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Pedro Bekinschtein

Neurociencia para (nunca) cambiar de opinión

Ediciones B

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A todos los científicos y docentes que contribuyen a
mantener vivo el pensamiento científico.

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Introducción

La razón de mi vida

¿A quién no le gusta tener razón? Como cuando le dijiste a tu amiga en el día de su


casamiento “¿Viste que yo tenía razón? ¿Que Juan Carlos era tu media naranja? Y vos
que no le dabas ni bola ¿viste, viste, viste? ¡Ja!”. Si no fuera porque tu amiga descubrió
que Juan Carlos tenía una segunda familia en Quilmes, se terminó separando y
suicidando, aún seguirías disfrutando de ese “¡Ja!” en vez de tenerlo metido bien en el
fondo del trasero.
Hay algo intrínsecamente reconfortante en tener razón, es algo así como pensar
“¿Viste, universo? Puedo predecir todo lo que va a pasar, yo te veo, veo de qué estás
hecho”. Quizás leíste en internet que los vegetarianos tienen menor frecuencia de cáncer
y le recomendaste a tu amigo que se hiciera vegano, dados sus antecedentes de
enfermedades familiares. Cuando tu amigo haya dejado de verte porque se unió a una
secta que se para debajo de los nogales a esperar que caigan nueces, su único alimento
permitido, te habrás arrepentido un poco, aunque al menos no murió de cáncer.
Estrictamente es cierto que, hasta la fecha, el Tony no murió de cáncer, pero nunca
podrás saber si su salud habría sido igual si hubiera comido asado todos los domingos.
Con tus datos empíricos, perdón, con tu único dato, podés confirmar lo que ya creías y
quedarte tranquilo con tu consejo. Usualmente, uno es capaz de discutir por las cosas
más banales y las más profundas, como por ejemplo quién fue el que le dio el disparo
final al AT-AT en el Star Wars Battlefront en modo cooperativo, si son mejores los
perros o los gatos, si Android o Apple, si aceite de oliva extra virgen español o italiano,
si un ovocito fecundado es una persona o no, si todo lo inventaron Los Beatles o Los
Rolling Stones, si es mejor inflación con proteccionismo y consumo o inflación con el
mercado liberado y competencia, si es más rico el guefilte fish de tu mamá o el de tu tía,

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si hay que financiar la ciencia básica o la aplicada, si es mejor el invierno o el verano, si
el cambio climático es obra del ser humano o es una fluctuación del clima global, si la
marihuana debe ser legal o no, si con cilantro o sin cilantro, si pinot noir o cabernet, si
paridad de género o meritocracia, si mate dulce o amargo, si es más rico el helado de
agua o el de crema, si el chocolate blanco merece llamarse chocolate o no, si el alma
existe o si es una creación de las religiones, si el Estado laico debe seguir financiando a
la Iglesia o dejar de darles plata a sacerdotes pedófilos, si melbas u óreos, y así podría
hacer un libro entero sobre las grietas.
Probablemente la mayoría tenga una opinión sobre muchos de estos tópicos. Estas
opiniones crecen como tumores y van ocupando nuestra capacidad de decidir sobre la
base de evidencias. Las opiniones, que usualmente están basadas en creencias, son
extremadamente resistentes a las evidencias cuando son opuestas a ellas. Este libro
intenta recorrer algunos de los mecanismos psicológicos y cognitivos involucrados en la
resistencia al cambio de visión. Las preguntas irán desde cómo nuestras expectativas y
creencias afectan la manera en la que percibimos el mundo hasta si existen bases
biológicas que expliquen las diferencias en ideología política.
También me pregunto en estas páginas si nuestras decisiones a la hora de votar
representantes están basadas en sus propuestas o en aspectos más oscuros e
indescifrables que ocurren fuera de nuestra conciencia. Por último, exploro cómo se
construye la memoria compartida en función de los recuerdos individuales y cómo eso
afecta nuestra visión del mundo.
Te invito a explorar la necedad del cerebro y la necesidad de saber qué nos pasa en la
cabeza en esta vida llena de contradicciones, qué nos pasa cuando no podemos cambiar
de opinión.

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Capítulo 1

La ilusión de la realidad: un vestido y un amor

—¿Viste lo del vestido azul y negro?


—Querrás decir el vestido blanco y dorado, querida.
—Block y unfollow por forra.

De “Mis aventuras en la red”, por Avelina Puntoorg

Si hablo de “el vestido”, seguro sabrás a qué me refiero. La noche del 26 de febrero de
2015 ocurrió algo impensado, pero yo no me enteré hasta el día siguiente en el que
descubrí que mi teléfono ardía con mensajes de muchas personas, algunos de números
conocidos, otros no. ¿Se estaba acabando el mundo? ¿Se trató de una invasión
extraterrestre? ¿Había ganado la lotería a pesar de no haber comprado un número? Por
supuesto que no. Se trató de la primera, y probablemente la última vez que hubo una
emergencia neurocientífica. “¿Viste lo del vestido? ¿Cuál es la explicación?”
El evento del vestido, también conocido como “Dressgate”, llevó a la locura a cientos
de miles de personas en las redes sociales. Se trataba de la foto de un atuendo, bastante
mala por cierto, que para algunos era claramente azul y negro, mientras que para otros
era definitivamente blanco y dorado. Lo que no logró el cambio climático o la epidemia
de sarampión lo logró un miserable vestido: que la gente acudiera a la ayuda de los
expertos, pero no en indumentaria, sino en ciencia. Por más banal, trivial, frívolo,
desprovisto de profundidad e irremediablemente inútil que parezca el affaire del vestido,
forma parte del núcleo central del tema de este libro. Podrás pensar entonces que este
libro, y quizás su autor, es banal, frívolo y hasta irremediablemente estúpido y yo no voy
a confrontarte en ese sentido, porque, como con el vestido, la percepción de objetos,

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hechos, experiencias y recuerdos de ellas varían de persona a persona. Igual, trataré de
convencerte de que el tema del vestido —lo del libro es irremontable—, es ilustrativo de
por qué dos personas pueden leer el mismo libro, escuchar la misma música, enfrentarse
a la misma evidencia y, sin embargo, llegar a conclusiones remotamente diferentes
acerca de lo que están experimentando.
Antes de jugar en las ligas mayores de la percepción del color, te propongo mirar un
cubo. Cualquier físico seguramente te diga que un vestido ideal puede expresarse como
un conjunto infinito de cubos imaginarios, ponele. El siguiente es conocido como el
cubo de Necker y se puede usar para ilustrar uno de los conceptos más importantes del
funcionamiento de la percepción. Observalo con atención:

Ahora decime dónde pensás que está el círculo gris, en la cara de adelante o en la cara
de atrás del cubo. En este caso no existe una respuesta incorrecta, puede estar en
cualquiera de las dos posiciones, según cómo lo percibas. De hecho, si hacés un pequeño
esfuerzo podés ir cambiando la posición del círculo gris de adelante hacia atrás o al
revés. Lo que, seguro, no podés hacer es ver las dos configuraciones del cubo al mismo
tiempo. Lo interesante es que la información que llega a tus retinas y es procesada por el
sistema visual periférico es la misma, independientemente de qué configuración
observes conscientemente. Te recomiendo guardar una imagen del cubo de Necker para
el chat de Tinder, y te aseguraría una conversación con una posterior lluvia de
encuentros sexuales.
Ante exactamente el mismo conjunto de estímulos externos, podemos tener dos
configuraciones distintas. Mejor aún: esas dos configuraciones no existen fuera de tu
mente. El solo hecho de tener los estímulos adelante no es suficiente para que el otro vea
lo mismo que uno, a veces hay que señalar, indicar y guiar esta percepción. Así que
imaginate: si con un simple cubo ya existen dos maneras de verlo, lo que será un mundo

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hecho de infinitos cubos con infinitos puntos grises. Es un mundo con infinitas
configuraciones. Y este objeto tridimensional nos deja otra enseñanza, cambiar la
perspectiva implica un esfuerzo. Para salir de lo que naturalmente percibimos tenemos
que utilizar mecanismos cerebrales que involucran cierto control sobre la manera en la
que observamos el mundo. No somos un cerebro que recibe pasivamente lo que el
mundo tiene, sino que podemos intervenir sobre ese mundo alternando internamente las
distintas configuraciones. O sea, el mundo tiene configuraciones, y es probable que sean
muchas.
Antes de pasar de un cubo ideal al mundo real, podemos hacer una escala en el
vestido, porque a diferencia del cubo de Necker, para cada persona, la prenda parece
tener una única configuración, y por más que a uno le digan “¿Qué sos, ciego?” o “¿Te
comieron los ojos los cuervos oftalmólogos?” o “Para mí que tenés un tumor cerebral, no
puede ser que no veas los colores como todo el mundo”, la configuración no cambia.
Para entender este fenómeno necesitamos un concepto nuevo, uno que pueda incluir al
cubo en el mundo y darle sentido. El estímulo cubil está siempre en la pantalla o en el
papel, pero nosotros no vivimos en ese mundo constante, el nuestro cambia todo el
tiempo, cambian las perspectivas, la luz, los sonidos, y hasta cambiamos nosotros
mismos. El mejor ejemplo son los colores: la camiseta naranja que usás para dormir es
igual de naranja a la mañana cuando te levantás, a la noche cuando te acostás o a la
madrugada cuando te levantás a hacer pis porque tu vejiga es de escaso volumen. Esto es
raro, el color depende de la luz que llega a tu retina una vez que fue reflejada por la
prenda de vestir. Como las longitudes de onda de la luz van cambiando a lo largo de las
24 horas, sería lógico que el color que uno ve cambiara con la luz. Pero no, es el mismo
naranja horrible y chillón, por algo usás esa remera para dormir. O sea que tenemos que
estar compensando estos cambios de alguna forma. El cerebro va ajustando el balance de
acuerdo al contexto en el que los estímulos aparecen. Si esto no pasara, una persona
blanca debería verse negra en un lugar con poca luz y eso aumentaría sus probabilidades
de ser baleado por la espalda por las fuerzas de seguridad, por ejemplo.
El mantenimiento de estas configuraciones perceptuales, a pesar de la modificación
del contexto en el que son experimentadas, se conoce como “constancia perceptual”, y es
uno de los procesos cerebrales que hace que el mundo sea un poco más predecible,
aunque también que seamos menos flexibles.
Ahora ya estás listo para la resolución del problema neurocientífico del milenio, que

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es el del vestido. ¿Qué hizo la ciencia frente a este misterio? Hizo lo que cualquiera que
entiende lo importante que son las evidencias, haría: experimentos. En junio de 2015, la
revista Current Biology publicó tres estudios sobre el problema del vestido. Los tres
trabajos fueron realizados en diferentes laboratorios y con distintas aproximaciones
experimentales1. Por ejemplo, en el laboratorio del psicólogo Michael Webster en
Nevada, Estados Unidos, pensaron que se trataba de un nuevo fenómeno de constancia
perceptual, en este caso de color, que involucraba tonos de azul y de amarillo. Para
realizar los ajustes necesarios para mantener el color constante, cada uno debe realizar
numerosas asunciones acerca de la naturaleza de las fuentes de luz y las superficies sobre
las que esa luz es reflejada. Su hipótesis era que los observadores que veían el vestido
azul y negro asumían que la luz era mayormente azul, o sea, la imagen había sido
obtenida a la nochecita o con luz artificial. En cambio, los que veían la prenda blanca y
amarilla o blanca y dorada asumían que veían los colores originales del vestido, o sea,
con luz totalmente blanca. Pero además descubrieron que, de alguna manera, ambas
configuraciones eran excluyentes. O sea: cuando invirtieron los tonos de algunas
imágenes de azul a amarillo y viceversa, el blanco se ve como amarillo y el plateado
como dorado.
Para estos investigadores, las diferencias en la percepción se explican por las
asunciones acerca de las fuentes de luz que iluminaron el vestido y por una asimetría
particular entre el azul y el amarillo que, si bien conviven en la camiseta de Boca,
cuando están solos nos cambian la percepción de los demás colores.
Pero este no fue el único estudio que se hizo con la prenda, porque los científicos
están ávidos de conquistar seguidores en las redes sociales y varios no quisieron perderse
una tajada de la torta de perfiles curiosos que existen en la red. Los psicólogos Karl R.
Gegenfurtner, Marina Bloj y Matteo Toscani, en Alemania, realizaron otro tipo de
experimentos. Su hipótesis era que las diferencias entre observadores también surgían
por asumir diferente iluminación. En especial, suponían que, dado que los colores del
vestido forman parte de los colores naturales del día (azules, amarillos, marrones, etc.),
resultaba más difícil diferenciar los colores que son producto de la fuente de iluminación
de los que son reflejados por el vestido. En este caso, la constancia de color fallaría
porque no se trata de un estímulo real, sino de una fotografía en la que el balance blanco
(automático) de la cámara no coincide con la iluminación natural de la escena.
Hicieron un experimento en el que quince observadores tuvieron que hacer coincidir

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el color que veían en el vestido y en los lazos con unos discos de colores a lo largo de un
continuo. Lo que encontraron no fue una división clara entre los que lo veían azul y
negro y los que lo veían blanco y dorado, sino un continuo dentro de las escalas de
colores. Cuando la fotografía fue modificada a escala de grises, la mayoría de los
observadores coincidieron en su reporte de color, aunque lo interesante es que ninguno
vio el blanco, sino un gris claro. Este grupo concluyó, entonces, que existen variaciones
individuales en la percepción del color del vestido, pero no necesariamente hay
solamente dos configuraciones. Una posibilidad, como veremos más adelante, es que las
redes sociales nos hayan obligado a decidir por una de dos configuraciones, cuestión que
podría haber afectado directamente nuestra percepción del color de ese vestido.
El tercer estudio, y ya no jodo más con el vestido, fue realizado por los científicos
Rosa Lafer-Sousa, Katherine L. Hermann y Bevil R. Conway en el Massachusetts
Institute of Technology en Estados Unidos. Ellos realizaron una encuesta entre 1.401
participantes y observaron que, incluso entre las personas que veían por primera vez el
vestido, el reporte fue de blanco y dorado o de azul y negro, aunque algunos
respondieron que era azul y marrón. Dentro del grupo de los que reportaron blanco y
dorado, la mayoría eran mujeres y personas mayores. En un segundo test, algunos de los
participantes cambiaron su reporte, por lo que los investigadores piensan que en realidad
sí se trata de una imagen con más de una configuración y que las personas, como con el
cubo de Necker, pueden cambiar entre esas configuraciones. De manera similar a los
otros grupos, aquí también tenían una hipótesis acerca de la iluminación. Si los sujetos
asumían una iluminación más fría, como la del cielo, verían al vestido blanco y dorado,
pero si asumían una iluminación más cálida, de tipo incandescente, verían al vestido azul
y negro. El resto podría asumir una iluminación más neutra y lo verían azul y marrón.
Veintiocho sujetos fueron evaluados en el laboratorio y les pidieron que hicieran
coincidir los colores con una paleta conocida. A diferencia de los investigadores de
Alemania, los resultados fueron más consistentes con la idea de una imagen multiestable.
El resultado más interesante surgió cuando los científicos presentaron la imagen
modificada: esta vez el vestido estaba embebido en una escena con iluminación que no
resultaba ambigua, y la percepción de los colores coincidió con la predicha por la
iluminación. De esta forma, concluyeron que la percepción del color dependería de lo
que cada uno asumiera como fuente de iluminación. En el caso de que las fuentes de
iluminación fueran inciertas, cada uno asumiría lo que le parece y eso solo puede

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cambiar la manera en la que percibimos los objetos y el mundo en general.
Así que lo del vestido terminó siendo bastante menos bobo que lo que parecía. No
todo lo que proviene de las redes sociales es una huevada, de hecho, casi cualquier
pregunta puede transformarse en una serie de experimentos que nos ayuden a entender
cómo percibimos lo que nos rodea. Y también lo que nos producen los estímulos con los
que interactuamos.

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Quién se ha tomado todo el vino, oh, oh, oh

El paladar va cambiando a medida que pasa el tiempo. Mi mamá siempre cuenta que yo
no comía las galletitas rotas, yo opino que probablemente porque tenían un sabor
horrible y no porque estuvieran dañadas. Aunque también cuenta que solía llorar cuando
la superficie de un bife disminuía a medida que era comido, así que había que tener uno
completo de muestra. Por suerte maduré y ya no lloro, me banco la angustia y espero que
la galletita rota se la coma otro. Igual, de verdad, ahora como queso y cuando era chico
no comía, aunque sigo sin entender demasiado cómo alguien puede comer un queso todo
podrido con olor a un pie que parecería haber estado bajo un sobaco un día de verano
agobiante. Quizás la neurociencia me pueda ayudar, y a ustedes, a resolver este
intríngulis.
Por ahí este tema te hace recordar a un amigo, todos tenemos uno así, que hasta hace
dos años le gustaba comer pancho con dulce de leche, papitas por encima de la salchicha
y una buena cantidad de esa pasta que sale de un pomo a la que muy generosamente
llaman “queso”. Pero tuvo una revelación y ahora es un ser sofisticado que te invita a
cenar con los pibes y las pibas al restaurant de gastronomía molecular más prestigioso
del país. Vos lo pensás como una buena oportunidad para sacar fotos de comida y
subirlas a Instagram. Así que llegan al lugar y piden una tabla surtida de entradas.
Cuando la traen, te das cuenta de que el zoom de tu teléfono no es capaz de registrar los
detalles de esa comida. Pensabas que lo de molecular era puro marketing, pero no, por su
tamaño, uno podría pensar que la mecánica clásica no será suficiente para explicar los
movimientos de esa comida y que debería llamarse gastronomía cuántica. Pediste luego
unas “turgencias de flor de zapallo envueltas en hilo de papa azul de Malasia y
recubiertas de crocante de escroto de buey almizclero de cuatro días”. La comida sabe
bien, no sabés si vale lo que sale, por lo que cobran debería ser mejor que el sexo
tántrico en LSD mientras jugás a la Play. Según tu amigo, el vino marida perfectamente
con el plato que pidió. Fue fermentado la mitad del tiempo en barrica de roble y la otra
mitad en colon de ciervo alimentado con frambuesas. Según tu amigo, otrora una bestia,
pero ahora un experto en degustación, la bebida posee tonos de frutos rojos, chocolate
con tabaco, es redondo en boca, pero trapezoide en garganta. Su aroma es similar al de

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una brisa que recoge los perfumes del bosque de montaña durante un incendio forestal y
su color es similar al de la sangre de un ave fénix. Vos lo probás y no lográs distinguir
mucho ese vino del que trajo tu primo medio rata de Mendoza, pero de vino no sabés
mucho. De todas formas, te preguntás, como lo haría cualquiera “¿Qué le pasa a mi
amigo? ¿Cómo puede ser que estemos probando el mismo vino y no nos ocurra algo
parecido?”.
Por supuesto que los científicos se lo preguntaron, pero en vez de seguir ingiriendo
alcohol y pasar a otro tema, hicieron experimentos para tratar de entender cómo se
relaciona el sabor del vino con los preconceptos que tenemos de la bebida. ¿Por qué nos
importa esto? Porque para entender que las personas tienen visiones diferentes de la
realidad, tenemos que entender de dónde vienen fundamentalmente esas visiones desde
el principio: de los sistemas sensoriales.
Si hablamos de vino, hablamos de Francia. Un trabajo publicado por los científicos
franceses Gil Morrot, Frédéric Brochet y Denis Dubourdieu, de Montpellier y Bordeaux,
intentó establecer la relación entre los aromas del vino y su color2. En particular,
hicieron un experimento con 54 estudiantes de enología de la Universidad de Bordeaux.
El experimento contó con dos fases; en la primera, los sujetos experimentales debían
realizar dos listas con la mayor cantidad de palabras llamadas “descriptores”, una para
vinos blancos y otra para vinos tintos. Por ejemplo, para el vino blanco, muchos
utilizaron términos como “miel”, “lichi”, “nuez”, “melón”, “damasco”, que típicamente
aparecen en las descripciones de los olores de los vinos blancos. Para el vino tinto
usaron, por ejemplo, “achicoria”, “grosella”, “chocolate”, “ciruela” y otros aromas
frecuentes en la apreciación de este tipo de vinos.
En la segunda etapa del experimento, les hicieron oler y probar dos vinos y
compararlos, pero con una pequeña trampa. El vino blanco utilizado fue uno de
Bordeaux (DOC) vintage de 1996, de las cepas semillón y sauvignon blanc. El vino tinto
no era en realidad tinto, sino que era el mismo vino blanco, pero con un colorante para
que tuviera el aspecto de uno tinto. Por un experimento anterior, los autores del trabajo
ya sabían que el colorante no afectaba el aroma ni el sabor del vino perceptiblemente,
porque en una cata en vasos opacos y con luz roja, el vino blanco fue indistinguible del
vino coloreado. El resultado de la segunda fase del experimento fue contundente. Los
sujetos experimentales utilizaron muchos más términos de vino tinto para describir al
vino coloreado que al vino blanco sin colorante. Recordá que se trataba de estudiantes de

