se ampliaron totalmente.
Lo entendió.
Luego me dio una sonrisa astuta, y mis labios se curvaron.
—Tú no, imbécil —murmuré.
Quería vengarme de Santino y no hacer que se compadeciera de mí por
besar a un niño de catorce años. Sin mencionar que en realidad necesitaba un beso
espectacular que también me hiciera querer cantar al cielo. Tal vez la señora Clark
había estado fingiendo, pero no parecía que ese hubiera sido el caso.
—Tú y los otros Beagle Boys no se metan en problemas, ¿entendido? Hoy
no pienso caer con ustedes —gruñí.
—Ese es un nombre estúpido.
Le di una mirada que dejó en claro que les quedaba bien antes de que
finalmente encontrara a Luisa de pie en el vestíbulo. Estaba aferrando su vaso y
dándoles a los dos chicos que estaban hablando con ella una sonrisa incómoda. A
diferencia de mí, los chicos no la reconocían como una princesa de la mafia, por
lo que en realidad se atrevían a acercarse a ella. Se parecía a Bambi en forma
humana, con enormes ojos marrones y pestañas largas, además de cabello castaño
sedoso. Por supuesto, también apestaba a inocencia, lo que parecía atraer aún más 84
a los chicos. Me acerqué a ella e inmediatamente el alivio cruzó su rostro. No vi a
mi hermano por ningún lado. Decidí no preocuparme por el momento. Más tarde
le daría una patada en el culo por dejar sola a Luisa.
—Anna —dijo con una sonrisa agradecida como si la hubiera salvado.
Ambos chicos me miraron como de costumbre, antes de que la cara del
primer chico brillara con reconocimiento y luego con precaución.
—Esa es mi amiga Anna —me presentó Luisa.
Me incliné y le susurré al oído al tiempo que decidía que mis posibilidades
con el tipo que aún no me había reconocido eran mejores.
—Voy a intentar algo con el chico de la derecha, ¿o te lo pides primero?
Fue una pregunta retórica. Luisa estaba decidida a esperar hasta el
matrimonio para su primer beso.
—Es francés —murmuró.
Era una señal clara, y explicaba por qué no sabía quién era yo.
Lo golpeé con una sonrisa encantadora.
—¿Eres de Francia? —pregunté en francés.
Su sonrisa se iluminó.
—Sí, de París. Estoy aquí para mejorar mi inglés.
—Qué casualidad. Estoy buscando a alguien para mejorar mi francés. —
Besándonos…
El tipo sonrió como si supiera lo que no había dicho y se presentó como
Maurice. Le hablé de mi viaje a París y pronto estuvimos inmersos en una
conversación. Tocó mi brazo a menudo y sus ojos se clavaron en mis labios, así
que sabía que las cosas iban en la dirección correcta.
—¿Qué tal si salimos un rato? Necesito un poco de aire fresco.
Antes de irme con él, me incliné hacia Luisa.
—Si ves a Santino, dile que no puedes encontrarme.
Negó con la cabeza con una mirada de advertencia.
—No hagas nada estúpido.
—Por supuesto que no —dije con una risa.
Maurice y yo salimos al patio trasero de la mansión. Aún hacía calor y podía
sentir el vapor subir a través de las suelas de mis zapatos a medida que cruzábamos 85
las caras baldosas de mármol que rodeaban el área de la piscina. La música estaba
tan alta que, me sorprendió que ninguno de los vecinos hubiera llamado a la
policía. O habían sido sobornados, o la conexión de Clark con la Organización
estaba surtiendo efecto.
Maurice me condujo hacia una parte más apartada de las instalaciones junto
a un estanque bordeado por unos cuantos árboles altos. Un banco se ubicaba
precisamente al borde del estanque. Ambos nos acomodamos en él, nuestras
piernas tocándose. Charlamos un poco, pero podía decir que su mente ya estaba en
otra tarea. Su mirada ahora estaba prácticamente pegada a mis labios.
Vi a Santino salir al porche por el rabillo del ojo. No estaba segura de que
pudiera vernos desde su punto de vista porque nuestra parte del patio trasero no
estaba tan iluminada como el resto.
Pero él nos encontraría. Después de todo, ese era su trabajo.
Batí mis pestañas hacia Maurice y mordí mi labio inferior. No necesitó otra
invitación. Uno de sus brazos rodeó mi espalda y con el otro tomó mi cabeza y me
besó. No dudó tanto como Clifford y el beso fue mucho más placentero. Por
supuesto, no podía compararse con el beso de Santino. Aun así, me encontré siendo
gratamente sorprendida. Pagarle a Santino al menos resultó ser una buena
experiencia. Su palma viajó por mi espalda hasta que descansó justo encima de mi
trasero y nuestro beso aceleró. Mi cuerpo no cobró vida como lo había hecho con
Santino, pero después de un tiempo me podía imaginar conseguir más en él.
De repente, Maurice fue arrancado de mí. Me tomó un momento
comprender lo que había sucedido. El beso de Maurice en realidad me había hecho
olvidar la razón del beso en primer lugar.
Maurice se encontraba sentado en el suelo con Santino de pie sobre él.
Maurice dejó escapar una serie de maldiciones en francés y luego se abalanzó sobre
Santino. Mis ojos se abrieron de par en par. Mala idea.
En un minuto, Santino tenía a Maurice de nuevo en el suelo, de cara. Su
rodilla presionaba la espalda de Maurice, y su expresión sugería que quería
romperse la columna.
—Santino —le advertí—. Maurice no sabe quién soy.
Su sonrisa fría me golpeó y envió un escalofrío por mi espalda.
—Tal vez deberías hacerles saber a los chicos antes de besarlos que están
arriesgando sus vidas al tocarte.
—¡Bájate! —gruñó Maurice en inglés.
Santino clavó su rodilla aún más profundo en su espalda, haciéndolo gemir
de dolor.
86
—¿Eres su novio?
—Guardaespaldas —dije rápidamente y me moví a su lado. Agarré el
hombro de Santino, sintiendo sus músculos flexionarse bajo mis dedos—. Santino.
Se enderezó y finalmente soltó a Maurice, quien se puso de pie
inmediatamente, pero mantuvo su distancia con nosotros.
—¿Guardaespaldas? ¿Eres famosa?
Santino resopló.
—Es una princesa de la mafia, así que aléjate jodidamente de ella a menos
que quieras que te rompa la puta columna.
Maurice pareció pensar que Santino estaba bromeando, pero una mirada a
mi cara de disculpa hizo que sus ojos se abrieran de par en par. Sacudió la cabeza
con otra serie de maldiciones en francés.
—Ustedes, los estadounidenses, están completamente locos. —Se fue sin
otra palabra.
Santino me agarró del brazo y me arrastró, pero no hacia la fiesta, sino hacia
el camino de entrada.
—¿Qué estás haciendo? ¡Aún no es medianoche! No tuve la oportunidad de
felicitar a Clifford.
—Si crees que me quedaré un segundo más en esta fiesta para poder ver
cómo manoseas a Clifford como regalo de cumpleaños, estás muy equivocada. Si
crees que hacerlo con adolescentes cachondos es la manera de cabrearme, entonces
no me conoces.
—Según tus estándares, probablemente debería seducir a Clark Senior.
Santino, nunca caeré tan bajo como tú.
—Dale algo de tiempo, considerando tu comportamiento en las últimas
semanas, diría que estás en buen camino.
—¿Quieres que sea una chica buena? Entonces, deja de ser tan idiota.
Llegamos al auto. Luisa ya estaba adentro.
Santino se inclinó, sus ojos ardiendo de rabia.
—¿Quién dijo que quiero que seas una chica buena?
Oh, santa mierda.
—Quieres que sea una chica buena con otros chicos. —Me acerqué aún
más, agarrando su camisa—. Pero en el fondo quieres que guarde mi lado travieso
solo para ti. 87
Agarró mi mano y la apartó.
—Anna, no estoy jugando tus juegos. Y será mejor que dejes de jugarlos.
La próxima vez que te vea con otro chico, le romperé los huesos, sin importar
quién sea, incluso Clark Senior.
—Dejaré de besar a otros hombres si dejas de follar con otras mujeres.
Se rio sombríamente.
—Esto no es una negociación.
—Entonces, crees que puedes follarte a la señora Clark, y solo me sentaré
y miraré como una niña buena.
—Anna, no somos nada. Así que, follar con quien quiera no es de tu puta
incumbencia.
—Lo es si lo estás haciendo mientras estás en el trabajo.
—Métete en el auto, ahora. Esta discusión ha terminado. Seguiré
follándome a la señora Clark y a todas las demás mujeres que quiera, y tú mantén
las piernas cerradas hasta que Cliffy se sienta listo para casarse y desflorarte.
Cerró la puerta en mi cara bruscamente y echó las cerraduras. Solté un grito
de rabia y le mostré el dedo medio.
Sonrió y se dio la vuelta, volviendo a la casa.
Luisa me miró con los ojos totalmente abiertos por la sorpresa.
—Guau. Ustedes dos terminarán matándose el uno al otro. Tal vez deberías
llevarte a otro guardaespaldas a París contigo.
—De ninguna manera. No lo dejaré escapar tan fácilmente. Cree que puede
darme órdenes. Sé que me desea. Y no me rendiré hasta que haya hecho que se
coma sus palabras.
—Tengo un mal presentimiento con esto. ¿Qué es lo que quieres hacer?
—Santino cree que conoce el juego que estoy jugando, pero ni siquiera he
comenzado a jugar. Cualquier cosa puede pasar en París.
—Anna, en serio estoy preocupada por ti. Aún tienes sentimientos por él.
¿Y si te lastimas?
—No tengo sentimientos por Santino, ya no. Pero me siento atraída por él.
Solo voy a enrollarme con él en París. Es como una picazón. Solo necesito rascarla.
—Mi picazón siempre empeora una vez que empiezo a rascarme y, por lo
general, no puedo parar hasta que me rasco hasta sacar sangre. 88
Negué con la cabeza.
—Lo tengo bajo control, no te preocupes.
No podía recordar la última vez que había estado tan enojado.
Anna estaba jugando un juego peligroso, y desafortunadamente era un tonto
y seguía siendo absorbido por sus juegos.
Fui en busca de Leonas. Finalmente lo encontré en una de las habitaciones
de invitados con una chica de cabello oscuro arrodillada frente a él y dándole una
mamada. La habitación olía a marihuana y, a juzgar por la mirada cursi en el rostro
de la chica y la sonrisa comemierda de Leonas, ambos habían fumado hierba.
Los niños Cavallaro serían mi perdición. En algún momento, mataría a uno 89
de ellos.
—Pon tu pene de nuevo donde pertenece —gruñí.
La pequeña mierda en realidad me dio una sonrisa que sugería que estaba
exactamente donde pertenecía. Saqué mi teléfono y tomé una foto.
—Se la enviaré a tu madre. Tal vez ella pueda razonar con tu mente
cachonda y drogada.
Leonas se tambaleó lejos de la chica y trató de correr hacia mí.
—Mierda, hombre. Eso no es broma.
—¿Parece que estoy bromeando? Estoy jodidamente harto de que Anna y
tú me jodan los putos nervios. No me importa si te follas a medio Chicago, pero
no lo hagas bajo mi supervisión.
Deslicé el teléfono en mi bolsillo trasero.
—¿La enviaste? —preguntó preocupado a medida que se subía los
pantalones.
Al menos, la pequeña mierda le tenía el respeto suficiente a su mamá como
para no querer que viera una foto de él en una situación así. Teniendo en cuenta lo
mucho que amaba provocar a su padre, probablemente no habría reaccionado de
la misma manera si lo hubiera amenazado con enviársela. Yo era de la misma
manera. Ese es el problema si amas a tus hijos y no puedes torturarlos para que
entren en razón. Papá me había dado varias veces una paliza, pero nunca había sido
un marica, así que no había tenido el efecto deseado. Dante enfrentaba el mismo
problema con Leonas. El chico era duro como un clavo y obstinado, una
combinación de mierda.
Lo agarré del cuello y lo empujé hacia el pasillo, luego pasé junto a él.
—Aún no, pero la guardaré en caso de que me des problemas en el futuro.
Me siguió.
—Eso es chantaje.
Le di una mirada a medida que bajábamos las escaleras y pasamos junto a
adolescentes cada vez más borrachos.
—El chantaje es la moneda elegida por tu hermana y por ti —dije en tanto
salía, contento de estar lejos de la fiesta y la señora Clark. Podía decir que era una
de esas del tipo solitaria y pegajosa. Una follada y ya creía que había una conexión
profunda.
—No tienes que ventilar conmigo tus problemas con mi hermana. Me
importa un carajo si ustedes dos se lo están pasando bien, pero déjenme fuera. 90
Anna me miró furiosa desde el asiento trasero. Las mujeres por lo general
me dejaban frío. Nunca hacían que me hirviera la sangre por la ira o por cualquier
otra razón, porque no me preocupaba por ellas. ¿Pero Anna?
Mierda. Era mi maldita gasolina.
—Sube al auto, o enviaré la foto y dejaras de decir mierdas —ordené antes
de rodear el auto, sentarme detrás del volante y encender el motor.
—¿Qué hay de Riccardo y R.J.? —preguntó Leonas mientras se sentaba
junto a su hermana.
—No son mi problema, y si alguien pregunta, nunca los vi. Ni siquiera sabía
que estaban en la fiesta.
—Eres un imbécil —murmuró.
—Él lo sabe, y le gusta —agregó Anna, dándome una mirada fulminante.
Pisé el acelerador. Necesitaba quitarme a Anna de encima. Esto se estaba
poniendo demasiado peligroso entre nosotros.
Busqué dentro de mis pantalones y encontré el pañuelo donde Dolora Clark
había escrito el número de su segundo celular. Bajé la ventanilla y arrojé el trozo
de tela blanca.
—¿Qué fue eso? —preguntó Anna con altivez.
—Las bragas de Dolora.
Anna me miró disgustada a medida que los ojos de su amiga Luisa se abrían
tanto que me preocupó que se salieran.
—Eran rojas, solo para tu información.
¿Cómo diablos sabía qué bragas había usado Dolora? Esa chica era la ruina
de mi existencia.
—¿Como en Dolora Clark? —preguntó Leonas—. ¿Te follaste a la señora
Clark?
No dije nada.
Leonas dejó escapar un silbido, luego su expresión se volvió calculadora.
—¿Qué tal si borras la foto y no le diré a nadie que eres un destructor de
hogares?
—Claro, provoca un escándalo a la familia que se supone que traerá gloria
a la Organización —murmuré. 91

—No necesitamos forasteros para darle gloria a la Organización —dijo


Leonas entre dientes.
Predícalo, niño.
—Una vez que seas Capo, puedes ayudar a tu hermana a deshacerse de
Cliffy. Estoy seguro de que para entonces ya estará cansada de sus payasadas
aburridas.
Estacioné frente a la mansión y luego le hice señas a Leonas para que se
perdiera.
—Ahora no te dejes atrapar. Hueles como una granja de marihuana.
Salió del auto y se coló alrededor de la casa. Papá lo vería en las cámaras,
pero me ocuparía de mi viejo en un momento.
Salí del vehículo. Pero Anna y Luisa aún estaban dentro.
Les di la espalda. No dejaría que me irritara de nuevo. Si quería dormir
afuera en el auto, ese era su problema.
Me dirigí a la caseta de vigilancia. Mi trabajo aquí estaba hecho, las chicas
encontrarían el camino a través de la entrada por sí mismas. Anna apareció frente
a mí y casi la atropello. Se presionó contra mí y apretó mi trasero, tomándome
completamente por sorpresa.
—¿Qué carajo estás haciendo?
Di un paso atrás, mi pulso latiendo con fuerza en mi pecho. ¿Se daba cuenta
de cómo alguna cámara de seguridad podría haber grabado esto? Papá me mataría.
Puso los ojos en blanco.
—Solo quería desearte una buena noche.
Su sonrisa era problema puro.
—Entra.
Me saludó con la mano y luego se dirigió hacia Luisa, que esperaba en la
puerta, atónita. ¿Por qué no podría haber tenido de custodia a una santurrona como
ella?
Entré en la caseta de vigilancia, apretando los dientes. Como era de esperar,
papá se hallaba sentado frente a los monitores. Por suerte, su atención estaba en el
monitor que mostraba a Leonas trepando por su ventana en el segundo piso.
—¿Supongo que no sabes dónde pasó la noche el chico? —dijo a modo de
saludo.
Me encogí de hombros. 92

—Tiene problemas escritos por todas partes.


Me clavó con una mirada.
—Llegas temprano. ¿No se suponía que la fiesta duraría más? Aún es el
cumpleaños del niño Clark.
—Anna y Luisa prefirieron irse a casa. La fiesta era aburrida.
Entrecerró los ojos hacia mí.
—¿Es porque Leonas se coló?
Asentí, y luego busqué mi teléfono en mi bolsillo trasero. Pero no estaba
allí. En cambio, solo toqué una tela sedosa. La saqué y me quedé mirando una
tanga verde oscuro. Supe inmediatamente de quién era esa ropa interior. Mierda.
Papá me arrebató la tanga de la mano y frunció el ceño.
—¿Qué es esto?
—Sé que has estado soltero por un tiempo, pero aún deberías reconocer la
ropa interior femenina.
Mi corazón estaba intentando salirse de mi pecho. Maldita sea.
Papá se puso de pie, sin una pizca de diversión en su rostro.
—Hijo, ¿de quién son estas malditas bragas? —Dejó caer la tanga sobre la
mesa y señaló la etiqueta diminuta que decía Fleur du Mal. Levanté mis cejas—.
Esa es la marca que compran Valentina y su hija.
Resoplé.
—¿Quiero saber por qué sabes esto? ¿No me digas que te sientes tan solo
que estás robando ropa interior?
Me golpeó en la cabeza. Era más alto y fuerte, y él era el único al que se le
permitía hacerlo.
—Porque he sido guardaespaldas de las Cavallaro durante décadas y presto
atención a sus bolsas de compras y a las tiendas donde las dejo. —Agarró mi
camisa—. Hijo, ¿cómo llegó la ropa interior de Anna a tu bolsillo?
Papá parecía como si quisiera golpearme con los puños. Tenía una manera
de hacerme sentir como un niño y no como un hombre de veintiocho años.
—Bien podría ser de Valentina.
Me sacudió, arrancando uno de los botones de mi camisa.
—Eso no es divertido. —Me soltó y se pasó una mano por el cabello—. Me
esforcé mucho por criarte bien, pero sin tu madre simplemente fracasé. 93
—Papá, no fracasaste. Tuviste que criar a dos hijos después de perder a tu
esposa, y aún trabajar como guardaespaldas.
Me miró con una mirada preocupada.
—Sonny, no puedo perderte también a ti.
—No me perderás.
Agarró mi cara como si fuera un niño pequeño.
—Hijo, te amo, y solo hay una razón por la que traicionaría mi deber, por
la que alguna vez consideraría matar a mi Capo y es si fuera tu vida la que estuviera
en juego.
—Papá —dije, quitándole las manos—. Deja de ser dramático. Nadie va a
morir. No voy a tocar a Anna.
—Dile a Dante que no puedes acompañar a la chica a París.
Hice una mueca.
—Desafortunadamente, no puedo hacer eso.
Cerró los ojos, y se dejó caer en la silla.
—Ya estás en problemas, ¿no?
Toqué su hombro.
—No te preocupes. Lo tengo bajo control. —Me dio una mirada que sugería
que lo dudaba—. ¿Tienes el turno nocturno?
—Hasta las cinco, luego Taft toma el relevo.
—Bien, porque necesito que hagas la vista gorda cuando me suba a la
ventana de Anna. Tiene algo que necesito de vuelta.
Papá me miró fijamente. No me molesté en explicarlo, solo empeoraría las
cosas.
Me apresuré a salir a la noche y rodeé el edificio, agachándome cuando pasé
por la oficina de Dante. Al momento en que llegué bajo la ventana de Anna, mi
furia se había reavivado. No podía creer que hubiera robado mi teléfono y metido
sus malditas bragas en mi bolsillo.
Usé una silla para llegar a la barandilla del balcón y luego me levanté.
Desafortunadamente, esta no era la habitación de Anna, sino la de Leona, así que
tuve que trepar torpemente a la siguiente ventana. Por suerte estaba abierta. Anna
siempre dejaba entrar el aire antes de acostarse. Con un empuje, me balanceé sobre
el alféizar de la ventana.
Luisa soltó un grito, tirando de las mantas para cubrirse. Arqueé una ceja. 94
Estaba en camisón, no desnuda. No había necesidad de tanto alboroto.
Anna se dio la vuelta, su cuerpo tenso aunque se relajó inmediatamente al
verme y una sonrisa astuta se dibujó en su rostro. No la reacción que quería. Por
supuesto, no hizo absolutamente ningún movimiento para ocultar ninguna parte de
su cuerpo escasamente cubierto. Llevaba una especie de pantalones cortos de seda
con encaje y una blusa con un escote pronunciado. Se acercó a mí y me arrepentí
de no haber esperado hasta la mañana para confrontarla por mi celular.
Se apoyó contra la pared junto a la ventana. El aire fresco tuvo un efecto
inmediato en su cuerpo y tuve que apartar la vista.
—No te catalogué como el tipo romántico que treparía a la ventana de su
amada —dijo con una sonrisa triunfante.
—¿Dónde está? —gruñí, saltando dentro de la habitación.
Luisa aún aferraba las mantas frente a ella.
—Ve al baño. Esta es una conversación privada. —No podía soportar la
mirada de sorpresa y vergüenza en su rostro. Me recordó lo inapropiadas que se
habían vuelto las interacciones entre Anna y yo.
Luisa miró a Anna, quien asintió, pero nunca me quitó los ojos de encima
como si fuera un animal salvaje que quisiera atacarla. También a menudo me hacía
sentir como uno, y no me gustaba ni un poco. Luisa se apresuró al baño como si
fuera a atacarla. Si mutilara a alguien, sería a Anna.
—¿Dónde está? —Miré furioso a Anna.
—¿Dónde está qué?
Solté una respiración lenta por la nariz intentando no dejar que el brillo
travieso en sus ojos azules me irritara.
Me irritara aún más.
—Anna, mi maldito teléfono. No te hagas la tonta. No te conviene.
—Alguien está particularmente gruñón hoy —dijo a medida que pasaba
junto a mí, su brazo rozando el mío, sin duda a propósito, y se sentaba en el borde
de su cama—. ¿La querida Dolora no te ayudó a liberar la tensión acumulada?
No quería estar en una habitación con Anna vestida así mientras ella estaba
cerca de una cama. Me alegré por el sonido del agua corriendo en el baño,
recordándome la presencia de Luisa.
Hoy me sentía un poco desquiciado. Una sensación que últimamente se
estaba convirtiendo en un problema constante alrededor de Anna, y ella lo sabía.
Podía olfatear estas cosas como un maldito sabueso. Papá tenía razón. Debería 95
decirle a Dante que no podía acompañar a Anna a París. Pero tenía el
presentimiento de que Anna en realidad me delataría después de hoy, y una parte
de mí no quería dejarla fuera de mi vista. Esto último me preocupaba mucho más
que convertirme en el centro de la ira de Dante si Anna le contaba mis aventuras
con mujeres casadas.
Extendí mi mano.
—Dame mi teléfono o lo buscaré en cada centímetro de tu habitación, y no
tendré cuidado.
Puso los ojos en blanco, luego se volteó sobre su vientre, presentándome su
trasero alegre y sus largas piernas esbeltas que parecían prolongarse una eternidad
a pesar de su cuerpo pequeño, cuando se estiró para alcanzar algo debajo de la
almohada.
Rodó sobre su espalda y levantó mi teléfono.
—Levántate y dámelo.
—Si lo quieres tendrás que conseguirlo.
¿Por qué cada palabra de su boca sonaba obscena? Mi maldita mente me
estaba jugando una mala pasada.
Necesitaba cortar esta locura. Caminé hacia ella, mirándola fijamente a
medida que se tumbaba en la cama. Sus labios se fruncieron en una sonrisa tímida.
Agarré el teléfono, pero ella lo dejó caer sobre su cabeza, fuera del alcance.
Ya había terminado. Puse una rodilla sobre la cama y me incliné sobre ella
para tomar el maldito teléfono celular. Al momento en que estuve sobre ella,
murmuró:
—Podría acostumbrarme a verte así sobre mí.
Entrecerré los ojos y, en un momento de bloqueo, me incliné y presioné mi
boca contra su oreja:
—Anna, no podrías conmigo. Por eso elijo mujeres mayores, casadas, y no
vírgenes sensibles y torpes como tú.
Cuando hizo una mueca, supe que mis palabras habían dado en el blanco.
Me enderecé y volví a meter mi teléfono en mi bolsillo.
Me devolvió la mirada con frialdad.
—Eliminé el video de Leonas en caso de que lo estés buscando.
—Apuesto a que primero lo descargaste en tu teléfono, ya que te gusta tanto
chantajear a los demás.
Se sentó y la mirada en sus ojos podría haber congelado el infierno y no 96
coincidió con la sonrisa dulce retorciendo esos labios peligrosos.
—No me molesta, mientras pueda divertirme chantajeándote.
Glacial.
Esa era la palabra que describía mis interacciones con Santino en las
siguientes semanas.
Estaba furiosa. Santino estaba aún más furioso.
Ninguno de los dos daría marcha atrás. Como siempre.
Es por eso que no habíamos compartido una palabra, excepto para las
bromas públicas, cuando mi compromiso con Clifford llegó a principios de
octubre. Por suerte, había estado ocupada con los preparativos de mi fiesta de 97
compromiso, la fiesta de mi decimoctavo cumpleaños y mi mudanza a París.
Provocar a Santino había sido la menor de mis preocupaciones. Y si en
realidad tenía ganas de irritarlo, aún tenía la opción de contarle sobre la foto que
le tomé a él y a la querida Dolora.
Celebramos el compromiso en nuestra casa. Las mesas altas y las mesas de
buffet aún estaban dispuestas en nuestra sala de estar y en el patio de mi fiesta de
cumpleaños número dieciocho el día anterior. Aunque fiesta no era la palabra
adecuada para la reunión social que mis padres habían preparado. Fue una velada
que me obligó a sonreír cortésmente y entablar una charla trivial. Definitivamente
no la emoción que esperaba. Me prometí ir de fiesta una vez que estuviera en París,
lejos de las miradas indiscretas. Santino podría enfurruñarse todo lo que quisiera,
pasaría el mejor momento de mi vida en París.
Escogí un vestido de cóctel blanco para la ocasión, intentando hacer el papel
de la buena princesa de la mafia que todos querían que fuera. Santino no reaccionó
a mi elección de color. Por lo general, lo habría comentado, pero en estos días
estaba siendo demasiado profesional.
Su máscara vigilante no se rompió en lo más mínimo cuando la señora Clark
entró en la habitación junto a su esposo. El calor subió por mi garganta. No estaba
segura si ella sabía que la había pillado con Santino. Estaba bastante segura de que
Clifford no estaba al tanto de las actividades extramatrimoniales de su madre y no
tenía intención de decírselo. Solo arrojaría una mala luz sobre la Organización. Mi
lealtad no estaba con Clifford sino con mi familia, y dudaba que eso cambiaría
alguna vez. Él era un medio para un fin, y yo también lo era para él.
Mi familia recibió a los Clark bajo la mirada atenta de nuestros invitados.
Habíamos invitado a gente de la élite política así como a familias importantes de
la Organización. Por supuesto, también se invitó a la prensa. Clark Senior había
insistido en ello. Toda su vida transcurría ante las cámaras.
Clifford me dio una sonrisa tensa. Con su traje ceñido al cuerpo, de hecho,
se veía elegante. Incluso se había cortado el cabello.
—Te cortaste el cabello —murmuré.
—Mi padre pensó que se vería mejor en cámara.
Asentí, aunque no estaba de acuerdo. Entonces, mi mirada se arrastró hacia
la señora Clark que seguía mirando a Santino. Si seguía así, alguien se daría cuenta
eventualmente de que algo estaba pasando entre ellos. En realidad, esperaba que
Santino tuviera la decencia de mantener sus manos quietas hoy. Si se atreviera a
follarla en mi fiesta de compromiso, no tendría que contarle a papá de sus
actividades sexuales, lo mataría yo misma.
La furia chisporroteó en mi vientre. 98

Pensé que había superado mi enojo, pero al ver ahora a la señora Clark, me
di cuenta de que mis celos aún ardían con fuerza. Y fue una realización muy
aleccionadora.
Aparté la mirada y le hice señas a Clifford para que me siguiera hasta la
chimenea. Papá y el señor Clark se paraban frente a nuestros invitados y se daban
la mano, luego papá se dirigió a la multitud, anunciando oficialmente mi
compromiso con Clifford.
Sofia me miró a través de la habitación. Se hallaba de pie junto a su esposo
Danilo. Parecían haber superado algunas de sus dificultades desde el comienzo de
su unión. Antes de mi fiesta de cumpleaños no la había visto en casi dos meses.
Me di cuenta de que estaba ansiosa por conversar. Hablar por teléfono siempre era
arriesgado, así que aún no había podido compartir con ella los detalles de mis
interacciones recientes con Santino.
Después de algunas fotos de nuestras familias, y de Clifford y yo tomados
de la mano y sonriéndonos, los invitados comenzaron a rodearnos para felicitarnos.
Había curiosidad en los ojos de muchos, especialmente en los invitados políticos,
mientras que la cautela permaneció en los rostros de muchos hombres de la mafia
y sus familias. Sabía que mi matrimonio con Clifford era un tema muy
controvertido en la Organización, pero confiaba en el juicio de mamá y papá con
respecto a la unión.
Eventualmente, el apretón de manos constante y las charlas triviales se
volvieron abrumadores, incluso para alguien tan acostumbrada como yo.
Clifford me dirigió una mirada que sugería que él sentía lo mismo.
—Los fotógrafos ya deben habernos tomado mil millones de fotos.
—Estoy segura de que elegirán la menos favorable. Siempre hacen las
mejores historias —murmuré por lo bajo. Tenía una relación de amor-odio con la
prensa, especialmente después de que ridiculizaron uno de los atuendos que armé
hace unos meses y usé para un evento de caridad: un blazer amplio y fluido que
casi me llegaba a las rodillas y que se mantenía unido por un cinturón ancho y
micro-shorts además de un bralet de encaje debajo. Lo que realmente los había
provocado habían sido los calcetines hasta la rodilla a cuadros que hacían juego
con el blazer que había combinado con tacones ridículamente altos.
Sentí una gran satisfacción cuando, no mucho después del artículo
despectivo, las chicas no solo de nuestro círculo sino también de la alta sociedad
de Chicago comenzaron a usar ropa similar para fiestas y eventos públicos.
Clifford se aclaró la garganta ante mis críticas a la prensa, y se produjo una
pausa tensa. Demasiadas personas estaban observando nuestra interacción,
analizando cada expresión facial, intentando leer nuestros labios. Clifford era hijo 99
de un político. Cabrear a la prensa probablemente ocupaba un lugar muy alto en
su lista de cosas que debía evitar.
—Una buena historia de amor también vende.
Me encogí de hombros. Probablemente lo hacía, pero no estaba segura de
que los convenceríamos de que nuestra historia era de amor. Tal vez solo era mi
mente demasiado pensante, pero dudaba que alguien viera chispas entre Clifford y
yo.
Mi mirada encontró a Santino parado a un lado observando todo con una
expresión aburrida. Cualquiera que pensara que solo las chicas podían tener un
rostro inexpresivo nunca había visto a Santino. Su mirada cabreada constante era
legendaria.
—Estoy acostumbrada a la atención, pero hoy me siento como un animal
de zoológico —susurré.
Clifford asintió y sonrió como si hubiera dicho algo agradable. Sabía cómo
jugar el juego.
Sonreí a mi vez, incluso si no tenía ganas.
—¿Qué tal si vamos a un lugar más privado?
—Me encantaría —dije de inmediato, necesitando un respiro.
Tomó mi hombro ligeramente a medida que me conducía hacia la puerta.
Podía ver a Santino mirándonos desde el otro lado de la habitación donde estaba
detrás de mamá y papá, charlando con uno de los guardaespaldas de los Clark que
aún no había ofendido.
Entramos en el vestíbulo, pero incluso aquí algunas personas se mezclaban
para charlar. Les dimos sonrisas y asentí hacia la parte de atrás. Clifford y yo nos
dirigimos a la cocina, que por supuesto también se hallaba atestada de personal.
Pero la cocina tenía acceso a una parte del jardín que normalmente solo el personal
usaba para sus descansos. Ahora, en el momento más ocupado de la fiesta, ninguno
de ellos se encontraba allí, así que Clifford y yo tuvimos algo de privacidad cuando
la puerta se cerró detrás de nosotros. Nos instalamos en las sillas.
—Entonces, ahora estamos comprometidos —dijo con incredulidad.
—Así es.
Sacó dos cigarrillos del bolsillo de sus pantalones y me ofreció uno, pero
negué con la cabeza rápidamente. Incluso si el personal estaba demasiado ocupado
para un descanso, podrían asomar la cabeza para ver cómo estábamos y no quería
que me vieran fumando. Sin duda, eso llegaría a oídos de mis padres en un tiempo
récord y entonces estaría en un mundo de problemas.
Clifford sonrió con complicidad. 100

—Manteniendo las apariencias, lo entiendo. —Encendió su cigarrillo y dio


una calada profunda.
—Déjame tomar una calada rápida —dije.
Me tendió su cigarrillo y le di una calada profunda antes de que se lo
volviera a poner en la boca.
—Probablemente todos piensen que estamos intercambiando saliva de una
manera diferente en este momento.
—¿Preferirías eso?
Pensó en eso y luego negó con la cabeza.
—La última vez fue un poco desagradable —dijo con una sonrisa.
—Santino no volverá a actuar así, especialmente en nuestra fiesta de
compromiso.
—De todos modos, estoy viendo a alguien, así que no puedo besar a nadie
más.
Mis cejas se dispararon hacia arriba.
—Estás saliendo con alguien. —Había tomado en consideración acostarme
con alguien, pero ¿una relación? Eso en realidad planteaba el riesgo de que Clifford
entrara en nuestro matrimonio enamorado de otra persona. Las probabilidades
definitivamente no estarían a nuestro favor entonces.
—No saliendo. Somos amigos con beneficios, pero acordamos ser
exclusivos de momento.
Fruncí los labios. Mis experiencias con las relaciones eran limitadas, pero
esto sonaba como salir, incluso si no lo llamaban por ese nombre. Una rosa con
otro nombre sigue siendo una rosa, ¿verdad?
—Entonces, se lo pasan bien, tienen sexo y son fieles el uno al otro… de
donde vengo, así es salir con alguien.
—¿Alguien en tu mundo realmente tiene citas? —Entrecerré los ojos—.
Como dije, ninguno de los dos queremos una relación.
—¿Ella sabe de mí? Mañana saldrá en todas las noticias.
—Lo sabe.
—No le dijiste sobre el trato, ¿verdad? —Después de todo, eso era
sumamente secreto.
—No, le dije que estamos en una relación abierta porque sabemos que
somos demasiado jóvenes para comprometernos por completo, pero estamos tan 101
locamente enamorados que sabemos que estamos al final del juego.
Resoplé, no pude evitarlo.
—Espero que esto no resulte contraproducente y te rompa el corazón
cuando tengas que casarte conmigo y estés enamorado de tu amiga con beneficios.
—Podría decirte lo mismo, ¿verdad? Solo que tú tienes un guardaespaldas
con beneficios.
Me tensé.
—No hay nada entre Santino y yo. —Su expresión dejó claro que no me
creía—. No estoy mintiendo. No nos acostamos y definitivamente no estamos
enamorados.
Técnicamente, tampoco era mentira. Tenía el más mínimo enamoramiento
que tenía toda la intención de matar muy pronto.
—Tal vez eso sea cierto. Pero recuerdo la forma en que te miró cuando nos
sorprendió besándonos, y hoy nuevamente cuando anunciamos nuestro
compromiso. Él te quiere. —Negué con la cabeza—. Tal vez no quiere admitirlo
porque estás fuera de los límites, pero créeme, él te desea y puedo decir que no
dirías que no.
Me encogí de hombros.
—Y qué, dijiste que podía divertirme.
—Definitivamente. Solo asegúrate de que siga siendo así, simplemente
diversión.
—No te preocupes.

Cuando los invitados finalmente se fueron tarde esa noche, finalmente pude
respirar aliviada. Había sido un día largo. No estaba segura de lo que había pensado
que sentiría después de comprometerme con Clifford, tal vez una mayor sensación
de paz con mi futuro. Pero mi conversación con él hoy no había calmado mis
preocupaciones. Los dos estábamos atados por el deber, no por las emociones. Él
tenía a alguien con quien disfrutaba pasar el tiempo y yo tenía que confiar en que 102
no se encariñaría emocionalmente y cancelaría nuestro matrimonio o entraría
enamorado de otra persona a nuestro matrimonio.
No intenté pensar en la parte de mí que esperaba que Clifford rompiera
nuestra unión en algún momento. Eso no se reflejaría bien en la Organización. Me
puse el pijama, pero estaba demasiado inquieta para dormir, así que me escabullí
de mi habitación, con la esperanza de no cruzarme con mamá y papá. Mamá
definitivamente querría hablar conmigo después de mi compromiso. Si hoy no
hubiera estado tan ocupada como lo estuvo, probablemente ya me habría llevado
a un lado para hablar. Quería asegurarse de que estaba bien, y no me hallaba segura
de estar en condiciones de mentir tan convincentemente como requería una
conversación con mamá sobre Clifford.
Corrí por el pasillo hasta la habitación de Leonas. Llamé a la puerta, y
esperé con impaciencia.
—¿Quién es?
—Soy yo —siseé, mirando nerviosamente a uno y otro lado del pasillo.
Podía escuchar voces abajo. Mamá y papá probablemente aún se encontraban
discutiendo los eventos del día.
—¡Adelante!
Entré y cerré la puerta.
Leonas se encontraba sentado en el alféizar de su ventana, con las piernas
colgando afuera, un cigarrillo en la boca. Lanzó una mirada por encima del
hombro. Aún vestía su camisa de vestir y pantalones elegantes, pero había arrojado
la corbata y la chaqueta al suelo.
—Si fuera papá, estarías en un gran problema —dije mientras cerraba la
puerta y caminaba hacia él.
—Papá siempre toca. Eres la única que no llama. —Dio otra calada.
—Esta vez llamé a la puerta —murmuré. Ahora que Leonas se estaba
haciendo mayor, me protegía al llamar a la puerta. No quería atraparlo haciendo
cosas que nunca podría borrar de mi mente.
Me subí al alféizar junto a él, incluso si no me gustara demasiado la
perspectiva de caer y morir.
—Se supone que no debes fumar —le dije con una sonrisa.
Sopló humo en mi cara, haciéndome toser.
—¿De verdad quieres jugar quién tiene más problemas con papá?
—A partir de ahora, no estoy en problemas. Hasta donde papá sabe, he sido
buena. —Extendí mi mano—. Dame un cigarrillo. 103
Buscó a tientas uno en el paquete balanceándose sobre su muslo, y luego
me lo dio con esa sonrisa de complicidad molesta.
—Sí, eres mejor para ocultar tus manías de buscar problemas.
Me lo metí en la boca.
—Para ser justos, ni siquiera intentas jugar al niño bueno la mayoría de los
días.
Se encogió de hombros.
—De todos modos, papá es más estricto conmigo.
—Viene con ser varón —dije alrededor del cigarrillo en mi boca.
—Santino odia cuando fumas.
—Lo sé, pero él no está aquí ahora, ¿verdad? —dije—. Ahora cállate y
dame fuego.
Encendió mi cigarrillo.
—Perra.
—Imbécil. —Sonreí dulcemente, di una calada profunda y luego tosí.
Leonas negó con la cabeza.
—Lo estás haciendo para enojarlo.
—Y estás haciendo la mitad de la mierda que estás haciendo para cabrear a
papá. —Apoyé la cabeza en su hombro—. Déjame divertirme. —Tomé otra calada
aún más profunda, tosí aún más fuerte y le entregué el cigarrillo, que también se
lo metió en la boca. Parecía ridículo con los dos cigarrillos en la boca. Solo las
groupies sin cerebro que se enamoran de él pensarían que sus peculiaridades eran
geniales.
—Para lo que me importa, puedes divertirte todo lo que quieras. Sin
embargo, mamá y papá probablemente no lo verán de esa manera.
—No les diré si no lo dices.
—Funciona para mí, hermana.
Sonreí, y luego di otra calada. Nunca me gustó mucho fumar. Leonas tenía
razón, al principio lo hice para cabrear a Santino. Ahora se ha convertido en un
hábito estúpido cada vez que estoy ansiosa.
—Te das cuenta de que papá perseguirá a Santino si descubre que hay algo
entre ustedes.
—Cállate. ¿De qué estás hablando? No pasa nada entre nosotros.
104
—Por supuesto. Te volveré a preguntar en unos meses.
—Mantente fuera de mi vida amorosa.
—No tienes una.
Lo fulminé con la mirada.
—Bueno, tengo toda la intención de cambiar eso.
—Buena suerte con eso.
Arqueé una ceja.
—Como mi hermano, deberías decirme que me aleje de los hombres. No
estás haciendo un buen trabajo siendo un mafioso sobreprotector.
—Te protegeré de los peligros reales, no te preocupes, pero es jodidamente
seguro que no protegeré tu himen, hermana.
Hice una mueca.
—Hazme un favor y nunca vuelvas a decir esa palabra.
—Me estoy divirtiendo, entonces, ¿por qué no deberías hacerlo tú? Clifford
tampoco está esperando el matrimonio.
—Sabes que la mayoría de la gente en la Organización no lo verá de esa
manera. Si se enteran, que lo perdí con cualquiera menos con mi esposo, habrá un
escándalo.
—Me aseguraré de causar un escándalo aún mayor para distraerlos.
Me reí.
—Estoy segura de que tendrías éxito.

Las semanas y meses siguientes pasaron en un abrir y cerrar de ojos, y antes


de darme cuenta, había asistido a mis últimos dos eventos sociales en enero, los
cumpleaños de papá y Danilo. La nostalgia me tomó por sorpresa cuando cerré mi
maleta un día antes de irme a París. Esto era todo. Mañana dejaría Chicago atrás y
mi familia durante meses, posiblemente años. Si todo salía según lo planeado, me 105
iría por tres años.
Mi estómago dio un vuelco por los nervios.
Nunca había estado separada de mi familia durante tanto tiempo. Un fin de
semana en nuestra casa del lago había sido suficiente. De repente, estaba
aterrorizada. Estaba acostumbrada a tener una familia muy unida y siempre alguien
con quien hablar. En el futuro, tendría que contestar un teléfono, y eso significaba
tener cuidado con lo que decía porque nunca sabías quién estaba escuchando.
Tragué pesado. Por supuesto, estaría Santino… pero él y yo no estábamos
hablando de verdad en este momento. Tenía toda la intención de cambiar eso en
París, pero no me hallaba segura si nuestra relación alguna vez alcanzaría un nivel
que me hiciera sentir cómoda compartiendo mis problemas con él.
Sonó un golpe suave.
—Adelante —llamé pero no pasó nada. En cambio, sonó otro golpe suave.
Me levanté y me acerqué a la puerta. Encontré la carita de Bea mirándome cuando
abrí la puerta. Sostenía su animal de peluche favorito en sus brazos, un cerdito
rosado llamado Peppa. Había visto demasiados episodios de la serie con ella para
sentir la misma alegría al ver el juguete tan querido que sentía Bea.
—¿Puedo entrar? —preguntó con una sonrisa dulce. Abrí la puerta de par
en par.
—Por supuesto.
Entró de puntillas casi tímidamente, mirando mis maletas con cautela. Se
mordió el labio inferior, apretando aún más a Peppa Pig.
—¿Está todo bien? —pregunté, poniéndome en cuclillas frente a mi
hermanita.
—No quiero que te vayas. Te extrañaré mucho.
Las lágrimas brotaron de mis ojos. La abracé con fuerza. Cuando hice
planes para ir a París, no había pensado en lo que eso significaría para Bea. Solo
tenía cinco. Echaría mucho de menos su crecimiento mientras no estuviera aquí.
Me eché hacia atrás y aparté su cabello rubio de sus ojos.
—Vendré a visitarte a menudo. Y tal vez también puedas visitarme en París.
Entonces podremos ir a la Torre Eiffel y tomar chocolate caliente en uno de los
cafés artísticos cerca de Montmartre.
—¿Qué es eso?
—Una parte hermosa de París en lo alto de una colina. Te va a encantar.
Asintió con gravedad, y luego me tendió su cerdo. 106
—Esto es para ti.
Lo tomé.
—¿Para mí?
—Así me recordarás en París.
—Pero es tu favorito.
Asintió de nuevo, viéndose aún más seria.
—Quiero que lo tengas para que no me olvides.
—Bea, jamás podría olvidarte. Te llamaré a menudo, y te enviaré ropa
bonita para que podamos combinar aunque no estemos en la misma ciudad.
Me sonrió radiante.
—¿Volverás para mi cumpleaños?
—Regresaré incluso antes de eso. Tengo una lista larga de eventos a los que
se supone que debo asistir, así que me verás muy seguido.
—Está bien —dijo, sonando un poco apaciguada—. ¿Podemos ver Peppa
Pig juntas?
Eran casi las siete y media, la hora de acostarse de Bea, pero de todos modos
acepté. Nos acomodamos juntas en la cama, Bea se acurrucó a mi lado. Abrí un
episodio de Peppa Pig en mi iPad. Ya lo habíamos visto hace un tiempo, pero
dudaba que hubiera un solo episodio que no hubiéramos visto al menos dos veces.
Mamá asomó la cabeza unos minutos más tarde, probablemente queriendo llevar
a Bea a la cama.
Mi hermanita se había quedado dormida a mi lado.
Mamá sonrió, sus ojos brillando.
—No te emociones —susurré.
Sonrió disculpándose a medida que se acercaba sigilosamente a nosotras y
se sentaba en el borde de la cama.
—La llevaré a su habitación.
—Déjala dormir aquí. —Había pasado un tiempo desde que había pasado
la noche en mi cama. Principalmente porque tenía el sueño inquieto y no podía
dormir con ella pateando y dando vueltas toda la noche. Pero esta noche, quería
abrazarla cerca.
Mamá asintió, luego besó la frente de Bea y la mía antes de irse. De hecho,
tuve que contener las lágrimas. No pensé que me sentiría demasiado emocional al
dejar Chicago y mi familia atrás. No porque no los amara o no disfrutara estar con 107
ellos, sino porque tenía muchas ganas de experimentar algo nuevo.
Y no era como si estuviese sola en París. Siempre tendría a Santino a mi
lado. Aunque, si persistía con su mal humor, probablemente esa no sería la
experiencia más placentera.
Papá había ido a mi apartamento a despedirse la noche antes de mi vuelo a
París. Ahora me miraba hacer la maleta con un aire de desaprobación silenciosa en
el que era un maestro.
—Sabes lo que pienso de esto. Mi opinión no ha cambiado —dijo mientras
intentaba meter otro par de pantalones en mi maleta ya repleta. Por supuesto,
volábamos en primera clase, de modo que podría haber llevado tres maletas
conmigo, pero me daba pereza empacar tanto, así que decidí meter la mayor
cantidad de cosas posible en una sola pieza de equipaje.
—Papá, no has ocultado tu opinión. Y sabes que estoy de acuerdo contigo. 108
No quiero ir y lo más probable es que sea una mala idea, pero como te sigo
diciendo, no tengo otra opción.
—Siempre tenemos una opción.
Suspiré, renunciando a meter los pantalones en la maleta.
—Sí. Pero a veces la elección es solo entre plagas y cólera.
—Podría ir en tu lugar. Valentina y Dante confían en mí. Me dejarán cuidar
a Anna.
Anna haría todo lo que estuviera a su alcance para evitarlo. Me quería en
París con ella, y a su estilo habitual, encontraría la manera de conseguir su deseo.
—Frederica te necesita aquí. Tendrás que asegurarte de que no se olvide de
vivir.
—Está ocupada, y sabes que no me escuchará. Ahora tiene dieciocho y no
puedo interferir con el camino que ha elegido.
—Podrías arreglar un matrimonio para ella e ignorar su elección.
Negó con la cabeza.
—Ni un solo sacerdote aceptaría hacer la ceremonia.
Me hundí en la cama y me permití echar un último vistazo al apartamento.
Lo había comprado el año pasado con mis ahorros. Me sentía orgulloso de tener
mi propio lugar que compré con el dinero que tanto me costó ganar. Papá se había
ofrecido antes a darme dinero para que pudiera comprar un lugar, pero quería
hacerlo yo mismo. Ahora dejaría mi casa atrás para vigilar a Anna las 24/7. Nunca
había sentido el deseo de viajar por el mundo, de desarraigar mi vida y vivir en
otro lugar. Chicago era mi hogar. Había crecido en esas calles, conocía casi todos
los rincones, incluso los más notorios. Me encantaba ir todas las jodidas mañanas
a la misma cafetería donde conocía toda la historia familiar del barista, me
encantaba ir a mi restaurante favorito y poder pedir comida sin mirar el menú
porque me lo sabía de memoria. Anna era diferente. Quería experimentar cosas
nuevas, quería recorrer el mundo.
Ahora me estaba arrastrando con ella. No le importaba si quería esto o no.
Para ella era un juego. No le importaba si no podía arriesgarme a jugar su juego.
Por supuesto, parte de eso fue mi jodida culpa. El beso que habíamos compartido
definitivamente le había enviado el mensaje equivocado. Ahora estaría aún más
decidida a presionarme, y París era el lugar perfecto para eso.
Me había jurado no volver a caer en la trampa de su mierda mental. Tenía
mucho autocontrol en general. En los últimos meses, había reforzado mis muros,
había sido tan profesional con Anna como era humanamente posible, había dejado 109
salir toda la energía reprimida que tenía en el gimnasio o con una de las esposas
solitarias queriendo follar.
Anna había respetado los límites nuevos que había establecido, lo que solo
podía significar una cosa: estaba esperando un mejor momento para atacar, y sabía
exactamente cuándo sería. En París, la maldita ciudad del amor. Que mierda.

Al día siguiente, cerca de la hora del almuerzo, papá y yo nos dirigimos


juntos a la mansión de los Cavallaro en su auto. Nuestro vuelo estaba programado
a última hora de la tarde, así que teníamos tiempo.
Tres maletas esperaban en el vestíbulo de entrada cuando entramos en la
casa. Anna probablemente aún estaba empacando sus tres maletas en su habitación.
Para mi sorpresa la vi en la sala de estar con su hermanita Bea en su regazo.
—¿Dónde está el resto? —Señalé las maletas—. Mi padre y yo las vamos a
cargar ahora en el auto.
—Eso es todo —dijo—. Mamá tiene una maleta y yo tengo dos.
—¿Solo dos? ¿Estás segura de que has empacado suficientes atuendos?
Me dio una sonrisa dulce.
—París es el hogar de la moda. ¿Por qué debería llevar lo que puedo
comprar allí o crear yo misma?
Dante salió de su oficina y se dirigió hacia mí.
—Nos despediremos aquí. No quiero llamar demasiado la atención sobre su
viaje a París.
—Es razonable.
Miré el reloj.
—Deberíamos irnos en unos quince minutos, solo para asegurarnos de que
tenemos suficiente tiempo. 110
Papá y yo subimos las maletas al auto y cuando regresamos los Cavallaro
ya estaban en medio de sus despedidas. Valentina sostenía a Bea en sus brazos,
quien se aferraba con fuerza a su madre. Anna estaba envuelta en los brazos de su
padre y lloraba de verdad. A pesar de haber trabajado para los Cavallaro durante
años, no recordaba la última vez que vi llorar a Anna. Era como su padre en ese
sentido.
Di un paso atrás para darles un poco de privacidad, pero seguí mirando
adentro con el rabillo del ojo mientras Anna abrazaba a su hermano a continuación.
Esos dos peleaban todo el tiempo, pero se notaba que eran unidos. Al ver a Anna
siendo tan sinceramente emocional y llorar, sentí un poco de culpa por ser un
imbécil con ella la mayor parte del tiempo, pero era la única forma en que podía
mantenerla a raya.
En realidad, deseaba no haber visto este lado vulnerable de Anna. Mierda.
Ahora me resultaría aún más difícil apartarla.
Papá me observó, ya no con desaprobación, sino con preocupación sincera.
—Todo va a estar bien.
Asintió, pero no lo creyó.
Con toda honestidad, yo tampoco.

Cuando abordamos el avión a París a fines de enero, podría haber bailado


de alegría. Hasta el último momento había estado preocupada de que papá
cambiara de opinión, y no me permitiría irme a Francia. La melancolía y la tristeza
se me quitaron de los hombros tan pronto como despegamos del suelo.
Mamá nos acompañó y se quedó una semana para ayudarme a instalarme,
y asegurarse de que todo estuviera a su gusto. Por supuesto, sabía que también
quería asegurarse de que Santino y yo no pareciéramos demasiado unidos. Esa fue
la única ventaja de la guerra fría entre Santino y yo en este momento. Nadie
sospecharía que podría haber algo entre nosotros.
Cuando entré al apartamento que papá había alquilado para nosotros, mi 111
corazón dio un salto pequeño. Estaba cerca del Jardín de Trocadero y tenía una
vista parcial de la Torre Eiffel desde el balcón pequeño con sus barandillas de
hierro y macetas. Una pequeña mesa redonda de metal y dos sillas a juego muy
incómodas llenaban el espacio. No podía esperar para desayunar allí.
Era un lugar de dos dormitorios con techos altos y viejos pisos de madera.
El interior era una mezcla de algunas piezas antiguas de estilo art nouveau y
muebles franceses modernos de Roche Bobois.
Estaba en el cielo. Abracé a mamá con fuerza, completamente abrumada.
—¡Es perfecto!
—Tu papá y yo lo elegimos juntos.
—Ojalá papá pudiera estar ahora aquí.
—Anna, todos vendremos a visitarte durante la Pascua.
Aún faltaban dos meses para eso. Mordí mi labio.
—Espero que no pase nada que obligue a papá a quedarse en Chicago. —
Papá era diligente y no dejaba que sus hombres se ocuparan solos de los problemas
si sucedía algo importante. Pero nunca se había perdido una de nuestras vacaciones
familiares, ni cumpleaños, ni Navidad, ni Semana Santa. Y en realidad esperaba
que esta vez no fuera diferente.
Miré por encima del hombro a Santino, que estaba recostado en el sofá
colorido. Con su expresión agria parecía fuera de lugar en medio del rojo, naranja
y amarillo de la tela Missoni del sofá Roche Bobois. Sus brazos estaban estirados
sobre el respaldo y sus piernas separadas en su forma habitual amplia de chico
malo. Me miró de soslayo, su expresión inmóvil.
—Puedes elegir una habitación —le dije.
Se puso de pie sin decir una palabra y revisó los dos dormitorios. Incluso su
trato frío era sexy.
Mamá tomó mi hombro y me encontré con su mirada.
—Aún me preocupa que estés sola en este lugar.
—Tengo a Santino.
Sus labios se fruncieron.
—Con un hombre adulto bajo el mismo techo…
—Mamá, ahora suenas como la abuela. —La madre de papá era vieja y
también lo eran sus puntos de vista.
—Estoy preocupada por ti. 112

—Puedo apañármelas sola. He estado antes a solas con Santino y es un


aguafiestas tan obediente que, de hecho, no tienes que preocuparte de que me
divierta demasiado. Él lo evitará, créeme.
Se rio, luciendo demasiado feliz por eso.
—Tu papá estará muy contento.
—Estoy segura de que tuvo una conversación con Santino antes de que nos
fuéramos de Chicago.
—Por supuesto.
Negué con la cabeza.
Santino volvió a salir del dormitorio de la izquierda y más cerca de la puerta
de entrada.
—Tomaré esta.
Caminé hacia el otro dormitorio. No tenía vista a la Torre Eiffel como la
sala de estar, solo a la fachada de las casas al otro lado de la calle, pero aun así me
encantó la habitación por su comodidad elegante.
Entonces, comprendí algo.
—¿Dónde está el baño?
—En Europa, los baños privados no son comunes, especialmente en los
edificios más antiguos. Solo hay un baño compartido.
Santino lo odiaría, y no estaba muy segura de disfrutar la situación del baño
compartido. Santino y yo no estábamos en un punto de nuestra relación en el que
quisiera que él supiera que tenía algún tipo de función corporal. Sin embargo, el
baño compartido ofrecía muchas oportunidades para la desnudez «accidental».
La idea de encontrarlo bajo la ducha fue definitivamente placentera.
Mamá y yo compartiríamos mi cama individual durante la semana que
estaría en París. Aún me quedaban tres semanas antes de que comenzaran los
primeros cursos introductorios, lo cual era perfecto para aclimatarme y
acostumbrarme a hablar francés. Mis habilidades prácticas estaban un poco
oxidadas.
Disfruté muchísimo los días con mamá. Desde que nació Bea, rara vez la
había tenido completamente para mí, así que ir de compras juntas a la Avenue des
Champs Elysées y recorrer todos los rincones preciosos de París resultó ser una
experiencia maravillosa. Santino logró pasar a un segundo plano, dándonos
espacio mientras nos vigilaba de cerca, y de hecho, aprecié su capacidad para
regalarnos una sensación de normalidad. 113

Ya me sentía más libre que nunca en Chicago. En París, nadie nos conocía
y con la forma discreta de observarnos que tenía Santino, nadie sabía que
estábamos vigiladas.
En nuestra última noche juntas antes de que mamá regresara a Chicago, ella
y yo nos apoyamos en la cabecera de mi cama, hablando durante mucho tiempo.
Descansé mi cabeza en su hombro, empapándose en su aroma reconfortante.
—¿Alguna vez extrañas los días en que eras más joven y no eras la esposa
de un Capo? La atención de todos siempre está en ti.
No respondió de inmediato.
—Incluso antes de casarme con tu padre, estaba siendo juzgada y tenía un
cierto nivel de atención en mí por mi historia de fondo. Pero claro, ser una
Cavallaro multiplica la presión. Supongo que, para mí lo que me ayudó a enfrentar
la presión del mundo exterior fue el apoyo de tu padre. Sabía que me respaldaba y
que en privado podía ser yo misma, sin la presión de las expectativas. Nuestra
familia me dio el colchón necesario para caer.
Asentí, porque así es cómo también me sentía con nuestra familia.
—Espero que Clifford me respalde.
Mamá tomó mi mano.
—Lo hará, una vez que te conozca mejor. Él se dará cuenta de lo
maravillosa que eres, ¿cómo podría no hacerlo?
Me reí.
—Creo que eres parcial.
—Anna, quiero que seas feliz. Tu papá y yo elegimos a Clifford porque
pensamos que podría darte el tipo de vida que deseas.
—Si me prometieran a un mafioso, no podría haber estudiado en París, así
que han tomado la decisión correcta.
Por ahora, estar comprometida con Clifford me daba más libertad de la que
jamás me hubiera atrevido a soñar. Cualquier cosa que pasara después de que me
casara con Clifford… lo manejaría entonces.

