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Índice

-Introducción - - - - - - - - - - - - - - - -página 2
-Ahmad Suradji - - - - - - - - - - - - - -página
3
-Anatoly Onoprienko - - - - - - - - - - página
9
-Donald Harvey - - - - - - - - - - - - - - página
16
-Fritz Honka - - - - - - - - - - - - - - - - - página
24
-Karl Denke - - - - - - - - - - - - - - - - - -página
33
-Giuseppe Greco - - - - - - - - - - - - - - página
42
-Referencias de la obra.- - - - - - - - - -página
46
-Introducción
Buen día a todos. Bienvenidos a la estación de la
locura, a la morada de la desgraciada depravación humana. En
esta serie de seis volúmenes, analizaremos los antecedentes,
vida, crímenes y motivaciones que a los 66 asesinos en serie más
prolíficos y sanguinarios de la historia les llevaron a cometer
sus terribles fechorías.
La motivación de esta obra es la de intentar
comprender cómo las mentes enfermas de la mayoría de
nuestros protagonistas les llevaron, sin que seguramente
pudieran impedirlo, a perpetrar sus crímenes.
En esta primera parte de la obra, analizaremos a los
primeros 22 de ellos, elegidos en virtud de diferentes criterios,
entre los que cabe destacar número de víctimas probadas,
número de víctimas posibles, fecha de comisión y modus
operandi.
Se dice que en todos los países del mundo hay al menos
tres asesinos en serie sin ser identificados, aunque los servicios
de inteligencia luchan día y noche para poder atraparlos.
Cientos de muertes sin resolver son prueba de ello. Sólo nos
queda rezar para que ninguno de ellos se cruce en nuestro
camino.

1. Ahmad Suradji
El brujo asesino.
Ahmad Suradji, también conocido como "el brujo asesino" o
por sus sobrenombres "Nasib Kelewang" o "Datuk Maringgi" nació en
Indonesia el diez de enero de 1949 y falleció con cincuenta y nueve años
el diez de julio de 2008. Este sujeto de apariencia apacible pasó
totalmente desapercibido para las autoridades indonesias hasta el día
treinta de abril de 1997, tras hallarse tres cadáveres enterrados en una
plantación de caña de azúcar cerca de su hogar en Medán, capital de la
Sumatra del Norte.

El inicio del fin de este psicokiller comenzó


cuando una pequeña niña visitó a Suradji, conocido
como el curandero de la zona, dedicado a solventar
pequeñas afecciones tales como dolores de cabeza, de
estómago y similares. La pequeña no regresó jamás
con su familia, y su padre denunció su desaparición a
los cuerpos y fuerzas de seguridad de Indonesia.
Cuando la policía acudió a la casa de Suradji, halló el cuerpo de una de
las víctimas en una zanja cercana, en mitad del campo adyacente.

Tras este descubrimiento, rápidamente se ordenó el registro de


toda la propiedad, organizándose batidas de los agentes de policía que se
alargaron multitud de horas. Los agentes encontraron multitud de
prendas de ropa, ya raídas, así como relojes y alguna joya,
pertenecientes a veinticinco mujeres desaparecidas. El arresto de Ahmad
fue instantáneo.
En un principio, Suradji confesó haber cometido dieciséis asesinatos,
todos de mujeres, en un
período de cinco años. Sin
embargo, tras los
concienzudos
interrogatorios a los que
le sometieron los
investigadores, pasó a
confesar haber
perpetrado cuarenta y dos
asesinatos de mujeres y
niñas, con un abanico de edades que oscilan entre los once y los treinta
años, en un período de al menos diez años.
Junto a él, también se detuvo a
sus tres esposas, hermanas entre
sí, acusadas de haber cooperado
con él en la comisión de los
crímenes y ocultación de los
cuerpos. Al final, las dos
menores fueron puestas en
libertad, huyendo de inmediato
la ciudad, mientras que la
mayor de ellas, llamada Tumini,
fue enjuiciada como cómplice y
cooperadora necesaria de los
asesinatos.

El hechicero era un hombre muy respetado entre los vecinos de


su ciudad. Éstos creían firmemente en que Suradji tenía poderes
espirituales y curativos, y a menudo acudían a él, además de con la
esperanza de encontrar remedio a sus dolencias, para obtener consejos
espirituales. Los que le conocían indicaron que nuestro personaje
siempre contribuía en las obras de caridad y que, del mismo modo,
siempre estaba dispuesto a ayudar al más necesitado. “Pretendía ser un
chamán que podía curar cualquier tipo de enfermedad”, comentó el
portavoz de la Fiscalía General, don Bonaventura Daulat Nainggolan.
“Cuando alguien le pedía que le curara, se quedaba tanto con sus
posesiones como con sus vidas”, añadió.

Las víctimas eran en su


totalidad mujeres que acudían
al hechicero en busca de
pócimas que les hicieran más
bellas o más ricas. Del mismo
modo, otras muchas acudían
para llevar a cabo amarres de
amor o para hacer que sus
novios o maridos les fueran fieles. Según parece, Suradji las hacía
acompañarle a las plantaciones de caña de azúcar, indicándolas que eso
era parte del tratamiento médico.

Afortunadamente para nuestro macabro protagonista y,


desgraciadamente para las inocentes víctimas, justamente su "profesión"
era lo que impidió durante tantos meses encontrar al responsable de las
numerosas desapariciones que se producían sin explicación alguna. Y
esto es así porque, como explicó la Policía, las mujeres que acudían en
busca de sus consejos médicos y espirituales, en prácticamente ningún
caso contaron a sus familiares o amigos dónde se dirigían, avergonzadas
quizá si tal hecho fuese conocido por su comunidad. Del mismo modo,
parte de las fallecidas eran prostitutas, igualmente con pocas
probabilidades de que, quienes denunciasen su desaparición, lograsen
indicar a las autoridades hacia dónde se dirigían en el momento de
producirse ésta. Acudir a los curanderos y hechiceros es una práctica
ciertamente extendida en toda Indonesia, sobre todo en las zonas más
rurales. En una confesión realizada a la Policía, Suradji indicó que todo
comenzó con un sueño, en el que se le apareció su querido padre,
ordenándole que acabara con la vida de setenta mujeres y se tragara su
saliva, para poder convertirse en un "dukan" o curador espiritual. De
ahí que a Suradji también se le denomine "el asesino de la saliva".

Tras desenterrar más de cuarenta cuerpos, la Policía dio


traslado a la población para que se informara de cualquier mujer
desaparecida en los períodos de tiempo en los que se supone que cometió
sus fechorías el brujo asesino. Decenas de familias, se habla de que cerca
de cien, denunciaron las desapariciones de otras tantas mujeres, lo que
hace entrever que el número real de víctimas de este sanguinario asesino
fue en realidad mucho mayor de por el que en un último momento se le
juzgó.

El juicio, de gran repercusión internacional, tuvo su comienzo el


día once de diciembre de 1997, con un escrito de acusación de trescientas
sesenta y tres páginas. La
táctica esgrimida de la defensa
fue mantener la inocencia tanto
de Ahmad como de Tumini,
esgrimiendo que su confesión
carecía de valor, al haberla
llevado a cabo presa de las
supuestas innumerables
torturas a las que fue sometido
por los investigadores
encargados del caso. Sin embargo, esta táctica no fue tomada en
consideración por el tribunal juzgador, dada la innumerable cantidad de
pruebas en su contra.

La acusación esgrimió que Suradji cobraba a sus clientas una


cantidad que oscilaba entre los doscientos y los cuatrocientos dólares por
llevar a cabo sus labores. Tras guardar concienzudamente su dinero,
comenzaba una serie de rituales y movimientos supuestamente
santificados, para luego conducirlas hasta la plantación de caña de
azúcar. Una vez allí, y aún dentro del litúrgico ritual, las enterraba hasta
la cintura. Inmovilizadas y, completamente a su merced, las
estrangulaba con cables y procedía a beber su saliva. Tras ello, las
desnudaba y las volvía a enterrar, esta vez con sus cabezas en dirección a
su casa, como un medio macabro de incrementar sus poderes mágicos.
El hijo de una de las víctimas, de tan sólo ocho años de edad, fue
llamado a testificar en el Tribunal. El pequeño, en un momento que
seguramente le marcó para el resto de su vida, comentó que acudió con
su madre a casa de Suradji, pero que éste le mandó de regreso a su hogar
diciéndole que su madre iba a permanecer allí más tiempo. Esto da
cuenta de que Suradji no mataba por matar, pues no le hizo nada al
pequeño. Ahmad, en su delirio, sólo quería féminas entre sus víctimas,
realmente convencido de que de ese modo lograría incrementar sus
poderes mágicos.

