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PRIVATER DEUTSCHER KINDERGARTEN

Colegio Loyola de MADRID

El "PRIVATER DEUTSCHER KINDERGARTEN", precursor del colegio Loyola, fue


fundado por la señora Tichy en el año 1961. Tante Rosi trabajaba en el Colegio Alemán
y había muchos niños que no encontraban plaza en él. Los padres le decían con
frecuencia que por qué no formaba un colegio y le animaron a crear un Kindergarten,
que empezó en un piso alquilado en la colonia de El Viso en la calle de Serrano en
otoño del mencionado año 1961. Tres años después los padres volvieron a pedirle la
formación de un colegio entero, y así en 1965 se trasladó el KINDER a la calle Fernán
Nuñez, ya con el nombre de "DEUTSCHER PRIVATSCHULE COLEGIO DE
LOYOLA".

El nombre de Loyola proviene del hecho de que el señor Torra fue el que más ánimo y
ayuda dio a los señores Tichy. Su hijo se llamaba Loyola, y junto a otros dos (León y
Loreto) fueron los primeros alumnos. En honor a ese primer alumno le pusieron el nom-
bre al colegio.

El Colegio, esta “gran familia” como la definió una de las profesoras, comenzó con
unos treinta niños. Según iban creciendo los niños del KINDER, iban aumentando los
cursos.

En 1969 el colegio tenía tres anexos, así que los señores Tichy se dedicaron a buscar
anuncios de chalets y pisos en todos los periódicos, hasta que encontraron uno, "La
Catalpa" con 12.000 m2 de jardín. Lo vieron, les gustó y se gastaron el dinero en él
alquilándolo con la condición de que las futuras aulas serían prefabricadas.

El estado de La Catalpa no era precisamente bueno. Todo estaba muy derruido, el


terreno no tenía canalización, y las zonas bajas se inundaban formando un gran charco,
por lo que las clases se tuvieron que construir sobre pilares. Tuvieron que trabajar duro
acondicionando dependencias a medida que se iban necesitando. Cada año se iban
construyendo más aulas y se iban solucionando los problemas de desagüe y de todo
tipo. Con el tiempo se terminaron construyendo 6 pabellones prefabricados. Cada uno
de ellos constaba de dos aulas y dos servicios, uno para alumnos y otro para alumnas.
Uno de los pabellones albergaba dos laboratorios, uno en el que se hacían prácticas de
Física y Biología-Geología y otro dedicado exclusivamente para prácticas de Química.
Otro de los pabellones servía de taller al Sr. Tichy.

La zona de recreo, pista de fútbol y pista de baseball era el descampado situado entre el
colegio y la residencia de ancianos de las monjas. Para deportes como baloncesto o
balonmano y también como patio de recreo se utilizaban las zonas terrizas (lodazales
después de la lluvia) situadas entre las aulas. Quienes no las olvidarán serán las madres
recordando la llegada de sus hijos llenos de barro después de una competición deportiva
o un recreo en los días lluviosos. Por los años 80 finalmente se construyó una pista
polideportiva con suelo hormigonado.
Y qué decir de la calefacción. Durante muchos años consistió en estufas de butano.
Tenía sus ventajas: servía como primitivo microondas para calentar los bocadillos de
chorizo colocados encima de las rejillas superiores. Lo cierto es que creaban un tufillo a
barbacoa que abría el apetito, ya de por sí muy abierto en esos años adolescentes.

Hacia el año 1980 el señor Tichy y Antonio instalaron una calefacción centralizada que
dio nueva vida al colegio en invierno.

Según la señora Tichy el principio fue muy duro; durante muchos años estuvieron
levantándose para trabajar a las seis de la mañana, tres horas antes de que empezaran las
clases. No tenían dinero, sólo mucho idealismo. Al principio mientras el señor Tichy
trabajaba en el cine, Tante Rosi tenía que hacerlo casi todo sola. Después recibió más
ayuda de él: se ocupaba de la administración y junto con Antonio el jardinero, iba
arreglando y ampliando las dependencias del colegio.