114

No podía dormir, así que me acomodé en el balcón a pesar del frío.


Valentina volaría mañana de regreso a casa y me dejaría a solas con Anna.
Los últimos días en París e incluso antes de eso, en las semanas previas a nuestro
viaje, Anna había mantenido las distancias y había sido cortésmente educada. No
confiaba en su reserva repentina.
Anna atacaría al momento en que Valentina se fuera. Prácticamente podía
oler su entusiasmo por presionar mis botones.
Las tablas del suelo crujieron bajo pasos silenciosos. Me sorprendí cuando
Valentina se sentó en la silla a mi lado, envuelta en un grueso abrigo de lana y aun
temblando.
—Veo que tú tampoco puedes dormir —dijo amablemente, pero no me
perdí la tensión subyacente. Había salido con un propósito en mente—. Me
gustaría hablar contigo antes de regresar mañana a casa.
Me incliné hacia atrás con una sonrisa sardónica.
—Tu esposo ya me dio una advertencia muy impresionante antes de que
viniéramos a París.
—Estoy segura de que lo hizo, pero también estoy segura de que Dante,
como la mayoría de los padres, no se da cuenta de los pequeños detalles como lo
hacen las madres.
Esperé expectante. Dudaba que Anna compartiera algo de su coqueteo
excesivo o el chantaje con su madre. Era demasiado inteligente para eso e incluso
si confiara en su madre, no arriesgaría París por eso.
—Diez años con el tiempo se vuelven cada vez menos relevantes. Anna es
mayor de edad. Ese es un hecho que definitivamente habrá cambiado las cosas, no
solo en su mente sino también en la tuya.
—Ser mayor de edad no es la principal disuasión en nuestro mundo. Anna
es la hija de mi Capo, eso es lo que realmente importa.
—Quizás. Pero también estás lejos de casa y Anna sabe que esta es su
oportunidad de libertad. Para ella, eres la opción más fácil.
Auch. Esa era una forma de verlo, y probablemente no muy lejos de la
verdad. Anna quería divertirse sin correr el riesgo de perder su reputación de chica
buena. Conmigo no tendría que preocuparse de que se corriera la voz. Me
masticaría mi propia polla antes de difundir la noticia de que me la estaba follando.
115
—Tengo que decir que, me sorprende que estés tan interesada en asegurarte
de que Anna no se divierta demasiado en París. Pensé que eras uno de los más
firmes defensores de permitir que las chicas no fueran vírgenes hasta su boda.
—Me malinterpretas. Me preocupa la seguridad de Anna. No me importa si
conoce a un chico de su edad y experimenta las mismas cosas que Clifford, siempre
y cuando sepa que está a salvo. Pero no quiero que empiece nada contigo. Sé que
Anna estuvo enamorada de ti cuando era más joven. No estoy segura del estado
actual de las cosas porque ha mejorado en ocultar sus emociones, pero como dije,
eres una opción segura y fácil para ella. No quiero que aceptes ninguno de sus
avances.
Entonces, ¿algún tipo francés al azar era lo suficientemente bueno? ¿Pero
yo no lo era? ¿Qué carajo?
Como si Valentina pudiera leer mis pensamientos, continuó imperturbable:
—Cualquier chico que conozca aquí, será olvidado una vez que regrese a
Chicago, pero tú estarás cerca y eso es una catástrofe a punto de suceder. Quiero
tu palabra de que no tocarás a Anna y que me avisarás si intenta algo para que
pueda enviarle un guardaespaldas nuevo o llevarla de vuelta a casa.
Suspiré.
—Lo prometo.
Anna no era la única mentirosa buena porque en el fondo sabía que no le
daría a Valentina esa llamada sin importar lo que pasara.

Valentina desapareció en el área de control de seguridad y Anna se volvió


hacia mí con una sonrisa serena que encendió mis alarmas.
—No intentes nada, o llamaré a tu padre aunque me cueste mi trabajo.
Sonrió de esa manera inocente que ya no me engañaba.
—No sé de qué estás hablando.
A la mierda si no lo hacía. Esta chica tenía problemas escritos por todas
partes. Cuando se instaló en el asiento del pasajero de nuestro auto alquilado, casi 116
esperé que intentara algo mientras nos llevaba a casa, pero me sorprendió al mirar
por la ventana casi contemplativamente.
Quizás finalmente había aceptado que no podíamos pasar. Fue un poco
desconcertante que no sintiera la euforia que debería.
—Deberíamos considerar devolver el auto y alquilar una Vespa en su lugar.
Podríamos sortear el tráfico y no quedarnos atrapados en él —dijo cuando
llevábamos casi una hora arrastrándonos a través del tráfico parisino.
Seguí su mirada hacia una Vespa color menta. El tipo conduciendo la cosa
llevaba un casco a juego y pantalones ajustados que acentuaban unas largas piernas
delgadas que pondrían celosas a la mayoría de las chicas.
—No soy lo suficientemente metrosexual para eso.
Anna puso los ojos en blanco.
—Ser varonil no está relacionado con el vehículo que conduces. Es una
opción práctica.
—¿Dónde está la diversión en eso?
—Te sorprendería lo mucho que te divertirías haciendo lo inesperado.
117
Una parte de mí estuvo triste cuando mamá se fue de París siete días después
de nuestra llegada, pero la necesitaban en Chicago. Pero la otra parte se hallaba
ansiosa por finalmente experimentar la ciudad en mis propios términos y estar a
solas con Santino.
Él probablemente habría preferido que mamá se hubiera quedado. Sabía que
todas las apuestas estarían canceladas una vez que estuviéramos solos, y estaba
preocupado. Por buena razón. Su control estaba resbalando, y me aseguraría de
atravesarlo como una bola de demolición.
Pero primero quería disfrutar de París a mi manera, empaparme de todo. Por 118
primera vez en mi vida, estaba tan lejos de casa sin mis padres, sin la presión de
ser la hija de un Capo sobre mis hombros. Santino conocía mis defectos.
Ciertamente no esperaba que actuara como la chica buena que todos esperaban que
fuera: sabía que no lo era. Podía ser buena, pero a veces solo quería ser mala,
disfrutar la vida más de lo que debería, hacer todas las cosas que se suponía que
no debía hacer. Una de ellas era, por supuesto, Santino, pero primero París.
—Salgamos esta noche. Cena elegante, luego bebidas y un club después.
Quiero celebrar —dije al momento en que entramos en nuestro apartamento.
La expresión de Santino no exudó emoción. Si se diera cuenta de lo sexy
que lo hacía el conjunto sombrío de su mandíbula, probablemente intentaría sonreír
más a menudo a mi alrededor.
—Vamos —dije con una sonrisa—. Tuviste que comportarte de la mejor
manera mientras mi mamá estuvo aquí, no me digas que no disfrutarías una noche
de fiesta.
—Estás pasando algo por alto. Tendré que vigilarte.
Puse los ojos en blanco.
—Nos divertiremos.
Suspiró, pero luego asintió. Para ser honesta, esperaba más resistencia de su
parte. O estaba contento de estar en público conmigo o en realidad necesitaba un
pequeño descanso. No importa la razón, estaba súper emocionada. Me puse de
puntillas y arrojé mis brazos alrededor de su cuello.
—¡Gracias! ¡Prometo que me comportaré!
Se sentía bien estar tan cerca de él, especialmente porque no intentó
alejarme de inmediato. Cuando se puso tenso, me eché hacia atrás.

Unas horas más tarde, salí del baño, lista para la noche, vestida con
pantalones cortos negros y un blazer negro corto y ceñido al cuerpo con grandes
botones dorados que hacían que pareciera un uniforme naval. Debajo llevaba un
top bandeau blanco con mangas estrechas que dejaban mis hombros al descubierto.
119
Para que el look fuera perfecto me puse un gorro bonito que complementó el look
marinero. Los tacones de aguja dorados a juego con mis botones fueron la guinda
del pastel.
Las cejas de Santino se levantaron cuando me vio.
—¿Cuándo vamos a zarpar?
Me di la vuelta para mostrarle el look, sabiendo que mi trasero se veía
espectacular en los sexy pantalones cortos.
—No soy alguien que quiera seguir una tendencia. Quiero ser la persona
que crea tendencia. La ropa es más para mí que una cubierta para mi cuerpo. Quiero
que mi apariencia haga una declaración. Son una forma de expresarme.
—¿Y estás intentando expresar tu interés en ligar con un marinero y vivir
en un barco?
Se levantó. También se había esforzado en su ropa. Los chinos negros
terminaban por encima de su tobillo y creaban un contraste bonito con sus
zapatillas blancas. Afortunadamente, llevaba calcetines deportivos como cualquier
persona con un toque de sentido de la moda. La sencilla camisa blanca abrazaba
su pecho musculoso de una manera muy agradable y su chaqueta lo hacía perfecto.
—Puedes maldecir como un marinero —dije encogiéndome de hombros—
. Tal vez sea un mensaje para ti.
Ignoró el comentario, pero sabía que flotaría en su cerebro por un tiempo.
Nos dirigimos a un restaurante pequeño cerca de Sacre Coeur. Una vez que nos
acomodamos en la mesa, sentí un momento breve de preocupación al pensar en
que no tendríamos nada de qué hablar y podría volverse incómodo, pero Santino
asintió hacia un tipo que vestía pantalones chinos muy ceñidos y sandalias con
forro de piel dorada afelpada. Además de calcetines dorados a juego. Recordé los
zapatos y calcetines del desfile de Balenciaga en otoño.
—Explícame esto.
—Bueno —dije pensativamente a medida que tomaba un sorbo del
champán—. Es audaz.
—Lleva sandalias en invierno, con calcetines. ¿Cómo esto puede estar de
moda en la mente de alguien?
—La moda siempre intenta romper las reglas, al menos si quiere ser
progresista. Por supuesto, no todo está ahí para durar. Pero alguien dijo una vez
que solo te arrepientes de las cosas que no hiciste, y supongo que eso también se
aplica a la moda. Como diseñador, no quieres hacer lo que todos han hecho antes
que tú. Quieres ser innovador y sorprender a la gente. Eso se vuelve más y más
difícil a lo largo de los años, y especialmente porque la moda es un negocio tan 120
rápido.
—Si algo ha funcionado durante años, ¿por qué cambiarlo? ¿Por qué no
reinventar las viejas tendencias de la moda y no crear nuevas completamente
locas?
—Eso es lo que espero hacer. Reconsiderar las tendencias viejas e intentar
crear algo nuevo y emocionante con piezas de segunda mano. Al menos, espero
que eso funcione. No sé qué esperar.
—Anna, siempre haces lo tuyo. Dudo que un profesor de moda francés
pueda detenerte. Y por lo que he visto, siempre te ves bien con tus piezas de
segunda mano.
—Gracias —dije sorprendida—. Mucha gente piensa que estoy loca porque
me encanta ir de compras en tiendas de segunda mano cuando podría permitirme
las piezas más caras.
—Podrías, pero entonces te verías como todas las otras chicas ricas.
Siempre te las arreglas para sobresalir.
Dejé mi copa con una sonrisa.
—¿Logramos tener una conversación sin pelear?
—No te acostumbres. Estoy seguro de que pronto encontraremos algo por
lo que pelear.
—Tengo que decir que, disfruto tanto pelear como hablar.
Me contempló por un momento y no pude leer su expresión, lo que me puso
nerviosa irracionalmente.
El mesero llegó con nuestro entrante entonces, acortando nuestro extraño
momento de paz. Comimos en silencio, pero no fue un silencio incómodo en el
que buscas un tema del que hablar y cada roce de los cubiertos resuena
dolorosamente. Esto se sintió acogedor y agradable, ambos disfrutamos de la
comida deliciosa, y de vez en cuando intercambiábamos una mirada cuando
alguien con ropa extraña captó nuestra atención. Una de las cejas de Santino decía
más que mil palabras, y cuando respondí poniendo mis ojos en blanco, eso le dio
su respuesta.
Después de la cena nos dirigimos a un bar que también tenía un club en el
piso de abajo. No pensé que Santino se uniría a mí en la pista de baile. A lo largo
de los años, siempre había evitado bailar, pero esta vez me siguió hasta el centro
del club, donde el ritmo se había apoderado de la multitud, convirtiendo docenas
de cuerpos en una masa palpitante.
—Pensé que bailar no era parte de la descripción de tu trabajo —le grité al
oído. Esa era una de sus frases favoritas cada vez que le pedía que hiciera algo. No 121
es parte de la descripción de mi trabajo…
Se inclinó para responder por encima de la música.
—Esta es una situación extraordinaria. No te acostumbres. —Sus labios
rozaron mi oreja brevemente, y me estremecí agradablemente. Nuestros ojos se
encontraron. Estábamos cerca, demasiado cerca para ser socialmente aceptable en
nuestro mundo, pero por ahora esas reglas estaban suspendidas.
Me pregunté si Santino también se daría cuenta. Que en ese momento podía
ser quien quisiera ser, y no limitarse a ser mi guardaespaldas. Se enderezó,
poniendo un poco más de distancia entre nosotros, pero no tanto como en el
pasado.
Me encogí de hombros y me permití dejar que la música dictara mis
movimientos. Mis ojos se cerraron, disfrutando del aquí y ahora. Rara vez me dejo
perder así. Bailar en eventos sociales en nuestros círculos era una declaración y un
espectáculo para todos los que nos rodeaban. Me juzgaban constantemente y
actuaba en consecuencia, pero aquí, en medio de una multitud de turistas
hambrientos de diversión y parisinos por igual, no tenía que montar un espectáculo
o fingir. Podía ser una versión sin filtrar de mí misma.
Alguien chocó con mi espalda, seguido por el gruñido de advertencia de
Santino y luego sentí una fuerte mano cálida en mi espalda. No tuve que abrir los
ojos para saber que era él. Podía sentir su presencia protectora cerca de mi espalda.
Aun así, no pude resistirme a echar un vistazo rápido para verlo mientras bailaba
a mi lado, alto y fuerte, protegiéndome de todos los que me rodeaban, no solo con
su cuerpo sino también con su expresión de advertencia. Sentí una pizca de
emoción. Nuestros ojos se encontraron nuevamente y sonreí. No tenía la intención
de provocar o bromear, por una vez solo quería mostrarle a Santino mi aprecio,
por la oportunidad que me estaba dando de hacer esto, incluso si había requerido
un poco de coerción.
Tal vez fue mi imaginación, pero pensé que acarició mi espalda ligeramente
en respuesta, incluso cuando su rostro permaneció inmóvil. La música cambió, se
volvió más lenta, y la pista de baile se llenó aún más, lo que nos obligó a Santino
y a mí a acercarnos aún más. Su mano se movió a mi costado ligeramente. El toque
seguía siendo protector, pero lo sentía por todas partes. Me eché hacia atrás,
presionando mi espalda contra su frente y mi cabeza contra su pecho.
—Anna —gruñó.
—Déjame disfrutar este momento. Pasará muy pronto.
Santino apretó mi cadera ligeramente. No estaba segura si era una
advertencia o un acuerdo, pero no dio un paso atrás y nos balanceamos al ritmo
más suave, cuerpo contra cuerpo, su corazón latiendo feroz contra mí. Su calor me 122
abrasó, y el aroma fresco de su loción para después del afeitado inundó mi nariz.
Podría haberme quedado en este momento para siempre, pero la música cambió
una vez más, volvió a ser una melodía rápida, y nos separamos. Eventualmente
volvimos al bar para tomar otra copa. Santino se conformó con algo sin alcohol,
siempre de guardia, pero yo opté por otro cóctel.
Ya podía sentir el efecto del alcohol, potenciando esta sensación nueva de
libertad desenfrenada.
Cuando caminamos a casa en las primeras horas de la mañana, yo un poco
borracha y Santino tan atento como siempre, me di cuenta de que algo se sentía
diferente entre nosotros. Tal vez era que Santino por una vez me trató como una
mujer normal y no como una niña petulante y molesta. Estaba casi relajado y yo
también me sentía cómoda de una forma en la que me sentía con muy poca gente.
Santino se sentía un poco como de la familia, en la forma en que sabía que podía
confiar en él y ser yo misma a su alrededor. Pero definitivamente no de una manera
relacionada. Nada en mis sentimientos por Santino era lo suficientemente casto
para eso.
Cuando llegamos a nuestro apartamento, Santino se acomodó en el sofá con
una copa de Pernod2, finalmente fuera de servicio. Me quedé en la sala de estar,
sin ganas de prepararme para ir a la cama, sin ganas de irme, sabiendo que por la
mañana las cosas probablemente volverían a la normalidad, nosotros peleándonos
y él manteniendo las distancias, y yo intentando romperlo con burlas y
provocaciones.
—¿Puedo beber un poco? —pregunté, señalando la bebida blanca lechosa.
Se puso de pie y me sirvió un sorbo pequeño de Pernod en un vaso largo
antes de agregar agua, aparentemente la única forma de disfrutar el Pernod.
Me acomodé a su lado en el sofá, tomé el vaso y lo olí. Nunca había tomado
esta bebida y cuando la nota fuerte de anís golpeó mi nariz, estaba bastante segura
de que sería una experiencia única en la vida.
Me dirigió una sonrisa sardónica.
—No es una bebida fácil.
—Supongo que es apropiado. Una bebida complicada para un hombre
complicado. —Tomé un sorbo y me estremecí ante la nota fuerte de regaliz y
alcohol que me quemó la lengua. Necesitaría al menos un galón de agua para diluir
el sabor—. Eh —respiré hondo y contuve otro estremecimiento.
—Es por eso que tú y yo no somos una buena idea —dijo, sorprendiéndome. 123
Arqueé una ceja.
—Porque no me gusta el Pernod.
—Tú misma lo dijiste, soy tan complicado como esa bebida.
—Te conozco, y puedo manejarlo.
Tomó otro sorbo, observándome de la manera más extraña. Volví a
llevarme el vaso a los labios, intentando probar un punto, lo que por supuesto
provocó otra ola de escalofríos cuando el Pernod golpeó mis papilas gustativas.
Santino me quitó el vaso.
—Es bueno saber cuándo es suficiente, o cuándo ni siquiera deberías
comenzar en primer lugar.
—¿Nunca has oído hablar del término gusto adquirido? A lo largo de los
años eso ha sucedido contigo.
Santino rio entre dientes y sacudió la cabeza, murmurando algo por lo bajo.

2
Pernod: marca de anís francés, siendo la más antigua del país, perteneciente a la empresa Pernod, filial
del grupo también francés Pernod Ricard.
—Anna, eres la forma en que Dios me castiga en la Tierra.
—Bueno, estoy pasándolo muy bien, eso es seguro.
Se rio un poco más y terminó su Pernod, luego el mío.
—Ve a la cama.
Cualquier otro día habría hecho un comentario inapropiado, pero este
momento justo allí, y toda la noche se sintió demasiado especial para arruinarla
con algo así, así que solo me incliné y le di un besito en la mejilla antes de
levantarme.
—Dulces sueños, Santino.
Podía sentir sus ojos siguiéndome a medida que me dirigía al baño para
prepararme. Una vez dentro, respiré hondo, intentando suprimir la ola de soledad
y añoranza que sentí. Quería acurrucarme con Santino y hablar toda la noche. Esto
era algo tan extraño de querer, pero hoy me sentí más cerca de él que nunca.
Siempre me había sentido fuertemente atraída físicamente por él, pero ahora se
había agregado otra capa, lo cual era desconcertante. No estaba segura si quería
que este sentimiento nuevo durara o pasara. Lo último probablemente era la
elección más sabia teniendo en cuenta todo. Las emociones no eran prácticas. No
cuando representaban un riesgo para el futuro que tenía por delante.

124

Santino ya estaba despierto cuando salí de mi habitación alrededor de las


nueve de la mañana siguiente. Solo el atisbo de sombras debajo de sus ojos y una
expresión aún más gruñona de lo habitual hablaban de una noche larga y un poco
demasiado de alcohol. No estaba segura de cuántos Pernods más había disfrutado
después de que me acosté.
—Necesito comida —gemí al momento que me senté en la silla dura de la
cocina frente a él.
—Buena suerte con eso. Ayer nos olvidamos de ir de compras.
Hice una mueca. Mamá nos había recordado que fuéramos de compras antes
de que se fuera, pero, por supuesto, lo olvidé justo después. Nunca había tenido
que ir de compras sin mamá.
—¿Ahora qué hacemos? —dije miserablemente.
Sonrió.
—Podríamos ir de compras al supermercado.
—Creo que me desmayaré hasta entonces. En serio, necesito comer.
—Eres una reina del drama. —Fruncí el ceño—. ¿Qué tal si vamos a uno
de estos cafés diminutos de los que siempre estás entusiasmada? Un croissant y un
chocolate caliente te curarán la resaca.
Le di una sonrisa complacida.
—Suena como un plan. Déjame prepararme.
Me puse un vestido lindo, un suéter de cachemira grande, calentadores de
pierna de punto grueso de cachemira y botas de gamuza, y me trencé el cabello
antes de ponerme un sombrero con boina.
Santino miró su reloj cuando salí.
—¿Treinta minutos? Pensé que necesitabas comida lo antes posible.
125
—Vamos a un café en París. No puedo ir en pantalones de chándal.
Se puso de pie.
—Está bieeeeen.
A pesar de sus quejas, no me perdí la apreciación en sus ojos cuando me
escaneó. Me veía linda, incluso si él nunca lo admitiría en voz alta.
Paseamos por la calle uno al lado del otro, el sol de invierno besando
nuestros rostros. Nuestros brazos se rozaron de vez en cuando, y se sintió
maravilloso.
—Creo que nos vemos bastante bien juntos. Se nota que la gente piensa que
somos una pareja linda. —Era un pensamiento que no me había dejado en toda la
noche.
Me dirigió una mirada hastiada.
—Pero no lo somos.
Aparentemente, sus guardias bajas ya no estaban en efecto. Volvía a ser el
guardaespaldas distanciado.
Hice un gesto a un café pequeño en la esquina delante de nosotros. Había
visto una recomendación en un artículo de Time Out sobre lugares para desayunar
en París. Cuando entramos, un camarero nos dio un asentimiento breve y nos
saludó en francés, y luego procedió a preguntarnos si teníamos una reserva. Sus
palabras fueron dirigidas a Santino, quien le devolvió la mirada sin comprender.
Respondí, antes de que Santino pudiera pedirle que hablara inglés y nos
costara cualquier posibilidad de una mesa. El rostro del mesero se iluminó cuando
le hablé en un francés fluido, probablemente por eso tuvimos la suerte de conseguir
una mesa. Alguien había cancelado su reserva y conseguimos una pequeña mesa
redonda cerca de la ventana que daba a la calle.
Me acomodé en la silla. Santino, con su cuerpo más grande, golpeó sus
rodillas contra la parte inferior de la mesa.
—¿Estos lugares están hechos para niños?
—No todos son tan altos como tú. Si no te desparramas como los hombres,
estarás bien.
Me miró molesto, luego volteó la carta del menú, probablemente buscando
la versión en inglés, que no estaba allí. Suspiró.
Santino estaba intentando encontrar fallas en todo tipo de cosas porque
simplemente no quería estar en París. Si simplemente lo disfrutara, encontraría
alegría en las diferencias. 126

—Debiste considerar aprender francés. Amplía el horizonte, lo que nunca


es malo si me preguntas.
—No lo hice —gruñó—. Y a diferencia de ti, no tengo tiempo libre.
—A los franceses no les gusta hablar en inglés. Serán más amables si al
menos intentas hablar su idioma.
Una camarera se acercó a nosotros y nos dedicó una sonrisa con los labios
apretados. Pedí un americano y una tortilla de claras de huevo, y estaba a punto de
preguntarle a Santino qué quería cuando ella se volvió hacia él, ignorándome.
Estaba reclinado en su silla, desplegado en todo su esplendor musculoso y dándole
una sonrisa que sugería que tenía un secreto que compartir con ella. La expresión
me dio ganas de apuñalar a alguien con un tenedor, sobre todo a la camarera
estúpidamente sonriente.
—¿Eres americano?
—Italoamericano —respondió Santino, todavía sonriendo y haciéndome
sentir aún más ganas de apuñalar a alguien—. ¿Qué me recomiendas de tu menú?
Exclamó maravillada durante demasiado tiempo antes de leerle todo el
menú a Santino, a pesar de que otros clientes esperaban ser atendidos, y luego
procedió a tomar el pedido de Santino en inglés sin pestañear. Se dio la vuelta sin
mirar otra vez en mi dirección.
—Pediste la mitad del menú. ¿Has invitado a alguien que yo no sepa?
—Estoy hambriento.
—El hecho de que la camarera te estuviera coqueteando y, por lo tanto,
haciendo un esfuerzo por hablar en inglés no significa que no debas intentar
aprender al menos algo de francés básico. Es una falta de respeto vivir en un país
y no aprender el idioma.
—No fue mi elección vivir en Francia, ¿verdad?
—Eso no cambia el hecho de que ahora estás aquí.
—Estoy siendo amable con los lugareños como puede atestiguar la
camarera, mientras que tú le diste una mirada asesina.
Presioné mis labios para evitar decir algo muy cruel. Necesitaba un café
antes de poder embarcarme en una batalla verbal con él.
La mesera regresó poco después con nuestras bebidas y parte del pedido de
Santino, aunque no mi tortilla.
Tomé un sorbo profundo de mi café y luego miré hacia la cocina, esperando
que mi comida llegara pronto. Mi estómago ya estaba gruñendo con enojo. 127
Siempre me moría de hambre después de beber demasiado alcohol, una de las
razones por las que intentaba limitar mi consumo.
Santino me tendió la canasta con croissants: simples y de chocolate.
—Toma uno. Están muy buenos. —Enfatizó sus palabras al darle un
mordisco a un croissant simple después de haberlo sumergido en mermelada de
frambuesa.
—Tengo una figura que mantener. —Las chicas de París eran delgadas y
muy conscientes de sus cuerpos, y sabía que las chicas que estudiaban diseño de
moda serían aún peores.
Puso los ojos en blanco.
—Tu figura está bien. Come un croissant.
Puse mis ojos en blanco a su vez.
—Estoy segura de que mi tortilla estará aquí en cualquier momento.
Arrancó un trozo de su croissant y lo sostuvo frente a mi cara.
—Vamos, sé una buena chica por una vez y toma un bocado.
¿De verdad acababa de decir que fuera una buena chica? Estaba igualmente
molesta y emocionada. En lugar de una respuesta rápida, me incliné hacia adelante
y agarré el pedazo, mis labios rozando sus dedos. Sus ojos se clavaron en los míos.
Probablemente estaba tan sorprendido por mis acciones como yo. El sabor a
mantequilla del croissant llenó mi boca. Me recliné, lamiendo algunas migajas de
mis labios. Santino nunca me quitó los ojos de encima.
La intensidad de su mirada tenía una cualidad nueva. En el pasado, solo
alcanzó este nivel con furia pura, pero no fue furia lo que vi en sus ojos.

128
Mis dedos hormigueaban. Tacha eso. Todo mi cuerpo hormigueaba porque
la hija de mi jefe había tocado mi piel con sus labios atrevidamente sonrientes.
Anoche, había soñado con ella. No era la primera vez, pero definitivamente
había sido el sueño más vívido e indecente. En realidad, esperaba que fuera un
desliz de una sola vez, y el resultado de demasiado Pernod, pero por la forma en
que mi pulso se aceleraba ahora mientras veía a Anna, albergaba pocas esperanzas
para mí.
Tomé un sorbo de mi café. Necesitaba cambiar mi enfoque a otras cosas,
preferiblemente a otras mujeres. Anna era un trabajo, no una mujer. Tenía que 129
internalizarlo hasta que incluso la última fibra de mi cuerpo entendiera el mensaje.
—Tu expresión es muy tensa. ¿Qué está pasando? ¿No estás contento con
tu croissant? —Me dio una sonrisa burlona.
No estaba seguro de por qué, pero desde nuestra noche de ayer, la
encontraba más tolerable que en el pasado. Probablemente era una sensación que
pasaría pronto. Si podía contar con una cosa, era el talento de Anna para ponerme
de los nervios.
—Solo intento entender el hecho de que viviré en Francia por un tiempo.
—Hay lugares mucho peores para vivir que París.
Debo admitir que París me sorprendió gratamente hasta ahora, pero aun así
habría preferido regresar a Chicago.
—¿Qué tal si hacemos algo que quieras hoy? —sugirió, sorprendiéndome.
Desafortunadamente, mi mente fue directamente a una escena de mi sueño
de anoche, que definitivamente no era algo que sucedería hoy.
O cualquier día.
No había investigado mucho sobre París. Después de todo, no era un viaje
de placer, pero había una cosa que me llamó la atención cuando leí sobre la ciudad
antes de nuestro viaje.
—Las catacumbas.

Recorrer las catacumbas en un frío día de invierno y caminar a casa bajo la


lluvia y la nieve probablemente no fue la mejor opción. Anna estaba temblando
cuando finalmente llegamos a casa.
—Admítelo, estabas intentando dejar que me congelara hasta morir para
poder regresar a Chicago.
—Si te congelas hasta morir bajo mi vigilancia, será mejor que no regrese
a Chicago. Tu padre haría que mis últimos días en la Tierra fueran muy 130
desagradables.
—Papá es un Capo justo.
Sonreí sarcásticamente. Tal vez olvidaba que había sido su Ejecutor durante
años. Sí, Dante era justo, pero eso no lo hacía menos brutal y despiadado que
cualquier otro Capo. Te juzgaba por sus estándares de moralidad y equidad.
—No creo que ese sea el caso si te involucra a ti.
—Entonces, será mejor que te asegures de que me caliente rápidamente —
dijo, quitándose la chaqueta empapada. La blusa debajo era transparente y se
pegaba a su cuerpo. Su sujetador de encaje me provocó a través de la tela
transparente.
—Toma una ducha caliente —le dije. No sentía frío fácilmente, pero incluso
yo esperaba con ansias una ducha tibia más tarde.
Anna se apoyó en la puerta del baño, con copos de nieve derritiéndose en
su cabello.
—Podríamos darnos una ducha juntos. —Se mordió el labio—. O podrías
empezar calentando mis labios con los tuyos.
¿Había olvidado que besarla me había traído aquí en primer lugar? Y lo peor
era que, no podía dejar de pensar en ello.
—¿Por qué te besaría de nuevo? ¿Así puedes chantajearme otra vez?
Me quité los zapatos mojados.
Anna suspiró, cruzando los brazos frente a su pecho.
—Lamento eso. No debí haber usado nuestro beso en tu contra, y te juro
que no lo volveré a hacer. París significaba mucho para mí.
—Al menos, más que mi seguridad y sentimientos.
—No sabía que tenías sentimientos. Eres tan bueno escondiéndolos.
Solo la miré fijamente, ni en lo más mínimo divertido. Y era jodidamente
seguro que no empezaría a compartir mis sentimientos con Anna, especialmente
cuando habían estado tan dispersos en las últimas semanas.
—No es verdad. Nunca le habría dicho nada a papá, incluso si no hubieras
hecho lo que yo quería.
—¿Se supone que debo tomar tus palabras por eso?
Anna pareció sinceramente herida, pero no quería dejarla escapar
fácilmente. Nadie nunca me había chantajeado.
131
—Nunca he delatado a alguien cuando realmente importaba. Ni siquiera
Leonas después de que me cabreó.
—Supongo que nunca lo sabremos. Ahora estoy aquí en París, así que
cumpliste tu deseo.
Miró hacia otro lado.
—Entonces, no me creas. —Desapareció en el baño y por alguna razón sentí
un poco de culpa cuando en realidad Anna debería sentirse así. ¡Esa mujer estaba
jugando con mi mente otra vez!
Entré en mi habitación, me quité la ropa mojada y me puse unos pantalones
de chándal abrigados.
Sonó un chillido. Salí corriendo de mi habitación, agarré mi arma en el
camino y entré al baño, sin siquiera pensar en ello. Anna se hallaba de pie frente a
la cabina de la ducha, empapada y completamente desnuda.
Me congelé, mi mente quedándose en blanco por un momento. Bajé mi
arma.
—¿Qué está pasando? —Mi voz sonó extrañamente ronca. Los ojos de
Anna recorrieron mi pecho desnudo, y no se molestó en cubrirse. Debí haber
mirado hacia otro lado, pero simplemente no pude. Era absolutamente
impresionante. Mi imaginación, incluso mis sueños más salvajes no le habían
hecho justicia. Piel de gallina cubría todo su cuerpo. Sus pezones estaban duros y
de color rosa oscuro, sus pechos perfectamente redondos. Gotas de agua bajaban
por su vientre, atrapándose en su ombligo hermoso, excepto por unas pocas gotas
que se deslizaban hacia el triángulo recortado de vello oscuro.
Me obligué a mirar hacia arriba, solo para encontrarme con la sonrisa tímida
de Anna.
—¿Te gusta lo que ves?
¿Gustarme? Estaba jodidamente hipnotizado.
—¿Por qué gritaste?
—El agua de repente salió helada.
Entrecerré los ojos a medida que me acercaba a ella. Recogí una toalla y se
la tendí. Necesitaba cubrirse si quería concentrarme en algo que no fuera su cuerpo.
—Toma. —Aceptó la toalla con una ceja arqueada, pero simplemente la
sostuvo en su mano en lugar de envolverla alrededor de sí misma.
Apretando los dientes, metí la mano dentro de la ducha solo para sentir el
agua tibia.
132
—El agua está tibia.
Anna sostuvo sus dedos debajo del chorro. En serio intenté ignorar lo cerca
que estaba su cuerpo desnudo del mío, lo bien que olía, lo mucho que quería
extender la mano y tirar de ella contra mí. Sus labios formaron una «O» cuando
sintió el agua. Me dio una sonrisa tímida.
—Lo juro, estaba fría.
—Te dije que detuvieras tus juegos.
—Santino, no juego ningún juego. Estás enojado por principio porque no
quieres estar aquí.
Tenía toda la maldita razón. Di un paso lejos de ella, necesitando más
distancia entre su tentador cuerpo desnudo y yo.
Las cosas se me escapaban de control. Prácticamente podía sentirlo. Odiaba
que Anna tuviera tanto control sobre mí, y solo quería recuperar mi control.
—¿Alguna vez has considerado que no quería dejar atrás toda mi vida, mi
familia y mis amigos? ¿Todo por ti?
Santino parecía absolutamente furioso. Tragué con fuerza. Era verdad, no
le había preguntado. Ser mi sombra se había convertido en mi realidad. Apenas
podía recordar un momento en el que no hubiera sido mi protector, y no quería
imaginar un momento en el que ya no lo fuera.
—Tienes razón —dije en voz baja—. Y si estar en París para protegerme es
demasiado para ti, entonces le pediré a papá que te cambie por otro guardaespaldas.
Hizo un gesto desdeñoso.
—No estoy de humor para ese vuelo largo tan pronto otra vez. Sin
mencionar que ninguno de los otros guardaespaldas podría tolerar tus cambios de
humor.
Mis ojos se ampliaron.
—Excuses-moi, estás al borde constantemente por mis supuestos cambios 133
de humor. Dudo que alguien los maneje peor que tú.
—Estoy haciendo mi trabajo, eso es todo. Soy la única persona que no
intenta congraciarte para agradar a tu papá.
—Lástima —murmuré. Era una de las pocas personas con las que no me
importaría congraciarme.
Volvió a negar con la cabeza.
—Dúchate, y vete a la cama. Y si vuelves a gritar, no vendré corriendo. —
Se giró, dándome un vistazo a su espalda fuerte y su trasero perfectamente formado
en los pantalones de chándal bajos.
Cerró la puerta con más fuerza de la necesaria. Con una sonrisa pequeña,
volví a entrar en la ducha. No había mentido cuando dije que el agua estaba helada,
pero ahora estaba agradablemente tibia.
Me recosté contra las baldosas, cerrando los ojos para poder reproducir la
mirada de asombro que se había apoderado del rostro de Santino cuando me vio
desnuda. Mi estómago se apretó pensando en lo cerca que había estado, lo bien
que olía. ¿Y su expresión furiosa?
Permití que mis dedos se deslizaran entre mis piernas y encontraran mi
clítoris ya necesitado. Una mirada de enojo de Santino me hizo más que besar a
Maurice o a Clifford. Empecé a acariciarme, lamentando no haber encontrado
tiempo para desempacar mis juguetes. Pero incluso sin juguetes, no tardé mucho
en llegar al orgasmo.
Pero solo me dejó con ganas de más.
Santino se hallaba sentado en el sofá y viendo la BBC en el televisor
pequeño cuando salí del baño un poco más tarde. Se había puesto una camiseta.
Llevaba mi camisola de seda color rubí favorita y unos pantalones de cintura alta
a juego. Miró brevemente en mi dirección antes de volver su atención a la pantalla.
Me acerqué a él y me senté en el reposabrazos a su lado.
—¿Qué quieres?
Observé su rostro, la línea dura de su boca, el brillo cauteloso en sus ojos.
—Nunca te habría catalogado como un cobarde.
Se tensó.
—No soy ningún cobarde, cherie.
Mi corazón dio un vuelco al escucharlo llamarme con el apodo francés. No
lo dijo de una manera amable, pero de todos modos me encantó el sonido. Me 134
encogí de hombros.
—Me tienes miedo. —Me dirigió una sonrisa condescendiente—. Lo haces.
Tienes miedo porque me deseas.
—¿Desde cuándo eres una experta en detectar el deseo de un hombre?
Odiaba lo abrasivo que podía ser, lo fácil que podía ignorarme cuando sabía
lo que había visto en el baño.
—Cuando besé a Maurice y a Clifford, pude ver su deseo por mí. Por cierto,
Clifford es muy bueno besando.
No era una mentira directa. Asumía que Clifford era bueno besando
considerando su éxito con las damas. Solo porque no lo hubiera disfrutado
particularmente no significaba que no lo fuera.
La furia fulguró en los ojos de Santino. Podía decir lo que quisiera, pero
odiaba que hubiera besado a otros chicos.
—No quieres acostarte conmigo, pero te ves enojado cuando hablo de besar
a otros hombres.
—Cliffy no es un hombre, es un niño, y una vez que hayas estado con un
hombre, notarás la diferencia.
—Te estás olvidando de Maurice.
Resopló.
—Él tampoco es un hombre.
—¿Quién dijo que no he estado con alguien más que Clifford y Maurice?
—dije con frustración—. Sabes que a Clifford no le importan nuestras tradiciones.
No espera que espere hasta el matrimonio.
Su rostro se convirtió en piedra pura.
—Bien por él. —Entonces, una sonrisa burlona tiró de sus labios—. Puedes
hacer lo que quieras, pero no te besaré de nuevo. He aprendido mi lección.
Podría haber gritado de frustración. ¿Por qué tenía que ser tan terco? Decidí
probar otro enfoque más honesto.
—Santino, soy obediente como tú, pero quiero vivir antes de pasarme la
vida siendo la esposa buena de un político. Clifford se divierte, ¿por qué no debería
hacerlo yo?
Solo miró fijamente. Ojalá supiera lo que pasaba por su cabeza.
—¿Preferirías que me divirtiera con otra persona?
—Tu padre me pidió que te protegiera, y eso es lo que estoy haciendo.
135
Resoplé.
—Del sexo.
Volvió a mirar la televisión. Me levanté encogiéndome de hombros.
—Entonces me correré sin tu ayuda, como lo hice en la ducha.
Me giré, sin esperar su respuesta, y entré en mi habitación, sin molestarme
en cerrar la puerta.
—Sabes dónde encontrarme si encuentras tu coraje.
Pasos resonaron detrás de mí y luego Santino me agarró por los hombros y
me dio la vuelta para que estuviera frente a él.
Me fulminó con la mirada.
—Ann, ¿qué es lo que realmente quieres? ¿Que pierda el control? ¿Mi
mente? ¿Mi trabajo? ¿Mi vida?
Su voz sonó áspera y baja, avivando el fuego en mi vientre.
Era el hombre más sexy que jamás hubiera visto. Él era todo lo que quería.
—Quiero que pierdas el control.
Santino gruñó y se apartó de mí, retrocediendo dos pasos. Salió de mi
habitación sin otra palabra, y cerró la puerta de golpe.
Me mordí el labio y cerré los ojos, escuchando los latidos furiosos de mi
corazón. Mi jaula de oro me permitía pocos placeres, menos aún emociones. Pero
provocar a Santino siempre me daba vida.

136
Le di un poco de espacio a Santino en los días siguientes, y me concentré
en mi agenda. Los primeros cursos introductorios estaban por comenzar y quería
asegurarme de tener todo lo que necesitaba. También me inscribí en un curso
adicional de costura. Ya había tomado lecciones de costura con nuestra criada en
los meses previos a mi mudanza a París, pero aún estaba lejos de ser buena. Sabía
que necesitaba mejorar si quería entender bien cómo se hacía la ropa. ¿Cómo
podías ser un buen diseñador sin saber coser una prenda tú mismo?
Santino hacía ejercicio en su habitación mientras yo me quedaba en la mía.
Eventualmente, salimos a pie para ir a una tienda de segunda mano que también 137
vendía máquinas de coser a personas que querían reciclar artículos.
—Mi madre solía coser —dijo Santino cuando recogimos un modelo más
antiguo que aún requería mucho trabajo manual.
La sorpresa se apoderó de mí. Rara vez hablaba de su familia, y si lo hacía
era de su padre. No estaba segura de qué decir, completamente tomada por
sorpresa. Pensé que mantendría su silencio por unos días más para castigarme por
mi provocación.
—Es una habilidad útil.
Simplemente asintió y el silencio descendió sobre nosotros una vez más en
tanto cargaba la máquina pesada a medida que caminábamos de regreso a casa.
Mientras esperábamos en la acera a que el semáforo para peatones se pusiera en
verde, un grupo de monjas se acercó a nosotros. Retrocedí con una sonrisa
pequeña. Sin embargo, Santino dejó pasar a las monjas con expresión hostil, como
si lo hubieran ofendido personalmente.
—¿Cuál es tu problema con las monjas? —pregunté cuando finalmente
cruzamos la calle. La acera aquí era estrecha, así que los dos teníamos que caminar
brazo contra brazo, lo cual se sentía bien. Santino había dejado de caminar unos
pasos detrás de mí ya que de todos modos estábamos solos en París. Se sentía cada
vez menos como una relación de trabajo.
—No tengo ningún problema con las monjas —dijo con indiferencia. ¿A
quién estaba intentando engañar? Lo conocía desde hacía años y lo había visto en
su mejor y peor momento, aunque en su mayoría el peor.
Sabía cuándo mentía.
Hice una mueca que dejó descaradamente claro que no le creía.
—Claro. ¿Coqueteaste con una monja y ella rechazó tus insinuaciones?
Eso era algo que podía imaginar vívidamente. Era del tipo que lo haría, solo
por diversión.
La repugnancia apretó sus labios.
—¿Por qué ligaría con una monja?
—¿La emoción de la caza y lo prohibido? ¿Solo por despecho? ¿O tal vez
incluso aburrimiento?
—Desde que entraste en mi vida, el aburrimiento es el menor de mis
problemas.
Le dediqué una sonrisa arrogante.
138
—Gracias.
—Eso no fue un cumplido.
—Seguro que sonó como uno. Lo acepto.
Negó con la cabeza, pero podía decir que estaba luchando contra una
sonrisa. En realidad, deseaba que la dejara ganar más a menudo. El sol había estado
brillando todo el día y casi parecía primavera. Teniendo en cuenta el frío que había
hecho unos días antes, esto me tomó completamente por sorpresa.
—Vayamos al parque y tomemos un poco el sol.
Santino asintió, y nos dirigimos juntos hacia el césped en la base de la Torre
Eiffel. Para mi sorpresa, no éramos las únicas personas. Varias personas habían
tendido mantas y se habían sentado en la hierba, bebiendo vino y charlando.
—Hagamos lo mismo.
—No tenemos una manta.
Señalé a uno de los vendedores ambulantes que vendía de todo, desde
pequeñas torres Eiffel cursis, relojes Cartier falsos y paraguas MCM, hasta mantas
con el logotipo de Louis Vuitton. Santino se acercó al hombre y regateó durante
casi diez minutos hasta que conseguimos la manta por la mitad del precio y un
paraguas gratis. Nos acomodamos en la manta. El suelo aún estaba frío, aún no
calentado por el sol, pero no me importó. Solo quería disfrutar del sol en mi piel
incluso si mi trasero se congelaba.
—Podría ser peor —murmuré—. La mayoría de la gente mataría por tu
trabajo.
Se sentó a mi lado.
—Hoy ha sido uno de mis mejores días de trabajo.
Me reí y me acosté boca arriba, amando la vista de la Torre Eiffel
elevándose sobre nosotros con el sol asomándose detrás de ella. Sin embargo, lo
de las monjas no se me iba de la cabeza. Había una historia que contar. Podía
sentirlo.
Me di la vuelta boca abajo, me levanté con los codos y apoyé la barbilla en
su muslo.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó en voz baja y tensa. Había enderezado
la espalda, listo para saltar, y podía sentir los músculos de sus muslos flexionarse
debajo de mi barbilla.
—Cálmate. Solo me estoy poniendo cómoda. No te violaré en medio de un
parque.
No esbozó una sonrisa, pero no pude evitar sonreír diabólicamente. Me 139
encantaba cuando podía ponerlo tan nervioso. Poco alteraba a Santino, pero yo lo
hacía, a lo grande.
Entrecerró los ojos.
—Te das cuenta de que los paparazzi tendrían un festín si tuvieran una foto
nuestra así. Sería un titular.
—Nadie sabe que estamos aquí, y papá lo impediría.
—Probablemente. También me asaría las bolas en una barbacoa.
Dejé escapar un suspiro de satisfacción al tiempo que me movía para que
mi mejilla descansara sobre su muslo. Mi pulso se había acelerado al estar tan cerca
suyo y la parte de él que tenía toda la intención de conocer muy pronto.
—Anna.
El murmullo bajo de advertencia en su voz profunda envió un escalofrío
agradable por mi espalda.
Cerré mis ojos.
—¿Puedes frotarme la espalda? Tengo ganas de dormir la siesta.
—Anna.
Entreabrí un ojo.
—¿Qué tal esto: me dices qué te hicieron las monjas y me sentaré a tu lado
como una chica buena?
Lo consideró durante casi un minuto, antes de suspirar.
—Está bien. Pero primero levántate.
—No, tú vas primero. Solo saldrás corriendo si levanto la cabeza.
Se rio entre dientes.
—A veces de verdad no sé lo que está pasando en tu cabeza.
—Se llama caos creativo.
—Mi hermana es monja.
Me senté, mis labios entreabiertos.
—¿En serio?
—Sí. Es novicia desde julio pasado.
—Guau. Pero ¿por qué? —Solté una risita atónita—. ¿Espera revocar tus
pecados? 140
Miró hacia un grupo de personas, su expresión seria. Me puse seria
inmediatamente, dándome cuenta de que esto en realidad lo molestaba.
—No, no mis pecados.
Toqué su mano, que descansaba sobre la manta.
—¿Santino?
Sus ojos encontraron los míos y mi corazón se apretó. Quise envolver mis
brazos alrededor de él, besarlo, abrazarlo.
—Supongo que, una culpa equivocada —dijo en voz baja.
Me devané el cerebro pensando en la historia familiar de los Bianchi, pero
todo lo que sabía era que la madre de Santino había muerto cuando yo era muy
joven. No sabía por qué, nunca había preguntado. No sabía nada de su hermana.
Ni siquiera estaba segura de haberla conocido alguna vez.
—¿Qué sucedió? ¿Tiene algo que ver con tu madre?
Su cuerpo se volvió más tenso. Esperaba que se alejara y dijera algo
desdeñoso. Santino no era del tipo al que le iban las emociones. Al menos, no
emociones profundas.
—Mi madre murió al dar a luz a mi hermana Frederica cuando yo tenía
once.
Ni siquiera sabía que Frederica tenía una edad cercana a la mía, solo un año
menor.
—Lo siento mucho.
Asintió.
—Frederica se culpa por ello. Lo niega, pero puedo decirlo. Mi madre sufrió
un paro cardíaco. Tenía un defecto cardíaco no diagnosticado. Podría haber
sucedido en cualquier otro momento, pero como sucedió durante el trabajo de
parto, Frederica se culpó a sí misma.
—Tu pobre padre, y tú solo eras un niño, esa debe haber sido una
experiencia tan horrible.
Me pregunté si Santino tenía algún tipo extraño de complejo de Edipo
porque había perdido a su madre tan pronto y por eso siempre elegía a mujeres
mayores casadas.
—Pero no es su culpa. ¿Alguna vez tu padre la culpó?
—No —respondió con firmeza—. Papá la trató como a una princesa.
—Pero siempre estuvo trabajando para mis padres, ¿cómo se las arregló con 141
dos niños?
—Una de sus hermanas nos ayudó, y una vez que Frederica fue un poco
mayor, la cuidé mucho cuando papá no estaba en casa. Más tarde, cuando comencé
a trabajar para la Organización, mi tía se hizo cargo la mayor parte del tiempo.
Respiré hondo y entrelacé mis dedos con los suyos, aunque temía que
retrocediera.
—Lamento mucho tu pérdida. Y lamento que tu hermana esté sufriendo por
eso. Tal vez ser monja la ayude a darse cuenta de que no es su culpa.
—No está viviendo de verdad. Solo existe. Debería disfrutar de la vida, no
pedir perdón por algo que no es su culpa.
Asentí. Después de eso nos sentamos en silencio uno al lado del otro, con
los dedos aún entrelazados. Habría apoyado mi cabeza en su hombro, si no hubiera
temido asustarlo. Estaba contenta con sostener su mano. Era más de lo que me
había atrevido a esperar. La sensación de paz y satisfacción que sentí al estar cerca
de Santino de una manera tan inocente me mostró que mi corazón aún no se había
rendido, incluso cuando mi mente se había conformado con una aventura.
Eventualmente, Santino retiró su mano y se enderezó, su expresión
volviendo a endurecerse. Nuestro momento había terminado.
—Deberíamos ir a casa.
No dijo ni una palabra mientras caminábamos por las calles oscuras. Se
estaba volviendo cada vez más frío ahora que el sol se había ido.
Mi teléfono sonó y miré hacia abajo.
La sorpresa abrió del todo mis ojos.
Desconocido: Hola Anna, soy Maurice. Estoy de vuelta en París y tu
hermano me dijo que tú también estás allí. ¿Por qué no nos encontramos? No me
gusta cómo terminó nuestro último encuentro.
—¿De quién es? —preguntó Santino.
—Maurice —respondí antes de que pudiera pensarlo.
—Dile que no. No importa lo que quiera, la respuesta es no.
Fruncí el ceño ante su tono autoritario.
—Tal vez solo quiere charlar porque lo agrediste la última vez.
—Será mejor que se asegure de que no lo ataque de nuevo.
—Tengo permitido ver chicos. Ya escuchaste lo que dijo mamá.
—Dudo que tu papá haya estado involucrado en esa decisión.
142
—Santino, ¿cuál es realmente tu problema? Dices que no me quieres, pero
no quieres que conozca a otros chicos.
—Anna, no soy un chico. Al niño Maurice probablemente no le importe
darte un mordisco aunque el pastel esté prometido a otro, pero no quiero ni un puto
mordisco. Me comeré el pastel.
—Eso es ridículo.
—No te reunirás con Maurice. Fin de la historia.
Lo fulminé con la mirada, pero me ignoró y abrió la puerta principal de
nuestro edificio de apartamentos a medida que sostenía mi máquina de coser bajo
el otro brazo.
Nuestro ascenso fue detenido por nuestra vecina de abajo. Era una mujer
casada de poco más de cuarenta años, con dos hijos y un marido que trabajaba en
una plataforma petrolera. Como muchas mamás francesas, no se parecía a una.
Siempre estaba vestida impecablemente, tenía una figura esbelta y una sonrisa
coqueta que era completamente inapropiada para una mujer casada.
Desde que nos mudamos, había puesto su mirada en Santino, y él
inmediatamente me presentó como su hermana, lo que solo había despertado su
interés.
—Santino —dijo con su acento fuerte—. Necesito tu ayuda.
Y ambos sabíamos con qué necesitaba ayuda. La ausencia de su esposo
durante seis meses seguidos probablemente la ponía particularmente cachonda.
Santino no perdió el ritmo cuando se apoyó contra la pared y le dedicó una
lenta sonrisa obscena.
Los celos me quemaron por dentro.
Era casi como si estuviera intentando cancelar nuestra conversación
significativa con una follada sin sentido. Odiaba esto, odiaba que prefiriera follarse
a una mujerzuela francesa antes que darnos una oportunidad.
Vas a casarte.
Podríamos tener algo especial por un tiempo. Eso era mejor que nunca tener
algo especial. E incluso si solo fuera sexo.
—¿Tal vez puedas venir más tarde y ayudarme con mi ventana?
—Por supuesto —respondió Santino, y por la forma en que lo dijo y por la
mirada en sus ojos supe que la estaba excitando—. Solo déjame llevar a mi
hermanita y su máquina de coser al apartamento.
Subí al siguiente piso y entré en nuestro apartamento. Santino me siguió
poco después. 143
—Si crees que me iré a la cama, mientras tú bajas a arreglar a la señorita
mujerzuela francesa con tu polla, estás loco.
—¿Mujerzuela francesa?
Lo miré fijamente.
—Ya es tarde. Incluso mis deberes terminan en algún momento. Te arroparé
y luego soy libre de hacer lo que quiera.
—Bien —dije con una sonrisita. Irrumpí en mi habitación y cerré la puerta
bruscamente, sin importarme lo infantil que me hacía parecer. Después del
momento que habíamos compartido en el parque, el coqueteo de Santino con esa
mujer dolió aún más.
Le envié un mensaje de texto a Maurice al momento en que me hallé sola
en mi habitación.
Yo: ¿Tienes tiempo para reunirte conmigo ahora?
Maurice: Por supuesto. ¿Qué tal si nos vemos en el Sena?
Yo: De acuerdo. Dame treinta minutos.
Agarré mi camisón y salí de mi habitación. Santino se apoyaba contra la
encimera de la cocina, bebiendo un expreso, probablemente para tener un poco de
energía extra para satisfacer a la mujerzuela francesa. Me observó a medida que
me dirigía al baño para «prepararme para ir a la cama». Abrí el agua, pero en lugar
de comenzar mi rutina nocturna, actualicé mi maquillaje para lucir presentable para
mi reunión con Maurice. Si Santino se divertía con su mujerzuela francesa, yo
disfrutaría el resto de la noche con Maurice. Ya había terminado de esperar a que
Santino cediera. No sabía cuánto tiempo tenía en París, pero lo que sí sabía era que
mi libertad tenía fecha de caducidad, y la aprovecharía al máximo hasta entonces,
con o sin la ayuda de Santino.
Escuché la puerta principal abrirse y cerrarse, luego el sonido de la
cerradura. No podía creer su audacia.
Tal vez le había prometido a papá que me mantendría alejado de toda
diversión, pero no me dejaría encerrar. Esperé un poco más antes de abrir un hueco
en la puerta y asomarme. Santino definitivamente se había ido.
Probablemente pensó que una puerta de entrada cerrada con llave me
detendría. Con un hermano como Leonas, abrir cerraduras era una tarea fácil.
Armada con una horquilla, comencé a trabajar en la cerradura. Después de
un poco de torpeza, la cerradura finalmente hizo clic. Abrí la puerta nuevamente
con cuidado y me asomé, luego escuché las voces de abajo. El pasillo estaba en
silencio, de modo que Santino ya estaba dentro del apartamento de la mujerzuela 144
francesa.
Prácticamente pasé corriendo frente a su puerta en mi camino hacia abajo.
No quería que me atraparan, y no podía soportar la idea de escuchar cómo se lo
montaban. No estaba segura de por qué la idea de escucharlos era demasiado para
mí cuando ya había visto a Santino follar con la señora Alfera y la señora Clark.
Tal vez porque sentí que nos habíamos acercado más durante las últimas semanas,
hoy especialmente.
Tomé un taxi a Notre Dame y pagué en efectivo, en caso de que Santino
estuviera rastreando mi tarjeta de crédito. Reconocí a Maurice de inmediato. Se
encontraba apoyado contra el muro de piedra a la orilla del Sena. Estaba vestido
con pantalones chinos oscuros y una camiseta blanca, y sostenía una botella de
vino en la mano.
Sonreí y lo saludé con la cantidad habitual de tres besos. La «Faire la bise»
como la llamaban los franceses.
—Te ves hermosa —dijo.
—Gracias.
Miró detrás de mí con una sonrisa irónica.
—¿Dónde está tu guardaespaldas?
—Ocupado con una solitaria mujer francesa y casada.
Se rio abiertamente.
—Entonces, estará ocupado por un tiempo, ¿eh?
También me reí porque habría sido raro si hubiera actuado molesta. A mis
oídos, sonó terriblemente falso, pero Maurice no pareció darse cuenta.
—Te mantendré ocupada —dijo con una sonrisa lenta, levantando la botella
con Viognier, uno de mis vinos favoritos.
—Cuento con ello.