Como era de esperar, el Tribunal desestimó la tesis esgrimida


por la defensa de Ahmad, basada en la nulidad de la confesión. Las
innumerables víctimas no dejaban resquicio alguno posible. Tres jueces
de Lubukpakam le declararon culpable, como también lo hicieron con su
esposa de mayor edad Tumini, el día veintisiete de abril de 1998, siendo
sentenciados a morir fusilados.

Suradji pidió clemencia al presidente Susilo Bambang


Yudhoyono pero, como no podía ser de otra manera, éste se la denegó a
finales de 2007. Ante la cercanía de su muerte, sólo una cosa le rondaba
la cabeza: "La meta era setenta", admitió. Y no se sentía tranquilo por
ello.

Fue fusilado el diez de julio de 2006 en una plantación de Deli


Serdang en el norte de Sumatra. En una plantación, curiosa
coincidencia. Allí se encontró con las almas de las vidas que arrebató. Es
de esperar que éstas no le recibieron amistosamente.
2. Anatoly Onoprienko
La bestia de Zhitómir.

Miércoles, 4 de enero de 2012


Anatoli Onoprienko: "No hay mejor asesino en el mundo que yo. No me
arrepiento de nada, y, si pudiera, sin duda volvería a hacerlo"

"Es mejor que me maten, porque cuando salga seguiré matando


gente". Esta dilapidaria frase la pronunció Anatoli Onoprienko, la
denominada "Bestia de Zhitómir". Y es un muy buen resumen tanto de
su modus operandi como de su fría personalidad que le llevó a cometer
varias decenas de espantosos crímenes.

Anatoly Onoprienko nació en Zhytomyr, Ucrania, un veinticinco


de julio de 1959. Como gran parte de los asesinos en serie que han
desolado a lo largo de los años las sociedades medianamente civilizadas,
Anatoly sufrió una infancia extremadamente dura. La muerte de su
madre tuvo lugar cuando nuestro personaje únicamente contaba con
cuatro años. La pérdida de su madre a tan tierna edad le marcó para el
resto de su vida. El hecho de que su padre fuese alcohólico y le
maltratase y que tanto éste como su hermano mayor decidieran recluirle,
a los siete años y tras pasar tres con sus abuelos maternos, en un
macabro orfanato, minó su personalidad generando al terrible monstruo
en el que se convertiría. Anatoly nunca les perdonó a su padre ni a su
hermano que le abandonaran: "“Mi padre y mi hermano mayor debieron
ocuparse de mí, porque ellos podían", declaró en más de una ocasión.

Cuando se acercó a la mayoría de edad, abandonó el orfanato


para enrolarse tiempo después en el Ejército Soviético, más
concretamente en la Marina. Debido a ello, realizó numerosos viajes
alrededor del mundo, llegando en una ocasión hasta las bonitas tierras
de Río de Janeiro. Allí, Onoprienko quedó absolutamente impresionado
con el Cristo de Corcovado, hasta el punto de que, en sus acciones
criminales, marcaría a las víctimas con una cruz en un macabro
homenaje a dicho Cristo.

Cuando finalizó su servicio al ejército, trabajó como bombero en


la ciudad de Dneprorudnoye. De él dijeron sus compañeros que era un
tipo duro y frío, pero justo. Después, se movió por ciudades aledañas
trabajando como albañil y otros trabajos poco cualificados. Sin embargo,
como el reconocería más adelante, en esa época sobrevivió
fundamentalmente gracias a los innumerables atracos y asaltos.
La primera noticia criminal que de Anatoli
disponemos es el asesinato de nueve personas que,
con motivo de robo, realizó junto a su cómplice
Sergei Rogozin, un veterano de Afganistán, en 1989.
Con las autoridades detrás de los pasos de los
criminales responsables de dicha atrocidad,
Onoprienko optó por huir, abandonando Ucrania
ilegalmente y recorriendo Francia, Grecia, Austria,
Dinamarca y Alemania. Fue en este último país
donde permanecería seis meses arrestado por robo, y de donde sería más
tarde expulsado. Sin embargo, en Alemania no constaba ninguna orden
de arresto y, tras ser expulsado, Anatoly era de nuevo libre, lo cual fue
óbice para que incrementara su larga lista de delitos. De nuevo
Onoprienko regresa a su país natal a finales del año 1995.

Fue el veinticuatro de diciembre de ese mismo año cuando se


produjo la agresión a la familia Zaichenko. Anatoli acabó con la vida de
los cuatro miembros de la familia: el padre, la madre y sus dos hijos.
Tras asesinarlos, incendió la casa, con el fin de no dejar huellas. Según se
indica, el botín por el que acabó con la vida de cuatro personas se redujo
a dos pares de pendientes, dos alianzas de oro y un crucifijo igualmente
de oro.

No tardó Anatoli en repetir la barbarie. Y es que el día treinta


de ese mismo mes, únicamente seis días después, acabó con la vida de los
cuatro miembros de otra familia. Las víctimas se iban sucediendo por
diferentes regiones: Odesa, Lvov y Dniepropetrovs. En todos los casos se
repetía el mismo modus operandi: se trataba de inmuebles aislados,
alejados de vecinos y de miradas indiscretas. Onoprienko acababa con la
vida de los hombres disparándoles a quemarropa con armas de fuego,
mientras que a las mujeres y a los niños los asesinaba con cuchillos,
hachas o martillos. Nunca dejaba a ningún miembro de la familia con
vida. Incluso mató en su cuna a un bebé de tres meses, asfixiándolo con
una almohada. Certero, brutal, aterrador. Cortaba los dedos de sus
víctimas para sustraerles los anillos, y en algunos casos incendiaba las
casas en un eficaz intento de eliminar cualquier prueba de sus fechorías.

Las crónicas y las fuentes consultadas indican que Anatoli


guardaba con cuidado la ropa interior que vestían sus víctimas en el
momento de los hechos, sirviendo en alguna ocasión de regalo para sus
novias.

Pues bien, el reguero de


asesinatos comenzó a ascender sin que
pareciera tener fin. Cuarenta y tres
asesinatos en la región de Zhitomir en
cuestión de medio año llevaban el
auténtico terror a las calles. El
desconocido asesino comenzaría a ser
conocido por sobrenombres tales como "El exterminador", "El señor
O", "Terminator" y, por encima del resto, "La bestia de Zhitomir". El
gobierno ucraniano envió una buena parte de la Guardia Nacional con la
misión de velar por la seguridad de los ciudadanos y, como si el
despliegue de una división militar entera para combatir a un solo asesino
no fuera bastante, más de dos mil investigadores de las policías federal y
local.

Los brutales asesinatos continuaban y los servicios de seguridad


no lograban detener al responsable de ellos. Esto hizo que en marzo de
1996 detuvieran a un sospechoso, llamado Yuri Mozola, de veintiséis
años. Fue torturado a base de descargas eléctricas y mediante fuego,
para obligarle a confesar. Sin embargo, éste no lo hizo y acabó
falleciendo por sus heridas. Siete responsables de su muerte fueron
detenidos y acabaron en la cárcel.

Fueron la casualidad y la colaboración de un primo de Anatoli


las que hicieron que la Policía diera con él. Este primo encontró las
armas que Anatoli utilizaba para perpetrar sus fechorías y, al
preguntarle sobre su origen, Onoprienko le amenazó con matarle con él
y con toda su familia si no se mantenía en silencio. Muy alarmado, su
primo llamó a la Policía y le contó lo sucedido. Cuando les describió una
de las armas, la policía se aseguró de que Anatoli realmente era la bestia
de Zhitomir.

Cuando los agentes entraron en el domicilio, Onoprienko


accedió a ir con ellos. Aunque se negó a proporcionarles la
documentación y en una maniobra inútil intentó coger una de las armas
que guardaba en el armario, no opuso demasiada resistencia y les
acompañó. Sin embargo, no dudó en advertirles: "Me podréis sujetar,
pero todo el daño ya está hecho y, si por mí dependiera, ninguno de
vosotros viviría. Así que sujetadme bien". En el domicilio de su novia y su
hermano la policía encontró una pistola robada y ciento veintidós objetos
pertenecientes a las víctimas.

