Está en la página 1de 9

UNIVERSIDAD DE PAMPLONA

REVISORIA FISCAL
SEPTIEMBRE 15 DE 2021

LA FE PUBLICA :

El contador público es el profesional de la contabilidad que se encarga de llevar la


contabilidad, analizarla, interpretarla, realizar informes, etc.

Qué es un contador público.

En Colombia, un contador público es la persona que ha cursado una carrera


profesional en contaduría o contabilidad y ha obtenido el título respectivo, y
además ha sido acreditado mediante una tarjeta profesional que lo habilita a
prestar los servicios relativos a la contabilidad.

De acuerdo a la ley 43 de 1990,  contador Público es la persona natural que


mediante previa inscripción ante la Junta Central de Contadores, y después de
acreditar su competencia profesional (Título universitario), está facultado por la ley
para dar fe pública respecto de los hechos conocidos por él y propios del ámbito
de su profesión, lo mismo que dictaminar sobre la información económica y
financiera, realizar las actividades relacionadas con la ciencia contable, tributaria,
los sistemas de información de la empresa, las finanzas, los costos, etc.

Como se observa, el contador público además de acreditar una formación


profesional en la materia, requiere del registro en la Junta central de contadores
para poder dar fe pública sobre asuntos contables.

Funciones del contador público.

De acuerdo al artículo 2 de a ley 43 de 1990, las funciones del contador público


son las siguientes:
«... todas aquellas que implican organización, revisión y control de contabilidades,
certificaciones y dictámenes sobre estados financieros, certificaciones que se
expidan con fundamento en libros de contabilidad, revisoría fiscal, prestación de
servicios de auditoria, así como todas aquellas actividades conexas con la
naturaleza de la función profesional de Contador Público, tales como: la asesoría
tributaria, la asesoría gerencial, en aspectos contables y similares.»

Pero la principal función del contador público es la de dar fe pública sobre los
aspectos que le competen, como los estados financieros.
Es por ello que las entidades públicas y privadas exigen certificados firmados por
contador público, en razón a que el contador con la firma está dando fe de que el
contenido del certificado o de los estados financieros son reales, y fueron tomados
fielmente de los libros de contabilidad de acuerdo a los soportes que sustentan esa
información.

La fe pública del contador.

La principal característica del contador público es que puede dar fe pública, como
lo hacen los notarios públicos.

La Fe pública es una figura jurídica que originalmente corresponde al Estado, pero


en vista de la imposibilidad material que tiene el estado, de dar fe de todos lo
actos en los que intervienen las personas, se ha visto en la obligación de delegar
ésta función en algunas personas, como es el caso de los Contadores públicos y
notarios, y éstos están habilitados para actuar y dar fe pública de acuerdo con las
leyes que regulan cada actividad y/o función investida de tal facultad, sobre los
hechos que conozcan y puedan dar cuenta, por haber ocurrido en su presencia o
haber participado en su ejecución y desarrollo.