145
Llamé a la puerta de Veronique. Y cuando abrió, hizo una mueca
sorprendida mal actuada, cerrando una bata de baño sobre su cuerpo muy desnudo.
Era un cuerpo encantador, al que pocos hombres le dirían que no, pero me dejó
irritantemente frío.
—Oh, no te esperaba tan pronto. Tomaba una ducha.
—¿Debería volver más tarde? —pregunté, incluso si sabía la respuesta.
Agarró mi brazo con una risa desdeñosa.
—Oh, no. No seas ridículo. 146

Entré en el pasillo de su apartamento. Era más pequeño que el que compartía


con Anna, pero aun así no era barato. Su esposo probablemente ganaba mucho
dinero en esa plataforma petrolera mientras su esposa solitaria buscaba la
compañía de hombres como yo.
—Adelante —dijo, llevándome hacia la cocina—. ¿Tal vez también puedas
echar un vistazo a mi mesa? Se tambalea.
Asentí y me puse en cuclillas para inspeccionar la mesa. Veronique se
colocó justo a mi lado, su bata de baño soltándose lentamente y revelando unas
piernas largas y el indicio de un coño afeitado.
Miré su rostro. Hablaba un lenguaje claro. Quería una noche llena de sexo
caliente, y sabía que yo era un hombre que podía proporcionárselo.
El problema era que, mi cabeza no estaba aquí abajo. No podía dejar de
pensar en Anna, en la conversación que habíamos compartido, y en la forma en
que se me aceleraba el pulso cada vez que coqueteaba conmigo. Anna también me
quería por la diversión que podía proporcionarle. Nunca me había importado ser
el tipo de persona que tiene aventuras, pero con Anna, la idea simplemente no me
sentaba bien.
Veronique tocó mi hombro.
—¿Santino?
Miré su coño una vez más. Podría pasarme la noche follándome a una mujer
cachonda y solitaria, o podría volver arriba. ¿Para qué?
Ya no estaba seguro de lo que quería. Anna. Definitivamente. Ese era el
maldito problema.
Me puse de pie.
—La mesa está bien. Ahora déjame revisar la ventana. —Caminé hacia la
ventana, que estaba atascada, pero no veía cómo podía arreglarla.
—¿Quieres una copa de vino?
Negué con la cabeza.
—Debería irme.
Salí del apartamento sin esperar respuesta, y subí corriendo las escaleras.
Anna se había convertido en mi corta rollos personal.
Fui a abrir la puerta, pero ya no estaba con llave. Empujé la puerta y entré.
Anna no estaba en el baño. Solo encontré su camisón tirado sobre el borde de la
bañera. Me di la vuelta y revisé su habitación, incluso si sabía que tampoco la
encontraría allí. Lo que encontré fue su teléfono celular. Probablemente 147
sospechaba del rastreador que le habíamos puesto. ¿Siquiera comprendía lo
peligroso que era para ella correr sin una forma de contactarme?
—¡Maldición! —rugí a medida que bajaba corriendo las escaleras y llamé
a la puerta de Veronique. Abrió un momento después, luciendo confundida—.
Necesito tu Vespa. Mi hermana ha escapado y tengo que ir a buscarla.
Agarró la llave de un gancho en la pared.
—¿Quieres que llame a la policía?
—No —dije tajante cuando agarré la llave de la puta Vespa y bajé corriendo
las escaleras. Usar un auto tomaría más tiempo, así que incluso si odiaba la cosa
de color amarillo, me haría un mejor servicio si quería encontrar a Anna lo más
rápido posible.
Deambulé por el tráfico, lamentando no haber revisado el mensaje de texto
de Anna. ¿Adónde llevaría a Anna un Casanova francés como Maurice?
Probablemente algún rincón acogedor donde pudiera poner sus garras sobre ella.
Maldita sea, ¿y si le pasaba algo? Nunca me lo perdonaría.
Primero me dirigí a la torre Eiffel. Demasiada gente se había reunido en la
hierba debajo de la construcción de acero, bebiendo vino y charlando a pesar del
frío. No vi a Anna por ninguna parte. Salté de nuevo a la Vespa y salí corriendo.
Uno de los lugares más románticos de la noche era el área alrededor de Notre-
Dame, especialmente el terraplén del Sena.
Cuando bajé de la Vespa en mi destino, seguí mi instinto. No tardé mucho
en encontrar un lugar donde se habían reunido muchas parejas con vistas a la
iglesia y al Sena para montárselo.
Sin embargo, no vi a Anna por ninguna parte. Busqué por la zona durante
otra hora hasta que me rendí y me dirigí hacia Montmartre. Pero tampoco la
encontré allí. El pánico comenzaba a instalarse.
Si no encontraba a Anna hasta la mañana, tenía que considerar llamar a
Dante para que pudiera organizar la ayuda. No podía arriesgarme a esperar
demasiado antes de hacer sonar la alarma. Si la habían secuestrado, cada hora
importaba. Y llamar a la policía estaba fuera de discusión.
Eran las cuatro de la mañana cuando regresé al apartamento. Mi camisa se
pegaba a mi cuerpo sudoroso y mis venas todavía latían con adrenalina.
Estacioné la Vespa en la calle y me congelé cuando vi a Anna frente al
edificio. No tenía llaves, así que, por supuesto, tuvo que esperar frente a él. Caminé
enfurecido hacia ella, dividido entre un alivio abrumador y la furia.
Los labios de Anna estaban hinchados como si hubiera pasado la noche
pegada a los labios de Maurice, o peor… la sola idea hizo que mi sangre bombeara 148
con celos y rabia.
—¡Tienes suerte de que se supone que debo protegerte, o te mataría! —
gruñí a medida que la agarraba del brazo, abría la puerta y la arrastraba escaleras
arriba.
Para mi sorpresa, Anna me siguió sin protestar mucho.
La solté una vez que estuvimos en nuestro apartamento y lejos de las
miradas curiosas.
—¿Dónde diablos has estado?
—Estás de mal humor. ¿Acaso la mujerzuela francesa no te animó?
Supongo que te dio su Vespa como agradecimiento.
—¿Dónde carajo estabas? —Me puse en su cara, tan cerca de explotar. Olí
inmediatamente el alcohol en su aliento—. ¿Estás borracha?
Sonrió.
—Quizás. Creo que compartimos dos botellas de un vino muy delicioso.
Apreté los dientes.
—¿Te reuniste con Maurice?
—Sí. ¿Por qué deberías ser el único en divertirse?
Encontraría al hijo de puta y le cortaría la maldita cabeza.
—¿Qué sucedió?
Ni siquiera estaba seguro de por qué estaba preguntando. Los labios de
Anna estaban hinchados, su cabello revuelto y su blusa abotonada de manera
incorrecta. Incluso un idiota podría adivinar lo que había estado haciendo con
Maurice. Tal vez debería haberlo esperado. Anna era una joven de dieciocho años
que finalmente probaba la libertad. Había estado intentando seducirme durante
semanas, diablos, ahora meses, por supuesto que eventualmente encontraría a
alguien más que le rascara la picazón.
El arrepentimiento me supo amargo en mi boca. ¿Por qué no acepté su
oferta? ¿Por qué tuve que actuar con nobleza cuando decididamente no lo era?
Anna sonrió torcidamente.
—Es la ciudad del amor, ¿qué crees que pasó?
Asentí, reprimiendo mi rabia tan profundamente como pude incluso cuando
quería rugir. Anna no era mía, nunca lo había sido y nunca lo sería, pero a mi
corazón no le importaba. Estaba celoso.
149
—Espero que haya valido la pena cabrearme. Porque a partir de este día, no
te perderé de vista ni un segundo.
—¿En serio?
No dije nada, solo la miré fijamente, incluso si me dolía mirarla cuando la
prueba de lo que había hecho con Maurice me gritaba a la cara. No me había
enrollado con nadie en más de un mes porque Anna se había metido en mi cabeza
y no se iba.
Se encogió de hombros.
—Está bien. —Empezó a desabrocharse la camisa.
—¿Qué estás haciendo?
—Si vas a seguirme a donde quiera que vaya, bien podría desvestirme aquí.
¿Aún no terminó de jugar?
No reaccioné.
Anna abrió su blusa, revelando uno de esos sujetadores de encaje que
siempre veía arrojados en el baño. Luego bajó la cremallera en la parte posterior
de su falda y dejó caer la prenda al suelo. Solo en ropa interior, era un espectáculo
para la vista. Pero no le di la satisfacción de revisar cada centímetro de su cuerpo,
aunque quería. La había visto desnuda, había memorizado cada centímetro de su
cuerpo.
—Ahora voy al baño —dijo, dándose la vuelta y presentándome esos globos
redondos suyos. Se inclinó para recoger su falda. El hilo de su tanga entre sus
nalgas provocándome y apenas cubriendo su coño.
Podría haber tenido esto, si no hubiera estado intentando ser un idiota
virtuoso. Ahora Maurice había tenido sus garras sobre este culo asombroso, y yo
había rechazado a Veronique.
Tal vez debería bajar y buscarla. Probablemente aún me dejaría entrar para
follar incluso después de haberla rechazado antes. Podría sacar la ira de mi sistema
follándomela, podría sacar a Anna de mi sistema follándomela.
Anna entró al baño pavoneándose y dejó la puerta abierta. No la seguí, pero
la observé a través de la puerta abierta. Se desabrochó el sujetador de unos senos
perfectamente formados que llenarían mis manos si los amasara. A pesar de su
figura esbelta, Anna no tenía senos pequeños. Finalmente se quitó la tanga y la
arrojó al cesto de la ropa sucia. La idea de que Maurice la hubiera visto así era
jodidamente demasiado.
Me di la vuelta y entré en mi habitación. Anna siempre había sido de
Clifford, siempre había sido de alguien más, razón por la cual se me había 150
prohibido. Nunca me había molestado porque, por el momento, casi había sido
mía, incluso si nunca la hubiera tenido en primer lugar. Compartirla con alguien
ahora era jodidamente demasiado para mí.
Me quité la ropa y me acosté. Escuché el sonido de la ducha, sintiendo un
arrepentimiento aún más profundo.
Deseaba a Anna. Aún la deseaba.
¿Por qué aún me estaba conteniendo?
Arqueé una ceja. Anna se apoyaba en la puerta con lo que parecía una
camisa de vestir inmensa y un cinturón ancho de cuero que acentuaba su cintura
estrecha. No llevaba zapatos ni medias, y los botones superiores estaban abiertos.
Llevaba una caja de zapatos en la mano.
—Necesito baterías.
Me levanté de la mesa de la cocina donde había estado escribiendo y
borrando mi carta de renuncia a Dante durante la última hora. Tampoco era la
primera vez que lo hacía. Ya había perdido la cuenta de la cantidad de cartas de 151
renuncia que había escrito y borrado. Desde la noche en que Anna se escapó con
Maurice hace dos semanas, había estado considerando dejar el trabajo. Sabía lo
que debería estar haciendo, pero no me atrevía a presionar Enviar. Durante
semanas había estado peleando conmigo. No podía dejar de pensar en Anna, en su
cuerpo, en su sonrisa tímida. En cómo dejó que Maurice la tuviera. Había olido su
loción para después del afeitado en otra ocasión después de que ella salió de la
escuela de moda. Probablemente se había colado y se habían reunido para un
rapidito en un baño. Anna no había negado nada, y yo había intentado reprimir mis
celos irrazonables y furia.
—¿Santino? —Se acercó a mí y, por supuesto, me tensé. Cerré la
computadora portátil. Si se enteraba de que quería renunciar, encontraría la manera
de hacer que me quedara y tenía el presentimiento de que le permitiría hacerlo con
mucho gusto—. No tengas miedo. Seré amable —dijo con la sonrisa burlona que
me alteraba los nervios.
—Eres intolerable.
—La mayoría de la gente me encuentra encantadora.
—Eso es porque eres encantadora con ellos y te mantienes intolerable para
mí.
—Eso es porque eres una de las pocas personas con las que puedo ser yo
misma. Ya no te gusto mucho. No es como si pudiera impresionarte.
Si ella supiera…
—¿Para qué necesitas las baterías? —pregunté a medida que me levantaba
y abría uno de los cajones de la cocina donde tomé una selección de baterías.
Anna abrió su caja de zapatos. Mis cejas se dispararon y mi pene dio un
pequeño salto. Dentro de la caja había tres pequeños juguetes sexuales. Uno
parecía un ratón de ordenador rojo con una ventosa.
—Créeme, una boca puede hacerlo mucho mejor —dije.
Recogió el juguete rojo.
—Lo sé, pero si no tengo una boca a mano, puedo usar esta para divertirme.
—Supongo que incluso con la boca de Maurice, aún necesitas esa cosa para
divertirte.
Ignoró mi comentario sarcástico y encendió la cosa y señaló la pequeña
parte de succión.
—Hay diferentes niveles de intensidad. Y puedo llevarlo a la bañera
conmigo. Eso no es algo que un hombre pueda hacer sin importar cuán talentosa
sea su boca, a menos que pueda respirar bajo el agua. 152
Estaba bastante seguro de que me ahogaría felizmente si sucedía mientras
chupaba el pequeño clítoris dulce de Anna.
Tenía dos juguetes más en su caja de zapatos. Un consolador blanco, liso y
ligeramente curvado y un consolador que también tenía un mecanismo de succión.
—Todos son muy buenos.
—Supongo que es bueno que no tengas que preocuparte de que Cliffy se
enoje si no puede atravesar tu himen con su polla considerando que Maurice y tus
consoladores llegaron primero.
Simplemente sonrió, para nada enfadada por mis palabras. Solo pensar que
Maurice podría haber sido el tipo que la había desflorado hace dos semanas me
volvió loco. Tenía muchas ganas de encontrar al tipo por principio y matarlo.
Anna señaló el juguete rojo. Una luz parpadeó en rojo y luego la succión se
detuvo.
—Necesito pilas para este.
—¿Por qué no llamas a Maurice y le pides que tome el lugar del juguete?
—Porque solo lo matarías si apareciera.
Le di una sonrisa afilada.
—Nunca se sabe.
Se encogió de hombros.
—No me arriesgaré. Pero si estás tan preocupado por el rendimiento de mi
juguete, ¿por qué no tomas su lugar y me muestras lo talentoso que eres?
No esperó mi respuesta, solo tomó un par de baterías y su caja de zapatos
antes de regresar a su habitación.
Me recosté en la silla y miré hacia el techo, debatiéndome si debería seguirla
y darle la lamida de coño de su vida. Nunca volvería a elogiar a ese jodido juguete,
ni a Maurice. Respiré hondo, recordando el correo electrónico preocupado que
recibí ayer de papá, y las palabras de advertencia de Dante y Valentina. Tomé mi
computadora portátil y entré en mi habitación, para que Anna no saliera desnuda.
Estaba a punto de escribirle a mi padre cuando el zumbido de la habitación
de Anna me hizo dejar la computadora portátil con un gemido. Su cama estaba
justo contra la pared contra la que estaba presionada mi cama. El zumbido se hizo
más fuerte y pronto los gemidos suaves de Anna se mezclaron con los sonidos
traicioneros de su pequeño dispositivo de succión. Me pregunté cuál de sus
dispositivos de placer estaría usando. El pequeño dispositivo de succión rojo no
creó tal zumbido cuando lo encendió, por lo que definitivamente también tenía un
consolador en la mano. La imagen de Anna empujando un consolador en su coño 153
envió inmediatamente sangre a mi polla.
Esto era la tortura más pura. Ni siquiera estaba seguro de por qué aún me
estaba conteniendo. Las cosas entre Anna y yo ya se habían vuelto poco
profesionales hace mucho tiempo. Bien podría probar ese dulce coño y evitar que
esa boca sarcástica arrojara más provocaciones.
Anna me deseaba. Quería algunas folladas sin sentido sin riesgo de apego.
Era el hombre para eso. O solía serlo. Con Anna las cosas eran más complicadas,
pero ¿por qué debería negarme el sexo con la mujer que deseaba solo porque se
mezclaban algunos sentimientos complicados? De todos modos, la mayoría de
ellos eran molestia.
Como si Anna pudiera sentir que mi determinación se desvanecía, siguió
presionando todos mis botones. Iba a matar, y yo estaba listo para ser víctima de
ella.
Maldita sea, estábamos a miles de kilómetros de casa, lejos de mi Capo. Me
había follado a mujeres casadas con sus esposos durmiendo en la habitación de al
lado y disfruté de la emoción, pero con Anna era diferente. Principalmente por
Dante.
Era tarde, ya después de la cena, cuando Anna salió del baño con una camisa
de hombre. No podía decir si llevaba algo debajo, y el pensamiento fue suficiente
para volverme loco. No estaba seguro si era una camisa que había comprado en el
departamento de hombres de una tienda de segunda mano o si Maurice se la había
dado durante otro encuentro en la escuela de moda de Anna. No lo había vuelto a
oler en ella, y traté de decirme que ya no lo estaba viendo. Intentaba vigilarla tanto
como podía, pero no siempre era posible durante sus estudios de moda y Anna
aprovechaba cada oportunidad que tenía para quitarme de encima.
—¿Eso es de Maurice?
Definitivamente me encantaba castigarme. Ni siquiera quería saber la
respuesta.
Anna se miró a sí misma y se encogió de hombros. 154

—¿Y si digo que sí?


—Deberías tener cuidado. Maurice sabe quién eres. Podría arruinar tu
reputación.
—Sonny, dudo que sea mi reputación lo que te preocupa. ¿Puedes
simplemente detener la maldita farsa y admitir que quieres follarme y que te
arrepientes de que Maurice me haya tenido primero?
Sabía exactamente cuándo usar el apodo odiado para irritarme.
—Lamento si te arrepientes de tus elecciones pasadas, pero no me sentaré
a esperarte mientras estás ocupado follando con nuestras vecinas casadas.
Deseaba haberme follado a una de nuestras vecinas, pero Anna me sujetaba
en su burlona mano de hierro.
Me dio una sonrisa de lástima.
—Apuesto a que ahora desearías poder retroceder el tiempo. Pero aún no es
demasiado tarde, Sonny. Ahora puedes tenerme. Esta noche estoy libre. Maurice
tiene otros planes. No somos exclusivos, ¿sabes?
Se inclinó para recoger una horquilla que se le había caído
«accidentalmente», lo que provocó que la camisa se le subiera, revelando sus
nalgas respingonas y una tanga roja diminuta.
Y maldita sea, pude ver un punto más oscuro. Estaba excitada. Hacerme
enojar la mojaba. Mis fosas nasales se ensancharon con rabia y deseo.
Algo se rompió en mí. Me había controlado durante demasiado tiempo,
había dejado que Maurice probara algo que había anhelado durante muchos meses.
Terminé de contenerme, de jugar al noble, cuando era todo lo contrario. Caminé
furioso hacia ella, la agarré del brazo y la empujé contra la mesa de la cocina.
Sus ojos destellaron hasta los míos, y un brillo conocedor los llenó.
Sería mi perdición. Un día, moriría por culpa de Anna Cavallaro.
Abrió la boca, pero estaba harto de su provocación. Agarré su cintura
estrecha y la levanté sobre la mesa. Caí de rodillas, desgarré su tanga diminuta y
me zambullí entre sus piernas. La lamí desde su culo firme hasta su clítoris
hinchado, saboreando su dulce excitación. Gritó como si ya estuviera a punto de
correrse, pero primero sufriría.
Empujé mi lengua dentro de su coño apretado y comencé a follarla con ella,
excitándome con el agarre apretado de sus músculos. Sabía a pecado puro. Chupé
uno de los labios suaves en mi boca, disfrutando de la contracción y el gemido
jadeante de Anna. Sus dedos aferraron el borde de la mesa y sus ojos estaban 155
totalmente abiertos con sorpresa.
Sonreí contra su carne goteante. Empujó sus dedos en mi cabello y tiró
bruscamente en tanto yo admiraba su carne húmeda. Su manojo de nervios latía
con sangre, desesperado por un poco de amor. Respiré profundamente su aroma
embriagador, memorizándolo. Mi polla estaba dura como una roca en mi bóxer,
lista para explotar por nuestras burlas.
Su mano en mi cabello se apretó y me empujó contra su coño. Acepté la
invitación, pero agarré su mano y la arranqué de mi cabeza. Esta vez no tendría el
control.
Sumergí mi lengua aún más profundamente en su coño. Gritó de nuevo, sus
piernas abriéndose más y los dedos de sus pies curvándose. La follé con mi lengua
a medida que mis manos se aferraban a sus nalgas, masajeándolas. Su trasero me
tentó cuando se abrió ampliamente frente a mí. Mientras hundía mi lengua
profundamente dentro de ella una vez más, empujé la punta de mi pulgar en su
culo apretado. Era una parte primitiva de mí que quería reclamar primero una parte
de Anna, e incluso si Maurice se hubiera llevado todo lo demás, no me parecía del
tipo que sabe qué hacer con el trasero de una mujer.
—Santino —gritó. Los músculos de su culo lucharon contra la intrusión,
pero su coño rogó por más.
Froté mi lengua a lo largo de su abertura una y otra vez, mientras mi pulgar
seguía dando vueltas alrededor de su otro agujero. Su rostro estaba sonrojado y su
cabello usualmente inmaculado estaba por todas partes. Nunca quería dejar de
devorarla. Probablemente mañana estaría irritada por mi barba, y sabía que me
encantaría verlo. Presioné aún más cerca, presionando la parte plana de mi lengua
contra su abertura antes de levantar la punta. Sus piernas se abrieron
completamente a medida que se soltaba, y me entregaba por primera vez el control.
—Buena chica —murmuré contra su coño, sonriendo con suficiencia ante
su sonido de protesta, pero mi lengua rodeó su clítoris, silenciándola.
Y luego cerré mis labios alrededor de su protuberancia hinchada y chupé.
Anna estalló como un petardo. Casi saltó de la mesa. Su coño pulsó contra mi boca
cuando se corrió. Se meció y gimió lo suficientemente fuerte como para que los
vecinos del otro lado de la calle probablemente también pudieran oírla. Lamí su
liberación con entusiasmo, casi delirando por la reacción de su cuerpo. Maldición,
era explosiva.
La observé y saqué mi pulgar lentamente de ese culo apretado, ansioso por
reemplazarlo con mi pene.
Ella me dio una sonrisa triunfante como si hubiera obtenido exactamente lo 156
que quería. Esta mujer era un problema, un problema puro.
Me puse de pie, inclinándome sobre ella.
—Me mostraste tu culo alegre durante semanas, ¿por qué no te inclinas y
me dejas reclamar tu culo apretado con mi polla?
Sus cejas treparon por su frente. No podía leer la emoción en sus ojos.
Definitivamente la tomé con la guardia baja. ¿Qué? ¿Pensó que no le hablaría sucio
a la princesa? Habíamos cruzado esa línea la primera vez que caminó frente a mí
medio desnuda.
Mierda, quería besarla. Pero sabía que todas las apuestas estarían canceladas
si besaba esos labios sonrientes en este momento. Anna ya me tenía envuelto entre
sus dedos, y esperaba que nunca se enterara.
—Tendrás que conformarte con mi boca —dijo con una sonrisa burlona.
La ira surgió a través de mí. Por supuesto, aún quería estipular las
condiciones de nuestras sesiones de sexo. Siempre en control. Siempre
provocándome.
—Entonces, la voy a follar como lo haría con tu trasero —gruñí.
—Es toda tuya. —Una comisura de sus labios se elevó. Estaba sudorosa y
un rubor aún se extendía entre sus pechos. El interior de sus muslos estaba rojo por
mi barba y su coño relucía tentadoramente.
Tarde o temprano, perdería la cabeza.
Anna saltó de la mesa con una sonrisita. Los indicios de su lujuria
permanecieron en la superficie de madera. Levanté mis cejas hacia ella.
—¿Cuánto tiempo más piensas hacerme esperar por tu boca?
—Santino, has esperado tanto tiempo por este momento. No pretendas lo
contrario. Y ahora que me probaste, me anhelarás aún más.
Tenía razón. Me volvería loco si se acercara a otro chico otra vez porque la
quería toda para mí. Solo saber que alguien como Cliffy y este maldito hijo de puta
de Maurice tuvieron algo de ella antes que yo era suficiente para llevarme al borde
del abismo. Quería sacarlos a todos de su sistema follándola empuje por empuje.
Anna se acercó a mí y me miró con una sonrisa tímida.
—¿Me quieres de rodillas?
—Te quiero de espaldas.
La confusión se reflejó en sus ojos. La agarré por la cintura y la llevé hasta
el sofá donde la dejé caer para que se estirara tentadoramente y su cabeza 157
descansara en el reposabrazos.
La fulminé con la mirada y me desabroché los jeans. Tuve problemas para
liberar mi polla porque estaba jodidamente dura. Agarré el respaldo sobre la cabeza
de Anna y me incliné sobre ella, mi pene colgando sobre su cara.
La sorpresa brilló en sus ojos cuando se dio cuenta de lo que quería.
—¿No estás lista para que te follen la boca?
Su expresión se volvió burlona.
—No soy una virgen decorosa, ¿recuerdas? No eres el primero en reclamar
mi boca.
Movió su cabeza aún más hacia atrás, estirando su garganta estrecha y
mirándome atrevidamente a través de sus pestañas largas.
—Si esto es lo que quieres, es tuyo.
Quería mucho más, pero tomaría esto antes de no tener nada. Doblé mis
rodillas ligeramente a medida que guiaba mi polla hacia su boca aún sonriente. Mi
punta rozó sus labios, cubriéndolos con mi lujuria por ella, antes de separarlos. Mi
agarre en el reposabrazos se tornó más fuerte cuando mi longitud se deslizó aún
más profundamente en su boca. Me miró fijamente, pero por una vez no pude
leerla.
—¿Lista?
Sonrió alrededor de mi polla.
Empecé a deslizarme dentro y fuera de su boca, inclinándome aún más
sobre ella. Pronto mis embestidas aceleraron, tomando más de su boca. Respiró
pesadamente por la nariz, tragando enfermizamente alrededor de mi
circunferencia.
Sus dedos se hundieron en el sofá, intentando estabilizarse a medida que me
hundía en su boca.
—Apuesto a que Maurice nunca hizo esto. Demasiado decoroso para follar
decorosamente, ¿verdad? —gruñí. Anna se echó hacia atrás, con saliva corriéndole
por la barbilla.
—Cállate, Sonny, y sigue follándome la boca.
—¿Estás lista para llevarme por la garganta?
—Más que lista —gruñó, con los ojos llenos de desafío e ira.

158

Santino y yo habíamos estado presionándonos cada vez más en los últimos


días. Desde que regresé a casa de mi noche con Maurice. Tal vez Santino había
intentado minimizar su enojo y celos por descubrir lo de Maurice y yo, pero lo
había tenido escrito en toda su cara. Me había sorprendido, especialmente porque
hasta ahora siempre había sido yo la que estaba celosa de la señora Alfera, la señora
Clark y la mujerzuela francesa. Se sintió bien haber invertido por una vez nuestras
posiciones.
Finalmente lo había llevado al límite. Con una mentira, o con una omisión
por la cual había confirmado sus suposiciones.
Mi clítoris aún palpitaba con los restos de mi orgasmo. Todo se sentía
hinchado y húmedo. Nunca pensé que podría sentir esta vehemencia durante un
orgasmo. Aún me costaba creer que Santino me hubiera dado sexo oral. Aunque
llamarlo así no le hacía justicia en lo más mínimo. Santino me había devorado, me
había hecho sentir sucia y adorada. Apenas me detuve de clamar al cielo como lo
había hecho la señora Clark hace mucho tiempo.
Su expresión era brusca cuando deslizó su polla en mi boca. Solo veía la
línea dura de su boca porque estaba inclinado sobre mí para tomar mi boca. Era
extraño tener la cabeza inclinada hacia atrás de modo que pudiera follarme la boca.
No era que no lo disfrutara, o que no lo habría disfrutado en otras
circunstancias, pero la tensión entre nosotros en este momento era tóxica, así que
sentí que me estaba castigando. Tal vez mi propio juego me estaba alcanzando
lentamente, y lo odiaba.
Santino inclinó la cabeza para poder mirarme a los ojos y sonreí
rápidamente alrededor de su longitud. Me devolvió una sonrisa engreída y aceleró
aún más. Extendió la mano, sus dedos rozando mi clítoris, que cobró vida de
inmediato. Su dedo jugueteó con mis pliegues, luego empujó un dedo dentro de mí
y comenzó a follarme con él fuerte y rápido, la palma de su mano presionando
contra mi clítoris.
Separé las piernas y cerré los ojos, entregándome completamente a mi
cuerpo, permitiendo que el placer me guiara y no permitiera que mis sentimientos
confusos por Santino se interpusieran en el camino.
Tenía problemas para respirar alrededor de su longitud y mi garganta 159
comenzó a dolerme por sus embestidas. Me atraganté en ocasiones, pero agarré
sus muslos para estabilizarme. No le admitiría que esto era demasiado para mí. No
me echaría atrás. Las palmadas del talón de Santino contra mi coño se mezclaron
con mi respiración agitada y mis arcadas sordas. Agregó un segundo dedo,
haciéndome estremecer brevemente. Afortunadamente, Santino no se dio cuenta y
pronto el placer desterró la punzada.
Mis músculos se contrajeron con fuerza alrededor de sus dedos y mi boca
se abrió para un grito lujurioso que terminó sofocado por su polla mientras se
hundía en mí aún más profundo solo para dejar escapar un gemido gutural. Algo
golpeó la parte posterior de mi garganta y mi lengua cuando se corrió de un lado a
otro con movimientos bruscos. Tragué rápidamente cuando se volvió demasiado.
Santino disminuyó la velocidad, luego se detuvo y sacó su polla de mí. Le
di una sonrisa tensa, mi boca llena con el último chorro de su semen. Un dolor
ligero golpeó entre mis piernas cuando sacó sus dedos. Me puse de pie y escupí el
resto de su semen en su vaso de Pernod sobre la mesa antes de ir al baño y cerrar
la puerta bruscamente detrás de mí.
Lágrimas ardieron en mis ojos, lo cual era absolutamente estúpido, porque
finalmente obtuve lo que quería. Me miré en el espejo. Mis labios estaban rojos e
hinchados, parte de mi rímel corrido y mi cabello era un completo desastre. Un
ruido sordo salvaje se extendía entre mis piernas. Aún estaba sensible y mis
pezones aún estaban erectos, mi cuerpo aún en modo orgasmo.
Me apoyé contra la puerta, mi cuerpo anhelando algo que probablemente
Santino nunca me daría, algo que debería querer de Clifford. Quería que me
envolviera en sus brazos, que me abrazara mientras dormía. Quería cosas que solo
podían ser mías temporalmente. Tal vez era mejor si nunca las experimentara en
primer lugar. Lo que Santino y yo teníamos era seguro, y cualquier cosa que
tuviéramos en el futuro sería placentero. Las emociones solo se interpondrían en
el camino, complicarían las cosas.
Me enderecé con un suspiro decidido. Agarré una toallita para limpiarme y
me congelé cuando salió rosa claro.
Me estremecí y luego cerré los ojos, apretando los labios para evitar que se
escapara un grito furioso. Solo podía esperar que Santino no se diera cuenta. No
quería que me ridiculizara por ser una virgen torpe.
Hice todo lo posible para convencerlo de lo contrario. Si hubiera sido por
Maurice, ya ni siquiera sería una. Esa noche nos habíamos besado mucho, nos
habíamos tocado a través de la ropa, pero no me atreví a hacer más. Él me deseaba,
pero no había sido capaz de sacar a Santino de mi mente. Sin importar cuántas
veces intentara convencerme de lo contrario, Santino era el hombre que quería en
este momento.
160
Respiraba pesadamente, mi cabeza colgando hacia adelante, mis bolas aun
palpitando por mi orgasmo. Esto había sido… maldita sea. Un paseo salvaje.
Follarle la boca a Anna, eso era algo que nunca olvidaría. No era lo que quería, no
lo suficiente, pero era todo lo que podía tener. Anna estaba tomada, y tenía que
lidiar con ello.
Abrí mis ojos. Anna aún estaba en el baño. Probablemente cabreada por
alguna razón. Miré a la puerta. Sentí el impulso irresistible de ir a ella. La quería
cerca. Con otras mujeres, quería alejarme de ellas lo más rápido posible una vez
que terminaba el sexo. 161
Pero aún añoraba a Anna, más de lo que acabábamos de tener, y no solo a
nivel físico. Era un idiota. Anna me veía como su juguete, como una forma
agradable de entretenerse hasta que tuviera que casarse con Cliffy. Era una
elección cómoda. Siempre estaba disponible y, como beneficio adicional, podía
chantajearme. Y era jodidamente seguro que era mejor que Maurice, de eso no
había duda.
Negué con la cabeza y arrastré mis ojos lejos de la puerta. No correría detrás
de ella sin importar lo mucho que la quisiera cerca. No me volvería más idiota de
lo que ya lo era. Tenía que trazar una línea en alguna parte.
Alcancé un pañuelo para limpiarme los dedos y la polla y me detuve cuando
el blanco se volvió rosado. Miré mis dedos y mi mirada se dirigió inmediatamente
a la puerta del baño.
—Mierda —gemí. Anna me la había jugado muy bien, me había hecho creer
en su pequeña farsa.
Maldición. La había follado con los dedos tan fuerte que le había quitado la
virginidad.
Me pasé una mano por el cabello. Debería decir algo. Me acerqué al baño.
—¿Anna? —llamé. Maldita sea. No solo la había follado con los dedos.
Prácticamente también le había follado la boca.
Iba a irme al infierno. No es que eso fuera una novedad, pero hoy había
cimentado un lugar acogedor en el infierno para siempre.
Anna no reaccionó.
—¡Anna, tenemos que hablar! —Me subí los pantalones y los cerré, pero
no me molesté en meterme la camisa—. Anna, vamos.
La puerta se abrió y salió en camisón. No llevaba maquillaje y, si no me
equivocaba, sus ojos estaban ligeramente rojos. Mi corazón se desplomó. La miré
fijamente, buscando algo que decir. Anna había jugado conmigo tantas veces, pero
sabía que las lágrimas que había llorado en el baño no eran falsas.
Me devané el cerebro buscando algo amable que decir, tal vez incluso
disculparme aunque ella había querido lo que habíamos hecho, prácticamente me
había seducido. Aun así, sentí que había hecho algo mal.
Me aclaré la garganta, haciendo que mi voz fuera tan suave como era capaz,
cosa que aún no fue mucho. Ser amable no era mi punto fuerte.
—Deberíamos hablar.
Me empujó al pasarme.
162
—No estoy de humor para hablar. Me diste lo que quería, ahora quiero
dormir.
Se alejó rápidamente y entró en su habitación antes de que tuviera la
oportunidad de decir otra palabra, luego cerró la puerta audiblemente.
Permanecí donde estaba por un tiempo. Una parte de mí quería seguirla,
pero ¿qué se suponía que debía decir?
Y tal vez era mejor si no la buscaba ahora porque también estaba enojado.
Enojado porque había pretendido ser algo que no era. Si hubiera sabido que no
había hecho nada con Maurice, tal vez habría podido mantener mi escaso control.
Maldición, ¿a quién estaba engañando? Habría cedido eventualmente.
Decidí esperar hasta la mañana para confrontar a Anna nuevamente. Ambos
necesitábamos tiempo para aclarar nuestras mentes.
Por supuesto, no pude conciliar el sueño esa noche. Todo en lo que podía
pensar era en Anna acostada en su cama, y posiblemente llorando. Quería
protegerla. A lo largo de los años, mi deber se había convertido en un impulso
profundo. Quería mantenerla a salvo, incluso si lograba hacerme querer matarla la
mitad del tiempo.
Debo haberme quedado dormido cuando escuché pasos en el pasillo. Mis
ojos se dirigieron a la puerta, que se abrió un segundo después. El cuerpo esbelto
de Anna apareció en la puerta. Se apoyó en ella, contemplándome. La luz de la
calle me permitió distinguir algo más que contornos.
—No puedo dormir —dijo. Su voz sonó tranquila y serena.
Me senté, las sábanas amontonándose en mi cintura.
—Tampoco puedo dormir. —El silencio se instaló entre nosotros—.
¿Quieres hablar?
Anna asintió y entró. Se sentó en la cama, y levanté las sábanas, sin siquiera
pensando en ello. Parecía que necesitaba que la consolaran y quería ser yo quien
lo hiciera. No pude luchar contra eso. Quería tenerla cerca incluso si estaba 163
cabreado.
Una sonrisa muy breve cruzó su rostro, no su sonrisa provocativa o
desafiante habitual, fue una pequeña sonrisa dulce, una que hizo que mi pulso se
acelerara de una manera que nunca lo había hecho por una mujer. Se deslizó debajo
de las sábanas y se sentó a mi lado con la espalda contra la cabecera. Entonces me
miró. No dijo nada, solo me observó. Casi me incliné hacia adelante y la besé de
nuevo. Tenerla en mi cama seguramente conduciría a más eventos desafortunados.
—Debiste haberme dicho la verdad y no pretender tener experiencia.
—¿Quién dice que no tengo experiencia? —preguntó con altivez.
Encendí la lámpara de la mesita de noche, queriendo ver la expresión de su
rostro.
—Anna, deja de jugar. Había sangre en mis dedos.
Su mirada se apartó y la insinuación de un rubor viajó por su garganta. Anna
rara vez evitaba el contacto visual. Siempre sostuvo mi mirada sin importar lo
furioso que estaba. Admiraba eso de ella. Era dura e inteligente, incluso astuta, lo
que me había hecho olvidar que solía ser una chica sensible. Había aprendido a
ocultar ese lado de ella a lo largo de los años. No era del todo inocente acerca de
ese desarrollo.
Se encogió de hombros como si fuera irrelevante.
—Nunca he estado con Clifford, ni con Maurice, ni con nadie. Lo que pasó
entre nosotros anoche fue lo máximo que he hecho. Siempre quise que fueras tú
quien me besara, me tocara… —Se encogió de hombros una vez más—. Y
conseguí lo que quería.
Me quedé totalmente inmóvil.
—Ahora lo sabes —dijo.
—Anna, maldita sea —gruñí, concentrándome en mi ira. Su admisión causó
estragos en mis entrañas—. Debiste haberme dicho antes.
—No cambia nada.
—Cambia las cosas.
—No es así. No le des tanta importancia. No lo hago. Solo quiero
divertirme, y sé que dormir contigo será divertido.
—Tiene mucha importancia. Y no nos acostamos, y no lo haremos.
Mierda, pero quería hacerlo. Quería olvidar mis deberes y los de Anna, y
solo escuchar mi cuerpo. Y mi corazón. 164

—¿Qué hay de follar? Así es como lo has llamado hasta ahora.


—Si tomo tu virginidad, no lo haré follándote. Todo lo que siga después
será follar.
¿De verdad acabo de sugerir desflorarla? Debería pedirle a Anna que se
levante de mi cama y trate de volver a una distancia cortés apropiada. Pero,
¿cuándo habíamos logrado manejar una distancia cortés?
—¿Habrá más de una vez? —preguntó, inclinando su cuerpo hacia mí. Olía
a Yasmine y… a mí. Esta realización selló mi destino. La posesividad y el deseo
me inundaron.
—Ni siquiera habrá una —mentí, incluso cuando mi cuerpo cobró vida,
imaginé haciéndola mía al menos temporalmente. Ninguna otra mujer me había
hecho sentir tal cantidad de emociones, y nada menos que con tanta intensidad.
Con Anna, la vida era una montaña rusa. Con ella no extrañaba mis días como
Ejecutor, nunca sentía aburrimiento.
—No pareces convencido —dijo.
—Porque no lo estoy —admití.
—Bueno, aún podrías volver a follarte a la mujerzuela francesa si no te
gusta mi desempeño.
¿De qué carajo estaba hablando?
—No me importa tu desempeño y por lo que presencié hace unas horas,
diría que será sobresaliente, pero déjame dejar algo en claro, no me follé a
Veronique ni a nadie más desde que llegamos a París.
—¿Por qué no? —preguntó.
Entrecerré los ojos.
—Anna, no te hagas la tonta. Eres demasiado inteligente para ser
convincente.
—¿Por qué no? —repitió esta vez con más firmeza.
—Maldita sea, por tu culpa. Estás en mi cabeza y no puedo sacarte. Te deseo
como nunca he deseado nada en mi vida.
—Me gusta cómo suena eso —susurró, sonriendo levemente, y se inclinó
más cerca. Me miró y mi mirada se demoró en sus labios. En los labios que me
habían dado placer ayer por la noche. Al verla ahora, sin maquillaje y sonriendo
dulcemente, no podía imaginarme follándole la boca, pero sabía que había otra
Anna. Las quería a las dos. La buena chica Anna, y la traviesa Anna.
165
—Quiero esto. Nos quiero, en este momento en el tiempo. Como dije, no
estoy obligada a permanecer virgen.
—Estoy seguro de que tus padres no estarían de acuerdo con esto. —Como
si aún importara. Lo que ya había pasado entre Anna y yo era suficiente para que
Dante me matara. Dudaba que pudiera diferenciar entre follarme la boca de Anna
o su coño. De cualquier manera era un hombre muerto. No pude resistir más y pasé
mi palma por su brazo y espalda. Anna se presionó contra mí inmediatamente, con
una mano en mi pecho.
—Ambos somos adultos. Si queremos divertirnos, entonces ese es nuestro
asunto. Santino, no te hagas el noble.
—No lo soy —dije con una sonrisa. ¿De verdad pensaba que algo de mí era
noble? ¿Después de lo que había pasado anoche?—. Pero ninguno de los dos
actuamos como adultos responsables cuando estamos juntos. Necesito fingir que
al menos me atengo a las reglas. Pareces perder cualquier sentido de
autoconservación a mi alrededor.
Mierda. Le follé la boca y le metí el pulgar en el culo antes incluso de tomar
su virginidad. Tenía un boleto de primera fila al infierno.
Frunció los labios.
—¿Qué se supone que significa eso?
—Mantuviste la farsa de tener experiencia solo para probar un punto.
No dijo nada. Ojalá supiera lo que estaba pensando de verdad sobre lo que
pasó entre nosotros. Acercó nuestros rostros entonces.
—No te lo dije porque sabía que habría reforzado tu voluntad de seguir
siendo profesional. No habrías perdido el control si tu vena protectora hubiera
ganado.
Negué con la cabeza. Me tenía envuelto alrededor de su dedo meñique.
—Estoy bien, de verdad.
—Lloraste. —Aún me sentía un poco enfermo al pensar en eso.
De hecho, puso los ojos en blanco.
—Por nuestras peleas constantes, porque sentías que querías castigarme por
estar con Maurice.
—No porque fingiste haberte acostado con Maurice. Seré honesto, odié la
idea de que él estuviera contigo, pero no fue por eso que te follé la boca con enojo
ayer. Simplemente estaba harto de tu provocación, pero sobre todo estaba enojado
conmigo por mi incapacidad para mantener la calma y resistirte.
—Está bien —dijo simplemente. 166

—Aún no puedo creer que ayer fue la primera vez. —Que alguien folló tu
boca. Con Anna sonriéndome tan dulcemente, ni siquiera pude decir las palabras,
y mucho menos dejar que las acciones siguieran.
Se agachó hasta que apoyó la barbilla en mi pecho, con una sonrisa burlona
jugando en sus labios.
—¿Mi primera vez con una polla en la boca?
La traviesa Anna había vuelto y, maldita sea, la había echado de menos.
—Una polla en tu boca, y dedos en tu culo y tu coño.
—He tenido antes dedos en mi coño. —Se tocó el labio superior con la
punta de la lengua, obviamente disfrutando de mi reacción facial, la pequeña
zorra—. Míos. Los tuyos fueron un poco mejores.
—Un poco, ¿eh?
Se encogió de hombros, y luego se incorporó sobre los codos. Su rostro se
cernía frente a mí.
—Quiero pasar la noche aquí.
Sabía que si pasaba la noche aquí, no solo estaríamos durmiendo, pero hoy
había perdido la pelea. Quería más. Tomé su rostro entre mis manos y la acerqué
más hasta que nuestros labios se presionaron uno contra el otro. Anna se inclinó
inmediatamente hacia el toque, su cuerpo relajándose contra el mío. Su suavidad
contra mis músculos duros fue una sensación que memorizaría para siempre.
—Si te quedas, sabrás lo que sucederá.
—¿Qué? —susurró contra mis labios, pero su mano ya viajaba hasta mi
cinturilla, donde encontró mi pene armando una tienda en la tela.
La besé de nuevo.
—Te haré mía. No dormirás.
—No quiero dormir. Te deseo.
Nos di la vuelta, presionando entre sus piernas a medida que la besaba con
más fuerza. Cualquier cosa que pasara esta noche, aún podría arrepentirme
mañana. Ya había perdido una vez el control. Deseaba a Anna, la quería antes de
que nadie más pudiera tenerla. La quería antes de que Clifford la consiguiera.
Mierda, simplemente la deseaba.
Anna envolvió sus piernas alrededor de mi cintura y presionó su coño contra
mi polla a través de nuestra ropa. Empezó a empujar hacia abajo mis pantalones
de chándal y le permití hacerlo levantando mis caderas y poniéndome de rodillas. 167
No estaba usando calzoncillos, así que mi pene saltó libre. Envolvió sus dedos
alrededor de él, dándome un par de caricias firmes. Alcanzó sus pantalones de seda
y también los empujó hacia abajo, luego intentó jalarme hacia ella. Me agaché
despacio, contemplando la urgencia en el rostro de Anna.
Alcanzó mi polla y la guio hasta su abertura. Parecía ansiosa por terminar
con esto. ¿Le preocupaba que cambiara de opinión? Nada en este planeta me habría
hecho cambiar de opinión ahora. Mi punta se deslizó sobre su abertura, que estaba
resbaladiza pero no tan húmeda como quería, y ahogué un gemido por lo bien que
se sintió el contacto breve.
—¿Por qué el apuro? —murmuré a medida que pasaba mis labios por su
clavícula y garganta. No es que no estuviera ansioso por follarla, pero ella ya había
sangrado con dos dedos, así que dudaba que empujar mi polla dentro de ella sin
mucha preparación fuera una buena elección—. Tenemos toda la noche.
—¿Por qué desperdiciarla en mi primera vez cuando podríamos tener sexo
muchas veces? —dijo con su característica sonrisa burlona.
Llevé mi mano entre nuestros cuerpos, acariciando su carne sensible, mi
pulgar dibujando círculos pequeños en su clítoris. Me besó con impaciencia.
—Estoy lista. Quiero esto. No te contengas solo porque creas que tienes que
hacerlo. Trátame como lo harías con cualquier otra mujer.
Pero no era como cualquier otra mujer.
La besé y luego seguí sus demandas cuando enganché su pierna sobre mi
cintura y me acomodé entre sus piernas, mi punta presionando su abertura. Sabía
que esto no iba a funcionar, pero si Anna quería algo, no se detendría hasta
conseguirlo.
Mecí mis caderas, empujando mi punta dentro de ella. Hizo una mueca, sus
uñas clavándose en mis brazos. Su expresión se tornó de dolor y su cuerpo se tensó
no solo visiblemente. Sus paredes me exprimieron la vida, lo que me provocó una
mezcla de placer intenso y una incomodidad leve.
—Te lo dije.
Frunció el ceño.
—No seas un sabelotodo ahora. —Soltó un suspiro y luego negó con la
cabeza—. Está bien, tenías razón, pero pensé que sería fácil porque tus dedos ya
hicieron la mayor parte del trabajo ayer.
Sonreí irónicamente.
—Mi polla es más grande que dos dedos.
168
—Sí.
No podía fingir más. Y no quería que lo hiciera. Anna aún quería probar un
punto, mostrarme que era toda una mujer. Pero ahora era mi turno de demostrarle
que era un hombre que se aseguraría de que la chica con la que estaba disfrutara
del viaje. Salí de ella lentamente.
—Sé que te gusta que las cosas salgan a tu manera, pero ahora es mi turno
de tener el control, y tú seguirás mi ejemplo. Sin más argumentos. Por una vez
harás lo que te digo.
—Sí, señor —dijo con una risita.
Me reí y luego me levanté sobre mis codos. La ayudé a sentarse antes de
deslizar su camisola por su cabeza, revelando sus senos preciosos. Bajé la cabeza,
atrapando un pezón entre mis labios. Suspiró, su mano acunando mi cabeza a
medida que adoraba su pecho. Su piel era suave y olía maravillosamente. No podía
tener suficiente de eso, de ella. De sus gemidos, sus contracciones. Lamí un rastro
sobre su otro seno, dándole la misma atención que le di al primero.
Mi polla se frotó sobre las sábanas furiosamente, lamentando la pérdida de
la estrechez de Anna, pero mierda, cumpliría mi palabra y le daría un momento
maravilloso. Arrastré mi mano por su vientre, sobre su triángulo marrón hasta su
coño. Sus labios estaban resbaladizos por la excitación, mucho más que antes, y
separé sus piernas para tener un mejor acceso. Mis labios encontraron los suyos
para un beso profundo al mismo tiempo que comenzaba a acariciarla lentamente,
tomándome mi tiempo de verdad para hacerla sentir cada caricia. Los ojos de Anna
rebosaban de deseo mientras me miraba a los ojos. Sus mejillas estaban sonrojadas
y estaba empezando a sudar a medida que nuestros cuerpos obtenían calor de
nuestra cercanía. Froté un dedo por su apertura sensible, y ella respondió con una
inclinación, buscando penetración. Seguí provocándola, mis dedos rozando sus
pliegues y su apertura ligeramente.
Entonces, finalmente deslicé mi dedo medio dentro de ella en tanto mis
otros dedos presionaban contra sus pliegues, masajeándolos. Se aferró a mis
brazos, su respiración cada vez más laboriosa. La follé lentamente, saboreando el
momento. Ayer no había hecho lo suficiente. Bajé mi boca a su pezón duro una
vez más, jugueteando con mis labios y mi lengua, mientras mis embestidas
aceleraban. Anna me recibió empuje tras empuje, desesperada por liberarse.
Agregué un segundo dedo y disminuí la velocidad brevemente hasta que se
relajó a mi alrededor. Ahora Anna estaba cerca, su cuerpo tenso como la cuerda de
un arco a medida que se acercaba al borde. Presioné mi pulgar contra su clítoris
cuando empujé dentro de ella y Anna se arqueó, sus ojos cerrándose cuando gritó.
Levanté la cabeza para mirarla, pero nunca detuve mis dedos que ahora se
deslizaban dentro y fuera de ella con facilidad. Cuando se quedó quieta, yo también
me detuve y saqué mis dedos suavemente. Esta vez no hubo sangre. Sonreí y me 169
cerní sobre ella nuevamente. Trazando mi nariz a lo largo de su mejilla, aspiré su
esencia una vez más. Ahora olía aún más embriagador, más dulce y más parecido
a mí.
Casi mía.
Nos besamos durante unos minutos, nuestras piernas entrelazadas, nuestros
cuerpos sudorosos pegados uno contra el otro. Mi polla estaba anidada entre sus
muslos, mi punta deslizándose a lo largo de su clítoris mientras mecía mis caderas.
Gimió suavemente.
—Intenta otra vez.
Me reí de su impaciencia, luego negué con la cabeza.
—Aún no. No hay necesidad de apresurar esto, créeme. Quiero tu cuerpo
desesperado por más, listo para tomar todo de mí.
—Estoy lista para tomarlo todo —murmuró obstinadamente.
—¿Qué te dije?
—¿Ser una buena chica y obedecer?
Cerré los ojos con un gemido, y luego negué con la cabeza.
—¿Qué se supone que debo hacer contigo?
—Tomarme.
Me reí de nuevo, luego abrí los ojos y bajé por su cuerpo hasta que me
instalé entre sus piernas abiertas.
—Pronto, pero primero… —Besé los labios hinchados de su coño y luego
rocé su clítoris con la punta de mi lengua—… esto.
Le di la bienvenida a la salinidad sutil mientras arrastraba mi lengua sobre
su coño hinchado. Estaba un poco rojo y dolorido por mi dedo y mi punta. Presioné
mi mejilla contra la parte interna de su muslo, bajando la cabeza cómodamente
antes de comenzar a lamerla. Anna aún estaba sensible por su orgasmo, así que me
tomé mi tiempo. Esta vez no la devoré con furia. La saboreé como mi última
comida, y fui recompensado con gemidos e incluso más excitación. Pronto, incluso
yo no pude contenerme más, demasiado desesperado por finalmente tenerla.
Volví a subir, busqué un condón en mi cajón y lo hice rodar por mi polla
antes de ponerme encima de Anna.
—¿Fui lo suficientemente buena para ser recompensada? —preguntó.
—Más que buena —respondí en voz baja, luego agregué bruscamente—.
Quiero tu verdadero ser. Sin pretensiones, sin juegos. Sé tú cuando estoy en ti.
Dame la verdadera Anna. 170
Tragó pesado, pero se suavizó aún más. Me incliné para otro beso y moví
mis caderas, deslizándome dentro de ella. Se sintió como la perfección, y tan
húmedo como estaba su cuerpo me dio la bienvenida de buena gana. Cuando se
tensó, fui aún más lento, permitiendo que su cuerpo se adaptara.
Cuando me hundí completamente en ella, nos miramos el uno al otro,
nuestra respiración laboriosa. Esto se sintió correcto de una manera que nunca sería
capaz de expresar con palabras.
Anna nunca me quitó los ojos de encima cuando comencé a moverme dentro
de ella, al principio lento y controlado, pero pronto me contuve menos, dejando
que sus gemidos guiaran mis movimientos. Algunos mechones se aferraban a su
frente sudorosa y agarró mis bíceps cada vez que empujé en ella.
Sus caderas se elevaron para recibir mis embestidas con gemidos sin aliento
que sonaron como música para mis oídos. Pronto mi control comenzó a fallar y, a
pesar de los gemidos de Anna y su entusiasmo, me di cuenta de que no volvería a
correrse, así que me solté, permitiéndome concentrarme realmente en la sensación
de sus paredes alrededor de mi polla.
Cuando me corrí, su agarre sobre mí se hizo más fuerte y presioné mi nariz
contra su garganta a medida que sucumbía a una ola de placer. Anna pasó sus dedos
por mi cabello, sus uñas arañando mi cuero cabelludo de una manera que envió
otro escalofrío agradable a través de mi cuerpo incluso cuando mi polla aún se
contraía salvajemente dentro de ella. Esto había sido… guau.
Cuando me relajé, Anna también lo hizo. Soltó una pequeña sonrisa feliz,
sonando casi aliviada, lo que me hizo reír a mi vez. Levanté la cabeza con una
sonrisa sardónica.
—¿Alegre de que haya terminado?
Sonrió con esa sonrisa descarada que normalmente despreciaba, pero ahora
encontré casi entrañable.
—Lejos de eso.
—Bien —dije con voz áspera. Porque ahora no había forma de que pudiera
alejarme de Anna.