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enología, no de un grupo cualquiera de amigos que se hacen los que conocen de vinos
porque una vez hicieron un tour por viñedos y se agarraron un pedo atómico.
Existen distintas variantes de este tipo de experimentos en las que el color de una
bebida o una comida condiciona nuestra percepción de su aroma, pero también existen
ilusiones en las que objetos que pesan lo mismo se perciben como diferentes, por
ejemplo, por el material con el que están hechos. De todas formas, este caso es
particular, porque acaba con toda la canchereada de los sommeliers. No estoy diciendo
que no haya vinos mejores que otros, ni que todo es relativo, sólo que algo tan simple
como el color de la bebida que percibimos a través de la modalidad visual, condiciona
nuestra percepción consciente a través de otra modalidad sensorial como el olfato. A
veces lo que esperamos percibir es lo que terminamos percibiendo. Si nuestros
pensamientos y convicciones comienzan desde los sentidos, entonces están sesgados por
la experiencia desde su mismo nacimiento.
Listo, ya entendí entonces que la descripción de la percepción subjetiva del vino va a
variar según mis expectativas, pero yo no sé si mi amigo está exagerando con su
reacción al probar ese vino carísimo o si realmente lo lleva al éxtasis. Me gustaría darle
un vino barato y decirle que vale un montón a ver qué le pasa, ahora quisiera cancherear
yo. Por suerte para mí, ese experimento también fue realizado. En 2008, científicos del
California Institute of Technology y de la Universidad de Stanford publicaron un trabajo
en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences USA, en el que quisieron
evaluar si el precio del vino tenía algún impacto sobre cuánto les agradaba a los
participantes esa bebida3. Su hipótesis era que el reporte de placer producido por un
mismo vino iba a estar modificado por el precio, a pesar de ser exactamente el mismo
líquido. Además, proponían que no sólo gustaría un mismo vino a mayor precio, sino
que eso iba a estar asociado a la activación cerebral relacionada con el disfrute.
Entonces evaluaron la actividad cerebral de 20 sujetos experimentales dentro de un
resonador —una especie de magneto gigante extremadamente potente—. Esta técnica,
conocida como resonancia magnética funcional (fMRI, del inglés), se realiza dentro de
este aparato y detecta de manera indirecta la actividad cerebral diferencial en distintas
estructuras cerebrales de interés. Les dijeron a los participantes que probarían cinco
vinos diferentes de la cepa cabernet sauvignon para un estudio del tiempo de degustación
sobre el sabor y que cada uno estaría identificado por su precio.
En realidad, se trataba sólo de tres vinos, dos de ellos presentados con dos precios

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diferentes. Por ejemplo, uno de los vinos fue presentado la mitad de las veces con un
precio de 10 dólares y la otra mitad con un precio de 90 dólares. Los experimentadores
les pidieron que evaluaran el vino e hicieran un reporte de cuánto les agradaba. Los
resultados fueron clarísimos, cuanto mayor el precio, mayor el reporte de disfrute,
independientemente de si se trataba del mismo vino. Ocho semanas después de este
experimento, las mismas personas degustaron los mismos vinos, pero esta vez sin los
precios. En este caso, no hubo diferencias en los reportes. Hasta ahora, este experimento
se parece bastante a lo que le pasa a nuestro amigo el que se hace el banana con respecto
a su conocimiento gastronómico. Quizás los sujetos experimentales querían quedar bien
y decir que el vino más caro les había gustado más. Por eso, los investigadores fueron a
mirar qué pasaba adentro del cerebro. Vieron actividad en varias regiones cerebrales,
pero cuando compararon la actividad cerebral entre las ocasiones que habían degustado
el vino a 10 dólares y al vino a 90 dólares, observaron que una región conocida como
corteza orbitofrontal medial se activaba más en el segundo caso. Esta región queda más
o menos en la parte de adelante del cerebro y por abajo, y hay mucha evidencia que
sugiere que es una estructura que se activa con las experiencias de disfrute. O sea, a
pesar de que era exactamente el mismo vino, simplemente con creer que se trata de una
bebida más cara, cambia la manera en la que se disfruta. El placer es real, no es una
canchereada.

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Sólo línea Pecsi

El mundo es impredecible, y una de las razones por las que hago terapia es por eso. Si
bien años de estudios científicos permiten comprender que todo comienza con
encuentros aleatorios entre moléculas, nos cuesta pensar que, para la mayoría de los
eventos de nuestra vida, pasados y futuros, sus causas son bastante azarosas. Y está bien
que así sea: durante la evolución de los seres vivos, se favoreció el desarrollo de un
cerebro que pudiera predecir mejor el futuro, de manera de estar más preparados para
eventos inesperados en un contexto que cambia todo el tiempo. El banco no te da un
crédito si no está seguro de que lo vas a poder pagar, la prepaga te puede cobrar una
millonada si tenés antecedentes de una enfermedad de origen genético, y no vas a
ponerte a hablar de feminismo dentro de un taxi donde se escucha Radio 10, porque
bueno… porque no.
En términos biológicos, la habilidad de predicción puede mejorar las posibilidades de
sobrevivir y dejar descendencia, cuestión nada despreciable si queremos que nuestras
variantes genéticas estén bien representadas en el pool genético de la humanidad. Obvio
que todo tiene una contraparte no tan feliz, porque en nuestro afán de poder predecir
todo generamos creencias que, como vimos con el caso del vino, nos pueden hacer
percibir estímulos de manera bastante arbitraria. Muchos de los fundamentalismos
aparecen por la generación de este tipo de creencias. El fundamentalista del feng shui va
a querer poner la mesa patas para arriba y el sillón mirando al este, aunque uno quede de
costado a la tele y su familia empiece a llevar el apellido “Tortícolis”.
Los fundamentalismos generan falsas dicotomías, del estilo o amás el picante o lo
odiás, las películas iraníes son el peor embole o el cine más refinado que existe, sos del
team verano o del team invierno. Uno de los fundamentalismos más habituales es el de
los que sólo toman Coca-Cola y no toman Pepsi, porque es recontra obvio que tienen un
sabor extremadamente diferente. Bueno, gente: es azúcar en grandes cantidades, no es té
en saquito versus té en hebras. Ya vimos que el precio de una bebida puede afectar la
manera en la que se percibe y se disfruta. Otra pregunta es si la marca de una bebida
puede hacer lo mismo. Para responder a esta inquietud, científicos de Houston Texas
realizaron una serie de experimentos que publicaron en la revista Neuron en el año

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20044. Sí, fue hace mucho, en pleno nacimiento del neuromarketing. Quisieron evaluar
la preferencia de las personas por Coca o Pepsi y analizar las respuestas cerebrales a esas
preferencias. Se preguntaron tres cosas: 1) ¿Cuál es la respuesta comportamental y
cerebral a estas bebidas cuando son presentadas de forma anónima? (los sujetos no saben
si están tomando una o la otra); 2) ¿Cómo influye a nivel del comportamiento y de las
respuestas cerebrales conocer qué bebida se está consumiendo?, y 3) ¿Existe alguna
relación entre las respuestas comportamentales de preferencia por una bebida y las
respuestas cerebrales?
Dividieron a sus 67 participantes en cuatro grupos experimentales. A cada grupo le
dieron a probar bebidas afuera y adentro del escáner en el que se les realizó una
resonancia magnética funcional para observar la actividad cerebral. Existen áreas del
cerebro cuya activación es proporcional al nivel de placer reportado luego de consumir
bebidas o exponerse a otros tipos de estímulos. Por eso, la pregunta importante en este
caso era si la actividad de estas áreas seguiría el nivel de placer experimentado en una
condición en la que se conoce la marca de bebida y en otra en la que no. Cada
participante indicó su preferencia por Coca o Pepsi antes del comienzo de la evaluación.
En una serie de experimentos, los investigadores evaluaron las preferencias por las
bebidas azucaradas en dos condiciones: evaluación anónima y semianónima. En la
primera, los participantes debían probar tres pares de vasos con bebida en los que no se
especificaba la marca (Coca o Pepsi), pero uno contenía Coca y el otro Pepsi. En la
condición semianónima, probaron bebidas en tres pares de vasos de los que siempre uno
tenía la marca (Coca o Pepsi), pero el otro no estaba rotulado. El segundo vaso siempre
contenía la misma bebida que el primero, pero a los sujetos les dijeron que podía
contener cualquiera de las dos. Existen varios resultados posibles para estos
experimentos; por ejemplo, que los participantes prefieran la misma bebida conociendo o
no la marca y que las respuestas cerebrales indiquen que, efectivamente, les resulta más
placentera la bebida de elección. También podría pasar que la preferencia cambie si
conocen o no la marca de la bebida, pero que la respuesta cerebral siempre siga a la
bebida reportada como preferida. O sea, que por ahí anónimamente no prefieran Coca-
Cola, pero que las respuestas cerebrales siempre sean mayores con esa bebida
independientemente de la preferencia consciente. Una tercera opción podría ser que los
sujetos experimentales prefieran Coca o Pepsi cuando conocen la marca, pero que
cuando no la conocen, les resulte más placentera la otra que reportaron no preferir y que

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las respuestas cerebrales sigan a la preferencia independientemente de la marca. En este
caso, sólo creer que se está tomando Coca-Cola debería producir las mismas señales
cerebrales que cuando efectivamente se toma Coca-Cola, aunque la bebida sea en
realidad Pepsi. La preferencia durante la degustación anónima no correlacionó con la
preferencia reportada antes del test: cuando no conocían la marca, la preferencia
subjetiva no coincidió con la especificada categóricamente. Flexibilidad 1,
fundamentalismo 0. Aún más importante, en la evaluación semianónima, hubo un sesgo
significativo hacia la preferencia por Coca. Si el vaso rotulado decía Coca, era preferido,
y si decía Pepsi, el más preferido era el que no estaba marcado. Muy rico todo, la marca
influye en la preferencia, chocolate Lindt por la noticia.
Quizás la pregunta más interesante es qué pasa en el cerebro: ¿la actividad cerebral
seguirá la preferencia independientemente de la marca o seguirá a la marca? Existen
algunas áreas del cerebro cuya actividad cambia linealmente con el placer que producen
diversos estímulos. Una de ellas se llama corteza prefrontal ventromedial. Sí, andá a
acordarte de ese nombre, pero para que te des una idea, se encuentra antes de llegar a la
frente —por eso prefrontal—, pero está un poco más abajo que otras cortezas, por eso lo
de “ventro” que viene de “ventral”, que viene de “vientre”, o sea que si el cerebro fuera
una tortuga, esta corteza estaría más cerca del suelo, y si sos un ser horrible y te gusta
dar vuelta a una tortuga, más lejos del suelo. Para facilitar la cosa, la llamaremos por sus
siglas en inglés, VMPC. Básicamente la VMPC se activó siempre que se consumieron
bebidas azucaradas, independientemente de su marca. Otras regiones, como la corteza
prefrontal dorsolateral (al frente, pero más arriba que la otra y más al costadito, del
inglés DLPFC) y el hipocampo (nuestra estructura amiga relacionada con la memoria)
tuvieron actividad significativamente diferente cuando se conocía la marca que cuando
no. Estas diferencias sólo se vieron cuando la marca era Coca-Cola, con Pepsi no hubo
diferencias.
Estas estructuras cerebrales son importantes porque están relacionadas con la toma de
decisiones y la memoria. Los estímulos asociados con la cultura, como las marcas de las
bebidas, activan regiones que tienen que ver con nuestras experiencias previas con esos
estímulos que, en algunos casos, pueden sesgar nuestras preferencias. La DLPFC es una
estructura importante para el control de las acciones y la toma de decisiones, y por eso
tiene mucho sentido que cuando la cultura influye en nuestras preferencias, esto se
refleje en los sistemas de memoria del cerebro y los de toma de decisiones que

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gobernarán nuestras acciones.
Por más que pensemos que somos justos, objetivos, que sopesamos todas las
posibilidades para llegar a una respuesta balanceada, la cultura nos modifica de manera
que ni siquiera nos damos cuenta de que somos más sesgados que oficial de Migraciones
frente a muchachos de color aceituna y barbas largas. Cada persona tiene una historia
diferente que influirá en sus preferencias y en su toma de decisiones. La pregunta es si
posible que se ponga de moda, no sé, comer excremento o si hay algo innato que pueda
superar la fuerza que ejerce la cultura sobre lo que nos gusta y lo que no nos gusta.
Habrá que ver, pero no me llamen para ese experimento. Si aceptamos que la cultura
modifica nuestras preferencias casi hasta en la forma en la que percibimos los estímulos
¿por qué creemos que somos equilibrados y objetivos al momento de evaluar un
manuscrito para una publicación, una obra de arte, una persona en un casting o un
proyecto de ley? Lo importante no es ser objetivo, eso es imposible, sino estar atento a
que no lo somos y compensar esos sesgos para intentar ser menos parciales a la hora de
tomar decisiones que pueden afectar la vida de otros.

20
Expectativas y cosquillas

No me gusta usar el “todos sabemos”, porque está destinado a producir una falsa
sensación de que lo que uno dice es compartido por la mayoría. Pero bueno, todos
sabemos que no podemos hacernos cosquillas a nosotros mismos. Todas las evidencias
indican que los estímulos táctiles propios no producen el mismo efecto que los ajenos ¿Y
esto qué tendrá que ver con el tema de este libro? Yo creo que mucho, porque habla de
nuestra capacidad de predicción y cómo influye en la manera en la que percibimos el
mundo, en este caso, los estímulos táctiles. Ya hablamos de la visión y del olfato y del
gusto, ahora nos toca, valga la redundancia, el tacto. Todo es muy raro, si te tocan la
piel, lo sentís, pero que te dé cosquillas o no parece que depende de otra cosa. En el año
2000, los científicos Sarah-Jayne Blakemore, Daniel Wolpert y Chris Frith, que
trabajaban en el University College de Londres, publicaron una serie de experimentos
para tratar de explicar por qué no nos podemos hacer cosquillas a nosotros mismos5. La
hipótesis era la siguiente: si el movimiento de la mano coincidía en tiempo y espacio con
el estímulo táctil, entonces el cerebro debía realizar algún tipo de proceso que atenuase la
percepción del estímulo. Pero si el movimiento de la mano no coincidía en tiempo y
espacio con el estímulo táctil, entonces debería percibirse como si fuera otro el que lo
produce. Para evaluar esta idea, reclutaron 16 sujetos experimentales que debieron
calificar la sensación que producía un estímulo táctil en la palma de su mano derecha
bajo diversas condiciones. La condición experimental consistió en que su brazo
izquierdo estaba conectado a un brazo robótico que sostenía una pieza de espuma de
goma blanda. El movimiento de su brazo izquierdo era capaz de mover el brazo robótico
que realizaba una trayectoria sinusoidal sobre la palma de la mano derecha. En otra
condición, el brazo izquierdo movía directamente la punta del brazo robótico para que
hiciera movimientos sinusoidales de la esponja sobre la palma de la mano derecha. Para
la primera condición, los investigadores programaron el brazo robótico para que el
movimiento sobre la palma derecha ocurriera al mismo tiempo que el del movimiento
del brazo izquierdo del participante o incluyeron una serie de retardos, de manera que el
estímulo táctil ocurriera un tiempo después del movimiento del brazo izquierdo. Si lo
importante para eliminar la sensación de cosquillas fuera la coincidencia en tiempo,

21
entonces la sensación de cosquilleo debería ser proporcional al retardo del movimiento
del brazo robótico. Mientras que cuando coincidían, la sensación debía ser la misma que
cuando los sujetos movían el brazo robótico directamente sobre su palma. Y fue
exactamente lo que encontraron. Los participantes reportaron una sensación mayor de
cosquilleo a medida que aumentó el intervalo de tiempo entre el movimiento de su brazo
izquierdo y la estimulación táctil. De hecho, con un retardo de 200 milisegundos, la
sensación reportada fue igual a la de un estímulo producido externamente. ¿Y por qué
esto debería importarte? Además de que está bueno saberlo y te puede dar tema de
conversación en una cita, o en una reunión de amigos, parece que este mecanismo de
atenuación de las respuestas perceptuales está impedido en personas diagnosticadas con
trastornos como la esquizofrenia con presencia de alucinaciones. O sea que podría ser
que, en algunos de estos individuos, los estímulos generados por ellos mismos no sean
atenuados y parezcan externos. Esto explicaría por qué escuchan voces autogeneradas
como si fueran externas. Aún más importante, este fenómeno de atenuación de la
respuesta táctil podría explicar por qué la masturbación es más excitante, según un
amigo, si antes de comenzar te sentás un rato sobre la mano que utilizarás para
autocomplacerte. En el mismo trabajo, los autores no se masturbaron, pero sí analizaron
la actividad cerebral de algunos sujetos experimentales mediante una resonancia
magnética funcional y pudieron observar que los estímulos producidos externamente
coincidían con actividad en una región del cerebro llamada corteza somatosensorial
secundaria que se activa con estímulos táctiles y en otra región conocida como corteza
cingulada anterior que puede reaccionar a estímulos placenteros —se debe activar
bastante si usás la mano dormida, me parece—.
A pesar de que se trata de experimentos hechos para entender por qué no nos podemos
hacer cosquillas, en realidad se trata de un fenómeno mucho más amplio. La manera en
la que percibimos los estímulos tiene que ver con las expectativas y la predicción de
cuándo y dónde ocurrirán. Vivimos en un mundo que cambia, pero no tanto como para
que no podamos extraer regularidades de él y armar representaciones de esas
regularidades en nuestro cerebro que nos permitan predecir con alta probabilidad lo que
va a ocurrir, o definir las características de ese estímulo. Por ejemplo, en su mayoría, las
caras humanas tienen una estructura que se repite. Si alguien está de espaldas, esperamos
una cara con dos ojos, una nariz perteneciente a cierto rango de tamaños, una boca,
orejas, cejas, etc. Si se da vuelta y no hay nada, puede que sea un sueño, que tengas

22
prosopagnosia o que esa persona se haya pasado con el maquillaje. Esas regularidades
que aprendemos, sobre todo durante los primeros años de vida, nos permiten producir
esquemas internos del mundo basados en nuestra experiencia. Por eso, a partir de los
estímulos externos generamos expectativas de lo que vamos a percibir. Lo interesante es
que, como en el caso de las profecías autocumplidas, si creemos que vamos a percibir
algo de determinada manera, puede que así lo percibamos. Este fenómeno cobra mucha
importancia en los casos en los que existe mayor incertidumbre sobre los estímulos. Por
ejemplo, si una imagen está “blureada”, identificaremos los elementos de esa imagen de
acuerdo con nuestra experiencia y expectativa.
En un trabajo publicado en 2007 por Aude Oliva y Antonio Torralba, del MIT6,
observaron que si en una imagen “blureada” había un auto puesto de forma horizontal y
otro puesto de forma vertical, el de forma vertical era visto como un peatón y nunca
como un auto. A medida que la incertidumbre disminuye, el cerebro confía más en la
información que se obtiene de los mismos estímulos y menos de la que proviene de la
experiencia. Como con el vestido, el contexto determina la percepción final de los
estímulos. No todos vemos, oímos, tocamos, saboreamos u olemos lo mismo, a pesar de
estar interactuando con los mismos estímulos. Sin embargo, nuestra percepción del
mundo es lo suficientemente parecida para que nos entendamos. Bueno, quizás no; si no,
no estaría escribiendo este libro.
Si la incertidumbre nos focaliza más en nuestra experiencia almacenada en la memoria
y no en los estímulos externos, entonces la ignorancia puede que tenga mucho que ver
con las diversas interpretaciones del mundo. Y cuando encima se trata de hechos
históricos y políticos relevantes para la sociedad, las diferencias individuales se notan
más. Somos cerebros con una arquitectura que determina el rango de estímulos que
percibiremos y las posibilidades de contextualizarlos. Pero también somos nuestras
experiencias que pueden ser muy diferentes en distintas personas. Un cómico te causaba
gracia hasta que descubriste que era un fascista, unas papas fritas te gustaban hasta que
te enteraste que no eran papas fritas sino restos de piel de cerdo procesada y frita, te
gustaba ese sombrero bombín hasta que supiste que era el mismo que usaba Hitler. En
fin, nuestra historia y nuestro aprendizaje dominan la manera en la que el mundo se
representa en el cerebro. Somos diversos, y en esa diversidad tenemos que aprender a
hablar el mismo idioma a pesar de que el mundo entra por nuestros sentidos de forma
diferente. Y si somos humanos, de hablar se trata.

