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Sergio Rodriguez Gomera
Historias de Loord
Primera Era
Olôbade
Aeolôbade
artixt´s box
El libro digital
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Índice
6 - Introducción
8 - Capítulo 1: La pesadilla de despertar.
10 - Capítulo 2: De los primordiales y el nacimiento de la esperanza
15 - Capitulo 3: La centella
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Introducción
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Capítulo 1
La pesadilla de despertar
A
l principio, todo estaba unido, todo era homogéneo, igual y equi-
distante. Perfecto. Una realidad única y absoluta; era el todo.
Aquel lugar tenía una mística realidad de tenue luz dorada, como un
mar de tranquilo y sereno sueño, de dulces fantasías y maravillas donde
desembocan todos los ríos de verdad y certeza. Era un sacro paisaje don-
de el espíritu descansa en lecho realizado de noble madera con acabados
florales y animales jamás imaginados y fabricado por artesanas manos.
Lecho de infinita gracia, suave paja como de seda tejida y una almoha-
da de limpia conciencia. En aquel gozo se contempla un áurico paisaje
de matemática perfecta, montañas coronadas de fina plata y pies de puro
bronce, prados bañados de perenne rocío de mañana y bosques de enor-
mes árboles con hojas que resplandecen con el color del alma. Más que
un lugar parecía el secreto de una gruta escondida de piedras y gemas
preciosas al margen de los avatares del mundo. La atemporalidad regía e
impregnaba todas las cosas.
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Aquel espíritu que descansaba en paz abrió los ojos como se abre un
madero con un hacha forjada de acero. Así nació Dios. El todo se trans-
formó en tribulación.
Aquella realidad sacrosanta ahora fue sustituida por una profana realidad
de sutiles sombras, por un embravecido océano en el cuál desembocan to-
das las pesadillas. Un mundo de herejía donde el espíritu convulsiona en
una prisión de fuego y hielo y una extraña realidad son sus cadenas invisi-
bles donde lo más parecido al hogar son las dudas y la amargura. Sin más
visión que una yerma llanura dispuesta como un camposanto ya tiempo
olvidado. Sin más esperanza que aquel recuerdo de un lugar donde habitó
y que se desvanece ahora en el abismo de profunda oscuridad.
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Capítulo 2
L
o intangible se volvió tangible y el sueño se esfumó, naciendo
la incertidumbre, el miedo y la duda. Y el sueño, ahora ma-
terializado, comenzó a derrumbarse sobre sí mismo, a pre-
cipitarse sobre aquella despierta conciencia, transmutada a una
pesadilla
viva.
Tal fue la angustia de tan insólito suceso que un haz de luz de plata,
como si de una luna llena mística se tratara, lo inundó todo hasta
perderse en el infinito vacío. Tras ella solo quedaba una angustiosa
sinfonía y, finalmente, todas las cosas se desgarraron como la car-
ne por afilada piedra. Todo eso ocurrió en un momento casi fugaz,
igual que cuando el rayo y la tierra se encuentran y dan el cristal.
Suspendida en el tiempo quedó una fina bruma de tristezas y la-
mentos y una conciencia despierta lo vio todo.
Así nació por ejemplo el cuerpo que era como caliginoso, de mu-
chas formas, pero todas genuinas. Se podría decir que su textura
estaba como formada de eones. Era aquella una textura de la que
emanaban destellos de un color milagroso del que provenía un
canto sintético. Era como un meteoro que viaja por el cosmos sin
miedo ni preocupación desplazando, engullendo o transformado
todo cuanto se cruza en su camino. Tal era su majestuosidad que
provocaría que cualquiera que le observarse quedara con la cuenca
de sus ojos vacías, o que todo dolor o sufrimiento se desvaneciera y
fuera sustituido por un éxtasis místico permanente que sólo se de-
tendría cuando la falta de alimento llevara al cuerpo a su hora final
y alcanzara así la gloria, la purificación y el privilegio de abandonar
este mundo, abandonarlo para reunirse con el todo.
