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AEOLÔBADE

Historias de Loords | Olôbade | Primera Era| artist´s box


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Historias de Loord
Primera Era
Olôbade
Aeolôbade

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Sergio Rodriguez Gomera

Historias de Loord
Primera Era
Olôbade
Aeolôbade

artixt´s box
El libro digital
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Este escrito no podra ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso del autor.
Todos los derechos reservados.
Esta obra esta protegigida y regularizada por la ley de propiedad intelectual de españa.

Autor: Sergio Rodriguez Gomera (artist´s box)


Ilustración: william blake
Año: 2024

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Índice

6 - Introducción
8 - Capítulo 1: La pesadilla de despertar.
10 - Capítulo 2: De los primordiales y el nacimiento de la esperanza
15 - Capitulo 3: La centella

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Introducción

En el Umbral de los Dioses


En los recónditos confines del cosmos, donde la realidad danza
entre la luz y la sombra, se teje una epopeya mística que trascien-
de la esencia misma del ser. En este escenario etéreo, emergen
tres primordiales, entidades ancestrales dotadas de la esencia de
la creación y la discordia. Este relato se sumerge en los misterio-
sos designios de estos seres divinos, entrelazando sus destinos en
la forja del universo.

En la tradición de mitologías atemporales como “La Teogonía” de


Hesíodo y las obras maestras fantásticas como “El Señor de los
Anillos” de J.R.R. Tolkien, este relato se erige como un canto a la
creación, la compasión y la conexión entre lo divino y lo terrenal.
A través de sus páginas, exploraremos un mundo donde la luz y la
oscuridad danzan en armonía, donde los dioses forjan la realidad
con sus cantos y donde la compasión se erige como fuerza pri-
mordial.

Desde el despertar de los primordiales en un estado de perfección


hasta su lucha por la supremacía y la eventual creación de un
cosmos único, nos sumergiremos en los misterios de este univer-
so, donde la luz de la creación se refleja en cada rincón. Siguiendo
la estela de obras literarias y mitológicas, esta narrativa busca
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trascender las fronteras del tiempo y del espacio, desentrañando
la esencia misma de la existencia.

Así, en el umbral de los dioses, invitamos al lector a embarcar-


se en un viaje donde la realidad se entreteje con la fantasía, y
las sombras del pasado se disuelven en la luz del presente. Este
relato es un tributo a la imaginación, a la creación desenfrenada
y al eterno misterio que envuelve a los seres divinos en sus tra-
vesías cósmicas. Bienvenidos a un universo donde los cantos de
los dioses resuenan en la eternidad, y la creación es un arte que
trasciende los límites de la comprensión humana.

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Capítulo 1

La pesadilla de despertar

A
l principio, todo estaba unido, todo era homogéneo, igual y equi-
distante. Perfecto. Una realidad única y absoluta; era el todo.

Aquel lugar tenía una mística realidad de tenue luz dorada, como un
mar de tranquilo y sereno sueño, de dulces fantasías y maravillas donde
desembocan todos los ríos de verdad y certeza. Era un sacro paisaje don-
de el espíritu descansa en lecho realizado de noble madera con acabados
florales y animales jamás imaginados y fabricado por artesanas manos.
Lecho de infinita gracia, suave paja como de seda tejida y una almoha-
da de limpia conciencia. En aquel gozo se contempla un áurico paisaje
de matemática perfecta, montañas coronadas de fina plata y pies de puro
bronce, prados bañados de perenne rocío de mañana y bosques de enor-
mes árboles con hojas que resplandecen con el color del alma. Más que
un lugar parecía el secreto de una gruta escondida de piedras y gemas
preciosas al margen de los avatares del mundo. La atemporalidad regía e
impregnaba todas las cosas.

Y de aquel descanso sin causa aparente, una sombra despertó un gi-


gante. Y las aguas tranquilas comenzaron a agitarse como un corazón in-
quieto. Una sombra tras otra aparecía. Cada una era una pregunta que
esperaba su respuesta. Apareció la penumbra en el todo. El ensueño era
cada vez más fuerte y el espíritu se convulsionaba en su cama. Lo que fue
una melodía tan hermosa como el canto de pájaros al amanecer y cálida
como el fuego en invierno se llenaba de ecos y aullidos. La calma era sus-
tituida por truenos y los ríos parecían ahora caballos desbocados.

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Aquel espíritu que descansaba en paz abrió los ojos como se abre un
madero con un hacha forjada de acero. Así nació Dios. El todo se trans-
formó en tribulación.