23
50 sombras de azul, goluboy y siniy

Uno de los mejores programas de TV de cuando existían los programas de TV era “La
dimensión desconocida”. Eran historias de ciencia ficción de las que recuerdo algunas
por su originalidad. En uno de esos capítulos, el protagonista se golpea la cabeza en un
accidente, y cuando despierta resulta que no entiende nada de lo que le dicen. Luego se
da cuenta de que nadie entiende tampoco lo que él dice. Las palabras que usan son del
mismo idioma, pero no significan lo mismo. Por ejemplo, él llama “dinosaurio” al auto y
así con todas las palabras. Finalmente, se da cuenta de que deberá aprender el lenguaje
que habla su familia, y su hijo se lo empieza a enseñar. Es evidente que los nombres de
las cosas son importantes, una vez definido un nombre es más fácil recordar esa cosa,
identificarla e inclusive entenderla, en parte porque se suma a esquemas mentales que
incluyen categorías semánticas y clasificaciones de todo tipo que nos hacen entender el
mundo.
Cuando mi sobrino mayor era muy chiquito y se la pasaba preguntando los nombres
de los objetos, me encantaba decirle cualquier cosa. Por ejemplo, a los perros chiquitos,
movedizos y jadeantes les decíamos “cucarros”, una mezcla de cucaracha y perro, que
creaba una nueva categoría animal que ayudaba a distinguirlos de los perros verdaderos,
los que están emparentados de verdad con los lobos y no eso que se parece más a un
roedor. Claro que perfeccionar la discriminación para categorizar estos animales podría
llevar años. Quizás el lenguaje sea el proceso mental que más determina nuestra cultura
humana. Los animales tienen sistemas de comunicación, pero no son tan complejos
como el lenguaje humano, al menos no con las evidencias que tenemos hasta el
momento. Si en cualquier película de Disney o Pixar los animales utilizaran sus maneras
reales de comunicarse, no sé si serían tan divertidas porque no se entenderían entre
diferentes especies y se comerían los unos a los otros o tratarían de aparearse. Sería una
nueva categoría para los Oscars: “Documental animado”.
Hasta ahora espero haberlos convencido de que lo que asumimos sobre el contexto en
el que aparecen los estímulos modifica la manera en la que los percibimos hasta el punto
de modificar los sustratos cerebrales de la percepción subjetiva en lo más profundo de la
interpretación consciente de esos fenómenos. Cuando uno habla del contexto,

24
inevitablemente habla de la cultura como una serie de experiencias que tenemos desde
que nacemos, o incluso antes, y que puede tener una influencia profunda sobre la manera
en la que percibimos la realidad. No suena descabellado pensar que pueda modificar la
manera en la que percibimos el mundo. Una de las preguntas más interesantes es cómo
podría hacerlo. Acá hay una pelea científica importante entre los lingüistas. No me
quiero meter en este debate, porque sinceramente no soy lingüista y no, no me puse a
estudiar lingüística para escribir este libro. Sí me parece interesante que ustedes sepan
muy superficialmente de qué se trata, porque yo voy a tratar de argumentar una posición
dentro del marco de referencia desde una de estas visiones.
Uno de los “argumentos” de la “calle” y quizás de personas que abusan de las
“comillas” es que la influencia del ambiente en la percepción se nota porque los
esquimales discriminan al menos 40 tonos de blanco, los navegantes 65 tonos de azul,
los gastroenterólogos 721 tipos de marrón y los duendes, 889 colores de unicornios. No
hay duda de que la experiencia mejora nuestra discriminación, yo puedo diferenciar una
tortuga hembra de un macho con facilidad y ustedes quizás no. Una buena pregunta que
está en el centro del debate lingüístico es si el lenguaje que aprendemos determina parte
de la manera en la que percibimos el mundo y la forma en la que lo pensamos y
representamos. El dogma, no como algo malo, sino como la visión más aceptada por los
académicos durante mucho tiempo es la que sostiene que los idiomas ancestrales son
variantes de una estructura innata universal, como una serie de vestimentas puestas sobre
ella. Según esta visión, el lenguaje no puede determinar ningún aspecto del pensamiento,
porque la estructura subyacente es común a todas las culturas. La visión que desafía este
dogma sostiene que los diferentes idiomas podrían tener una influencia directa sobre las
habilidades cognitivas. Esta idea surgió por lo menos hace un siglo y está asociada al
pensamiento de los lingüistas estadounidenses Edward Sapir y Benjamin Lee Whorf, que
estudiaron las variaciones de los diferentes idiomas y propusieron maneras en las que los
que hablan diferentes lenguas pueden pensar de forma distinta. Alrededor de 1970 estas
ideas fueron abandonadas por el que ahora es el dogma mencionado antes y que tiene,
entre otros referentes, al filósofo Steven Pinker. Por suerte, la cosa empieza a ponerse
picante de nuevo por una serie de estudios que permiten establecer una relación causal
entre el lenguaje y los procesos cognitivos como la percepción. Sin desmerecer este
debate, les voy a contar algunas observaciones que me parecen convincentes y que
suman a la gran cantidad de evidencia sobre cómo el contexto y la cultura modifican

25
nuestra representación del mundo.
Hay gente que ve colores diferentes donde uno no los ve y encima se enojan si no
lográs percibir las sutiles diferencias entre un color “ladrillo cancha de tenis luego de una
tormenta de verano el 2 de febrero a las 15:43 y secado al sol y viento a 80 km/hora” y
un color “ladrillo a la vista con 101 años de humedad relativa entre el 20 y el 88 por
ciento en las coordenadas de latitud y longitud S31°24’48.6” y O64°10’51.78””. Lo
mismo puede ocurrir al mirar los colores de un arco iris. Algunos dirán que ven 7, otros
4, otros mentirán y dirán que ven 12 y otros se sacarán selfies y caerán por el precipicio
desde el punto alto del que se divisa este maravilloso efecto producido por la radiación
electromagnética.
¿Podrá ser que el lenguaje influya en la manera en la que se discriminan los colores?
Hay varias series de experimentos que evalúan esta posibilidad. Les voy a contar un par.
En el idioma inglés, el azul puede ser oscuro o claro, pero siempre se llama “blue”. Te
pueden nombrar un “light blue” o un “dark blue”, pero sigue siendo blue. En Rusia esta
distinción es obligatoria, los nombres son diferentes para un azul claro y un azul oscuro:
los llaman “goluboy” y “siniy”. Lo primero que se me viene a la cabeza con estos
nombres es una serie que se llame “Las aventuras de Siniy y Goluboy, los pitufos rusos
que nunca sonríen y se comen a los humanos”, pero no sé si tendría éxito en la TV en ese
país. La pregunta que se hicieron los investigadores de Stanford, Lera Boroditsky y
Jonathan Winauer, entre otros varios investigadores de este tema, es si estas diferencias
entre el ruso y el inglés producirían alguna diferencia en la percepción de diferentes
tonos de color azul7. Si esto fuera cierto bajo ciertas condiciones especiales, entonces
podrían decir que el lenguaje produce un cambio directo sobre la percepción del color.
Para responder esta pregunta, consiguieron participantes que hablaran nativamente ruso
o participantes que hablaran sólo inglés y les pidieron que realizaran un test de
discriminación de color. Esta evaluación consistió en presentar tres cuadrados de color
en una pantalla, uno en la parte superior y dos en la parte inferior. Los sujetos debían
realizar un “match” entre el cuadrado superior y uno de los cuadrados inferiores en el
menor tiempo posible. Los estímulos estaban presentes en la pantalla todo el tiempo para
evitar la utilización de mecanismos de memoria y que la discriminación fuera
completamente perceptual. Utilizaron 20 tonos de azul, algunos de la categoría
“goluboy” y otros de la “siniy”. La predicción fue que los rusoparlantes realizarían más
rápido y mejor la discriminación si los azules pertenecían a distintas categorías que si

26
pertenecían a la misma, mientras que para los que hablaran sólo inglés esto sería
indistinto. Y, de hecho, eso fue lo que observaron, los tiempos de reacción de los
rusoparlantes fueron menores cuando los colores comparados pertenecían a diferente
categoría que cuando pertenecían a la misma, mientras que los angloparlantes no
tuvieron diferencias entre categorías, no fueron mejores cuando los azules pertenecían a
la misma o a distintas categorías rusas.
Estos resultados podrían explicarse porque los rusoparlantes poseen representaciones
separadas de estas categorías de azules en la memoria y por eso les resultan más fáciles.
Pero esto no implicaría que el idioma afecta la percepción del color, sino que la práctica
de nombrar de manera diferencial a esos tonos, mejora la discriminación. Para descartar
esta posibilidad, ejecutaron la misma tarea, pero mientras los sujetos realizaban cada
discriminación les instruyeron que, al mismo tiempo, hicieran una tarea de retención
verbal en algunos casos, otra de retención espacial en otros casos o ninguna tarea como
control del experimento.
Por ejemplo, en el caso de la tarea de interferencia verbal, debían mantener en la
cabeza una serie de números mientras realizaban la discriminación de color y en la
espacial, un patrón particular que aparecía en la pantalla previamente. Si el lenguaje
fuera lo importante para percibir el color de manera diferente, la interferencia verbal,
pero no la espacial debía eliminar la diferencia en los tiempos de reacción en los
rusoparlantes, pero no en los angloparlantes. Bueno, si no hubieran obtenido ese
resultado, probablemente no les estaría contando estos experimentos. Estos experimentos
fueron replicados en otros estudios. En uno de ellos, realizado por científicos de
Inglaterra, se comparó la percepción de diferentes tonos de azul en personas que
hablaban griego de forma nativa8. El griego también posee una palabra para nombrar al
azul oscuro, la palabra “ble”, y otro término, “ghalazio”, para nombrar al azul claro. En
estos experimentos los científicos fueron un paso más allá y midieron las señales
eléctricas cerebrales mientras los participantes realizaban una tarea de discriminación
similar a la anterior. Las señales cerebrales fueron evaluadas mediante
electroencefalografía (EEG) que mide la actividad de millones de neuronas al mismo
tiempo. Es algo así como colocar un micrófono en un estadio de fútbol; si todas las
personas están hablando de cualquier cosa, lo que se escucha es ruido, pero si todas
entonan el mismo cantito, podemos entender qué es lo que están diciendo. De la misma
forma, durante el procesamiento cerebral, muchas neuronas se sincronizan y producen

27
señales eléctricas al mismo tiempo. Estas señales sincronizadas son como el cantito y se
pueden detectar con electrodos que se colocan sobre el cuero cabelludo. La forma que
tiene ese cantito, y el momento luego de la presentación del estímulo en el que aparece,
nos pueden dar información acerca de qué procesos cerebrales están ocurriendo. Los
científicos pudieron detectar una señal correspondiente al procesamiento visual que era
más grande en la discriminación de azules de diferentes categorías que de la misma
categoría en los participantes griegos, pero no encontraron diferencias en los
angloparlantes. Esta señal es consistente con un procesamiento visual en áreas del
cerebro relacionadas con la percepción, pero no con otros procesos más lentos como la
atención, la memoria o la toma de decisiones. Este y otros estudios nos acercan a la idea
de que el idioma verdaderamente puede alterar la forma en la que se perciben los
estímulos actuando directamente sobre las áreas del cerebro que reciben esos estímulos,
aunque no necesariamente en áreas de procesamiento más superiores en complejidad.
Todo esto está muy bien, pero puede que no te haya convencido de que el lenguaje
modifica los procesos mentales desde el mismo momento en el que percibimos la
realidad externa. Puede ser. Pero existen muchas más evidencias de que diferentes
idiomas producen diferencias en la manera en la que las personas se orientan en el
espacio en el caso de idiomas en los que en vez de “izquierda” y “derecha” para indicar
posiciones se usan los puntos cardinales. O, también, cómo se organizan los estímulos en
orden temporal si el idioma se escribe de izquierda a derecha o de derecha a izquierda.
En una tribu que usa los puntos cardinales, el tiempo es organizado de este a oeste. En
inglés y en muchos otros idiomas como el castellano, se suele mirar atrás hacia el pasado
y adelante hacia el futuro, mientras que en aymara el pasado está al frente y el futuro
hacia atrás, y el lenguaje del cuerpo coincide con esta concepción. El lenguaje influye en
la forma en la que representamos nuestra realidad. A veces no nos entendemos, no sólo
porque hablamos idiomas distintos, sino porque nuestra concepción del mundo también
lo es.

28
Su nombre por las cosas

Existe cierta soberbia en los humanos, proveniente de un exceso de confianza en que


“ver las cosas con los propios ojos” es suficiente para convencernos de que estamos en
lo correcto o no. Hay cierta omnipotencia con respecto a nuestra percepción y, en
particular, con el sistema visual. Ya vimos que existen evidencias de que el lenguaje
puede modificar la manera en la que vemos los colores o cómo nos orientamos en el
espacio. Pero quedaría colgada la pregunta de si el lenguaje puede afectar directamente
el procesamiento sensorial haciendo que los estímulos aparezcan o desaparezcan de
nuestra conciencia.
En el año 2013, los científicos Gary Lupyan y Emily Ward publicaron una serie de
experimentos en los que querían evaluar si la presencia de palabras relacionadas con
estímulos visuales podían cambiar la percepción de esos estímulos9. Puesto de otra
manera, si te doy una pista verbal de lo que tenés que ver, ¿es más fácil detectarlo? Y si
te doy una pista verbal que no es válida para ese objeto, ¿se hará más difícil su
detección? Para responder estas preguntas hicieron varios experimentos en los que,
mediante un método con imágenes estereoscópicas, podían enmascarar la presencia de la
imagen de un objeto en otras imágenes que eran puro ruido. En condiciones normales,
esos objetos enmascarados no son percibidos conscientemente. Entonces lo que hicieron
fue evaluar si las imágenes escondidas de esos objetos eran más detectables si
inmediatamente antes de presentarlas los participantes escuchaban un audio con el
nombre de ese objeto. Por ejemplo, si la imagen escondida era de un canguro, justo antes
los sujetos escuchaban la palabra “canguro”. También analizaron dos condiciones
experimentales más; en una no se presentaba ninguna palabra y en la otra se presentaba
una palabra que era incongruente con el objeto a detectar. Luego de cada ensayo le
preguntaron a cada participante si había visto un objeto y, si la respuesta era afirmativa,
confirmaban si se trataba del objeto presente en la imagen. Lo que observaron fue que,
efectivamente, la presentación previa de la palabra congruente era capaz de traer a la
conciencia imágenes que de otra manera no se hubieran percibido de manera consciente,
comparado con los ensayos en ausencia de la palabra clave. Además, cuando la palabra
clave era incongruente con el objeto, esa detección era peor que si no hubiera habido

29
palabra clave.
En otro experimento, eligieron una serie de estímulos que variaban de manera
continua entre una forma totalmente circular y otra cuadrada, y evaluaron si la presencia
de las palabras clave “circular” o “cuadrado” modificaba la detección de las formas más
circulares o más cuadradas congruentemente con la clave presentada antes de la imagen.
Encontraron que, en efecto, la presencia de la palabra “circular” mejoró la detección de
formas circulares respecto de la ausencia de clave auditiva, pero empeoró la detección de
formas más cercanas al cuadrado. Lo opuesto ocurrió luego de presentar la palabra
“cuadrado” con las formas cuadradas y circulares. De esta forma concluyeron que
simplemente escuchar una palabra modifica nuestra capacidad de ver esos objetos o de
no verlos. O, dicho de otra forma, las palabras pueden activar representaciones
cerebrales de objetos o conceptos haciéndolas más disponibles y facilitando o
impidiendo nuestra percepción. Claro que estos resultados son relativamente limitados al
tipo de estímulos que se utilizaron como blancos a detectar por la conciencia. Igual, me
parece importante hacer el ejercicio de pensar qué implicaría que estos mecanismos se
aplicasen a estímulos más relevantes para comprender la realidad o a conceptos que van
modificándose con el paso del tiempo. Una posible pregunta es si determinados
fenómenos sociales son primero visibilizados y luego les ponemos nombre, o si es al
revés. Por ejemplo, llamar “femicidio” al asesinato de una mujer sólo por el hecho de ser
mujer, podría ser una de las razones por las que somos más conscientes de la violencia
machista. Ahora podemos hacer una categorización diferente del tipo de asesinatos y
somos más rápidos y mejores al detectar cuándo un crimen es un femicidio. Algo
parecido podría ocurrir cuando uno habla de tipos de sexualidades o formas de armar una
familia. Ponerles nombre nos ayudaría a visibilizar estas diferencias y a incorporarlas a
nuestra vida consciente.
Recibimos una cantidad de información enorme todos los días a través de textos,
material audiovisual o simplemente a través de conversaciones. Imaginen si, cada vez
que alguien menciona algo, aumenta o disminuye nuestra probabilidad de percibir
estímulos pertenecientes a nuestra experiencia de la realidad. De alguna forma, nuestra
percepción misma estaría modificada por lo que dicen los demás. Me parece que estamos
fritos.

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Capítulo 2

Tus caras me emocionan

“No te entiendo Laura. Veo tu cara y no sé si te amo, te temo, me das


asco, bronca.
Veo que no te sorprende lo que digo. Respondeme, Laura.”

Fragmento de “El hombre y su maniquí”, por José Fetische

La vida es una montaña rusa de emociones y una seguidilla de frases hechas que casi
nunca entiendo. La metáfora, supongo, se refiere a los altos y bajos, a los rulos, los
vómitos, los gritos y el riesgo de morir si se descarrila el vagón. A mí me parece una
metáfora pésima porque asocia las emociones con la intensidad de la experiencia. Según
la metáfora de la montaña rusa, habría emociones más intensas que otras, pero no nos
dice nada acerca de la naturaleza de esas emociones.
Por ejemplo, la intensidad de estar arriba con el corazón en la garganta es diferente a
la intensidad de estar bajando a toda velocidad con el escroto de máscara. Honestamente,
la intensidad con la que se producen estas emociones no nos dice mucho acerca de su
naturaleza, o sea, qué son exactamente, si es que se pueden definir de forma discreta. Las
redes sociales generan un montón de respuestas emocionales. Así, podés estar mirando
tu perfil de Facebook —sólo para mayores de 35— y encontrarte con un video de un
perro que salva a un gatito bebé de que lo atropelle un automóvil. Quizás la primera
emoción que surja ante el acercamiento del vehículo al tierno animal es el miedo. La
llegada del perro podría generar sorpresa, y el final, una gran felicidad. Lo que pasa es
que, si seguís escroleando, te podés encontrar con la foto de un perro con cáncer
infectado con un parásito que se aloja en sus ojos, que podría producir un poco de asco,

31
casi tanto como la foto del turista comiéndose una escolopendra gigante viva, y eso sin
tener en cuenta que no estarás con el sujeto para oler sus respuestas intestinales.
Rápidamente continuás con tu paseo por tu muro y te topás con la noticia de que no
habrá sanción para los curas que abusaron de niños en tu país y eso probablemente te
daría y unas ganas locas de salir a proteger niños ante tanta sotana merodeante. Por
último, Facebook te recuerda que hacía seis años te tomabas una foto con un amigo que
se murió al año siguiente y eso te entristece mucho. Y así, en unos pocos minutos,
recorriste las seis emociones principales. Bueno, al menos, según algunos científicos
como Charles Darwin y los guionistas de la película Intensa-mente. Si no la viste, este
muy recomendable largometraje de Pixar cuenta la historia de Riley, una preadolescente
que se muda con su familia a San Francisco y que pasa por diversas situaciones que se
representan en su mente como cinco de las seis emociones básicas: alegría, tristeza,
miedo, asco e ira.

32
No tan intensa mente

¿Es esta división caprichosa o tiene algún sentido? ¿Por qué deberían importarme las
emociones? ¿Qué tienen que ver con el tema de este libro? ¿Puedo sentir bronca porque
siguen las preguntas sin respuestas? ¿Puedo revolearte el libro por la cabeza cuando te
vea? Tiempo al tiempo, posición a la posición y, si dividís posición por tiempo,
velocidad a la velocidad. Vamos de a poco. Esta categorización de las emociones surgió
con ideas de Charles Darwin y se mantuvo hasta el presente. La idea es que existen
emociones discretas fundamentales que aparecieron durante la evolución de los seres
vivos porque aumentaron la ventaja adaptativa frente a individuos que no desarrollaron
esas emociones. La más estudiada es el miedo, adaptativo si los hay para huir de
depredadores, aunque ahora se use para huir de fantasmas como el de la hiperinflación o
para hacer campañas electorales. El asco permite a los seres vivos mantenerse alejados
de sustancias probablemente tóxicas o letales. La sorpresa es importante para almacenar
información nueva y relevante como nuevas fuentes de alimentos o posibles parejas de
apareamiento. Si bien la alegría y la tristeza son más difíciles de ubicar en este esquema,
están bastante asociadas a los circuitos cerebrales del placer y del estrés. Uno de los
argumentos más importantes para sostener la idea de las emociones discretas
fundamentales es que parecen tener características únicas, que las diferencian unas de
otras, que van desde las respuestas fisiológicas hasta los movimientos faciales, incluso
en animales tan aburridos como el tapir. Los que poseen mascotas estarán
acostumbrados a notar sus cambios de ánimo en las actitudes corporales y faciales
características que presentan en cada caso. Si un perro muestra los dientes está
“enojado”; si mueve la cola y hasta cierra un poquito los ojos, está “alegre”; si alza las
orejas y gira la cabeza probablemente esté un poco “sorprendido”.
¿Y todo esto por qué nos importaría? La respuesta es simple: porque la realidad
genera respuestas emocionales que van a tener influencia en cómo la percibimos y cómo
actuamos en consecuencia. Imaginen a un policía que está armado entrando a una casa
de una villa y, al ver el rostro de un pibe, lo reconoce como enojado, aunque el pibe esté
expresando miedo. La discriminación de esas dos emociones puede determinar, por
ejemplo, que el policía decida disparar o no.