El juicio comenzaría el día veintitrés


de noviembre de 1998. Antes de que éste se
iniciara, Onoprienko hizo llegar una
declaración suya a la prensa en la que
advertía que no se arrepentía de modo
alguno de ninguno de los asesinatos que
cometió. Del mismo modo, en dicha
declaración reconocía haber asesinado a
cuarenta y dos adultos y a diez niños, nueve
de ellos con anterioridad a los investigados
durante el caso y que aseguraba cometió
junto a Sergei Rogozin.

En el juicio, Onoprienko fue acusado de la comisión de cincuenta


y dos asesinatos. En la salida de los Juzgados, una masa enfervorecida
pedía su cabeza, mientras multitud de agentes de policía evitaran que
fuese apaleado. Su rostro jamás perdió una absoluta serenidad.
Onoprienko declararía que acababa con la vida de sus víctimas como
medio de eliminar a los testigos de sus robos. Sin embargo, sus
reflexiones dan buena cuenta de su mente enferma: “Soy una persona
única, hice cosas que nadie ha hecho. Son acontecimientos únicos. Era
muy sencillo, los veía de la misma forma que una bestia contempla a los
corderos. Ninguna de mis víctimas se opuso, armado o no, hombre o mujer,
ninguno de ellos se atrevió a forcejear siquiera". También expuso
sentencias tan terribles como las siguientes: “Un soldado que mata
durante la guerra no ve a quien golpea” o como “Un ser humano no
significa nada. He visto sólo gente débil y comparo a los humanos con
granos de arena, hay tantos que no significan nada”. La parte acusadora
pediría la pena de muerte, lo mismo que, según las encuestas, solicitaban
tres de cada cuatro ucranianos. El juicio fue de gran envergadura y
duración, pues constaba de más de cuatrocientos testigos, tres meses de
declaraciones, etc. Anatoli comparecía encerrado en una jaula, como
medio de protegerle de los enfurecidos familiares de las víctimas.

Aunque en un momento determinado de la investigación, Anatoli


afirmó que escuchaba una serie de voces en su cabeza, voces de unos
“dioses extraterrestres” que le habían escogido por considerarlo “de un
nivel superior” y le habían ordenado llevar a cabo los crímenes, y que
poseía poderes hipnóticos, que podía comunicarse con los animales a
través de la telepatía, y podía, de igual modo, detener el corazón con la
mente a través de unos ejercicios de yoga, los peritos psiquiatras y
psicólogos determinaron que Anatoli estaba cuerdo. Malvado, pero
cuerdo. Del mismo modo, indicaban que éste no se arrepentía de modo
alguno de sus hechos y que, perfectamente, podría volver a repetirlos.

Cuando se le preguntó por su nacionalidad, respondió:


"Ninguna". Al indicarle el juez Dimitry Lipsky que eso era imposible,
Onoprienko expuso: "Bueno, de acuerdo a los representantes de la ley, soy
Ucraniano".
La defensa de Anatoly Onoprienko continuó alegando un diagnóstico de
esquizofrenia que se le hizo antes de comenzar su carrera de la muerte, y
que a pesar de que el peritaje llevado a cabo antes del juicio no había
corroborado la enfermedad, una opinión independiente había coincidido
con tal diagnóstico. Sin embargo, la acusación, como después se indicaría
en el fallo, mantenía que Onoprienko simulaba los síntomas para evadir
la acción de la justicia.

Anatoli siguió los pasos de Andrei Chikatilo, aunque a éste le


movieron impulsos sexuales (estudiaremos a Andrei Chikatilo en
siguientes volúmenes). Sin embargo, Anatoli perpetró sus crímenes entre
1989 y 1996 mientras que Andrei necesitó unos doce años, si bien su
número de víctimas bien pudo ser mucho mayor.

Anatoli fue condenado muerte por el asesinato de cincuenta y


dos personas, aunque fue conmutada por cadena perpetua, ya que en esa
época Ucrania firmó un acuerdo con la Comunidad Europea en el que
hacía desaparecer la pena de muerte de la estructura del estado.
Onoprienko siempre se negó a acudir a las audiencias para reducir
condena, sosteniendo que debía ser ejecutado: “Si estoy libre de nuevo,
comenzaré a matar otra vez. Pero en esta ocasión será peor, diez veces
peor. Si no me matan, escaparé de esta prisión y la primera cosa que haré
será buscar a alguien y colgarlo de un árbol de los testículos" indicó. Su
compañero en los nueve primeros asesinatos, Sergei Rogozin, fue
condenado a trece años de prisión.

Onoprienko falleció en la cárcel de Zhytomyr el 27 de agosto de


2013, a los cincuenta y cuatro años, a consecuencia de unas insuficiencias
cardíacas.

Que el diablo lo tenga en su gloria.


3. Donald Harvey

El ángel de la muerte.
Donald Harvey, apodado "El Ángel de la Muerte", nació en
Butler County (Ohio, EEUU), en 1952. Como en muchos de los casos que
nos ocupan, ninguno de sus más allegados podría entrever que tan buen
chico pudiera sin embargo ser tan depravado asesino. ”. Su profesora de
la escuela primaria manifestó a los investigadores: “Donnie era un chico
muy especial para mí. Siempre estaba limpio y bien vestido, con el cabello
bien cortado y peinado. Era un niño feliz, muy sociable y muy popular
entre los otros estudiantes. Era apuesto, con grandes ojos color café y
cabello oscuro y rizado. Siempre tenía una sonrisa para mí. No había ni un
solo indicio de anormalidad”.

Sin embargo, sus compañeros de clase no opinaban exactamente


lo mismo. Lo describían como un chico solitario, le denominaban "la
mascota" del profesor o el típico "pelota". Raras veces participaba en
actividades comunes, prefiriendo estar sólo leyendo libros. Por supuesto,
siempre sacaba unas calificaciones impresionantes. A pesar de ello,
abandonó pronto los estudios y comenzó a trabajar en una fábrica de
Cincinnati. Cuando fue despedido por recortes de personal en la
empresa, se dedicó a cuidar de su abuelo materno, que se encontraba en
el hospital, alentado por su madre. Es en ese momento cuando comienza
su relación con los ancianos del hospital. Como era un chico amable con
todos y cariñoso con los ancianos, las monjas encargadas del hospital
muy pronto se encariñaron de él y le ofrecieron un puesto de trabajo
como ayudante. Puesto que, desde luego, Donald aceptó encantado.
Aunque nunca había trabajado como enfermero, puso todo su interés en
aprender todo lo relativo a su profesión.
Pocos meses después de comenzar a
trabajar en el hospital, Harvey cometió su primer
asesinato. La víctima fue uno de los pacientes.
Éste había sufrido una embolia y, cuando Donald
acudió en su ayuda observó horrorizado como
éste tenía la cara manchada con sus propias
heces. Este hecho le enfureció tanto que acabó
con su vida, limpiando después el cadáver e incluso dándose una ducha
antes de alertar a las enfermeras de la muerte del paciente.

En menos de veinte días, Donald cometió su segundo asesinato,


en esta ocasión desconectándole el oxígeno a una anciana. Los métodos
fueron cambiando a lo largo de su extensa carrera de muerte, y en menos
de un año era responsable ya de una docena de muertes. En marzo de
1971 cometió un pequeño hurto y fue arrestado por ello. En ese
momento, Donald confesó muchos de sus crímenes. Sin embargo, los
agentes de Policía no encontraron evidencias a tal hecho, y le dieron muy
poca credibilidad a su relato, por lo que le dejaron libre poco tiempo
después. Ese fue el mayor error de sus vidas.

Tras ello, se alistó en las Fuerzas Aéreas del Ejército de los


Estados Unidos. Sin embargo, al ser considerado por sus superiores poco
apto para el cargo, se vio obligado a abandonar dicha ocupación en
menos de un año. Tras esta etapa Donald sufrió numerosas recaídas
depresivas, intentó suicidarse en más de una ocasión, y acabó ingresado
en un hospital psiquiátrico, donde le trataron con terapias de choque
basadas en descargas eléctricas. Harvey fue dado de alta sin haberse
recuperado de sus dolencias psíquicas y encontró de nuevo trabajo en
varios hospitales. Sin embargo, no se le achaca homicidio alguno en esa
etapa, lo que es debido a la alta supervisión que en sus empleos tenía de
sus superiores, lo que apenas le permitía estar a solas con los pacientes, y
al poco acceso al material con el que solía llevar a cabo sus crímenes.
Quizá porque no se encontraba a gusto, regresó a Cincinnati y
encontró un nuevo empleo, también de ayudante de enfermería, esta vez
en el turno de noche. El turno de noche le permitía acceso con total
libertad al material médico, y apenas tenía supervisión alguna. Estaba a
sus anchas. Durante los siguientes diez años, Donald Harvey cometió al
menos quince asesinatos. Su mente fría y calculadora lo era hasta el
extremo de que llevaba un diario en el que anotaba concienzudamente
los métodos que usaba para llevar a cabo los crímenes: vertía arsénico en
los zumos de naranja, echaba veneno para ratas en los postres, les
asfixiaba con una bolsa de plástico o con una toalla mojada sobre sus
rostros, o envenenándoles a través de los catéteres o por vía
intramuscular.

