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Paul: Zack, ¿querías verme?

Zack: Sí, Paul... Mira, me gusta mucho como bailas y... (Paul se apena y
encoge los hombros) No, de veras; por eso quiero platicar contigo. Lo
primero, si te vas a cambiar el nombre, ¿por qué te quitas el
puertorriqueño y te pones un italiano?

Paul: Por mi tipo... La gente me dice: “Tú no eres de Puerto Rico, no es


cierto.” Pero si soy.

Zack: ¿Y se te hace que pareces italiano?


Paul: No, pues... es que... nada más son ganas de ser otro, y me puse Paul
San Marco.

Zack: Y, ¿por qué esas ganas de ser otro?


Paul: ¿Por qué? No tengo mucho de que presumir en mi pasado.


Zack: ¿Y quién sí? Pero eso es lo que la palabra significa, Paul. “Pasado”,
que ya pasó.

Paul: Ha de ser fácil para ti decirlo, pero...


Zack: A ver, un momento. ¿Qué te hizo empezar a bailar? ¿Tus padres?

Paul: No, ¿qué saben de teatro los puertorriqueños? Nada. Ahora tienen
el canal cuarenta y siete, pero antes no tenían nada. Pero mi papá le
encantaba el cine, y nos llevaba muy seguido. Salía tarde de trabajar y
llegaba a casa, y nos llevaba a la calle Cuarenta y dos, y nos metíamos a un
cine tras otro a ver películas. No sé por qué, pero siempre me encantaron
las musicales.

Zack: ¿Cuántos años tenías?

Paul: Siete, ocho...


Zack: ¡¿En la calle Cuarenta y dos?!

Paul: Sí, muy grueso.

Zack: ¿Qué más?

Paul: Tenía que sentarme adelante, porque no veía bien. Ahora traigo
lentes de contacto... Me pasaba hasta adelante, y estos hombres extraños
llegaban... y se sentaban junto a mí... y me fajaban... Nunca se lo conté a
nadie porque... bueno, supongo que no importaba...

Zack: ¿Por qué no importaba?

Paul: Porque... éste... pues...

Zack: Mira Paul, si estás sufriendo, ya tengo tu fotografía y tus datos... Si


te necesito yo...

Paul: ¡No! Ah... O.K.... De tanto ver películas musicales, me dio por bailar
en plena calle y me cachaban todo el tiempo. ¡Vamos, me moría de la
pena! Yo siempre era la bailarina Cyd Charisse... siempre. Lo que en
realidad no entiendo, porque yo siempre quise ser actor. Digo, siempre
quise estar en un escenario... Una vez mi prima me dijo: “Jamás vas a ser
actor”, y sabía que me lo estaba diciendo porque yo era muy... mariquita.
Mejor dicho, era muy, muy afeminado... Siempre había sabido que era
“gay”, pero nunca me molestó. Lo molesto, era no saber portarme como
los hombres. Un día, me vi la figura en el espejo y dije: “Tienes catorce
años y eres un maricón. ¿Qué vas a hacer de tu vida?”. Para entonces ya
estaba yo en la secundaria. Una escuela de tres mil alumnos.
Desambientado, desprotegido, sin amigos a quién hacer reír con mis
chistes, para que dieran la cara por mí, como cuando estaba en escuelas
más chicas. A mí si me gustaba la escuela, pero empecé a sacar muy malas
calificaciones. Ni cuando sabía la respuesta levantaba la mano, porque me
daba miedo que se rieran de mí. Hasta me chiflaban en los pasillos. Feo...
muy feo... Total, un día fui a la oficina del director y le dije: “Soy
homosexual”. Era una secundaria católica, y a los quince años, esas cosas
nomás no se decían. Dijo el director: “¿Quieres ver a un psicólogo?” ...y lo
vi. Y me dijo: “Creo que estás muy bien adaptado para tu edad y te
aconsejo que te salgas de la escuela”. Y.…me salí. Pero no quería
realmente, lo que estaba era harto. Al salirme de la escuela, lo hice para
tratar de saber quién era yo y aprender a ser hombre. Ya ves cuantos hay
en este mundo que no saben ser hombres. Y desde entonces descubrí...
que yo lo soy. Yo estaba en un error; había querido volverme un macho.
En fin, empecé a rondar por la calle Setenta y dos, y a conocer a todos
estos tipos de lo más raros, con tal de conocer a otros como yo y poder así
entender que me pasaba. Alguien me dijo que estaban buscando
bailarines para la revista del “Jewel Box”, la de los transvestistas... ya
sabes. O sea, que me presento en la audición. Bien, de tantos años de
fingir que era yo bailarina, mis piernas tenían una extensión increíble. Es
decir, podía yo girar y hacer cualquier cosa en la primera audición. Pero
me dijeron: “Te falta estatura para ser un señor; ¿no quieres ser “pony”?”.
Yo dije: “¿Cómo “pony”?”, “Una chava”, me dijeron; “¿Qué