33
El problema, en el sentido científico y no como algo negativo, es que el mapa
emocional se vuelve difuso cuando uno empieza a estudiar en profundidad las respuestas
de los humanos a la compleja realidad que nos rodea. No hace falta tener un doctorado
para darse cuenta de que la misma noticia a una persona puede provocarle alegría,
mientras que a otra podría provocarle bronca. Una buena pregunta es de qué dependen
esas respuestas emocionales y cómo se regulan, si es que se pueden regular. También me
parece importante tratar de entender el origen de las diferencias en las respuestas
emocionales entre individuos y grupos, y cómo estas diferencias se relacionan con la
generación de creencias y, por lo tanto, de opiniones y visiones diferentes de la realidad.
Para responder a estas preguntas tenemos que ver cómo se generan las emociones y acá
es donde la cuestión se pone linda, al menos desde el punto de vista de la ciencia, porque
no hay mucho acuerdo al respecto. Los defensores de la idea de las emociones discretas
sostienen que son universales y pueden rastrearse a nuestros ancestros mediante la
comparación con primates y otros mamíferos. Además, esta teoría tiene varias
predicciones. Si las emociones son universales, entonces deberían estar presentes en
todas las culturas. Es más, los individuos de diferentes culturas deberían reconocer las
mismas emociones en los demás, aunque hayan crecido en ambientes completamente
diferentes y hablen diferentes idiomas. En segundo lugar, experiencias similares
deberían producir respuestas emocionales parecidas en distintos individuos de la misma
o diferente cultura. Por lo tanto, los detractores de estas ideas deberían demostrar que las
emociones no son universales y que diferentes culturas las procesan de manera distinta y
propia de cada una. Veamos qué se sabe.

34
Es emocionante lo que estamos logrando juntos

No sé si alguna vez les ocurrió que recordaban alguna película o serie como de las más
graciosas que habían visto en su vida. Quizás hasta hayan convencido a su más reciente
cita o pareja de verla juntos, y resulta que no era tan buena como recordabas, el humor
resultó bastante machista y obvio. La pregunta es si en el pasado te reíste porque la viste
con tu grupo de amigos y venían bastante entusiasmados. Yo tengo un recuerdo de haber
ido a ver la película Titanic cuando la estrenaron, y esperen que recojo las décadas que
se me acaban de caer y sigo escribiendo. Me encontraba en Estados Unidos realizando
una pasantía en un laboratorio y una estadounidense nos invitó a una amiga y a mí al
cine. Para el final de la película, todo el cine estaba llorando y yo estaba rogando que el
personaje de Di Caprio se muriera de una vez por todas para que terminara ese suplicio
de más de dos horas. Algo similar me pasó hace poco cuando me invitaron a un show de
stand up en el que todo el público se reía a carcajadas mientras yo le echaba miradas a
mi acompañante con cara de “no entiendo de qué se ríen, los remates sobre el sobrepeso,
la paternidad o cómo se conduce en la ciudad ya están tan usados como mi calzoncillo de
la suerte que, evidentemente, debí haberme puesto antes de ir al show, así se suspendía y
me iba a tomar un helado”. De todas formas, siempre me resultó curioso observar estas
respuestas emocionales masivas ante estímulos que, a mi juicio, no deberían
desencadenar respuestas tan intensas, y me pregunto, como muchos otros científicos, si
hay algo del contexto que puede empujar a que experimentemos una emoción u otra.
Si esto fuera así, la idea de que existen emociones discretas que tienen gatillos
específicos debería revisarse. Y claro: el experimento se hizo, porque de lo contrario no
estaría trayendo esto a colación. Una de las primeras evidencias para proponer la
presencia de procesos cognitivos detrás de las experiencias emocionales proviene de un
experimento realizado en 1924 por un psicólogo llamado Gregorio Marañón10. En sus
experimentos, inyectó de manera endovenosa una sustancia llamada adrenalina, que
seguro la conocen porque aumenta en situaciones de estrés o excitación y está asociada a
emociones como el miedo o la ira. Marañón describió que en muy pocos casos los
participantes del experimento reportaron claramente una emoción. La mayoría describió
los síntomas físicos que produce la adrenalina como el aumento de la frecuencia

35
cardíaca. Unos pocos indicaron un sentimiento frío y otros describieron que se sentían
“como si tuvieran miedo”, o “como si estuvieran a punto de llorar” o “como si fueran a
tener una gran alegría”. Concluyó que la activación del sistema nervioso simpático (con
la adrenalina) no era suficiente para desencadenar una emoción verdadera.
Experimentos posteriores más controlados observaron fenómenos similares; la
inyección de adrenalina sin predisposición hacia ninguna emoción en particular no fue
suficiente para generar una respuesta emocional genuina. De estos resultados, varios
psicólogos comenzaron a proponer que quizás era la situación que rodeaba al sujeto la
que determinaba la respuesta emocional, pero que, en ausencia de una explicación
razonable, esa respuesta nunca llegaba. O sea: necesitaríamos procesar cognitivamente el
contexto para desencadenar una respuesta emocional adecuada, pero un mismo proceso
fisiológico podría participar de más de una emoción discreta.
En 1962, dos psicólogos estadounidenses revolucionaron la comprensión de las
emociones al incorporar el componente cognitivo. Stanley Schachter y Jerome Singer
sentaron las bases de la que hoy conocemos como la teoría Schachter- Singer de las
emociones. Los experimentos que publicaron son de lo más simpáticos11. Utilizaron
cuatro grupos experimentales; a tres de ellos se les inyectó adrenalina y al otro, solución
salina (la solución en la que se disuelve la adrenalina, pero sin ese compuesto). A todos
ellos les dijeron que estaban evaluando los efectos de una droga llamada Suproxin sobre
la visión. Los tres grupos con adrenalina se dividieron de la siguiente manera. Al
primero lo llamaron “Adrenalina informados” y les explicaron que algunas personas
experimentaban reacciones al Suproxin como, por ejemplo, temblores, palpitaciones y
aumento de la temperatura en la cara, todos efectos reales de la adrenalina. El segundo
grupo fue el “Adrenalina ignorante” y no se le dio ninguna información acerca de
posibles efectos de la droga. El tercer grupo fue llamado “Adrenalina mal informados” y
les dijeron que el Suproxin podía causar adormecimiento en los pies, sensación de
picazón y dolor de cabeza, efectos que no produce nunca la adrenalina. El grupo al que
se le inyectó solución fisiológica (placebo) fue tratado como el de “Adrenalina
ignorante”. Todos los participantes fueron evaluados en dos condiciones sociales.
Inmediatamente luego de la inyección de adrenalina, el experimentador salió de la sala y
el sujeto fue dejado en compañía de otra persona (un actor) que hacía de segundo sujeto
experimental y que podía realizar conductas eufóricas o conductas como si estuviera
enojado. La euforia consistía en una serie de comportamientos de tipo lúdicos, como

36
hacer dibujitos en las hojas, fabricar y lanzar aviones de papel o pelotas de papel jugando
al básquet con el tacho de basura y otros juegos. El enojo consistía en una serie diferente
de comportamientos que incluyeron fastidio porque el experimentador tardaba mucho,
por el estado de limpieza de la sala, por el largo del cuestionario que debían completar y
muchas quejas por las preguntas específicas de la encuesta.
¿Qué esperaban encontrar los científicos? Si la respuesta fisiológica no fuera
suficiente para desencadenar una emoción, sino que las emociones se desencadenan por
una evaluación razonable del contexto, entonces los participantes inyectados con
adrenalina de los grupos “ignorante” y “mal informados” deberían producir respuestas
coherentes con las del actor; mientras que los de los grupos “informados” y “placebo” no
deberían producir respuestas emocionales reales. La idea es que las emociones surgen en
dos etapas; la primera consiste en la respuesta fisiológica (en este caso, la adrenalina) y
la segunda, por la explicación de esa respuesta fisiológica sobre la base de los estímulos
externos. Los grupos “ignorantes” y “mal informados” carecían de información correcta
acerca de los efectos de la sustancia; por lo tanto, el comportamiento del actor podría ser
una buena explicación para cualquier emoción que surgiera. En el grupo “informados”
no debería haber respuesta emocional a la activación fisiológica, porque ya tenía una
explicación razonable para esa respuesta del cuerpo. Y en el grupo “placebo” no existió
ninguna reacción fisiológica, así que no era esperable ningún tipo de reacción emocional.
Y, de hecho, eso fue lo que observaron tanto en el comportamiento a través de un espejo
de una sola vía o cámara Gesell como en los reportes subjetivos posteriores.
Los sujetos que fueron más susceptibles al estado de ánimo del actor fueron los que no
tenían otra explicación para sus sensaciones corporales. Los grupos “ignorante” y “mal
informados” fueron los que más mostraron estados emocionales consistentes con los del
actor, fueran de euforia o de ira, mientras que los otros dos grupos fueron mucho menos
susceptibles a la influencia social. Estos resultados le dieron una vuelta interesante a las
teorías de las emociones al incorporar un componente de representación mental de esas
emociones que sería necesario para la respuesta emocional completa. Según las palabras
de Schachter y Singer, un ejemplo podría ser el de una secuencia en la que “la
percepción de una figura con un revólver inicia de alguna manera un estado fisiológico
de excitación que es interpretado en términos de la información que se tiene sobre los
callejones oscuros y las armas y ese estado de excitación es rotulado como ‘miedo’”.
Estos fueron los primeros experimentos que permitieron empezar a darle una explicación

37
a la manera en la que nuestras experiencias en la vida esculpen nuestras respuestas
emocionales, de modo que sean diferentes para cada individuo; y también, los primeros
que empezaron a desafiar la idea de la universalidad de las emociones.

38
El cerebro miedoso y asqueroso

Hay situaciones en las que resulta fácil reconocer determinadas emociones. Y a veces
ese reconocimiento nos evita reproducir una experiencia peligrosa. Por ejemplo, yo
aprendí que a mi papá no hay que despertarlo de su siesta susurrándole “despertate” al
lado de la cama. Lo mío fue lo que los científicos llamamos “aprendizaje observacional”
al observar cómo mi hermano recibía una trompada involuntaria por el susto que se llevó
mi padre al ser despertado. Ahora lo llamamos suavemente desde el marco de la puerta a
unos, digamos, cinco metros de distancia. La venganza de mi padre fue colocarse una
máscara sobre su calva cabeza y, encorvado, aparecer como una especie de monstruo
salido de una película japonesa de terror en la puerta de nuestra habitación. Si le hubiese
sacado una foto a mi papá justo antes de la trompada a mi hermano, o a mi cara al
encontrarme con ese demonio japonés, seguramente habría observado una serie de
características icónicas de la cara de miedo: ojos y boca bien abiertos y cejas hacia
arriba. Hay otros encuentros que pueden variar en sus respuestas emocionales, mientras
que una cucaracha viva puede dar algo de miedo —y tengo experiencia con esos bichos
subiéndose por mi pierna—, una cucaracha muerta puede generar asco. Convengamos en
que lo único lindo de las cucarachas es su nombre científico que es Periplaneta
americana. ¿Cuál sería tu cara ante una cucaracha muerta en tu risotto de pulpo al vino
tinto? Probablemente incluya fruncimiento de ceño con los ojos algo cerrados, la boca
cerrada y más cerca de la nariz y las cejas más cerca de los pómulos. Parece que las
expresiones faciales ligadas al miedo y al asco son bastante diferentes. Una de las
preguntas es por qué las expresiones faciales toman esas formas y si las diferencias
gestuales entre el miedo y el asco tienen algún valor importante para la supervivencia
como animalitos que somos.
En general, el campo de las emociones ha sido dominado por su valor comunicativo
entre individuos. Por ejemplo, si puedo observar a alguien poniendo cara de asco en el
transporte público, puedo entender que existe la probabilidad de que un usuario esté
perfumando el espacio con su aroma natural en ausencia de desodorante, señal de que
debería mantenerme alejado. ¿Cómo entendemos las señales del otro? Una de las
hipótesis más aceptadas sostiene que al observar las expresiones faciales o corporales de

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otro, somos capaces de reproducir parte de esos movimientos musculares de manera que
nuestro cuerpo active una representación mental de lo que le pasa al otro. En nuestros
cerebros se activarían regiones similares a las que se activan en la persona que está
oliendo el producto del metabolismo de las bacterias que habitan las axilas. Pero si el
valor de las expresiones faciales fuera puramente comunicativo, ¿por qué ocurren igual
en ausencia de otros individuos? Si la emoción se expresa y no hay nadie para
observarla, ¿existe? Obvio que sí, uno puede tener asco, miedo, ira o lo que sea, aunque
esté solo. Por eso, hay científicos que piensan que las emociones podrían haber surgido
durante la evolución de los seres vivos con otra función que la de la comunicación: una
que hubiera aumentado las probabilidades de supervivencia y así, también, su
probabilidad de dejar descendencia. Más adelante, habrían sido “aprovechadas” durante
el desarrollo de la comunicación y la evolución de la vida en comunidades.
Si esto fuera así, entonces la idea de Darwin de la universalidad de las emociones
tendría bastante sentido. Para evaluar esta posibilidad, los científicos Joshua Susskind y
Adam Anderson, entre otros, realizaron experimentos en los que estudiaron las posibles
ventajas que las expresiones faciales de miedo y asco podrían darle a un individuo12.
Utilizaron un algoritmo que permite generar expresiones faciales digitalmente
manipulando muchos de los músculos de la cara, y pudieron determinar que la expresión
más antagónica a la de miedo es la de asco y viceversa. Mientras que en la de miedo se
abren los ojos, se levantan las cejas y se abre la boca, en la de asco ocurre todo lo
contrario. Se preguntaron si estos movimientos musculares podían tener que ver con
funciones fisiológicas relacionadas con las emociones expresadas. Si el miedo pretende
que te escapes, entonces debería aumentar la percepción del espacio, por ejemplo, para
encontrar una salida rápida o un escondite. Por el contrario, el asco tendría que producir
una disminución en las entradas sensoriales, ya que se estaría tratando de evitar esos
estímulos. Y acá se pone divertido, porque convocaron a un conjunto de sujetos
experimentales y les pidieron que se mantuvieran frente a una pared (con una grilla
dibujada) mientras ponían cara de miedo, mientras expresaban asco o mientras
mantenían una cara neutra, con instrucciones específicas de qué músculos debían mover.
En esas tres condiciones, les pidieron que estimaran el tamaño del campo visual. Si el
miedo aumentara la percepción, el campo visual debería ser más grande con cara de
miedo que con cara neutra, y lo opuesto debería ocurrir con la cara de asco. De hecho,
eso fue lo que encontraron: las estimaciones del tamaño del campo visual fueron

40
mayores con la cara de miedo que la neutra y menores con la de asco. Además,
descubrieron que era más probable que los sujetos detectaran un estímulo determinado o
estímulo blanco (como te “tiro al blanco”, no un estímulo de color blanco) en posiciones
más alejadas del centro del campo visual cuando la expresión era de miedo y el estímulo
fue menos detectado con la cara de asco. También hicieron foco en lo que ocurría con la
nariz y la boca. Descubrieron que, con la expresión de miedo, entraba más aire a los
pulmones y las fosas nasales aumentaban más su volumen que con una expresión neutra,
y que lo contrario ocurría con la cara de asco. Mientras que los movimientos del rostro
asociados al miedo aumentaron respuestas relacionadas con la percepción sensorial, los
asociados con el asco las disminuyeron. Estos experimentos dieron algo de fuerza a la
idea de que el componente común y evolutivo de las emociones es muy fuerte y, por lo
tanto, las señales asociadas al miedo y al asco deberían ser universales e
inequívocamente interpretadas por el cerebro. Y, obvio, cuando pensaste que ya estaba
resuelto el asunto, sabés que van a venir a aguarte la fiesta, porque de eso se trata la
ciencia.
La teoría de las emociones discretas deja poco lugar a que haya aspectos cognitivos
que participen de ellas. Una vez que uno ve una cara de asco, esa expresión se
reproduciría en los circuitos únicos de la representación cerebral del asco y
reconoceríamos la emoción de manera singular. No habría ninguna posibilidad de
interpretar esas señales y determinar que no se trata de asco, sino de otra emoción. Es
decir que no habría una capacidad de tomar una decisión a nivel perceptual sobre los
estímulos que están llegando a nuestros ojos. Por el contrario, si hubiese una etapa de
procesamiento cognitivo de esas señales, entonces un mismo estímulo podría activar una
representación cerebral diferente de acuerdo, ya no al estímulo, sino a su percepción
subjetiva.
Para distinguir entre estas dos posibilidades, los investigadores Axel Thielscher y Luiz
Pessoa evaluaron el reconocimiento de las emociones de miedo y asco en individuos a
los que les realizaron, al mismo tiempo, una resonancia magnética funcional13. El truco
fue que, además de utilizar expresiones faciales clásicas de miedo o asco, les presentaron
expresiones neutras. Los participantes siempre debieron elegir entre miedo y asco, no
había un botón para la expresión neutra. Las expresiones 100% de miedo o 100% de
asco generaron actividad cerebral muy diferente, las regiones que se activaron en cada
caso fueron distintas, como era esperable. Lo interesante era ver qué ocurría en el caso

41
de las expresiones neutras. Si la actividad cerebral dependía sólo del estímulo y no de la
decisión subjetiva (miedo o asco), entonces debería haber mucha superposición entre las
regiones que se activasen independientemente de la selección. Por el contrario, si la
percepción subjetiva de las emociones tuviera relevancia en la representación cerebral de
la cara neutra, entonces la actividad cerebral tendría que variar según la decisión,
independientemente del estímulo.
Lo que observaron fue que las redes cerebrales que se activaron durante la
observación de la cara neutra eran significativamente diferentes si la decisión se trataba
de miedo o de asco. Cuando los sujetos indicaron que se trataba de una cara de miedo, se
activaron regiones como la corteza cingulada anterior y la corteza orbitofrontal,
relacionadas con la generación de respuestas viscerales como el aumento en la
frecuencia cardíaca y la sudoración. En los casos en los que la decisión fue el asco, se
activaron la ínsula del hemisferio derecho y el núcleo putamen, que ya habían sido
implicados en la percepción de esta emoción. Claro que algunas de estas estructuras
pueden haberse activado durante la toma de decisión ante este tipo de estímulos
ambiguos. Lo que tiene sentido es que, en nuestra vida cotidiana, muchos de los
estímulos son ambiguos; de hecho, si no fueran así, no estaríamos preguntándole a los
demás “¿te pasa algo?”, simplemente lo sabríamos y podríamos abrazarlos o dejarlos en
paz. Lo que parece desprenderse de estos y muchísimos otros experimentos sobre el
reconocimiento de emociones es que no se puede negar que haya componentes
universales que se generaron durante la evolución, pero que la aparición de procesos
cognitivos complejos en los humanos, y quizás en otros animales, les agregó una capa
nueva a los mecanismos involucrados en el procesamiento emocional que tiene que ver
con la interpretación de las reacciones emocionales de acuerdo al contexto en el que
ocurren. Sería una especie de universalidad en la que, al final, uno crea su propio
universo emocional. Aunque en verdad, amigos, esto fue sólo el comienzo del debate
científico acerca del origen de las emociones. Y para seguir con la polémica, deberemos
recorrer el mundo en un viaje emocionante, emotivo, excitante, sorprendente, pero sobre
todo barato, porque no los obliga a salir de su casa ni a levantarse de la cama.