Con el pasar de los años, Donald reunió grandes cantidades de


cianuro. Algunas fuentes hablan de hasta quince kilogramos. El
envenenamiento con cianuro se convirtió en su modus operandi
preferido, pero no en el único. Donald se mudó con uno de sus amantes
homosexuales, Carl Hoeweler. Sus celos le hicieron administrarle
pequeñas dosis del veneno para que la debilidad le impidiera salir de
casa y abandonarle. Sin embargo, en enero de 1984, Hoeweler rompió la
relación y salió huyendo de aquél demonio. Harvey, enfurecido por el
rechazo, pasó los dos años siguientes tratando de matarle. No lo
consiguió, ni tampoco con una amiga de Carl. Sin embargo, asesinó al
padre de éste, Henry Hoeweler, y a un vecino. Con la madre de Carl
también lo intentó, pero no lo consiguió. Del mismo modo, tras mantener
una discusión con una vecina, Helen Metzger le vertió suero infectado de
hepatitis en la bebida, llevándola a la muerte.

En 1985, a la salida de su trabajo en el hospital, el vigilante de


seguridad observó cómo Donald actuaba de forma extraña. Decidió darle
el alto y registrar la mochila que llevaba. Lo que encontró en su interior
daba buena cuenta de las actividades en las que Harvey se hallaba
inmerso: una pistola del calibre treinta y ocho, tijeras quirúrgicas,
agujas hipodérmicas, guantes médicos, una cuchara de cocaína, libros
médicos, dos libros de materias ocultistas y una biografía del asesino en
serie Charles Sobhraj. Fue detenido y juzgado por portar armas de
fuego en propiedad federal y en el hospital le dieron la posibilidad de
renunciar a su puesto en vez de ser despedido. Y eso es lo que ocurrió,
Donald renunció a su puesto de trabajo y su
expediente permaneció impoluto. Se había librado
por segunda vez de las garras de la Justicia, y lo iba
a aprovechar.

Al poco tiempo, Harvey consiguió otro


puesto de trabajo, esta vez en el Drake Memorial Hospital de Cincinnati.
Allí acabó con la vida de al menos veintitrés pacientes en un año. Toda
una orgía de muerte. Por fortuna, aunque quizá demasiado tarde, su
suerte comenzó a empeorar. Los lazos comenzaron a estrecharse en
torno a Donald cuando acabó con la vida de John Powell. John era un
hombre de cuarenta y tres años, bien parecido. Un día le dio un beso a
Patricia, su esposa, y a sus tres hijos, y se dirigió a su trabajo de plomero
montado en su moto. Era un día bastante lluvioso, por lo que las
carreteras estaban muy resbaladizas. Un vehículo perdió el control y
John accionó los frenos para evitarlo, saliendo despedido y cayendo
contra el suelo, lo que le produjo un traumatismo craneoencefálico
severo. Esto le llevó al hospital Drake Memorial, donde permaneció ocho
meses con respiración artificial. Su amada esposa no le abandonó ningún
día. Aunque John iba mejorando día a día, de pronto comenzaron a
surgirle extraños ataques de neumonía, brotes que los médicos no podían
controlar. Finalmente, John falleció. Por fortuna, la ley de Ohio obliga a
realizar la autopsia en los casos de accidentes de tráfico. El
médico forense que realizó la autopsia del cuerpo,
experimentado y avezado doctor Lehman, observó una
serie de cicatrices en los pulmones. Efectivamente, eso era
debido a la neumonía. Sin embargo, prosiguió la
exploración y accedió al estómago. Fue entonces cuando percibió el
aroma a almendras dulces en el cuerpo sin vida del señor Powell, un olor
que penetraba fuertemente en su nariz. Realmente, fue una suerte que el
doctor Lehman percibiera ese olor, pues sólo algunas personas pueden.
Este aroma a almendras dulces resulta ser el típico de una intoxicación
con cianuro. Sin embargo, ¿pudo ser ese olor debido a la medicación? ¿O
le habían alimentado a base de almendras? El médico forense envió
muestras al laboratorio, y fue allí donde se aseguró de que John Powell
había sido envenenado con un miligramo de cianuro. Sin pensárselo dos
veces, el forense dio parte del hecho a los
servicios policiales. Los agentes de policía
comenzaron sus exhaustivas
investigaciones. Aunque en un principio
se centraron en la propia esposa de John,
Patricia, debido a posibles motivos
económicos, al poco tiempo se
concentraron en la figura de Donald, que
era conocido por todos sus compañeros
como "El ángel de la muerte", pues
parecía siempre estar en el momento y el lugar dónde y cuándo se
producía una muerte. En el mes de abril de 1987, los investigadores
consiguieron una orden judicial de registro para adentrarse en la
vivienda de Donald.

Una vez allí, encontraron todo tipo de


evidencias que le incriminaban con los
asesinatos: frascos con cianuro y arsénico,
material médico de todo tipo, guías médicas y
libros sobre diversos tipos de venenos, libros
sobre ocultismo, además del diario donde
anotaba concienzudamente cada uno de sus
crímenes y la descripción de ellos. El sábado siete de marzo de 1987
Donald, de una manera muy tranquila y antes de ser conectado al
polígrafo, confesó haber matado a John Powell. Dijo que fue fácil, y que
lo hizo a base de cianuro, una especie de cristal o azúcar gruesa.
"Recuerdo haber fijado el cianuro en el agua y haberlo agitado para
disolverlo. Cuando se disuelve se vuelve marrón. Sólo tenía unos
cuarenta y cinco segundos, así que entré, se lo inyecté en el tubo
gastrointestinal y salí", comentó Harvey, con orgullo, a los
investigadores. Su abogado de oficio, William Whalen, se encargó de su
defensa. En un principio, Donald mantuvo que realizó los asesinatos por
compasión. Su letrado le preguntó si había matado a alguien más, y
Donald le dijo que a setenta. Estaba orgulloso de ello. El fiscal ordenó
exhumar diez cuerpos enterrados en diversos lugares del estado para
realizarles las pertinentes autopsias. Efectivamente, Harvey no mentía.

Las cientos de pruebas incriminatorias llevaron al letrado


defensor Whalen a intentar llegar a un acuerdo con la fiscalía. Y así
sucedió. Se le acusó de veinticuatro asesinatos. De ese modo se libraría de
la pena de muerte. Conforme pasaban los días, se le achacaron setenta
muertes. Sin embargo, sólo se pudieron probar veinticuatro, por lo que
se le condenó a cuatro cadenas perpetuas. Más tarde fue enjuiciado por
diferentes estados, y la cuenta superó los sesenta crímenes. Donald
conocía uno a uno los diferentes asesinatos que había perpetrado a lo
largo de su extensa carrera. Además de las comentadas, también usó
estricnina, insulina, morfina, infecciones de VIH... una lista
interminable.

En una ocasión, un periodista le preguntó cuál era la razón de


sus asesinatos, y la respuesta de Harvey fue: " Bueno, la gente me
controló a mí durante dieciocho años, pero después pude controlar mi
propio destino. Yo controlé también la vida de otras personas, ya sea que
debieran vivir o morir. Yo tengo el poder de controlar. Después de que no
fui capturado por los primeros quince, pensé que era mi derecho. Me
convertí en juez, fiscal y jurado. Jugué a ser Dios".
En 1993, The Associated Press le incluyó en
la lista de los cinco asesinos más despiadados de la
historia de Estados Unidos. Fue considerado el
primero de ellos, seguido por John Wayne Gacy,
Patrick Kearney, Bruce Davis y Dean Corll. Una
autopsia de un diligente médico forense reveló todo.
La primera entrevista para la libertad condicional está
programada para el año 2047. Donald Harvey tendría noventa y cinco
años. Ahora cuenta con sesenta y cuatro años. Es el preso A-199449 y se
distingue por su buen comportamiento.