Durante 16 años los Tichy vivieron en el colegio, más que nada porque se habían
gastado todo el dinero en La Catalpa. Mientras tanto, iban construyendo un chalet en
Hoyo de Manzanares. El traslado a él significó un gran descanso. Era una manera de
“desconectar”del Colegio durante algunas horas y los fines de semana.

Las zonas ajardinadas fueron una parte fundamental del Colegio, de cuyo
mantenimiento se ocupó siempre Antonio, ¡Cómo se echan de menos los abetos,
mimosas, chopos, almendros, moreras, lilas, rosas...! No solamente se disfrutaban a la
entrada y salida de las clases y durante los recreos, sino que entre clase y clase muchos
alumnos salían al jardín en las proximidades del aula y los profesores íbamos y
volvíamos de la Sala de Profesores casi como el que se da un paseo por el Retiro. Eso sí,
en los días de lluvia siempre con el paraguas en la mano.

Los estudios
Una gran batalla fue la del horario. En los primeros años todos los centros españoles
tenían horario de mañana y tarde. Sin embargo, como el Colegio Loyola tenía una
estructura parecida al Colegio Alemán, y éste tampoco tenía clases por las tardes, no
hubo demasiada oposición por parte del Ministerio de Educación. Más difíciles fueron
los últimos años, en que casi cada curso las nuevas leyes de Educación requerían nuevos
papeleos y ponían más dificultades.

El Centro nunca tuvo COU porque en el BUP había menos alumnos que en la EGB y el
COU obligaba a ofrecer demasiados itinerarios y asignaturas optativas, lo que obligaría
a que en cada una hubiera muy pocos alumnos y lo haría económicamente insostenible
para los padres.

Hasta el año 1979 el colegio tenía la categoría académica de centro habilitado al


Instituto San Isidro. Eso significaba que aunque los profesores teníamos libertad de
cátedra para impartir los programas y calificar los exámenes, las calificaciones no
dejaban de tener un valor orientativo porque al final de cada curso los alumnos tenían
que someterse a un examen final en el Instituto San Isidro. Ese examen era puesto por
los profesores del Instituto y calificado de forma compartida por uno de los profesores
de éste y por el profesor del Loyola.
En 1979, en noviembre, se le concedió al Colegio la homologación, no teniendo que
sufrir ya los exámenes en el Instituto.

Más de un padre añoró esa etapa porque, qué duda cabe, obligaba a un gran esfuerzo en
los meses de mayo y junio y no digamos en verano y septiembre para los que
suspendían en junio. Pero lo cierto es que la exigencia del Loyola siempre ha sido lo
suficientemente grande como para hacer innecesario e injusto ese esfuerzo
suplementario.

Tradiciones
Las fiestas más memorables del Colegio han sido siempre la del Nikolaus, la del
Osterhase, la de Carnaval y la de fin de curso. Al principio, cuando había menos
profesores, la señora Tichy preparaba un gran puchero de sopa de judías para la fiesta de
Navidad. Los huevos de chocolate que los niños buscaban en el jardín y el
Marmorkuchen han sido algunas de las tradiciones más características de las distintas
fiestas del Loyola.

Sin duda alguna, la señora Tichy, fundadora del Colegio, ha sido, durante todos estos
años, el soporte y motor de lo que algunas personas han denominado el "espíritu" del
Loyola. Ella y su esposo, Gerard Tichy, han estado muy atentos a la educación y
formación de cientos de alumnos que han desfilado por el colegio. Han sabido crear un
gran ambiente entre el profesorado, en el que depositaron su confianza y libertad para
impartir sus materias. Y también consiguieron que, tanto padres como alumnos,
estuvieran muy satisfechos con el Colegio, a pesar de las deficiencias materiales del
centro.