42
Instrucciones para emocionar a un chino

No sé si les ocurre seguido como a mí que les pregunten “¿Estás bien?”. No sé qué cara
pondré, que las personas creen percibir que no la estoy pasando bien. ¿Acaso todos van
por la vida con una sonrisa como si se hubieran inyectado botox? Y sí, obvio que me
pasan cosas, tengo preocupaciones, cuestiones que me angustian, como pensar que
después de morirse no hay nada y qué cuernos estoy haciendo que no estoy disfrutando
más de la vida en vez de estar preocupado. Claro, eso hace que esté más preocupado
porque debería estar disfrutando más de la vida, de manera que, sí, esta cara es de
preocupación existencial mezclada con los asuntos cotidianos que debo resolver.
También me pasa que algunas sonrisas me parecen forzadas y, en vez de sentir que esa
persona está contenta, me da miedo que me siga hasta un callejón y me dé veinticuatro
puñaladas mientras mantiene esa misma sonrisa psicópata. Pienso que debería confiar en
mi capacidad de interpretar las emociones de los demás y que eso debería ser fácil para
cualquiera, porque los signos de la cara son muy claros al momento de entender qué
emociones está expresando otra persona. ¿O no? Existe cierto consenso en que al
observar caras que expresan determinadas emociones, se activan mecanismos cerebrales
similares en el que expresa la emoción y en el que la está observando14. Según la teoría
de la universalidad de las emociones, ante caras que expresan determinadas emociones,
los humanos deberíamos reconocerlas más o menos de la misma manera,
independientemente de nuestra crianza.
En cambio, si el reconocimiento de emociones implicara tanto una etapa fisiológica
como otra interpretativa, la primera sería similar en todas las personas, pero la segunda
debería depender de nuestra historia de vida y de los aprendizajes que hubieran ayudado
a construir las representaciones mentales de esas emociones. Ambas ideas poseen
predicciones diferentes acerca de cómo los miembros de diferentes culturas deberían
reconocerlas. Mientras que la teoría universal predice que, ante las mismas expresiones
faciales, todos los humanos deberíamos coincidir en el reporte de qué emoción de trata,
las teorías cognitivas o de “evaluación” predicen que diferentes culturas deberían
reconocer distintas emociones ante la misma expresión facial. Este punto me parece
importante porque, al momento de discutir con otras personas, los humanos solemos

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asumir que, ante los mismos estímulos, todos deberíamos reconocerlos de la misma
manera y, si eso no pasa, es que el otro no tiene razón, está sesgado o tiene algún
problema en relación con la empatía y no se puede colocar en los zapatos del otro.
Quizás la explicación no sea la falta de empatía, sino una diferencia en el procesamiento
de las emociones que depende de su historia de vida, es decir, de la cultura en la que
creció y se desarrolló. Veamos qué evidencias hay.
La ciencia es para mí la construcción humana más hermosa que puede haber, porque
busca la manera de encontrar las evidencias más convincentes. Seguramente si pregunto
qué experimentos u observaciones harías para evaluar las teorías universal y cognitiva,
lo primero que se te ocurre es reclutar sujetos experimentales de diferentes culturas y
determinar qué emociones reportan a partir de fotos o videos con diferentes expresiones
faciales que señalarían las distintas emociones básicas. Por ejemplo, establecer si
miembros de una cultura oriental reconocen las mismas emociones que los de una
occidental ante las mismas expresiones faciales. Dos de los promotores más potentes de
la universalidad emocional son los psicólogos Paul Ekman y Wallace Friesen, de la
Universidad de San Francisco. Han realizado varios de estos estudios culturales
cruzados. Uno de sus experimentos más importantes fue publicado en 1987 y en él
evaluaron el reconocimiento de emociones en participantes originarios de Estonia,
Alemania, Grecia, China, Italia, Japón, Escocia, Sumatra, Turquía y Estados Unidos15.
Las expresiones faciales que se mostraron fueron imágenes de emociones posadas,
expresiones espontáneas y fotos de caras de actores a los que se les indicó qué músculos
de la cara debían mover y cómo. Los estímulos cubrían las seis emociones principales:
ira, asco, miedo, alegría, tristeza y sorpresa, y una emoción más, “desprecio”, que, según
sus estudios previos, difería del asco en sus parámetros faciales. Las imágenes fueron
presentadas en un orden aleatorio en dos ocasiones. En la primera, los participantes
debían observar cada una durante diez segundos y colocar una cruz en una de las siete
emociones. En la segunda ocasión, se les permitió indicar más de una emoción y
establecer con qué intensidad aparecían (en una escala de 1 a 8). Hubo mucho acuerdo
entre las diferentes culturas en la primera fase: en 172 de las 180 imágenes, participantes
de los distintos países coincidieron en cuál era la emoción expresada. Además, en la
segunda instancia, 171 de las 180 imágenes fueron evaluadas de la misma manera por
los diferentes grupos en cuanto a qué emoción era la principal y bastante menos
consistencia en cuál era la siguiente más intensa. Los autores consideraron que estas

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evidencias eran suficientes para concluir que, en concordancia con experimentos
anteriores, las emociones son universales y que todas las culturas las reconocen de la
misma manera.
Los críticos de la teoría de la universalidad de las emociones sostienen que este tipo
de experimentos contienen una serie de problemas experimentales como, por ejemplo,
que culturas como las orientales y occidentales tienen mucho acceso a información de la
otra a través de los medios de comunicación y —en el presente— de internet. Entonces,
si no se encontraran diferencias, uno podría argumentar que es porque crecieron con
influencia de la otra cultura y no porque el reconocimiento de emociones es universal.
Una posible modificación a estos experimentos consistiría en la evaluación del
reconocimiento emocional en culturas que viven aisladas del resto del mundo. De esta
manera, uno se sacaría de encima el tema de la influencia de la cultura occidental u
oriental y podría evaluar los reportes de forma pura.
Existen pocos experimentos de este tipo. Uno de ellos fue publicado en el año 2014 y
realizado por un grupo de investigadores liderado por la psicóloga Lisa Feldman Barrett,
una de las principales opositoras de la teoría de las emociones universales16. Este estudio
posee dos diferencias fundamentales con el anterior. La primera es que se compara el
reconocimiento de emociones entre individuos de una cultura occidental (Estados
Unidos) e individuos de una cultura remota, los himba de Namibia, con muy poca
exposición a la cultura occidental y sus normas. La segunda diferencia es que, en vez de
ofrecer a los sujetos experimentales una lista de emociones para seleccionar frente a una
imagen de una expresión facial, se les instruyó que agruparan las imágenes en pilas de
manera libre de acuerdo a las regularidades en las fotografías. Además, agregaron un
grupo control en el que se les pidió que apilaran sobre la base de las seis emociones
discretas. Esto les permitió observar el efecto de la presencia del concepto incluido en el
nombre de la emoción, sobre el reconocimiento de las emociones. Según la hipótesis de
Barrett, el lenguaje podría tener efecto sobre la percepción subjetiva de las emociones y,
por lo tanto, sesgar el reconocimiento facial a los conceptos preestablecidos. De acuerdo
con esta idea, los científicos y científicas esperaban que en la condición de agrupación
libre se observaran diferencias en la forma de agrupar los estímulos entre los
estadounidenses y los himba, pero que esas diferencias serían menores cuando existía
una lista explícita de posibles emociones. Veamos cuál fue el resultado. La primera
observación fue que, en la condición de agrupación libre, los estadounidenses les

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pusieron nombre a las pilas usando clásicos conceptos asociados a las emociones, como
por ejemplo “sorpresa” o “preocupación”. Pero los himba nombraron las pilas con
descripciones de acciones físicas, como “riendo” o “mirando una cosa”. En cuanto a la
manera en la que ambas culturas agruparon las fotos, los occidentales lo hicieron
respetando las emociones clásicas, las fotos sonrientes en “alegre”, el ceño fruncido en
“enojado”, los ojos bien abiertos en “miedo” y las caras neutras en otras pilas. Las caras
tristes y de asco no fueron agrupadas significativamente separadas. Lo interesante es que
los himba no usaron las mismas categorías; por ejemplo, agruparon los rostros sonrientes
(alegría) y los de ojos bien abiertos (miedo) en la misma pila, mientras que enojo, asco y
tristeza no presentaron pilas separadas. Un análisis posterior indicó que mientras que los
estadounidenses agruparon de acuerdo a un mapa cognitivo de estados mentales, los
himba usaron un mapa cognitivo asociado a la identificación de acciones. Cuando se
analizó qué pasaba si se les pedía que agrupasen las imágenes en pilas con los nombres
de las clásicas emociones, los himba cambiaron su forma de repartir las caras, porque
aparecieron más formas de agruparlas y más relacionadas con estados mentales que con
acciones físicas.
Otros investigadores, incluido Paul Ekman, ya habían observado algunos aspectos del
reconocimiento emocional en la tribu himba y habían concluido que existía un
reconocimiento equivalente de las emociones negativas como el miedo y la ira entre los
himba y una cultura occidental, siempre y cuando se utilizaran vocalizaciones no
verbales asociadas a esas emociones, como gritos de diferentes tipos, risas u otros
modelos de sonidos. Si bien parece existir algo de universalidad, algún aspecto de la
cultura, como por ejemplo el lenguaje, podría modificar el reconocimiento emocional.
El concepto de universalidad ya venía discutido desde hace algunos años antes del
trabajo con los himba. En 2012, científicos de Escocia, liderados por Philippe G. Schyns,
habían publicado un trabajo en el que compararon el reconocimiento de emociones entre
occidentales y orientales usando un método automático de generación de expresiones
faciales, basado en videos muy cortos con movimientos musculares aleatorios de un
avatar que convergían en alguna de las seis emociones principales17. Cada participante
tuvo que asignar cada una de 4800 caras a una de las seis emociones discretas o a una
categoría “desconocida” e indicar la intensidad con una escala preestablecida. Lo que
observaron fue que, mientras que los individuos occidentales armaron grupos
correspondientes a las seis categorías, los orientales tuvieron mucha más superposición

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entre estímulos, sobre todo para sorpresa, miedo, asco y enojo. Además, otras
observaciones indican que mientras que los occidentales usamos los movimientos de la
boca y de los ojos para reconocer las emociones, los orientales fijan su atención en la
parte superior de los ojos principalmente. Por ejemplo, (ˆ.ˆ) indica alegría, mientras que
(>.<) indica enojo. O sea que las evidencias que sostienen que la cultura tiene influencia
en la percepción de las emociones van sumando sus porotitos y desafiando las reglas
universales históricas. Por otro lado, nuestras respuestas emocionales sin duda surgieron
durante la evolución, porque les dieron a nuestros antecesores comunes con el resto de
los mamíferos (y quizás otros animales) alguna ventaja adaptativa. Varias de las
respuestas emocionales básicas se pueden observar en monos, y hasta podemos
reconocerlas en sus caras, pero no se puede negar que la presencia tan fuerte del lenguaje
que, a su vez, genera nuestra cultura, no influya de manera significativa en la manera en
la que percibimos el mundo y a los demás, incluyendo sus reacciones emocionales.

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El lenguaje de las emociones

Si fuéramos tan buenos reconociendo las emociones en los demás y en nosotros mismos,
seguramente los terapeutas tendrían mucho menos trabajo y, además, la gente dejaría de
preguntarnos qué nos pasa. Me ha ocurrido muchas veces que luego de algún logro o una
buena noticia, varios me dicen “deberías estar contento, no se te nota tan feliz”. Otra
típica situación es la preocupación de un anfitrión, o de alguien que te llevó a esa fiesta,
por que estés pasándola bien: “La estás pasando bien, ¿no?”, o “¿Estás muy aburrido?”
o, por qué no, “¿Estás despierto?”.
En la mayoría de los experimentos realizados sobre el reconocimiento de emociones,
los estímulos que utilizan los científicos para sus evaluaciones son muy poco ambiguos.
En general se trata de caras estereotipadas que responden a movimientos faciales
exagerados correspondientes a las seis emociones clásicas. El problema es que las
personas no son lo suficientemente claras con sus expresiones, porque no exageran los
movimientos musculares para que uno realice un reconocimiento apropiado del estado
emocional ajeno y no tenga que estar preguntando a cada rato “¿Qué cuernos te pasa, me
querés decir?”. Las expresiones emocionales reales son en general ambiguas, y el
contexto es lo que nos ayuda a decidirnos por una o por otra. Por ejemplo, si se observa
un rostro con el ceño fruncido y la boca abierta como si estuviera gritando, la mayoría
podrá interpretar que esa persona está enojada o iracunda, pero si se hace un “zoom out”
y se ve que además está flexionando el brazo con el puño cerrado y rodeado de personas
con la misma camiseta de un equipo de fútbol, es probable que nuestra percepción de su
estado mental cambie. Una posible interpretación podría ser que su equipo ganó y por
eso está eufórico gritando “¡Vamoooo’ lo’ pibe’!”.
Las posturas corporales y el contexto social nos pueden ayudar a discriminar los
estados mentales de los demás, por eso es determinante cómo se recortan las fotos en los
medios a la hora de determinar qué le estaba ocurriendo a la persona de la imagen
correspondiente a la noticia. El recorte, o el no recorte de la realidad a través de los
medios, puede no solamente modificar nuestra percepción de la situación que se
comunica, sino nuestra interpretación de los estados mentales de las personas que
experimentaron esa situación. De hecho, un recorte de imagen que incluya un rostro

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fuera de contexto junto con un texto que dice que esa persona está enojada, o triste o
desilusionada, es una combinación explosiva para que reaccionemos como el autor de
esa nota quiere que lo hagamos. Quizás la persona no estaba enojada, sino eufórica, o no
estaba triste, sino concentrada en la foto de un culo. Estas ideas llevaron a varios
científicos a explorar si el lenguaje puede modificar la manera en la que reaccionamos
emocionalmente al punto de dar forma a nuestras emociones. Existen algunas evidencias
que apuntan al lenguaje como parte del contexto necesario para el reconocimiento de las
emociones. Por ejemplo, antes de adquirir el lenguaje, los niños agrupan fotos de
expresiones faciales de manera diferente a la que usan posteriormente. A los dos años
agrupan fotos de caras con expresiones de enojo, tristeza, asco y miedo en una misma
caja, mientras dejan las caras felices afuera. Cuando llegan a los tres o cuatro años
empiezan a surgir los conceptos de tristeza y miedo, dejan esas fotos afuera de la caja de
la cara enojada. Ya a los siete, las expresiones son agrupadas como lo hacen los adultos,
salvo por la de asco. A su vez, cuando el lenguaje se pierde, por ejemplo, por alguna
patología, también cambia la manera de categorizar las expresiones faciales. La
demencia semántica es una enfermedad neurodegenerativa en la que los pacientes no
pueden acceder al significado de las palabras. Si a estos pacientes se les pide que
agrupen de manera libre expresiones faciales en diferentes pilas, en vez de hacer seis
grupos correspondientes a las seis emociones básicas, hacen tres o cuatro pilas en las que
separan expresiones placenteras, no placenteras y neutras. Claro que esta evidencia es
sólo de correlaciones, o sea que coinciden el desarrollo y la pérdida del lenguaje con el
desarrollo y la pérdida de la categorización de las expresiones emocionales.
Sin embargo, correlación no implica causalidad; de hecho, hay muchas correlaciones
espurias como, por ejemplo, que el número de personas que murieron ahogadas por caer
en una pileta por año correlaciona con el número de películas protagonizadas por el actor
Nicolas Cage, o el número de personas que murieron ahorcadas por sus sábanas con la
ganancia total de los centros de ski en Estados Unidos. Por eso es importante, cuando se
pueda, poder realizar experimentos que establezcan una causalidad directa entre una
variable y otra, en este caso entre el lenguaje y el reconocimiento de emociones.
Supongamos que sin el lenguaje uno podría efectivamente discernir si una expresión
es de una emoción positiva o negativa, pero no determinar exactamente de qué emoción
se trata; ¿podrá ser que el lenguaje sea importante para discriminar de manera más fina
las distintas emociones? ¿será que nos entrena para identificar con mayor precisión las

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respuestas emocionales de los demás? Para responder esas preguntas, qué mejor que
mirar fotos de monos haciendo monerías. Bueno, no me refiero a mirar cómo se comen
los piojos del otro o a ver cómo exponen sus genitales para atraer a las hembras. En estos
experimentos, Jennifer Fugate, Harold Gouzoules y Lisa Feldman Barrett utilizaron fotos
con expresiones faciales de chimpancés como estímulos que los participantes —
humanos— debían aprender a categorizar18. Eligieron fotos de estos animales porque los
chimpancés poseen músculos faciales muy similares a los de los humanos y pueden
realizar expresiones también parecidas. Eligieron imágenes con cuatro tipos de
expresiones: mostrando los dientes, jadeando, gritando y jugando. Si bien la cara de
jadeo es bastante diferente a las demás —típica boca en forma de “o”—, las otras tres
son bastante similares y requieren cierto aprendizaje para diferenciarlas. Dividieron a sus
sujetos experimentales, humanos, en dos grupos. El primer grupo tuvo que aprender
estas expresiones monas solamente observando las imágenes. El segundo grupo observó
las mismas imágenes, pero las expresiones faciales estuvieron asociadas a una palabra
sin sentido y, como me encanta inventar palabras, les voy a poner “mosia”, “lagún”,
“retamerín” y “jonatre” (aclaración: estas no son las no palabras que usaron los
científicos). Una vez finalizada la sesión de aprendizaje, evaluaron a las personas de
ambos grupos usando un test de discriminación que consistió en pedirles a todos que
determinaran si dos imágenes de expresiones faciales de los chimpancés eran similares o
diferentes. El truco fue que las imágenes eran siempre mezclas de dos de las expresiones
que podían ser más parecidas a una que a otra o estar justo en el medio. El resultado
interesante fue que los que habían asociado las expresiones a no palabras, fueron mejores
para categorizar en el caso de las imágenes más ambiguas y a identificar el punto medio
entre las dos expresiones.
La idea es que la generación de un concepto asociado al lenguaje permitiría una mejor
categorización perceptual ante expresiones ambiguas, ayudándonos, en este caso, a
identificar las emociones en los rostros. Una crítica posible a este estudio es que quizás
las expresiones de los monos no activen representaciones cerebrales de emociones en el
cerebro humano, sino que simplemente las no palabras estén actuando sobre la memoria
de reconocimiento en general. Por eso, debería existir alguna manera de suprimir el
acceso al lenguaje relacionado con las emociones específicamente y determinar, por
ejemplo, si esa supresión produce algún cambio en el reconocimiento de emociones en
caras de humanos.

50
Hay un fenómeno llamado saciación semántica en el que la repetición de una palabra
muchas veces, produce una pérdida del significado. Por ejemplo, si ahora leés palabra,
palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra,
palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra,
palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra,
palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra, palabra,
palabra, tantas veces, pierde su significado por un tiempo. Así que en un trabajo
realizado por Maria Gendron y Lisa Feldman Barrett, se usó este método para suprimir
el significado de los nombres de las emociones para observar su efecto sobre el
reconocimiento de expresiones faciales19. Utilizaron dos grupos de participantes, uno
experimental y otro control. El grupo experimental tuvo que repetir, por ejemplo, la
palabra “enojo” 30 veces, o la palabra “triste” 30 veces, mientras que el control, una
palabra neutra no asociada a ninguna emoción en particular. Después de eso, se les
presentó la imagen de una cara, en este caso de enojo o tristeza —según qué palabra
hubieran repetido—, por un tiempo muy corto (250 milisegundos) y después, la misma
cara junto a otra muy similar, pero menos intensa en la expresión emocional. En este
experimento se les pidió que seleccionaran la expresión que habían visto antes. Se sabía
que la presentación de un estímulo breve produce un efecto llamado “priming por
repetición” que hace que sea más fácil y rápido determinar las características de ese
estímulo si es presentado nuevamente. Por eso, la predicción era que si el concepto de
“enojo” estaba temporalmente no disponible, los sujetos del grupo experimental que
habían repetido la palabra “enojo” se equivocarían más al identificar la foto entre las dos
opciones que los del grupo control.
Efectivamente, encontraron que las personas que habían repetido las palabras
asociadas a esa emoción cometieron más errores al identificar cuál era la foto que habían
visto antes. En un segundo experimento se realizó el mismo procedimiento, pero en vez
de ponerles dos imágenes para elegir en la fase de evaluación, se mostró la misma foto y
se les hizo una pregunta acerca de esa cara como por ejemplo “¿los ojos están cerca o
lejos uno de otro?”. La diferencia con el otro experimento es que en este los científicos
evaluaban una variable independiente del concepto de emoción que habían suprimido,
pero relacionado con el reconocimiento de esa emoción. El resultado fue que los sujetos
del grupo que había repetido la palabra emocional tardaron más en responder la pregunta
acerca de la imagen del rostro y fueron menos precisos en sus respuestas comparado con

51
el grupo control.
El reconocimiento de emociones tiene una importancia incalculable que va desde
cómo entendemos qué les pasa a los hijos, a la pareja o a los amigos hasta cómo
tomamos decisiones que son de vida o muerte. Los efectos podrían ser críticos en una
situación de guerra entre dos países, uno occidental y otro oriental. ¿Llegarían los
soldados a interpretar correctamente las expresiones emocionales de los civiles de otra
nacionalidad? ¿Podría un presidente como Donald Trump interpretar erróneamente la
reacción de otro líder e iniciar una guerra porque “le puso mala cara”? ¿Cuántos de los
conflictos que tenemos con los demás podrían estar relacionados con un reconocimiento
de emociones que no es universal? Algunas de estas preguntas no tienen respuestas y
otras las seguiremos explorando en el siguiente episodio a la vuelta de la página —si la
cámara me acompaña—.

52
Capítulo 3

Políticas neuronales

“En este país en el que nadie quiere trabajar, vienen los inmigrantes a
robarnos el trabajo, por eso me voy del país a trabajar en un lugar donde
quieran a los inmigrantes.”

De “Reflexiones”,
por Franco, el contradictorio

Una vez gané una elección. Corría el año 1988 y fui elegido por los alumnos de 7º “B”
del Instituto Independencia como “mejor compañero”, lo que habilitó a que fuese
abanderado, aunque en el sorteo me tocó ser escolta y no llevar la bandera, porque nada
puede salir tan bien para alguien nacido para segundear. Ustedes pensarán que
seguramente gané esa elección porque era un chico muy popular con quien todos querían
jugar, muy sociable, gran jugador de fútbol y contestatario de las maestras y maestros.
Pero no, mirándolo en perspectiva, yo creo que me veían como un “nerd tolerable”,
alguien al que le iba muy bien en la escuela, no tenía conflictos con los profesores y era
mediocre en fútbol. Eso sí, corría muy rápido, así que la velocidad estaba de mi parte en
esa carrera por la popularidad y compensaba mi afición por los peces de acuario, mi
colección de rocas y la prolijidad de la vianda hecha por mi mamá. El papel de mejor
compañero iba como anillo al dedo, como Carassius auratus con Elodea densa o como
judío de clase media con viandita bien embalada. ¿Qué llevó a mis compañeros a votar
por mí? ¿Tomaron en cuenta todas las variables? ¿Realmente me conocían? ¿Me habrían
votado si hubieran sabido que me sabía de memoria los rangos de temperatura óptimos
para más de 50 peces tropicales de acuario? ¿Qué características gobiernan un voto?