Llegará el momento en que se convierta en un apacible anciano.


Los médicos y enfermeros cuidarán de él. Donald Harvey no podrá
dormir. Nunca.

4. Fritz Honka

Destripador de Sankt Pauli


Fritz Honka nació en
Leipzig, una ciudad alemana
al noroeste del estado de
Sajonia, el treinta y uno de
julio de 1935. Como la
mayoría de los psicokillers
que tratamos en estos
volúmenes, Fritz tuvo una
infancia complicada. Pasó sus
primeros años en una casa de
acogida de la localidad. Su
padre trabajó en un campo de
concentración nazi pero
falleció al poco tiempo, en
1946. Su madre tuvo que
cuidar sola de sus nueve hijos,
por lo que el destino del
pequeño Fritz y el del resto de
sus hermanos era inevitable:
la mayoría fueron diseminados por diversos horfanatos. En 1950, con
sólo quince años, comenzó a trabajar como peón en la construcción, pero
sus alergias le impidieron continuar en ese gremio.

Con tan sólo dieciséis años, en 1951, emigró a Alemania


Occidental, donde comenzó a buscar empleo. Ejerció diversas
profesiones, entre las que destacaron las relativas a actividades agrícolas
y ganaderas. Fritz intentó progresar y se mudó a Hamburgo, donde
consiguió empleo en unos astilleros.

Fritz era un hombre muy tímido, poco agraciado, con una nariz
deforme y un pronunciado estrabismo, y de poca estatura (apenas medía
un metro sesenta). Esto le llevó a ser rechazado continuamente por las
mujeres, e incluso ser objeto de sus burlas. El rechazo dio paso a su
grave adicción al alcohol de una manera casi simultánea. Sin embargo,
dos años después,
Honka logró
encontrar novia y
contrajo matrimonio
con ella. Pero sus
problemas con la
bebida eran muy
graves y ella decidió dejarle antes de que
alcanzaran su primer aniversario como casados.
Este hecho hundió a Fritz en profundas depresiones, lo cual incrementó
aún más su afición por la bebida.

Por supuesto, fue despedido de su puesto de trabajo pues, si


lograba acudir, nunca lo hacía sobrio. Poco tiempo después logró
encontrar un nuevo empleo, en esta ocasión como vigilante en turno de
noche en una refinería de la empresa Shell. Al no tener éxito alguno con
las mujeres, se limitó a contactar con las prostitutas del barrio de
Reeperbahn, conocido como “el barrio rojo de Hamburgo”. Sin
embargo, el perfil de las mujeres que Fritz buscaba era muy especial. A
Fritz le encantaba el sexo oral, es más, era lo único que le gustaba. Sin
embargo, le horrorizaba la posibilidad de que las mujeres pudieran
morderle su órgano sexual y cortarlo. Por lo tanto, las buscaba
desdentadas, o con el menor número de dientes posible. Además, debían
ser más bajas que él, lo cual no era del todo fácil. En diciembre de 1970,
conoció a la prostituta de cuarenta años Gertraud Bräuer. Le faltaban
varios dientes y eso le hizo sentirse a gusto. Sin embargo cuando, estando
ambos en el apartamento de Fritz, ella se burló de él por preferir el sexo
oral, Fritz acabó con su vida, asfixiándola. Luego procedió a
desmembrarla en pequeños trozos. Tras ello, los envolvió en multitud de
paquetes y los diseminó por todo Hamburgo. Sin embargo, algunos de
ellos los escondió en una pequeña buhardilla de su casa. Es posible que
pensara que, al ser Gertraud una prostituta, nadie iba a tener en cuenta
su desaparición. Los restos de la víctima fueron encontrados por los
agentes de Policía, pero no pudieron hallar pruebas concluyentes que les
condujeran hasta el responsable. Fritz había matado, y no le habían
descubierto.

En agosto de 1974,
Fritz volvió a matar. En esta
ocasión a Anna
Beuschel , otra prostituta,
ésta de cincuenta y cinco
años. Sus rasgos físicos
coincidían con los gustos de
Honka: de baja estatura y
desdentada, debido a su
avanzada edad. Como confesaría meses más tarde, la asesinó por su
apatía en el lecho a la hora de practicar el coito. También la descuartizó
pero, al contrario que con su primera víctima, no diseminó sus restos por
la ciudad sino que los guardó en su totalidad en el pequeño desván de su
domicilio. En diciembre de ese mismo año, acabó con la vida de Frieda
Roblick, otra prostituta de cincuenta y siete años, por supuestamente
burlarse de él al acabar el servicio. Sus restos
desmembrados acabaron junto a los de la pobre
Anna, que llevaban en el desván de su casa cuatro
meses. Pero su locura y su sed de sangre no se
detuvieron ahí. En enero de 1975, Fritz acabó con la
vida de Ruth Schult.
Efectivamente, otra prostituta,
esta vez de cincuenta y dos
años. En un ataque de rabia, la
apuñaló y la desmembró en
vida. Nada podía parar el
frenesí de sangre que cubría
por completo a Fritz. Por fin
era dueño, amo y señor de las mujeres. Por fin se sentía poderoso, bello.
Por fortuna, Ruth sería su última víctima. Y una vez más, la casualidad
fue la que consiguió parar a un depravado asesino. Honka cada vez
recibía más quejas por parte de sus vecinos: el hedor que salía de su
domicilio era insoportable. Esto le preocupó sobremanera, por lo que
decidió comprar numerosas botellas de colonia, que esparció por las
paredes y el suelo y, sobre todo, por la buhardilla. Sin embargo, el olor,
si bien no desapareció, empeoró sobremanera al fundirse ambas
fragancias. Pero, como se ha dicho, una pequeña casualidad fue
suficiente para descubrir las locuras del diminuto Fritz.

El día diecisiete de julio de 1975, el Cuerpo de Bomberos de


Hamburgo recibió una llamada alertando de un fuego que se había
generado en una vieja casona, con una antigua estructura de madera.
Las llamas se habían originado en la parte baja y rápidamente
comenzaban a consumir el inmueble. Por fortuna, todos los habitantes
del edificio habían logrado salir a tiempo, y éste se hallaba vacío. Al
menos, eso es lo que todos pensaban. Fritz no se hallaba en ese momento
en el inmueble. Al poco tiempo, los bomberos lograron dominar las
llamas y el incendio quedó controlado. Mientras revisaban uno a uno los
pisos para sofocar algún que otro pequeño foco que pudiese reavivar las
llamas, ascendieron a uno de los pisos superiores y apreciaron un
desagradable olor a descomposición. La sorpresa que se llevaron fue
rotunda, al descubrir un cuerpo femenino totalmente desgarrado y
parcialmente quemado por el incendio. A simple vista se podía observar
que el cadáver llevaba tiempo descomponiéndose y que su muerte no era
debida al incendio, por lo que se dio un rápido aviso a la policía.

Los vecinos de Fritz estaban totalmente horrorizados. Uno de


sus compañeros de inmueble había asesinado, descuartizado y escondido
en su casa, junto a ellos, a saber a cuántas mujeres. Todos coincidieron
en que Fritz era un sujeto muy extraño, muy callado y reservado. Pero,
además de los malos olores provenientes de su casa, que eran atribuidos
por Fritz a las cañerías, y por el hecho de haberle visto acompañado en
varias ocasiones por mujeres de las denominadas "de baja reputación",
no tenían nada más de lo que sospechar.

En un principio, no había pruebas concluyentes que


incriminaran a Fritz. El incendio había consumido la mayor parte de las
pruebas del cadáver, y el acceso a la buhardilla no era exclusivamente
suyo. Podía haber sido cualquier otro vecino. Por lo tanto, mientras
esperaban a que Fritz regresara, decidieron entrar en su habitación, la
cual sólo había sufrido
daños parciales. Lo que
encontraron los agentes en
su interior fue
sorprendente. Fritz había
pegado en las paredes, en el
techo, por todos sitios,
infinidad de recortes de revistas pornográficas, en los que se podían
distinguir tanto mujeres como hombres desnudos. La habitación era un
espacio oscuro y maloliente, totalmente sucio y desordenado. Entre
decenas y decenas de botellas vacías de cerveza y montones de revistas
pornográficas, también se encontraron varios zapatos de mujer (que más
tarde se comprobraría eran de sus víctimas), una curiosa muñeca y la
novela Juliette, del Marqués de Sade. Una puerta en su pequeña
habitación, daba acceso a la
buhardilla, lo que confirmó
las sospechas de agentes y
vecinos. Los agentes de policía
esperaron toda la noche al
sospechoso, cuidándose bien
de que éste no les apreciara y saliera huyendo. Fritz llegó a su domicilio a
primeras horas de la mañana siguiente. En un principio, únicamente se
mostró interesado por el incendio que había asolado el edificio. Sin
embargo, no se mostró nervioso ni
titubeante en ningún momento. Cuando los
agentes le pidieron que les acompañara
para interrogarlo, Fritz no opuso ningún
tipo de resistencia.