171
Santino salió lentamente y se sentó en cuclillas. El condón que llevaba
estaba manchado de sangre, lo que me hizo sentir cohibida. Por alguna razón, aún
sentía que tenía que probarme ante Santino.
Se quitó el condón y se levantó. Salió de la habitación sin una palabra, y
luego escuché el sonido de la papelera abriéndose y cerrándose otra vez.
Ahora no estaba segura de qué hacer. ¿Debería levantarme e ir a mi
habitación? Habíamos tenido sexo, ¿pero eso significaba que me quedaría a pasar
la noche? ¿O eso haría las cosas demasiado personales?
172
Por otro lado, habíamos tenido sexo. ¿Podría ser más personal que eso? A
nivel físico, no, pero emocionalmente, definitivamente. Y eso era algo que ni
Santino ni yo queríamos… o no podíamos arriesgarnos. Mis emociones
definitivamente estaban dispersas en este momento, pero estaba bastante segura de
que Santino podía manejar muy bien el sexo sin desapego emocional, como lo
demuestran sus aventuras pasadas con mujeres casadas.
Cuando Santino regresó con una botella de agua, aún estaba sentada en el
borde de la cama, dudando entre irme o quedarme.
Santino frunció el ceño.
—¿Ya te vas?
No podía leer las emociones en su rostro, lo que solo aumentó mi
incertidumbre. Odiaba esta sensación. Me encogí de hombros.
Santino se sentó a mi lado. Sin tocarnos. Extendió la botella.
—Deberías reponer líquidos.
—¿Por qué? ¿Has planeado alguna actividad atlética de la que no esté al
tanto? —bromeé y agarré la botella antes de tomar un gran trago.
Santino sonrió.
—Sí, tenía más actividades planeadas para la noche. —Su expresión no dejó
lugar a conjeturas. Aún estaba cachondo y listo para otra ronda.
Maldije mi cuerpo dolorido. Bajé la botella lentamente, considerando fingir
que mi coño no se sentía como si hubiera recibido una paliza. Pero al final, negué
con la cabeza. Necesitaba aceptar los límites de mi cuerpo, incluso si eso
significaba regresar a mi habitación y no disfrutar más este momento de cercanía
con Santino. De todos modos, era para mejor de todos.
—No creo que mi cuerpo pueda volver a hacerlo. Necesito un descanso.
Pude sentir mis mejillas arder ante mi admisión. Molestia por la traición de
mi cuerpo se apresuró a través de mí. Me encogí de hombros como si no importara.
Me puse de pie.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó, sus cejas frunciéndose.
—Pensé… —Mi cara se calentó aún más. Quise rugir de frustración. Hice
un gesto hacia la puerta—. Puedo regresar por la mañana cuando mi cuerpo esté
recuperado.
La expresión de Santino decía que estaba completamente loca.
—Es jodidamente seguro que no irás a tu habitación ahora. Pasarás la noche
en mi cama.
—¿En serio? —pregunté sorprendida, contenta de poder enmascarar mi 173
alivio—. ¿Siempre tienes pijamadas con tus amantes, incluso si no pueden ir a otra
ronda?
Frunció el ceño y se deslizó hacia atrás hasta que estuvo apoyado en su
almohada.
—Esto es diferente. Ahora vuelve a meterte en la puta cama.
Diferente ¿cómo? Quería preguntar, pero mantuve la boca cerrada. Volví a
meterme en la cama y me acurruqué de lado, mirando a Santino con cautela. Me
atrajo hacia él y me acurruqué inmediatamente contra él. No entendía lo que estaba
pasando o cuánto duraría, pero disfruté la sensación de Santino contra mí. Santino
pasó la palma de su mano por mi columna, tomándome con la guardia baja.
Podía ser un imbécil, pero en este momento no lo era. No es que no me
gustara su forma de ser imbécil, pero esta… esta versión considerada también era
agradable.
—¿Esto es porque tomaste mi tarjeta V?
—Ese término es completamente una mierda. Suena como si me hubieran
concedido acceso a un club VIP.
—Santino, es un club muy exclusivo —le dije—. Hasta ahora eres el único
invitado.
—Y así es como va a seguir —gruñó, aturdiéndome por completo.
—Ah, ¿sí? —Incliné la cabeza.
Los labios de Santino se apretaron y un músculo de su garganta se tensó.
—No voy a compartirte. Si quieres estar con otros, entonces esa es tu
decisión, pero entonces tendré que irme. No puedo quedarme de brazos cruzados
y mirar.
Tragué con fuerza.
—Santino —dije en voz baja. ¿Se había olvidado de Clifford? ¿O pensó que
cancelaría mi compromiso solo porque me acosté con él? No podía, incluso si una
parte de mí podría considerarlo.
—No estoy hablando de tu compromiso. Sé que te casarás en unos años.
Pero ahora mismo no estás atada a él. Y mientras no lo estés, quiero que seas mía.
Parpadeé.
—¿Quieres que seamos exclusivos? —Odiaba cómo mi corazón latía
salvajemente ante sus sugerencias, cómo las mariposas bailaban en mi vientre.
—Exclusivos —repitió entre risas—. Tal vez soy anticuado, pero solía 174
llamarse fiel.
—Pensé que fiel era para cuando las personas estaban en una relación real
con sentimientos emocionales profundos, no para lo que tenemos.
—Sexo sucio —dijo con una voz que no pude leer.
Me encogí de hombros y un silencio extraño se estableció entre nosotros.
Me aclaré la garganta.
—Pero quiero que tú también seas exclusivo. Si por ahora soy tuya, quiero
que tú también seas mío.
—Soy tuyo —dijo en voz baja.
Forcé una sonrisa. No estaba segura de por qué nuestra conversación se
sintió tan cargada de repente.
—Tendrás que ser mi sucio secreto.
—Anna, créeme, soy muy consciente de las limitaciones de nuestro vínculo.
No tengo intención de morir a manos de tu padre ni ser motivo de un escándalo
que perjudique a la Organización. Nuestro vínculo se limitará al dormitorio.
Por alguna razón, eso tampoco me sentó bien. Lo que quería y lo que podía
tener estaban en desacuerdo en este momento.
Se aclaró la garganta.
—¿Cómo te sientes?
Estuve segura por un momento que se refería emocionalmente, y esa habría
sido una pregunta que no podría haber respondido honestamente, pero luego su
mano acarició mi abdomen.
—Nada mal. Pronto estaré lista para más actos indecentes.
Debo haberme quedado dormida poco después porque cuando volví en mí,
el cielo se estaba volviendo gris afuera. Aún estaba en el brazo de Santino. Escuché
su respiración, pero pronto me di cuenta de que no sonaba como si estuviera
durmiendo.
—¿Estás despierta?
—¿No puedes dormir?
—Mmm.
—¿Esperas ansiosamente que esté lista para la segunda ronda? —bromeé.
Estar en los brazos de Santino se sentía íntimo y correcto. Me asustó un poco.
—Más que ansioso. 175

Me reí y luego levanté la cabeza de su pecho. Nuestras caras estaban cerca,


y su expresión se enfocó lentamente. No estaba sonriendo, pero su expresión era
más suave de lo habitual.
—¿No te preocupa tener sentimientos por mí si nos abrazamos toda la
noche? —Intenté romper el momento de ternura, preocupada de que me gustara
demasiado.
Golpeó mi trasero suavemente, haciéndome saltar. Cualquier tipo de
somnolencia se desvaneció en un abrir y cerrar de ojos. Levanté mis cejas.
—En serio desearía que tu boca también estuviera adolorida.
Le saqué la lengua.
—Tal vez necesitas follarme enojado otra vez como lo hiciste ayer.
Frunció el ceño. Ah, alguien estaba de mal humor. Fue casi entrañable lo
preocupado que estaba por mí.
—Anna. No me lo recuerdes.
Tracé sus pectorales con un dedo. Sonreí en secreto.
—No me digas que te sientes culpable porque era virgen.
Miró hacia el techo.
—Mierda. Debí haberme dado cuenta. Te conozco desde hace años. Pero
no actuaste como si no supieras lo que estabas haciendo.
—Quería impresionarte.
Niveló sus ojos marrones en mí.
—Lo hiciste. —Se detuvo—. Pero eso fue mucho para una primera
experiencia.
Mordí mi labio.
—Sí. Aprendí más de lo que esperaba. —Me reí nerviosamente. Odié el
sonido—. Especialmente tu pulgar en mi trasero.
Sacudió la cabeza.
—¿Estás bien con eso?
Me incliné, sonriendo.
—¿Qué pasa si digo que no?
No sonrió.
176
—¿Te disculparías por follarme la boca?
—Sabes lo mucho que odio cuando hablas así.
—Lo sé.
Gruñó, agarró mis caderas y me arrojó de espaldas. Luego se presionó entre
mis piernas y empujó mis brazos por encima de mi cabeza, sus dedos apretados
alrededor de mis muñecas. Sus caderas presionaron contra mí y su punta entró en
mí. Dejé de respirar, mi carne adolorida doliendo por la intrusión.
Se detuvo, su toque en mi muñeca volviéndose más suave.
—No te detengas —susurré.
Sacudió la cabeza con una risa baja. No salió, pero tampoco entró más. Su
pulgar acarició el punto de mi pulso mientras bajaba la cabeza y agarraba mi pezón
entre sus dientes. Me tensé y luego gemí cuando su lengua rodeó mi protuberancia
arrugada. Sus labios y lengua prodigaron mis pechos durante mucho tiempo, y en
la habitación solo se podía escuchar nuestra respiración entrecortada. Pronto se
estiró entre nosotros y guio su punta de un lado a otro sobre mi abertura y mi
clítoris. Jadeé ante los relámpagos de placer que irradiaron a través de mí ante la
presión firme contra mi protuberancia sensible.
Pronto estuve resbaladiza por la excitación y jadeando por más. Levantó la
vista de mis pechos.
—¿Quieres más?
—Todo —dije.
Su sonrisa se ensanchó, volviéndose más hambrienta y posesiva. Nos dio la
vuelta, haciéndome gritar de sorpresa cuando de repente me encontré encima de
él, a horcajadas sobre sus caderas. Su pene presionaba contra mi coño, su punta
clavándose en mi vientre con insistencia. Sus bolas presionadas contra mi coño, y
eso también se sintió extrañamente erótico.
Enderecé mi espalda, mis palmas presionadas contra sus abdominales
mientras lo miraba.
—¿Lista para montarme? —preguntó con una sonrisa obscena.
Mi núcleo se apretó. Superando cualquier nerviosismo que sintiera, levanté
mis caderas con una sonrisa en respuesta hasta que la punta de Santino se introdujo
entre mis pliegues. Me contemplaba como si fuera el centro del mundo, como si él
fuera todo lo que deseaba y eso me dio un impulso de confianza. Me bajé muy
lentamente. La punta de Santino atravesando mi abertura. Me tensé brevemente
ante la sensación de plenitud y dolor.
Humedeció su pulgar y comenzó a frotar mi clítoris, aunque estaba lo 177
suficientemente excitada. Aun así, disfruté la vista de su mano fuerte dándome
placer. Observé con los ojos entrecerrados mientras me frotaba suavemente. Mis
pezones estaban casi dolorosamente duros por la lujuria y me estiré y comencé a
tirar de ellos. Santino dejó escapar un gemido bajo que solo me animó. Tiré y giré
mis pezones a medida que rotaba mis caderas lentamente y bajaba hasta que su
polla se hundió completamente dentro de mí. Apreté y me quedé quieta, mi lengua
saliendo disparada para humedecer mis labios secos.
Santino jadeaba, sus abdominales contrayéndose y su expresión cargada de
deseo. Su pulgar frotó mi clítoris más rápido, y lo apreté de nuevo.
—Déjate llevar —dijo. No estaba segura de lo que quería decir, pero decidí
concentrarme en las sensaciones de él llenándome, de su pulgar rodeando mi
clítoris resbaladizo, de mis dedos tirando de mis pezones.
No moví mis caderas, solo permití que mis paredes se apretaran alrededor
de la circunferencia de Santino, y luego mi clítoris pulsó y la sensación recorrió
todo mi cuerpo. Grité, apretando aún más, y pellizcando mis pezones casi
dolorosamente a medida que me corría.
—Justo así —retumbó, acariciando mi clítoris suavemente mientras bajaba
de mi clímax. Dejé caer mis manos y me apoyé en su pecho, jadeando como si
hubiera montado en un rodeo. Amasó mis nalgas y apretó—. Ahora estás lista para
montarme.
Estaba más que lista. Si es posible, mi orgasmo me había puesto aún más
cachonda. Me sentía demasiado estimulada y lista para correrme de nuevo. Era una
sensación electrizante de la que no podía tener suficiente. Con mis manos aún
presionadas contra su pecho, comencé a levantar mis caderas lentamente, dejando
que la polla de Santino se deslizara casi por completo fuera de mí, antes de volver
a hundirme. Pronto aceleré el ritmo y agregué rotación, hasta que la expresión de
Santino se retorció con lujuria.
—Me gusta sentir que tengo el control sobre ti —gruñí a medida que me
apretaba alrededor de él, haciendo que dejara escapar un gemido áspero.
Me dio una mirada que no entendí y sus dedos en mis nalgas se apretaron.
Me incliné, atrapando sus labios para un beso. Acunó mi cabeza, profundizando el
beso sin dudarlo.
Me encantó cómo su pelvis frotó mi clítoris en esta posición.
Esto se sintió más intenso, pero también más cercano. Durante mucho
tiempo, Santino y yo solo nos miramos a medida que mis caderas se movían
lentamente.
—Dijiste que solo follaríamos cada vez que lo hiciéramos después —
susurré con dureza—. Esto aún no se siente como follar. 178

Un brillo de complicidad llenó sus ojos antes de que una comisura de su


boca se elevara en una sonrisa arrogante.
—No te preocupes, puedo darte todas las folladas que quieras.
No estaba segura de que era lo que quería, no todo lo que quería, pero era
con lo que tenía que conformarme.
Agarró mis caderas y comenzó a empujar hacia arriba con estocadas duras
y profundas que resonaron a través de mi cuerpo como un terremoto. Dolió y se
sintió increíblemente bien al mismo tiempo.
Apreté sus antebrazos, necesitando estabilizarme mientras él se estrellaba
contra mí una y otra vez, sus pectorales y abdominales tensos por el esfuerzo, su
expresión dura y lujuriosa.
—Dime si es demasiado —gruñó.
Asentí, pero no le diría, porque este sexo duro, este lado de Santino era más
seguro para mi corazón, y quería proteger esa parte de mí más que mi coño
dolorido.
Cuando se corrió unos minutos más tarde, me llevó al borde con él y me
desplomé sobre su pecho sin aliento. Su corazón latía furiosamente bajo mi cabeza
y el mío igualaba al suyo en intensidad. Sus manos se deslizaron desde mis caderas
para acariciar mi espalda y me permití disfrutar de la sensación antes de
enderezarme. A estas alturas ya era de día afuera. Miré el reloj en la mesita de
noche de Santino.
—Tengo que prepararme para las clases.
Asintió.
Me bajé de él. Se quitó el condón.
—¿Quieres que lo arroje? De todos modos me dirijo al baño.
—Lo pondré en la papelera de la cocina.
Asentí, luego agarré mi ropa del suelo y corrí hacia el baño. Cuando entré
en la ducha y permití que el agua tibia masajeara mi cuerpo adolorido, estaba
desgarrada. Estaba extasiada por lo que había sucedido, pero al mismo tiempo me
preguntaba cómo lo haríamos funcionar. Sexo sin apego. Compromiso con fecha
de validez. ¿Exclusividad o fidelidad?
Quería más de lo que Santino y yo habíamos tenido, pero sabía que a veces
más era demasiado.
179
Cuando escribí mi correo electrónico diario a Dante y Valentina la mañana
después de haberme acostado con Anna, aún sentía incredulidad por lo que había
sucedido.
Habíamos follado. Dos veces.
Le había quitado la virginidad y le había pedido exclusividad, como ella lo
expresó. No estaba seguro de lo que me había pasado. Nunca me había importado
si alguna de las mujeres con las que había estado se había acostado con otros.
Después de todo, habían estado casadas. ¿Pero con Anna? La mera idea de que
pudiera estar con otra persona me hizo querer matar a esa persona. 180

Solo la idea de que algún día sería de Cliffy me hizo querer matar al hijo de
puta ahora mismo.
Una parte de mí consideró confesárselo todo a Dante. No porque estuviera
intentando ser noble y sincerarme con mi Capo. Simplemente esperaba que
decidiera cancelar el compromiso de Anna con Clifford.
Por supuesto, el instinto de conservación y la racionalidad me hicieron optar
por mentir. Cuando se casara con Clifford en unos años, probablemente ella y yo
habríamos perdido el interés el uno por el otro. Arriesgar su reputación y mi vida
solo porque estaba obsesionado ahora con ella era absolutamente idiota.
La esperé en el auto frente a su escuela de moda como de costumbre, pero
esta vez cuando se sentó en el asiento del pasajero, nuestra interacción fue tensa.
Por lo general, ella decía algo provocador y yo respondía a mi vez, pero esta vez
solo sonrió tensa y tampoco se me ocurrió nada ingenioso. Mierda, esta era la
primera vez que actuaba como un idiota con una mujer después del sexo.
Arranqué el auto, feliz por el sonido del motor. No hablamos en todo el
viaje en auto. Una vez de vuelta en nuestro apartamento, preparé un café fuerte
para nosotros.
Se aclaró la garganta.
—Esto no me gusta. Quiero que las cosas vuelvan a ser como eran antes de
que tuviéramos sexo.
Pensé por un momento que quería que volviéramos a no tener sexo, y
definitivamente no estaba a favor de eso.
Puso los ojos en blanco. Supuse que mi expresión debía haber delatado mis
sentimientos.
—Nuestras indirectas y bromas. No quiero que se vuelva incómodo entre
nosotros solo porque tenemos sexo regularmente.
—¿Tenemos sexo regularmente?
—Espero que ese sea el caso. ¿Tú no?
La atraje contra mí.
—¿Tienes que preguntar?
Me dedicó una sonrisa.
—Entonces, ¿está todo arreglado? ¿Actuamos como solíamos hacerlo, pero
con la ventaja añadida del sexo regularmente?
—Por mí está bien —dije arrastrando las palabras, deslizando mi mano por 181
su falda y dentro de sus bragas. Empecé a tocarla—. Tal vez deberíamos definir
regularmente —murmuré, disfrutando la sensación de Anna poniéndose
resbaladiza entre mis dedos.
—Diariamente —dijo sin aliento.
—Diariamente —coincidí antes de levantarla sobre la mesa para facilitar el
acceso a su coño.
Después de una ronda de sexo en la cocina, cenamos, antes de optar por una
segunda ronda en la cama.
Eran casi las nueve cuando nos relajamos uno al lado del otro, ambos
sudorosos y exhaustos por una sesión particularmente larga e intensa en la que
tomé a Anna al estilo perrito.
Bostezó.
—¿Cansada?
—Anoche no dormí mucho, ¿verdad?
—¿Esperaba que fuera de la misma manera esta noche?
Sacudió la cabeza con una carcajada.
—No puedo ir a otra ronda. Estoy demasiado cansada, y mañana necesito
estar en forma. Recibimos nuestra asignación del primer semestre en diseño de
moda ingenioso. Representará un tercio de nuestra nota del curso.
—Estoy aquí si cambias de opinión —dije mientras cruzaba los brazos
detrás de mi cabeza.
La expresión de Anna cambió, pero no estaba seguro de por qué. Se
incorporó y se deslizó hasta el borde del colchón.
—¿Qué estás haciendo?
Se rio como si la respuesta fuera obvia.
—Me voy a la cama.
No dije nada. Pensé que pasaría la noche allí y ahora que no lo hacía me
sentía… decepcionado.
—Dormir en la misma cama solo lo hará incómodo, ¿verdad? —Se rio de
nuevo.
—Probablemente.
—¿Cómo hacías con las otras mujeres?
No me gustaba especialmente hablar de otras mujeres con Anna. Se sentía
extrañamente irrespetuoso, lo cual era una completa tontería considerando que me 182
había atrapado en el acto.
—Compartían sus camas con sus esposos, así que el tema nunca salió a la
luz.
Se encogió de hombros.
—Aún no tengo esposo, así que en teoría podríamos compartir una cama, si
eso es algo que quieres.
—¿Tú qué quieres?
Ninguno de los dos quería dar el primer paso.
—Estoy bien de cualquier manera.
—Yo también.
Asintió resueltamente y luego se levantó.
—Supongo que entonces me iré a mi cama. Será más fácil mantenerlo
simple y sin complicaciones, ¿cierto?
—Cierto.
Recogió su albornoz del suelo y se dirigió a la puerta.
Gruñí, jodidamente cansado de nuestros juegos.
—Para.
Se giró con las cejas arqueadas.
—¿Qué?
—Vuelve a la cama.
—¿Por qué?
—Vuelve. A. La. Jodida. Cama.
Puso los ojos en blanco, pero se apresuró a regresar y prácticamente saltó
debajo de las sábanas.
—Está bien. No te enojes.
Extendí mi brazo y Anna se presionó contra mí.
—Tal vez tenemos que discutir algunas reglas adicionales en nuestro
romance. —Llamarlo romance no me sentó nada bien, pero no tenía ni idea de
cómo llamarlo. No estábamos en una relación. No podías entablar una relación con
una fecha de culminación establecida. Y no era del tipo de hombre que tenía
relaciones, nunca lo había sido.
—¿Qué reglas? —preguntó en voz baja que podía sentir en todas partes. 183
Incluso si las palabras dolían, tenía que decirlas.
—Que nunca olvidemos que eres de Clifford. No mía.
—No lo olvidaré, no te preocupes —dijo en voz baja—. Pero esto puede ser
tuyo, este momento, y tantas noches como podamos tener hasta que me case.
—No solo las noches, Anna. Si empiezo a follarte, querré hacerlo cada hora
del día.
Me dio una mirada de advertencia.
—Te dije que no puedo hacerlo de nuevo esta noche. No sé de dónde sacas
la energía. Eres diez años mayor. ¿Esto es algo de los hombres?
—Es una cosa mía. Soy el móvil perpetuo en forma humana.
—¿Podrías ser más engreído?
Sacudió la cabeza con una carcajada y luego me golpeó el pecho.
—Puedo intentar.
—Estuvimos de acuerdo en que sea diario, no por hora.
—No he dejado una impresión duradera.
Entrecerró los ojos de una forma que cada día me resultaba más divertida.
—Sabes que eso no es cierto, pero no esperes que acaricie tu ego.
Suspiré.
—Me he encontrado una chica dura.
Se quedó en silencio, y me di cuenta de cómo debe haber sonado eso.
—Esto tiene que terminar una vez que estemos de vuelta en Chicago —
susurró—. Sin importar cuándo sea eso. No podemos seguir con esto a espaldas de
mi familia. Es diferente mientras estamos tan lejos.
—Sí —dijo Santino—. Tu padre me mataría.
—Entonces, ¿ambos estamos de acuerdo en que esto solo puede continuar
mientras estemos en París?
—Absolutamente. —No mencioné que de todos modos renunciaría como
su guardaespaldas al momento en que volviéramos. Cuando le pedí a Dante este
favor fue por otras razones, pero ahora me alegraba de tener la opción de poner
distancia entre Anna y yo una vez que volviéramos.
Se mordió el labio inferior de una manera que hizo que mi polla se
contrajera. Levanté una ceja.
Se inclinó hacia adelante, susurrando: 184

—Tal vez podría ir por otra ronda si haces lo que hiciste la primera vez que
nos portamos mal.
—Tienes que ser más específica. —No podía querer decir que le follara la
boca porque su reacción después de eso en realidad no había pedido a gritos que
repitiera la actuación, razón por la cual no la había dejado volver a hacerlo desde
entonces.
Acarició mi pecho y luego más abajo, sus uñas jugueteando con las crestas
de mis abdominales y la parte interna de mis muslos de una manera demasiado
distractora.
—Fue un poco sexy, tenerte sobre mí de esa manera, tomando mi boca,
siendo todo dominante y enojado.
La sangre se disparó en mi polla cuando las imágenes de esa primera noche
revolotearon en mi cerebro.
—No digas algo así.
—¿Por qué no?
—Porque me da todo tipo de ideas para las que no estás preparada.
—Estoy más que lista. Te dije. Pensé que fue sexy.
—Después desapareciste en el baño para llorar.
—No sabes que lloré.
—Tus ojos estaban rojos e hinchados. Estoy jodidamente seguro de que no
haré algo que provoque ese tipo de reacción tuya, cherie.
Pareció sorprendida. Por una vez no había dicho cherie para enojarla.
También había oído la diferencia.
—Me gusta cuando me llamas cherie como si lo dijeras en serio.
Lo dije en serio. También lo había dicho así antes, incluso si lo hubiera
escondido detrás de burlas y sarcasmo. Anna me había molestado mucho en el
pasado, y aún lo hacía la mayoría de los días, pero con el tiempo comprendí que
me gustaba.
—Lo digo en serio. Pensé que fue sexy. Corrí al baño después porque quería
ser más que una follada enojada.
—Nunca podrías ser solo una follada enojada y lo sabes. —Nuestros ojos
se encontraron, y de repente esto se sintió demasiado íntimo. No habría aguantado
tanto como lo hice con ninguna otra persona. Me preocupaba por Anna, maldita
sea demasiado, lo cual era el problema principal de mi existencia. Agregar sexo a
la mezcla era un riesgo. Nunca me había enamorado de una mujer con la que me 185
hubiera acostado, pero tenía la sensación de que ella podría cambiar eso, y no
debería arriesgarme. Que me gustara por su coraje estaba bien, pero cualquier cosa
que fuera más allá de eso sería fatal.
Se encogió de hombros.
—También eres más que una follada enojada. Santino, creo que me gustas.
Le das a mi vida la chispa necesaria.
Me reí.
—Igualmente, cherie. Igualmente.
—Entonces, ¿qué tal una actuación repetida de esa primera noche obscena?
Negué con la cabeza con un gruñido y la atraje hacia mí para besarla.
—¿Cómo podría decir que no?
Ahora que Santino y yo habíamos estipulado ciertas reglas me sentía mucho
mejor. Por supuesto, nadie sabía mejor que yo que una cosa era tener reglas y otra
seguirlas.
Sin embargo, estaba dispuesta a correr el riesgo porque estar con Santino se
sentía demasiado bien como para dejarlo. Y no solo en el sentido físico, aunque
eso era absolutamente alucinante. Aún se me ponía la piel de gallina y sentía un
hormigueo agradable entre las piernas cuando pensaba en nuestra vida sexual en
las últimas semanas. La única vez que Maurice intentó ponerse en contacto
conmigo, le dije que ya no estaba en el mercado. Estar con Santino era más que
satisfactorio. En este momento no podía imaginar estar con nadie más.
Era finales de marzo y el clima había sido soleado y cálido toda la semana,
lo que nos permitió descubrir más de la ciudad a pie cuando no estaba ocupada con
mis estudios. 186
Santino y yo paseábamos junto a pequeños grupos sentados en el césped
con la Torre Eiffel elevándose sobre sus cabezas. Casi todos eran turistas o
estudiantes de intercambio. La mayoría de los parisinos evitaban el área alrededor
del punto de referencia de su ciudad.
Aún no me había cansado de dar un paseo por aquí, pero incluso yo buscaba
a menudo los lugares más apartados de la ciudad.
Tenía mi teléfono en la mano, buscando inspiración en todo. Anqué rara vez
tomé fotos de las vistas en sí. Lo había hecho la primera vez que las había visto,
pero ahora estaba buscando lo particular en lo ordinario.
Me llamó la atención un movimiento en el suelo cerca de un arbusto.
Comencé a tomar fotos inmediatamente. Una de las muchas palomas de la ciudad
estaba picoteando una papa cuando una rata asomó la cabeza y atacó, arrebatándole
el trozo de comida al pájaro aturdido y corriendo de regreso a su arbusto. Bajé el
dedo de la pantalla de mi teléfono, pero me mantuve alerta en caso de que sucediera
otra rareza.
Me tomó un momento darme cuenta de que Santino me estaba observando.
—Otras personas toman videos de la Torre Eiffel, tú de una rata peleando
con una paloma por un trozo de baguette —murmuró, pero a pesar de su expresión
malhumorada, me di cuenta de que estaba divertido.
—Una cosa te lleva a los videos de TikTok más vistos, la otra no.
Entrecerró los ojos.
—No me digas que estás usando esa plataforma inútil. Solo hay chicas
adolescentes medio desnudas bailando música rap de mierda. —Se encogió de
hombros con una sonrisa—. Supongo que esa es tu gente.
—Sabes, Sonny, TikTok se basa en algoritmos. Dice más de ti que de
TikTok si los únicos videos que te sugieren son chicas medio desnudas.
—Le avisaré a tu querido hermano. Fue su cuenta de TikTok la que revisé
cuando confisqué su teléfono la última vez.
—Seguro que sí —dije, sofocando una sonrisa. Nuestras bromas me daban
vida. A pesar de nuestros encuentros sexuales frecuentes, muy frecuentes, aún nos
tomábamos el pelo sin piedad.
—Tengo a la adolescente más hermosa mostrándome las nalgas todas las
mañanas y noches en un intento desesperado por seducirme, no necesito TikTok
para eso.
—Noticia de última hora, no es un intento si tiene éxito. 187

Su sonrisa astuta en respuesta me calentó por dentro más que el mejor


chocolate caliente de la ciudad. Empujé su brazo con el mío, mi sonrisa
ampliándose.
—Estoy hambrienta. Aliméntame.
Me dio una mirada muy obscena que me hizo desear un lugar menos
público.
—Anoche te alimenté.
Le di una palmada en el brazo, mis mejillas calentándose y el deseo
ardiendo en mi vientre al recordar cómo había tomado mi boca la noche anterior,
pero fingí ignorancia.
—Creo que estoy de humor de un buen paté de pato y una ensalada.
—No es para lo que estoy de humor.
A pesar de sus palabras, me condujo hacia un pequeño restaurante parisino
con vitrinas viejas con col rizada y achicoria de porcelana como decoración. Se
había convertido en uno de nuestros favoritos. El dueño era peculiar y un poco
confuso, pero hablaba inglés, lo que hacía feliz a Santino, y servían el paté de pato
más delicioso con pepinillos caseros y pan rústico. Nos acomodamos en una mesita
junto a la puerta con vistas al barrio animado.
—Dos copas de champán —dijo y luego levantó las cejas hacia el
camarero—. Si no volvieron a tomárselo.
La última vez que almorzamos en el lugar, el propietario y su equipo se
habían bebido todo el champán la noche anterior mientras miraban el fútbol, por
lo que no tenían nada para nosotros.
Nos sirvió dos copas de champán con una sonrisa tímida.
—¿Estamos celebrando algo? —pregunté a medida que recogía la copa.
—Solo que la vida es buena en este momento.
—¿Y que finalmente me desfloraste? —susurré, sonriéndole tímidamente.
—Eso fue hace semanas.
Hice un puchero.
—Entonces, supongo que son noticias viejas.
Sonrió.
—Prefiero celebrar dándote tres orgasmos esta mañana.
—Salud —dije, chocando mi copa con la suya antes de tomar un sorbo. 188
Entonces, un pensamiento cruzó mi mente y casi me ahogo de la risa—. Estoy
bastante segura de que papá no estará feliz si tus gastos incluyen champán por
darme orgasmos.
La expresión de Santino se oscureció de inmediato.
—Cuando pago por nosotros, es con mi propio dinero. Eso es lo que hace
un verdadero hombre cuando invita a una mujer.
—En serio me gusta el chico malo que hay en ti, pero el caballero también
es muy lindo.
Refunfuñó algo y luego tomó otro sorbo. Ni siquiera le gustaba
especialmente el champán y solo lo hacía porque odiaba beberlo sola.
—Sabes —dije cuando casi habíamos terminado con la cena—. Me he
estado sintiendo cachonda desde la Torre Eiffel.
—¿La rata te excitó? —preguntó sarcásticamente, pero no pasé
desapercibido el brillo lujurioso en sus ojos.
—Oh, sí, eso es lo mío. Especialmente si se dan un festín con papas fritas.
Por cierto, eso es lo que era, no un trozo de baguette.
—Te encanta tener razón.
—Normalmente tengo razón —corregí—. Pero también me encanta.
Le hizo señas al dueño para pagar, pero en lugar de ser rápido de modo que
pudiéramos hacer algo con mi calentura, charló con él como si no tuviera nada
mejor que hacer.
Apreté los dientes. Santino estaba haciendo esto como una forma de castigo
por todas mis burlas del pasado.
Cuando nos fuimos, dejé que mi mirada se desviara sobre cada hombre
medio atractivo.
—Tal vez debería elegir uno de ellos para rascarme la picazón. No perderán
el tiempo hablando.
Me dedicó una sonrisa dura.
—Me temo que esa ya no es una opción.
Su trasfondo posesivo solo me hizo desearlo más.
Aun así, tenía ganas de volver a inclinar la balanza a mi favor, así que
cuando regresamos a nuestro apartamento, entré directamente a mi habitación y la
cerré con llave antes de tomar mi pequeño consolador favorito de su lugar en mi
cajón y encenderlo. 189
Golpeó la puerta con el puño.
—Déjame entrar.
—Quizás más tarde. Tengo que rascarme una picazón.
—Voy a derribar la puerta.
Me acerqué a la cama y me estiré en ella, luego deslicé mis bragas
empapadas. Provoqué mis pliegues con la punta vibrante de mi consolador,
gimiendo suavemente.
—Anna, tienes tres segundos más antes de que abra la puerta de una patada.
Mordí mi labio con una sonrisa y subí la vibración antes de empujar la
cabeza del consolador en mi coño. Gemí. Sonó un estruendo y la puerta se abrió
de golpe, luego se estrelló contra la pared detrás de ella. Astillas de madera y yeso
cayeron al suelo.
Grité de sorpresa y me senté, con los ojos del todo abiertos.
Santino entró.
—Te lo advertí.
Sus ojos se dirigieron al consolador que aún sostenía y que aún estaba medio
enterrado dentro de mí.
—Maldita sea —gruñó.
Me recosté una vez más.
—Veamos cómo le explicas eso a nuestro casero.
—¿De verdad crees que me importa un carajo cuando te veo follando tu
dulce coño con un puto consolador?
Me encogí de hombros y deslicé el consolador lentamente aún más
profundo. Me observó con los ojos oscurecidos por el hambre. Se abrió los
pantalones y sacó su polla, que estaba ansiosa por unirse a la acción.
Se me hizo la boca agua al verlo, pero seguí dándome placer con mi
juguetito como si no me muriese por sentir a Santino dentro de mí. Cuando empezó
a frotarse, lo perdí.
Arrojé el consolador. No necesitó otra invitación. Cargó hacia la cama con
una sonrisa y agarró mis tobillos, luego me atrajo hacia el borde de la cama antes
de sumergirse en mí. Grité y casi me corro de inmediato.
No estaba segura de cuánto tiempo nos perdimos así, cuando el timbre nos
interrumpió de repente.
190
Pocas personas tocaban el timbre, así que estaba un poco confundida,
especialmente cuando volvió a sonar. Se deslizó fuera de mí con una mirada
vigilante. Agarró su arma y salió a toda prisa del dormitorio.
Cuando regresó poco tiempo después, su expresión no presagió nada bueno.
Me incorporé de inmediato, temiendo lo peor. Si mis padres me visitaban ahora,
ambos estaríamos condenados. Mi habitación probablemente apestaba a sexo y mi
estado despeinado no ayudaba mucho.
—¿Quién es? —pregunté mientras me ponía de pie, recogiendo mis bragas
del suelo y arreglándome el vestido.
—Tu prometido.
Me quedé helada.
—¿Clifford?
—¿Tienes otro prometido del que no estoy al tanto? —espetó, luciendo
furioso.
—¿Qué está haciendo aquí?
—Pregúntale. Aún no he abierto la puerta para averiguarlo.
Tragué pesado. No podía despedirlo sin hablar con él. ¿Qué pasaría si les 191
dijera a mis padres que no podía comunicarse conmigo? ¿Quizás podía fingir que
no estaba en casa?
—¿Puedes dejarlo entrar mientras intento ponerme presentable?
—Seguro —dijo entre dientes.
Se alejó, antes de que pudiera decir algo más. Me deslicé al baño y me lavé
rápidamente y me puse una carga de perfume para cubrir el olor de Santino. Mi
cabello aún no estaba tan lacio como lo prefería, pero ahora no podía hacer nada
al respecto, al menos no parecía que me hubiera estado follando a mi
guardaespaldas.
Salí del baño, tomando una respiración profunda. Santino y Clifford estaban
en la sala de estar. Clifford permanecía incómodo junto al sofá, como si no
estuviera seguro de que fuera seguro sentarse. Lo cual era comprensible dada la
expresión de Santino. Se apoyaba en la cocina con una mirada asesina, con los
brazos cruzados.
Le di una sonrisa forzada, aun completamente aturdida por la aparición de
Clifford. Pensé que no nos volveríamos a ver hasta que regresara a Chicago para
la próxima reunión social. Mi pulso seguía acelerado. Sin embargo, esta vez por
una razón muy diferente a la de hace quince minutos.
Solo podía esperar que Clifford no se diera cuenta de lo que Santino y yo
habíamos estado haciendo. Si dejaba escapar algo a sus padres y ellos hablaban
con los míos… París se acabaría y Santino estaría en un gran problema.
—Hola —dije a medida que me acercaba a Clifford. Nos abrazamos
brevemente, lo que se sintió completamente incómodo, especialmente porque
Santino nos estaba observando—. Estás aquí —dije innecesariamente.
—Quería sorprenderte.
—Estoy sorprendida —dije, riendo nerviosamente.
Hice un gesto hacia nuestro balcón.
—¿Por qué no nos sentamos afuera? El clima sigue estando agradable.
Clifford miró a Santino y luego asintió.
—Suena como una buena idea.
Al igual que Clifford, estaba ansiosa por alejarme de Santino, quien parecía
estar listo para matar a mi prometido. Y no solo eso, me sentía extrañamente
culpable con él. Como si lo estuviera engañando al hablar con Clifford cuando
debería ser al revés.
—No pareces feliz. ¿Estoy interrumpiendo algo? —preguntó Clifford con
un vistazo hacia Santino mientras nos sentábamos en las sillas afuera. Ya que 192
estaba oscureciendo y solo estábamos en marzo, la temperatura había bajado
considerablemente desde mi paseo anterior con Santino. Me estremecí, pero
prefería congelarme hasta morir que soportar la atmósfera tensa con Santino y
Clifford en una misma habitación.
—Por supuesto que no. Estoy ocupada con la escuela de moda, eso es todo.
—Aún ni siquiera estaba tan ocupada. La mayoría de mis cursos hasta ahora eran
introductorios porque el semestre de primavera estaba a punto de comenzar.
Me dio una sonrisa infantil. Tal vez era porque pasaba mucho tiempo con
Santino, pero Clifford me pareció demasiado joven.
—Por eso vine un fin de semana. Pensé que sorprender a tu prometida de
esa manera era un buen comienzo para un matrimonio.
Probablemente así era para un matrimonio por amor, lo que decididamente
no era el nuestro. El hombre del que estaba a punto de enamorarme nos observaba
desde un costado y nunca sería mi esposo. Y temía que el hombre que se
convertiría en mi esposo y que se suponía que debía amar, nunca sería dueño de
mi corazón, no en la forma en que Santino ya lo hacía. No era amor porque no me
permitiría sentirme así, pero mi corazón definitivamente latía por Santino de una
manera que no era saludable considerando mi futuro planeado.
Se encogió de hombros.
—Supongo que estaba equivocado. No te preocupes. Me mantendré
ocupado hasta que mi vuelo salga el lunes.
¿En serio voló desde Estados Unidos por un fin de semana para visitarme?
Era un poco dulce. No pude evitar sentirme culpable por no ser una verdadera
prometida.
—Pensé que estabas saliendo con alguien y siendo exclusivos. ¿No es raro
que vengas a visitarme?
Aunque tal vez a ella no le importaba. Después de todo, no estaban saliendo
y ella sabía que él estaba comprometido conmigo, lo cual era extraño en sí mismo,
pero aun así.
—Decidimos no volver a vernos. Se puso raro contigo ahora oficialmente
en la imagen. No quería arriesgarme a que las emociones se interpusieran en su
camino. Una mujer despreciada es una mujer peligrosa.
Mi mirada se dirigió a Santino. Con él no tenía que preocuparme que se
corriera la voz. Estaba acostumbrado a ser el hombre en las sombras, pero podía
decir que no le gustaba que se lo recordaran. Ya no nos observaba y en su lugar
preparaba un expreso, pero sabía que estaba muy consciente de lo que sucedía
afuera y no le gustaba ni un poco. Siempre había disfrutado de sus momentos
breves de celos, pero hoy no. 193

—Si quieres mañana podemos salir a almorzar. Después de todo, viniste


hasta aquí.
—¿Una cita de lástima? —preguntó, sonando como si estuviera bromeando.
Pero tenía un punto. Era por lástima.
—No —mentí—. ¿Dónde te estás quedando? ¿Tal vez pueda ir para
almorzar en el restaurante del hotel?
—En el Four Seasons.
Por supuesto.
—¿Nos encontramos en el vestíbulo a las doce?
Quería sacar a Clifford del apartamento lo antes posible. Se sentía
demasiado incómodo.
Él asintió y se puso de pie con un brillo conocedor en sus ojos.
—Está bien. Entonces allí nos encontraremos.
En realidad, no tenía muchas ganas de pasar el día con él, especialmente
porque sabía lo enojado que estaría Santino en los próximos días.
Acompañé a Clifford a la puerta y me dio un beso en la mejilla.
—Espero que él no almuerce con nosotros.
Me reí con tensión.
—No te preocupes, le diré que espere en el auto.
Cerré la puerta y respiré aliviada.
—¿Me dirás que espere en el auto? ¿Acaso soy un perro al que puedes dar
órdenes?
Resoplé.
—Tenía que decir algo. No podemos arriesgarnos a que Clifford sospeche.
Asintió, con la mandíbula apretada. Estaba enojado, pero podía decir que
eso no era todo. Parecía celoso y molesto. Ni siquiera quería imaginar estar en su
lugar. Probablemente perdería la cabeza si Santino estuviera prometido a una
mujer y se vería con ella para almorzar, pero no estaba segura de qué más hacer.
—Pensé que no le importaba si te follabas a otros hombres.
No me gustó lo insensible que sonó de repente.
—Tú y yo nos conocemos desde hace mucho tiempo. Clifford se daría
cuenta de que es más que sexo. 194
—¿Lo es?
Me acerqué a él y toqué su pecho. No se ablandó, ni su cuerpo ni su
expresión.
—Vamos, no seas así. Sabías que me prometieron a Clifford cuando
empezamos a acostarnos. No es un secreto. Pensé que preferías el sexo sin
ataduras.
No dijo nada.
Me mordí el labio tímidamente y me arrodillé frente a él.
—Déjame compensarte.
Me frunció el ceño.
—¿De verdad crees que una mamada y sexo van a mejorar todo? Soy más
que mi pene.
Mi corazón se apretó. Era muchísimo más para mí, pero no podía serlo.
—Sabes que Clifford es mi prometido. No puedo simplemente despedirlo
sin pasar un poco de tiempo con él después de que cruzó el Atlántico para estar
conmigo.
Agarró mis brazos y me empujó hasta ponerme de pie.
—Necesito recuperar el sueño.
Entró en su dormitorio sin otra palabra. Habíamos pasado todas las noches
juntos en las últimas semanas, pero podía sentir que no era bienvenida esta noche
en su cama, así que fui a mi habitación.
Tal vez era mi memoria, pero aún podía oler el sexo.
Me hundí en la cama, sintiéndome desgarrada. Santino y yo acabábamos de
empezar a dormir juntos y podía decir que ya había cambiado lo que sentíamos el
uno por el otro. Se había vuelto posesivo y definitivamente me sentía apegada
emocionalmente a él. ¿Cuánto peor sería en unos meses a partir de ahora? ¿O en
un año?
¿En serio podríamos seguir arriesgándonos?

195

Mi almuerzo con Clifford fue agradable y sorprendentemente tranquilo. Si


notó la tensión persistente entre Santino y yo, se guardó sus pensamientos para sí
mismo. Me alegré. En serio, no quería hablar de mi relación complicada con
Santino con mi prometido.
Por suerte, Clifford tenía un primo que estudió en Sorbonne y planeaba
pasar el resto del día con él. Saber que tenía otras personas a las que quería visitar
en la ciudad me hizo sentir menos obligada a pasar tiempo con él, lo cual fue bueno
porque de todos modos solo podía pensar en Santino.
Apenas me había hablado en toda la mañana, tratándome como lo había
hecho en el pasado.
Me molestó, lo que a su vez me hizo preguntarme cómo sería una vez que
nos viéramos obligados a volver a una relación exclusivamente profesional.
En nuestro viaje de regreso al apartamento después de mi almuerzo con
Clifford, me volví hacia él.
—Santino, ¿qué estamos haciendo? Se supone que debemos divertirnos. Si
estás enojado constantemente porque tengo que interactuar con Clifford, entonces
va a ser muy difícil para los dos. Sabes que no puedo ignorarlo. No lo estoy
besando ni haciendo nada más.
—Lo sé —dijo entre dientes.
—Entonces, ¿por qué estás siendo tan hostil conmigo?
—Estoy cabreado.
Abrí mis ojos cómicamente. ¿Acaso pensó que no me había dado cuenta?
Suspiró, sus dedos alrededor del volante poniéndose blancos por la presión.
—Sé que tienes que hablar con él. Sé que es tu prometido y tu futuro. Estoy
básicamente enojado conmigo porque no pensé que me molestaría tanto. Pero en
realidad no me gusta la idea de compartirte.
—Ahora no me estás compartiendo.
—Supongo que no, pero eventualmente lo haré.
—En realidad, no —dije en voz baja—. Porque una vez que me case, ya no
podremos estar juntos. —Me di cuenta de que ya no pensaba que nos detendríamos
una vez que volviéramos a Chicago…
—Eso es un consuelo —murmuró.
Cerré los ojos y apoyé la cabeza contra la ventana. Tal vez sería mejor si 196
detuviéramos esto ahora.
—Intentaré controlarme, ¿de acuerdo? Será difícil, pero haré todo lo posible
por ignorar la existencia de Cliffy.
Abrí los ojos y sonreí levemente.
—Bien, porque aún no quiero renunciar a lo que tenemos.

A pesar de nuestra conversación, nuestra relación siguió siendo tensa en los


días posteriores a mi reunión con Clifford. Quería que volviera a ser como antes.
Extrañaba las bromas, y el sexo desinhibido. Nuestra última relación sexual
se había sentido así. Una interacción formal.
Me apoyé en la puerta de la habitación de Santino mientras él hacía
flexiones.
—Sabes, Sonny, nunca te habría catalogado como un marica que deja que
las emociones arruinen una vida sexual perfectamente buena.
Reprimí una sonrisa ante la mirada en su rostro.
Se puso de pie, sus pantalones deportivos colgando bajo en sus caderas y el
sudor resplandeciendo seductoramente en su torso.
—¿Me acabas de llamar marica?
Me encogí de hombros con una sonrisa burlona. Esto se sentía bien, más
seguro.
Caminó hacia mí muy despacio y me di la vuelta, pero antes de que pudiera
salir corriendo, me pasó un brazo por la cintura y azotó mi trasero con fuerza.
Jadeé, pero él simplemente me levantó y me llevó a la cama donde me colocó sobre
su regazo. Su palma se estrelló contra mi trasero nuevamente, aún más fuerte. Me
sacudí con un grito, mis ojos abiertos de asombro se lanzaron hacia su rostro.
—¿Estás loco…?
197
Apartó mis bragas, y gemí, mi cabeza cayendo hacia adelante cuando
deslizó dos dedos dentro de mí. Como de costumbre, nuestras bromas ya me habían
preparado bien y mis músculos lo recibieron con alegría.
—Si hubiera sabido que esto te callaría, te habría follado con los dedos
sobre mi regazo mucho antes.
Colgué flácidamente sobre sus piernas fuertes a medida que él metía y
sacaba sus dedos largos. Su otra mano amasaba mi trasero.
Respiré por la nariz, mis ojos cerrándose.
—Nunca más me llamarás marica.
Tarareé mi acuerdo. Con sus dedos golpeando todos los lugares correctos,
habría accedido a cualquier cosa.
El aliento caliente de Santino golpeó mi piel un segundo antes de que
mordiera mi nalga ligeramente, haciéndome gemir aún más fuerte.
—Puedes ser una chica tan buena cuando estás cachonda. Recordaré eso.
—¿Cómo dejar que me folles con los dedos sobre tu regazo cuando estoy
comprometida con otro hombre me convierte en una chica buena?
Su palma azotó mi trasero con fuerza. Me sacudí y luego grité cuando
presionó mi clítoris y casi me corro.
—En este momento eres solo mía, y quiero que lo recuerdes.
Mi cabeza se inclinó hacia adelante una vez más con un asentimiento débil
mientras sus dedos se movían tortuosamente lentos, frotando mis paredes internas
deliciosamente, a medida que se movía tan profundamente que sus nudillos
presionaron mi clítoris.
—Ahora quiero que te corras duro como una chica buena.
Habría puesto los ojos en blanco si Santino no hubiera comenzado a
empujar sus dedos dentro de mí a un ritmo que me hizo aferrar sus piernas y los
dedos de mis pies clavándose en el suelo porque estaba perdiendo la noción de lo
que estaba arriba y abajo.
—Oh Dios —jadeé—. Oh Dios.
No estaba segura de poder soportar mucho más. Mi cuerpo estaba tensado
al máximo, mi clítoris hinchado y dolorido, desesperado por liberarse.
Estrelló su palma contra mi trasero cuando sus dedos estaban
completamente enterrados en mí y sus nudillos golpearon mi clítoris.
Grité a medida que me corría con un estremecimiento violento. Una serie
de palabras ininteligibles, algunas en francés, algunas en italiano, brotaron de mis 198
labios cuando apreté la cara contra su pantorrilla y sentí que la humedad corrió por
mis muslos.
La confusión me llenó, pero estaba demasiado abrumada y exhausta para
reaccionar.
Ronroneó como un león a medida que acariciaba mi trasero, sus dedos aun
deslizándose dentro y fuera de mí.
Se inclinó y presionó un beso en mi nalga izquierda y luego en la derecha
antes de sacar los dedos y besar mi carne sensible. Gemí de nuevo. Su lengua se
arrastró sobre la parte superior de mi muslo.
Levanté la cabeza, segura de que mi cabello era peor que el nido de un
pájaro.
—No estoy segura de que me guste que me azotes como una colegiala
traviesa.
Me miró por encima de mi trasero, luciendo demasiado complacido consigo
mismo.
—Tu cuerpo dice que sí. Chorreaste como una chica buena.
Mis mejillas se calentaron. Por alguna razón, esto parecía algo anormal de
hacer. Nunca había hecho eso.
—Créeme, hacer que una chica se corra a chorros es una insignia de honor
que todo hombre usa con orgullo —dijo, leyéndome como de costumbre. Estar
acostada sobre sus piernas se había vuelto cada vez más incómodo debido a que su
erección se clavaba insistentemente en mi vientre.
Su sonrisa se amplió, volviéndose casi lobuna.
—Veamos si puedo ganar otra insignia.
Agarró mis caderas y me arrojó sobre la cama. Dejé escapar un gemido,
sintiéndome sin huesos.
—No hay descanso para los malvados, cherie, ahora voy a darte una
verdadera follada.
Me colocó de manera que estaba desplegada en la cama con la cara vuelta
hacia las barras de madera de la cabecera.
—Será mejor que te agarres fuerte. Esto va a ser duro.
Mordí mi labio inferior para sofocar una sonrisa. Santino levantó mi trasero
ligeramente y luego se puso en cuclillas detrás de mí. Estaba a punto de comentar
sobre la posición cuando se estrelló contra mí. Sus manos sujetaron mis caderas a
medida que bombeaba en mí. Mis manos salieron disparadas, mis dedos 199
aferrándose desesperadamente a los barrotes de la cama.
—Oh, puta mierda —jadeé en la almohada.
Las embestidas de Santino llegaron tan profundamente dentro mí y me
llenaron tan plenamente que las estrellas estallaron ante mis ojos por las
sensaciones. Los sonidos carnales de sus muslos golpeando mis nalgas se
mezclaron con nuestros gemidos. La cama vibró, golpeando contra la pared una y
otra vez. En serio esperaba que nuestros vecinos no llamaran a la policía.
Me corrí con un grito, mis dedos agarrándose a los barrotes y mis dientes
hundiéndose en la almohada. Esto fue casi demasiado. No disminuyó la velocidad.
Estaba follándome enojado. En realidad, nunca había entendido el término, ahora
sí, y era adictivo.
Se inclinó.
—Saborea cada segundo. Un día, el recuerdo de esto será lo único que te
ayudará a superar la insatisfacción que Cliffy considera sexo.
—Idiota —gruñí, intentando empujar hacia arriba, pero sus estocadas me
tenían clavada boca abajo.
—Así es —gruñó besándome con dureza. Respondí a su beso con el mismo
fervor.
Perdí la noción del tiempo, pero el dolor en mi cuerpo cuando ambos nos
corrimos me dijo que podríamos haber establecido un récord personal.
Me di la vuelta sobre mi espalda, el sudor escurriendo por mi pecho. Estaba
completamente exhausta. Un zumbido bajo resonaba en mi cuerpo, un eco de
placer que parecía reacio a irse. Cerré los ojos, disfrutando de esta sensación. Podía
escucharlo moverse y el sonido húmedo del condón golpeando la papelera.
Lentamente, mis ojos se abrieron cuando Santino se paró junto a la cama,
observándome.
Le di una sonrisa perezosa.
—Me gusta tu forma de castigo.
—Me alegro de haber actuado a tu satisfacción.
No volvió a la cama y me hizo preguntarme si quería que me fuera a mi
habitación. Aún no habíamos pasado la noche juntos desde la aparición de Clifford
y lo extrañaba.
—¿No vas a acostarte? Tengo ganas de dormir a tu lado otra vez.
No me importaba si admitirlo debilitaba mi posición. Estaba celoso por lo
que él también debía sentir por mí más que lujuria. 200

—¿Crees que es una buena idea?