53
La parte que reconocemos de las campañas electorales se basan en información sobre
las plataformas de los políticos, datos y hechos acerca de ellos, algunos reales, otros
inventados, otros tergiversados y otros completamente omitidos. Normalmente pensamos
que al adquirir toda esa información somos capaces de procesarla y realizar una
determinación objetiva de qué tan malo o tan bueno será para nosotros y para el país que
un candidato esté tomando decisiones. Por eso nos resulta muy difícil conversar con
alguien que tiene una postura política diferente. Ante la misma información, no podemos
entender que el otro vea algo que no vemos o nos apunte a una interpretación que para
nosotros claramente no tiene pies, ni cabeza, ni ojos, ni páncreas. Entonces la única
explicación posible es que el otro es estúpido, no tiene empatía, es diabólico o vive en un
raviol.
Muchas veces es imposible convencer a otra persona de que está equivocada o llegar a
algún punto en común. Podés reflexionar y pensar que miles de millones de neuronas no
pueden estar equivocadas, pero la verdad es que sí, pueden equivocarse, dependiendo de
qué lado de la grieta estés. Quizás estar errado sea parte de la evolución de las especies
porque la realidad es que si nunca te equivocás, no podés aprender. Digamos que no
cometer errores nunca implicaría poder evaluar absolutamente todas las posibilidades
futuras de todos los eventos que ocurrirían en nuestras vidas. Como esto no es posible, el
que mejor predice puede ser el que más esté adaptado, pero como podemos notar, hay
gran diversidad de predicciones, opiniones, actitudes y reacciones ante los eventos que
nos ocurren a nosotros y a los demás. Desde hace un par de décadas que la neurociencia
se mete en la política cada vez con más profundidad para colocar sus electrodos hasta las
raíces más profundas del pensamiento político. Quizás podamos empezar a entender por
qué votamos impresentables, como cuando compramos ese pantalón que seguro íbamos
a usar, pero después nos queda chico y tiene unas flores doradas que parecían una buena
idea de diseño, pero raspan y quedan horribles. Los mecanismos inconscientes que
gobiernan nuestras decisiones políticas y hasta nuestra ideología podrían tener origen
evolutivo y, al menos en parte, estar grabados en nuestros genes y en la estructura del
cerebro. Veamos algunos ejemplos de las simpáticas y escalofriantes investigaciones de
la neurociencia en la política.

Las últimas elecciones en diferentes países nos han dejado consternados. El ascenso de

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la extrema derecha es notable y para muchos hasta incomprensible. Claro que están los
analistas políticos que siempre tienen explicaciones como “es que la gente está cansada
de la corrupción”, “la gente tiene miedo” o “la gente necesitaba un cambio”. Ninguna de
estas no explicaciones me sirve para entender por qué un negro votaría a un racista, un
judío a un nazi o un gay a un homofóbico. ¿Cómo podrías llevar al poder a alguien que
te odia? Las justificaciones son bastante creativas; te dicen “es que no va a hacer lo que
dice, no va a matar a los judíos, quizás eche del país a los que son delincuentes” o “no es
realmente homofóbico, no dijo que mataría a su hijo si fuera homosexual, sólo que
preferiría que estuviera muerto”. Parece haber algún mecanismo más profundo que
forma una parte importante de estas contradicciones vivientes. Cada uno tendrá las suyas
propias, quizás no tan claras como estas.
Lo que está claro es que no todo el mundo reacciona de la misma manera ante eventos
de importancia política. En Estados Unidos, los atentados del 11 de septiembre de 2001
llevaron a algunos estadounidenses a reevaluar el valor relativo de la seguridad física
frente a las libertades civiles, mientras que, a otros ciudadanos, las mismas
circunstancias no los llevaron a realizar esa reflexión. ¿Hay algo en nuestro hardware
que nos predispone a tener estas contradicciones o a reaccionar de forma tan diferente
ante los mismos eventos? ¿Es posible que ciertos elementos de nuestras decisiones
políticas estén escritos en nuestro ADN? ¿Qué significaría eso? La tradición en las
ciencias sociales es suponer que nuestros comportamientos en comunidad están
determinados por el ambiente, sobre todo por nuestras experiencias durante la crianza y
el paso por el sistema educativo. Hace poco, en una conversación con mi papá y mi
mamá, intenté ahondar en el origen de su orientación política y me encontré con una
sorprendente afirmación que le hizo mi mamá a mi papá: “Cuando yo te conocí, vos eras
de derecha”. Esta frase llevó a un rato largo de discusión, porque mi papá le retrucó
“claro, pero porque vos eras comunista, como tu papá”. Aunque no considero que mi
papá sea de derecha, puede que esté a mi derecha. Quizás los genes de mi papá me tiran
para la derecha, pero los de mi mamá hacia la izquierda. Teniendo en cuenta que heredé
los pies de mi papá y las cejas de mi mamá, no puedo sacar ninguna conclusión, pero
pensaba que era bueno que tuvieran estos datos.
Una enorme cantidad de estudios realizados en animales de laboratorio indican que la
diversidad de comportamientos surge de la interacción entre las diferentes variantes
genéticas y el ambiente. Por ejemplo, ratones o ratas que aprenden mal desde que son

55
pequeños, rasgo que está determinado genéticamente, pueden mejorar si se los expone a
ambientes enriquecidos con juguetes y en los que puedan socializar con otros
congéneres. Ciertos aspectos del comportamiento, como por ejemplo la búsqueda de la
novedad, la impulsividad, el miedo a lo nuevo o incluso comportamientos de tipo
adictivos, tienen una base genética muy fuerte. Los que poseen mascotas siempre hablan
de la “personalidad” de los diferentes animales, y muchas veces notan que “ya eran así
de chiquitos”. Los humanos somos animales y, más allá de diferencias que tienen que
ver con la conciencia y el lenguaje, los procesos biológicos que gobiernan nuestro
funcionamiento son fundamentalmente iguales a los del resto de los seres vivos. De
hecho, existen muchos estudios en humanos que muestran que ciertos aspectos de la
personalidad son heredables, aunque existe bastante debate sobre cuáles serían
exactamente esos aspectos.
Supongamos que rasgos como la timidez o la impulsividad tuvieran un componente
genético importante. Seguramente ese componente afectaría aspectos más complejos de
nuestro comportamiento. Alguien tímido va a tener menor interacción social en la
escuela y luego en la universidad, y tendrá menos probabilidad de tener la popularidad
necesaria para llevar adelante una carrera política. Es decir, más allá de que pueda tener
grandes ideas, su timidez va a hacer que, de todas las posibilidades de interacciones en la
vida, explore aquellas menos sociales. Contrariamente, alguien nada tímido y con algún
componente de propensión al riesgo, explorará otras posibilidades en la vida que lo
pueden llevar por caminos muy diferentes a los del tímido. Si el grado de empatía
tuviese un fuerte componente genético, ¿podría alguien poco empático trabajar
acompañando víctimas de violencia? ¿Podría mantener una megaempresa sabiendo que
hay momentos en los que deberá despedir a mucha gente? Si estos rasgos del
comportamiento tienen componentes genéticos importantes, entonces esos componentes
pueden actuar de manera diferente ante un mismo ambiente. Una de las preguntas es si,
por ejemplo, nuestra orientación política tiene algún origen en estas predisposiciones
genéticas que interactúan con el ambiente para formar nuestra personalidad, nuestros
ideales y nuestras creencias. ¿Por qué si sospechamos, intuitivamente, que heredamos
ciertos comportamientos de nuestros padres no podemos pensar que algunas
características, como la ideología, pueden ser en parte también heredables?

56
Tiene la política en los genes

Si bien estas preguntas son difíciles de responder, existen algunos estudios que nos
acercan a algunas respuestas. Una de las metodologías más utilizadas para evaluar los
componentes genéticos de determinados comportamientos son los estudios de gemelos.
Y no, no me refiero a estudios de telepatía, y no, no adivino qué le pasa a mi hermano
mellizo que vive a miles de kilómetros de distancia, y no, somos mellizos, no gemelos,
así que no nos parecemos en nada, salvo que ambos somos biólogos y estudiamos el
cerebro, que es bastante. En inglés no hay diferencia entre cómo llaman a los gemelos y
a los mellizos, ambos son “twins”; sí, como las “twin beds” que podrían ser camas
gemelas si son iguales o mellizas si son diferentes, como un hotel “cool” en el que los
muebles son todos de juegos diferentes.
La distinción entre los gemelos y los mellizos es que los gemelos surgen de la
duplicación de un ovocito fecundado por un espermatozoide, mientras que los mellizos
provienen de dos ovocitos fecundados por dos espermatozoides distintos. Entonces, los
gemelos tienen exactamente el mismo ADN, mientras que los mellizos comparten
aproximadamente el 50% del ADN, como cualquier otro par de hermanos que no
nacieron el mismo día. ¿Y para qué me sirven los gemelos, además de para reemplazarse
en un examen o protagonizar telenovelas? Simple: si comparamos gemelos y mellizos en
cuanto a una característica determinada, como por ejemplo la inteligencia, la habilidad
deportiva, la masa corporal, la afición al queso y dulce, la necesidad de trascender o las
ganas insuperables de cortar un jabón con un cuchillo, podríamos determinar qué parte
de ese aspecto tiene una base genética y qué parte fue modelada por el ambiente y las
experiencias de la vida de cada uno. Si los gemelos se parecen más en esa característica
que los mellizos, entonces el componente genético es significativo. Suponemos que cada
par de hermanos compartió el mismo ambiente de crianza, por lo que las diferencias que
haya entre gemelos y mellizos tendrían que explicarse porque los mellizos son distintos
genéticamente mientras que los gemelos no lo son.
En un trabajo realizado por el grupo liderado por el psicólogo John Hibbing y
publicado en el año 2013, se compararon la concordancia de pares de gemelos y mellizos
en cuanto a varias características que podrían estar relacionadas con las posiciones

57
políticas20. Evaluaron 356 pares de gemelos y 250 pares de mellizos en cuanto a cinco
rasgos de personalidad muy estudiados: extraversión, cordialidad, responsabilidad,
apertura a la experiencia y estabilidad emocional o neuroticismo. Además, estudiaron el
nivel de autoritarismo de derecha usando un test que contiene afirmaciones tales como:
“Las mujeres deberían prometer que obedecerán a su marido cuando se casan” o “No
hay nada malo con los campos nudistas”. Varias de estas afirmaciones tenían que ver
con actitudes hacia las minorías, hacia el aborto, la pornografía y el matrimonio. Los
participantes debieron indicar el nivel de acuerdo con cada una de esas afirmaciones.
Evaluaron también el nivel de igualitarismo y la ideología autopercibida, entre otros
análisis. Si bien en general los científicos sociales continúan debatiendo qué miden
exactamente estos tests, por ahora son maneras de ponerles números a estos aspectos tan
complejos de la mente humana. Lo importante de este trabajo es que midieron muchas
cosas en mucha gente e hicieron análisis sólidos de sus resultados.
Las observaciones fueron bastante impresionantes. Con respecto a los rasgos de
personalidad, los llamados “grandes cinco”, encontraron la presencia de un componente
genético significativo. Esto ya había sido observado en varios estudios de otros grupos
de investigación. De estos rasgos, el que fue más parecido entre gemelos fue la
extraversión, seguido por la apertura a la experiencia. En varias investigaciones, la
apertura a la experiencia ha sido asociada a posiciones políticas más liberales que
conservadoras. Si bien en nuestro país el término “liberal” está asociado a políticas
económicas más conservadoras, en Estados Unidos y en los países europeos las actitudes
liberales son sinónimo de progresistas. Por lo tanto, en lo que resta de este libro, voy a
usar la palabra “liberal” con el sentido que le dieron los autores de los trabajos
científicos, es decir, asociado a políticas de tipo progresistas. Una de las cosas más
sorprendente del trabajo es que encontraron componentes genéticos significativos para
todas las variables que analizaron. Por ejemplo, para el autoritarismo de derecha, las
similitudes entre los gemelos se pueden explicar por la base genética en un 50%, que es
realmente un montón. Algo parecido ocurrió cuando se analizaron los resultados para las
evaluaciones de valores como el igualitarismo y para la ideología autopercibida o
medida a través de un test específico. Otra cuestión interesante es que la base genética de
los cinco grandes rasgos de personalidad no parecería ser la misma que para el resto de
las variables estudiadas. O sea que diferentes grupos de genes están detrás de estos
rasgos más simples y de los comportamientos más complejos.

58
En el año 2015, el grupo de Hibbing publicó otro trabajo en el que se analizaban las
características de pares de gemelos y mellizos que podrían estar relacionadas con las
orientaciones políticas21. En este caso la pregunta consistía en tratar de entender si
características como la empatía o la moral —muchos piensan que son uno de los pilares
de la orientación política— tenían una base genética o, al menos, qué proporción de las
diferencias individuales relacionadas con la empatía y la moral podían explicarse por las
diferencias en las variantes genéticas entre individuos. Evaluaron 97 pares de gemelos y
154 pares de mellizos y les hicieron muchísimos tests, pero en particular les interesaban
los resultados de uno de coeficiente de empatía y otro de maquiavelismo. La empatía es
la capacidad de ponerse en el lugar del otro para entender sus acciones, emociones e
intenciones. El test contaba con afirmaciones como “puedo distinguir fácilmente si
alguien quiere entrar en una conversación” o “frecuentemente me resulta difícil juzgar si
alguien está siendo grosero o amable”, y los participantes debían indicar en una escala en
qué medida estaban de acuerdo o no con esas afirmaciones. Por otro lado, el
maquiavelismo es considerado uno de los rasgos de personalidad más oscuros. La
palabra está relacionada con el escritor renacentista Niccolò Machiavelli, más conocido
como Maquiavelo, quien acuñó la frase “el fin justifica los medios”. El maquiavelismo
se caracteriza por un estilo cínico, falso, manipulador y falto de empatía. La evaluación
contenía preguntas como “¿Estarías dispuesto/a a engañar a alguien completamente si
fuera para tu beneficio?”, “¿Estarías dispuesto a ‘llevarte por delante a cualquiera’ para
obtener lo que querés?” o “¿Estás de acuerdo con que lo más importante en la vida es
ganar?”. Los resultados fueron bastante interesantes. Por ejemplo: para los varones, las
diferencias individuales en el coeficiente de empatía se podían explicar debido a las
variaciones genéticas. Es decir, en los hombres, los gemelos se parecieron mucho más
que los mellizos en sus resultados respecto de la empatía, pero no ocurrió lo mismo en
mujeres. Concluyeron que, para los hombres, la empatía tendría una base genética muy
importante.
Sin embargo, el maquiavelismo parecería depender mucho más del ambiente
compartido por los hermanos y de las experiencias de la vida. Los resultados para las
mujeres fueron distintos: ni la empatía ni el maquiavelismo indicaron depender de las
diferencias genéticas, sino que más bien la mayor influencia tiene que ver con las
experiencias únicas de cada individuo, las que no son compartidas por los hermanos.
En resumen, el estudio de la influencia de las variaciones genéticas individuales sobre

59
la ideología y la orientación política recién está comenzando, pero lo que seguro estamos
observando es que no es despreciable. Varios de los rasgos de personalidad que están
asociados a nuestras actitudes políticas, como la apertura a la experiencia, la extraversión
o la empatía, parecen tener una base genética que varía dependiendo de cuál sea la
característica. Los genes juegan un papel esencial en la evolución de los seres vivos, no
hay razón para pensar que no pueden tener influencia sobre varios de los procesos más
importantes de la humanidad para sobrevivir.

60
El gen liberal

¿Y cuáles serían esos genes? Esa pregunta es muy complicada de responder. Pensá en lo
siguiente: hay caracteres definidos por un solo gen como, por ejemplo, el grupo
sanguíneo. Hay varias enfermedades causadas por variantes falladas de un solo gen,
como por ejemplo la fibrosis quística o la enfermedad de Huntington. Pero la mayoría de
nuestras características corporales y predisposiciones mentales están determinadas por
conjuntos de decenas a cientos de genes. Un ejemplo muy simple es la altura o el tamaño
de la nariz. Si por ejemplo juntamos a 40 personas y las ponemos en hilera, veremos que
cada persona tiene una altura diferente, o sea que casi hay tantas alturas como personas.
Pero si observamos el color de ojos, habrá tres o cuatro diferentes. Cuantas más
diferencias haya en una población para una característica determinada, más genes son los
que están involucrados en su determinación. Si hablamos ahora de ideología, pueden
sacar sus propias conclusiones. En el caso del color de ojos, en los que hay pocos genes
involucrados, cada variante va a tener mucha influencia sobre esa característica; es decir
que una determinada variante de ese gen va a estar indefectiblemente ligada al color en
todos los casos que analice. El problema es que, si hay cientos de genes involucrados,
cada uno va a tener una influencia pequeña en la característica que uno quiere analizar y
entonces su detección es muchísimo más difícil. Supongamos que queremos construir
dos castillos con bloques de juguete. Tenemos sólo bloques rojos de dos tipos, con base
cuadrada y con base rectangular. Un castillo se construye sólo con los cuadrados y otro
con los rectangulares; los dos castillos se parecen, pero no son iguales. Fácilmente se
puede determinar por qué no lo son, uno está construido con bloques rectangulares y otro
con cuadrados, y eso produce estructuras ligeramente diferentes. De repente es Navidad
y te regalan un cajón con mil bloques de colores. Si no festejás Navidad, como me tocó a
mí por pertenecer a una familia judía, atea y progresista, con suerte te tocará un regalo
para Año Nuevo. Entre estos bloques los hay con base rectangular, cuadrada, pero
también de cinco tamaños distintos y cinco colores diferentes. O sea que cada bloque va
a estar definido por el color, la forma de la base y el tamaño. En consecuencia, existen
50 tipos de bloques. Ahora la regla es que, para cada castillo, una característica de cada
tipo de bloque tiene que ser fija. Por ejemplo, para el tipo de bloque 1, los cuadrados van

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al castillo 1 y los rectangulares al 2, pero para el siguiente tipo de bloque, es el tamaño lo
que importa, y para otro, es el color. Lo que va a pasar es que te van a quedar dos
castillos parecidos, pero cualquiera que los vea no va a poder determinar qué
característica de los bloques, si la forma de la base, el color o el tamaño es lo más
importante para las diferencias. Cada una va a tener una influencia pequeña en la forma
final del castillo.
Con los genes pasa lo mismo, cuantos más genes relacionados con un proceso,
menores son sus contribuciones y más difíciles de identificar. La forma de hacerlo es
analizar el ADN de miles de personas y establecer si hay variantes particulares de genes
que aparecen relacionadas con una característica puntual. Me parece que antes de seguir,
debería tratar de explicar a qué me refiero con “variantes de un gen”. Los humanos
tenemos 23 pares de cromosomas, y vienen de a pares por una simple razón. Un
miembro de cada par proviene de la madre y el otro del padre. Esto pasa porque los
óvulos y los espermatozoides no tienen pares de cromosomas, sino que tienen uno de
cada uno. Cuando se juntan durante la fecundación, se forman los 23 pares, o sea se
completan los 46 cromosomas. Quizás te preguntes qué sentido tiene esto, por qué
necesitamos pares y no nos alcanza con uno de cada uno. La respuesta es que los dos
cromosomas de un par no son iguales, contienen los mismos genes, pero las copias de
cada gen pueden diferir en su composición de bases nitrogenadas, es decir, en su
secuencia. Es por eso, entre otras cosas, que heredamos características distintas de cada
progenitor. O sea, no heredamos una nariz del padre y tres dedos de la madre, pero como
las copias de cada gen son distintas, depende de cuál sea más “fuerte” o de cómo se
combinen sus fuerzas para determinar el aspecto que vamos a tener. Las copias distintas
de cada gen se llaman alelos o variantes. Uno puede heredar la variante que produce
dedos cortos y torpes del padre y la que produce dedos largos de pianista de la madre y
podría ganar una de las variantes y predisponerte para relojero o cacheteador de masa
para pan según tus dedos, o podrían generar algo intermedio que te haría un modelo de
manos.
Si una variante de un gen está asociada a una característica particular de manera
consistente, entonces deberíamos encontrar que esa variante está más presente en la
población que posee esa característica. De hecho, en el año 2015, un grupo de
investigadores australianos analizaron el ADN de más de trece mil individuos para ver si
hallaban variantes de genes asociadas a actitudes políticas conservadoras o liberales22.