Al inicio, los comienzos de los interrogatorios fueron complejos:


Fritz se mantenía callado y se negaba a colaborar. Cuando pronunciaba
algun a palabra, lo hacía en un volumen
muy bajo y no se le entendía
absolutamente nada. A las dos o tres horas
junto a los investigadores, Honka comenzó
a confesar sus crímenes. El hecho de que se
trataran de más de uno asombró a los
agentes de policía, pues en aquél momento
sólo habían encontrado indicios de uno sólo. Por lo tanto, se realizó una
segunda revisión de la habitación de Honka y de la buhardilla donde en
un primer momento se encontró el primer cadáver. En esta segunda
revisión, sí se encontraron los restos de las otras tres víctimas asesinadas,
además de un serrucho de mano, con el cual Fritz descuartizó los
cuerpos, cuchillos y varios martillos. Del mismo modo, se encontraron
varios frascos de colonia y desodorantes, con los cuales intentó disimular
el hedor de los cuerpos en descomposición.
Durante el proceso judicial en el Tribunal del Distrito de
Hamburgo, Fritz Honka se mostró muy amable con las autoridades,
silencioso y respetuoso. Rolf Bozzi, el abogado encargado de su defensa,
esgrimió los resultados psiquiátricos del acusado, los cuales indicaban
que Fritz padecía una "enfermedad grave con valor de desviación" y una
grave "anormalidad emocional".

Cuando se le pidió al acusado


explicar el porqué de sus crímenes, éste aseguró que había acabado con
ellas porque las víctimas se habían burlado de su sexualidad.
Posteriormente, aseguraría que "Jack el Destripador" le hablaba y le
ordenaba asesinarlas. Si realmente estaba trastornado o si logró
convencer al Tribunal, nunca lo sabremos. Sin embargo, la sentencia
admitió dicha enfermedad mental y únicamente se le condenó, el 20 de
Diciembre de 1976, a pasar quince años en una institución psiquiátrica.
Cumplió su condena y fue puesto en libertad en el año 1993. Entonces
cambió su nombre por el de Peter Jensen, a instancia de las autoridades,
para que no fuese reconocido allá donde fuese. Sin embargo, su delicado
estado de salud le llevó a los pocos meses a un asilo, donde se le tenía por
un excéntrico. Y es que, hasta el momento de su muerte, siempre se
quejó a las enfermeras de que en su habitación olía a basura, a
descomposición. Esas mismas quejas las profirió en sus últimos años de
internamiento en la institución psiquiátrica.

Finalmente, Fritz Honka falleció de un ataque al corazón el


diecinueve de Octubre 1998, en el Hospital de Hamburg-Langenhorn.

Aquí huele a muerto... y tú si


has sido.
5. Karl Denke

El
Caníbal de Ziebice

El pequeño Karl nació en el seno de una rica familia de


granjeros un diez de agosto de 1870 en Oberkunzendorf (cerca de la
actual Zi ę bice, en lo que hoy es Polonia). Unos años más adelante, se
mudó a Muensterberg (hoy Zi ę bice). Karl fue definido por sus
profesores como un chico muy obstinado sin respeto por los maestros. Se
aburría en clase, sacaba muy malas notas y nunca prestaba atención a lo
que le decían, por lo que muy a menudo recibía reprimendas y castigos
por parte de sus docentes. Además, era tratado con cierto desprecio,
puesto que quizá adolecía de cierto grado de retraso psíquico, lo que
corrobora el hecho de que no aprendiese a leer hasta los seis años.

A los doce años, sin acabar los estudios, Karl abandonó la


escuela y huyó de su casa. Aunque apenas tenemos datos de su infancia,
es de suponer que ésta no fue lo pertinentemente placentera para un niño
de su edad. Es este un período oscuro de su vida, del que sólo se sabe que
sobrevivió trabajando como ayudante en labores de jardinería. A los
veinticinco años pudo comenzar una vida independiente
económicamente, pues su padre falleció y, aunque la finca la heredó el
primogénito de sus hijos, Karl recibió una importante suma de dinero
con la que pudo adquirir un terreno. Sin embargo, sus intentos por hacer
ese terreno apto para las labores agrícolas fracasaron una y otra vez. No
tuvo más remedio que vender dichos terrenos, consiguiendo un dinero
que reinvirtió en adquirir la propiedad de un edificio en la actual calle
Stawowa. Sin embargo, debido a una gran crisis inflacionaria que asoló
el país, sus ahorros se esfumaron rápidamente, y sobrevivió alquilando el
resto de apartamentos del edificio, viviendo él en uno de ellos, situado en
la parte derecha de la planta baja. Además, ocupó el establecimiento de
venta al público situado también en la planta baja, donde vendía todo
tipo de artículos.

En cuanto a su vida en sociedad, únicamente conocemos que era


un hombre solitario. Nunca se le vio con hombre o mujer algunos, ni se le
conoce pareja. Sin embargo, era muy reconocido y respetado por sus
vecinos, pues era amable, tranquilo, solidario, pues daba limosnas a los
más necesitados, participaba activamente en la liturgia religiosa e
invitaba con frecuencia a sus vecinos a comer en su casa. Por todo ello
llegó a conocérsele como “Vatter Denke”, esto es, “Papá Denke”.

Su comportamiento era tan


exquisito que las autoridades le
otorgaron una licencia para que pudiese
seguir vendiendo en la tienda los
productos que hasta entonces vendía de
forma irregular. Vendía cinturones,
cintas tirantes, cordones, cuerdas, y
"escabeche de cerdo sin hueso". Esto le
hizo sobrevivir sin muchos ahogos, al
contrario que la mayoría de los vecinos
que, cada día que pasaba, se adentraban
más en la pobreza.
Como se ha dicho, poco se sabe
de la forma de ser y del comportamiento
de Papá Denke, salvo por los documentos que le perviven y las
declaraciones de familiares, vecinos y conocidos. En el año 1999, la
investigadora y encargada de la Biblioteca de la Universidad Wroclaw de
Silesia, Lucyna Bialy, sustentada en las investigaciones de la presa
alemana de los años veinte, realizó un estudio sobre el personaje.

Con la escasez de datos de los que se dispone, se sabe que Denke


no actuó motivado por tendencias sexuales.
Simplemente, se supone que cometió sus
asesinatos con la única finalidad de
alimentarse y de conseguir dinero en la
brutal crisis económica que asolaba su país.
Desde luego, Karl carecía de moral alguna,
pues en ningún momento sintió culpa por sus
asesinatos, extendiéndose éstos en un amplio
período de tiempo. Según los datos, Karl
comenzó a matar cuando contaba con treinta
y nueve años de edad. . Su primera víctima
fue Emma Sander de 25 años, en 1909. Sin embargo, su frenesí llegó al
máximo apogeo en 1921, cuando alcanzó los cincuenta y un años. Ello se
deduce de las libretas donde Papá Denke anotó, concienzudamente, los
nombres de sus víctimas, la fecha del asesinato, y otra serie de datos tales
como sus edades, sus pesos y cualquier otro que le sirviera a la hora de
elaborar su sabroso escabeche de cerdo y el resto de los productos que,
además de consumir, evidentemente vendía al público en su pequeña
tienda. Fue entre 1921 y 1924 cuando Karl cometió la mayor parte de sus
asesinatos.

Los vecinos solían quejarse de los desagradables olores que


provenían de la casa de Denke. Del mismo modo, todos se preguntaban
de dónde sacaría el afable sujeto tantas cantidades de carne, en aquellos
momentos de tanta pobreza para todos. Se suponía que se proveía de
perros callejeros, circunstancia ilícita pero ante la que todos hacían la
vista gorda.
Además de eso, estaba el ruido de aserrar y los golpes de
martillo, además de los cubos de sangre y las bolsas con incierto material
en su interior que Karl hacía desaparecer en la noche. Pero si daban por
buena la teoría de los perros, ésta también servía para el resto de
cuestiones.