Definitivamente no lo era. Nada de esto era una buena idea.
—No me importa.
Se rio sardónicamente. Se estiró a mi lado y me atrajo hacia él.
—Algún día me arrepentiré de esto, pero como dices, no me importa.
Esta era la primera vez que me enfrentaba a la familia de Anna después de
que comenzáramos nuestro romance, o lo que sea que tuviéramos. En este punto
era difícil de decir. Fuera lo que fuese, era limitado, y si Anna y yo no
conseguíamos ocultar nuestra relación menos que profesional a su familia,
terminaría mucho antes de que ella entrara en el vínculo sagrado del matrimonio
con Cliffy, por mi muerte cruel a manos de Valentina y Dante. Estaba seguro de
que ambos se unirían al desmembramiento para esta ocasión especial.
—Pareces tenso —dijo mientras esperábamos en el aeropuerto.
Una de mis cejas se levantó. Incluso si le gustaba fingir lo contrario, su 201
exceso de limpieza en los últimos días me dijo que estaba igual de nerviosa por la
visita de su familia. Había limpiado todas las superficies donde habíamos tenido
sexo en los últimos meses al menos dos veces.
—No me digas. ¿No deberías estar también nerviosa? ¿Te das cuenta de que
ambos hemos estado traicionando a tu familia durante los últimos cinco meses?
Había terminado su primer semestre y se suponía que íbamos a volar de
regreso a Chicago para el verano, pero primero los Cavallaro pasarían una semana
en París para celebrar el cumpleaños de Valentina.
—Traicionar es una palabra fuerte para lo que hemos hecho.
—¿Cómo lo llamarías? Ambos les dimos a tus padres nuestra palabra de
que nunca habría nada entre nosotros.
—No se enterarán. Acordamos que no dormiríamos juntos mientras
estuvieran aquí.
Sería más fácil fingir que no estábamos durmiendo juntos, si
mantuviéramos una distancia física, pero sería difícil. Anna y yo apenas habíamos
podido mantenernos alejados estos últimos meses. Ahora tendríamos que pasar
semanas sin sexo, porque incluso después de la visita de los Cavallaro a París, aún
tendríamos que pasar algunas semanas en Chicago antes de que solo nosotros dos
volviéramos a París.
Dante, Leonas, Beatrice y Valentina, seguidos por mi padre, entraron a la
sala de espera del aeropuerto Charles de Gaulle.
Mientras Anna corría hacia su familia, me acerqué a mi padre para
saludarlo. Nos abrazamos brevemente antes de que él se apartara para mirarme.
—¿Todo bien?
—Por supuesto —respondí. Nadie sabía de mi romance con Anna, ni
siquiera Arturo, y mucho menos papá. Aunque probablemente aún sospechaba
algo.
No estaba seguro si ella había compartido algo con una de sus amigas.
Hablar de algo así por teléfono definitivamente era demasiado peligroso, así que
sospechaba que tampoco lo había hecho. Por supuesto, sabía que revelaría hasta el
último detalle de nuestro romance con Sofia y Luisa tan pronto como las viera en
persona.
Dante se acercó a mí y me estrechó la mano. Su expresión no mostraba ni
una pizca de ira u hostilidad, de modo que no sospechaba nada. Tendríamos que
mantenerlo así.
—Debo decir que hasta ahora estoy muy satisfecho con tu trabajo. Tus 202
informes diarios fueron muy informativos.
Y sobre todo puras mierdas inventadas. Tuve que dejar de lado la mitad de
las actividades en las que Anna y yo nos embarcamos.
—Me alegro.
Valentina fue la siguiente, e incluso ella pareció menos sospechosa que la
última vez.
—Es bueno ver a Anna tan feliz. Gracias por asegurarte de que esté a salvo
mientras vive su sueño.
—Es un honor —dije.
—¿Por qué tu padre y tú no se unen a nosotros esta noche para cenar? Dante
ha reservado una mesa en el restaurante con estrella Michelin del hotel y estoy
segura de que pueden hacer espacio para dos personas más.
—Esta noche preferiría tener una cena tranquila con mi hijo, si no les
importa —dijo papá cortésmente.
Probablemente solo quería interrogarme sobre cada pequeño detalle de los
últimos meses, pero en realidad no me importaba. Quería mantener mis
interacciones con Anna limitadas mientras estuviéramos con su familia.
—Por supuesto —dijo Valentina de inmediato.
Nos dividimos en dos autos porque uno no era suficiente para todos y nos
dirigimos al Four Seasons donde Dante y la familia pasarían la semana antes de
volar de regreso a Chicago. Anna estaba en un auto con su madre, Bea y mi papá,
mientras que Leonas, Dante y yo viajábamos en el otro auto.
—En serio extrañé molestarte —dijo Leonas con una sonrisa astuta. Con
casi dieciséis y aún tan molesto como recordaba.
—Leonas —dijo Dante en un tono agudo—. Santino es el guardaespaldas
de Anna y debe ser tratado con el debido respeto.
—Como si Anna siempre lo tratara con respeto.
Dante me dio una mirada inquisitiva. Me encogí de hombros, deseando
poder abofetear a Leonas en la cabeza.
—Tuvo sus momentos difíciles como cualquier adolescente, pero ha
madurado en los últimos años. No me puedo quejar.
Me vino a la mente una imagen de Anna despertándome con una mamada
muy placentera esta misma mañana, pero la deseché rápidamente.
Leonas negó con la cabeza y me miró condescendientemente por el espejo
retrovisor. Esa pequeña mierda sabía demasiado.
203
Papá y yo elegimos un restaurante acogedor a poca distancia a pie del Four
Seasons en caso de que surgiera una emergencia. Pero con Leonas y Dante allí,
Valentina, Anna y Bea estaban bien protegidas. Incluso si Leonas podía ser un
mocoso molesto, tenía buena puntería y sabía cómo usar su cuchillo. Aun así, se
sintió extraño dejarla fuera de mi vista por primera vez en seis meses. Habíamos
pasado tanto tiempo juntos que, estar separados se sentía extraño.
—¿Cómo están las cosas entre tú y Anna? —preguntó papá al momento en
que nos sentamos en nuestra mesa.
—Bien.
—Bien, ¿cómo?
—¿Has venido a París para interrogarme o porque me echaste de menos?
—Ambas cosas.
Le di una mirada dubitativa. Por suerte apareció la camarera en ese
momento con las cartas del menú. Tomé uno de ellos con un rápido merci antes de
escanear la selección de vinos.
—Ni siquiera la miraste.
Levanté la cabeza.
—¿Disculpa?
—Ni siquiera miraste a la camarera.
—Por supuesto. E incluso dije gracias.
Papá asintió hacia la mujer que ahora estaba sirviendo otra mesa.
—Mírala. Es atractiva. El hijo que recuerdo la habría contemplado de pies
a cabeza.
No pude evitar reírme.
—Sigo siendo ese hijo. Haces que suene como si saltara sobre cada mujer
que viera. Te puedo asegurar que no es así. Tal vez deberías considerar sumergir
los dedos de tus pies en el estanque de las citas nuevamente si mi vida amorosa te
preocupa tanto.
—Esto no es un asunto de broma.
—Papá, si estás preocupado por mí, deja de ver cosas que no existen. Solo
actuarás de manera sospechosa y eso, a su vez, hará que los Cavallaro sospechen
y realmente me meta en problemas.
Papá suspiró. Palmeé su hombro.
—Deja de preocuparte tanto. Consíguete una vida y vive un poco. Estaré
bien. 204

No es que no fuera consciente del peligro en el que me encontraba. Si Anna


dejaba escapar algo, estaba muerto. Pero era inteligente. Confiaba en ella para
proteger nuestro secreto. No solo por mí, sino también porque ella también quería
evitar las consecuencias violentas.

Santino estaba aún más nervioso por la visita de mi familia que yo. Tal vez
le preocupaba que se me escapara algo, pero aprendí desde muy temprana edad a
ponerme una máscara en público. Ahora solo usaba ese talento para ponerle una
máscara a mi familia. Eso no significaba que no me sintiera culpable porque lo
hacía, especialmente cuando miraba a mamá y papá a los ojos. Pero no tenía otra
opción si quería quedarme en París y proteger a Santino.
Tal vez la culpa persistente fue la razón por la que me alegré cuando terminó
la visita de mi familia a París y todos volamos a Chicago. Se sentía extraño estar
de vuelta en casa cuando tanto había cambiado. Los últimos meses en París habían
sido liberadores, emocionantes, y había comenzado a dar por sentada esta libertad
nueva. De vuelta en Chicago con sus limitaciones, comprendí que la libertad de la
que me había emborrachado me sería arrebatada en unos pocos años. Lo que
Santino y yo teníamos en París estaba condenado.
Me reuní con papá en su oficina un par de días después de que todos
llegáramos a Chicago.
Mamá también ya estaba allí, de pie junto a papá en la ventana, y parecía
que habían estado discutiendo.
—Me gustaría hablar contigo de tu futuro —dijo con calma.
Siempre supuse que mamá y papá me permitirían regresar a París para mi
segundo semestre. Nunca habían dicho lo contrario, pero las palabras de papá me
hicieron dudarlo, y me asusté. No quería quedarme en Chicago, aún no. Quería
vivir un poco más, disfrutar más tiempo con Santino. Él y yo apenas nos habíamos
visto en dos semanas. No habíamos compartido ni un solo beso, y mucho menos
más. Mi cuerpo anhelaba su cercanía. 205
—Está bien —dije vacilante—. ¿Pensé que Santino y yo regresaríamos a
París después del cumpleaños de Bea en agosto?
Mamá y papá intercambiaron una mirada que me puso cada vez más
nerviosa. Mamá vino hacia mí y tomó mi hombro.
—¿Si es lo que quieres?
Asentí con vehemencia.
—Por supuesto. ¿Por qué no? Me encanta la ciudad y mis estudios de moda.
Es mi sueño hecho realidad.
Mamá tomó mi mejilla brevemente.
—Tu padre y yo al principio teníamos preocupaciones, pero tenemos que
decir que nos demostraste que estábamos equivocados.
—Aun así —dijo papá—. La gente está empezando a preguntarse dónde
estás.
—Saben que estoy estudiando en el extranjero. ¿No entienden que tenemos
que mantenerlo en secreto por razones de seguridad?
—Oh, lo hacen —dijo mamá con un movimiento de cabeza—. Creo que lo
que más les preocupa es que has desaparecido de su radar de chismes.
Me encantaba la honestidad de mamá. Odiaba lo críticas que eran algunas
personas en nuestro mundo. También se había sometido a sus palabras crueles al
comienzo de su matrimonio con papá.
—Si la gente no sabe la verdad, inventa su propia versión —dijo papá.
Puse los ojos en blanco.
—¿Ahora qué tipo de rumores están difundiendo?
—Que estás embarazada del hijo de Clifford y esa es la razón por la que
estás comprometida con él. Que estás embarazada del hijo de otra persona. Que te
has escapado con alguien.
—Estoy de vuelta. Si me hubiera escapado, no estaría aquí, ¿verdad?
—Es por eso que debemos asegurarnos de que sigas asistiendo a los eventos
sociales. Y es por eso que nos gustaría que te quedes hasta el comienzo del
semestre.
—Está bien. —Eso solo era dos semanas más de lo que había pensado. No
era tan malo. Por supuesto, eso significaba que Santino y yo tendríamos que
mantenernos alejados durante dos meses… probablemente entraría en
combustión—. ¿Ya hay fecha para mi boda? 206

Mamá y papá intercambiaron una mirada.


—Bueno, aunque los Clark están dispuestos a esperar, tenemos que
asegurarnos de no ofender a los conservadores de la Organización. Tu madre y yo
pensamos que sería aconsejable una boda en el verano después de que termines la
escuela de moda.
—Ah. —Tragué pesado. Eso sería en tres años, lo que en realidad no era
tan pronto, pero al mismo tiempo antes de lo que me habría gustado—. Eso suena
como un buen plan. ¿Los padres de Clifford están de acuerdo con eso?
—Sí, así es. Para entonces, Clifford habrá terminado sus estudios
universitarios y estará en la facultad de derecho, de modo que piensan que los niños
deberían esperar un poco más.
Casi me rio. ¿Había algo que Clifford y yo pudiéramos decidir por nuestra
cuenta?
Mamá tomó mi hombro.
—¿Te parece bien?
—Por supuesto.
Tres años.
Eso era suficiente para disfrutar de mí, de mi libertad, Santino.
Cuando salí de la oficina, le envié un mensaje de texto para decirle cuándo
regresaríamos a París, pero omití la parte de la boda.
Nuestros mensajes siempre eran profesionales, sin emoticonos lindos o
palabras tiernas, y definitivamente sin sextear.
—Ni siquiera estaba seguro de que regresaríamos en absoluto a París —dijo
de repente, asustándome casi hasta la muerte.
Me di la vuelta con los ojos del todo abiertos y tocando mi pecho.
—Me asustaste.
Los ojos de Santino se clavaron en los míos y un escalofrío pequeño recorrió
mi espalda. Lancé una mirada a la puerta de la oficina de papá, que estaba al final
del pasillo, y tragué pesado. Se paró cerca, y quise cerrar la distancia restante entre
nosotros.
—¿Qué estás haciendo aquí?
—Tus padres me pidieron que viniera a conversar.
—Te van a hablar de París.
207
¿También mencionarían la boda? En realidad, esperaba que se lo guardaran
por ahora para ellos. No quería que las cosas se pusieran tensas otra vez entre
Santino y yo.
—Estoy seguro de que lo harán —murmuró.
Retrocedí un paso antes de que pudiera hacer algo cada vez más estúpido.
—¿Tal vez puedes venir a mi habitación más tarde y decirme lo que dijeron?
Arqueó una ceja.
—Creo que sería una mejor idea si vinieras a la caseta de vigilancia. Tengo
el turno nocturno y no puedo abandonar mi puesto frente a los monitores. Si vienes
a las diez, tendré tiempo para una charla breve sobre París.
Ahogué una sonrisa. ¿Eso significaba que estaba solo en la caseta de
vigilancia?
—Te lo agradezco —dije cortésmente, y la diversión torció los labios de
Santino.
—Estoy seguro de que sí.
Me di la vuelta, intentando no estar demasiado exaltada.
Después de una ducha y un afeitado completo, me puse un sencillo vestido
veraniego sin mangas para acceso fácil. No me molesté con la ropa interior. No
estaba segura de cuánto tiempo tendríamos, así que quería evitar perder el tiempo.
Me dirigí a través del pasillo subterráneo hacia la caseta de vigilancia y
llamé. Mi pulso se aceleró con anticipación.
Abrió la puerta y me hizo señas para que entrara, actuando
profesionalmente, y como si no nos hubiésemos reunido para un revolcón rápido.
Al menos esperaba que eso fuera lo que era.
Cerró la puerta y se fijó en mi ropa. Probablemente pudo ver que no estaba
usando sujetador porque mis pezones ya se estaban poniendo duros.
—Como era de esperar, tus padres me dijeron que regresaríamos a París a 208
principios de septiembre.
Mi cara dejó claro que no me importaba. Me senté en el borde de la mesa
con los monitores.
—No es por eso que estoy aquí.
—Ah, ¿no?
Entrecerré los ojos y luego abrí bien las piernas para que mi vestido se
subiera, revelando que no llevaba nada debajo.
Se apoyó contra la puerta con un gemido.
—Va con todo.
—No tenemos tiempo que perder.
Se rio entre dientes.
—No puedo bloquear la puerta, así que esto es muy peligroso.
—¿Pensé que tenías el turno nocturno solo?
—Estoy solo en la caseta de vigilancia, pero hay otros guardaespaldas en el
perímetro como siempre. Mi padre es uno.
—No te delataría, ¿verdad?
Se apartó de la puerta y se acercó más lentamente.
—¿No acordamos mantenernos alejados mientras estuviéramos en
Chicago? —Su expresión me decía que tenía otros planes.
—¿Quieres mantente lejos de mí durante dos meses?
Me alcanzó y agarró mis muslos, mirándome con ojos cubiertos de lujuria.
—Mierda, no. Pero esto es una locura, Anna. Si nos atrapan…
Lo agarré a través de su ropa.
—No lo harán.
Soltó un suspiro fuerte y luego su mirada escudriñó los monitores.
—Todo despejado, pero esto tendrá que ser rápido y duro.
Me reí.
—Perfecto.
Ayudé a Santino a liberar su polla, desesperada por él.
—No tengo un condón conmigo —dijo entre dientes, el arrepentimiento
retorciendo sus rasgos. 209
—Yo tampoco. Podría pedirle uno a mi hermano. —Me reí, no pude
evitarlo. No pareció divertido. Gimió y presionó su frente contra mi hombro.
Mordí mi labio.
—No necesitamos uno.
Levantó la cabeza con una expresión confusa.
—Una semana antes de que mi familia fuera a París fui al médico y le pedí
la pastilla. La he estado tomando desde entonces y ahora son efectivas.
—No me lo dijiste.
Me encogí de hombros. De alguna manera esto se sintió más monumental
de lo que debería. Después de todo, solo era una cuestión práctica…
—Estoy limpia, obviamente. Y no has estado con nadie más desde
diciembre pasado, ¿verdad?
—Sí, y nunca he ido sin protección.
—Entonces, estamos listos.
Pareció casi asombrado. Se inclinó hacia adelante y besó mis labios
dulcemente antes de que sus dedos encontraran mi abertura para probar mi
preparación. Estaba más que lista. Agarrando mis nalgas, me arrastró hacia el
borde de la mesa antes de sumergirse en mí con un empujón fuerte. Sus labios
chocaron con los míos, tragándose mi gemido. Los monitores temblaron con cada
embestida. Me aferré a Santino casi desesperadamente, mis piernas envueltas
alrededor de sus caderas. Tiró hacia abajo de la parte superior de mi vestido y
pellizcó mi pezón.
Me estaba acercando más y más cuando se tensó.
—Tu hermano está en el jardín.
—Probablemente solo esté buscando su alijo de tabaco y hierba que guarda
enterrado bajo los arbustos. No te detengas. Ya casi estoy allí.
Su agarre en mi trasero se hizo más fuerte y aceleró aún más.
—Vas a ser mi perdición.
Agarré sus hombros cuando mi liberación estalló a través de mí. Me siguió
poco después, y se sintió diferente que antes. Íntimo… en realidad, no podría
definirlo.
No teníamos mucho tiempo para disfrutar de las sensaciones. Después de
un beso de buenas noches rápido, me arreglé la ropa y corrí por el pasillo. 210
Retrocedí al pasillo de nuestra mansión y me encontré cara a cara con
Leonas, que también andaba a escondidas. Definitivamente olía a hierba.
—Deberías dejar de fumar esa mierda.
—Todos tenemos malos hábitos que no podemos romper, ¿verdad? —dijo
con una sonrisa conocedora.
Entrecerré los ojos.
—No sé de qué estás hablando.
—Tú y Santino están follando —dijo con naturalidad.
Miré a mi alrededor con nerviosismo y le clavé las uñas en el antebrazo.
—Cállate. No sabes de lo que estás hablando.
Leonas resopló.
—¿Qué tal si vamos a mi habitación antes de que te orines en los
pantalones?
Se alejó y no tuve más remedio que seguirlo escaleras arriba. Tenía que
averiguar si sabía más de lo que debería.
—¿Por qué dirías algo así? —le dije al momento en que entramos en su
habitación.
Tomó un paquete de cigarrillos de debajo de su cama.
—Hermana, deja de actuar. No soy ciego ni estúpido.
—Si sigues fumando marihuana, lo serás muy pronto —murmuré.
Se sentó en el alféizar de la ventana, levantando las cejas expectante.
—Clifford se acercó a mí después de su visita amorosa a París.
—¿Qué? ¿Cuándo? —Tropecé hacia él y me senté a su lado, mi pulso
acelerándose.
—En una fiesta. Me preguntó si sabía lo que estaba pasando entre Santino
y tú.
El color desapareció de mi cara. Si Clifford empezaba a hacer preguntas
como esa, Santino y yo estábamos condenados.
—¿Qué le dijiste?
—Le dije que no sabía de qué estaba hablando y que eras una mujer
honorable. También le advertí que mantuviera la boca cerrada si sabía lo que le
convenía.
211
—Gracias.
Sonrió irónicamente.
—De nada. Pero follarte a tu guardaespaldas, hermana, ¿en serio?
Le di una palmada en el brazo.
—Cállate. Si alguien se entera, Santino está muerto y yo seré motivo de
escándalo.
—¿Por qué debería ser siempre yo quien provoque un escándalo?
—Porque eres bueno en eso, y tu reputación ya está hecha jirones.
—Gracias por tus palabras tan cálidas, hermana —dijo a medida que se
ponía un cigarrillo en la boca—. Mi reputación tiene un propósito. Me gusta
cuando la gente me subestima. Hace que vencerlos sea aún más dulce.
Negué con la cabeza con una risa.
—¿Qué hay de Clifford?
—¿Qué hay de él?
—¿Vas a dejarlo por Santino?
Miré a Leonas con incredulidad y levanté la mano con el enorme anillo de
compromiso de Clifford.
—Cumplo mis promesas.
Se encogió de hombros.
—Hay promesas que debes cumplir, y otras que debes descartar. Clifford es
el último.
Puse los ojos en blanco, luego le arrebaté el cigarrillo de la mano y le di una
calada.
—¿Te das cuenta de la clase de escándalo que causaría si no me casara con
Clifford? Nuestras familias hicieron un trato. Nuestros padres cuentan conmigo.
Se encogió de hombros.
—Comprometerte con Clifford fue un error. Los Clark nunca serán parte de
nuestra familia. Siempre deberás tener cuidado con lo que dices a su alrededor,
incluso Clifford. Para ellos, eres un medio para un fin.
—Pero también lo es Clifford para nuestra familia —argumenté,
entrecerrando los ojos en la oscuridad fuera de la ventana.
—Una base de mierda para un matrimonio.
—La mayoría de los matrimonios arreglados se construyen sobre una base 212
de mierda.
—Si tú lo dices. Eres tú quien tendrá que compartir la cama con Clifford.
—La voz de Leonas dejó en claro que lo desaprobaba.
—Puedo encargarme de eso. Puedo encargarme de él.
—Si así lo crees. Solo te digo que te cubriré las espaldas pase lo que pase.
Tragué con fuerza.
—Gracias.
Se encogió de hombros.
—Para eso está la familia. Solo prométeme que tendrás cuidado.
Solo asentí, no dije nada a su vez. Abrimos la ventana y colgamos nuestras
piernas sobre el alféizar, mirando hacia la noche. Sabía que, en última instancia,
mi familia siempre me respaldaría. ¿Cómo sería encontrarme en un matrimonio
que no fuera así?
Nunca hubiera pensado que llegaría el día en que me sentiría aliviado de
irme de Chicago y regresar a París, pero el ir a escondidas y el secretismo me
crisparon los nervios. Después de nuestro rapidito en la caseta de vigilancia, Anna
y yo solo logramos reunirnos para tener sexo una vez más. Dos folladas
apresuradas en dos meses. Una cifra deprimente. Extrañaba tocarla cada vez que
quería, al menos en la seguridad de nuestro apartamento. Extrañaba pasar tiempo
con ella. Si bien teníamos cuidado de no actuar como pareja en público en París,
aún podíamos estar mucho más cerca de lo que podríamos arriesgarnos en
Chicago.
213
Cuando aterrizamos, ya podía sentir que me quitaba un gran peso de los
hombros.
—Esto se siente como volver a casa —dijo en nuestro viaje de regreso al
apartamento en nuestro auto. Toqué su muslo y apreté. Lo hacía, de una manera
extraña. Chicago seguía siendo mi hogar y siempre lo sería, pero ahora también se
sentía como una prisión. Anna entrelazó nuestros dedos.
Papá me había advertido que tuviera cuidado antes de irme. No sabía sobre
Anna y yo, pero sospechaba algo. Tomarse de la mano a plena luz del día
probablemente no era tener cuidado, incluso si un océano se extendía entre
nosotros y los ojos vigilantes de la Organización.
Apreté su mano. Necesitábamos tener cuidado. No había ninguna duda al
respecto. Pero regresar a París me hizo darme cuenta nuevamente de que nuestra
unión era limitada. Quería disfrutar el tiempo que teníamos. París me permitía
hacer eso, y olvidarme de Clifford.
Nos sentamos en nuestro lugar favorito para desayunar, un café pequeño a
la vuelta de la esquina de nuestro apartamento. Desayunábamos aquí todos los
domingos, y pasábamos horas observando a la gente.
Los dueños pensaban que éramos una pareja. Nunca los corregimos y
eventualmente comenzamos a tomarnos de la mano, como ahora lo hacíamos. Nos
habíamos vuelto descuidados con el tiempo, o tal vez solo era que mantener una
distancia profesional se volvió más difícil con los años.
—Pensé que podríamos pasar este verano algunas semanas en Provenza —
dijo un domingo por la mañana a principios de mayo.
—¿No tendremos que volver a Chicago?
Como el primer verano, Anna y yo también habíamos regresado a Chicago
el verano pasado, y asumí que también sería el caso este verano.
214
—Es nuestro último verano en Francia —dijo en voz baja, sus ojos
extrañamente melancólicos.
Nuestro último verano aquí. Me golpeó de repente. Se graduaría el próximo
febrero y después se esperaba que volviéramos a Chicago indefinidamente.
Mierda. Intenté ignorar la verdad, pero ahora me devolvió la mirada.
—Así es.
—Le pregunté a mis padres si podía pasar al menos una parte viajando por
Francia y aceptaron. Tenemos las tres primeras semanas de julio.
—Un último verano de libertad antes de que te cases con Clifford el
próximo octubre.
Su expresión se retorció con sorpresa. ¿En serio había pensado que no lo
sabía? No lo había mencionado porque no quería pensar en ello. La idea de que
tendría que renunciar pronto a Anna se sintió como una flecha ardiente en mi
pecho.
—Mis padres creen que no deberíamos esperar mucho más.
Asentí. Que Dante hubiera permitido que Anna estudiara en el extranjero y
que se casara con un forastero ya eran píldoras amargas de tragar para los
conservadores de la Organización. Cumpliría veintidós años el próximo
septiembre. Tiempo de casarse en nuestro mundo.
Bajó la mirada a nuestras manos entrelazadas y luego volvió a mirarme a la
cara. Intenté mantener mi expresión tranquila, incluso si me sentía todo lo
contrario. Se nos estaba acabando el tiempo y por primera vez prácticamente podía
ver los granos de arena deslizándose en el reloj de arena.
—Aún queda más de un año —dijo.
—¿En serio? ¿Cuánto tiempo quieres que sigamos? ¿Ya has decidido una
fecha?
Tal vez debería ser un hombre y terminar lo que teníamos. Pero no quería.
En cambio, esperaba a que Anna terminara las cosas. Después de todo, era su
compromiso con Clifford lo que determinaría nuestro final.
Ella vaciló, luego miró hacia otro lado.
—No tenemos que terminar las cosas…
La sorpresa me atravesó, después el triunfo. Entonces, comprendí que no lo
decía en serio de la forma en que yo pensaba.
—Quieres que sigamos follando incluso cuando estés casada con Clifford.
Hizo una mueca, luego negó con la cabeza rápidamente. 215
—No podemos. Yo… odio que tengamos que hablar de esto. No quiero
pensar en eso.
Pero tendríamos que enfrentar la verdad en algún momento. Me pregunté si
alguna vez había considerado contarles a sus padres de nosotros. Si alguna vez
había considerado romper con Clifford mientras yacía en mis brazos por la noche,
o mientras compartíamos una buena carcajada. Había pasado horas despierto por
la noche imaginando un futuro con Anna.
Se inclinó hacia adelante, con ojos suplicantes.
—Vamos a fingir que no voy a casarme. Simplemente disfrutemos nuestro
tiempo juntos. ¿De acuerdo?
Respiré profundo, y luego asentí.
Lo haría, por Anna. Aún no podía dejarla ir. Aún no.
El cerebro humano es una herramienta poderosa. Logré fingir como me lo
había pedido Anna, y así seguimos disfrutando de nuestros días hasta el verano
casi como una pareja.
Cuando llegó el primer día de las vacaciones de verano, Anna y yo caímos
brevemente en la nostalgia.
Afortunadamente, al día siguiente, tomamos un avión a Marsella para
nuestro viaje a la Provenza.
El sol brillaba intensamente mientras nos dirigíamos a la estación de
alquiler de autos en el aeropuerto.
Una vez que completamos todo el papeleo y Anna recibió las llaves, se
dirigió a un pequeño Fiat Cinquecento Cabrio azul.
—Por favor, dime que ese no es nuestro vehículo. —No podría llamar a esa 216
cosa auto. Sería un insulto a mi Camaro y a todos los demás autos con un poco de
orgullo.
Puso los ojos en blanco mientras rodeaba el auto como si fuera un cachorro
lindo.
—Es perfecto. —Sonrió. Maldita sea. Podría vivir con ese auto Matchbox
si hacía que sonriera así—. ¡Yo conduzco! —gritó antes de que pudiera dirigirme
al lado del conductor. Me hundí en el asiento del copiloto mirando divertido cómo
inspeccionaba la palanca de cambios del Fiat. Estaba acostumbrado a conducir con
marchas, pero Anna nunca lo había hecho. No había conducido mucho en los
últimos dos años y medio. Si íbamos a algún lugar en auto en París, yo siempre
conducía.
Al ver mi expresión, la suya se llenó de determinación.
Y eventualmente logró poner el motor en marcha y salimos del
estacionamiento. Dejó escapar una risa encantada y se puso sus lentes de sol.
—Este será un viaje mágico.
Me reí y me relajé en el asiento. Presionó el botón que abría la parte superior
del auto. Su cabello voló salvajemente alrededor de su cabeza y se rio de nuevo.
Estiré la mano dentro de su bolso y agarré un coletero. Anna me dedicó una
sonrisa agradecida cuando le recogí el cabello en una coleta desordenada mientras
conducía el auto por una estrecha carretera costera.
—Me encanta cuando haces eso.
Por lo general, solo le sujetaba el cabello cuando me la chupaba, pero esto
también se sentía bien. Me encantaba la sensación de su cabello sedoso entre mis
dedos.
—Simplemente no quiero que nos arrojes por el precipicio porque tu cabello
afecta tu visión.
No podía ver sus ojos por sus lentes de sol enormes, pero sabía que estaba
poniendo los ojos en blanco.
—No seas gruñón. Este será el verano de nuestra vida.
Sabía que siempre recordaría este verano. El primer verano en el que Anna
se sentía de verdad mi mujer…
… y el último.

217

Alquilamos un diminuto Fiat Cinquecento azul claro y recorrimos con él las


calles sinuosas del sur de la Provenza hasta que llegamos a nuestro objetivo final,
un pequeño pueblo costero, un pueblo de pescadores antiguo, entre Nizza y
Antibes. El pueblo tenía dos playas, una playa de acceso fácil cerca del paseo
marítimo, y otra a la que solo se podía llegar en barco o bajando una estrecha
escalera empinada excavada en los acantilados hace más de un siglo.
Santino cargó nuestros bolsos mientras bajábamos las escaleras. Fácilmente
podríamos habernos permitido alquilar un bote o incluso un yate para llegar a la
playa. El dinero no era para nada un problema, pero durante todo el tiempo que
estuvimos en París, aparte del costoso apartamento céntrico, ambos habíamos
intentado vivir una vida básica, como lo haría una estudiante como yo.
Disfruté de su simplicidad y me hizo apreciar aún más las cosas pequeñas.
Sabía que Santino no esperaba que pudiera vivir sin lujos.
A pesar de que solo eran las diez de la mañana, la playa ya empezaba a
llenarse de visitantes. Algunos solo bajaron para unas fotos espectaculares para
Instagram, pero otros extendieron sus toallas o incluso sus carpas de playa.
Nos instalamos en toallas cerca de los acantilados a la derecha. Debido a
que esta parte de la playa aún estaba en la sombra, no estaba tan poblada como el
resto y así pudimos disfrutar de un poco de privacidad.
Me quité el pareo de playa y comencé a desabrocharme la parte superior del
bikini.
—¿Qué estás haciendo? —gruñó.
—Estoy haciendo lo que hacen muchas chicas francesas cuando van a la
playa, estoy mostrando mis tetas.
Miró a su alrededor. Mujeres de todas las edades tomaban el sol en topless.
Un par de chicas incluso jugaban al ping pong, sus pechos turgentes subiendo y
bajando con cada salto.
—No estoy seguro de que me guste que otros hombres miren tus pechos.
Me reí y me estiré en la toalla.
—Sobrevivirás.
Ignoré la vocecita que decía que pronto tendría que compartirme con 218
Clifford. No era bienvenida en este momento.
—Verte medio desnuda así me hace arrepentirme de elegir pantalones
cortos.
Vestía unos pantalones cortos ajustados que acentuaban su trasero
musculoso y su pene impresionante, que ahora estaba estirándose. Se sentó cerca
de mí con una mirada que conocía demasiado bien.
Sonreí. Entonces mis ojos registraron una pareja en la playa que se estaba
besando muy apasionadamente, ella de hecho estaba acostada encima de él. Y otra
pareja en el océano definitivamente se lo estaba pasando bien.
Siguió mi mirada, una sonrisa torciendo su rostro.
—En realidad, estoy empezando a amar Francia.
—Solo te tomó dos años y medio —bromeé.
Se estiró junto a mí, con la cabeza apoyada en la palma de la mano. Su
sonrisa prometía problemas. Rodé sobre mi costado.
—¿Qué?
Se deslizó más cerca y me besó, lento, pero con propósito. Conocía este
beso. Mis ojos revolotearon, entregándome a la sensación. Besar a Santino siempre
me dada vida. Después de un tiempo, mis pezones se fruncieron y la humedad se
acumuló entre mis piernas.
Se apartó un poco, sus ojos recorriendo mis pezones buscando atención.
—Verlos y no poder chuparlos es una tortura.
Mordí mi labio, la idea de su boca caliente alrededor de mi piel sensible
solo aumentando mi necesidad. Miré a lo largo de la playa para ver si alguien
estaba mirando, pero la gente estaba ocupada consigo misma.
Se deslizó aún más cerca y luego deslizó su mano entre mis piernas, al
principio solo apoyándola en la parte interna de mi muslo. Entonces, su pulgar rozó
mi apertura por encima de la tela y sus labios reclamaron los míos una vez más.
Mientras su lengua jugueteaba con mi boca, su pulgar me acarició ligeramente. El
toque simple y su beso con la emoción añadida de estar en un lugar público pronto
me empapó.
Mi respiración se hizo más profunda y rápida. Nuestro beso se intensificó,
y la estática entre nosotros puso la piel de gallina en todo mi cuerpo. Su dedo no
aceleró, pero aumentó la presión.
—Necesito más —susurré contra sus labios—. Te necesito.
219
Asintió, luego se apartó y cerró los ojos brevemente a medida que intentaba
posicionar su erección para que no fuera tan obvia.
—Vamos al agua.
Sonreí y me senté. Antes de ponerme de pie, comprobé rápidamente que la
parte inferior de mi bikini no mostrara ningún indicio de lo que habíamos estado
haciendo. Santino se puso de pie. Si mirabas su entrepierna, aún era obvio que
nuestro beso no había sido inocente. Era bueno que estuviéramos al borde de la
playa.
Entramos al agua, y me atrajo hacia él inmediatamente. Pasé mis piernas
alrededor de su cintura, luego me bajé hasta que pude sentir su erección
presionando contra mí. Gemí, ya tan lista para él. Se estiró entre nosotros,
tanteando un poco antes de empujar mi bikini a un lado y presionar su punta contra
mi abertura. Me bajé sin dudarlo. Mi cuerpo comenzó a temblar mientras su pene
me estiraba. Capturó mis labios inmediatamente, tragándose mi gemido cuando
me corrí alrededor de su polla. Me empujó hacia abajo hasta que estuvo
completamente dentro de mí.
—Eso fue rápido —gruñó, sus labios trazando mi garganta.
—Ya estaba bien preparada.
—Mmm. —Mordió mi hombro ligeramente. Se sentía increíblemente
caliente dentro de mí, tal vez por el frío del océano circundante.
Nos sumergió aún más en el agua, de modo que solo nuestras cabezas
asomaran y comencé a girar mis caderas lentamente. Pronto jadeó contra mis
labios. Me encantaba el sabor a sal en su piel, el sonido de las olas y las gaviotas,
el brillo del sol.
Nos miramos a los ojos a medida que nuestros cuerpos se movían
lentamente juntos. Cada estocada de Santino dentro de mí hizo que el fuego en mi
vientre ardiera más radiante. El mundo que nos rodeaba se convirtió en un borrón
de sonidos y luz solar brillante.
Esta vez me corrí aún más fuerte y Santino se tragó mis gemidos mientras
su propio cuerpo convulsionaba con el clímax y se liberaba dentro de mí. Cerré los
ojos, mis sensibles paredes internas enviando oleadas nuevas de placer a través de
mí cuando se corrió dentro de mí.
Envolví mis brazos alrededor de su cuello aún más fuerte y puse mi cabeza
sobre su hombro.
—Quiero que este momento dure para siempre.
—Si lo hiciera perdería significado e intensidad —murmuró, acariciando
mi espalda.
220
Asentí, porque eso también era cierto. Quería más momentos como este, no
revivir el mismo momento una y otra vez, pero con el tiempo eso era todo lo que
tendría.
Me tragué la tristeza. Aún teníamos tres semanas de vacaciones, y luego
seis meses más en París antes de que se nos acabara el tiempo. Necesitábamos
aprovecharlo al máximo, empaparnos de cada momento de risa, lujuria y alegría.

Caminábamos por el paseo marítimo, rozándonos los brazos de vez en


cuando de caminar tan cerca. De repente, sus dedos rozaron los míos y cuando no
me aparté, entrelazó nuestras manos y seguimos caminando así. Aparte de
tomarnos de la mano debajo de la mesa en un restaurante de vez en cuando o en la
oscuridad segura de una sala de cine, nunca nos arriesgamos en público, ni siquiera
a miles de kilómetros de distancia de casa.
Me escocían los ojos y mi corazón estaba cargado de una especie de
plenitud que no podía explicar. Al cabo de un rato me arriesgué a mirar hacia
arriba, pero llevaba lentes de sol y su cara era la habitual máscara de vigilancia.
Apretó mi mano brevemente y reprimí una sonrisa, después disfruté caminar a su
lado con su mano en la mía. Esto se sentía bien, demasiado bien, pero no quería
que el miedo al futuro arruinara el momento. Quería vivir el momento. Este
momento nos pertenecía a nosotros, solo a nosotros.
Nos instalamos en un pequeño restaurante de pescado con vistas al pequeño
puerto pesquero para cenar.
El mesero señaló el celular de Santino sobre la mesa.
—¿Quieren que les tome una foto?
Intercambiamos una mirada, la incertidumbre llenando el aire entre
nosotros. Quería decir que sí, quería capturar este momento en una foto para poder
mirarla en el futuro y recordarme la felicidad absoluta que había sentido. Pero una
imagen significaba una prueba. Una prueba que podría arruinar nuestras vidas. Una
prueba de la cosa sin nombre que había entre nosotros.
—No, gracias —respondí, mi voz un poco áspera.
221
El mesero pareció desconcertado y le dio a Santino una sonrisa alentadora.
Probablemente pensaba que nuestra relación era una en problemas, que habíamos
tenido una pelea. Nada más lejos de la verdad. Ni teníamos una relación, ni nos
peleábamos desde hacía tiempo.
El mesero regresó con una botella de vino blanco que acompañaría bien
nuestra comida y llenó nuestras copas generosamente.
Le di las gracias, pero me alegré cuando desapareció.
—¿Sabes de lo que acabo de darme cuenta?
Negó con la cabeza con una mirada que me dio escalofríos.
—No hemos peleado en mucho tiempo. Nos estamos llevando muy bien.
Aún intercambiábamos nuestras bromas, especialmente cuando estábamos
cachondos porque era nuestro juego previo favorito, pero ¿una pelea real? Eso no
había sucedido en muchos meses. Disfrutábamos estar juntos.
—Nos hemos convertido en un buen equipo.
Equipo. Ambos sabíamos que éramos más que eso, pero no podíamos
admitirlo porque no podía ser.
—Especialmente entre las sábanas —agregué porque este era un terreno
más seguro.

222
Me senté en mi habitación y miré mi equipaje. Durante semanas había
pretendido que aún teníamos tiempo, había pretendido que el final no estaba cerca,
pero ahora, mientras veía mi ropa empacada ordenadamente en tres piezas de
equipaje, las lágrimas ardieron en mis ojos. Sobre mi ropa descansaba mi diploma.
Había terminado de verdad mis estudios de moda en París, había vivido mi sueño
durante tres años, había probado la libertad desenfrenada, me había enamorado.
Y mañana regresaría a Chicago para retomar mis funciones. En ocho meses,
me casaría con Clifford. Los próximos meses de mi vida estarían llenos con la
planificación de la boda (por supuesto, mamá y Dolora ya habían comenzado) y 223
los eventos sociales.
Tendría que encontrar una manera de encontrar mi camino de regreso a la
vida más restringida en Chicago. Y tendría que averiguar cómo volver a
desenamorarme de Santino, tenía que evitar que mi vientre se llenara de mariposas
cada vez que entraba en una habitación, lo que aún sucedía después de casi tres
años compartiendo cama.
No podía imaginar dejarlo ir, pero cuanto más pensaba en cómo serían las
cosas entre nosotros una vez que volviéramos, más me daba cuenta de que no tenía
otra opción. Si no terminaba ahora las cosas entre nosotros, quizás nunca podría
hacerlo. Y esa no era una opción. El futuro de la Organización descansaba sobre
mis hombros, y no había forma de que decepcionara a mis padres de esa manera.
Me puse de pie y fui a la habitación de Santino. Cerró su maleta cuando
entré y levantó la vista.
—¿Todo listo? —pregunté. Mi voz sonó apagada, casi vacilante.
Asintió lentamente, sus cejas frunciéndose a medida que contemplaba mi
rostro y luego una sonrisa extraña se dibujó en sus labios. Asintió con una risa
amarga.
—Es hora, ¿no?
Tragué con fuerza, sin saber si en realidad sabía lo que tenía que pasar.
¿Podía leerme tan fácilmente?
Por supuesto. Habíamos pasado todos los días y noches juntos en los
últimos tres años. Conocía cada centímetro de mi piel, la había besado y tocado
toda, conocía cada imperfección y todos los lugares que me daban más placer. Pero
como había descubierto mi cuerpo, también había visto todo lo que había debajo.
Me conocía como nadie más, ni siquiera mi familia.
Busqué las palabras correctas, algo que lo hiciera más fácil.
—No podemos seguir haciendo esto.
Ni siquiera podía ponerle un nombre a lo que teníamos porque nunca lo
habíamos definido. Dormimos juntos. Compartimos cama y bromas, bromeamos
y hablamos en serio. Tal vez éramos amigos con beneficios, pero nunca habíamos
sido amigos. En realidad no, y no se sentía como si ahora lo fuéramos. ¿Podíamos
ser amigos? ¿Alguna parte de nuestra conexión podría sobrevivir en Chicago? ¿Era
siquiera inteligente considerarlo?
—¿Tener sexo? —preguntó en voz baja, acercándose. Mi cuerpo anhelaba
su toque como si ya hubiera estado sin él durante meses—. ¿Compartir cama?
¿Pasar tiempo juntos como una pareja?
Pareja. ¿Acababa de compararnos con una pareja?
224
Mi corazón parecía demasiado pesado para mi caja torácica como si fuera a
caer y hacerse añicos en el suelo en cualquier momento.
—Siempre supimos que no podía durar. Sabíamos cómo terminaría.
—Tú casándote con Clifford.
—Sí —dije sin tono alguno.
Se detuvo frente a mí, tocando mi mejilla. Miré su pecho, temerosa de
encontrar su mirada. Sabía que me consumiría por completo.
—¿Alguna vez siquiera por un segundo has considerado seguir tu corazón?
¿Alguna vez te has permitido considerar cancelar tu compromiso y darnos una
oportunidad real?
No podía creer lo que dijo, no podía creer que rompiera nuestro acuerdo
tácito de no considerar un futuro juntos. ¿Por qué tenía que hacer esto más difícil
de lo que era?
¿Lo había considerado?
Sí, por supuesto. Todas las noches que dormía en los brazos de Santino y
todas las mañanas que despertaba a su lado.
Pero nunca había permitido que la idea echara raíces, y ahora no lo
permitiría.
—No —dije con firmeza.
Empujó mi cara hacia arriba, sus ojos marrones encontrándose con los míos.
Me armé de valor.
—Eres una mentirosa buena, pero te conozco.
—Santino, me conoces bien, pero no conoces todo, especialmente mi
corazón. Soy leal a mi familia ante todo, y necesitan que me case con Clifford. No
los decepcionaré.
—Casarse con un guardaespaldas sin duda sería una decepción.
Lo miré fijamente.
—¡Siempre supimos que esto no podía ser! No actúes como si estuvieras a
punto de proponerme matrimonio.
—Tienes razón. Entonces, supongo que es bueno que le pidiera a tu padre
hace tres años que me dejara volver al trabajo de Ejecutor después de París. Así no
nos volveremos a ver. Una ruptura limpia, como quieres.
Me quedé helada. Pensé que al menos seguiría viendo a Santino, que aún
sería capaz de hablar con él. 225
—Nunca me dijiste.
Se encogió de hombros.
—Como tú, a menudo olvido que hubo un tiempo después de París.
Forcé una sonrisa.
—Nunca te gustó ser mi guardaespaldas, así que ahora cumples tu deseo.
Miró su reloj.
—Deberíamos ir a dormir. Nuestro vuelo sale temprano.
Presioné mis labios entre sí.
—¿No vamos a pasar nuestra última noche juntos? —Forcé mis labios en
una sonrisa tímida, sin querer ser cursi.
La expresión de Santino no albergó emociones.
—No creo que eso sea prudente. Deberíamos pasar la noche en nuestras
camas.
—Tienes razón —dije con una resolución forzada—. Lo que necesitamos
es una ruptura limpia.
Me di la vuelta y regresé a mi habitación, limpiándome los ojos brutalmente.

Estuvimos en silencio en el vuelo de regreso a casa. Vio una película de


acción en el televisor pequeño del asiento, y miré por la ventana. No había dormido
mucho la noche anterior y me sentía exhausta, pero mis pensamientos
arremolinados me mantuvieron despierta.
No había visto a Clifford desde su improvisada visita sorpresa en París hace
casi tres años. Nunca habíamos logrado vernos con él estudiando algunos
semestres en Oxford y viajando a eventos políticos con su padre, y yo estando
fuera en París. Tenía el presentimiento de que me había evitado. Y no me había
importado. Verlo solo habría abierto heridas, heridas que aún ni siquiera habían
ocurrido. Desde entonces muchas cosas habían cambiado. Yo había cambiado.
Santino y yo habíamos cambiado. Nos habíamos acercado aún más. Lo que 226
teníamos iba mucho más allá de lo físico. Lo que habíamos tenido…
Ya no podía ser. Esta mañana nuestra interacción había sido desapegada y
profesional.
Había odiado cada segundo de eso. Probablemente era mejor que ya no
sirviera como mi guardaespaldas.
Estaba nerviosa. Nerviosa por cómo volvería a mi antigua vida, cómo me
las arreglaría para permitir la cercanía con Clifford. Cómo convencería a todos de
que estaba bien. Leonas era el único que sabía de Santino, pero no era la persona
a la que le hablaría de mi desamor. Porque se sentía como un desamor.
Desenamorarse de alguien requería más que una conversación sobre una ruptura
limpia.
Tal vez podría decírselo a Luisa y Sofia… pero prácticamente también les
había mentido estos últimos tres años. Ni siquiera estaba segura de por qué no les
había dicho nada en las pocas fiestas en las que nos habíamos visto en persona. Tal
vez pensé que sería más fácil terminar las cosas si nadie lo supiera. Pero ahora
deseaba tener a alguien que me diera una charla de ánimo. En los últimos tres años,
Santino había sido ese alguien, diciéndome sobre todo que dejara de hacerme una
fiesta de lástima cada vez que algo no salía según lo planeado o sacaba una
calificación mediocre, pero por razones obvias ya no podía asumir ese papel.
—Deja de preocuparte. Nadie notará nada. Me engañaste haciéndome creer
que tenías experiencia hace tres años, y ese es un ejemplo notable. Eres una
mentirosa maravillosa.
Esta no era la broma que habíamos compartido antes del sexo, esta era la
voz molesta del pasado.
Odiaba que Santino pudiera volver a ser tan imbécil con tanta facilidad.
—Ahora que estamos de vuelta, ¿volverás a servir a las esposas solitarias
en Chicago? —pregunté, intentando sonar casual.
Levantó una ceja.
—¿Volverás a besar a Cliffy?
—Es mi prometido.
La sonrisa sardónica que me dio me enfureció. ¿Cómo podía ser tan
indiferente con esto? Habíamos estado durmiendo juntos, comiendo juntos,
haciendo casi todo juntos durante años y no parecía importarle.
—Y obviamente no lo soy —murmuró—. Soy tu guardaespaldas. Como tal,
no estoy obligado a informarte sobre mis parejas sexuales, ¿o me perdí una 227
cláusula en mi contrato?
—No tienes contrato. Tienes un juramento vinculante eternamente a mi
padre, tu Capo, para protegerme que obviamente no estás cumpliendo. Si fueras
honorable, al menos me seguirías vigilando hasta que me case.
Su sonrisa se volvió peligrosa.
—Touché. Casi se me olvida que eres la hija de mi Capo. Pero mi juramento
no es vinculante eternamente, solo hasta que me maten protegiendo tu trasero
alegre.
—No quiero que te maten por mí.
—Oh, Anna, tengo el presentimiento de que no depende de ti decidirlo.
Serás mi muerte de una forma u otra.
Lo miré fijamente.
—Estás siendo melodramático.
—Aprendí de la mejor.
Suspiré, y miré por la ventana. Casi habíamos llegado a O'Hare.
—No quiero volver a acostumbrarme a un guardaespaldas nuevo.
¿Qué estaba haciendo?
No dijo nada.
—Entonces, ¿tendrás una pijamada con la señora Clark esta noche?
¿Por qué no podía callarme? Había sido yo quien quería acabar con las cosas
y ahora me aferraba a Santino.
—Probablemente haya encontrado un reemplazo. Tendré que encontrar una
nueva esposa solitaria para servir.
—Hay mucho de donde escoger.
—En unos años, serás una de ellas y puedo ser tu amante secreto.
—No quiero reventar tu burbuja, Sonny, pero si busco un amante cuando
sea una mujer casada, será un hombre más joven y menos hastiado.
Odiaba esto. Pero era lo mejor.
No podía esperar a que se abrieran las puertas del avión. Quería escapar. No
podía soportar más de esto.
Mamá y papá esperaban en el aeropuerto y corrí hacia ellos. Mamá me
abrazó con demasiada fuerza y papá me escaneó de pies a cabeza como si quisiera
determinar que en realidad estaba en una sola pieza. Lo había hecho durante cada
una de mis visitas. Asintió hacia Santino como si lo estuviera elogiando en silencio 228
por mantenerme a salvo. Si papá supiera la mitad de las cosas que habíamos
hecho…
Era mejor si no pensaba en ello. Ahora se acabó.
Santino asintió con frialdad antes de decirle a papá:
—Ahora me iré a casa para recuperar el sueño.
—Adelante, estoy aquí para protegerlas —dijo papá.
Se alejó sin otra palabra. Tragué pesado, forzando mi mirada lejos de su
silueta alejándose. ¿Esta era nuestra despedida final?
Papá me recogió en el aeropuerto. Una mirada a mi rostro y su expresión se
llenó de preocupación.
Me desplomé en el asiento del pasajero, sintiendo como si alguien me
hubiera usado como su saco de boxeo mental. Siempre había sido bueno en el sexo
casual, manteniendo las emociones fuera de la mezcla, pero Anna me había
mostrado las limitaciones de mi control.
—Hijo, puedes decirme cualquier cosa, lo sabes. ¿Tengo que preocuparme?
Suspiré.
—Supongo que ya no tienes que preocuparte.
Papá apartó la mirada de la calle. Por lo general, era un conductor muy
atento y no dejaba que nada lo distrajera, así que esto significaba que en realidad
tenía que preocuparlo.
—Anna y yo hemos estado juntos durante los últimos tres años.
Pude ver que el color desapareció del rostro de papá, pero no me
interrumpió por lo que estuve agradecido. Necesitaba sacar esto de mi pecho.
Necesitaba compartir esto con alguien. Tal vez porque lo hacía más real, lo
hacía parecer más que un producto de mi imaginación. A veces, los últimos tres
años habían parecido un sueño. No tenía ni una sola foto de Anna y yo juntos, ni
una sola prueba, lo cual era lo mejor pero al mismo tiempo me hacía sentir como 229
si los últimos tres años no hubieran pasado, como si estuviera despertando de un
coma y la vida me había pasado de largo.
—Pero ya se acabó.
Papá se aclaró la garganta, probablemente intentando contenerse de darme
una reprimenda.
—Esa es la decisión correcta.
—No fue mía —dije.
—¿Anna terminó las cosas?
—Lo hizo, porque es leal a su familia y a la Organización.
Papá se detuvo frente a mi edificio de apartamentos, pero no salimos del
auto. Me contempló en silencio.
—Nunca quisiste que te buscara una esposa, pero hay muchas familias que
con gusto te darían a sus hijas.
—Nunca saliste en serio después de la muerte de mamá.
Buscó mis ojos y luego tomó mi hombro.
—Hijo, siempre temí que algún día perderías tu corazón por una mujer
casada.
—Ves, lo sabía mejor y elegí a una mujer comprometida.
No sonrió.
—Tienes que aceptar la decisión de Anna por el bien de ambos.
—Lo sé —dije. Y maldita sea, lo hacía.

Al día siguiente, Dante me pidió que fuera para una conversación final sobre
mi asignación en París. Ya había llamado a Arturo para quedar en la noche y
charlar sobre trabajar de nuevo juntos. Anna siguió adelante con su vida, y yo
también lo haría.
230
Entré por la entrada de la caseta de vigilancia y me dirigí a través del
corredor subterráneo hacia la mansión. Me sentía jodidamente ansioso.
En cuanto entré en la casa, supe por qué. Anna estaba de pie en el pasillo
frente a la oficina de Dante. Eso definitivamente no era una coincidencia.
Avancé hacia ella, intentando mantener la calma, pero los latidos de mi
corazón se aceleraron como siempre lo hacía cuando la veía. Llevaba el último
vestido que había cosido en París, un minivestido ceñido al cuerpo de manga larga
y escote asimétrico. Era la primera vez que lo veía en ella. Se veía maravillosa en
él.
Nuestros ojos se encontraron.
—¿Listo para renunciar? —preguntó en voz baja.
No dije nada, solo pasé junto a ella y llamé a la puerta de la oficina. Anna
se fue sin decir una palabra más. Me tomó todo mi autocontrol no perseguirla y
besarla.
Durante nuestra reunión, Dante expresó su gratitud y satisfacción por el
trabajo que había hecho en París. No podía negarlo. Me sentí culpable por
traicionar a mi Capo, pero sabía que lo haría todo otra vez, incluso sabiendo el
resultado final. No quería perderme ni un solo momento que había pasado con
Anna. Dante hojeó algunos papeles en su escritorio, solo mirando brevemente
hacia arriba para preguntar:
—¿Supongo que aún quieres dejar tu puesto como guardaespaldas y volver
a trabajar como Ejecutor?
—¿Por qué lo preguntas?
—No mentiré. Preferiría tenerte como guardaespaldas de Anna. Confío en
ti. Pero cumpliré mi promesa, así que si quieres ser Ejecutor, el trabajo es de nuevo
tuyo.
—De hecho, he estado pensando en seguir siendo el guardaespaldas de
Anna. De esa manera puedo seguir trabajando junto con mi papá.
¿Qué acabo de decir? ¿Había perdido la puta cabeza?
Dante me dio una sonrisa pequeña, ya no estaba interesado en sus papeles,
su atención ahora estaba completamente en mí.
—Me alegra escucharlo. —Rodeó el escritorio y me tendió la mano.
Después de ponerme de pie, la estreché, sabiendo que acababa de cometer un gran
error.
—¿Necesitas algunos días más de descanso antes de volver a trabajar?
Comprendo que no has tenido unas vacaciones de verdad en tres años. 231

—Un par de días de descanso sería genial.


Necesitaba recomponerme. Trabajar con Anna era un puto riesgo. Solo
podía esperar que cumpliera sus palabras y mantuviera la distancia conmigo
porque sabía que no sería capaz de mantener mis manos quietas si hacía un
movimiento.

Después de cuatro días libres, entré en la mansión Cavallaro para cuidar a


Anna. Bajó las escaleras y se detuvo brevemente cuando me vio antes de continuar.
Se detuvo a unos pasos de mí y cruzó los tobillos. Solo se paraba así cuando estaba
nerviosa.
—Papá me dijo que no has renunciado.
—Seré tu guardaespaldas durante el tiempo que me necesites.
Sonrió y maldición, mis entrañas se iluminaron como el árbol frente al
Rockefeller Center en Nueva York antes de Navidad.
—Me alegra —dijo en voz baja, dando un paso hacia mí y luego
deteniéndose.
—Vamos a trabajar juntos a nivel profesional.
Asintió.
—Por supuesto. Como discutimos.
—Bien —dije, luego miré mi reloj—. ¿Tienes alguna reunión programada
para el día?
—Almorzar con Luisa, eso es todo. La próxima semana será más ocupado.
Compartiré mi agenda contigo a través de Airdrop más tarde.
—Te lo agradecería.
Asintió, después señaló hacia la puerta. Volvió a cruzar los tobillos, sus
dedos elegantes jugando con un brazalete de oro que Clifford le había regalado por
Navidad. Su madre se lo había dado a Anna porque él había estado fuera con su
padre. Era la primera vez que lo usaba desde ese día y fue un recordatorio doloroso 232
del hombre al que pertenecía de verdad. Nunca le había regalado nada duradero
porque eso como las fotos podrían haber sido una prueba. Cada uno de mis regalos
había sido perecedero, flores, comida, una actividad. Perecedero como lo que
habíamos tenido.
—Deberíamos irnos ahora. Luisa siempre llega a tiempo.
Llevé a Anna a la limusina Mercedes frente a la mansión y le abrí la puerta
trasera. Era la primera vez en tres años que no iba conmigo en la parte delantera.
Me dio una sonrisa cortés y se deslizó en el asiento trasero. Cerré la puerta
y respiré hondo antes de entrar.
Conducimos en silencio durante un rato. Se sintió sofocante. Mis dedos en
el volante se apretaron con cada segundo que pasó. ¿Por qué no había aceptado la
promesa de Dante? ¿Por qué me estaba torturando así?
¿En serio quería proteger a Anna durante sus citas con Clifford? ¿O
mientras elegía las flores para la boda? ¿O se probaba su vestido de novia?
—Detente.
Miré a Anna a través del espejo retrovisor.
—¡Detente! —gritó.
Conduje el auto hacia el estacionamiento de un restaurante y me detuve. Me
desabroché el cinturón y me di la vuelta.
—¿Qué ocurre?
Se desabrochó el cinturón, se inclinó hacia mí y me agarró del cuello. Luego
me atrajo para besarme.
Mi cuerpo cobró vida inmediatamente. Sin dudarlo. Sin profesionalismo.
—Te necesito. Ahora —susurró entre besos.
Tiró más fuerte de mi camisa. Incliné mi cuerpo y medio caí por el espacio
entre los asientos delanteros. Me subí encima de Anna. Empezamos a tirar de
nuestra ropa, necesitando sentir nuestra piel desnuda.
Solo los vidrios polarizados protegían nuestro secreto del mundo exterior.
Era demasiado arriesgado, pero a ninguno de los dos nos importó.
Cuando me sumergí en ella, nuestros cuerpos fusionados, supe que aceptaría
cualquier cosa que Anna estuviera dispuesta a darme, por el tiempo que fuera. Tal
vez sería suficiente.