62
Los análisis de este tipo de trabajos son bastante complejos pero, en resumen, lo que se
encuentra es que ciertas regiones de los cromosomas son las que contienen genes que
parecen tener una influencia significativa sobre un determinado aspecto, en este caso, la
orientación política. Hay que tener en cuenta que son resultados correlacionales, o sea, se
encontraron regiones del ADN asociadas a las actitudes políticas, pero no quiere decir
que las variantes de esos genes sean la causa. Para eso habría que manipular
genéticamente embriones humanos, para modificarles esos genes y determinar si al
crecer son conservadores o liberales, pero no parece un experimento que la humanidad
deba realizar ya que, de mínima, violaría varios derechos humanos. Los científicos
encontraron dos genes en el cromosoma 4 relacionados con la orientación política que,
por muchos otros trabajos en animales y humanos, se sabe que están asociados a los
mecanismos de aprendizaje que ocurren en las neuronas, en particular con la acción de
un neurotransmisor que se llama glutamato. El glutamato actúa a través de proteínas
receptoras en la sinapsis y participa de procesos de aprendizaje y de flexibilidad
cognitiva, es decir, la capacidad de cambiar de estrategia ante cambios en el ambiente.
Suena interesante, porque una de las características de las ideologías más conservadoras
o radicales es la resistencia al cambio a pesar de los avances liberales en el mundo. Igual,
no digo que culpes a tus receptores de glutamato si no podés dejar de equivocarte y
apretar el botón de apagar el celular cada vez que querés sacar una selfie, como le pasa
seguido a un amigo mío.
Es usual que los científicos, y los biólogos en especial, sean acusados de deterministas
al decir que los genes tienen influencia en muchos de los comportamientos y habilidades
complejas de los seres humanos. Esto es bastante injusto con los biólogos y con la
biología como ciencia empírica al menos por dos razones. La primera es que resulta un
poco contradictorio que, si uno acepta que las características físicas como la altura, el
color de ojos, la sequedad de la piel, la calvicie y muchas enfermedades son heredables,
otras características humanas no lo sean. La segunda razón es que los biólogos no
decimos que los genes determinan los comportamientos complejos, sino que distintas
variantes de genes van a tener una interacción distinta con el ambiente, es decir, con
nuestras experiencias de la vida. Si no fuera así, sería al pedo dejar el cigarrillo si hay
antecedentes de problemas respiratorios familiares o cuidarse con la sal desde los
cuarenta, si lo son de hipertensión. El resultado de la mayoría de nuestras habilidades
cognitivas y rasgos de personalidad tiene que ser el resultado de la interacción entre

63
nuestro hardware y nuestro uso de él. Por ejemplo, los antecedentes de cáncer de pulmón
en la familia no indican que uno lo vaya a desarrollar, pero si le das un empujoncito
porque fumás como un escuerzo al que algún desgraciado le prendió un cigarrillo,
entonces tus chances son mayores de las de otros fumadores sin los mismos antecedentes
familiares. Por eso, nadie dice que los genes determinan nuestra ideología, pero sí que
diferentes variantes podrían estar asociadas a comportamientos elementales que, según
nuestra experiencia en la vida, podrán llevarnos a pensar de una u otra manera.
Un ejemplo es el de un trabajo realizado por investigadores de la Universidad de
California, en San Diego23. Los científicos hicieron foco en un gen que produce un
receptor del neurotransmisor dopamina. El gen se llama drd4 y, en especial, la variante
de ese gen llamada 7R. Trabajos anteriores habían asociado la variante de ese gen con un
aumento en una característica que se conoce como la búsqueda de la novedad. Es decir,
son individuos que normalmente están en constante búsqueda de experiencia nuevas y se
cree que es uno de los comportamientos elementales en los que se basa el rasgo de
personalidad llamado “apertura a nuevas experiencias”.
Casualmente, este es uno de los caracteres asociados positivamente con ideologías
liberales y negativamente con ideologías conservadoras. Sin embargo, los científicos
sostenían concienzudamente que esta variante del gen por sí misma no podía ser
determinante de algo tan complejo como la orientación política, y por eso decidieron
analizar qué factores ambientales de la experiencia social de un individuo podía llegar a
interactuar con el ADN para tener influencia significativa sobre la tendencia política. Un
posible factor son los amigos. Pienso en la cantidad de amigos que tuve siempre, desde
muy chico. Como les conté antes, no era del grupo de chicos populares, pero tenía la
capacidad de charlar tanto con los populares como con los que no lo eran porque o eran
nerds, o corrían lento, o jugaban mal al fútbol, eran muy petisos o tenían hobbies no
convencionales como criar canarios o peces de acuario. En la escuela secundaria me
pasó algo similar, era amigo del grupo de varones, pero también tenía amigas mujeres,
por lo que estaba expuesto a muy diferentes puntos de vista sobre muchos temas, como
las relaciones, el aspecto físico, la música y demases que son importantes en la
adolescencia. En la universidad continué haciéndome más amigos y, como cursaba a la
noche, me hice amigos de los turnos vespertinos, además de amigos que ya tenía de
turnos mañana y tarde. Eso me expuso nuevamente a diferentes experiencias, porque los
que cursan a la noche en general es porque trabajan y sus vidas son bastante distintas a

64
las de otros turnos. También tengo amigos no científicos como músicos, arquitectos,
filósofos, técnicos y hasta alguno que no terminó el secundario. Cuando visité a una
amiga mía argentina que vivía en Alemania y es artista callejera, entendí cómo es ese
tipo de vida, cuáles son las reglas y que se puede vivir de eso, en Alemania al menos.
Siempre me resultó interesante la exposición a situaciones completamente inusuales para
un biólogo de clase media intelectual, sobre todo cuando modelos y famosos de segunda
mano me saludaban como si fuera alguien relevante para el mundo del espectáculo y la
farándula. A través de los amigos uno puede descubrir nuevos sabores, sonidos, lugares
y maneras de ver el mundo. Son una de las vías más frecuentes para tener experiencias
nuevas y, en ocasiones, pueden abrir las puertas al desarrollo de ideas políticas como una
de las consecuencias de satisfacer esa predisposición innata a la búsqueda de la novedad
y de experiencias nuevas.
Por eso, los investigadores Jaime Settle y James Fowler, entre otros, decidieron
analizar si el número de amigos era un factor que podía interactuar con la presencia de la
variante 7R del receptor de dopamina DRD4 para determinar la orientación política.
Estudiaron una población de 2.574 individuos en cuanto a qué variante del gen drd4
tenían y cuántos amigos. Como recibimos un cromosoma de un espermatozoide y otro de
un óvulo, tenemos siempre dos copias de un mismo gen. En el caso del DRD4 las
personas podrían tener dos copias de la variante 7R, una copia de la 7R y una copia de
otra variante o ninguna copia del 7R. En sus observaciones, pudieron determinar que los
que tenían dos copias de la variante 7R, cuantos más amigos tenían, más liberales eran,
de acuerdo con un test de orientación política. Con pocos amigos eran más
conservadores. Lo interesante es que, si las copias no eran del DRD4-7R, sino otras
variantes de drd4, no había ninguna tendencia, la cantidad de amigos no resultó estar
asociada a la orientación política. Tengo que aclarar que cuando hablo de liberales y
conservadores, en general me refiero a estas orientaciones políticas en Estados Unidos.
El liberalismo no sólo es económico en este caso, sino que está más relacionado con las
libertades individuales y, por lo tanto, los liberales suelen promover y estar de acuerdo
con políticas progresistas como el aborto legal, la legalización de las drogas y el
matrimonio igualitario. Se considera que los conservadores son más de derecha y tienden
a estar en contra de esas políticas progresistas y a favor de otras regresivas, como el
bloqueo de la inmigración y la concentración de la riqueza. Claro que faltan muchísimos
estudios sobre estas cuestiones, pero por lo menos esta investigación deja abierta la

65
puerta para estudiar cómo los genes que están relacionados con la búsqueda de novedad
podrían influir en el desarrollo de una u otra ideología política, dependiendo de las
relaciones sociales que establecemos durante nuestra vida. Así que cuando te encuentres
con alguien conservador, pedile saliva, hacele un test de ADN para ver si tiene el DRD4-
7R y, si es así, presentale a todos tus amigos.

66
Estatuas cerebrales

Los tímidos seguramente me van a entender, pero yo no solía pasarla bien en los
cumpleaños de la infancia porque, como es usual, había una raza de gente particular
llamada “animadores” que insistían en que todos participásemos de esos juegos ruidosos,
que no consistían en sentarse a jugar a las cartas, a la generala o a algún juego de mesa
de destreza visual que, por supuesto, me hacía más feliz. Uno de los típicos juegos con
los niños es el de las estatuas. Las instrucciones son simples: cuando hay música todos
bailamos, pero cuando la música cesa, nos quedamos como estatuas en la posición
exacta en la que nos encontrábamos cuando comenzó el silencio. El último que frena
porque continúa bailando, pierde y tiene una prenda. Mientras que al frenar la música la
mayoría de las estatuas de los niños y niñas tenían formas claramente relacionadas con
movimientos rápidos con todas las extremidades en diferentes posiciones, mi estatua era
casi siempre la de una forma humana con medio sandwichito de miga en la boca y uno
entero en la otra mano. La mesa de la comida es la aliada de los tímidos.
Este juego es un clásico test de lo que llamamos “monitoreo de conflicto”. Estamos
realizando una acción habitual, en este caso bailar con la música, y repentinamente
debemos dejar de responder. El juego se podría tornar aún más complicado si, por
ejemplo, cuando escuchamos rock and roll tenemos que bailar, pero cuando escuchamos
cumbia debemos quedarnos quietos. Si la frecuencia del rock and roll es más alta que la
de cumbia, entonces vamos a estar acostumbrados a bailar y nos va a costar cambiar el
comportamiento, tenemos instrucciones que son conflictivas. La resolución de la
interferencia que producen estas instrucciones conflictivas requiere que podamos frenar
una acción prepotente (bailar) para realizar otra menos frecuente (quedarnos quietos).
Algo similar podría ocurrir cuando uno crece y debe levantarse de la cama a la noche
para ir al baño a orinar. Existen muchas acciones habituales que uno puede hacer, abrir la
puerta, prender la luz, subir la tapa del inodoro, hacer pis, apretar el botón y lavarse las
manos. Esta secuencia se repite cada vez que vamos al baño. Pero si un día les pasa que
“alguien” dejó encendida la luz del baño y la tapa del inodoro arriba, entonces uno entra,
apaga la luz, baja la tapa y orina sobre ella a oscuras con las consecuencias aromáticas y
húmedas que eso acarrea.

67
Cambiar el comportamiento habitual ante un cambio repentino en el contexto requiere
un esfuerzo cognitivo que puede llevarse a cabo por mecanismos en los que uno es capaz
de monitorear que la respuesta habitual no coincide con la situación presente. Este es un
mecanismo básico de lo que conocemos como “flexibilidad cognitiva”, la capacidad de
cambiar el comportamiento de acuerdo a las diferentes situaciones que se nos presentan.
Las personas conservadoras suelen ser más estructuradas, con ideas y aproximaciones a
la toma de decisiones, que resistentes a los cambios. En contraste, los liberales reportan,
en general, una mayor tolerancia a la ambigüedad y a la complejidad, y una mayor
apertura a nuevas experiencias. Como existen evidencias de que algunos de estos rasgos
son heredables, las diferencias individuales podrían explicarse quizás por mecanismos
cognitivos básicos que participen globalmente en la autorregulación y la capacidad de
reaccionar ante los cambios en el contexto.
Traducido al lenguaje no científico: ¿será que los liberales son más eficientes en
mecanismos relacionados con la flexibilidad cognitiva? Para responder esta pregunta, los
científicos David Amodio, John Jost, Sarah Master y Cindy Yee de la Universidad de
Nueva York, evaluaron el rendimiento de participantes que se reportaron como liberales
o conservadores en una tarea que mide la capacidad de detener una respuesta habitual
ante un cambio en el contexto24. Además, mientras los sujetos realizaban esta tarea, les
midieron la actividad cerebral usando electroencefalografía (EEG) que puede medir la
actividad sincronizada de millones de neuronas al mismo tiempo. Es posible relacionar
luego esas señales con actividad particular de algunas regiones y con tipos de
procesamiento cerebral (por ejemplo, más de tipo perceptual o más asociados a
mecanismos cognitivos). La tarea que tuvieron que realizar los participantes involucró la
generación de una respuesta habitual, que en algunos momentos requería un cambio de
respuesta cuando cambiaba el estímulo. Se llama “Go/No Go”, algo así como
“adelante/frená”, similar al juego de las estatuas, pero sin bailar y sobre todo sin
sandwichitos, ya que todos esos movimientos pueden interferir con las señales eléctricas
cerebrales que los científicos querían analizar. La presentación de la letra “W” en una
pantalla indicaba a los participantes que debían presionar un botón en el teclado lo más
rápido posible, o sea, el estímulo “Go”. La “W” era presentada muchas veces. Por otro
lado, la presentación de la letra “M” indicaba que no debían responder (“No Go”), es
decir, tenían que inhibir la acción prepotente de apretar el botón. Como la “W” aparecía
con mucha más frecuencia que la “M”, la tarea era exitosa cuando los sujetos lograban

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inhibir la acción prepotente de presionar el botón. Antes de comenzar con la tarea los
sujetos experimentales reportaron confidencialmente su ideología política, que coincidió
con el candidato que habían votado en la elección de 2004 (Kerry vs. Bush). Luego
realizaron la tarea de Go/No Go mientras los investigadores registraban la actividad
cerebral a través de los electrodos colocados sobre el cuero cabelludo. En particular les
interesaban dos tipos de señales cerebrales, una llamada “ERN” que ocurre a
aproximadamente 50 milisegundos después de que se cometió un error, por ejemplo, al
apretar el botón al ver la letra “M”. Esta señal indica el grado de conflicto entre la
tendencia habitual y la respuesta alternativa. Es decir, la mayor amplitud del ERN refleja
un mayor grado de monitoreo de conflicto, ya que el cerebro “se da cuenta” de que
cometió un error. Además, les interesaba evaluar otro componente de la respuesta
eléctrica, que se llama “N2” y refleja el monitoreo de conflicto, pero cuando las
respuestas son exitosas, es decir, cuando uno logra inhibir la respuesta de apretar el
botón al ver la letra “M”.
Los investigadores observaron que la orientación política y las señales de ERN y N2
estaban significativamente relacionadas. Específicamente, en los sujetos que se habían
reportado como liberales, ambas señales fueron de mayor amplitud que en los
conservadores, lo que indicaba que existía un mayor monitoreo de conflicto asociado a la
ideología liberal. A la vez, estas señales no variaron significativamente entre liberales y
conservadores en el caso de las respuestas correctas de “Go”, cuando se presentó la “W”
y debían responder. Con respecto al rendimiento en la tarea, lo que observaron fue que
los liberales fueron más precisos que los conservadores, porque cometieron menos
errores, probablemente al poder inhibir la respuesta ante la presencia de la letra “M”. Al
analizar de qué regiones cerebrales provenían las respuestas eléctricas, encontraron que
el 90% de ellas se originaban en una región conocida como corteza cingulada anterior,
localizada en la región frontal y justamente asociada a la capacidad de control
inhibitorio.
En resumen, los resultados de este trabajo parecen apuntar a que un mecanismo
cognitivo básico de inhibición podría ser parte de la base de los mecanismos cerebrales
que subyacen en la orientación política. La idea es que si uno posee una menor
capacidad de inhibir respuestas habituales, como presionar un botón, quizás también le
cueste cambiar respuestas habituales de modos de pensamiento que contrasten con
evidencias empíricas. Por ejemplo, los estereotipos son ideas (en general, incorrectas)

69
acerca de los comportamientos o pensamientos de grupos particulares que se aprenden
socialmente desde que somos muy pequeños. Las mujeres son buenas para la cocina; la
homosexualidad es una elección; los judíos son avaros; los musulmanes, terroristas; los
negros, ladrones, y los taxistas, de derecha. Entonces la presencia de una persona con
alguna de esas características va a activar una representación mental del estereotipo que,
para poder cambiarla o no reaccionar de manera ilógica, deberíamos poder inhibir. Hasta
los más liberales poseen esos sesgos de estereotipo; lo importante es desarrollar los
mecanismos cognitivos para poder inhibir esas respuestas estereotipadas y cambiarlas
por otras más relacionadas con el contexto y no con los prejuicios. Y parece que los
liberales son mejores para hacerlo.

70
Colin Firth y las políticas estructurales del cerebro

La mente está en el cerebro y no en el éter o en una galaxia muy, pero muy lejana. No
queda otra opción que tanto el amor al ver gatitos bebé en internet como la orientación
política dependan de cómo estén cableados los circuitos en cada cerebro. Cada persona
tiene un cerebro diferente, esculpido tanto por la herencia genética como por las
experiencias individuales, pero también nuestros cerebros son inmensamente parecidos.
Todos tenemos dos hemisferios, lóbulos diferenciables y decenas de regiones
identificables. Uno de los desafíos que tiene la ciencia es el de encontrar qué diferencias
en la estructura del cerebro están detrás de las distintas características que hay en los
humanos. Si uno piensa en características físicas que responden a actividades
particulares, es fácil saber dónde buscarlas porque están a la vista. Un tenista tendrá
mayor volumen muscular en uno de sus brazos, los corredores poseen piernas finas y
fibrosas, los nadadores tienen espaldas más anchas y los gamers, nalgas más
voluminosas.
La pregunta es si es posible encontrar algo similar cuando se trata del cerebro. El
razonamiento es que si uno desarrolla algún tipo de experticia, eso debería estar
representado en cambios estructurales en el cerebro. Por ejemplo, si yo intento jugar al
Fortnite en la Playstation, me matan a los dos minutos con suerte, pero mis sobrinos, que
pasan horas rompiendo, disparando y hablando con sus amigos en ese juego, duran
muchísimo más tiempo. O sea que los caminos cerebrales necesarios para jugar bien al
Fortnite se desarrollaron con la práctica y, por lo tanto, debería haber diferencias en
alguna o algunas partes del cerebro entre los que juegan muchas horas y los que
perdemos y decidimos jugar al Pacman. ¿Hay algún antecedente científico que permita
realizar estas aseveraciones? Quizás sólo tengan que confiar en mi palabra de científico
con título de doctor, pero la idea no es utilizar la falacia ad verecundiam o de autoridad,
sino que los convenza porque las evidencias apuntan a ese lado. Igualmente, siempre
deberían hacer el ejercicio de ir a buscar la bibliografía, sobre todo la que es contraria a
los estudios que yo les presento. Este es un aviso de que los científicos, como seres
pertenecientes a la especie humana, tampoco se ponen de acuerdo, pero en vez de
pelearse y lanzarse falacias ad verecundiam, ad hominem o post hoc ergo propter hoc

71
(que es el horror de los horrores porque establece causalidad de una correlación), se
lanzan evidencias y se proponen experimentos y controles. Bueno, vamos al grano:
existen algunos trabajos que ven diferencias en regiones particulares del cerebro de
acuerdo con la experiencia que hayan tenido los participantes del estudio. En una serie
de investigaciones bastante famosas lideradas por la psicóloga Eleanor Maguire se
evaluó el volumen del hipocampo en un grupo de taxistas de Londres en comparación
con sujetos controles25. Los taxistas de Londres deben atravesar un examen muy difícil
para obtener la licencia y deben conducir por una ciudad bastante complicada donde las
calles son muy similares entre sí y donde suele haber mucho tránsito. La idea del trabajo
era que ese entrenamiento en la navegación espacial podía producir cambios en
estructuras cerebrales que, se sabía, estaban implicadas en la memoria y la orientación
espacial. Lo que hallaron fue que, en los conductores de taxi, pero no en los controles,
una parte del hipocampo era más voluminosa. En particular, el volumen era mayor
porque había más materia gris. Estas observaciones se hicieron colocando a los sujetos
en un resonador y realizándoles una resonancia magnética, pero en este caso no
funcional, sino estructural. Es decir, las imágenes de la resonancia no indicaban qué
regiones estaban activas, sino que mostraban en alta resolución la estructura cerebral. ¿Y
por qué la materia gris? Está claro que no es por homenajear al mejor capítulo de Los
Simpson en el que Homero va a la universidad y se hace amigo de tres nerds que se
hacen llamar “los caballeros de la materia… gris, gris, gris”. La materia gris y la materia
blanca fueron denominadas así hace mucho tiempo al observar que dentro del cerebro
había zonas claramente blancas y otras claramente grises. Las neuronas son células
bastante complejas en su morfología; un glóbulo blanco al lado de una neurona parecería
un cantito de cancha al lado de una pieza de Chopin, un pene pintado en una pared al
lado de un mural de Siqueiros, un huevo frito al lado de un milhojas de salmón flotando
dentro de una perla llena de caldo de violetas crecidas en guano de murciélagos
alimentados con mariposas azules. Las neuronas tienen un cuerpo y algunas hasta tienen
curvas. De ese cuerpo desnudo salen dendritas que son bien sexies porque reciben la
información de otras neuronas. En las dendritas se producen las sinapsis, o sea, las
conexiones entre dos neuronas. Cada célula neuronal también posee un axón, sexy, por
supuesto para cualquier neurocientífico. El axón es la parte por la que circula la
electricidad que hará que se liberen neurotransmisores sobre las dendritas de las otras
neuronas. Los axones pueden ser más largos que las dendritas, pero hay muchas