LA CONFIANZA Y LA FE PÚBLICA DEL CONTADOR PÚBLICO

Ambos conceptos son diferentes, pero están relacionados con el


Contador Público; aclarar su significado permitirá garantizar el buen
ejercicio de su profesión.
El fundamento de la capacidad de atestiguamiento o dictamen de un Contador
Público o Licenciado en Contaduría Pública radica en la confianza que la sociedad
otorga a dicho profesional como persona idónea, íntegra y confiable en sus
opiniones, con capacidad de independencia mental y funcional para garantizar que
sus juicios profesionales sobre los entes económicos, en general, son reales,
fidedignos o razonables y ajustados a la verdad.
Mas no se debe confundir la confianza con que la sociedad en general recibe sus
opiniones con la fe que el Estado le otorga legalmente a dichas opiniones o
afirmaciones, en reconocimiento a la calidad de quien las emite.
Tal delegación es consecuencia de la confianza y constituye un reconocimiento
digno a determinadas personas, obligando por tanto a una responsabilidad social y
legal de quien ha sido favorecido con dicha delegación, generada de la confianza y
que se arraiga jurídicamente con la fe pública, con consecuencias económicas y
punitivas para quien falta a la confianza y a la fe que le es debida.
La diferencia clara entre la confianza pública y la fe pública es necesaria para que
el profesional contable no se llame a equívocos conceptuales e interpretativos.
CÓMO NACEN
La confianza es la seguridad o esperanza firme que alguien tiene de otro individuo
o de algo, como bien lo define el diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española.
La palabra confianza comúnmente sugiere una actitud individual hacia una persona
o una institución. La confianza está íntimamente ligada a la buena fe como
fundamento generador de ella entre las personas, entre el Estado democrático y
sus ciudadanos (Charles Tilly, 2010. pág. 31).
La buena fe no es una norma, sino un principio jurídico fundamental que consiste
en la convicción o conciencia de no perjudicar a otro, de no defraudar la ley, en la
leal y honesta concertación y cumplimiento de los negocios jurídicos. En Colombia,
para la Contaduría Pública está definida en la ley. Puede ser cualificada o simple, a
lo cual nos referiremos en otra oportunidad.
La confianza pública genera seguridad y certeza de que la información recibida
corresponde a una realidad fuera de toda duda por la calidad que le es reconocida
a quien la emite. Reconocimiento que hace la comunidad dando por cierto y real lo
expuesto o manifestado por alguien.
En otras palabras, es la manifestación tácita y expresa de fe y creencia indubitable
de una comunidad sobre lo que se le certifica, atesta, dictamina u opina, por
provenir de alguien a quien se le reconoce probidad, seriedad, integridad y rectitud
en sus juicios.
La confianza da por tanto seguridad a quien es su receptor, y quien es digno de
esa confianza pública lo es en aquello que se le reconoce idóneo y merecedor para
ejercer la fe pública.
El súmmum de la fe pública radica en que todos los actos o hechos sociales tienen
una connotación jurídica, si bien unos con más relevancia que otros y que no todos
los ciudadanos logran presenciar pero, como lo expone el investigador. Alcides de
la Gracia (2008), “deben ser creídos y aceptados como verdad oficial”. Este autor
ha definido la fe pública como “la garantía que el Estado da en el sentido de que
los hechos que interesan al derecho son verdaderos y auténticos”.
En sentido literal puede definirse la fe pública en palabras del jurisconsulto
Augusto Diego Lafferriere “como la creencia notoria y manifiesta”. “Jurídicamente,
la fe pública supone la existencia de una verdad oficial cuya creencia se impone,
en sentido de que no se llega a ella por un proceso espontáneo, sino en virtud del
imperativo jurídico o coacción que nos obliga a tener por ciertos determinados
hechos o acontecimientos, sin que podamos decidir sobre su objetiva verdad… y
por tanto la necesidad de carácter jurídico que nos obliga a estimar como
auténticos o indiscutibles los hechos o actos sometidos a su amparo, creamos o no
en ellos”.
Esa capacidad de fe mediante el atestiguamiento no se le encarga a cualquier
persona. La fe pública es una “función pública”, cuya propiedad pertenece al
Estado, pero que puede delegarla ante su imposibilidad de ejercerla directamente
y con la idoneidad requerida. Mirará que el delegatario sea persona con formación
moral e intelectual, proclive a la verdad en relación con la función que se le está
delegando.
"La fe pública es una “función pública”, que pertenece al Estado, pero
que puede delegarla ante su imposibilidad de ejercerla con idoneidad”.
Dada esa connotación de verdad y de su aceptación forzosa pública, es que se
entiende que quien falta a ella comete una conducta punible, enmarcada dentro de
la falsedad, para el castigo respectivo. El reconocimiento de esa confianza pública
convierte a esta en un bien jurídico tutelado por el Estado y de interés público.
Para el caso de la ciencia contable la fe pública se da en función de
atestiguamiento o testificación; es decir, de testimonio sobre un hecho o acto que
debió ejecutar otra persona conforme a principios preestablecidos. Significa que el
emisor de la fe pública en materia contable-Contador, tuvo relación visual sobre el
acto o los actos sobre los que produce dicho testimonio, en tanto al receptor le
corresponde la fe, por la autoridad con que ha sido revestido el emisor en razón de
su calidad, respeto e idoneidad.
Como lo expone Lafferriere parodiando al tratadista Larraud (2010): “desde un
punto de vista del sujeto activo (para este caso el Contador Público) se entiende
por fe la seguridad que se da o la afirmación que se hace, acerca de la verdad de
algo”. Desde el punto de vista del documento, fe es una cualidad que implica cierta
manera de calificación de algo y le asigna como caracteres:
“[1] Exactitud: el lado positivo de la fe pública ´lo narrado es cierto´, pues de lo
que afirma del documento no nos podemos desdecir.
[2] Integridad: el lado negativo de la fe pública ´lo no narrado no existe´, salvo
el caso del contradocumento.
[3] Autonomía: cuando un documento afirma algo sobre un hecho histórico, no
se puede volver sobre él para decir que fue distinto a como está relatado. ´El
dictum se sobrepone al factum´, pues el documento adquiere autonomía respecto
del hecho histórico”.
Delagracia coincide con Lafferreire en los dos caracteres básicos que le identifica y
que los define como exactitud e integridad:
[1] Exactitud: la fe pública supone exactitud, que lo narrado por el fedatario
resulte fiel al hecho por él presentado.
[2] Integridad: la fe pública supone la integridad, es decir, que lo narrado bajo
fe pública se ubique en un tiempo y lugar determinado y se preserve en el tiempo
sin alteración en su contenido…”