El día más oscuro de la vida de la comunidad fue un veintiuno de


diciembre de 1924. En torno al mediodía, Gabriel, uno de los inquilinos
de Denke, escuchó unos estremecedores gritos de auxilio. El tal Gabriel
bajó corriendo hacia el origen de esos gritos, pensando que el amable
serñor Denke había sufrido algún tipo de percance y se hallaba herido.
Sin embargo, Gabriel se encontró con un joven que avanzaba
tambaleándose por el pasillo, con el cráneo abierto y empapado en
sangre. Antes de perder el conocimiento, el chico logró a pronunciar que
Papá Denke le había atacado con un pico.
Por fortuna, Gabriel pudo ayudar al joven herido, un
vagabundo llamado Vincenz Oliver, y lo llevó a la comisaría de policía.
El pobre Vincenz relató los hechos y, aunque en un principio las
autoridades se negaban a creer lo que el joven les contaba, la veracidad a
la hora de expresarse terminó por convencerles. Eso y las innumerables
pruebas que encontrarían más tarde en el domicilio de Karl.
Inmediatamente acudieron a su domicilio y le detuvieron. Karl se
defendió diciendo que únicamente había actuado en defensa propia
porque un individuo desconocido había entrado en su propiedad sin
permiso. Pero, evidentemente, eso no fue exactamente lo que ocurrió.

Karl Denke fue metido entre rejas mientras se iniciaba la


investigación policial. Sin embargo, en la misma noche de su detención,
un guardia de prisiones encontró el cuerpo sin vida de Karl en su celda.
Se había ahorcado con una soga hecha a base de pañuelos. No quiso
soportar la culpa y la vergüenza de ser descubierto por sus vecinos. Se
libró del escarnio público, momentos
antes de que los agentes de policía
entraran en su domicilio y se toparan
con el horror.

Después de ser devuelto el


cuerpo sin vida de Karl a sus familiares,
los agentes de Policía se adentraron en
su tienda y en su domicilio. Eso fue la
mañana de la Navidad de 1924, una
mañana caracterizada por la alegría
familiar. Los horrores que allí
encontraron serían transcritos en un
informe por Friedrich Pietrusky
(entonces jefe interino del Instituto de
Medicina Legal en Breslau) y
publicados dos años después en la
Deutsche Zeitschrift für gesamte Gerichtliche Medizin.

‹‹Los primeros hallazgos realizados en la búsqueda en casa de


Denke, fueron huesos y trozos de carne. Estos últimos se encontraban en
una solución de sal que estaba en un tambor de madera. Hubo en total
quince piezas de piel.››

‹‹No hay evidencia de reacción


vital de los organismos ante los cortes
realizados, lo que significa que estos
últimos no se efectuaron mientras las
víctimas aún estaban vivas. Sin
embargo, fragmentos de piel y de
músculos de los cuellos estaban
desaparecidos, así como las
extremidades, la cabeza y los órganos sexuales. Las lesiones no se
pudieron determinar, ni la naturaleza de la muerte o de la herramienta
de la delincuencia.››

‹‹En tres ollas medianas llenas de salsa de crema, se encontró un


poco de carne cocida, parcialmente cubierta con piel y cabello
humano. La carne era rosa y suave. Todas las piezas parecían cortadas
de los glúteos. Una olla tenía sólo media porción. Denke debió de haberse
comido la otra porción antes de ser detenido.››

‹‹Me gustaría mencionar aquí que no hay evidencia de que


Denke nunca haya vendido la carne de sus víctimas. Sin embargo, parece
seguro que sus invitados, es decir, los vagabundos, se ofrecieron para
comer con él.››

‹‹En el cobertizo, en el que se encontraron las piezas de carne,


había también un barril lleno de huesos que se limpiaron de tendones,
músculos, etcétera, que muy probablemente han sido quitados tras
previa cocción. Otros restos fueron encontrados detrás del
cobertizo. Aparte hubo una pierna que se mantuvo en el estanque que
Denke había cavado muchos años antes, y también piezas esqueléticas
fueron descubiertas en el bosque local.››

‹‹Las superficies de corte de los huesos son irregulares, como si


se hubiese aplicado una fuerza contundente, tal y como el extremo romo
de un hacha o un martillo. Algunos huesos estaban visiblemente
aserrados. Pocos lugares muestran rastros de una herramienta
puntiaguda. Igualmente se encontraron tales huellas en las
articulaciones, que deben haber sido cortadas con un cuchillo.››

‹‹Los dientes que fueron encontrados pertenecían sin duda a por


lo menos veinte personas. Sin embargo el Profesor Euler señala que
algunos dientes individuales aparecen más de dos veces que lo
estadísticamente esperable (esto concierne a los segundos premolares e
incisivos), lo que sugiere que podrían haber sido aún más las víctimas.››

‹‹El profesor
Euler resumió que
entre las víctimas
había sin duda una
persona que no era
mayor de dieciséis
años, mientras que la
mayoría eran
significativamente
mayores de cuarenta
años, dos personas fueron probablemente de veinte o treinta años de
edad, y una tenía entre treinta y cuarenta.››

‹‹Las pruebas no han dado resultado positivo sobre el sexo de los


individuos, ni sus puestos de trabajo.››
‹‹Entre los tirantes de Denke, tres pares se hicieron con piel humana.
Son alrededor de seis centímetros de ancho y setenta centímetros de
largo. El cuero no es suave y está roto en un punto. No parece curtido,
sólo seco y libre de tejido subcutáneo. Todos los tirantes muestran
huellas de uso y uno de ellos se encontró en el mismo Denke.››
‹‹Al lado de los tirantes, Denke tenía también tiras de cuero
cortadas de piel humana, que trataba con betún y cuyas partes fueron
ensambladas con trozos y tiras de tela.››

‹‹Muchos de estos cordones estaban hechos de cabello humano.››

‹‹Un gran número de tarjetas de identificación y documentos


privados de varias personas se encontraron en la habitación de Denke,
así como libros de contabilidad de los enterramientos por el jardín, las
horas de trabajo, etcétera. Se otorga más atención a algunas hojas
sueltas de papel en las que aparecen los nombres de treinta hombres y
mujeres. En frente de cada nombre hay una fecha, probablemente la
fecha de la muerte de la persona. En el número treinta y uno sólo hay
una fecha. El registro es cronológico. La numeración comienza sólo en el
número once. En el caso de las mujeres, sólo se indica el nombre de pila,
las notas para los hombres son mucho más detalladas, por lo general con
la fecha de nacimiento, lugar de estancia y el estado de la persona
interesada. La suposición de que esta es la lista de las víctimas se justifica
por el hecho de que las tarjetas de identificación que se encuentran en la
habitación de Denke pertenecían a personas cuyo paradero no pudo ser
identificado por otros medios. Por el aspecto de las hojas, se puede
asumir que la lista no se ha hecho en un día. Por un lado de las hojas,
están las iniciales del nombre seguidas de un número, que indica muy
probablemente el peso de la persona en cuestión. En otra hoja de papel,
al lado de un nombre se destaca lo siguiente: “muerto, 122, 107 desnudo,
destripado 83”.››

‹‹De las herramientas utilizadas para los asesinatos y la


fragmentación de los cuerpos, estas se pueden dividir en: tres hachas,
una gran sierra para madera, una sierra para cortar árboles, una pica, y
tres cuchillos.››
Se le achacaría a Karl Denke una fuerte esquizofrenia alentada
por su desesperación, al no poder encontrar comida que llevarse a la
boca. Sin embargo, su modus operandi se hizo muy automático y
repetitivo, llegando a anotar uno por uno todos sus crímenes y los
detalles de ellos, seguramente regodeándose de ellos y cogiéndole gusto al
sabor de la sangre humana. Simplemente, decidió suicidarse antes de ser
descubierto por todos sus semejantes. Prefirió la muerte a la vergüenza.
La muerte que tantas veces había causado.

Bon appétit.

6. Giuseppe "Scarpuzzedda" Greco


Scarpuzzedda.