tengo que hacer?”, “Déjanos ver tus piernas”, “Pero, las tengo velludas”,
“No le hace. Ven vamos arriba”. Así que subí, y me arremangaron los
pantalones, me pusieron medias de nylon y tacones... Me frikearon, muy
feo... Y luego me llevaron otra vez al piso de abajo y me dijeron: “¡Ay que
piernas, oye! ¡Fabulosas!” Yo dije: “¿De veras?... Me alegro” ... ¡Qué raro
pensar en todo esto! ¿Cuánto hace que fue? Toda una vida. Estaba
cumpliendo los dieciséis. En fin, luego vino el problema de ver que no se
enteraran mis papás. ¡Qué problema! Por todas las cosas que tenía que
comprar; zapatos para ensayar, aretes, maquillaje. Y por más que
escondía todas estas cosas, mi mamá las encontraba. Le decía que en la
obra salía una amiga y que no quería que su mamá lo supiera, y que yo le
guardaba sus cosas. Me la creyó... Total, por fin iba yo a debutar; en un
teatro de mierda, pero iba yo a trabajar... No era la envidia de nadie.
Amigos sí tenía... pero con el tiempo, resulto humillante. Nadie en la
compañía se daba a respetar y casi a todos les daba vergüenza. Se veían a
sí mismos como fenómenos. Quien sabe, se me hace que la falta de
respeto fue lo que no aguanté... y me fui. Anduve de aquí para allá por
algún tiempo, trabajando en oficinas y de mesero. Pero sin estudiar, no se
consigue una buena chamba. Por eso, cuando me pidieron que volviera a
la compañía, volví. Estábamos trabajando en el cine Apolo, en la calle
Veintidós. Cuatro funciones al día con todo y película... de plano de carpa.
Nos mandaron de gira. Mis papás querían despedirse y me iban a traer el
equipaje al teatro al acabar la función. Resulta que estábamos haciendo
un cuadro de orientales y yo salía vestido de china, con dos crisantemos
grandotes, uno en cada oreja, y un tocado enorme con bolas doradas por
todos lados. Yo iba del camerino al escenario para el cuadro final y al
bajar... a quién veo en la entrada de artistas... A mis papás. Se les había
hecho temprano. Me frikie. No sabía qué hacer. Me dije: “Ya sé, voy a
pasar delante de ellos como si nada. No me van a reconocer”. Respiré
hondo y comencé a bajar las escaleras. Y justo al pasar frente a mi mamá,
oí que decía: “¡Ay Dios!”. Yo...me quería morir. Pero ¿qué me quedaba?
Tenía que salir a dar las gracias, y me seguí de frente. Terminó la función y
volví al camerino, y al acabar de vestirme y desmaquillarme, bajé otra
vez... Y mis papás seguían parados en el mismo lugar, rodeados de mis...
Bueno, nada más me dijeron: “Escríbenos, come bien y cuídate mucho”. Y
justo antes de salir mi papá le dijo al productor: “Le encargo mucho... a mi
hijo” ... La primera vez que dijo... esa... palabra...
(Al llegar a este punto, el llanto no lo deja continuar. Después de un momento,
Zack sube al escenario y lo abraza para consolarlo. Entra Larry)

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