La confianza pública es previa a la fe pública, proviniendo de la sociedad, en tanto


la fe es recibida del Estado como reconocimiento legal a la autoridad de quien ha
sido merecedor de ella por la seriedad, respeto, credibilidad que se ha sabido
ganar con su idoneidad.
La fe pública conlleva responsabilidad jurídica frente a su defraudación por la
incidencia directa e indirecta en quien la recibe y usa, confiado en la veracidad de
lo afirmado o negado. Tal fuerza legal es la que se reconoce al
Contador Público como fedatario mediante el atestiguamiento o atestación de los
hechos económicos que se reconocen en la Contabilidad que ha verificado en
forma independiente de quienes los gestionan y ejecutan, esto es, de los
administradores.
La fe se genera de la confianza, pero están íntimamente ligadas con capacidad de
generar efectos punitivos si comprobadamente aquella es tachada de falsa. Tal es
el reconocimiento para quien ejerce la ciencia contable.
 
C.P. Jesús María Peña Bermúdez
Integrante de la AIC Colombia

Revisores fiscales al banquillo:


¿Ciegos o con exceso de funciones?
Desde 1935 en el país se estableció la obligación para las sociedades anónimas
de tener un contador independiente que examinara todas las operaciones,
verificara las cuentas, avalara con su firma los balances y se cerciorara de que los
negocios se realizaran conforme a la ley. Su deber además es dar oportuna cuenta
de irregularidades en los actos de la compañía.
Esa figura, que existe en muchos otros países, en Colombia se denominó
revisoría fiscal y hoy está en el ojo del huracán por cuenta de recientes
escándalos empresariales como los de Interbolsa, Reficar, Estraval y más
recientemente Odebrecht.

Para algunos abogados y empresarios, los revisores fiscales están pasando de


agache en estos descalabros, que tienen algunos de sus protagonistas en la cárcel;
pero otros consideran que a estos profesionales se les está exigiendo más de lo
que pueden hacer, pues además de que cada vez asumen más funciones, tienen
una talanquera grande: quienes les pagan el sueldo son los mismos a quienes
deben vigilar, lo que afecta su independencia.

A esto se suman los pocos ‘dientes’ que tiene la Junta Central de Contadores, que


es el ente rector de la profesión, dado que es el responsable del registro,
inspección y vigilancia de quienes ejercen la contaduría, así como de las personas
jurídicas prestadoras de esos servicios.

Si el tribunal disciplinario de la Junta detecta a un contador o revisor fiscal que,


por ejemplo, avala pasivos inexistentes, omite ingresos, tramita devoluciones
ante la Dian por exportaciones ficticias –como ocurrió con algunas exportaciones
de chatarra–, máximo le pueden imponer una multa de $12 millones o cancelarle
la tarjeta profesional por un año. Unos castigos muy leves para la gravedad de
sus faltas, razón por la cual no hay forma de impedir que en poco tiempo los
profesionales inescrupulosos vuelvan a sus andanzas.

Actualmente, los siete miembros del tribunal investigan 1.177 expedientes y en


los últimos 10 años han sancionado a 567 contadores y a 604 revisores fiscales.
Advierten que no pueden hacer su labor de forma más expedita, pues no son
funcionarios de dedicación exclusiva, sino que se reúnen cada 15 días para
estudiar los casos y tomar decisiones. En este tribunal hay representantes de la
Dian, del Ministerio de Comercio, de las instituciones de educación superior,
del Consejo Gremial y de las asociaciones de contadores públicos.

No obstante, en la Junta Central de Contadores también advierten que no se debe


estigmatizar la profesión, pues las investigaciones y sanciones son pocas frente a
la cantidad de contadores que hay en el país. Según las estadísticas del
organismo, son 222.384 profesionales, de los cuales 62% son mujeres.
¿Falta malicia?

Quienes están preocupados por el papel que juegan los revisores fiscales en los
recientes conflictos empresariales, que involucran desfalcos, sobornos y malos
manejos en cifras millonarias, admiten que es muy difícil detectar sobornos como
los ocurridos con Odebrecht, ya que es un delito que se hace por debajo de la
mesa, pero también dicen que ese dinero debe entrar o salir de alguna de las
cuentas de las empresas y esos movimientos irregulares son los que deberían
prender las alarmas.

“Su labor no se puede concentrar en mirar que el balance o el P&G cuadren,


también tiene que ver si aparecen sobrecostos extraños o modificaciones de las
cuentas. Es un trabajo para el que no solo se requiere experiencia, sino también
malicia”, dice un abogado.