Aquella realidad sacrosanta ahora fue sustituida por una profana realidad
de sutiles sombras, por un embravecido océano en el cuál desembocan to-
das las pesadillas. Un mundo de herejía donde el espíritu convulsiona en
una prisión de fuego y hielo y una extraña realidad son sus cadenas invisi-
bles donde lo más parecido al hogar son las dudas y la amargura. Sin más
visión que una yerma llanura dispuesta como un camposanto ya tiempo
olvidado. Sin más esperanza que aquel recuerdo de un lugar donde habitó
y que se desvanece ahora en el abismo de profunda oscuridad.

Allí, entre tanta convulsión, nació el Dios; envuelto en las tinieblas de un


vasto vacío sin vida, sin forma, sin nada. Solo Él, puesto allí por Santa Ley.
¿Cómo puede un individuo, aunque sea un Dios, entender el significado
de aquella oscuridad?,¿Cómo poder avanzar?,¿Es que acaso tendría que
tentar a ciegas durante toda una eternidad aquel lugar?, Qué extraño era
el estar despierto.

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Capítulo 2

De los primordiales y el nacimiento de


la esperanza

L
o intangible se volvió tangible y el sueño se esfumó, naciendo
la incertidumbre, el miedo y la duda. Y el sueño, ahora ma-
terializado, comenzó a derrumbarse sobre sí mismo, a pre-
cipitarse sobre aquella despierta conciencia, transmutada a una
pesadilla
viva.

El dios allí despierto por una intriga inicial se vio envuelto en un


terremoto que se abalanzaba sobre él como un depredador sobre
su presa. Sin posibilidad de escape, ahora él era la roca que cae a su
profundo destino, erosionada durante milenios por las olas de un
mar eternamente embravecido. El caos, un deseo hecho realidad
desfragmentado.

Tal fue la angustia de tan insólito suceso que un haz de luz de plata,
como si de una luna llena mística se tratara, lo inundó todo hasta
perderse en el infinito vacío. Tras ella solo quedaba una angustiosa
sinfonía y, finalmente, todas las cosas se desgarraron como la car-
ne por afilada piedra. Todo eso ocurrió en un momento casi fugaz,
igual que cuando el rayo y la tierra se encuentran y dan el cristal.
Suspendida en el tiempo quedó una fina bruma de tristezas y la-
mentos y una conciencia despierta lo vio todo.

El dios se encontraba allí solo y su único consuelo eran vagos


recuerdos que parecían un agua maldita que da más sed que la sed
que quita. La desazón se fue apoderando de él hasta casi perderse
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su identidad. Aquella intranquilidad se manifestó en la bruma
de la creación y poco a poco tomaba la naturaleza de un espíri-
tu metálico, un silencio lleno de truenos, una belleza terrible. Y
de una luz invisible, junto a un frío abrasador, todo se llenó. De
aquella angustia surgió un deseo del dios, el deseo de salir de allí y
dejar de sufrir. Él se rasgó, y tomó la apariencia de tres entidades
distintas.

Así nació por ejemplo el cuerpo que era como caliginoso, de mu-
chas formas, pero todas genuinas. Se podría decir que su textura
estaba como formada de eones. Era aquella una textura de la que
emanaban destellos de un color milagroso del que provenía un
canto sintético. Era como un meteoro que viaja por el cosmos sin
miedo ni preocupación desplazando, engullendo o transformado
todo cuanto se cruza en su camino. Tal era su majestuosidad que
provocaría que cualquiera que le observarse quedara con la cuenca
de sus ojos vacías, o que todo dolor o sufrimiento se desvaneciera y
fuera sustituido por un éxtasis místico permanente que sólo se de-
tendría cuando la falta de alimento llevara al cuerpo a su hora final
y alcanzara así la gloria, la purificación y el privilegio de abandonar
este mundo, abandonarlo para reunirse con el todo.

Otra de esos entes fue la mente, ama y señora de todas las ideas,
conceptos y teorías. Esta era arrogante, fría y especuladora. La
mente era como un astro incognoscible, como envuelto en voz sa-
grada que se mueve al ritmo de una armonía dorada que emite un
sonido como el canto de piedras preciosas nacidas del magma.
Su quietud era perturbadora y de ella emanaba una luz que era
sombra, inmóvil en el mismo centro de aquel vacío, como si el
tiempo no fuese con ella, consciente de su inmortalidad. Cualquie-
ra en su presencia sentía como las partículas de la nada atravesa-
ban su cuerpo, produciendo un dolor de placer traumático, y cómo
su cuerpo se inmovilizaría para, poco a poco, desdibujarse bajo
aquel manto de luz y sombra que todo lo borraba y que solo dejaba
suspendido en el cosmos el brillo de sus recuerdos.
Así, se calmaba todo el dolor de los amargos recuerdos de la vida.
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Y finalmente el espíritu. Este era inquieto, ansioso, imprudente,
y en cierta forma, malicioso. Su forma estaba compuesta de innu-
merables ángulos geométricos centelleantes de colores aún inexis-
tentes; parecían alas imposibles, todo él era la exaltación de la ima-
ginación y la creatividad. Aquella arquitectura guardaba entre sí
una imagen que parecía como un río lleno de colisiones de mundos
helados y acuosos. De él emanaba la luz del océano, y todo lo que le
rodeaba parecía envuelto en viento plasmático que distorsionaba
todo, hasta el tiempo, el espacio y la materia. Su voluntad abrasa-
ba y contemplarlo significaba fusionarse con aquella geométrica
entidad que provocaba que la carne se moldeara y se asimilase a
aquel celeste ser para emitir cantos eternos de ritmos embriagado-
res, dando al corazón gozo eterno. Cada una de las encarnaciones
guardaba un recuerdo distinto y parcial de lo que fue el todo, pero
como los tres querían configurar aquella realidad según su visión,
hablaron entre sí. Sin embargo, en aquel momento podían oír, pero
no escuchar; ver, pero no mirar. Se negaron los unos a los otros.