Giuseppe
Greco nació en
Ciaculli, una pequeña
localidad situada a las
afueras de Palermo, en
el año 1952. Desde bien pequeño sobresalió respecto a sus compañeros,
en las lenguas latina y griega. No se sabe con certeza cuándo ingresó en
la Mafia, pero lo que est en el año 1979 ya tenía un lugar en la comisión,
que lideraba su tío, Michele Greco, jefe de Ciaculli.

La Cosca de Ciaculli se unió a la familia Corleonesis, cuyos


líderes, Salvatore Riina y Bernardo Provenzano, llegarían a dominar la
mafia siciliana tras una violenta guerra.
Durante la denominada Segunda Guerra de la Mafia, que
tendría lugar entre 1981 y 1983, iniciada por los Corleonesis y que dejó
innumerables víctimas, Giuseppe Greco llevó a cabo docenas de
asesinatos, sobre todo con la ametralladora AK-47, su arma preferida.
Fue condenado finalmente por cincuenta y ocho asesinatos comprobados,
pero se cree que cometió como mínimo ochenta, incluso hay varias
fuentes que hablan de trescientos.

Entre sus innumerables víctimas se encontraban Stefano


Bontate, Salvatore Inzerillo, Pio La Torre y el general de carabinieri
Carlo Alberto Dalla Chiesa. Incluso acabó con la vida del hijo de
Inzerillo de 15 años de edad después que el joven jurara vengar a su
padre muerto. Se rumorea que Greco le cortó el brazo al chico antes de
matarlo y de disolver su cadáver en ácido. En julio de 1981 fracasó en su
intento de asesinar al futuro colaborador Salvatore Contorno. Contorno
logró dispararle en el pecho, pero un chaleco antibalas le salvó la vida.

Giuseppe raras veces trabajaba solo. Al contrario, solía liderar


un grupo de asesinos, elegidos concienzudamente por él. El grupo incluía
a Mario Prestifilippo, Filippo Marchese, Vincenzo Puccio, Gianbattista
Pullarà, Giuseppe Lucchese, Giuseppe Giacomo Gambino y Nino
Madonia.

Greco trabajó sobre todo en estrecha colaboración


con Filippo Marchese, líder de la zona de Corso de Mille de Palermo y
con otro cercano aliado de los Corleonesi. Marchese estaba al cargo de la
"habitación de la muerte", un escondrijo en Palermo, en
algún lugar alejado donde las víctimas eran torturadas y
asesinadas antes de ser arrojadas a barriles de ácido o
desmembradas para luego ser arrojadas al mar. Según
Vincenzo Sinagra, Greco ayudó a Marchese a llevar a
cabo multitud de asesinatos en ese lugar. Él y Marchese asesinaron a
muchas víctimas juntos, colocando un trozo de cuerda alrededor del
cuello de la víctima y tirando cada uno de ellos de un extremo. Sinagra
dijo que, por lo general, su labor consistía en sujetar a las víctimas por
los pies.

Greco, personalmente, estranguló hasta la muerte a Rosario


Riccobono, jefe de una familia de Palermo, en noviembre de 1982.
Riccobono había sido un aliado de los Corleonesi, pero cuando había
dejado de ser útil, Riina decidió que debía ser eliminado. Invitó a
Riccobono y a ocho de sus hombres a una barbacoa en la finca de
Michele Greco, al final de la cual las nueve personas fueron masacradas
por Giuseppe Greco y su equipo. Nunca se encontraron los cuerpos.

A finales de 1982, Greco asesinó a Marchese bajo las órdenes de


Riina. La guerra de la mafia estaba acabando y Riina había decidido que
Marchese ya no era de ninguna utilidad. Ni entre los más estrechos
colaboradores podía existir la confianza.

Por entonces, se creía que Greco era el segundo de la familia


Ciaculli. En lugar de delegar las muertes a sus discípulos, continuaba
acometiéndolos personalmente. El veintinueve de julio de 1983, hizo
explotar el coche bomba que mató al juez Rocco Chinnici y a otras tres
personas más.

Pino había sido uno de los más destacados de la nueva


generación de mafiosos que se habían distinguido en la Segunda guerra
de la mafia, y al parecer actuaba como si fuera el jefe de Ciaculli,
mientras que el jefe real, su tío Michele Greco, se encontraba oculto.
También había creado un grupo de jóvenes mafiosos que le seguían. Un
equipo incluso más fiel que el que habían creado los jefes Corleonesi. Al
parecer, Riina sintió la necesidad de reducir la fuerza de la familia de
Ciaculli mediante la eliminación de sus asesinos más destacados,
comenzando por Scarpuzzedda.

Con el fin de debilitar la posición de Greco, Riina ordenó la


masacre de la Piazza Scaffa, en la que ocho personas murieron en el
mandamento de Ciaculli. Las víctimas fueron abatidas a tiros de
escopeta en un granero. Greco no fue informado como parte de una
estrategia deliberada para mostrar su falta de poder efectivo sobre el que
se suponía era su territorio.

Uno de sus últimos crímenes fue cuando lideró a un extenso


grupo de asesinos que emboscó y disparó mortalmente al investigador de
policía Antonino Cassarà el seis de agosto de 1985. Uno de los
guardaespaldas de Cassarà también murió y otro resultó gravemente
herido. Tres años antes, Cassarà había emitido un informe que preveía el
arresto de 163 prominentes mafiosos, entre ellos Pino Greco, los
miembros de su grupo de asesinos, y Michele Greco.

En el mes de septiembre de 1985, un mes después del asesinato


de Cassarà, Greco fue asesinado en su casa. Fue abatido a balazos por
sus dos compañeros mafiosos y supuestos amigos, Vincenzo Puccio y
Giuseppe Lucchese. La orden venía de Riina, que había intuido que
Greco estaba siendo excesivamente ambicioso y procedía de forma
independiente. Puccio fue capturado al año siguiente por un asesinato
relacionado y fue asesinado en su celda en 1989. Lucchese fue capturado
en 1990 y encarcelado por otros crímenes. La eliminación de Greco era el
primero de varios asesinatos cometidos por los Corleonesi con el fin de
debilitar el clan de Ciaculli. Dos años más tarde, uno de los cómplices de
Greco y compañero de asesinatos de Ciaculli, Mario Prestifilippo, fue
asesinado a tiros, según se cree, también por orden de Riina.

Giuseppe Greco fue condenado a cadena perpetua en el Maxi


Proceso de 1986-1987 tras ser declarado culpable de cincuenta y ocho
cargos de asesinato, a pesar de que ya estaba muerto para aquél
entonces. Como una estrategia para retrasar y debilitar las reacciones de
los seguidores de Pino Greco, Riina ordenó que el cuerpo fuera disuelto
en ácido, mientras que a los demás miembros de la organización les
aseguró que Greco estaba huido a los Estados Unidos. Los rumores de la
muerte de Greco surgieron en 1988 y fueron confirmados sólo a las
autoridades por, Francesco Marino Mannoia, al año siguiente.

El hermano de Francesco,
Agostino Marino Mannoia, estuvo presente en el
asesinato de Greco, aunque sólo en calidad de testigo;
le dijo a su hermano Francesco que no sabía que debía
tener lugar el asesinato. Agostino dijo que estaba en el
piso de abajo de la casa de Greco con otro mafioso,
mientras que Pino estaba arriba hablando con Puccio y
Lucchese. Después de escuchar disparos, Agostino subió corriendo las
escaleras y vio a Pino tendido muerto en el suelo, y Puccio y Lucchese de
pie frente a él, este último con una pistola en mano. Se le explicó que él y
Puccio se había ocupado de un problema en nombre de Riina. Agostino
explicó todo esto a su hermano Francesco, y fue el asesinato de Agostino
a principios de 1989 que llevó a Francesco a convertirse en un
colaborador.

Otro colaborador que había sido uno de los amigos de Greco,


Salvatore Cancemi, posteriormente dijo a los investigadores que, poco
después de la muerte de Greco, Riina había se acercado a él y le había
explicado: "¿Sabes que hemos encontrado la medicina para los
trastornados?...Hemos matado a "Scarpuzzedda"; se había convertido
en un loco de remate."
¡Vendetta!

Referencias de la obra:

-Skynews
-wikipedia.org
- escalofrio.com
-criminalia.es
-hemerotecamundial.blogspot.com
-crimenycriminologo.com
-asesinos-en-serie.com
-escritoconsangre1.blogspot.com
-Follain, The last Godfathers.
-Alexander Stille, Excellent Cadavers.
-The Daily Telegraph, February 15, 2008

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