233
Después de nuestro tiempo juntos en el auto, llegué a almorzar con Luisa
quince minutos tarde. Me prometí que el revolcón en el auto sería algo de una sola
vez, una última despedida.
Rápidamente quedó muy claro que Santino y yo no podíamos mantenernos
alejados el uno del otro. Nuestra conexión era como un tirón magnético que
ninguno de los dos podía resistir. ¿Por qué otra razón había accedido a seguir
siendo mi guardaespaldas?
Solo un día después, nos encontramos nuevamente en el asiento trasero del
automóvil. Los dos sin aliento y mi piel sudorosa pegándose al cuero, pero no 234
podía borrar la sonrisa de mi rostro.
Estaba presionada al costado de Santino, disfrutando de la sensación de su
calidez y su aroma único. Era un olor que asociaba con la seguridad.
—¿Ahora qué? —preguntó.
—Seguimos haciendo lo que hicimos en París.
—En París no teníamos decenas de ojos vigilantes sobre nuestra espalda.
Podríamos estar juntos relativamente imperturbables. Todo lo que hacemos en
Chicago es un riesgo. No podremos estar cerca en público e incluso reunirnos en
secreto será difícil. No podemos follar en tu habitación. Y no podemos seguir
follando en el auto en los estacionamientos públicos.
Me levanté un poco con una sonrisa burlona, queriendo dispersar la pesadez
de nuestra conversación. No quería dar lugar a las preocupaciones que me habían
estado molestando desde que nuestro regreso a París se había acercado y ahora se
habían manifestado desde que estábamos de regreso en Chicago.
—¿Por qué no? El riesgo hará que sea más caliente. Me gusta hacer
travesuras en el auto, y hacerlo en mi habitación será aún más travieso.
Sus ojos me atravesaron con su intensidad. Pasó sus manos por mi cabello.
—Esto agregará otra capa a nuestra traición.
—¿En serio importa? —susurré. Mamá y papá estarían decepcionados de
cualquier manera si alguna vez se enteraban, lo cual no sucedería—. Seamos el
secreto del otro por el tiempo que podamos.
—Nunca me importó ser el secreto sucio de alguien, pero en realidad
desearía no ser el tuyo.
—Es todo lo que podemos tener.

Mis manos estaban sudorosas cuando entré a la mansión Clark con mamá,
papá y Leonas. Dolora celebraba su quincuagésimo cumpleaños, y por supuesto
todos estábamos invitados. Era la primera vez que volvía a ver a Clifford, lo que
me hizo sentir irracionalmente ansiosa, especialmente porque papá había elegido 235
llevar a Santino con nosotros y no a Enzo.
Clifford y su madre nos saludaron, mientras su padre estaba ocupado
hablando con un par de senadores. Dolora me abrazó brevemente, lo que se sintió
incómodo, especialmente cuando su mirada se dirigió a Santino justo después.
¿Pensaba que él le daría un regalo de cumpleaños especial?
No lo haría.
¿Verdad?
¿Seguíamos siendo exclusivos? ¿O nuestra especie de ruptura en París había
cambiado las cosas?
El mero pensamiento de que Santino pudiera tocar a otra mujer me hizo ver
rojo. Clifford se paró frente a mí, forzando mi atención hacia él. Siguió un
momento breve de incomodidad, que cortó al inclinarse y besarme en la mejilla.
Fue un beso breve, nada que gritara pareja, pero aun así me hizo sentir culpable
porque Santino tuvo que verlo.
Lo vi cruzar la habitación para tomar posición allí por el rabillo del ojo, su
mirada tenía una expresión estoica, pero sus ojos ardían de celos.
—¿Cómo va todo? —preguntó con una sonrisa cortés. Parecía menos
juvenil de lo que recordaba, más tranquilo y confiado, y no solo porque vestía un
traje elegante.
—Bien —respondí, aceptando su codo extendido. Me condujo hacia el
buffet.
—¿Causará problemas?
No tuvo que dar más detalles, estaba bastante claro a quién se refería. Me
permití una mirada muy breve hacia Santino, quien estaba escaneando la
habitación de manera profesional.
—No, ¿por qué lo haría? —pregunté—. ¿Alguna de las chicas con las que
saliste en los últimos años causará algún problema?
—Difícilmente.
—Ves —le dije con una sonrisa firme—. Todo está bien.

236

Nunca habría pensado que desearía volver a París. Echaba de menos


Chicago, y me alegraba de estar de vuelta en mi ciudad, pero estar aquí significaba
que ya no podía estar con Anna. Ahora teníamos que escabullirnos a espaldas de
todos para tener un momento de privacidad.
Siempre había disfrutado la emoción de ser atrapado. Me había excitado
con lo obsceno que se sentía el sexo cuando era prohibido. Pero por alguna razón
extraña, no quería que el sexo con Anna se sintiera obsceno y prohibido. Quería
que la gente supiera que era mía y que me la follaba.
Por supuesto, lo que quería y lo que hacía eran dos cosas muy diferentes,
así que me paré a un lado en una fiesta en la mansión de los Clark y observé a
Anna. Afortunadamente, ella y Clifford no estuvieron juntos en todo momento.
Verlos juntos siempre me hacía sentir como un asesino enloquecido. Anna estaba
ocupada hablando con las hermanas de Clifford mientras él hablaba con la hija de
otro político.
—Santino —dijo una voz familiar y Dolora apareció a mi lado—. Voy a
salir a los jardines a dar un pequeño paseo. ¿Por qué no tomas también un poco de
aire fresco?
No miré en su dirección.
—Estoy bien donde estoy. Deberías encontrar a alguien más con quien
tomar aire fresco. Ya no estoy en el mercado.
—¿Tienes a alguien?
—Sí.
La palabra salió de mis labios sin dudarlo. Aunque sabía que no podría
mantener a Anna a largo plazo, la tenía ahora y no quería a nadie más. La tendría
por mucho tiempo, sería fiel.
—Bien por ella —dijo encogiéndose de hombros, y luego se alejó.
Capté la mirada de Anna desde el otro lado de la habitación. Por supuesto,
me había visto hablando con Dolora. Me dio satisfacción saber que estaba celosa.
Me dio una sonrisa rápida antes de volver a concentrarse en su
conversación. Arrastré mis ojos hacia otro lado y noté que Clifford salía de la
habitación. La chica con la que había estado hablando también se había ido.
Veinte minutos después, regresó la chica y un par de minutos después, 237
Clifford la siguió. Me dirigí hacia él, cuando noté que su cremallera aún estaba
abierta y una pizca de maquillaje manchaba su camisa blanca.
—¿Qué tal si vas al baño y te limpias antes de que alguien note algo? —
gruñí. Bajó la mirada a su camisa y me dio una sonrisa forzada antes de irse.
Anna apareció a mi lado con una sonrisa demasiado brillante. Odiaba esas
sonrisas falsas que ponía cada vez que estaba cerca de la familia de Clifford. Por
supuesto, se había dado cuenta de cómo Clifford se había ido con esa chica. No
me gustó cómo le faltó el respeto abiertamente, lo cual ni siquiera tenía sentido,
considerando que Anna también se estaba enrollando conmigo.
Señaló la puerta francesa.
—Necesito un poco de aire fresco.
Asentí y la seguí afuera. Cuando se volvió hacia mí, supe que tenía otras
cosas en mente además de despejarse la cabeza. Dio un paso más cerca y me dio
una sonrisa tímida.
—¿Qué tal si nos ponemos traviesos en la casa de la piscina?
—¿Esto es para vengarte de Clifford o porque estás cachonda?
—¿Importa?
Lo hacía. La idea de que sintiera el tipo de celos por Clifford que yo sentía
por ella me hizo sentir como una mierda. Maldición. Cuando no dije nada, susurró:
—Estoy cachonda, ¿de acuerdo? No hemos tenido tiempo para el otro en
casi una semana.
Le di una sonrisa, aunque todavía estaba reflexionando sobre sus razones
para querer follar ahora.
—Entonces, guía el camino.
Sonrió antes de pasearse por un sendero más lejos del patio. La seguí como
un buen guardaespaldas. Sabía exactamente a dónde ir. Por supuesto, también
recordaba la casa de la piscina. Dolora también me había traído aquí.
Empujó hacia abajo la manija de la puerta, pero la casa de la piscina estaba
cerrada. Saqué mi cuchillo y lo metí en la cerradura hasta que la puerta se abrió.
La sonrisa de Anna se volvió francamente traviesa. Extendió su mano y después
de una exploración breve de nuestro entorno, la tomé y dejé que me guiara adentro.
El lugar seguía siendo mayormente como lo recordaba. Anna no dudó y me
arrastró a propósito al dormitorio.
—¿En serio? ¿El dormitorio de Cliffy? —murmuré.
Anna se encogió de hombros.
238
—De hecho, ya no vive aquí. Extraño compartir la cama contigo. Esto
parece cómodo.
—¿No la has probado con Cliffy?
No estaba seguro de por qué dije eso cuando sabía que no había estado con
él. No podía dejar mis celos a un lado.
—No arruines el estado de ánimo. No sabemos cuánto tiempo tenemos. Tal
vez Clifford o Dolora necesiten pronto el lugar para sus actividades.
La agarré por las caderas.
—Odio la idea de que me uses para vengarte de Clifford, pero te deseo
demasiado como para dejar que eso me detenga.
Se puso de puntillas y me besó con firmeza, pero aún estaba cabreado. Me
alejé con una sonrisa dura.
—Sé una buena chica y ponte de rodillas.
Se puso de rodillas lentamente, sin quitarme los ojos de encima. ¿Se daba
cuenta de lo loca que me volvía con esa expresión?
Me desabrochó los pantalones. Hundí mi mano en su cabello, empujándola
hacia mi polla expectante. Separó sus labios y me tomó en su boca, sus ojos fijos
en los míos y esa sonrisa burlona aun torciendo sus labios. La miré fijamente,
sintiendo una fuerte sensación de posesividad que no podía desterrar. Anna era
mía, estaba destinada a ser mía. Apreté los dientes para contener un gemido, mis
dedos se apretaron en su cabello. Arrastró su lengua alrededor de mi punta antes
de tomarme profundamente en su boca.
Gemí, mis dedos temblando. Necesitaba más, más de Anna. La agarré por
los hombros y tiré de ella para que se pusiera de pie.
La besé con dureza, aún enojado, pero me negué a concentrarme ahora en
eso. Metí la mano debajo de su falda y empujé sus bragas hacia abajo, luego la
empujé sobre su espalda antes de subirme encima de ella y embestirla con fuerza.
Se arqueó con un gemido y luego se mordió el labio, ahogando el sonido.
—Tenemos que estar callados, ¿verdad? —Se rio.
Me estiré entre nosotros, encontrando su clítoris y lo pellizqué, queriendo
sacarle otro gemido.
Me miró indignada y apretó los labios con fuerza.
—¿Quieres que nos atrapen?
Empujé más fuerte dentro de ella, más profundo, mis dedos trabajando más 239
rápido sobre ella. Si alguien nos encontraba, Dante me castigaría severamente.
Pero valdría la pena.
Pellizcó la piel sobre mi bíceps a modo de advertencia.
Cerré mi boca sobre la suya, tragándome su próximo gemido.
No arruinaría la reputación de Anna de esa manera, no por mis propias
necesidades egoístas. Si quería detener la boda, tendría que encontrar otra manera.

Después del sexo, nos arreglamos la ropa.


Se volvió a aplicar el lápiz labial. Un lápiz labial que había frotado por toda
mi polla.
—¿Te asegurarás de que Cliffy sepa lo que pasó?
Me lanzó una mirada confusa por encima del hombro. Entonces sus cejas
se fruncieron.
—¿Por qué lo haría?
No dije nada, solo me cerré el cinturón y me aseguré de que la funda de mi
arma estuviera en su lugar. No quería volver a esta farsa de fiesta y quedarme atrás
mientras Anna charlaba con los Clark, particularmente con Clifford.
Por supuesto se dio cuenta, y vino hacia mí. Envolvió sus brazos alrededor
de mi cintura. No nos habíamos abrazado así desde París. Presioné un beso contra
sus labios, sin importarme si volvía a manchar su lápiz labial.
—¿Por qué estás enojado? —susurró entre besos—. Siempre supiste que
estaba prometida a Clifford. Nada ha cambiado. Sabes que solo podemos estar
juntos en secreto. Como mi guardaespaldas, tendrás que verme interactuar con
Clifford. Eso no cambiará.
Probablemente solo empeoraría.
—Estoy enojado porque en el pasado siempre he sido yo quien podía
separar el sexo y las emociones. Era yo quien tenía que decirles a las mujeres que 240
solo podía ser divertido y que no correspondería a sus sentimientos. Es una
experiencia nueva estar por una vez del otro lado, y no una muy agradable.
Acababa de admitir que no podía hacer lo que tenía que hacer, esconder mis
sentimientos en el rincón más oscuro de mi corazón y encerrarlos.
Anna tragó pesado.
—Santino, no eres el único que tiene problemas para separar el sexo y las
emociones, ¿de acuerdo? Pero ambos sabemos que tenemos que luchar contra lo
que sea que creamos que estamos sintiendo.
Apartó la mirada.
—Sé eso. Pero cuanto más hacemos esto, más difícil se vuelve. Tal vez
debimos haber seguido el plan y dejar de follar una vez que volvimos a Chicago.
A estas alturas, era apenas más que eso. Ya no podíamos tener citas.
Teníamos que reunirnos en rincones oscuros con excusas endebles. Lo que se había
sentido como algo más, como… mierda… como salir en París ahora se sentía como
una aventura turbia.
Cerró los ojos.
—No quiero detener lo que tenemos, ya extraño lo que teníamos y no puedo
tener en Chicago.
Me incliné, enterré mi nariz en su cabello.
—Seis meses más, y entonces serás de Clifford.
—Pero aún no soy suya, no ahora. Soy tuya.
—Mía —repetí—. Pero solo por un rato.
—¿No es mejor que nunca tener lo que tuvimos y aún tenemos?
No estaba seguro.

241

Sacar tiempo para el otro fue casi imposible ahora que las responsabilidades
sociales de Anna aumentaron antes de la boda. En las últimas cuatro semanas desde
nuestra llegada a Chicago habíamos conseguido follar en el auto cuatro veces y
una vez en la fiesta. Eso fue todo.
Rara vez tuvimos tiempo para hablar. Nunca pensé que extrañaría hablar
con una mujer, pero en realidad extrañaba cada vez más nuestras conversaciones
cuando permanecíamos despiertos en París.
Después de otro rapidito en el auto de camino a una tienda de flores para la
boda, Anna y yo nos permitimos unos minutos de compañía mutua en el asiento
trasero.
—¿Tienes planes para el futuro? —preguntó de repente. Miré hacia abajo a
su cabeza donde descansaba contra mi pecho.
—¿Qué tipo de planes? —Había dejado de hacer planes desde que
empezaron las cosas con ella, pero incluso antes de eso prefería vivir el momento,
lo cual era sabio considerando mis elecciones de vida.
Inclinó la cabeza para mirarme.
—¿Nunca piensas casarte y tener hijos? Ahora tienes más de treinta.
¿Estaba hablando en serio? La miré fijamente.
—Tal vez una vez que estés casada. Mientras esté follando contigo, no
parece prudente encontrarme una esposa. Mi vida está en pausa por ti.
Se incorporó hasta quedar sentada, su rostro retorcido.
—Como si una esposa te impediría follarme.
—Si tengo una esposa, seré fiel.
Pareció sorprendida.
—Has convertido infieles a muchas mujeres.
—No los convertí en nada. Estaban buscando diversión fuera de sus
matrimonios, y les ofrecí diversión.
Asintió, pero aun así pareció confundida.
—Entonces, ¿estás postergando el matrimonio por mi culpa?
¿Se estaba haciendo a propósito la tonta? Toda mi vida había estado en
pausa estos últimos tres años. Todo había girado en torno a ella, su futuro. Volví a
rodar encima de ella.
—Anna, cada puta cosa que he hecho estos últimos años ha sido gracias a 242
ti. Eres el maldito sol al que estoy dando vueltas.
Sus ojos se suavizaron.
—No puedes poner tu vida en pausa por mí. Me casaré con Clifford. No
puedo ser tuya. Tal vez deberías empezar a buscar a alguien con quien casarte.
¿En serio eso era lo que quería? ¿Yo encontrando a alguien más? Me
acomodé entre sus piernas y me hundí en ella lentamente. Sus labios se separaron
a medida que exhalaba.
—De momento eres mía. Eso es suficiente.
No lo era, y ese triste hecho se hizo más evidente cada día que pasaba.
Quería a Anna.
Era mi tarde libre y decidí reunirme con Arturo, cancelando a última hora
una cena con papá y Frederica. Sabía que solo intentarían interrogarme sobre mi
romance con Anna. No quería escuchar sus consejos. Había dejado de ser
razonable en lo concerniente con Anna.
Arturo era el hombre para ser irrazonable y cuando quería evitar que me
hicieran preguntas sobre mis emociones.
Conduce mi Camaro al lugar de Arturo. Lo había extrañado mientras estuve
en París e incluso ahora rara vez tenía la oportunidad de conducirlo. Cuando
estacioné frente al lugar de Arturo, él ya estaba afuera en el callejón abandonado.
Salí y me uní a él.
—Hola, ¿qué tal? —Le di una palmada en los hombros, lo que solo me ganó
una breve mirada horrorizada y ninguna respuesta.
Arturo señaló una pila de paquetes esperando junto a la puerta. Levanté uno,
que era sorprendentemente pesado. Seguí a Arturo, que llevaba una caja más
pequeña, a la parte trasera de su loft; en realidad solo era un almacén que había
elegido como vivienda, probablemente porque aquí, en el distrito industrial, nadie
escuchaba los sucesos extraños. Dejé el paquete sobre la encimera de la cocina,
todo de acero inoxidable. No estaba seguro si Arturo la había usado alguna vez
para cocinar. Me recordaba a una morgue. 243

—¿Qué ordenaste? ¿Ladrillos?


Arturo abrió su paquete, revelando collares de perro con púas y algo que
parecía una máquina para poner etiquetas en orejas de vaca. El mío tenía pesas
rusas. No es de extrañar que fuera tan pesado.
—¿Supongo que no pediste esto porque vas a tener un perro, empezar a
trabajar en una granja o instalar un gimnasio en casa?
Arturo levantó la vista del collar.
—He decidido cambiar un poco.
—Entonces, ¿asaltaste una tienda de mascotas?
—Los humanos torturan a los animales de muchas maneras. Creo que es
apropiado que deba usar algunos de esos dispositivos para torturar a ciertos
humanos.
Una imagen de Cliffy con un collar así entró en mi mente.
—¿Tienes cerveza?
Se encogió de hombros.
—Revisa la nevera.
Pasé junto a él y abrí la nevera. Estaba provista de cerveza, perritos
calientes, mostaza y pepinillos. Siempre me alegraba cuando en la nevera de
Arturo solo encontraba comida y bebida. Agarré una cerveza, la abrí y tomé un
trago largo.
—He estado pensando en matar a Cliffy.
Me dio una mirada en blanco.
Sonreí. Ese era Arturo. Borraba las cosas sin importancia tan pronto como
pasaban por sus oídos.
—Clifford Clark.
Eso finalmente llamó su atención. Agarró una cerveza para él, y luego se
apoyó contra la encimera frente a mí.
—¿Cuál es el plan?
Me reí. Por supuesto, estaba listo para entrar en acción.
—Aún no he cruzado la línea para hacer planes detallados.
—Si has venido a mí para hablar de esto, obviamente no buscas
desanimarte.
244
Tenía un punto. Si quería que alguien me hiciera entrar en razón, Arturo era
la elección equivocada. Estaba demasiado ansioso por la sangre.
—Podríamos hacer que parezca un accidente.
—Nadie va a creer eso. Su familia culpará a la Organización y Dante irá en
busca de posibles sospechosos, y tengo el presentimiento de que, en última
instancia, estará vinculado a mí.
Sin mencionar que Anna probablemente sospecharía. Dudaba que fuera
muy feliz conmigo si mataba a Cliffy. Ella lo eligió a él. Quería seguir adelante
con esta boda. En realidad, nadie la estaba obligando. Si les dijera a sus padres que
no podía seguir adelante, no la obligarían. Y si alguien alguna vez intentara
obligarla, entonces sería el primero en poner una bala en la cabeza de Clifford para
detener la boda.
Si Anna pensaba que no valía la pena arriesgarse, entonces era jodidamente
seguro que no la obligaría a elegirme.
Santino me vio interactuar con Clifford como un león al acecho. Todo su
cuerpo estaba estallando de tensión y en sus ojos el deseo de pulverizar a Clifford
era inconfundible.
Clifford y yo nos tomamos de la mano y sonreímos a las cámaras,
interpretando a la pareja feliz que no éramos y que probablemente nunca seríamos.
—¿Un beso para la cámara? —pidió un periodista, y antes de que pudiera
reaccionar, Clifford se inclinó y me besó. Solo fue un besito en los labios,
definitivamente nada indecente pero más largo de lo que me habría gustado, e hizo
cosas en la expresión de Santino que habrían alertado a todos de nuestra relación
si alguien hubiera prestado atención.
Me aclaré la garganta y le devolví la sonrisa a la cámara. La culpa se instaló
en mi estómago. Sentí como si hubiera engañado a Santino, pero él y yo no… no
podíamos ser. Incluso si lo que habíamos sentido ahora como algo real, como algo 245
más que una simple aventura, no tenía ninguna posibilidad frente a lo que nos
esperaba. Me casaría con Clifford, así que en todo caso debería sentirme culpable
hacia él porque lo que Santino y yo hacíamos definitivamente era más que un beso
inocente en los labios.
Clifford y yo nos tomamos de la mano todo el tiempo. Con solo cinco meses
para nuestra boda, necesitábamos comenzar a actuar como si estuviéramos
enamorados. A ninguna de nuestras familias le vendría bien rumores desagradables
en la prensa.
En algún momento, fingí que necesitaba ir al baño, pero en realidad fui a
buscar a Santino, a quien encontré en el vestíbulo, sentado en las escaleras y
mirando su teléfono.
—¿No deberías estar vigilándome? —pregunté con una sonrisa burlona
mientras me dirigía hacia él.
—Los guardaespaldas de Clifford están allí, sin mencionar a tu padre.
Prefiero quedarme aquí, lejos de la locura.
Me detuve a su lado, apoyándome en el pasamanos.
—¿Estás molesto?
—¿Por qué lo estaría? ¿Mmm? —murmuró con voz letal—. ¿Porque Cliffy
y tú están totalmente enamorados?
—Me tomó por sorpresa. No lo habría besado.
—¿Por qué no? Están comprometidos y son la futura pareja de ensueño de
Chicago.
—Sabías todo esto cuando empezamos a dormir juntos —dije en voz baja.
Era una discusión que habíamos tenido tan a menudo en las últimas semanas. Las
cosas se ponían cada día más tensas. Peleábamos constantemente, y solo cuando
teníamos sexo no discutíamos.
—Dormir juntos. ¿Eso es todo lo que estamos haciendo? Porque si crees
que lo es, bien podríamos llamarlo follar.
Parpadeé y se me hizo un nudo en la garganta. No estaba segura de lo que
estaba pasando entre nosotros. Aunque, eso no era cierto. Tal vez estaba destinado
a suceder, tal vez tenía que suceder para que nuestra despedida eventual no doliera
tanto.
—Sabes que hay más. —Me hundí a su lado en el escalón, pero dejé un
poco de distancia entre nosotros en caso de que alguien nos atrapara.
Me agarró del cuello, aturdiéndome.
—Lo sé. Sé lo que quiero. Sé lo que siento. ¿Y tú? 246

Tragué pesado.
—Tengo que casarme con Clifford. Es por la Organización, lo sabes. No
me hagas dudar de mi elección.
Él asintió y me soltó.
—Tal vez se trata de la Organización, o tal vez se trata de otra cosa. Si aún
no dudas de tu elección, probablemente sea mejor que ahora ni te molestes.
—¿Qué quieres decir?
La puerta de la fiesta se abrió y nos separamos, pero no antes de que la
persona nos viera. Por suerte solo era Sofia. Sus ojos se abrieron con sorpresa.
—Siento perturbarlos.
Me puse de pie.
—No lo haces. Nuestra conversación ha terminado. —Me acerqué a Sofia.
Podía ver en su expresión que estaba preocupada por mí. Le di una sonrisa rápida—
. ¿Vas al baño?
—Ajá —dijo, echando un vistazo a Santino, obviamente aún insegura de lo
que vio. Santino y yo no habíamos tenido demasiada intimidad, pero supongo que
cualquier cosa que hubiera pasado entre nosotros nos había delatado con Sofia—.
Sí. ¿Y tú?
—También tengo que ir al baño. —Nos tomamos de los brazos y nos
dirigimos al baño de invitados donde ambas nos metimos en la habitación. Sofia
esperó a que cerrara la puerta antes de decir:
—Está bien, ¿cuánto tiempo ha estado pasando esto?
Sonreí a modo de disculpa, aunque sentía un poco de ganas de llorar después
de mi discusión con Santino.
—Desde París.
Dejó escapar un suspiro.
—Desde el principio.
—Sí.
—Ay, Anna. ¿Por qué no me lo dijiste?
—Habría sido demasiado peligroso por teléfono.
—¿Qué hay de las veces que nos encontramos en las fiestas?
247
Me encogí de hombros, sintiéndome horrible.
—Simplemente… no quería contarte algo que en realidad no significa nada.
Me dio una mirada que dejó en claro que pensaba que estaba completamente
loca.
Pasos sonaron justo en frente de la puerta y nos quedamos en silencio. Este
fue un buen recordatorio de que esta era la casa de los Clark. Aquí no estábamos
seguras, especialmente no con un tema tan delicado como este.
—¿Podemos encontrarnos mañana para el almuerzo? —le pregunté.
—Por supuesto. De todos modos, Danilo estará ocupado con unas
reuniones. Pero sin más mentiras, ¿de acuerdo?
La abracé.
—Lo prometo.
Sofia vino a la mañana siguiente. Danilo tenía una reunión con papá en su
oficina de modo que pudimos conducir juntas al restaurante. Me alegraba que
estuviera en la ciudad unos días más. Necesitaba su apoyo. Había considerado
pedirle a Luisa que se uniera a nosotras, pero habría sido demasiado abrumador
enfrentar sus preguntas al mismo tiempo. Me reuniría con ella en otro momento
para hablar de Santino. De todos modos, estaba ocupada con los preparativos de
su boda, así que no quería agobiarla con mis problemas con Santino.
Sofia y yo fuimos a almorzar a mi lugar favorito donde servían los mejores
wafles belgas. Por supuesto, Santino nos llevó hasta allí, así que el viaje al
restaurante transcurrió en silencio, excepto por la interacción profesional ocasional
entre Santino y el guardaespaldas de Sofia, que se sentó al frente.
Fue lo suficientemente inteligente como para darnos un poco de espacio y
se instaló lejos de nuestra mesa junto a la entrada del restaurante.
248
Le di un sorbo a mi café negro y apenas probé mi ensalada de frutas. La
próxima semana iría a comprar un vestido de novia, así que no quería arriesgarme
a subir de peso. Sin mencionar que ya rara vez sentía mucha hambre. El estrés con
Santino y la boda aproximándose estaban pasándome factura.
Sofia me observó a medida que probaba sus wafles y luego miró de reojo a
Santino, que estaba sentado en una mesa con su guardaespaldas al otro lado de la
habitación para darnos privacidad.
—¿De verdad crees que puedes seguir adelante con la boda?
Cada día estaba un poco menos segura de poder hacerlo, pero solo faltaban
cinco meses para la boda. Ya se había reservado el lugar, se enviaron las
invitaciones, se reservó el catering, incluso las flores, el pastel y las decoraciones.
Lo único que faltaba era mi vestido de novia, que hasta ahora había evitado
comprar.
Cancelar la boda ahora causaría una gran reacción. Los Clark se sentirían
muy ofendidos y probablemente se desquitarían con la Organización. Incluso si
sus opciones de venganza fueran limitadas, no quería causar ningún problema a mi
familia o a la Organización. Sin mencionar que Santino y yo tendríamos que
admitir nuestra relación. Papá y mamá estarían muy disgustados por decir lo
menos.
Sofia suspiró.
—Anna, esa es una pausa demasiado larga.
—Tengo que hacerlo. Ahora no puedo echarme atrás. Clifford no está mal.
Es atractivo, inteligente, motivado. Todas esas son buenas cualidades que
apreciaré en un matrimonio.
—Quizás. O quizás le guardes rencor porque te costó el amor de tu vida.
Puse los ojos en blanco.
—Eso es un poco melodramático. Nunca dije que estaba enamorada de
Santino. Dormimos juntos estos últimos tres años, pero no tenemos una relación
real. —Luego me encogí de hombros—. Tal vez Clifford se divorciará de mí
después de unos años, entonces seré libre.
—Dudo que arriesgue su carrera al divorciarse tan temprano, y contraer
matrimonio y esperar un divorcio rápido no es una buena opción. Y Santino
probablemente también estará casado para entonces.
La idea de que Santino se casara con alguien me devastó. Por supuesto,
quería que fuera feliz, pero perderlo por otra mujer fue increíblemente doloroso.
Aun así, no podía seguir reteniéndolo. Eso no sería justo para él. 249

Sofia suspiró.
—Piénsalo. No apresures las cosas por una mala comprensión del deber.
Tus padres lo entenderían.
Levanté una ceja.
—¿En serio crees que mis padres serían comprensivos cuando les dijera que
Santino y yo lo hemos estado haciendo durante años a sus espaldas?
Dejó escapar una risa ahogada.
—Probablemente estarán un poco enojados, especialmente con Santino.
—No estoy segura de querer arriesgarlo todo. ¿Quién dice que Santino y yo
seríamos felices si pudiéramos estar juntos? No hay garantía. Sería egoísta de mi
parte arriesgarme a un gran escándalo por la pequeña posibilidad que Santino y yo
estamos destinados a estar juntos.
Se encogió de hombros, aún no convencida.
—Tal vez entonces tus sentimientos por él en realidad no son lo
suficientemente fuertes y lo mejor es si le das la oportunidad de seguir adelante,
de modo que tú también puedas seguir adelante con Clifford.
250
Santino se quedó en el auto frente a la tienda cuando fui a mi primera cita
en la tienda de novias con mamá, Sofia y Luisa. Solo el guardaespaldas de Sofia
se unió a nosotras adentro porque Danilo siempre estaba particularmente alerta.
—Pensé que diseñarías tu propio vestido —dijo Sofia cuando miré los
vestidos en exhibición.
También siempre lo había pensado, pero por alguna razón no me atreví a
hacerlo. No me sentía inspirada en lo más mínimo.
Mamá se unió a mí y señaló un hermoso vestido clásico con encaje. 251
—Creo que te verías hermosa en esto.
De hecho, era uno de mis favoritos de los vestidos que había visto hasta
ahora.
—Me lo probaré.
Treinta minutos más tarde salimos de la tienda de novias, y había elegido el
vestido que mamá había sugerido. Era hermoso, elegante y me hizo sentir preciosa.
La vendedora me había preguntado «si sentí el vestido».
No estaba segura de lo que quiso decir. Era bonito y haría que la gente me
admirara. ¿Pero estaba abrumada por los sentimientos cuando me lo puse?
No. No es que lo esperara. Esta boda no se trataba de emociones, y hacía
tiempo que había perdido la esperanza de que pudiera serlo.
Santino y yo nunca hablamos del vestido de novia, ni de la boda. Desde
nuestra última discusión, habíamos ignorado por completo el asunto, pero incluso
nuestros encuentros sexuales se habían vuelto pocos y distantes entre sí. Esto se
sentía como una ruptura prolongada que nos estaba lastimando a ambos.
Fui sola a mi última cita en la tienda. Esta era mi penúltima prueba y
simplemente no tenía ganas de compartirla con mamá ni con nadie más. Odiaba
cuando todas me miraban a la cara y esperaban ver algo que no estaba allí.
Santino esperó al frente de la tienda. La prueba tenía lugar en un vestidor
separado en la parte trasera.
Cuando la vendedora me ayudó a ponerme el vestido, le pedí que me dejara
un rato. No podía soportar su parloteo constante. Sabía que tenía buenas
intenciones, y probablemente sería justo lo que necesitaba una feliz novia
emocionada, pero yo quería tranquilidad.
Me miré en el espejo del vestidor. La costurera había hecho un trabajo
maravilloso. El vestido me quedaba perfecto. Pasé mis dedos sobre la parte del
corsé. Intenté imaginarme yendo por el pasillo hacia Clifford ese día, pero mi
mente siempre cambiaba al hombre esperando al frente por Santino. Odiaba a mi 252
cerebro por jugar conmigo de esa manera.
Pude escuchar unos pasos pesados.
La puerta se abrió y Santino entró en el vestidor. Ambos nos congelamos.
Sus ojos me recorrieron de pies a cabeza.
—Se supone que no debes verme —espeté a medida que cerraba la puerta
detrás de su espalda, acercándonos.
Levantó una ceja sardónica.
—No soy el novio.
—Cierto. —Me encogí de hombros. Se me hizo un nudo en la garganta. Un
sentimiento del que quería deshacerme lo antes posible—. Aun así. Quiero que
esto sea una sorpresa para todos el día de mi boda.
Sus ojos me consumieron de una manera que me hizo sentir increíblemente
caliente.
—Te ves hermosa, pero debiste haber diseñado tu vestido. Tienes
demasiado talento para llevar el diseño de otra persona.
La sorpresa se apoderó de mí. Esto era lo más amable que me había dicho
en semanas, y me golpeó hasta el fondo. Aún era tímida con mis diseños de moda,
especialmente algo tan importante como un vestido de novia.
—Habría tomado demasiado tiempo. Y no creo que Clifford hubiera notado
la diferencia.
Se apoyó contra la puerta y metió las manos en los bolsillos.
—Yo lo habría hecho. Tus diseños siempre tienen un toque especial. Una
sensualidad sofisticada.
Solté una carcajada.
—¿Una sensualidad sofisticada? Nunca pensé que llegaría el día en que mi
amenazante guardaespaldas sarcástico hablara así.
—Nunca pensé que llegaría el día en que elegirías el vestido para tu boda
con Cliffy.
El silencio se extendió entre nosotros como una capa de ceniza asfixiante
después de la erupción de un volcán.
—¿Por qué no? —Mi voz sonó extrañamente tensa.
Su mirada pareció desnudarme. Mis propios ojos recorrieron su pecho
musculoso. Mi cuerpo estalló con piel de gallina y un calor familiar se acumuló 253
entre mis piernas. Me concentré en la reacción de mi cuerpo hacia él, intentando
ignorar desesperadamente mi corazón. Deseaba a Santino. El deseo era fácil de
manejar. Fácil de satisfacer. Mucho más fácil que el anhelo de un corazón.
No quería desearlo. Había pensado en él como una forma de divertirme
antes del matrimonio. Una forma sencilla y segura de disfrutar.
Y maldita sea, me divertí y disfruté.
Me dedicó una lenta sonrisa confiada que sugería que sabía exactamente lo
que estaba pensando. Era la sonrisa que siempre me debilitaba las rodillas y me
molestaba infinitamente al mismo tiempo. Solo Santino podía hacer eso.
—¿Quieres unos últimos orgasmos antes de tener que experimentar un coito
mediocre con Cliffy?
Sus palabras dolieron, pero no le daría la satisfacción de demostrarlo. Tal
vez estaba enojado porque iba a casarme con Clifford. Pero nunca le había
mentido. Conocía las reglas de nuestro vínculo desde el principio. O tal vez era su
forma de hacer frente a esta situación imposible que nos estaba pasando factura a
los dos.
—¿De verdad te follarías a la novia de otro hombre con su vestido de novia?
Se apartó de la puerta y avanzó hacia mí lentamente. Mis entrañas se
tensaron con deseo ante el fuego en sus ojos.
—He hecho cosas mucho peores, cherie.
El francés de Santino seguía siendo horrible y sabía que lo hacía así para
molestarme.
—No lo dudo.
Se detuvo justo frente a mí y me miró fijamente. Metió la mano debajo del
dobladillo de mi vestido corto hasta que encontró mis bragas. Le pedí a la costurera
que acortara un poco el vestido en la parte delantera para hacerlo un poco más
individual, ahora le daba un mejor acceso.
Me tensé.
—Santino, necesito usar estas bragas el día de mi boda.
Su sonrisa se volvió pecaminosamente desafiante.
—¿Y no quieres que el pobre Cliffy te baje las bragas que tu lujuria por mí
ha contaminado antes? Dales un buen lavado. No lo sabrá. —Lo miré fijamente—
. Tienes razón. No deberíamos insultar a Cliffy de esa manera.
—Si fuera por ti, le pondrías una bala en la cabeza.
—Si fuera por mí —murmuró a medida que se arrodillaba. Agarró mis 254
bragas y las bajó despacio, sus ojos desafiándome a decir que me detuviera.
En cambio, lo ayudé levantando los pies. Dobló cuidadosamente la prenda
frágil y la dejó en el suelo a su lado. Luego metió la mano nuevamente debajo de
mi vestido, agarrando mi trasero y su cabeza sumergida debajo de la falda. Su
lengua hundiéndose entre mis pliegues.
Clavé mis dientes en mi labio inferior, mis manos descansando sobre su
cabeza a través de las capas de mi falda. La vendedora no volvería a menos que se
lo pidiera, pero esto seguía siendo arriesgado, locura pura, y se sentía mal en un
nivel que no podía expresar con palabras.
Me miré en el espejo, la lujuria nublando mis ojos, mi pecho pasado y mis
mejillas sonrosadas. Entonces mi mirada se posó en la forma medio oculta de
Santino: escondido debajo de mi vestido de novia. Una sonrisa amarga retorció mi
boca. Hace muchos años, condené a Santino y a las esposas infieles por lo que
hacían, y hoy estoy dejando que Santino me devore con mi vestido de novia, solo
un mes antes de mi boda. ¿En serio era tan diferente?
Tal vez a Clifford no le habría importado si tenía otros hombres antes de
nuestra boda, pero dudaba que estuviera feliz de saber que me había follado a otro
hombre con las bragas y el vestido que había elegido para nuestra boda. Empujé el
pensamiento a un lado. No quería pensar ahora en eso.
Acarició mi clítoris con sus dientes, haciéndome jadear.
—No me digas que estás pensando en Cliffy mientras devoro tu coño.
No de la manera que él sugería. Probablemente me imaginaría a Santino por
el resto de mi vida cuando Clifford y yo tuviéramos intimidad.
—No te detengas —le dije en voz baja, casi suplicante.
Exhaló antes de deslizar su lengua a lo largo de mi hendidura una vez más.
No hablamos más y, la boca y lengua de Santino fueron casi cuidadosas y
reverentes en su exploración. Esto se sintió como una despedida. ¿Todos nuestras
relaciones sexuales se sentirían ahora como una despedida? ¿Cada toque
empapado de melancolía?
Su dedo rozó mis labios inferiores a medida que sus labios envolvían mi
clítoris suavemente. Solo la punta de su dedo jugueteó con mi abertura, rodeándola
lentamente. Me aferré a su cabeza desesperadamente, pero nunca aparté los ojos
de mi reflejo.
—Santino —susurré. Respondió a mi súplica entrecortada con un empujón
profundo de su dedo y pronto estableció un lento ritmo constante que coincidía con
sus labios alrededor de mi clítoris. 255
—Por favor —susurré. Nunca había rogado por un orgasmo, y esto se sentía
como si estuviera pidiendo mucho más.
Deslizó un segundo dedo dentro de mí al mismo tiempo que chupaba mi
clítoris con más fuerza.
Me corrí con un estremecimiento pequeño, mis caderas meciéndose
ligeramente.
—Estos no eran los fuegos artificiales que había planeado —dijo mientras
salía de debajo de mi vestido. Tenía el cabello despeinado, los labios relucientes y
la cara roja por la falta de oxígeno.
Se puso de pie y luego se inclinó para presionar un beso en mis labios,
permitiéndome saborearme. Comencé a hundirme para devolverle el favor, pero
las manos de Santino en mis brazos me detuvieron.
Mis cejas se fruncieron.
—Haré un desastre con tu vestido, y creo que ahora deberíamos parar.
Mierda, casi estás casada y con este vestido es como si ya lo estuvieras.
—Santino, aún no estoy casada. Clifford y yo siempre estuvimos de acuerdo
en que todo lo que sucediera antes de casarnos no era engañarnos. Ha tenido
muchas chicas, así que definitivamente no puede enfadarse conmigo por estar
contigo.
Negó con la cabeza, sus ojos oscuros mirándome fijamente.
—Si estuvieras comprometida conmigo jamás te habría compartido.
Ardería de celos. Tendría que matar a todos los hombres que te tocaron.
—Pero me compartirás con Clifford en cuatro semanas. —No estaba segura
de por qué lo dije. Nunca tuve la intención de convertirme en una infiel, y no pensé
que fuera capaz. Tal vez si Clifford estuviera de acuerdo en una relación abierta en
la que ambos tuviéramos otras parejas, ¿pero ser infiel?
Volvió a negar con la cabeza.
—No, no lo haré.
—¿No?
—Anna, esto terminará una vez que estés casada. Tal vez incluso antes de
eso si puedo dejar de quererte más que al aire. Maldita sea, ya no puedo hacer esto.
Quieres a Clifford. Está bien. Intenta hacer lo mejor para tu familia, y yo haré lo
mejor para mí. Clifford tiene sus propios guardaespaldas y tu padre accedió a elegir
a otra persona para tu protección adicional.
—¿Ya no serás mi guardaespaldas? —El frío se instaló en mis huesos y un
pánico que no podía explicar. De alguna manera esperaba que siguiera 256
protegiéndome porque había renunciado a su trabajo como Ejecutor por mí. Había
sido ingenua, y tal vez intentaba proteger mi corazón de la dura realidad de nuestro
futuro.
—No.
La palabra resonó entre nosotros. Me miró a los ojos, y pude sentir su
determinación pero también un dolor profundo que conocía muy bien.
Asentí y tomé sus hombros. Nos miramos fijamente.
—Tienes razón. Tal vez ahora deberíamos parar.
—Deberíamos. —Dio un paso atrás y mi pecho se contrajo con tanta fuerza
que me preocupó desmayarme.
Me aclaré la garganta, intentando deshacerme del nudo en mi garganta.
—Ahora necesito prepararme.
Asintió, su expresión convirtiéndose en la que recordaba del pasado. Un
poco condescendiente y dura.
—No olvides lavar bien tus bragas antes de la boda.
Reaccioné a mi vez.
—Estoy segura de que a Clifford no le importará si no uso ropa interior.
Dio media vuelta y se fue.
La puerta se cerró detrás de él. Aferré el marco del espejo, necesitando
estabilizarme. Sentí como si un agujero se hubiera abierto frente a mí y quisiera
succionarme. Estuve tentada a permitirlo.

Una barrera invisible se había construido entre Santino y yo desde nuestra


conversación en la tienda de novias hace una semana. No habíamos vuelto a dormir
juntos. Habíamos mantenido la distancia que habíamos acordado, pero hasta ahora
no lo añoraba menos. Una semana era muy poco tiempo para olvidar lo que
habíamos tenido. Pero me concentré en mi molestia hacia él. 257
Caminaba un par de pasos detrás de mí. Ni siquiera podía mirarlo. Me sentía
culpable porque tenía que acompañarme a un almuerzo con Clifford, pero al
mismo tiempo enojada porque él quería que me sintiera culpable. Me culpaba por
algo que había sabido desde el principio. Nunca le había mentido. Ambos sabíamos
que nuestra relación tenía fecha de expiración. Tres semanas. O tal vez ya había
caducado. Definitivamente se sentía así.
Entré en el restaurante. Clifford y dos guardaespaldas ya estaban allí.
—Por supuesto, Cliffy necesita dos guardias para proteger su culo mimado
—murmuró en voz baja.
Sus palabras echaron leña al fuego de mi ira hacia él, hacia mí, hacia la
situación, incluso hacia Clifford. Me volví hacia él, siseando:
—Deja de insultar a Clifford. Madura y supera tu orgullo herido. Voy a
casarme con él, acéptalo y sigue adelante.
La expresión de Santino se volvió pétrea, pero sus ojos enviaron otra
puñalada de culpa a través de mí antes de que también se volvieran duros y fríos.
Asintió una vez.
—Estaré en la esquina haciendo mi trabajo.
Con una sonrisa rígida, me acerqué a Clifford y lo saludé con un beso rápido
en la mejilla antes de que pudiera besarme en los labios, luego me senté frente a
él.
Sus ojos azules revolotearon entre Santino y yo.
—¿Está todo bien?
—Por supuesto. Mi guardaespaldas solo está contando los días para librarse
de mí. Odia el trabajo.
Clifford entrecerró los ojos pensativo.
—Eres muy buena mintiendo, pero él lleva sus emociones bajo la manga.
¿Causará problemas?
Mi sonrisa se volvió más tensa.
—Puedes dejar de preguntarme eso. Te dije que no lo hará. Hablemos del
motivo de esta reunión.
—Han surgido algunos problemas de seguridad con respecto a la boda, de
modo que es probable que tengamos que cambiar la ubicación para evitar un
incidente.
Mi boca se abrió. 258

—¿Quieres cambiar de ubicación tres semanas antes de nuestra boda?


—Es necesario. Mi padre está muy preocupado por su seguridad, y
probablemente por la mía.
—¿Esa es la razón de los dos guardias?
Asintió.
Me incliné hacia adelante.
—¿Esto es por la postura proabortista de tu padre?
—Así es. Recibió varias amenazas contra su vida desde entonces y como lo
apoyo en esto, también las recibí.
—Te estás casando con la mafia. Esta boda será segura, no te preocupes.
Mi padre ha dispuesto las medidas de seguridad más altas posibles.
—Aun así, la ubicación ha sido de conocimiento público durante mucho
tiempo. Un cambio de última hora hará que los posibles planes de ataque sean aún
más difíciles.
—Si alguien quiere matar a tu padre y a ti, no elegirán una boda de la mafia
para eso. Incluso un fanático elegirá una opción más exitosa.
—Sería una declaración muy pública.
—Siempre que alguien te ataque a ti o a él será una declaración pública.
Me fijé en Santino moviéndose por la habitación. Corría como un loco, con
el arma en la mano.
Nuestros ojos se encontraron y capté en los suyos una determinación pura,
pero también un miedo franco. Un disparo atravesó el lugar y sangre salpicó mi
cara. Santino chocó conmigo, arrojándome al suelo y volcando mi silla. Aterricé
en el suelo, mis oídos y mi cabeza zumbando por el impacto. Me protegió con su
cuerpo, cubriéndolo por completo e intentando arrastrarme.
Sonaron más disparos. Santino siseó.
Estaba desorientada, confundida. Algo caliente se extendió por mi
estómago y mis muslos. Me pregunté por un segundo si me había orinado en los
pantalones de miedo, pero no estaba tan asustada. Estaba… ni siquiera lo sabía.
Santino siguió arrastrándome y disparando. Mis oídos resonaron
dolorosamente. Miré hacia abajo y vi mi blusa blanca completamente roja.
¿Me habían disparado? Entonces, vi la camisa de Santino, que estaba
empapada de sangre. 259

Sonó otro disparo, y él se sacudió de nuevo y gimió. La sangre ahora


también corría de un tiro en su hombro. Se empujó hacia arriba con un gruñido, y
apuntó a algo.
Un hombre con varios impactos de bala se escondía detrás de la barra.
Santino disparó y la cabeza del hombre se sacudió hacia atrás antes de caer muerto
al suelo.
Santino respiró pesadamente. Se volvió hacia mí lentamente, con el rostro
ceniciento y los ojos ligeramente desenfocados.
—¿Estás herida? —preguntó con voz ronca.
Negué con la cabeza, intentando sentarme, pero me empujó hacia abajo.
Luego tuvo que apoyar su peso en un brazo, obviamente demasiado débil para
enderezarse.
—Quédate abajo en caso de que haya más.
—¡Necesitas una ambulancia! ¡Te dispararon!
Sonrió irónicamente.
—Te dije que moriría protegiéndote.
—¡No digas eso! —susurré con dureza. Más sangre estaba corriendo sobre
mí. Santino no se veía bien.
—¿Le das un último beso a un hombre moribundo para que pueda fingir
que eres mía?
—Santino —sollocé, pero me silenció con sus labios sobre los míos. Tomé
sus mejillas, devolviéndole el beso, pero entonces se soltó despacio de mi agarre y
cayó de lado—. ¿Santino? —grité, arrodillándome a su lado. Lo sacudí, pero no se
movió.
—Llamamos a una ambulancia —dijo uno de los guardias. El otro seguía
protegiendo a Clifford y presionando una herida en su hombro.
Solo escuché a medias. Tomé mi teléfono y marqué el número de papá, mis
dedos dejando marcas de sangre en mi pantalla.
Al segundo en que papá atendió, comencé a hablar:
—Papá, dispararon a Santino. Varias veces. No se ve bien.
—¿Dónde estás? ¿Estás a salvo? —preguntó papá. Pude oírlo moverse en
el fondo—. ¡Valentina, alerta a todos los guardias!
—Papá, dispararon a Santino.
—Anna, cálmate. ¿Estás a salvo? —Mamá habló en el fondo, y sonó un 260
motor.
—Sí —susurré—. Estoy en el Café Lincoln.
—Quédate ahí, enviaré a los hombres más cercanos a ti.
—Papá, creo que Santino se está muriendo —susurré suavemente a medida
que acariciaba el oscuro cabello rebelde de Santino. Su rostro estaba muy quieto,
sin ira, sin frustración, sin alegría o amor.
—Estaremos pronto allí. Quédate al teléfono conmigo, ¿de acuerdo?
La voz de papá sonaba tranquila y controlada.
—Está bien —dije en voz baja, apretando el teléfono con más fuerza contra
mi oído.
—Ayúdalo, se ve peor que yo —murmuró Clifford.
Uno de sus guardaespaldas se arrodilló junto a Santino y le tomó el pulso,
luego arrugó una servilleta de tela y la presionó sobre una herida en su espalda.
Simplemente me senté allí y acaricié su cara mientras yacía de lado casi en
paz.
El tiempo pareció detenerse. Las sirenas interrumpieron el silencio. Y
entonces unas manos fuertes me agarraron. Era uno de nuestros hombres
intentando levantarme.
—¡Me quedo aquí! —gruñí como un gato salvaje.
Él asintió y se colocó a mi lado. Los paramédicos cayeron de rodillas junto
a Santino, empujándome a un lado. Retrocedí un poco, pero no me fui como si mi
presencia pudiera retenerlo aquí.
—Anna —dijo papá. Levanté la vista cuando se inclinó sobre mí, agarrando
mis brazos y levantándome. Me escaneó y besó mi mejilla. Entonces mamá me
tomó en sus brazos—. Vamos a llevarte a casa.
—No. Tengo que quedarme con él.
Papá se dirigió a Santino y fue entonces cuando vi a Enzo arrodillado junto
a la cabeza de Santino mientras los paramédicos intentaban resucitarlo. Los brazos
de mamá se apretaron a mi alrededor. Enzo acarició el cabello de Santino como lo
había hecho antes. Mi corazón se rompió. Los paramédicos lo pusieron en una
camilla y Enzo no se apartó de su lado a medida que lo sacaban.
Los seguí a un ritmo más lento, el brazo de mamá aún a mi alrededor. Varios
soldados de la Organización estaban pululando ahora por el área. Papá estaba
hablando con Clifford y sus guardaespaldas mientras otros dos paramédicos se
ocupaban del hombro de Clifford. 261

—¿Podemos seguirlos al hospital? —pregunté a mamá cuando la


ambulancia se alejaba.
La expresión de mamá fue dulce.
—Cariño, primero deberíamos llevarte a casa y asegurarnos de que estás
bien. Visitaremos a Santino después de que te hayas limpiado, ¿de acuerdo?
Papá apareció a nuestro lado. Hizo señas a una limusina negra para que
avanzara y se dirigió hacia nosotros.
—Llévalas a casa. Sin paradas. Directo a casa. Estaré ahí tan pronto como
haya hablado con todos los involucrados.
—Por favor, quiero ir contigo si visitas a Santino.
Papá asintió y me besó en la mejilla antes de llevarnos a mamá y a mí a la
limusina.
El camino pasó como un borrón y cuando entramos en nuestra mansión,
Leonas se dirigió hacia nosotras inmediatamente. Tenía dos pistolas en su funda.
—Bea está en la biblioteca con Riccardo y RJ. La zona estaba despejada.
—Leonas me abrazó y me escaneó de pies a cabeza—. También quería ir, pero
papá quería que protegiera a Bea con RJ y Riccardo. —Asentí, hundiéndome en
él—. ¿Qué hay de Santino?
Sus ojos se clavaron en los míos. Mi garganta se obstruyó. Lo que quería
decir no podía decirlo delante de mamá.
Leonas pasó un brazo alrededor de mis hombros.
—Mamá, la llevaré a su habitación. ¿Puedes ver cómo está Bea? Está
entrando en pánico.
Mamá vaciló, pero me incliné hacia Leonas, tomando la decisión por ella.
Medio me arrastró escaleras arriba porque mis piernas se sentían demasiado
pesadas para levantarlas. Entramos en mi habitación y Leonas cerró la puerta. Me
vi en el espejo de mi tocador. Mi rostro estaba cubierto de salpicaduras de sangre.
No estaba segura si era de Clifford por la herida de su hombro o de Santino. Pero
la sangre empapando mi blusa blanca… esa era toda de Santino.
—¡Inodoro! —grazné. Leonas me arrastró al baño y me agarró el cabello
mientras vomitaba en el inodoro.
Cuando dejé de vomitar, tiró de la cadena.
—Es la primera vez que hago esto por ti. Por lo general, Rocco es el que
termina vomitando después de demasiado alcohol y marihuana.
Sonreí débilmente a medida que tomaba la toallita húmeda que me ofreció 262
y me limpié la cara. No me molesté en levantarme. Se sentó frente a mí con la
espalda apoyada en la bañera.
—Anna, ¿qué pasó?
Le conté, mi voz rompiéndose cuando llegué a la parte con Santino tendido
sin vida en la camilla. Se acercó a mí y me presioné contra él, dejándolo abrazarme.
—Es un hijo de puta fuerte y testarudo. No morirá.
Me estremecí.
—Arriesgó su vida por mí.
—Anna, ese es su trabajo. No te sientas culpable. No por eso. Siéntete
culpable por hacer que el pobre hombre se enamore de ti cuando vas a casarte con
otra persona.
Fruncí el ceño.
—Eso es un golpe bajo.
Sonrió.
—Hermana, prefiero que estés enojada a que llores. Canaliza esa ira.
—¿Crees que no debería casarme con Clifford?
—Creo que la Organización no debería meterse en la cama con la política,
y tú tampoco. Pero sé que soy el único en esta familia que piensa así. No te diré
qué hacer, pero debes decidirte antes de ver a Santino la próxima vez de modo que
pueda seguir adelante. No lo tortures hasta el último día.
Tragué pesado. Debí haber dejado ir a Santino mucho antes. Sabía que una
parte de él siempre había esperado que lo eligiera y tal vez había contribuido con
eso, pero simplemente había sido demasiado débil para estar sin él.
Leonas tenía razón. No podía seguir haciendo esto. Santino necesitaba vivir
por sí mismo. No podía seguir protegiéndome y esperándome. Tenía que encontrar
a alguien que lo mereciera más que yo. Había sido egoísta durante demasiado
tiempo. Si sobrevivía, finalmente lo dejaría libre incluso si me destrozaba el
corazón.