Así comenzaron a agitar una bruma que moldeaban, que hacían


colisionar y que desfragmentaban, para así volver a amasarla. To-
das sus creaciones sin vida vagaban en aquel cosmos, precipitán-
dose la una contra la otra, destruyendo cada uno la creación del
otro, comenzando así una lucha sin cuartel para ver cuál de los tres
prevalecería sobre los otros. Tan larga fue la confrontación que un
día simplemente se olvidaron del porqué de tan eterna disputa y el
silencio se hizo. Los tres observaron a su alrededor el casi infinito
cosmos, sin comprender del todo qué hacían allí, y comenzaron a
hablar los unos con los otros, compartiendo sus recuerdos. Que-
daron fascinados el uno del otro, de lo nuevo que mostraban, y de
esta unión amistosa surgió la idea de crear juntos, de unirse para
dar forma a algo único, a algo que procediera de la unión de sus
lejanas vivencias.

El cuerpo dio forma a la bruma, la mente a la consciencia y el es-


píritu a la vida; pero aquello que crearon les desilusionó. Parecía
bello, pero no lo era; parecía consciente, pero no lo estaba; parecía
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vivo, pero no se movía. Lo que tenía que ser un triunfo se convirtió
en un fracaso, en una aberración. Y los tres primordiales no du-
daron en destruirlo todo, pero en el mismo acto de querer borrar
su creación se detuvieron y algo nuevo en ellos floreció al mismo
tiempo. Ese algo fue la compasión. Sintieron vergüenza de lo que
estaban a punto de hacer y aproximaron a ellos aquella creación
extraña para protegerla hasta el fin de los tiempos.

Fue aquel acto de bondad y amor lo que hizo que aquellos recuer-
dos individuales conectasen y pudieran por primera vez en eones
recordar con claridad lo que una vez fue su naturaleza en su estado
más prístino. Aquella extasiante situación los liberó de todo el su-
frimiento del que habían nacido, y exorcizados de aquella pesadez
sintieron alivio. De los tres salió una luz brillante como las estrellas
que se elevaba sobre ellos. Tan sobrenatural era aquella luz que
el reflejo de esta era como el reflejo nítido de ángeles sobre nues-
tras pupilas. Los tres primordiales siguieron la estela y mientras la
seguían su dolor se filtraba de sus cuerpos quedando suspendida
en aquel oscuro cosmos como un metal vivo e intangible. Uno de
ellos miro atrás, como si una voz medio apagada los llamase entre
lamentos. Y al ver que dejaba a su suerte todo aquello a lo que ha-
bía dado forma no pudo seguir ascendiendo; igual ocurrió con sus
otros dos hermanos. Pero para no olvidar y así seguir viviendo en
gozo rogaron a aquella luz viva que no les abandonase. La luz se
detuvo, pero tal era su pureza y verdad que aquella realidad ardía
con el peligro de convertirse en brasas vivas, así que dejó caer una
lágrima.
La luz viva se alejó de ellos y se esfumó como una estrella fugaz en
una noche de verano.

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Capítulo 3

La centella

Los primordiales miraban a lo alto y sintieron temor al ver que


aquella luz viva que salió de ellos se transformaba en una llama
viviente, aún más abstracta que ellos mismos. Pero en su violenta
existencia reinaba una constante, como una ley inscrita en el teji-
do mismo de la realidad, una ley que otorgaba a tal hecho de una
solemnidad propia de los lugares sagrados que se encuentran más
allá de las grandes urbes, introducidos en bosques tan profundos
como antiguos, donde la presencia de cualquier cosa animada es
más un espejismo que un hecho en sí.