Juan Carlos Sánchez, socio líder de auditoría de Deloitte, aclara que la labor de la
revisoría fiscal es clave para dar seguridad a los usuarios de la información
financiera, pero que hay que tener en cuenta que en la mayoría de casos
problemáticos con empresas auditadas “se evidencian generalmente fallas
del gobierno corporativo, ya que se han sobrepasado intencionalmente los
controles por parte de la administración y ha habido colusión para ocultar estas
situaciones y no permitir su detección por parte de la revisoría fiscal”, dice y
reitera que para la confianza y transparencia en los mercados es fundamental la
existencia de sólidas prácticas de gobierno corporativo en las empresas.

Eric Rodríguez, decano de la facultad de administración de la Universidad de los


Andes, agrega que el problema con la figura de revisor fiscal es que fue creada
como una ayuda para los entes de control del Estado que supervisan las
empresas, pero también se le han trasladado las funciones de control que deberían
ejercer las juntas directivas y la gerencia, y los revisores no pueden hacerlo todo.

Prueba de la gran cantidad de responsabilidades que les han endilgado a los


revisores es que ahora se han vuelto indispensables en los conjuntos
residenciales, cuando en realidad solo se exigen si el conjunto tiene locales
comerciales. “Es una de las distorsiones de la profesión, porque los conjuntos
requerían de un tercero que revisara los balances, pero eso no es
necesario”, aclara Rodríguez.
Más experiencia

Unos de los factores a los que se atribuye que los revisores fiscales no se hayan
dado cuenta de los problemas de las firmas de libranzas o del derrumbe del
Grupo Nule es que, en algunos casos, quienes ejercen esta labor son jóvenes
recién egresados, que no tienen la suficiente experiencia.

Efectivamente, hoy un contador puede ser revisor fiscal con tan solo dos años de
experiencia, pese a la gran responsabilidad del cargo. A eso se suma que en
muchas empresas medianas y pequeñas no están dispuestos a remunerar
correctamente a los revisores fiscales, pues los ven más como un gasto que como
una inversión que les puede ayudar a administrar mejor sus compañías.

En el caso de las grandes empresas, que a su vez contratan a las grandes firmas
de auditoría, no se ven personas jóvenes como revisores fiscales. Es más,
trabajan con equipos de especialistas en temas como controles de tecnología,
valor razonable, impuestos, asuntos legales, etc.

Sin embargo, Wilmar Franco, presidente del Consejo Técnico de la Contaduría


Pública –organismo encargado de definir las normas para la actividad contable en
el país y adscrito al Ministerio de Comercio, Industria y Turismo–, admite que se
requieren mejoras en los requisitos de calificación y habilitación profesional, así
como en los mecanismos de supervisión, monitoreo y
cumplimiento. Probablemente esas debilidades se evidencian en la calidad de los
informes financieros, “pero la mejora en las capacidades solo podrá lograrse con
un plan de acción integral que tenga el apoyo del Gobierno”, subraya.

Otro elemento a considerar es quiénes están obligados a tener un revisor fiscal.


Por Ley, este servicio lo deben contratar todas las sociedades anónimas, las que
son sin ánimo de lucro y aquellas que tienen patrimonios de más de 5.000
salarios mínimos (hoy $3.685 millones) o ingresos superiores a 3.000 salarios
mínimos (hoy $2.211 millones).

Se cree que las Sociedades por Acciones Simplificadas (SAS) no deben tener
revisor fiscal; pero eso no es cierto, lo deben tener si están vinculadas
económicamente con una compañía que sí tenga dicha obligación.
Así las cosas, y teniendo en cuenta que 93,5% de los registros en las Cámaras de
Comercio son de microempresas (2’517.869 firmas) y 4,9% de pequeñas
(130.697), la mayoría de empresas colombianas no tiene revisor fiscal.

También es cierto que los grandes escándalos empresariales con grave impacto
en la sociedad no son los de compañías pequeñas, sino de las grandes, que son
justamente las que deben tener más ojos encima. El universo de las firmas que
deben usar este servicio en el país se estima en unas 22.000.

Estrenando normas

A la implementación de las llamadas Niif, que ya están aplicando la mayoría de


empresas nacionales, se suman este año las Normas de Aseguramiento de la
Información (Nias), que refuerzan la labor de los auditores y que debieron ser
aplicadas desde el primero de enero de 2016 por las empresas con activos de más
de 30.000 salarios mínimos (hoy $22.110 millones) o que tengan más de 200
empleados; es decir, en los estados financieros que están presentando este año.

El objetivo de la auditoría moderna es no solo informar a los accionistas, sino a


toda la sociedad. Entre las novedades de las Nias se destaca que en los
dictámenes de un negocio en marcha los revisores fiscales pueden advertir de su
inminente liquidación, cosa que antes no se podía hacer sino hasta cuando dicha
situación se declaraba. Eso pasó con los almacenes chilenos Ripley antes de
cerrar su operación en el país. En otras palabras, ya no habrá que consultar el
registro mercantil para conocer dicha información.

También podría gustarte