263
Me limpié los ojos y asentí con decisión. Me preparé y conduje hasta el
hospital con mamá y Leonas. No me atrevía a considerar que Santino no lo
lograría. Era fuerte. Nada podría detenerlo.
Mamá tomó mi mano y la apretó.
—Hizo lo que estaba destinado a hacer. Siempre estaré agradecida por eso.
Casi lo hizo sonar como si no fuera capaz de decírselo ella misma. Cuanto
más nos acercábamos al hospital, más fuerte se volvió mi miedo. Tragué pesado,
con lágrimas brotando de mis ojos. 264
Leonas me envió una mirada preocupada.
—Va a estar bien.
Cuando llegamos al hospital, nos condujeron a una sala de espera donde la
gente se sentaba mientras sus seres queridos estaban en cirugía. Enzo se sentaba
en una de las sillas incómodas de plástico azul claro, con los brazos apoyados en
los muslos y la cabeza gacha. A su lado estaba sentada una chica que supuse que
era la hermana menor de Santino, Frederica. Tenía los brazos alrededor de sí
misma y miraba fijamente la puerta que conducía a los quirófanos. Me quedé ahí
en la entrada indecisa. Mamá avanzó directamente hacia Enzo y se sentó a su lado,
poniendo su mano sobre su hombro. Él alzo la vista con ojos llorosos. Respiré
decidida y caminé hacia ellos, luego me hundí en la silla vacía junto a Frederica.
Iba vestida con el traje que tenían que llevar todas las novicias, un velo blanco y
un hábito negro. Debe haber estado en las etapas finales antes de tomar su voto
final. Nunca la había conocido, pero por las historias que Santino había compartido
en alguna ocasión, me resultó familiar.
Solo miró brevemente en mi dirección, pero sus ojos estaban vacíos,
mirando a través de mí. Actué por impulso y tomé su mano, apretándola. Se sintió
extraño consolar a una monja, pero me recordé que ella era humana como yo. Una
cruz sobresalía de su otra mano.
—Lo siento —dije en voz baja.
Finalmente me miró.
—¿Por qué?
—Santino está ahí por mi culpa, porque quería protegerme.
—Santino vive por su trabajo, por ti —dijo la última parte casi inaudible y
mi corazón se apretó con fuerza. ¿Qué estaba haciendo?
La puerta se abrió y salió un médico. Enzo se levantó de inmediato y se
dirigió hacia el hombre. El resto de nosotros lo seguimos unos pasos atrás.
—Está estable. Tuvimos que extirparle el bazo y sufrió una hemorragia
interna. Lo estamos monitoreando de cerca.
Solté un suspiro de alivio. Mamá me dio una sonrisa aliviada.
Enzo y Frederica desaparecieron en el pasillo conduciendo a una sala de
recuperación. Quería ir con ellos, quería estar allí cuando Santino despertara, pero
nadie sabía de nuestro vínculo, excepto quizás Frederica si no había juzgado mal
sus palabras crípticas. Tal vez su condición de monja había hecho que Santino se
sintiera cómodo compartiendo nuestro vínculo con ella, aunque nunca había
hablado con amabilidad de su objetivo de convertirse en monja.
Ahora no estaba segura de qué hacer. Mamá habló con el médico en voz 265
baja, probablemente asegurándose de que Santino recibiera el mejor tratamiento
posible. La Organización se encargaba de los suyos.
Quería tanto ver a Santino. No quería irme sin verlo. No podía. Cuando
mamá terminó de hablar con el médico, volvió a mi lado. Apretó mi hombro.
—Estará bien.
Asentí aturdida. No podía explicar el mal presentimiento que tenía.
—Ven, vamos a casa. —Vacilé. Las cejas de mamá se fruncieron—. En este
momento no hay nada que podamos hacer por él o su familia. Están a su lado.
Necesita a sus seres queridos, ahora mismo eso es lo más importante.
Me sentí enferma y culpable. Santino me amaba. Lo sabía con cada fibra de
mi ser. Y lo amaba, pero a veces el amor no era suficiente. A veces teníamos que
tomar la decisión difícil por el bien de otra persona.
Mamá y yo nos dimos la vuelta.
—¡Anna! —llamó Frederica.
Me volví hacia ella.
—Tal vez también deberías estar allí. Sé lo importante que era para Santino
protegerte. Te conoce desde hace tanto tiempo.
La sorpresa cruzó el rostro de mamá, y luego cambió a una expresión
conmovida. Mamá asintió, apretó mi mano una vez más, y corrí hacia Frederica.
—Gracias —susurré.
—Anna, estoy haciendo esto por Santino. Sé que tú y él están en un camino
muy destructivo.
No dije nada, porque ¿qué había que decir? Había dicho la verdad. Y no
importaba por qué me permitía verlo, solo que lo hacía.
Cuando entré a la habitación de Santino, máquinas emitían pitidos y un olor
a antiséptico me golpeó de lleno. Enzo se sentaba junto a él.
Me congelé cuando lo vi. Parecía terriblemente pálido. Dos transfusiones
fluían hasta sus brazos, y las máquinas monitoreaban sus funciones corporales. Su
cuerpo alto empequeñecía la cama, pero al mismo tiempo parecía desaparecer en
el colchón. Era una paradoja que no podía explicarme.
Me acerqué a la cama lentamente y toqué su mano. No sabía qué decir, qué
hacer.
Enzo me miró y la vergüenza se apoderó de mí. Él también lo sabía. Una
acusación silenciosa colgaba en sus ojos, y sabía que no era porque Santino había 266
recibido una bala por mí.
—Lamento mucho lo que pasó.
—Pero no lo sientes por lo que deberías sentirlo —dijo con frialdad.
Me puse rígida. Enzo siempre había sido amable conmigo, hacía bromas e
incluso jugaba conmigo cuando era más joven. Sin embargo, sus lealtades estaban
como debían con Santino.
—Papá, Santino tiene tanta culpa como Anna. Podría haber terminado las
cosas. Es un adulto que tiene que asumir la responsabilidad de sus acciones.
Negó con la cabeza, mirando con cansancio a su hijo.
—No. Su corazón no se lo permitiría.
Me aparté de la cama, lejos de Santino. Tenía razón.
—No deberíamos discutir esto ahora. No sabemos lo mucho que puede oír
Santino —advirtió Frederica.
—Tu prometido también está en este hospital. Tal vez deberías ver cómo le
va —dijo Enzo.
Asentí, tragando pesado.
—Espero que Santino despierte pronto. No volveré a molestarlos ni a ti ni
a él.
Giré sobre mis talones y me fui. Enzo tenía razón. Leonas tenía razón. Tenía
que ser fuerte y dejarlo ir. Santino no terminaría las cosas entre nosotros, ni
siquiera una vez que me casara a pesar de lo que había dicho. Sería mi amante y
se marchitaría lentamente bajo la amargura que le causaría compartirme con
Clifford. Nuestra unión se volvería cada vez más tóxica hasta que toda la belleza
que había tenido al principio hubiera muerto.
Mamá me esperaba en la sala de espera y su expresión se tornó preocupada
cuando me vio.
—¿Qué ocurre?
—Nada. Con suerte, Santino despertará pronto, y probablemente debería ir
con Clifford. Escuché que él también está aquí.
Mamá definitivamente sabía que pasaba algo, pero no insistió. Siempre
había respetado mis límites y sabía que eventualmente acudiría a ella si quería
hablar. Siempre había sido así, excepto por mi vínculo con Santino. Me pregunté
si alguna vez sería capaz de hablar con ella al respecto, tal vez en unos años cuando
estuviera casada y los años suavizarían el golpe de esta verdad impactante.
267
Juntas preguntamos hasta que una enfermera servicial nos condujo a la
habitación donde atendían a Clifford. Nuestros dos guardaespaldas permanecieron
frente a la puerta con los dos guardaespaldas de mamá y Clifford cuando me
deslicé en la habitación.
Clifford estaba solo en el lugar. Se sentaba en el borde de la cama,
mirándose los pies descalzos. La parte superior de su cuerpo estaba desnuda, pero
un vendaje cubría su pecho, hombro y brazo izquierdos, que estaba sujeto frente a
su pecho. Levantó la vista a través de su cabello rubio rebelde. Ni siquiera me
había dado cuenta de que lo llevaba más largo otra vez. Luego sonrió
extrañamente.
—Otra persona en mi vida cuya segunda opción soy yo.
Me hundí a su lado. Como estábamos solos, no me molesté en besarlo, y me
pregunté cuándo tener que besarlo se convertiría eventualmente en querer besarlo.
—¿De qué estás hablando?
—Papá está afuera frente al hospital con su primer amor, la publicidad,
dando una conferencia de prensa, hablando de lo conmocionado y aturdido que
está por el ataque, mamá está con su terapeuta porque no pudo manejar el trauma.
—Dejó escapar una risa burlona—. Y tú estabas con tu guardaespaldas, el hombre
con el que preferirías casarte.
—Eso no es cierto —dije débilmente.
—No tienes que mentirme. Odio a los mentirosos. Estoy rodeado de ellos.
—¿Cómo te sientes? —Hice un gesto a su brazo.
—Los analgésicos son decentes. Las dos balas solo causaron un daño
moderado. —Me miró a los ojos y volvió a sonreír extrañamente—. Ahora que me
dispararon, me pregunto si esto me dará el crédito callejero suficiente para que me
veas como un hombre.
—Te veo como un hombre —protesté.
—Solo tenemos dos semanas y media hasta la boda.
Tenía razón. Dos semanas y media. Siempre lo había redondeado a tres
semanas en mi cabeza porque parecía menos desalentador.
—Lo sé. Todo está preparado. Papá probablemente ya esté aumentando la
protección. ¿Te preocupa no poder ponerte el traje por las vendas?
—¿Quieres casarte conmigo?
—Lo acordamos. Nuestros padres prepararon todo. Cientos de invitados
fueron invitados. 268

—Lo sé. Pero, ¿quieres casarte conmigo?


—¿Y tú? ¿Soy la mujer de tus sueños?
Clifford negó con la cabeza sin dudarlo.
—Eres preciosa e inteligente, pero tengo el presentimiento de que tienes
una vena manipuladora y eres una mentirosa muy buena, lo que nunca es una buena
base para un matrimonio.
Auch. Por supuesto, tenía razón. Podía ser manipuladora si quería algo, y
que era una mentirosa buena estaba fuera de discusión. Ambos eran talentos útiles
en un mundo tan duro como el de la mafia, especialmente si eras hija de un Capo,
pero no eran muy útiles en un matrimonio.
—Pero entré en nuestro matrimonio sin equipaje —continuó sin inmutarse.
—No te preocupes por mi equipaje. —Salté de la cama—. ¿Necesitas algo?
Clifford pareció encontrar extraña mi pregunta.
—Eres la primera persona que preguntó. Mi padre solo me dijo cómo
teníamos que manejar la situación. Gracias.
—De nada. —Vacilé—. Clifford, intentaré ser una esposa buena.
—Y trataré de ser un esposo bueno. Tal vez la próxima vez reciba una bala
por ti.
Le di una sonrisa tensa, mis pensamientos volviendo al hombre que había
recibido no solo una, sino tres balas por mí.
Me fui. No permití que mi pensamiento se demorara en Santino. Todos
haríamos lo que fuera mejor para el futuro de nuestras familias y la Organización.

Cuando mamá me despertó a la mañana siguiente, supe que algo malo había
sucedido.
—¿Qué es? —pregunté tropezando fuera de la cama, somnolienta y
269
desorientada. Había soñado que estaba de regreso en París, acostada en los brazos
de Santino.
Mamá tomó mi hombro, sus ojos suavizándose.
—Santino sufrió una sepsis y lo tuvieron que poner en coma artificial.
Todo mi mundo se hizo añicos.
—¿Estará bien?
—Los médicos no pueden decirlo ahora. Están haciendo lo mejor que
pueden.
Me sentí vacía, especialmente porque mi cuerpo aún podía sentir su toque
fantasmal en mi sueño.
—Debería ir a verlo.
Tomó mi brazo.
—Enzo llamó para informarnos sobre el estado de Santino y pidió darle
espacio a él y su familia. Quería que te dijera que deberías concentrarte en los
preparativos de la boda, ya que eso es lo que Santino hubiera querido.
—Sí —dije en voz baja—. Probablemente tenga razón.
La familia de Santino quería que le diera libertad para seguir adelante. Tenía
que honrar su deseo. Conocían a Santino, y si mi visita solo lo perturbaría y pondría
en peligro que despertara, entonces tenía que ser desinteresada. Santino merecía la
felicidad.

Estaba jodidamente desorientado cuando abrí los ojos. Mi visión era turbia
y mi entorno desconocido, pero reconocí el sonido de un hospital, el pitido familiar
que escuchaba cuando visitaba a mis compañeros mafiosos después de que
terminaran heridos en el trabajo.
—Sonny —dijo papá. Giré la cabeza lentamente. Se sentaba a mi lado,
luciendo tan jodido como me sentía. Su barba gris pardusca había traspasado la
frontera a desaliñada. Detrás de él, Frederica se levantó de una silla, su hábito de
monja estaba arrugado y por una vez no llevaba el velo. 270

—Hola papá, Freddy, se ven tan mal como me siento. —Escuchar mi propia
voz me hizo estremecer. Sonó áspera y ronca, como si no la hubiera usado en
mucho tiempo.
Frederica se acercó a mi cama y besó mi frente como si fuera un niño
pequeño. Cuando no me corrigió por no usar su nuevo nombre oficial de monja,
supe que las cosas estaban mal.
Busqué en el resto de la habitación.
—¿Dónde está Anna? ¿Está a salvo?
Papá se miró las manos. Sus uñas también podrían necesitar un corte.
—No aquí. Está perfectamente a salvo, no te preocupes por ella.
Intenté incorporarme, pero mi cuerpo castigó el intento con una oleada de
náuseas y mareos.
—Tengo que verla —solté—. Ahora.
Le diría cada jodida cosa que sentía por ella, cómo cuando mi vida había
pasado ante mis ojos, cada momento había sido uno que había pasado con ella, y
cuando soñé con mi futuro cuando estaba dopado había sido a su lado. No dejaría
que se casara con Clifford. No me importaba si tenía que matarlo, pero no se
casaría con él. No se casaría con nadie más que conmigo. No me importaba cuánto
tiempo tendría que hablar con ella para metérselo en su cabeza terca, pero
eventualmente ella estaría de acuerdo.
Papá y Frederica intercambiaron una mirada, una que odié y que rara vez
recibía, lástima.
—¿Qué está pasando? —pregunté. Mi garganta estaba increíblemente
áspera y seca. Incluso después de una mala noche de fiesta, nunca me había sentido
así. Alcancé mi garganta y sentí un vendaje alrededor de mi garganta. Me quedé
helado—. ¿Estaba en coma?
Papá asintió.
—Sufriste una sepsis poco después de tu cirugía. Recibiste varias heridas
de bala. Tuvieron que quitarte el bazo.
Obligué a mi cuerpo a sentarse a pesar de que casi me desmayo. Papá se
puso de pie y acomodó la cama rápidamente de modo que pudiera apoyarme en
los cojines.
—¿Cuánto tiempo estuve fuera?
Papá suspiró. A juzgar por su barba y uñas, definitivamente fue más de una
semana, tal vez incluso cerca de dos. Mierda. 271
—¿Papá?
—Dos semanas y dos días.
Parpadeé.
—¿Qué día es?
Papá no era estúpido. Sabía lo que estaba preguntando. Frederica se acercó
a la cama y puso su mano sobre la mía.
—Hoy es el día de la boda de Anna.
Intenté balancear mis piernas fuera de la cama, casi arrancándome la vía
intravenosa de la mano y caí hacia adelante cuando otra ola de mareo se abatió
sobre mí. Papá me atrapó, o me habría caído de cara.
—¿Qué estás haciendo? Acabas de despertar. ¡Tienes que quedarte en la
cama!
—Tengo que detener la boda. No me importa si tengo que correr por el
pasillo y alejar a Anna antes de que pueda decir que sí, pero tengo que evitar que
se case con él.
—Santino, son las tres de la tarde —dijo Frederica suavemente.
A mi cerebro aturdido le tomó un momento procesar sus palabras. Había
memorizado el horario de la boda por los detalles de seguridad. La ceremonia
estaba prevista para las dos de la tarde. Anna ya estaba casada.
Negué con la cabeza lentamente, y me hundí contra las almohadas.
—Mierda. —Cerré mis ojos—. Mierda.
—Encontrarás a alguien más —dijo Frederica.
—La quiero a ella. No lo entenderías. Dios en realidad no puede dejarte, así
que no tienes que preocuparte de que te arranquen el corazón de verdad.
Frederica asintió, pero aun así tomó mi mano.
—Lo siento —gruñí. Intenté ponerme de pie una vez más—. Tal vez no sea
demasiado tarde para una anulación.
—Hijo, Anna eligió a Clifford. No vale la pena luchar por ella.
No quería creerlo. Tal vez papá tenía razón. Anna había elegido a Clifford
sobre mí, o más bien pensaba que necesitaba hacer algo virtuoso y cumplir con su
deber para con la Organización y su familia. Pero una cosa era segura, no me había
elegido a mí.
—Te encontraremos una esposa buena —me aseguró papá.
—No necesito una esposa. 272

—No codicias a la esposa de otra persona —me recordó Frederica.


No tenía problemas para ser el segundo hombre, el amante ocasional. Con
otras mujeres no había sido un problema en el pasado. ¿Con Anna? La mera idea
de que Clifford la tocara me enloquecía.
Me paré. Papá tuvo que agarrarme del brazo para estabilizarme.
—Lo mataré. Eso resolverá el problema. No es pecado si estoy codiciando
a una viuda.
—No si en primer lugar la dejaste viuda —dijo Frederica.
—Sonny, cualquier cosa que hagas ahora en contra de este matrimonio,
conducirá a un castigo severo. Dante no se lo tomará con amabilidad si haces algo
estúpido.
—Me importa una puta mierda.
—No te merece. ¡Te mereces a alguien que te elija! —gritó papá.
—Voy a ver a Anna una vez más —dije a Dante. Apretó mi mano
brevemente, una rara muestra pública de afecto, que significaba mucho más debido
a su rareza. Podía decir que estaba un poco nervioso. Para un padre dar a su hija
en matrimonio era un gran paso, y en particular para alguien tan protector como
Dante.
—Disuádela —murmuró Leonas en voz baja.
Dante le lanzó una mirada de advertencia.
Leonas había dejado su opinión descaradamente clara. Pensaba que era un 273
error casar a Anna con Clifford. Él y Dante habían chocado en varias ocasiones
por eso. Había estado en contra del matrimonio desde el principio. Al inicio, pensé
que para oponerse por principio a la decisión de Dante. Como la mayoría de los
hijos de nuestro mundo, intentaba rebelarse contra la autoridad de su padre, al
menos en privado.
Negué con la cabeza hacia él. Ahora no era el momento ni el lugar para que
él se expresara. Sabía que los chicos contradecían a sus padres por principio, pero
necesitaba conocer sus límites. Ya tenía dieciocho y tenía que aprender a aceptar
las decisiones de su padre.
Me di la vuelta y me dirigí a la puerta lateral antes de deslizarme por el
pasillo detrás de ella que conducía a la habitación donde Anna podía prepararse
una vez más antes de la ceremonia.
Sofia salió de la habitación. Como una de las mejores amigas de Anna, la
había ayudado a arreglarse. La preocupación me inundó cuando vi su expresión.
Lo ocultó rápidamente cuando me vio, pero ya había captado la preocupación en
ella.
—Sofia —dije con una sonrisa pequeña—. ¿Qué pasa? ¿Anna no se siente
bien?
—No, no —respondió Sofia rápidamente—. Está perfectamente bien. Solo
aún un poco preocupada por Santino. Se siente culpable.
Por supuesto, se trataba de Santino. Había sentido vibras cada vez más
extrañas entre él y Anna desde su regreso a Chicago.
Anna había sido muy reservada, lo que me hizo sospechar aún más. Algo
había pasado entre ellos, pero ambos sabían que no debían demostrarlo. No le había
mencionado mis preocupaciones a Dante. Habría interrogado a Santino y
probablemente sacado conclusiones que le habrían costado la vida a este último.
A veces, a lo largo de los años, cuestioné mi decisión de que Santino
protegiera a Anna. Había cumplido con su deber y lo había hecho bien, pero sabía
que no estaba al tanto de todo lo que había sucedido.
Como madre, era un trago amargo que tu hija no confiara en ti. Me hacía
dudar de mí y mi relación con Anna. Siempre había pensado que teníamos un
vínculo muy estrecho. Tal vez estaba siendo demasiado sensible, lo que
probablemente estaba relacionado con que mi hija mayor se convirtiera hoy en una
esposa.
—Santino cumplió con su deber —le dije a Sofia.
Asintió, pero podía decir que mis palabras no tuvieron ningún impacto.
Esperaba que Anna hubiera compartido lo que le molestaba con su amiga.
274
—Ahora iré con Anna, y tu esposo probablemente ya te esté buscando.
Me dedicó una sonrisa rápida antes de levantar el dobladillo del vestido
verde de dama de honor y regresar rápidamente a la iglesia.
Me dirigí hacia la puerta al final del pasillo y llamé.
Anna tardó casi un minuto en responder.
—¡Adelante!
Entré, mi corazón latiendo más rápido al verla con su vestido de novia.
Estaba imposiblemente hermosa. Pero entonces mis ojos se posaron en su rostro,
y lucía apagado. Me estaba sonriendo, pero era una sonrisa que nunca quise ver en
mi hija, especialmente el día de su boda.
Era forzada y cuidadosa.
—Te ves hermosa —dije lentamente a medida que cerraba la puerta de
modo que pudiéramos hablar en privado.
—Gracias. El vestido es muy bonito.
—Es impresionante.
Me había decepcionado un poco que Anna decidiera no diseñar su propio
vestido ni los vestidos de dama de honor. Tenía mucho talento y habría hecho que
su día especial fuera aún más especial.
Me acerqué junto a ella y tomé su hombro.
—¿Hay algo de lo que quieras hablar?
Me miró divertida.
—Por favor, mamá, no me des la charla. Es un poco tarde para eso.
Solté una risa rápida. No estaba enfrascada en una fantasía anticuada
pensando que Anna no había tenido ciertas experiencias mientras estaba en el
extranjero. De hecho, esperaba que lo hubiera hecho, considerando que Clifford
tampoco se había contenido.
—Lo sé. Eso no es lo que quise decir. Tal vez tengas algo más de lo que
quieras hablar.
Su expresión no reveló nada. Me recordó a Dante en ese momento. Podía
ser impulsiva y obstinada como yo, pero cuando realmente importaba, se convertía
en Dante. Su expresión se suavizó ante la expresión de mi cara. No debería ser la
que sintiera que necesitaba consolarme.
—Mamá, estaré bien. Hoy cumpliré con mi deber como siempre lo ha hecho
cada miembro de nuestra familia. 275

Habíamos criado tanto a Anna como a Leonas con un fuerte sentido del
deber y la responsabilidad. Anna lo había aceptado abiertamente, decidida a
enorgullecernos. Leonas fue más elocuente con sus protestas y, a menudo, luchaba
contra cualquier tipo de regla. Con Bea nos permitimos más libertad, y a veces me
preguntaba si deberíamos haber hecho lo mismo con Leonas y Anna.
Pero el deber era una parte muy importante de nuestra existencia…
—Más que nada, quiero que seas feliz.
—Cuando aceptaste casarte con papá, no pensaste que podrías ser feliz.
Me reí.
—No uses mi historia como la tuya. —Hice una pausa—. No me atraía
emocionalmente nadie más. Esa es una gran diferencia.
Me miró con curiosidad.
—A mí tampoco. No tengo sentimientos por nadie. Estoy segura de que
Clifford y yo encontraremos un entendimiento mutuo que hará agradable nuestra
vida.
—Ya estás hablando como la esposa de un verdadero político.
—Practiqué.
Asentí, pero me sentí aún más triste después de las palabras de Anna. Era
una mujer tan apasionada. No estaba segura de que los límites que estaba
aceptando en un matrimonio con Clifford en realidad le sentaran bien.
—Me encontré con Sofia en el pasillo. Me dijo que aún te sientes culpable
por lo de Santino.
—Mamá, no puedo evitarlo, pero puedo manejarlo —dijo suavemente.
Suspiré.
—Anna, siempre estaré de tu lado. Sin importar nada. Sé que sientes que no
puedes compartir ciertas cosas conmigo, pero nada de lo que puedas hacer o decir
hará que te ame menos. Desde el momento en que me convertiste en mamá, mi
amor por ti ha sido incondicional y siempre lo será.
—Mamá. No puedo llorar ahora. —Me abrazó brevemente—. Estaré bien.
Pero gracias. —No me soltó inmediatamente—. También te amo.
Tragué pesado, queriendo decir mucho más, pero tenía razón. No debería
hacerla llorar.
Sonó un golpe.
—Adelante —dijo Anna, sonando más serena de lo que me sentía. 276
Dante asomó la cabeza, luciendo un poco preocupado cuando nos encontró
a Anna y a mí juntas, y las lágrimas cálidas en mis ojos probablemente tampoco
pasaron desapercibidas.
—La ceremonia está a punto de comenzar. ¿Está todo bien aquí?
Sus ojos buscaron los míos, intentando encontrar una respuesta silenciosa a
su pregunta. Me alejé de Anna. Dante finalmente registró su vestido y dio otro paso
al interior. Para cualquiera que no lo conociera, parecería que no estaba conmovido
por la vista, pero sus ojos me contaban una historia diferente. Anna era una novia
preciosa. Era como la había imaginado. Lo único que faltaba era que estuviera
enamorada. Era algo que siempre había deseado para ella, pero nuestro mundo lo
hacía imposiblemente difícil.
—Todo está bien —le aseguró con la sonrisa que solo tenía para él. Me
recordó a sus sonrisas de niña.
—Te ves muy hermosa.
—Ahora deberías irte, o esta boda nunca comenzará —me dijo con una
sonrisa burlona.
—Me gustaría tener otra palabra rápida con tu madre —dijo Dante.
Le di un beso rápido en la mejilla antes de seguir a Dante afuera. Cerró la
puerta, y luego me dirigió una mirada escrutadora.
—Val, ¿qué pasa? No me gusta la mirada en tu cara.
—Esto es un error. Puedo sentirlo.
Dante levantó una ceja.
—Val, sugeriste una unión con los Clark, y creo que es una buena jugada.
Asentí lentamente, porque en ese entonces estaba convencida de ello, y aún
consideraba una conexión con la élite política de Chicago un movimiento
ventajoso, pero no podía ver a Anna en una unión con Clifford.
—¿Anna dijo algo? ¿No quiere seguir adelante con esta unión?
—No, no, ella no dijo nada.
Deseaba que lo hubiera hecho. No la habríamos forzado si alguna vez se
hubiera opuesto al matrimonio.
Dante tomó mi mano.
—Val, deberías volver a tu asiento.
Probablemente pensaba que estaba siendo emocional porque hoy marcaba
el día en que tendría que dejar ir a Anna de verdad, aceptar que era una adulta y 277
que ya no era nuestra niña, pero no era eso, al menos no solo eso.
—¿Quieres que te acompañe de regreso a tu asiento?
Resoplé.
—Estoy bien. No estoy enferma, solo preocupada y emocional.
Besó mis labios, algo que nunca habría hecho si estuviéramos en público.
Protegíamos algo que era demasiado preciado para compartirlo con personas que,
en gran parte, no eran amigos.
—Ve.
Regresé a la iglesia donde me senté junto a Bea y Leonas. Este último
levantó las cejas en una pregunta silenciosa. Cada día me recordaba más a Dante,
aunque sus personalidades fueran diferentes, aunque no tan diferentes como a
Leonas le gustaba fingir.
Poco después la música comenzó a sonar.
Clifford esperaba en la parte delantera, con una expresión agradable en su
rostro. Él, como los hombres de nuestro mundo, había sido educado para mantener
una máscara en público, aunque por razones diferentes, y la suya era menos hostil.
Como político, quería parecer accesible, no amedrentador como un mafioso, pero
a pesar de eso podía sentir las barreras altas que había construido a su alrededor.
Anna lo había mencionado una vez, que temía que él tampoco las bajara nunca
porque en su familia nadie lo hacía. Considerábamos a nuestra familia nuestro
lugar seguro, pero Clifford no.
Cuando caminó por el pasillo hacia Clifford con la sonrisa pública que
detestaba, mi preocupación solo aumentó. Los ojos de Clifford y Anna se
encontraron brevemente cuando Dante se la entregó. Las sonrisas públicas nunca
vacilaron.
Froté mi anillo de bodas a medida que escuchaba al sacerdote, sintiéndome
cada vez más inquieta. La cara de Anna no reveló nada. Se veía deslumbrante y su
sonrisa era lo que todos esperaban de una novia el día de su boda, pero la conocía
demasiado bien. La verdadera felicidad no se reflejaba en sus ojos.
Intenté atrapar sus ojos, para hacerle saber una vez más con mi expresión
que estaba bien con lo que fuera que ella decidiera. Pero no miró en mi dirección,
tal vez porque sabía lo que vería y no quería debilitarse en su resolución.
Clifford no dudó cuando el sacerdote le hizo la pregunta. Su «sí» cargó
convicción. No lo conocía lo suficientemente bien como para medir la verdad
detrás de su comportamiento. Quería hablar, detener esta unión, pero esta era la
decisión de Anna, y la apoyaría sin importar nada.

278
Cuando mamá y papá se fueron, me tomé un momento para recuperarme.
Las palabras de mamá dieron vueltas en mi cerebro. Quería que fuera feliz. Nunca
lo dudé, incluso cuando mamá y papá decidieron prometerme a Clifford hace
muchos años.
¿Sería feliz con Clifford?
Quizás.
Quizás podría haber sido feliz con él si no hubiera sido tan estúpida como
para pensar que podía mantener las emociones fuera de la mezcla cuando me acosté 279
con Santino.
¿Olvidar a Santino? Justo en este segundo, no podía ver que eso sucediera
nunca. Tal vez los recuerdos se desvanecerían con el tiempo. O serían
magnificados por las frustraciones de mi vida diaria con Clifford.
—Contrólate —gruñí.
Esto era por la Organización y mi familia.
¿Cancelar ahora la boda? Se produciría un escándalo de proporciones
ridículas. Y cómo podría explicar que esperé tanto tiempo para cambiar de opinión.
Ahora no había vuelta atrás.
Respiré hondo y me obligué a salir de la habitación. Papá me estaba
esperando al final del pasillo estrecho. Sonrió cuando caminé hacia él. Pude ver
orgullo en su expresión, algo a lo que siempre había aspirado sin importar mi edad.
Llegué a su lado, y sonreí a su vez. Se inclinó para besarme la sien.
—Estás muy hermosa. Sabes que siempre estoy a solo una llamada de
distancia si necesitas ayuda.
Me reí.
—No creo que tengas que preocuparte de que Clifford sea del tipo abusivo.
Encontraremos un entendimiento mutuo para vivir en paz.
Las cejas de papá se fruncieron.
—Tu madre diría que eso es algo que podría haber dicho antes de casarme
con ella.
—Y aun así funcionó.
—Lo hizo —coincidió papá en voz baja. Sus ojos buscaron los míos antes
de preguntar—. ¿Lista?
Asentí rápidamente antes de que mi valor pudiera abandonarme.
Papá extendió su brazo y nos dirigimos hacia las amplias puertas dobles. Al
momento en que las atravesamos, mantuve la cabeza en alto y sonreí con frialdad.
El nerviosismo que había esperado no llegó. Ni nervios o mariposas aleteando en
mi vientre. Estaba tranquila, casi inquietantemente serena. Me sentía desapegada,
como si no fuera yo quien estuviera a punto de casarse.
La sorpresa se reflejó en los rostros de muchas personas ante mi elección
de vestido. No era la pieza clásica que muchos esperaban. La señora Clark pareció
totalmente ofendida, como si una línea de falda terminando por encima de la rodilla
pudiera acabar con el mundo.
Sentí una dicha extraña por ello. 280

Clifford se veía elegante con su traje oscuro y sonreía levemente. Era


imposible medir sus sentimientos con respecto al vestido. No solo había rellenado
su estatura alta y ya no era tan larguirucho, sino que también había aprendido a
enmascarar sus emociones. Ya no era el chico peculiar, pero no era Santino. Mis
ojos recorrieron la iglesia rápidamente como si Santino pudiera haber despertado
milagrosamente de su coma y venir aquí. Y en realidad, ¿para qué? Odiaría cada
momento de la ceremonia y desearía cada segundo que detuviera la maldita cosa.
Empujé esos pensamientos a un lado y me concentré en Clifford cuando
llegué al frente y papá me entregó a él. Clifford cerró su mano suavemente
alrededor de la mía. Se sintió más delicado que Santino, no endurecido por años
de entrenamiento con pesas y manejo de armas. Y su toque no fue familiar. No
pude evitar preguntarme cómo sería esta noche, pero la idea de tener intimidad con
él me dejó en pánico brevemente y también lo tuve que dejar de lado.
—Te ves hermosa —dijo Clifford apreciativamente.
—Gracias. Te ves muy bien con tu traje.
Nos giramos hacia el sacerdote, y traté de quitarme de encima la sensación
incómoda que me había provocado nuestro intercambio breve. Este tipo de agrado
público bien podría ser la forma en que interactuaríamos también en privado. Tal
vez podría soportarlo por un año o dos, pero explotaría eventualmente. Tenía un
temperamento que simplemente no siempre podía ser domado. Un hecho que a
Santino le encantaba de mí.
Clifford miró en mi dirección, y sonreí rápidamente.
Bea cargó el cojín con los anillos hacia nosotros, luciendo absolutamente
adorable con su cabello rubio en trenzas francesas, y un vestido lindo color menta.
El sacerdote me miró fijamente con sus ojos viejos y señaló el cojín. Tomé el
anillo.
Cuando Clifford dijo que sí, alto y claro, me tensé, dándome cuenta de que
sería mi turno a continuación. Empujé el anillo en su dedo y el frío se asentó en
mis huesos. Evité sus ojos, sin estar segura de poder mantener la mentira.
Era mi turno y observé con temor cómo Clifford recogía mi anillo del cojín.
El sacerdote asintió y luego volvió a mirarme fijamente.
—¿Anna Cavallaro aceptas a Clifford Maximo Clark como tu legítimo
esposo?
Clifford me dio una sonrisa. Fue amable. Él era amable. También era
ambicioso e inteligente. Era todo lo que debería desear. Tragué pesado. Debería
decir que sí.
Miré a mis padres. Los amaba tanto. Quería hacerlos sentir orgullosos, pero 281
también necesitaba seguir mi corazón. La expresión de papá cambió como si
pudiera ver algo en mi cara.
Dios. Este sería el escándalo del año.
Pero los ojos de mamá me anclaron. Estaban llenos de comprensión. Me
daban permiso para seguir mi corazón antes de que fuera demasiado tarde.
Y luego otro pensamiento se precipitó a través de mi cabeza. ¿Y si Santino
ya no me quería? Lo había arrastrado por tanto tiempo…
¿Y si nunca despertaba?
No importaba. No amaba a Clifford, y nunca lo haría. No podría vivir una
vida así.
El sacerdote repitió su pregunta, una pizca de impaciencia tiñendo sus
palabras.
Abrí mi boca.
—No.
—No lo hará —dijo mamá al mismo tiempo, su voz clara resonando en la
iglesia.
El silencio reinó en la iglesia. Todos nos miraron a mí y a mamá.
No podía creer que mamá hubiera detenido la boda si no hubiera dicho que
no. O tal vez vio en mi cara que estaba a punto de decir que no y quería mostrarme
su apoyo.
Una roca pareció caerse de mis hombros y no pude evitar sonreír, por
primera vez hoy, de verdad.
Entonces, mis ojos se encontraron con los de Clifford y la culpa se apoderó
de mí. Aún sostenía el anillo de bodas, pero bajó la mano lentamente y luego la 282
dejó caer a su lado, cerrándola en un puño.
—Clifford, lo siento. Lo siento mucho. Debí haber dicho algo antes, pero
en serio pensé que podía continuar casándome contigo.
Sonrió amargamente.
—Haces que suene como si fuera un castigo.
—¡No! No es así cómo lo dije, pero estoy enamorada de otra persona.
—Por supuesto. Santino.
Tragué pesado. Los susurros sorprendidos estaban recorriendo ahora a
nuestro alrededor.
—No sientes nada por mí, y estoy segura de que no se reflejará mal en ti
que nuestra boda haya sido cancelada. Pensé que dejarte en el altar se vería mejor
en tu currículum que un divorcio, especialmente entre los votantes conservadores
—dije con una sonrisa burlona, pero Clifford no sonrió. Parecía muy serio y
también sus padres.
—¿No podrías haber decidido esto antes del día de nuestra boda? —
preguntó—. Pensé que Santino solo era una aventura.
Estaba destinado a ser solo una aventura. Pero él lo era todo. Debí haberme
dado cuenta antes y haber sido lo suficientemente valiente como para actuar según
mis sentimientos. Después de todo, lo había visitado todos los días a pesar de la
mirada de desaprobación de Enzo y había pasado casi todo el tiempo
preocupándome por él y no por mi boda.
—Disculpa —dijo Clifford con voz entrecortada—. Mi padre requiere mi
presencia. Asumo que necesita informarme cómo podemos destruir a tu familia de
la manera más pública.
No tuve la oportunidad de decir más porque se fue. Mi corazón se hundió.
Sin duda, los Clark causarían grandes problemas, a menos que los detuviéramos.
A juzgar por la expresión calculadora de papá, ya estaba intentando idear un plan.
Deseé poder ayudarlo, pero mi mente era un desastre. Mamá apareció a mi
lado y me hizo pasar por la entrada lateral, y luego de regreso a la habitación donde
había esperado antes.
—No puedo creer que detuviste la boda —susurré con una risita atónita.
Mamá negó con la cabeza como si ella tampoco pudiera creerlo.
—Tu padre no está contento con nosotras, y ni siquiera puedo culparlo.
Pasará muchas noches sin dormir intentando encontrar una manera de salir del lío.
Asentí. A pesar de mi culpa, una sonrisa aliviada tiró una vez más de mis 283
labios. Quería bailar de alegría. Nunca me había sentido más aliviada en mi vida,
como si de repente el futuro volviera a ser prometedor.
—La expresión de tu rostro es la de una novia feliz —dijo con una sonrisita,
tocando mi mejilla.
Mordí mi labio. Difícilmente podía contener mi felicidad, incluso si hoy
marcaba el día en que mi reputación sería destrozada. Tal vez las cosas no serían
tan malas porque muchos mafiosos habían estado en contra de una unión con un
político. Aun así, probablemente no estarían contentos con cómo habían ido las
cosas.
—Sé que esto es por Santino, y quiero que sepas que no apruebo tu unión.
Detuve esta boda porque sabía que serías infeliz con esto.
—¿En serio es tan malo que Santino y yo tengamos sentimientos por el
otro? Mamá, recibió varias balas por mí. Él haría todo por mí. No deberías estar
enojada con él. Soy la que lo hizo pasar por el infierno.
Frunció los labios.
—Ya veremos.
Santino era muy respetado, especialmente entre los soldados. Sabía que
también se ganaría a mamá en algún momento. Aunque, papá… estaba ansiosa por
enfrentarlo.
—¿Papá sospecha algo?
—¿De ti y Santino? Incluso si antes no quería sospechar nada, seguramente
ahora llegará a sus propias conclusiones, y una boda fallida siempre hace que la
gente asuma que hay alguien más.
—Haré lo que sea necesario para proteger a la Organización de las olas que
he causado, ¿de acuerdo?
Besó mi sien.
—Todos lo manejaremos juntos como una familia. Ahora espera aquí
mientras intento hablar con tu padre.
Asentí rápidamente, y mamá se fue.
Me miré en el espejo. Resplandecía. Resplandecía como debería hacerlo
una novia el día de su boda. Resplandecía porque mi boda había sido cancelada.
La puerta se abrió y esperé a papá o a Leonas, pero Sofia y Luisa entraron,
sus rostros desencajados por la sorpresa.
Les di a mis mejores amigas una sonrisa tímida. 284
—¿Qué diablos acaba de pasar allí? —chilló Sofia.
Luisa parecía incapaz de encontrar palabras.
Me encogí de hombros, pero una sonrisa aliviada se extendió por mi rostro.
No podía expresar con palabras lo contenta que estaba de no casarme con Clifford,
lo cual era totalmente injusto con él.
—Mamá tenía algo en contra de que me casara con Clifford, y yo tampoco
podía seguir adelante.
Sofia abrió los ojos cómicamente.
—¡Anna! La prensa está por todo el lugar. Mañana todos hablarán de esto.
—Es malo, ¿no? —pregunté, pero no podía sentir arrepentimiento. ¿Culpa
por provocarles esto a mamá y papá? Sí. Pero no arrepentimiento.
Debí haber puesto fin a mi unión con Clifford hace mucho tiempo. Me
aferré a nuestro matrimonio arreglado por algún sentido equivocado del deber,
queriendo ser la hija buena y virtuosa que todos pensaban que era.
Luisa tomó mi brazo.
—De verdad amas a Santino, ¿no?
Mordí mi labio. Nunca se lo había dicho, y apenas me atrevía a admitírmelo.
—Sí.
—Quiero decir, si él hubiera estado presente, podría haber sido sacado
directamente de una comedia romántica. Pero, con él en coma en el hospital, tiene
más potencial como drama.
Negué con la cabeza hacia mi amiga romántica y amante de las películas.
—Luisa, apuesto a que los Clark no se están riendo —dije con una risita.
Sofia resopló.
—Eso es cierto, no parecían muy divertidos.
Luisa asintió con una mirada preocupada.
—Maximo Clark se asegurará de que la Organización y tu familia paguen
por esta humillación pública. No es alguien que presenta la otra mejilla.
Asentí, preocupada.
—Tal vez pueda arreglar las cosas con Clifford. Necesito hablar en privado
con él.
Sofia me dio una mirada dubitativa.
—Tal vez deberías dejar que tu padre se encargue. Esta podría ser una 285
instancia en la que solo funcionan las amenazas.
Sonó un golpe y un segundo después Leonas asomó la cabeza. Me dio una
sonrisa astuta que me dio ganas de abrazarlo y golpearlo a la vez.
—Probablemente deberíamos irnos. Este es un asunto familiar —le dijo
Luisa a Sofia. Y después de abrazarme, se escabulleron, dejándome sola con mi
hermano, quien aún sonreía ampliamente.
Se acercó a mí lentamente, y me palmeó el hombro.
—Gracias, hermana.
—¿Por qué?
—Por hacer que todas mis fechoría pasadas parezcan una tontería.
Hice una mueca.
—¿Así de mal?
—Sí, bastante mal. Quiero decir, podría haber sido peor si hubieras matado
a Clifford para evitar casarte con él, o si te hubieran pillado follándote a Santino
en un armario durante la fiesta de bodas, pero por lo demás, en realidad elegiste el
peor momento posible para decidir que no podías soportar a Clifford.
—En serio sabes cómo levantarme el ánimo —murmuré.
—Lo estoy intentando —dijo con una sonrisa, pero pude ver la tensión en
sus ojos. Leonas siempre fingía que no le importaba nada, pero nuestra familia y
la Organización significaban mucho para él, y hoy podría haberles hecho daño a
ambos.
Tragué pesado, la culpa pesándome demasiado.
—Ni siquiera es que no pueda soportar a Clifford. No es malo. Es agradable,
con una gran carrera por delante.
Hizo una mueca como si lo dudara.
—Solo si los votantes le dan votos de lástima después de hoy, pero que lo
dejen en el altar en realidad no grita futuro líder de estado duro.
¿En serio había arruinado la carrera de Clifford? No quería creerlo.
—Es realmente ambicioso e inteligente. Convertirá lo de hoy en una gran
historia y una ventaja para él.
—Lo que sea. Me importa un carajo, pero deberíamos pensar seriamente en
cómo asegurarnos de que la Organización deje este espectáculo de mierda como el
ganador.
—Me sorprende que pienses que aún podemos ganar después del desastre 286
que hice.
Se encogió de hombros.
—Tal vez tengamos que pelear sucio, pero eso es lo más divertido.
Mi esposa me había sorprendido a lo largo de los años, e incluso me había
conmocionado en varias ocasiones, una hazaña que pocas personas lograron.
Hoy, mi hija y mi esposa me habían dado la mayor conmoción de mi vida,
y no solo a mí.
Sabía que no habían acordado hacer todo el asunto tan público, pero ambas
compartían un temperamento bullicioso que a veces elegía momentos
desafortunados para estallar.
—Valentina, ¿qué está pasando? —murmuré por lo bajo. El silencio 287
conmocionado se estaba convirtiendo rápidamente en susurros incrédulos.
Necesitaba tener la situación bajo control antes de que se intensificara aún más.
—Dante, lo siento. No podía dejar que Anna se casara con Clifford. No
habría sido feliz.
Me puse de pie con una sonrisa tensa.
Maximo Clark parecía a punto de explotar y su mujer ya se estaba
abanicando con el programa de bodas de forma muy llamativa.
Me aclaré la garganta audiblemente, luego esperé a que el silencio
descendiera en la iglesia.
—Debemos pedirles que se vayan ahora. Tenemos asuntos que resolver y
esta boda no sucederá.
Luego me concentré en los Clark. Maximo le estaba haciendo señas a su
hijo para que se acercara a ellos. Valentina, a su vez, ya corría hacia Anna, quien
aún estaba al frente con los ojos del todo abiertos.
No permití que mi frustración tomara las riendas. Primero tenía que
encargarme de Maximo y Clifford. Podrían causar un escándalo para el que no
tenía la paciencia necesaria. Una vez hecho eso, me ocuparía de mi esposa errática
e hija. Tenía el presentimiento de que había más en juego aquí.
Una sospecha se había enconado en mí desde que vi a Anna junto a Santino
cuando le dispararon, pero opté por desconfiar de mis instintos, porque no me
gustaba lo que me estaban diciendo.

Valentina y yo siempre habíamos pensado que al arreglar un matrimonio


con Clifford, nos aseguraríamos de que Anna tuviera más libertad que otras chicas
en nuestro mundo. Habíamos tomado nuestro propio matrimonio como una
garantía. Nuestro amor se había desarrollado con el tiempo, y pensamos que Anna
viviría la misma experiencia.
Si hubiera sabido que estaba enamorada de Santino, yo mismo habría
288
cancelado la boda. Cualquier unión estaba destinada a fracasar si una de las partes
lo establecía estando enamorada de otra persona. Mi matrimonio con Valentina
casi se había derrumbado porque me había aferrado a mi amor por mi difunta
esposa, sin importar lo desesperado que fuera ese amor.
El amor de Anna no era desesperado. O no lo había sido. Justo en este
momento, mis emociones eran demasiado complicadas para decidir sobre el
destino de Santino.
Entré en la habitación pequeña donde había ido Anna. Su expresión se
volvió una de disculpa al momento en que su mirada se encontró con la mía, pero
antes del cambio había visto el alivio y alegría evidentes en su rostro. Alegría por
haber detenido la boda.
—Papá, lo siento. Sé que causé un lío.
—Lo hiciste —coincidí.
Tragó pasado, retorciéndose las manos frente a su cuerpo. Lanzó su mirada
hacia el techo.
—He intentado convencerme todos los días en las últimas semanas, incluso
meses, de que casarme con Clifford estaría bien. Que podía hacerlo, que tenía que
hacerlo por mi deber para con la Organización y para no decepcionarlos a ti y a
mamá, pero hoy lo único en lo que podía pensar mientras estaba de pie junto a
Clifford en el altar era en cómo estaría Santino y que quería estar a su lado. Si
hubiera seguido adelante con la boda, habría intentado escapar de todo eso en algún
momento y causar un escándalo aún mayor.
Un divorcio para la hija de un Capo habría causado grandes olas.
Si Anna hubiera solicitado uno en algún momento, muchos de mis soldados
me habrían pedido que le prohibiera hacerlo. Habría defendido a Anna, por
supuesto, porque su felicidad era en última instancia mi objetivo principal, pero
habría creado un conflicto innecesario en la Organización.
—¿Estás muy decepcionado? —preguntó.
—Sí. —Estaba decepcionado. Con ella, pero sobre todo conmigo, por no
haber visto lo que estaba pasando mucho antes. Me enorgullecía de mi
comprensión de la naturaleza humana, y eso era lo que había garantizado mi
posición como Capo a lo largo de los años, pero no había visto las señales con mi
propia hija—. Estoy decepcionado porque no me hablaste antes de tus dudas, no
discutiste tu decisión con tu madre y conmigo, y en cambio sufriste la duda sola
hasta que terminó de abrumarte hoy, en el momento más inoportuno posible.
—No quería ser una carga para ti o para mamá. Sé que también prefieres
encargarte de las cosas por tu cuenta. Siempre eres diligente y también quería ser
así. 289
Negué con la cabeza. Intentaba ser diligente, pero en ocasiones en el pasado
había dejado a un lado mi deber con la Organización por Valentina. Mi amor por
mi familia siempre había y siempre triunfaría sobre mi sentido del deber. Era mi
mayor fracaso como Capo y mi mayor orgullo como esposo y padre. Hoy
Valentina también había elegido su amor por nuestra hija, y sabía que lo volvería
a hacer. Por eso nunca le pediría que se disculpe, y ella no lo haría.
—Ser diligente es admirable, pero no por el bien de tu felicidad, Anna. Tu
madre y yo queríamos que fueras feliz, que vivieras una vida llena de libertades
que una unión en nuestro mundo no podría darte.
Frunció el ceño.
—¿Eso es todo? Pensé que era para fortalecer a la Organización.
—En efecto. Eso era lo que esperábamos. Pero también podríamos haber
fortalecido la Organización mediante una unión con la Unión Corsa, por el precio
de arriesgar tu seguridad. Nunca lo habría considerado.
—Lo sé —dijo con una sonrisa pequeña—. Sé que mamá y tú tenían
intenciones buenas cuando aceptaron el compromiso. Incluso me preguntaste y
retrocediste cuando dije que sí, en serio pensé que no tendría ningún problema para
seguir adelante, pero entonces… —Se calló, obviamente considerando lo que
debería decirme, pero no tenía por qué preocuparse.
Hoy me quitaron la venda de los ojos. Había elegido la ignorancia durante
demasiado tiempo, quise aferrarme a una imagen de Anna que no reflejaba la
verdad. Ya no era una niña. Era una mujer adulta.
—Entonces te enamoraste de Santino.
La ira se expandió en mi pecho, obligándome a respirar profundo para
mantener la calma.
Anna suspiró. Vino hacia mí y envolvió sus brazos alrededor de mi cintura.
Le devolví el abrazo y la sentí relajarse como si le preocupara que la apartara con
mi ira. Una ira que ni siquiera estaba dirigida a ella, pero aunque lo fuera. La ira
nunca me impediría mostrar afecto a Anna. No podía imaginarla haciendo algo que
me hiciera apartarla.
—¿Qué hay de él? ¿Siente algo por ti? —pregunté, mi voz fuertemente
controlada.
Frunció los labios.
—¿Te preocupa que haya jugado conmigo? ¿Que me engañó?
Me preocupaban muchas cosas ahora que sabía que la relación de Anna y
Santino distaba mucho de ser profesional. 290

—Santino te conoce desde hace mucho tiempo, y podría haber sido fácil
para él dirigir el capricho de una jovencita en una dirección que lo beneficiaría.
La expresión de Anna se volvió ofendida.
—¿De verdad crees que sería tan ingenua y estúpida?
—Eres todo menos estúpida —dije con firmeza—. Pero la ingenuidad viene
con la edad temprana, y tu madre y yo siempre nos preocupamos de que tu empatía
fuera un obstáculo en nuestro mundo.
—Papá, soy buena para leer a la gente, tal vez eso me hace empática, pero
créeme cuando digo que también lo he usado a mi favor en el pasado. No soy la
chica buena que crees que soy. Si alguien ha jugado con alguien, soy yo con
Santino. En serio, se lo hice difícil.
Entrecerré los ojos.
—¿Cuánto tiempo ha estado pasando esto entre tú y Santino? —No quería
ponerle un nombre, y si era honesto, no estaba seguro si tenía alguna intención de
dejar que se convirtiera en algo digno de tener un nombre. Dejando a un lado los
sentimientos de Anna, el hecho era que Santino era mi soldado, uno al que le había
confiado la seguridad de mi hija, y me había traicionado de la manera más personal
que podía imaginar. No me sentía inclinado a perdonarlo por esta transgresión.
—Comenzó en París —respondió—. He tenido sentimientos por Santino
desde mucho antes, pero siempre ignoró mis coqueteos.
—Entonces, sabía de tus sentimientos hacia él cuando accedió a vivir
contigo en París sin supervisión.
La expresión de Anna se retorció al darse cuenta, luego se arrepintió de
haber dicho demasiado. Era inteligente y ciertamente podía evadir una verdad
desagradable sin una mentira real, pero tenía décadas de experiencia por encima
de ella en lo que respecta a la manipulación y coerción. Un día sería tan buena
como yo, tal vez incluso mejor, pero en este momento aún necesitaba comprender
que no sabía todo lo que había.
—Sí, lo hacía. Pero nunca había tenido ninguna intención de ceder a mis
avances, por eso pudo decir con plena confianza que podía protegerme en Francia.
Él estaba seguro de eso. No mintió.
Sonreí amargamente.
—Admiro tu intento de proteger a Santino, pero no veo cómo su
comportamiento no constituye una traición. Si sospechaba que sentías algo por él,
debería habérmelo dicho durante nuestra conversación antes de que te permitiera
irte. Soy su Capo y tu padre, debería haber recaído en mí decidir si estaba dispuesto 291
a confiarle tu seguridad a pesar de tus sentimientos por él, y definitivamente habría
dicho que no. No me queda más conclusión que Santino ya albergaba sentimientos
por ti y tenía toda la intención de perseguirlos y por eso omitió decirme sobre el
riesgo que supondría un viaje compartido a París.
Anna se apartó. Podía ver que estaba sopesando sus opciones. Sospechaba
que había más en la historia que no quería compartir. Su vacilación me dijo que
tenía razón y que intentaba decidir si divulgar más de la verdad ayudaría o no a
Santino. Debo admitir que me enfureció verla eligiendo qué verdad quería
decirme. Como padre, no querías que te mintieran.
—Tú también me has mentido durante años, y creo que es hora de que seas
honesta conmigo. No estás protegiendo a nadie al omitir parte de la verdad. Solo
me hará asumir la peor opción, y definitivamente esa no es una versión a favor de
Santino. ¿No merezco la verdad?
Cerró los ojos brevemente.
—Ni siquiera estoy segura de estar protegiendo a Santino al no contarte lo
que pasó antes de París, porque actué como una verdadera… —Buscó la palabra
correcta, luego se encogió de hombros—. Perra. Lo siento papá, en realidad no hay
otra forma de decirlo.
Valentina siempre se había ofendido más con las malas palabras que yo. Sin
embargo, escuchar a Anna llamarse a sí misma con un término que me haría
castigar severamente a cualquier otra persona si lo usaran para alguna de mis hijas
o mi esposa aún me hizo temblar por dentro.
—Déjame ser el juez —dije neutralmente.
Asintió, pero aun así, capté su vacilación.
—Extorsioné a Santino, o no habría ido a París. No quería, créeme, pero no
tuvo otra opción.
—Supongo que lo que tenías sobre él debe haber sido una gran traición o
no habría elegido el riesgo de estar a solas contigo en París.
Se sonrojó.
—Bueno, en realidad no fue una traición hacia ti, papá. Atrapé a Santino
con la señora Alfera.
Levanté mis cejas. No era raro que los hombres engañaran a sus esposas, y
eso llegaba a mis oídos a menudo. Era algo que se toleraba en nuestro mundo,
naturalmente, ya que éramos un mundo orientado a los hombres. No era ingenuo,
así que siempre había sabido que muchas mujeres tampoco eran fieles, solo que
eran más inteligentes para mantenerlo oculto. En un mundo de matrimonios
arreglados y esposos infieles, era natural que las esposas buscaran atención en otra 292
parte. Pero esperaba que mis soldados no se acostaran con la esposa de otro
mafioso. Agregaba conflicto a la Organización que encontraba absolutamente
innecesario.
—¿Eso fue todo? —pregunté, mi instinto me decía que Anna aún no había
divulgado todo lo que había.
Hizo una mueca.
—Bueno, también lo atrapé con la señora Clark.
Negué con la cabeza.
—Si bien este es un comportamiento preocupante cuando se trata del bien
de la Organización, lo encuentro aún más preocupante cuando se trata de que él es
el hombre por el que obviamente sientes algo.
Anna merecía ser respetada y querida. Un hombre que consideraba engañar
como un pasatiempo válido tampoco era alguien a quien considerara capaz.
—Santino me ha sido fiel desde que empezamos a… salir. —Sus mejillas
se pusieron rojas, y decidí que prefería el término salir a cualquier otra forma en
que podría haberlo llamado.
Asentí.
—Entiendo. Aun así, debo decir que el comportamiento de Santino requiere
un castigo.
—Santino me ha protegido con su vida. Está en coma porque me protegió.
Sin importar lo que puedas pensar de él, o su comportamiento en el pasado, él es
el hombre que haría todo por mí. No tengo ni una sola duda al respecto.
Deseaba poder compartir su convicción, pero Santino y yo teníamos mucho
de qué hablar antes de que pudiera decidir sobre su futuro, una vez que su salud se
lo permitiera naturalmente. Le daría una oportunidad justa para defenderse, por
Anna y por Enzo.
Presionó su mejilla contra mi pecho.
—Papá, por favor no castigues a Santino, no por amarme.
—Como lo dijiste, hay muchas otras malas conductas por las que puedo
castigarlo.
—¡Papá! —dijo con un puchero. Ella, como su madre, tenía un talento
milagroso para hacer su voluntad. Hacía tiempo que había renunciado a luchar
contra eso—. Prométeme que no castigarás demasiado a Santino. Por favor.
Besé la parte superior de su cabeza.
—Aún no puedo prometer nada, pero sin duda tendré en cuenta que tu
bienestar también está en juego. Por ahora, tenemos que esperar a que Santino 293
mejore.
—Espero que despierte pronto.
Aún no le había contado la noticia de su despertar, había creído más
prudente hablar con ella antes de que su mente estuviera ocupada con Santino.
—Ya despertó. Enzo me envió un mensaje hace unos minutos.
Los ojos de Anna se abrieron del todo y la incredulidad junto a la felicidad
pura se reflejaron en su rostro. Para un padre ver este tipo de emoción en el rostro
de su hija por culpa de un hombre al que debían castigar duramente era una
pesadilla. No sería la primera vez que las mujeres en mi vida me hicieran
desdibujar las líneas de lo que se debería hacer por el bien de la Organización. Sin
embargo, aún no estaba convencido de que Santino fuera alguien a quien quisiera
cerca de Anna.
—¿Puedo verlo? Por favor, papá, necesito verlo y decirle que no me casé
con Clifford. Probablemente piensa que ya estoy casada.
—Está bien.
Chilló de alegría, lanzando sus brazos alrededor de mí. A pesar de mi
intención de aferrarme a mi ira, su felicidad me llenó de alivio. Le di unas
palmaditas en la espalda, luego retrocedí y dije con severidad:
—Puedes visitarlo, pero tendré que hablar con él. Y después de eso, todos
debemos encontrar una solución con los Clark.
Se mordió el labio.
—Supongo que, querrán arruinarnos.
—Maximo Clark definitivamente, pero puedo manejarlo. Eso sí, no será
agradable. Tal vez Santino pueda ser de ayuda. Así podrá demostrarme que está
dispuesto a expiar su traición.