Los primordiales entre cegados, abrasados y asustados se aparta-


ron de lo insólito y se buscaron entre ellos no para protegerse, pues
con una fuerza tal nada se puede hacer, sino para darse fuerza entre
ellos y no desesperanzar. De pronto, emergió una voz nunca oída
de difícil comprensión que se solidificaba y caía sobre ellos como
fuegos piroclásticos. Por primera vez supieron lo que era desapare-
cer para siempre y temieron realmente que ese fuese su final. Pero
aquel caos desapareció, dejando ahora tras de sí un no menos si-
lencio aterrador del que uno no sabe que esperar. A medida que se
sentían más seguros, se alzaban de nuevo a aquel lugar donde un
milagro demoníaco casi los hace desaparecer. En su lugar comen-
zó a descender algo no mucho más grande que un grano de arroz;
definirlo sería difícil, algo tan pequeño, casi despreciable, pero que
contenía todo lo prodigioso de aquella luz viviente. Esa centella te-
nía un origen y naturaleza similares a los primordiales. Este origen
se basaba y conformaba a partir de los aspectos individuales del
dios: su cuerpo, su mente y su espíritu. Pero eran esos aspectos una
apariencia de la imagen absoluta de la unidad del sueño. Aquella
centella era la apariencia de aquella compasión inicial descubierta
por los primordiales, pero su naturaleza era algo distinta pues no
era solo apariencia, era el avatar de esta unidad, que tomó forma
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de una brillante semilla que esperaba ser abonada para florecer.

Los primordiales estaban confundidos, ¿que había sido aquella


sensación de plenitud momentánea que vivieron?, ¿que fue aquel
ente que todo lo abrasaba?, ¿dónde había ido?, ¿regresaría?, ¿era
dañino? A estas dudas ahora le añadían la inexplicable aparición
de aquella semilla que venía del mismo lugar que casi les conde-
nó a la extinción. La percibían con miedo, curiosidad y devoción.
Incrédulos la miraban y observaban sin saber muy bien qué ha-
cer con ella. La centella provocaba en los primordiales una fuerte
atracción y magnetismo, que les hacía sentir aún más respeto por
ella. Hablaron entre ellos de qué hacer y cómo proceder, pero nin-
guna respuesta les convencía ; ninguna acción tomaron con ese
asunto, sintiéndose solos y confundidos en aquel cosmos en el que
no pudieron hacer otra cosa más que elevar plegarias, aunque no
sabían muy bien a qué ni a quien. Acaso a ellos mismos, el cuerpo
comenzó a alzar una plegaria, como salida de una caverna que na-
cía en lo más profundo del cosmos. Le siguió la mente con un canto
parecido a las estrellas en las claras noches de verano sin luna, y
luego el espíritu con ritmos que parecían el nacimiento de un ma-
nantial y cascadas tan altas donde el agua se convertía en vapor
antes de alcanzar el suelo y cuyas melodías emanaban de aquel be-
llo recuerdo que poseían. Aquella melodía era entre melancólica y
esperanzadora. Y tan alto y duradero fue su canto y su plegaria que
la centella parecía escucharles. Ella comenzó a resonar y saltaron
chispas multicolores y un aroma a santidad. Y, como un milagro,
la voz del dios se hizo una onda de luz y tiempo que dio consuelo
a los afligidos primordiales, y estos restablecieron su paz interior.
El dios alzó su canto lleno de gracia y serenidad y respondió a las
plegarias de sus hijos. Consolando sus lamentos, su voz emergió de
aquella semilla extraordinaria, como ondas de tiempo luminoso.
Les dijo que simplemente acomodasen aquel vacío para que aquel
fruto pudiese arraigar y que nunca dejaran de cantar, pues de tales
cantos se nutriría lo que naciese de allí y lo mantendrían vivo. Él
estaría no para decirles que hacer, sino para dar consuelo a sus
penas y consejos a sus tribulaciones. Así nacieron los dioses de un
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mundo que no es el nuestro.

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Inspirado en los diferentes mitos de la creación así como en
otras obras de narrativa fantástica, Aeolôbade es la primera
parte y la base de toda la mitología de Historias de Loord.

Si bien esta obra no fue la primera en ser escrita es paralela a la


historia central “la profecía del árbol” pues mientras en aquella
se hablaban de los mitos, héroes y leyendas en Aeolôbade se
cuenta el origen de todos ellos, sus involucrados directos, sus
acciones e incluso mitos ya olvidados en el mundo de Loord.

Con una narrativa lineal contada a través de metáforas y sím-


bolos se explica la aparición de los primeros dioses y el mundo,
como són y cómo funcionan, su carácter, todo ello dentro de
una narrativa que aborda el tema del dualismo filosófico y el
eterno conflicto entre materia y espíritu.

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