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El Faro en las Tinieblas

(Sólo para guerreros)

Erase una vez un mundo hecho de Aire, Fuego, Agua y


Tierra; en él cobijábanse infinidades de seres en una
armoniosa justa sin comienzo ni fin, donde el más apto
podía pretender a un reino de corta duración pero
de significativa huella en la evolución del conjunto
hacia la luz de una harmonía mayor.
De esas pugnas inagotables, de la feroz
contradicción, nacían más y más seres que en cada
reencarnación del principio de la lucha acercábanse
palmo a palmo, grano a grano, hacia una cada vez más
perfecta integración con el torrente salvaje del
Devenir.
De la síntesis de los contrarios brotaban cualidades
dispersas en cantidades infinitas, briznas de luz en
cuerpos dispares que, o la cultivaban en el jardín de
los composibles o desaparecían mas deprisa
liberándola de tan obscuro yugo para ser recuperada
en uno de los torbellinos sincrónicos del
pensamiento omniversal.
La Muerte y el Tiempo, la Dispersión y el Espacio eran
los escollos que el propio Devenir dejaba tras su
paso como huellas del contínuo crear, brotar en todo
sentido, Actividad engendradora de sus futuras
Pasividades, guerrero- padre de su más temido
adversario.
Mas, el - los Movimientos pasan y la forma quedaba, el
grito estalla y el eco resonaba en los límites de su
propio andar.
La Naturaleza entera era un latido del pensar. En el
rugir de las olas contra la orgullosa roca, en el frenesí
del engendramiento de los seres cuyo grado vital era
en función de la proximidad o del alejamiento de la
fuente de todos los gritos.
En el pulular agitado, anuncio de la más cristalizada
inercia, destacábase la ley de que lo que no se
mueve por si –- mismo, está condenado a ser movido,
azotado por el Tiempo, asechado por la Muerte,
precipitado nuevamente en la existencia, bajo otra
petrificación, cada vez mayor a medida que la luz huye
hacia hogares menos estrechos y más obedientes con
el Designio Omniversal.
Donde Inercia se instaló, lo Propio se olvida y debe
ser enseñado. Los seres -– inmortales sin ya saberlo-
comenzaron a temer, la lucha se posterga, el espíritu
vaciló y lo reemplazó su eco, ego de orgullosa
prepotencia, signo inequívoco del próximo imperio
de la Nada, de pantanosas zonas de detención, de
parálisis de la luz, de espectros errantes, vampiros
de lo viviente y de su hálito inmortal, gemidos
desgarradores de un impulso abortado por falta de
desprendimiento, por amor enfermizo hacia lo creado
y adoración ciega de lo que sólo el Tiempo es
dueño.
Mas, del fango, diminutos brotes de Loto, esencia
olvidada por la Disolución, van a erguirse hacia el
Cielo hundido en las Tinieblas, en busca de la
anhelada Luz. De lo denso y malogrado, de las
pulsiones del hábito, del círculo vicioso y de la
perversa esclavitud, emprenderán, tímidamente en un
comienzo, el atrevimiento prohibido, la no –- acción
sacrílega entre todas, el osar mas osado:
La Visión Interior.
Descubrirán la Luz ejerciendo la Luz, comenzará el
latido en el silencio sepulcral, y por ese sólo acto
provocarán en la Inercia y su mórbida quietud, la
fisura que -a término- la condenará.

De la Debilidad Impotente, aprenderán la Fuerza y el


Atropello Descortés. De la Indolencia, que el
Esfuerzo es una semilla del Movimiento. De la
Disipación, que el Pensamiento es ante todo Centro
en el estéril divagar, eje de luz inubicable que las
garras de Cronos no sabrían apresar.
Y en ese palpitar sutil, recordarán que el Origen de
las cosas es también su fin, que al borrar todo, algo
permanece, que el vacío es algo más que una
ausencia y que el Faro en las Tinieblas está más al
alcance que cualquier objeto vulgar...

Christian L. Talarico.

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