Otra de esos entes fue la mente, ama y señora de todas las ideas,
conceptos y teorías. Esta era arrogante, fría y especuladora. La
mente era como un astro incognoscible, como envuelto en voz sa-
grada que se mueve al ritmo de una armonía dorada que emite un
sonido como el canto de piedras preciosas nacidas del magma.
Su quietud era perturbadora y de ella emanaba una luz que era
sombra, inmóvil en el mismo centro de aquel vacío, como si el
tiempo no fuese con ella, consciente de su inmortalidad. Cualquie-
ra en su presencia sentía como las partículas de la nada atravesa-
ban su cuerpo, produciendo un dolor de placer traumático, y cómo
su cuerpo se inmovilizaría para, poco a poco, desdibujarse bajo
aquel manto de luz y sombra que todo lo borraba y que solo dejaba
suspendido en el cosmos el brillo de sus recuerdos.
Así, se calmaba todo el dolor de los amargos recuerdos de la vida.
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Y finalmente el espíritu. Este era inquieto, ansioso, imprudente,
y en cierta forma, malicioso. Su forma estaba compuesta de innu-
merables ángulos geométricos centelleantes de colores aún inexis-
tentes; parecían alas imposibles, todo él era la exaltación de la ima-
ginación y la creatividad. Aquella arquitectura guardaba entre sí
una imagen que parecía como un río lleno de colisiones de mundos
helados y acuosos. De él emanaba la luz del océano, y todo lo que le
rodeaba parecía envuelto en viento plasmático que distorsionaba
todo, hasta el tiempo, el espacio y la materia. Su voluntad abrasa-
ba y contemplarlo significaba fusionarse con aquella geométrica
entidad que provocaba que la carne se moldeara y se asimilase a
aquel celeste ser para emitir cantos eternos de ritmos embriagado-
res, dando al corazón gozo eterno. Cada una de las encarnaciones
guardaba un recuerdo distinto y parcial de lo que fue el todo, pero
como los tres querían configurar aquella realidad según su visión,
hablaron entre sí. Sin embargo, en aquel momento podían oír, pero
no escuchar; ver, pero no mirar. Se negaron los unos a los otros.
Fue aquel acto de bondad y amor lo que hizo que aquellos recuer-
dos individuales conectasen y pudieran por primera vez en eones
recordar con claridad lo que una vez fue su naturaleza en su estado
más prístino. Aquella extasiante situación los liberó de todo el su-
frimiento del que habían nacido, y exorcizados de aquella pesadez
sintieron alivio. De los tres salió una luz brillante como las estrellas
que se elevaba sobre ellos. Tan sobrenatural era aquella luz que
el reflejo de esta era como el reflejo nítido de ángeles sobre nues-
tras pupilas. Los tres primordiales siguieron la estela y mientras la
seguían su dolor se filtraba de sus cuerpos quedando suspendida
en aquel oscuro cosmos como un metal vivo e intangible. Uno de
ellos miro atrás, como si una voz medio apagada los llamase entre
lamentos. Y al ver que dejaba a su suerte todo aquello a lo que ha-
bía dado forma no pudo seguir ascendiendo; igual ocurrió con sus
otros dos hermanos. Pero para no olvidar y así seguir viviendo en
gozo rogaron a aquella luz viva que no les abandonase. La luz se
detuvo, pero tal era su pureza y verdad que aquella realidad ardía
con el peligro de convertirse en brasas vivas, así que dejó caer una
lágrima.
La luz viva se alejó de ellos y se esfumó como una estrella fugaz en
una noche de verano.
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Capítulo 3
La centella
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Inspirado en los diferentes mitos de la creación así como en
otras obras de narrativa fantástica, Aeolôbade es la primera
parte y la base de toda la mitología de Historias de Loord.