La relación del Colegio con los antiguos alumnos siguió siendo muy cordial y amistosa.
En una ocasión, una antigua profesora, de las primeras del Colegio, recibió una carta.
Era de un antiguo alumno y dentro de ella había un boletín de notas de G-2 en el que la
profesora había escrito hacía muchos años: "Si sigues así llegarás a ser lo que quieras".
Posteriormente, aquel niño, ya treintañero, se lo devolvía con esta nota: "Ahora te
devuelvo el boletín y te digo que he conseguido lo que quería. Gracias".

El Colegio Loyola fue siempre una “gran familia”. Los alumnos conocían a todos los
profesores, les hubieran o no dado clases y los profesores conocíamos a cada alumno,
bien porque era un alumno nuestro o porque era “el hermano de…”. Lo mismo ocurría
entre las familias.

El profesorado
No puede terminarse esta breve Historia del Loyola sin hacer mención a quienes
formaron con los señores Tichy el alma del Loyola: los profesores.

Es cierto que hubo algunos que pasaron por el Centro de forma efímera, pero la mayoría
nos implicamos en la vida del Loyola durante muchos años. Aunque todos dieron lo
mejor de sí mismos hay que hacer una mención especial de Paloma Cabeza de Vaca,
profesora y también Jefa de Estudios y Directora Técnica y, por lo tanto, estrecha
colaboradora de los señores Tichy prácticamente durante toda la vida del Loyola.
Tengamos un recuerdo de todos ellos (de algunos ya únicamente recordamos el nombre
y hay que poner la asignatura para recordarlos).

 José Manuel
Cabo
 Agustín Gonzalo
 Josefina Huertas
 Alejandro
 Juana María
García
Calvo
 Ana Gutiérrez
 Maita
 Angelita
 Maite Montes
 Antonio Urra
 Maite
 Bernie
Torregrosa
 Carmen Martín
 Manolo (Dibujo)
 Carmen Sáiz
 Maria Teresa
 Carmen
Jiménez
Schneider
 María Luisa
 Carmen Ureña
Blanca
 Delfín Grande
 Máximo
 Eduardo
Sánchez
(Biología)
 Meter (alemán)
 Eduardo Costa
 Narciso (Dibujo)
 Elena Braünlich
 Paco Ezquerra
 Erna Engelberg
 Paloma Cabeza
 Eusebio
de Vaca
(Sociales)
 Paz Martínez
 Francisco
 Pete
Gómiz
 Pilar Soriano
 Gisela Kuhfub
 Rosalba Pérez
 Iris Lisenbarth
 Rufino
 Irmgard Singer
(Sociales)
 Isabel Román
 Sagrario
 Javier (Sociales)
 Severiano
 Jesús Sevilleja
(Sociales)
 José
 Socorro (Soqui)
 Susana Díaz

Las rutas
Se empezó con una sola ruta de la que encargaba Félix del Arco. Posteriormente el
número de rutas fue haciéndose mayor a medida que aumentaba el número de alumnos,
recorridas siempre por los microbuses de la misma empresa, regentada al final de la
vida del Loyola por los hijos de Félix; la tradición familiar perduró hasta el final.

Una de las características del servicio de autobuses es que se hacía puerta a puerta, lo
que obligaba a hacer recorridos sinuosos que alargaban la duración de las rutas. Los
alumnos tendrán mil y una anécdotas que contar de tantas horas sentados en esos
microbuses.
Personal no docente
Vaya desde aquí también nuestro recuerdo y agradecimiento a Antonio, el jardinero, que
durante todos los años de La Catalpa se ocupó del jardín, de los mil y un arreglos que
había que estar haciendo constantemente y en ocasiones hasta de ir a recoger o llevar a
algún alumno cuando ni la ruta ni el Sr. Tichy podían hacerlo.

Y para finalizar, tampoco podemos olvidar a la que fue secretaria del Centro, Toñi
Fernández, siempre al pie del cañón en el reducido “cubículo” que compartía con el
señor Tichy.

Delfín Grande Fernández

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