294
—No te merece. ¡Te mereces a alguien que te elija! —gritó papá.
La puerta se abrió y Anna entró tambaleándose, vestida con un vestido de
novia. Parte de su rímel estaba corrido y sus mejillas estaban sonrojadas.
Se quedó helada cuando me vio. Me hundí en la cama, mis piernas de
repente demasiado débiles para soportarme. Mierda. Nunca había sido un jodido
debilucho.
No se movió de su lugar en la entrada.
—En serio estás despierto. 295

Forcé una sonrisa.


—Sí. Me perdí tu boda.
Se adelantó.
—No lo hice. No pude.
Fruncí el ceño, la esperanza floreciendo dentro de mí.
—¿No pudiste qué?
—No pude decir que sí. Sabía que habría sido mejor para la Organización
y que estaba siendo egoísta, pero no pude decirle que sí a Clifford. No estoy casada.
—¿Dejaste a Clifford en el altar el día de tu boda y saliste corriendo con tu
vestido como una novia fugitiva? —Sonreí, pero mi interior estaba explotando de
emociones. Maldita sea. Anna me había elegido.
Puso los ojos en blanco y resopló. Aún no se había movido de su lugar en
la entrada.
—¿Por qué no pudiste casarte con él?
Me dirigió una mirada suplicante.
—Sabes por qué.
No tenía absolutamente ninguna intención de hacer esto fácil para ella. No
después de lo que ella me había hecho pasar.
—Ilumíname.
—Por ti, Sonny. Porque te amo incluso si me molestas más que cualquier
otra persona.
Me reí y abrí los brazos. Anna corrió hacia mí y medio cayó en mis brazos.
Envolvió sus brazos alrededor de mi cintura, abrazándome con fuerza, lo cual fue
increíblemente doloroso. Me tomó un momento darme cuenta de lo que Anna
había dicho. Había admitido su amor por mí. Me alejé unos centímetros,
escaneando su rostro.
Papá se aclaró la garganta. Tanto él como Frederica nos miraban
avergonzados.
—Les daremos algo de tiempo para hablar.
Papá dio un paso atrás, intercambiando una mirada con Frederica, antes de
que los dos salieran de la habitación y cerraran la puerta.
Pasé mi mano por el cabello de Anna. Debe haberlo tenido recogido para la
boda, pero la mayoría de los alfileres ya se habían caído.
296
—Siento mucho haber tardado tanto en cancelar la boda. Debí haberlo
hecho mucho antes.
—Debiste. Por supuesto que elegiste el peor momento posible. Estoy seguro
de que tu padre ya está planeando mi decapitación.
No es que me importara. Saber que Anna finalmente podría ser mía valía
una tumba temprana.
Levantó la cabeza, sus ojos suaves y de hecho vidriosos.
—Pensé que te perdería. Estaba aterrada. La idea de que tal vez ya no
estarías allí… no podía soportarlo.
—Estoy vivo y no tengo intención de morir pronto.
—Nunca —dijo con firmeza.
—Definitivamente tengo la intención de morir antes que tú, porque estoy
jodidamente seguro de que no quiero vivir sin ti.
Negó con la cabeza con una sonrisa pequeña.
—Eso es macabro.
Tomé su mejilla y la atraje para besarla, queriendo saborearla sin miedo a
que me atraparan, sin saber que nuestra unión estaba condenada a ser temporal. Ya
no había fecha de caducidad para nuestro amor. Ninguna boda que pendiera sobre
nuestras cabezas como una espada de Damocles.

No estaba seguro de cuánto tiempo había pasado, no lo suficiente, cuando


sonó un golpe.
—Me temo que esta podría ser mi madre —dijo Anna con una sonrisa de
disculpa.
Valentina entró como si fuera una señal. Aún estaba vestida con un vestido
de noche verde oscuro, con un peinado elegante y tacones altos. Estaba vestida
para celebrar la boda de su hija, pero en cambio me visitaba en el hospital para lo
297
que sabía sería una conversación muy desagradable.
El rostro de Valentina dejó muy claro su disgusto. No podía creer que
hubiera detenido la boda junto a Anna. Una cosa era segura, no lo había hecho
porque quisiera que Anna y yo estuviéramos juntos.
—Déjame hablar con Santino —dijo, y su voz fue de acero puro, sin tolerar
discusión.
—Mamá.
—Anna —dijo bruscamente—. Tú y Santino han estado jugándoselas a tu
padre y a mí durante mucho tiempo, y creo que tengo derecho a hablar ahora con
Santino. Quiero escuchar su opinión de todo esto.
Le di a Anna una sonrisa alentadora. Era un niño grande. Podía manejar a
su mamá.
Anna se escabulló, pero no sin antes darle a su madre una mirada suplicante.
Dudaba que causara mucha impresión.
Tenía que admitir que habría preferido una confrontación con Dante en este
punto. Valentina parecía una leona decidida a proteger a sus cachorros, y tenía toda
la intención de destrozarme.
—¿Mentiste?
Levanté las cejas, intentando averiguar a qué instancia se refería.
—Cuando hablé contigo poco antes de volar a París, dijiste que no tenías
absolutamente ningún interés en mi hija y que solo la veías como un trabajo.
¿Estabas mintiendo? ¿Ya tenías una aventura con mi hija en ese momento?
¿Quizás incluso antes de que fuera mayor de edad?
—No hubo nada entre Anna y yo antes de que ella cumpliera los dieciocho
—respondí de inmediato, lo cual era en su mayoría cierto—. Y mi determinación
era mantener una relación profesional con ella, así que no mentí ese día.
—Pero sabías que estaba interesada en ti, y no estabas completamente
desinteresado con eso.
Mi primer instinto fue mentir, y probablemente lo habría hecho si la idea de
que Valentina podría convertirse en mi suegra algún día no hubiera cruzado por
mi mente.
Si Dante no me mataba por acostarme con su hija y arruinar la unión con
los Clark. No quería iniciar un posible vínculo familiar con una mentira.
—Sí, lo sabía. Pero estaba seguro de que era lo suficientemente fuerte como
para seguir siendo profesional.
—No lo fuiste —dijo Valentina con voz entrecortada. 298

—Anna es una mujer muy tenaz. Sabe lo que quiere y cómo conseguirlo.
—Entonces, ¿estás diciendo que no pudiste haberte resistido a sus avances
y que no tienes la culpa?
—Oh, es mi culpa. Me enamoré de Anna y la perseguí una vez que me di
cuenta. Disfruté el tiempo que pasamos juntos en París y odié la idea de que se
casara con Clifford.
—¿Amas a mi hija?
—La amo más que a nada. Si me hubiera despertado a tiempo, habría
detenido la boda yo mismo. Demonios, habría hecho a un lado a Clifford y me
habría casado con ella yo mismo.
Me contempló en silencio por un momento antes de asentir satisfecha.
Entonces, una sonrisa pequeña se dibujó en su rostro.
—Si mi esposo no te mata, estoy segura de que puedo hacer las paces
contigo en algún momento.
—¿Gracias?
La puerta se abrió una vez más, pero esta vez era papá. La tensión en su
cuerpo me dijo que no estaba solo. Le dio a Valentina un asentimiento rápido a
modo de saludo antes de moverse a mi lado y hundirse en la silla que había
ocupado durante incontables horas en las últimas semanas. Dante entró detrás de
él. Ahogué un gemido.
Valentina se dirigió hacia su esposo y le susurró algo al oído antes de
escabullirse. La expresión de Dante fue absolutamente ilegible.
—Tienes mucho que explicar —dijo Dante a medida que entraba en la
habitación—. Dame un momento con tu hijo.
Papá no se movió. Nunca lo había visto rechazar una orden directa de su
Capo. Toqué su brazo.
—Busca un café. Te ves jodidamente terrible.
Papá se levantó de su silla, pero aun así no se fue.
Dante no dijo nada, pero apretó la mandíbula.
—Papá, estaré bien.
Dio un paso atrás y caminó lentamente hacia la puerta. Dante asintió y luego
dijo:
—Enzo, soy un hombre de honor. No tengo intención de hacerle daño a tu 299
hijo.
Parte de la tensión abandonó a papá, y después de otra mirada hacia mí,
finalmente se fue.
—Las últimas semanas fueron esclarecedoras. Y los últimos días en
particular.
Tuve que sofocar una sonrisa. En serio deseaba haber visto a Anna decir
que no en la iglesia. Ese era mi mayor arrepentimiento en este momento.
Dante entrecerró los ojos como si pudiera ver mi emoción.
—¿Por cuánto tiempo ha estado sucediendo esto? —preguntó con una voz
que había escuchado antes durante los interrogatorios. Estaba pisando hielo
delgado, pero no tenía intención de negar mis sentimientos por su hija.
—Nunca la toqué antes de que fuera mayor de edad.
—Entonces, ¿esperaste a su cumpleaños para tocarla?
—No, nunca tuve la intención de extender nuestra relación más allá de lo
profesional, pero París cambió las cosas.
Si tenía que morir por este amor, entonces incluso haría eso. Quería a Anna.
Había minimizado mis sentimientos por esta mujer durante demasiado tiempo.
Había recibido varias balas por ella y no me arrepentía de ninguna, ni me
arrepentiría de un solo momento con ella. Había soñado con ellos mientras estaba
en coma, si se le puede llamar sueño o alucinaciones, y esos momentos preciosos
me ayudaron a salir adelante. Quería agregar más recuerdos con ella a mi vida.
—Me gustaría saber lo que pasó. Sin más mentiras, y debo decirte que ya
hablé con Anna.
Estaba intentando arrinconarme, y hacer que me preocupara por lo que
Anna podría haber compartido. Anna podía guardar un secreto, si lo consideraba
más seguro, pero su mente funcionaba de manera muy diferente a la mía. Ella muy
bien podría haber decidido que compartir todo sería la opción más segura para mí.
Miré a Dante a los ojos.
—No compartiré detalles íntimos contigo.
—Y te lo agradeceré —dijo arrastrando las palabras, pero no me perdí el
trasfondo amenazante. No podía culparlo. Si Anna fuera mi hija y me hubiera
enterado de que su guardaespaldas estuvo haciéndolo con ella, probablemente le
habría aplastado la cara. Tenía suerte de que Dante estuviera controlado, aunque
esto solo podría significar un castigo posterior, pero más severo para mí.
—Anna y yo compartimos un vínculo especial. Es una mujer que no aguanta 300
ninguna mierda de nadie. No vacila en decirme una verdad dura o decirme que soy
un mentiroso de mierda.
—Estoy seguro de que ha tenido muchas oportunidades para hacerlo.
No estaba seguro si lo había dicho como una broma. Su voz había sido dura
y seca, pero por alguna razón pensé que en realidad había sido un poco irónico.
—Muchas —coincidí con una sonrisa, recordando todas las veces que Anna
me había reclamado por algo que hubiera hecho. Nunca había retrocedido—. Me
hizo comprender lo que me había estado perdiendo en mi vida. Necesitaba una
mujer con un coraje de acero, confianza y metas propias. Una mujer que no
aceptaría ninguna mierda de mí. Sé que Anna nunca dejará que la trate mal y nunca
lo haría. Es una mujer que me hace querer adorarla y eso para mí en realidad es
una experiencia nueva. No puedo imaginar estar con nadie más, y no lo he estado
desde que pusimos un pie en París. Anna es la única mujer con la que quiero estar.
Quiero que sea mía, de verdad y abiertamente. Quiero que todos en la Organización
sepan que me pertenece.
Caminó hacia la ventana, con una mirada contemplativa en su rostro.
—Te das cuenta de que eso equivaldría al matrimonio.
Sonreí.
—Oh, sí. —No veía la hora de acostarme finalmente con una mujer casada
con la que se suponía que debía hacerlo. No expresé mis pensamientos muy
inapropiados y decidí guardarlos para Anna en nuestra noche de bodas. No podía
esperar por su reacción seguramente ardiente y el sexo increíble después—. Quiero
casarme con ella.
La expresión de Dante no pareció muy comunicativa. Probablemente esto
era un poco demasiado pronto, y definitivamente demasiado para él teniendo en
cuenta que la boda de Anna con Clifford había fracasado solo hoy.
—Nuestra familia se basa en la confianza. Te das cuenta de que no has
tenido un gran comienzo si tienes la intención de formar parte de ella. Nos has
estado mintiendo a mi esposa y a mí durante años.
—Lo sé. Y créeme, había deseado que la situación hubiera sido diferente.
Había odiado cada momento de secretismo, de fingir que Anna no era más que un
trabajo cuando era mi todo. Nunca entendí por qué mi padre ni siquiera había salido
con una mujer años después de la muerte de mi madre, por qué hasta el día de hoy
se niega a casarse otra vez. No había entendido el amor que sentía por mi madre y
que aún siente por ella. Pero ahora que tengo a Anna, entiendo lo que significa
perder a alguien que amas. Cuando pensé que Anna se casaría con Clifford por
obligación con la Organización, estaba seguro de que nunca más podría
enamorarme de otra mujer. 301

Hice una pausa, dándome cuenta de que Dante también había perdido a su
primera esposa, y luego se había casado con Valentina. ¿Había vuelto a meter la
pata? Anna diría que era mi mayor talento, y estaba empezando a creer que tenía
razón.
Me observaba atentamente, sus fríos ojos azules haciéndome sentir muy en
el lugar. Rara vez me importaba una mierda lo que los demás pensaran de mí. Pero
Dante tenía el futuro de Anna y el mío en sus manos.
—Tú y Anna podrían haberse escapado juntos mientras estuvieron en
Francia. Me habría tomado un tiempo sospechar y para entonces podrías haber
encontrado un escondite.
No pude evitar reírme. Anna nunca dejaría a su familia, ni siquiera por mí,
y nunca le pediría que lo hiciera. Y tampoco dejaría a mi papá y mi hermana.
Nuestra familia ya había sufrido bastante y no agregaría más a eso. Sin mencionar
que era absolutamente leal a la Organización.
—Esa nunca fue una opción —dije con firmeza—. Anna y yo tenemos una
gran cosa en común, nuestro amor por nuestra familia, y nuestro orgullo por la
Organización.
Podía decir que me creía y que mi respuesta lo había apaciguado un poco.
Tal vez había estado preocupado de que estuviera intentando alejar a Anna de él y
la familia.
—Quiero seguir cumpliendo con mi deber con la Organización. Nunca
huiría. Y quiero ser parte de tu familia. Haré cualquier cosa que me pidas.
Demostraré mi lealtad hacia ti, Anna y la Organización una y otra vez si es
necesario.
—No espero menos —dijo—. Primero, puedes ayudarme a contener el daño
que se causó hoy. Creo que tus actividades pasadas podrían ser útiles en este
sentido.
Anna debe haberle dicho a su padre de mi aventura con Dolora.
—Quizás.

302
—Tal vez puedas hacerle entrar en razón —me saludó Enzo cuando entré
en la habitación del hospital de Santino dos días después de que mi boda explotara.
Santino estaba intentando ponerse una sudadera con capucha sobre su
cabeza, pero sus vendajes y las heridas cubiertas por ellos lo dificultaban. Le
entregué a Enzo una taza de café, que también le había traído ayer.
—¿Qué está pasando?
—Santino decidió darse de alta del hospital en contra de las órdenes
explícitas de los médicos. 303
Finalmente logró meter un brazo en una manga y miró a su padre molesto.
—Santino es un adulto y prefiere curarse en casa.
Me acerqué a él y le di un besito. Besarlo frente a los demás aún se sentía
extraño, pero al mismo tiempo tan maravillosamente liberador.
—¿No es demasiado arriesgado?
Me desestimó.
—Puedo manejarlo.
Lo ayudé a ponerse su sudadera, sabiendo muy bien que era inútil discutir
con él si se había decidido. Era terco como una mula.
—Sin mencionar que Dante requiere mi ayuda para contener el escándalo
que causaron Anna y su madre —dijo guiñándome un ojo.
—¿Disculpa? Tú también estuviste involucrado en el escándalo.
—Pero habría elegido un mejor momento para detener la boda.
—Lo dudo —dijimos Enzo y yo simultáneamente. Intercambiamos una
mirada y una sonrisa. Mi corazón se hinchó, feliz de que él y yo finalmente
estuviéramos haciendo las paces.
—¿Qué quieres decir con que mi papá te necesita? —pregunté. Papá no me
había mencionado nada, lo que probablemente significaba que era arriesgado o
algo que él consideraba deshonroso.
Pero los Clark estaban furiosos y se negaban a hablar, así que necesitábamos
actuar. Clifford había ignorado todas mis llamadas y mensajes de texto.
Me dio una sonrisa sombría.
—Lo ayudaré a lidiar con los Clark.
La expresión de Enzo se contrajo con desaprobación.
—¿Cómo? —pregunté—. No puedes matarlos a todos.
Me pellizcó el trasero ligeramente. Menos mal que el ángulo se lo ocultó a
Enzo o me habría muerto de vergüenza. Le lancé a Santino una mirada de
advertencia, a lo que respondió con una sonrisa.
—Podría, pero no lo haré.
—Entonces, ¿qué vas a hacer?
—Las fotos que tomaste cuando me atrapaste con Dolora Clark, las 304
descargué en mi nube en caso de que alguna vez las necesitara.
—Pervertido.
Sonrió, pero rápidamente volvió a ponerse serio.
La comprensión me hizo abrir mis ojos de par en par.
—¿Vas a chantajearla?
Asintió.
—Hará cualquier cosa para evitar ese escándalo.
—Pero no me parece una mujer que tenga suficiente poder sobre su esposo
para disuadirlo de planear venganza.
—No, pero probaré suerte.
—Si ella no puede convencer a Maximo, aún podemos chantajearlo con las
fotos. No puede arriesgarse a divorciarse en este momento de su carrera,
especialmente después de un escándalo así.
—Eres tan astuta como hermosa.
—Y eres propenso a causar escándalos.
—Como tú, cherie. —Se encogió de hombros, luego me atrajo hacia él y
me besó de nuevo—. Ahora, déjame hablar con Dolora.
Enzo se excusó, obviamente incómodo con la muestra de afecto de Santino.
Mis mejillas se calentaron. Me aclaré la garganta.
—No dejes que te detenga. Si papá cree que vale la pena seguir el plan,
entonces deberíamos intentarlo.
—No estás celosa, ¿verdad?
Hice una mueca.
—Por favor. Puedes jugar en la Liga de Campeones, o en la copa del pueblo.
—La vida en Europa dejó sus marcas. Nunca me acostumbraré a tus
referencias futbolísticas, y no estoy del todo seguro de que sean precisas. —Echó
un vistazo a su reloj—. Tengo que ir al club de campo donde Dolora pasa ahora la
mayor parte de sus tardes.
—¿Quieres conducir tú mismo?
Me besó de nuevo.
—Anna, soy un niño grande.
—Al menos lleva a tu papá contigo. —Aún odiaba que Santino se hubiera
follado a la madre de Clifford, pero al menos ahora podía salvarnos el trasero. 305
¿Quién habría pensado alguna vez que las costumbres rompe hogares de Santino
serían tan útiles?

Dolora salió del club de campo. Todos los Clark eran miembros, por
supuesto. Era una hora después de su hora de salida habitual y casi se me acababa
la paciencia. Sin mencionar que mis heridas me dolían jodidamente horrible y no
había tomado suficientes analgésicos. Estacioné mi auto justo en la acera con la
esperanza de llamar su atención. Sus ojos registraron mi auto y luego a mí, y miró
a su alrededor rápidamente preocupada. Bajé la ventanilla y me asomé.
—Tenemos que hablar.
Corrió hacia mí y casi saltó.
—No puedes venir aquí. Si alguien nos ve juntos, habrá mucho que pagar.
Tuve que esconderme en los baños por tu culpa.
Arranqué el auto y nos conduje hasta el estacionamiento de un Starbucks
cercano.
—¿Por qué lo dices?
—Causaste un escándalo y ahora todos hablan a mis espaldas. Ni siquiera
puedo mostrar mi cara en el club sin que la gente me dé sonrisas condescendientes.
Simplemente no podía soportarlo más.
—Supongo que entonces no querrías tener otro escándalo en tus manos.
Se congeló enseguida.
—¿De qué estás hablando?
—Necesito que convenzas a tu esposo para que mantenga sus conexiones
con la Organización, y que lo disuadas de cualquier complot de venganza que
pueda estar soñando en este momento.
—No puedo hacer eso.
Le mostré las fotos de nosotros en mi teléfono. Sus ojos azules se abrieron
por completo. 306

—Si esto sale a la luz estaré arruinada. Maximo no me perdonará si arruino


su carrera con algo así.
Era bastante conveniente que se preocupara más por su carrera que por su
matrimonio. Supongo que ese barco había zarpado hace mucho tiempo.
—Entonces, habla con él y haz que entre en razón.
—Eso es chantaje.
—Dolora, te metiste en la cama con un mafioso.
Frunció los labios.
—Maximo no me escucha. No seré capaz de convencerlo.
—Haz tu mejor esfuerzo.
Me dio una mirada suplicante, pero simplemente le devolví la mirada en
blanco. Cerró los ojos, y luego asintió.
Dos días después me llamó para decirme que su esposo no la escucharía.
Eso significaba que tendríamos que convencerlo nosotros mismos.
Dante, Leonas y yo esperábamos en un restaurante de la Organización a que
llegaran los Clark. Maximo, Clifford y Dolora entraron al restaurante con un
minuto de sobra. Sus guardaespaldas permanecieron afuera por orden de ellos.
Obviamente querían menos oídos para escuchar.
La expresión de Maximo dejó bien claro que no quería tener nada que ver
con nosotros. Clifford pareció sorprendentemente indiferente ante la situación. De
todos modos, nunca había parecido muy interesado en su unión con Anna. Ahora
que ya no iba a casarse con ella, lo encontraba mucho más tolerable. Aunque
supongo que su opinión sobre mí no había mejorado.
Dante se levantó con una sonrisa profesional.
—Han venido.
Como si hubieran tenido elección. Maximo ignoró la mano extendida de
307
Dante y se dejó caer en la silla frente a él.
—Espero que esto no tome mucho tiempo. Tengo otra llamada con mis
abogados.
Si pensaba que eso impresionaría a alguien aquí, aún no entendía lo que
significaba un trato con el diablo. Solo Dolora parecía completamente asustada, lo
que casi me hizo sentir lástima por ella. Pero, por otro lado, se acostó con un
mafioso de modo que pudo haber previsto las repercusiones.
—Estoy seguro de que podemos resolver el asunto rápidamente y para
satisfacción de ambos —dijo Dante arrastrando las palabras. Tuve que sofocar una
sonrisa.
Empujó las fotos impresas sobre la mesa. No estaba orgulloso de mis
acciones, especialmente porque Anna me había atrapado. Mis sentimientos por ella
me habían cambiado, pero ahora que mis costumbres de Casanova eran nuestro
boleto para chantajear a los Clark, en realidad no podía arrepentirme de mis
acciones. El rostro de Clifford se retorció con disgusto y luego con ira. Sacudió la
cabeza y dio un paso atrás. Probablemente reconoció su cama, que en retrospectiva
había sido un lugar realmente horrible para hacerlo, pero Dolora la había elegido,
y él era su hijo, no el mío.
La mandíbula de Maximo se tensó y su rostro se puso rojo. Miró a su esposa,
que parecía querer desaparecer.
—Maximo, fue cosa de una sola vez —le dijo. Una mentira, sin duda.
Dolora no había dudado en sus acciones cuando coqueteó conmigo. Sin mencionar
que tenía un segundo teléfono, que la mayoría de la gente usaba para sus amantes
secretos—. Me dolió porque elegiste a tu pasante para engañarme y necesitaba
sentirme validada.
—Esto no se trata de mí —gruñó, mirando a Dante con cautela. Por
supuesto, mi Capo estaría archivando esta información para su uso posterior—.
¿Quién elige al guardaespaldas de la prometida de su hijo?
—Y usa su cama —murmuró Clifford.
—¿Esa era la cama de nuestro hijo?
Por supuesto, Maximo no la reconocería. Dudaba que pasara mucho tiempo
en las habitaciones de sus hijos o con ellos. Parecía alguien que tenía hijos porque
se veían mejor en su currículum y hacían buenos extras en las fotos de campaña.
Ella se encogió de hombros.
—Mamá, ¿en mi cumpleaños? —preguntó Clifford con una sacudida
disgustada de su cabeza.
—Era un momento difícil para mí. 308

—¿Qué hay de la discreción? Tú y papá siempre me dijeron que las


actividades extramatrimoniales debían manejarse con cuidado.
—Así es. Tu madre obviamente lo olvidó.
Dante observó con una mirada de frío cálculo. Teníamos a los Clark. Él lo
sabía.
—No tengo intención de hacer públicas sus actividades extramatrimoniales
—dijo arrastrando las palabras—. Si podemos llegar a un acuerdo.
Maximo me señaló.
—Probablemente fuiste tú quien nos tendió una trampa con ese tipo para
que mi esposa me engañara.
—Puedo asegurarles que creo en la santidad del matrimonio y no pondría
una trampa a mis hombres para alentar el engaño.
Maximo resopló.
—Detente. Ambos sabemos que no tienes moral.
La expresión de Dante se volvió aún más fría.
—Parece que tengo más que tú.
—¿Qué quieres? No fue mi hijo quien rompió el trato. Fue tu hija.
—Ciertamente, pero ese no tiene que ser el final de nuestra cooperación.
Estoy seguro de que podemos encontrar otra opción. Tenemos muchas chicas
hermosas que están en edad de casarse —dijo diplomáticamente, pero podía decir
que se le estaba acabando la paciencia. Si hubiera estado en su lugar, ya habría
arrojado a Maximo Clark desde el puente más cercano. Algo en ese hombre
simplemente me ponía los pelos de punta. Parecía mucho más accesible y
agradable en sus campañas. Sus directores de campaña deben ser unos auténticos
magos.
Maximo se puso de pie, lo que fue otro acto de irrespeto.
—No queremos que le arrojes un hueso a Clifford como si fuera un perro.
Tenía una broma sobre el perro Clifford en mis labios y tenía dificultades
para controlarme. Pero en lugar de eso, gruñí:
—Siéntate. La conversación no ha terminado.
Maximo se sonrojó, pero no pasé por alto la breve expresión de satisfacción
que cruzó el rostro de Clifford cuando su padre volvió a hundirse.
—Es una forma de proteger una unión de la que ambos nos beneficiaríamos
—dijo Dante. 309

—No estoy tan seguro de que nos beneficiaríamos de esta unión. Mi hijo no
necesita otro escándalo.
Dante miró a Leonas, que había escuchado en silencio hasta el momento,
pero al igual que su padre, había archivado todo para su uso posterior. Anna
definitivamente compartía su astucia.
—Podría casarme con una de tus hijas —sugirió Leonas encogiéndose de
hombros—. Apuesto a que puedes prescindir de una de ellas.
La piel de Maximo Clark se volvió de un tono rojo aún más oscuro, lo que
no había creído posible, pero en sus ojos, pude ver que lo estaba considerando.
No escuchaba muy a menudo los rumores, pero sabía que una de las gemelas
Clark se había visto envuelta en un incidente desagradable que había hecho algunas
olas más pequeñas en la prensa.
Maximo intercambió una mirada con su esposa y luego con Clifford, pero
este último pareció menos que entusiasmado con la sugerencia. Maximo, por otro
lado, pareció aliviado de haber encontrado una manera de deshacerse de su
descendencia escandalosa.
—¿Cuándo sugerirías una boda?
310
—¿De verdad quieres arrojarte frente al autobús por mí? ¿Siempre estuviste
en contra de una unión con los Clark y ahora quieres casarte con la gemela mala?
Leonas sonrió.
—Estaba en contra, sigo estando en contra, pero ahora la situación es
diferente. Tendrías que interpretar a la esposa del político, dejando atrás nuestra
vida en partes, pero si me caso con una gemela Clark, ella tendrá que someterse a
nuestra forma de vida.
—No me parece que a Charlotte le guste someterse a alguien. 311
Leonas tenía una sonrisa oscura en su rostro.
—Depende de los rumores que escuches.
Puse los ojos en blanco.
—Nadie estará contento con esta unión.
—Tal vez la Clark Mala se alegrará de deshacerse de su familia.
—Su nombre es Charlotte.
Solo había intercambiado algunas bromas sin sentido en el pasado con las
hermanas de Clifford, así que no las conocía, excepto por los chismes ocasionales.
—No puedo distinguirlas. Se ven más o menos iguales y sus nombres son
casi clones entre sí.
Solían verse idénticas, pero como Charlotte cambió su estilo, era fácil
distinguirlas.
—Puedes ser tan imbécil.
—Hoy soy el héroe que salva el día.
Negué con la cabeza.
—¿En serio estás seguro de esto? Dudo que los Clark estén muy felices si
otra boda estalla en llamas porque un Cavallaro decide que no quiere la unión.
—Hermana, tengo una ventaja sobre ti.
Hice una mueca dudosa.
—No estoy enamorado de otra persona, y nunca lo estaré. Este corazón es
tan frío como el hielo.
—Eres un jodido mentiroso. —Me incliné y besé su mejilla—. Pero gracias
por arrojarte frente al autobús por mí.
Leonas se encogió de hombros.
—Por ti y por la Organización. Es mejor si soy yo el que está atrapado en
una unión con los forasteros. De esa manera puedo controlar cómo va.
Negué con la cabeza con una sonrisa. Leonas ya estaba planeando con
anticipación, para cuando tuviera más voz en la Organización, aunque papá ya le
había dado más y más responsabilidades. Los conservadores estaban ganando
impulso, especialmente entre los mafiosos jóvenes y Leonas tenía buena
reputación entre ellos. Muchos rechazaban por completo una unión con los
forasteros, nada que se extendiera más allá de sobornarlos, razón por la cual
muchos no me condenaron por elegir no casarme con Clifford. Era como había
dicho Leonas. Habría tenido que dejar la Organización en partes para convertirme 312
en parte del mundo de Clifford. No pasaría lo mismo ahora que Leonas se casaría
con Charlotte. Ella tendría que someterse a nuestro mundo y reglas, o ser tragada
entera por él.

El sonido de un motor llegó a la sala de estar donde me sentaba con Bea,


esperando que llegara Santino.
El rostro de Bea se iluminó.
—¿Ese es Santino?
Asentí, sintiéndome rebosante de alegría. Solo lo había vislumbrado en las
últimas dos semanas desde su alta del hospital. Mamá y papá habían exigido que
mantuviéramos nuestra distancia mientras se encargaban de los Clark y las
primeras oleadas del escándalo se apagaban. Había sido difícil no hablar con él o
verlo, especialmente ahora que ya no teníamos que escondernos, al menos de
nuestras familias. El público aún desconocía nuestra relación, aunque eso
probablemente cambiaría esta noche. Papá también sabía que nadie lo creería si les
contábamos que Santino y yo habíamos encontrado nuestro amor después de la
boda fallida, y por suerte quería manejar el asunto de manera ofensiva.
Me puse de pie, sonriendo, y corrí al vestíbulo. Sonó el timbre y estaba a
punto de abrir la puerta cuando se oyó la voz de papá:
—Déjame.
Giré. Avanzó hacia mí con una mirada severa.
—Papá, ¿en serio esto es necesario? ¿Por qué Santino no podía entrar por
la entrada de la caseta de vigilancia y recogerme como lo hacía en el pasado?
—Porque esta vez no te recoge como tu guardaespaldas. Está aquí para
recogerte para una cita, y eso requiere que espere en la puerta y salude a tus padres.
—No enviarás un chaperón, ¿verdad?
No dijo nada cuando pasó junto a mí.
—Pasamos tres años solos en París —le recordé.
313
Abrió la puerta y saludó a Santino con una expresión severa. Mamá también
se dirigió hacia nosotros.
—Mamá, tú también no, por favor.
Tomó mi hombro al pasar.
—Tenemos ciertas reglas, e incluso si tú y Santino las esquivaron por un
tiempo, esto cambiará ahora.
Puse los ojos en blanco. Tenía veintidós y prácticamente había salido con
Santino durante tres años y medio. Era demasiado tarde para proteger mi virtud. Y
nadie en la Organización creería que Santino y yo acabábamos de empezar a
vernos. Sumarían dos y dos tan pronto como apareciéramos en público y
vincularían mi compromiso roto con Santino.
Mamá y papá me bloquearon la vista de la entrada y de Santino. Me acerqué
a ellos para asegurarme de que no le hicieran pasar un mal rato. Mis ojos se
abrieron de sorpresa cuando vi a mamá aceptar un hermoso ramo de flores de
Santino, quien le dedicó una sonrisa encantadora antes de entregarle a papá una
botella de lo que parecía un Barolo muy fino. Ahogué una sonrisa. Mamá
finalmente dio un paso atrás para que yo pudiera tomar su lugar. Me frotó la
espalda con una sonrisa de complicidad.
Mis ojos se encontraron con los de Santino y escaneó mi atuendo
rápidamente. Era un vestido que había usado en Saint Tropez. Sin embargo, tuve
que modificar mi atuendo para el clima más frío de otoño en Chicago, y agregué
un blazer recortado y botas por encima de la rodilla.
—Saint Tropez —dijo Santino sin dudarlo, luego miró a mi papá, quien
levantó una ceja.
—Recordarlo te da puntos de bonificación, pero ¿dónde están mis flores?
—pregunté con una sonrisa burlona.
Papá negó con la cabeza con una sonrisita pequeña antes de lanzar otra
mirada de advertencia a Santino.
—Sabía que preguntarías —dijo Santino y se agachó para recoger otro
hermoso ramo de flores: rosas y otra flor hermosa en rojo y naranja con muchos
pétalos pequeños que no conocía. Acepté las flores, resistiendo el impulso de
besarlo. No quería que papá lo viera.
Aún estaba enojado con Santino, y probablemente lo habría castigado
severamente si no fuera por el hecho de que lo amaba. Santino estaba en una
especie de libertad condicional, por así decirlo, con un posible castigo aun
rondando por su cabeza, y ya no podía trabajar como mi guardaespaldas. Su padre
había tomado el trabajo por ahora hasta que encontrara un reemplazo adecuado
para Santino. 314
Sonaron pasos y apareció Leonas, vestido con una camisa de vestir negra,
pantalones negros y zapatos Budapest negros.
Mi expresión cayó.
—Oh, no. No me digas que vas a ser nuestro chaperón.
—En efecto, hermana —dijo Leonas—. Y me tomaré mi trabajo muy en
serio.
Le di a papá una mirada de incredulidad.
—Papá.
—Santino no es el único que tiene que recuperar la confianza perdida. Te
espero de vuelta en casa a las once.
—¿A las once? —Ya eran las siete—. Papá, tengo veintidós.
Inclinó la cabeza.
—Y Santino es un hombre con el que no estás casada, así que tú y él no
deberían tener ninguna cita.
Presioné mis labios entre sí. Mamá y papá no eran muy conservadores. Solo
lo hacía como una especie de castigo para mí.
Respiré hondo y me puse de puntillas para besar sus mejillas.
—Gracias por permitirnos pasar tiempo juntos.
Asintió y luego intercambió una mirada con Leonas antes de desaparecer
de la vista. Me volví hacia Santino con una sonrisa, incapaz de contenerla. Lo había
extrañado mucho en las últimas semanas. Pero ahora que nada se interponía en
nuestro camino, ni un coma, una boda o la palabra de papá, quería pasar cada
segundo con él. Mi mente y mi cuerpo lo anhelaban. Solo necesitaba encontrar una
manera de deshacerme de Leonas para que Santino y yo en realidad pudiéramos
disfrutar el uno del otro en todos los sentidos de la palabra.

315
No tenía que ser un lector de mentes para saber lo que Anna estaba
pensando. Probablemente era lo mismo que había estado pensando al momento en
que la vi con el vestido ajustado y las botas. Maldición, la había echado mucho de
menos. Aún me dolían jodidamente las heridas, pero estaba absolutamente seguro
de que no dejaría que eso me impidiera tomar a Anna esta noche.
Sin embargo, lo que podía detenerme era Leonas. Su sonrisa comemierda
no presagiaba nada bueno.
—Entonces, ¿adónde nos llevarás a cenar? —preguntó—. Espero no estar
mal vestido para la ocasión.
Como si él y sus padres no supieran exactamente a dónde iba a llevar a
Anna. Dante había querido saber cada detalle de nuestra cita para anticipar cómo
la prensa y la Organización se enterarían y podrían reaccionar. No me importaba,
o más bien no estaría en desacuerdo. Ya estaba más que agradecido de que no me
hubiera metido una bala en la cabeza al momento en que se enteró de lo de Anna
y yo. Supongo que casi morir por Anna había hecho la diferencia. O tal vez el
anillo que le daría más tarde a Anna.
Le di a Leonas una sonrisa dura.
—Debí haberte dado una buena paliza hace años.
Abrió los brazos.
—Puedes intentar darme una ahora.
Extendí mi mano para que Anna la tomara y la conduje hacia mi Camaro.
Después de ayudarla a sentarse en el asiento del pasajero, me volví hacia Leonas
una vez más.
—Preferiría estar lejos de tu trasero.
—Funciona para mí.
Me senté detrás del volante y tomé la mano de Anna antes de encender el
motor.
—Esta es la primera vez que viajo en tu Camaro.
—Ha tomado demasiado tiempo. —Llevé su mano a mis labios y la besé.
Leonas hizo un ruido de chicharra.
—Tengo que recordarles que mi deber como chaperón de la noche será
limitar sus demostraciones públicas de afecto, así que no las agoten todas ahora
mismo.
—No estamos en público —siseó Anna.
—También deberías reconsiderar tu tono hacia la persona que podría decidir 316
tomarse un descanso muy largo para fumar más tarde.
Negué con la cabeza con una risita.
—¿Qué pasa con los Cavallaro y el chantaje?
—Está en nuestro ADN —respondió Leonas.
Anna se rio.
—Cállate. Al menos déjame fingir que no estás aquí.
Anna y yo comimos en un restaurante de alta cocina que era propiedad de
la Organización y servía cocina tradicional de Roma. De hecho, Leonas nos dio
algo de espacio y se instaló en el bar para conversar con el dueño mientras Anna y
yo nos acomodamos en un rincón acogedor. El personal había sido informado
sobre nuestra aparición, de modo que no fue una sorpresa, pero algunos de los
clientes nos lanzaron miradas curiosas. Nuestra cena daría la vuelta y sería el
chisme principal de las próximas semanas, pero no era como si no hubiera habido
ya ciertas especulaciones. Mi reputación como una especie de Casanova era
ampliamente conocida entre las mujeres de la Organización.
—Me encanta que ya no tengamos que escondernos —dijo Anna. Tomó un
sorbo de su Pinot Grigio, luciendo relajada y feliz. Era una de mis expresiones
favoritas en su rostro. Eso y su rostro retorcido por la lujuria, que intentaría ver
esta noche.
—Me alegro de que tus padres estén dispuestos a considerar para ti a un
simple guardaespaldas. Muchos padres en su lugar querrían un mejor partido.
—¿Qué podría ser mejor que alguien que me hace feliz y que está dispuesto
a arriesgar su vida por mí?
—Entonces, ¿no te importaría estar casada con un soldado?
Frunció los labios.
—No necesito un lugarteniente, capitán o Capo para sentirme validada.
Quiero un hombre que me ame, eso es todo.
—Y este hombre frente a ti te ama con cada centímetro de su cuerpo lleno
de cicatrices.
—Yo también te amo.
Apreté su mano. No podía esperar a estar a solas con ella. Tal vez ahora
hubiera sido un buen momento para hacer la pregunta, pero no quería hacerlo en
público. Quería que fuéramos solo Anna y yo.
Eran las nueve y cuarenta cuando los tres salimos juntos del restaurante.
Leonas señaló un bar al otro lado de la calle. 317
—Voy a tomar un trago. Recójanme en una hora, para que lleguemos a
tiempo a casa.
Le di unas palmaditas.
—Gracias.
Anna abrazó a su hermano.
—Eres el mejor.
—Sí, sí. Limpien el asiento trasero antes de que tenga que sentarme en él,
¿de acuerdo?
Lo golpeó en el hombro, y él cruzó la calle despidiéndose con la mano.
Tomé la mano de Anna y la empujé sutilmente hacia el auto.
—Entra. No tenemos mucho tiempo.
—Tenemos una hora —dijo riendo a medida que se sentaba en el asiento
del pasajero.
—Eso no es suficiente para recuperar el tiempo perdido —murmuré. Apreté
el acelerador, decidido a encontrar un buen lugar de estacionamiento para nosotros
lo antes posible. Entré en el estacionamiento de un restaurante que había cerrado
recientemente por reformas. A excepción de las luces tenues cerca del edificio para
evitar robos, el estacionamiento estaba oscuro. Pisé los frenos bruscamente, y
apagué el motor para que las luces se apagaran.
Anna se rio.
—Estás terriblemente ansioso. ¿Cómo te las arreglarás para hacer algo en
este espacio estrecho con tus heridas?
Tenía un punto. Era ágil para mi estatura alta, pero con mis heridas no sería
capaz de contorsionarme lo suficiente.
—Maldita sea.
Miró a su alrededor.
—Haremos que funcione —dije entre dientes y empujé mi asiento
completamente hacia atrás y luego moví el respaldo a una posición medio
acostada. Anna se volvió hacia mí y comenzó a trabajar inmediatamente en mi
cremallera, liberando mi pene, y luego sus labios ya estaban cerrados alrededor de
mi punta, haciéndome sisear entre dientes. No era el único ansioso por esto. Pasé
mis dedos por su cabello, deseando poder verla, pero la oscuridad era nuestra
amiga.
Me tomó más y más profundamente en su boca hasta que realmente tuve
que concentrarme en no correrme demasiado pronto. Maldición, aún estaba en mal 318
estado.
—Detente —gruñí, y tiré de su cabello ligeramente y luego con más fuerza
cuando no se detuvo. Me soltó y su boca encontró la mía para un beso caótico.
Abrí la puerta de un empujón pero no dejé de besarla, simplemente no podía parar.
Finalmente, me aparté y salí del auto. Rodeé el capó y abrí la puerta de Anna.
Agarré sus piernas y las saqué del auto de modo que su trasero descansara en el
borde del asiento. Me arrodillé sobre el asfalto frío, no para hacer la pregunta sino
para adorar su coño.
Me dolió todo el cuerpo, pero lo ignoré. Nada me detendría de lo que había
querido hacer durante semanas. Metí la mano debajo de su vestido y le bajé las
bragas, después bajé la cabeza. Mis labios encontraron la parte interna de su muslo
y luego se arrastraron lentamente hacia adentro hasta que rocé sus pliegues
resbaladizos. Anna respondió con un gemido, sus dedos aferrando mi cabello. No
la provoqué, ni jugué. Me sumergí de lleno, chupando su clítoris en mi boca. No
teníamos mucho tiempo y quería darle el mayor placer posible.
Gritó y presionó su coño con más fuerza contra mi cara. Empujé dos dedos
en su coño, embistiéndola lentamente al principio, luego más rápido y fuerte, y ella
me recompensó con un orgasmo rápido.
—Vamos a cambiar de lugar.
Se levantó y tomé su lugar, luego le di la vuelta y la senté en mi regazo.
Ambos gemimos cuando la llené por completo. Nos permitimos disfrutar por un
momento de la sensación antes de agarrar las caderas de Anna y comenzar a guiar
sus movimientos a medida que me montaba de espaldas a mí. Alcancé su clítoris,
presionando mis dedos contra él. Gimió ruidosamente. Si alguien estaba en el
estacionamiento, o simplemente pasaba, definitivamente lo escucharía, pero no me
importó. Era mi sonido favorito en el mundo. Nada más importaba. Pronto nuestros
movimientos se volvieron erráticos, más hambrientos, desesperados por la
liberación del otro. Me contuve, esperando que cayera primero por el acantilado y
cuando finalmente lo hizo, toda la tensión se desvaneció y me perdí en ella.
Se hundió hacia atrás, apoyándose contra mi pecho. Presioné un beso sin
aliento en su mejilla. Nos limpiamos rápidamente y acomodamos nuestra ropa
antes de poner a Anna en mi regazo y envolverla con mis brazos.
—No quiero que esto se detenga, incluso cuando estemos casados —
susurró.
—¿Tener sexo? Puedo asegurarte de que eso no se detendrá incluso cuando
seamos viejos y canosos.
Su cuerpo vibró de risa.
—No, Sonny, el sexo furtivo en los estacionamientos, los besos robados y
los rapiditos en el baño. 319
—No tienen que parar.
Asintió y luego señaló su reloj de pulsera.
—Tenemos que irnos.
Recogimos a Leonas cinco minutos después y regresamos a la mansión de
los Cavallaro. Aún no le había pedido a Anna que se casara conmigo. No se había
sentido correcto, pero cuando me detuve frente a la mansión, supe exactamente el
momento y el lugar correctos para hacer la pregunta.
Sostuve su mano a medida que caminábamos hacia la puerta principal.
Leonas avanzaba un par de pasos atrás como si pudiera sentir que tenía algo
planeado. Al menos había sido sorprendentemente tolerable en el viaje de regreso
a casa, sin hacer preguntas molestas. Dante y Val nos abrieron la puerta.
—¿Puedo entrar por un segundo? —pregunté, sintiéndome nervioso.
Dante me miró a los ojos y sus cejas se fruncieron, luego asintió levemente.
¿Sabía lo que había planeado, y lo aprobaba? ¿O estaba leyendo más porque sabía
que era un movimiento arriesgado tan pronto después de la boda fallida de Anna?
Pero sus padres habían estado en la oscuridad durante demasiado tiempo, merecían
ser parte de nuestro viaje a partir de ahora. Pero ¿quién decía que no me diría
también que no a mí? Esa mujer había dejado a Clifford frente a un sacerdote y
cientos de invitados.
Inclinó la cabeza con curiosidad. Dante, Val y Leonas se quedaron a un
lado, pero también tenían un aire de expectativa rodeándolos.
Me aclaré la garganta y tomé ambas manos de Anna entre las mías antes de
ponerme de rodillas.
Sus labios formaron una O, y sus padres y hermano intercambiaron miradas.
Tomé el anillo de compromiso que había comprado ayer de mi bolsillo y se lo di a
Anna.
—Mi corazón nunca quiso mantenerte en secreto porque supo todo el
tiempo que eras la mujer para mí. Me refrenas, pero nunca me haces sentir
atrapado. Tu humor agudo y tu lengua aún más aguda me mantienen alerta. Quiero
pasar el resto de mi vida contigo. ¿Quieres ser mi esposa?
Mi corazón martilleaba en mi pecho mientras esperaba que dijera algo. Su
mirada se dirigió brevemente a sus padres y en el segundo que le tomó a Dante
asentir y Val sonreír, mi pulso alcanzó niveles preocupantes. Mis heridas dolían
con cada latido de mi corazón, pero sufriría alegremente por su respuesta.
Me sonrió y apretó mi mano.
—Sí, definitivamente sí. Y esta vez también diré que sí en la iglesia. 320
Me puse de pie y envolví mis brazos alrededor de ella para besarla,
abrumado por el alivio, luego puse el anillo en su dedo. Y por primera vez, se sintió
oficialmente mía.
—¿Y? —preguntó mamá con una sonrisa pequeña—. ¿Estás nerviosa?
Me había hecho la misma pregunta el día de mi boda cancelada con Clifford
y yo había dicho que «no» sin dudarlo. Hoy la situación era muy diferente. Mi
vientre estaba lleno de nervios, mi corazón acelerado.
—Sí.
No estaba nerviosa porque dudara de mi decisión de casarme con Santino.
No tenía ninguna duda al respecto. Amaba a Santino y él me amaba a mí. Me
volvería loca hasta la eternidad y yo seguiría presionando todos sus botones, y 321
saberlo me hacía ridículamente feliz. Mi falta de nerviosismo en mi boda cancelada
debería haber sido una señal de advertencia. Me había sentido inquietantemente
tranquila. No era la calma que venía de la certeza. Me había estado protegiendo al
enterrar mis emociones. No me había importado en ese momento porque era la
única forma de llevar a cabo la boda.
Mamá tocó mi mejilla.
—Puedo decir que es el buen tipo de nerviosismo.
Sonreí.
—Oh, sí.
Asintió.
—Hoy te veré ir por el pasillo con un buen presentimiento.
—¿Y papá? —pregunté. Papá siempre había apreciado a Santino: como mi
guardaespaldas, y hasta que se enteró de que él y yo nos habíamos estado llevando
bien.
—A tu padre le agrada más Santino que Clifford, eso es seguro, pero
definitivamente tendrá que compensar por haber estado yendo a sus espaldas
durante tanto tiempo. Eso no es algo que tu padre tolere. Pedir tu mano frente a
nosotros fue el primer paso y desde entonces ha estado demostrando su valía todos
los días.
—Pero también fui a sus espaldas, así que no solo él tiene la culpa.
—Oh, no te preocupes, cariño. También tienes mucho que compensar.
Besé su mejilla. Había estado intentando ser lo más abierta posible con mis
padres en los ocho meses desde que Santino me pidió mi mano.
—No les mentiré de nuevo. —Entonces sonreí—. Y estoy segura de que
pronto tendrás suficiente de qué preocuparte con Leonas.
Mamá suspiró.
—Ya veremos. —Echó un vistazo a su reloj de oro elegante—. Tenemos
que darnos prisa. Casi es la hora.
Me ayudó a ponerme el vestido. Y negó con la cabeza con una mirada de
admiración.
—Este vestido es absolutamente impresionante. Me alegra que esta vez
hayas decidido diseñar tu propio vestido de novia.
—Esta vez significa lo suficiente para mí para esforzarme.
—Y la última vez probablemente sabías en el fondo que al final no seguirías
adelante con la boda. 322

Asentí, probablemente en el fondo siempre lo supe.


Me encantaba todo del vestido. Encontré inspiración en la naturaleza como
solía hacer con mis diseños recientes. Para mi vestido de novia me inspiré en una
cala. Miré la flor preciosa durante días mientras dibujaba mi vestido y luego toqué
las flores sedosas hasta que encontré la tela sedosa adecuada para imitar la
sensación de los pétalos.
Mi vestido era como una cala al revés. La falda era más corta por delante y
por detrás tenía una cola ligeramente puntiaguda como el pétalo de la flor. El
vestido parecía tan suave como el pétalo, y se sentía aún más suave al tacto, pero
no tan puro como la seda. Tenía una cualidad aterciopelada. Pero mi parte favorita
era la progresión delicada del color. Era un efecto sutil ombre con la cola del
vestido blanca y luego, al nivel de mis rodillas, un cambio se hacía visible
lentamente a la vista desde el blanco nacarado a un sutil tono azulado. Encontré un
cultivo raro de la cala con un degradado de color azul blanco y me enamoré de
inmediato. Mi corpiño era de un azul claro tenue con hilos plateados y encaje.
Había elegido joyas de oro blanco, con los pendientes y el colgante en forma de
calas. El azul del vestido acentuaba el azul de mis ojos, y mis zapatos también
tenían un sutil cambio de color de blanco a azul. Mi ramo de novia era un ramo
bien atado que consistía únicamente en calas blancas.
Mi atuendo era fuera de lo común y sin duda causaría un poco de revuelo.
Pero quería hacer una declaración. Como le dije una vez a Santino, no quería seguir
una tendencia, quería crear una.

Cuando me encontré con papá frente a las puertas dobles de la iglesia, su


expresión fue tierna.
—Hoy te pareces a la Anna que más amo.
Las lágrimas brotaron de mis ojos.
—¡Papá, no me hagas llorar!
Apreté su brazo con fuerza y presioné un beso ligero en su mejilla.
—También te amo, y hoy me siento la Anna que más me gusta. Me siento 323
como yo.
—Entonces, vale la pena.
Le di una sonrisa agradecida. Su apoyo significaba mucho para mí. Quería
complacer a papá. Él era un modelo a seguir para mí y su apoyo continuo, incluso
después de que no pude llevar a cabo la boda con Clifford, solo aumentó mi amor
y admiración por él.
—¿Lista? —preguntó en voz baja.
—Hoy lo estoy.
Las puertas se abrieron, y papá y yo entramos en la iglesia.
Mis ojos se concentraron en Santino y ya nada más importó. Todos los
demás sonidos a mi alrededor se desvanecieron en el fondo. Los latidos de mi
corazón pulsaban en mis oídos y tuve que reprimir una sonrisa amplia, pero mi
sonrisa definitivamente era más amplia de lo que normalmente permitía que fuera
en público.
Lucía maravilloso con un traje de lino azul ajustado con una camisa de
vestir blanca y una cala blanca en el bolsillo del pecho. No llevaba corbata ni
corbatín. Le pedí que no lo hiciera porque sabía que lo odiaba. Sus ojos nunca
dejaron los míos y todo encajó en su lugar.
Cuando llegué junto a él, me dio un beso breve en los labios, rompiendo el
protocolo, otra razón por la que lo amaba. No me importaba si los demás aprobaban
nuestro amor o cómo lo demostrábamos.
Nos tomamos de la mano cuando nos enfrentamos al sacerdote. Era otro
sacerdote. No quería que ninguna parte de mi casi boda con Clifford estropeara
este día.
Esta vez mi «sí» vino sin vacilación y llenó de certeza a la gran iglesia.
Santino deslizó el anillo de su difunta madre en mi dedo, y pude ver en su
rostro lo mucho que significó esto para él. Su padre se lo había dado poco después
de nuestro compromiso porque Frederica no lo necesitaba. En realidad, desearía
haber conocido a la mamá de Santino.
—Puede besar a la novia.
Tomó mis mejillas y bajó sus labios a los míos.
No podía creer que finalmente se nos permitiera estar juntos, que finalmente
tuviéramos la bendición de nuestras familias. Tal vez podríamos haberlo
conseguido antes, si lo hubiéramos intentado. Si hubiera tenido la valentía de decir
antes que no a mi boda con Clifford, pero tal vez el viaje largo para estar juntos 324
hizo que nos apreciáramos mucho más el uno al otro y nuestro vínculo.
Pasamos de la mano junto a nuestros invitados aplaudiendo. Bea caminó
frente a nosotros, arrojando pétalos de rosas blancas al suelo. Sofia y Luisa me
dieron el visto bueno, e incluso Frederica me sonrió alegremente. Mamá estaba
llorando, algo que nunca había visto hacer en público y se secó los ojos
rápidamente y le dio a papá una sonrisa avergonzada. Él frotó su brazo. Leonas me
guiñó un ojo. Después sería su turno.
Afuera, las nubes oscuras se levantaban y, de vez en cuando, una gota de
lluvia cayó sobre mis brazos desnudos.
—Espero que no llueva, así no podremos tener nuestra recepción al aire
libre.
Apretó mi mano.
—No importa si llueve o hay tormentas, nada puede arruinar este día.
Mordí mi labio.
—Pero hemos planeado nuestra recepción en torno a un buen clima, tal
como lo predijo el pronóstico. Necesitamos sol.
—Nah. Todo lo que necesito es tenerte para siempre —murmuró antes de
que sus labios encontraran los míos una vez más, y cerré los ojos.
Una llovizna suave cayó sobre nosotros, pero sonreí contra sus labios.
—Para siempre.

325
Cora Reilly es autora de Born in Blood Mafia Series, The Camorra Chronicles 326
y muchos otros libros, la mayoría de ellos con chicos malos peligrosamente sexis. Le
gustan los hombres como sus martinis: indecentes y fuertes.
Cora vive en Alemania con un lindo pero loco Bearded Collie, así como con el
lindo pero loco hombre a su lado. En 2021, dio a luz a una hija maravillosa. Cuando
no pasa sus días soñando con libros ardientes, planea su próxima aventura de viaje o
cocinando platos demasiado picantes de todo el mundo.

Sins of the Fathers Series:


1. By Sin I Rise: Part One
2. By Sin I Rise: Part Two
3. By Virtue I Fall
4. By Fate I Conquer
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