72
excepciones. La característica es que están recubiertos de una sustancia que se llama
mielina y que mejora la conductividad eléctrica. La mielina hace que los axones se vean
blancos y por eso, las zonas en las que hay axones conforman la sustancia blanca. Los
cuerpos neuronales y las dendritas componen la materia gris.
En el caso de que aumenten las conexiones neuronales porque aprendemos muchas
cosas, hacemos ejercicio o estamos estimulados en ambientes diversos, esos cambios
deberían verse en la sustancia gris, porque serán las dendritas las que crezcan por
aumento de las sinapsis, ya que los cuerpos neuronales no se multiplican. En el caso de
los taxistas, los científicos observaron aumento de volumen de la materia gris en el
hipocampo, indicando que había más conexiones neuronales. Qué tendrán que ver los
taxistas con la orientación política, seguro te preguntarás. Bueno, en principio, al menos
en Buenos Aires, gran cantidad de taxistas tienen una orientación política hacia la
derecha, así que serían buenos sujetos experimentales para determinar si hay diferencias
estructurales en el cerebro de conservadores y liberales.
En un trabajo realizado por los científicos Ryota Kanai, Tom Feilden, Colin Firth —sí,
el actor inglés de El diario de Bridget Jones— y Geraint Rees, se analizaron las posibles
diferencias en la estructura del cerebro en 90 personas que habían reportado su
orientación política en una escala de “muy liberal” a “muy conservador”26. El cerebro de
los participantes fue estudiado mediante una resonancia magnética estructural —como la
que se usó con los taxistas— y los investigadores se preguntaron si la cantidad de
materia gris en alguna región del cerebro tenía una relación lineal con la orientación
política reportada. Por trabajos anteriores, hicieron foco en una región que ya
conocemos: la corteza cingulada anterior. Esta corteza es la que, en el estudio de
Amodio, reflejaba una actividad asociada a la habilidad de inhibir una acción habitual
para realizar una respuesta acorde al contexto. Las imágenes mostraron que el mayor
volumen de materia gris en la corteza cingulada anterior estaba asociada,
significativamente, con el liberalismo. Volvieron a realizar el mismo estudio en otro
grupo de 28 participantes y llegaron a las mismas conclusiones, así que no se trataba de
un resultado espurio del primer grupo de personas. Este resultado coincide con el trabajo
anterior en el que observaron que la actividad de esta región estaba asociada al
liberalismo bajo la idea de que los liberales son más eficientes para realizar monitoreo de
conflicto.
Luego se preguntaron si otras regiones mostraban cambios asociados a la orientación

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política y encontraron una sola región cuyo volumen variaba de forma significativa de
acuerdo a la ideología: la amígdala. Se trata de una región que no está en la garganta, ni
tampoco ocurre que cuando estás acostado las amígdalas suben al cerebro, no. Es una
estructura muy relacionada con las respuestas emocionales, principalmente reacciona a
estímulos que se consideran amenazantes. Veremos más adelante por qué esto puede ser
importante para entender la mente de las personas más conservadoras; por ahora, quedate
con la idea de que al revés de lo que ocurrió con la corteza cingulada anterior, la
amígdala tenía mayor volumen en las personas que habían reportado una orientación
política más conservadora. Una idea detrás de este resultado es que los conservadores
poseen una menor tolerancia a estímulos negativos. Digamos que tienen una amígdala
que “salta por cualquier cosa”.
Un análisis muy interesante que hicieron fue el de generar un algoritmo llamado
“clasificador” al que se lo puede “entrenar” con datos de varios participantes y luego
alimentarlo con datos de participantes que no fueron usados para entrenarlo y ver si
puede determinar la orientación política a partir de los datos provenientes de la
resonancia. El clasificador predijo correctamente la orientación política de los
participantes un 71,6% de las veces, que es un montón. O sea que, sólo conociendo el
volumen de materia gris de la corteza cingulada anterior y de la amígdala, es posible
predecir si alguien está más a la derecha o a la izquierda, al menos de las estructuras
cerebrales inglesas, ya que el estudio fue hecho en Inglaterra.
Como todo, la política tiene sus bases biológicas, y lo bueno es que estamos
intentando comprender cómo los procesos cognitivos básicos están relacionados con los
rasgos de personalidad y con la ideología. Es uno de los caminos posibles para entender
por qué somos como somos. Así que la próxima vez que te enojes porque hay personas
de otros países primeras en la fila para pagar y vos estás apurado, pensá que quizás sean
los genes que te juegan una pasada medio derechosa, pero que cuantos más amigos
tengas, es probable que esos pensamientos pasen de largo y no vuelvan.

74
Capítulo 4

Políticas emocionantes: jedis versus siths, la verdadera


grieta

“Me dijeron que el miedo es la emoción más importante para


sobrevivir, por eso vivo encerrado en el baño y voto a la derecha.”

Cita de “Mi ducha”, la autobiografía de Roberto Faccio

Una de las referencias principales para entender el comportamiento humano es, sin duda,
la saga de Star Wars. Más allá de la frondosa imaginación de sus creadores, algunos
aspectos de los conflictos que aparecen en la historia de ese universo son bastante
parecidos a los conflictos históricos de la humanidad. Claro, después de todo, Star Wars
es un invento humano, no lo crearon los wookies, y mucho menos los klingon, que
pertenecen a otra saga. Al comienzo de Star Wars, la trama política gira en torno a la
lucha entre la república y los separatistas. En la República, la democracia funciona a
través de un parlamento que, a su vez, posee una comisión asesora de maestros jedi, algo
así como un consejo de expertos que puede ver partes del futuro a través de la fuerza,
algo presente en todos los seres vivos y sustancias no vivas. En nuestro país han
contratado astrólogos y duendólogos, pero por suerte no han formado una comisión
asesora, aunque me encantaría ver un debate entre los que leen los astros y los que leen
las heces de los duendes para vislumbrar a cuánto de va a ir el dólar.
Volviendo a Star Wars, el Parlamento finalmente autoriza el uso de un ejército de
clones generado en la clandestinidad para luchar contra los separatistas y ganar la guerra.
Entre tanto, Anakin Skywalker, el hijo de una madre sola, es entrenado por los jedis y se

75
convertirá en uno de los más fuertes miembros de esa orden. Algo interesante de la trama
es que tanto el aspecto político como el aspecto individual de los personajes se hallan
relacionados a una emoción en particular: el miedo. El miedo a los separatistas admite la
utilización del ejército de clones que finalmente será el que lleve a los maestros sith al
poder, los enemigos de los jedis. Los sith también dominan la fuerza, pero su lado
oscuro, más relacionado con las ansias de poder que otra cosa. El camino que atraviesa
la República para transformarse en una dictadura de los sith es similar al que atraviesa
Anakin Skywalker para convertirse en el villano más conocido de la historia del cine,
Darth Vader. El miedo convirtió a la República y el miedo allanó el camino de Anakin
hacia el lado oscuro de la fuerza. Yoda, que no había estudiado neurociencia, ni
psicología, ni tampoco sociología, la tenía bastante clara y dijo: “El miedo lleva a la ira,
la ira lleva al odio, el odio lleva al sufrimiento y el sufrimiento es el camino al lado
oscuro”.
A mí me parece [OPINIÓN ALERT] que Star Wars es una buena metáfora de lo que
sucede y ha sucedido en muchos casos en los que gobiernos conservadores y a veces
autoritarios han llegado al poder. El miedo es un enorme motor de convencimiento.
Históricamente, partidos conservadores han llegado al gobierno mediante estrategias que
fomentaron el miedo: el miedo a los comunistas, el miedo a los terroristas, el miedo a los
inmigrantes, a los judíos, a la conquista de derechos de las minorías o al lavado de
cerebro marxista. A pesar de que el poder adquisitivo y las medidas económicas son
relevantes, los votos no parecen, a veces, ir de la mano de cuánto dinero uno posee,
porque parece que el bienestar percibido no se basa sólo en el poder adquisitivo. El caso
de la inmigración es claro; el miedo a los inmigrantes genera bronca de que cualquiera
venga y les quite el trabajo a los locales. Esa bronca se convierte en odio, generalmente
racial, llamado xenofobia (más ligada al miedo en su significado). Ese odio puede
terminar en acciones violentas en las que las personas terminen lastimadas y sufran.
Como ejemplo, la separación de madres y padres de sus hijos en Estados Unidos. El
sufrimiento lleva al lado oscuro, o sea a votar a la derecha conservadora.
Aunque no creo que se hayan inspirado en Star Wars, varios científicos están
estudiando la relación entre las reacciones emocionales y la orientación política. Una
posibilidad es que las campañas del miedo activen reacciones emocionales que
favorezcan el voto hacia la derecha, y una pregunta es si los individuos de orientación
política más conservadora son más susceptibles a reaccionar ante estímulos amenazantes

76
que individuos más liberales o de izquierda. Otra posibilidad es que ese no sea un rasgo
relacionado con la orientación política y que, si bien el miedo es uno de los motores,
afecte a conservadores y liberales por igual.
Puesto de otra forma: ¿podrá ser que las actitudes políticas varíen con algún rasgo
fisiológico relacionado con el miedo? El grupo de científicos liderado por John Hibbing,
de la Universidad de Nebraska, en Estados Unidos, analizó en un trabajo publicado en la
revista Science si la orientación política estaba asociada a determinadas reacciones a
estímulos sin contenido político27. En particular, les interesaban las reacciones ante
estímulos amenazantes. La respuesta a este tipo de estímulos es fácil de identificar. Si la
amenaza es abrupta, se desencadenan una serie de movimientos musculares en todo el
cuerpo dentro de los 30 a 50 milisegundos, posiblemente para reducir la vulnerabilidad
de órganos vitales. Por ejemplo, si explota un petardo cerca de nosotros, cerramos los
ojos y retraemos la cabeza. La percepción de una amenaza puede causar respuestas más
tardías por señales que viajan desde las cortezas sensoriales (con los sentidos) hacia el
tálamo y el tallo cerebral. Estas señales producen la liberación de noradrenalina en el
cerebro y de otros neurotransmisores que producirán respuestas corporales, como la
liberación de adrenalina que activa el sistema nervioso simpático, que contrae los
músculos y aumenta la frecuencia cardíaca preparándonos para salir corriendo o luchar
contra la amenaza. Si bien esta respuesta es universal, todos la tenemos, la sensibilidad a
la amenaza percibida no es igual para cualquier individuo. ¿Cómo se puede medir la
respuesta a un estímulo amenazante? Una posibilidad es medir la actividad del sistema
nervioso simpático. Cuando se activa, además de las respuestas musculares, también
aumenta la humedad en la superficie externa de la piel. Ese cambio en la humectación
puede detectarse analizando el cambio en la conductancia eléctrica de la piel. Si se
colocan un par de electrodos y se establece un voltaje mínimo (imperceptible para el
participante del experimento), se puede medir cuánta corriente circula. Si la piel está más
húmeda, circulará más corriente y eso se verá como un aumento en la conductancia.
Los científicos reclutaron 46 participantes que llenaron un cuestionario acerca de sus
creencias políticas, sus rasgos de personalidad y ciertas variables demográficas. Dos
meses después de eso, los sujetos regresaron al laboratorio donde se les realizaron dos
mediciones. La primera fue la de la conductancia de la piel mediante un equipo que se
conecta a un dedo de la mano. Cada participante observó tres imágenes amenazantes por
separado, una consistió en una araña enorme sobre la cara de una persona con miedo,

77
otra de un individuo aturdido con la cara ensangrentada y la tercera de una herida abierta
con gusanos. Las tres imágenes se encontraron mezcladas entre 33 imágenes diferentes.
Para cada individuo, se midió la conductancia de la piel mientras miraba la imagen y en
el intervalo entre imágenes. Luego se realizó un segundo experimento en el que se midió
la respuesta de sobresalto que se produce, por ejemplo, ante un sonido muy fuerte como
un petardo o cuando alguien se esconde detrás de una columna y grita “buh”. Una
reacción fisiológica ante este tipo de estímulos es la de cerrar los ojos, así que uno puede
medir la fuerza con la que se cierran mediante el movimiento de los músculos
oculomotores. Esta medición es también muy sencilla mediante un dispositivo capaz de
detectar los movimientos pequeños de los músculos. La intensidad con la que se cierran
los ojos se reflejará en la amplitud de la respuesta detectada.
Para estudiar la reacción a este tipo de amenaza inmediata, se les colocaron
auriculares a los sujetos experimentales a través de los que se presentó un sonido fuerte e
inesperado siete veces mientras miraban una pantalla en blanco con un punto focal. Se
analizó la respuesta oculomotora asociada al sonido fuerte para cada uno de los
individuos. Una vez finalizados los experimentos, los participantes realizaron una
encuesta en la que se les preguntó si estaban de acuerdo o no con veintiocho conceptos
políticos. Dieciocho de esos conceptos habían sido identificados como importantes para
individuos preocupados por proteger los intereses grupales (en las elecciones de medio
término de 2007 de Estados Unidos) de posibles amenazas. Estas posiciones eran, por
ejemplo, apoyo a gastos militares, allanamientos sin garantías, pena de muerte,
patriotismo, la guerra con Iraq, rezar en la escuela, la verdad bíblica y oposición al
pacifismo, la inmigración, el control de armas, la ayuda internacional, sexo
prematrimonial, matrimonio gay, derecho al aborto y pornografía.
Aunque esto no determina específicamente si una persona tendrá una posición política
más conservadora, el apoyo y oposición a varios de estos conceptos coinciden, en la
mayoría de los casos, con orientaciones políticas definidas. ¿Y qué pasó al cruzar los
datos de los experimentos fisiológicos con la encuesta de conceptos políticos? Los
individuos más preocupados por la protección del individuo (apoyo a gastos militares,
pena de muerte, etc.) mostraron una mayor respuesta de conductancia de la piel ante las
tres imágenes amenazantes que los individuos menos preocupados por eso (más
“liberales”). No se encontraron diferencias en la conductancia de la piel en respuesta a
las otras imágenes (no amenazantes). Con respecto a la intensidad con la que cerraron

78
los ojos ante los sonidos fuertes, los individuos más preocupados por la protección
individual cerraron los ojos con más fuerza que los otros ante los ruidos amenazantes.
Los científicos concluyeron que existe una correlación entre las respuestas fisiológicas a
una amenaza y ciertas actitudes políticas, en particular, aquellas relacionadas a la
protección individual, la religión y la ampliación o no de algunos derechos.
Recordá que se trata de una correlación: estos experimentos no muestran que la mayor
reactividad a las amenazas produce ideologías más conservadoras. Sin embargo, es
difícil pensar que si las actitudes políticas son solamente producto de la crianza y la
educación (o falta de ella), esto tenga un efecto sobre respuestas fisiológicas
involuntarias. Quizás sea que algunas de estas respuestas fisiológicas condicionan la
manera en la que procesamos las amenazas ambientales y podrían ayudar a empezar a
entender por qué las personas con convicciones políticas muy fuertes carecen de
flexibilidad en sus creencias. Por ahí es una conclusión un poco perturbadora y hasta
triste, porque implica que las grietas siempre van a existir, debido a que las reacciones
fisiológicas parecen ser un componente importante en la generación de los conflictos
políticos.

79
Imágenes político-cerebrales

La conciencia surgió en algún momento durante la evolución humana. Si bien nos ha


dado muchos frutos como especie, también nos ha dotado de una serie muy inexacta de
sesgos e interpretaciones de nuestro comportamiento. La gente suele ser muy
inconsistente en sus gustos, pero cree ser muy consistente. Cuántas veces te habrá
pasado que tu pareja devore compulsivamente unos plétzalej (sandwichitos de pastrón y
pepino) en un evento cuando hasta hace un mes decía que no le gustaba el pepino.
Además, esa era LA razón por la que no comía plétzalej. Le decís: “¿No era que no te
gustaban?” y te responde: “Bueno, ahora me gustan ¿y qué?”. Lo mismo puede ocurrir
cuando lo/la encontrás mirando Duro de matar 2 cuando se suponía que no le gustaban
las películas norteamericanas o tarareando “Bombón asesino” cuando se suponía que
odiaba la cumbia. Claro que cuando le preguntes te dirá: “Bueno, pero mirá qué buena
fotografía tiene Duro de matar 2, además actúa ese que estaba en Harry Potter que es
inglesa” y “Estoy escuchando ‘Bombón asesino’ porque vamos a hacer una versión con
nuestra banda de jazz fusión clásico moderno contemporáneo usando solamente
martillos y ocarinas”.
Parece entonces que algunas reacciones emocionales ocurren inadvertidamente, pero
que los humanos creemos que tenemos más control sobre ellas. De hecho, cuando se
trata de ideas políticas o políticos que nos gustan (si los hubiera), asumimos que nos
agradan porque coincidimos con sus ideas, que hemos analizado racionalmente con todo
nuestro poder cognitivo. No sé bien por qué llegamos a tal conclusión, cuando tenemos
cada vez más evidencias de que muchas decisiones se toman de manera inconsciente.
Claro, como pocos llevan un registro de todas sus decisiones, es muy difícil darse cuenta
de lo poco consistentes que resultamos en verdad. Una de las preguntas importantes es
cómo afectan nuestras reacciones emocionales inconscientes a nuestra supuestamente
racional orientación política. Vimos en el trabajo anterior que las imágenes amenazantes
producen una respuesta significativamente mayor en las personas que están más a la
derecha del espectro político. Una pregunta que sigue a esa es qué pasa adentro del
cerebro y si a partir de la reacción cerebral e inconsciente a algunas imágenes, es posible
predecir la orientación política de un individuo.

80
En el año 2014, un grupo de científicos estadounidenses e ingleses decidió evaluar la
respuesta cerebral de 83 voluntarios que observaron una serie de imágenes neutras o
emocionalmente cargadas28. Para evaluar la actividad neural, los individuos fueron
colocados en un escáner cerebral para realizarles una resonancia magnética funcional. Se
les presentaron 20 imágenes desagradables, 20 amenazantes, 20 agradables y 20 neutras.
Las imágenes desagradables eran de dos tipos, unas más relacionadas con contaminación
—por ejemplo: una cucaracha sobre una pizza— y otras más relacionadas con daños al
organismo, como por ejemplo una mano cortada o una persona con quemaduras severas.
Las imágenes amenazantes podían ser de una amenaza real presente, como un accidente,
o de una amenaza latente, como una víbora. Las imágenes agradables podían ser de
perritos bebé, flores o un tobogán de agua, entre otras. Fuera del escáner, los
participantes rankearon las imágenes usando una escala de 1 a 9 de intensidad y
categorizándolas en “desagradables”, “agradables” o “amenazantes”. Por otra parte,
también completaron una encuesta extensa relacionada con su orientación política,
indicando su acuerdo o no con ítems como inmigración o control de armas e indicando
su posición ideológica y filiación política (si la tenían). De esta manera, los
investigadores categorizaron a los 83 participantes en tres grupos: 28 liberales, 27
moderados y 28 conservadores. No se encontraron diferencias entre los grupos en la
percepción subjetiva de las reacciones emocionales a las imágenes. Es decir, los reportes
conscientes fueron similares para las imágenes desagradables, agradables y amenazantes,
a pesar de las diferencias individuales. Sí se encontró una tendencia de los conservadores
a rankear como más intensas las imágenes desagradables, aunque no resultó
estadísticamente significativa. Sólo menciono esto porque nos va a servir más adelante.
Lo sorprendente es que cuando fueron a ver qué había ocurrido con la actividad cerebral,
los cerebros de los conservadores mostraron una actividad diferente a la del cerebro de
los liberales, pero en particular para las imágenes desagradables relacionadas con
heridas, enfermedades, etc. (asociadas con lo orgánico o animal).
Es decir que los circuitos cerebrales que se activaron en respuesta a estas imágenes
fueron diferentes para conservadores y liberales, a pesar de que conscientemente estas
diferencias no se vieron. Este es un caso en el que la actividad cerebral nos permite
evaluar procesos que están ocurriendo fuera del acceso consciente. Los científicos fueron
más allá y se propusieron determinar la orientación política con tan sólo mirar la
actividad cerebral evocada a partir de una de esas imágenes desagradables. Para eso,

81
alimentaron un algoritmo con los datos de las resonancias y después, con una sola
imagen, le preguntaron si podía determinar a qué grupo pertenecía. Las imágenes
desagradables que recordaban algo animal (heridas abiertas, por ejemplo) fueron las más
potentes para predecir la orientación política, seguidas por las relacionadas con la
contaminación (gusanos en los ravioles, por ejemplo). La actividad de muchas regiones
cerebrales difirió entre liberales y conservadores, incluyendo varias involucradas en el
procesamiento del asco y de estímulos con valencia negativa (como los amenazantes).
Las regiones como la ínsula, la amígdala y los ganglios basales, involucrados en el
reconocimiento del asco, se activaron más en los cerebros de los individuos
categorizados como conservadores, y también otras regiones asociadas a la percepción
del dolor. Además, vieron mayor actividad en la corteza prefrontal dorsolateral,
implicada en el control de impulsos y la regulación emocional, similar a lo que se había
observado con el electroencefalograma, que conté en el capítulo anterior.
Es interesante que varias de las estructuras y redes más activadas en el cerebro de los
conservadores estén relacionadas con el procesamiento de estímulos con carga negativa
(asco, amenaza, etc.), pero no con el de estímulos placenteros. Por eso, una idea es que
los conservadores podrían tener un sesgo hacia el mayor procesamiento de estímulos
negativos. Algo así como que, de manera no consciente, les resultan más importantes las
experiencias percibidas como negativas que las positivas. De hecho, en un trabajo
publicado por el mismo equipo en el año 2012, se había observado que la respuesta de
conductancia de la piel era mayor para los conservadores que para los liberales al
observar imágenes negativas (iguales a las del trabajo de Science de 2008), pero que
además los liberales reaccionaban con mayor conductancia en la piel que los
conservadores a imágenes positivas (un niño sonriendo o un lindo conejito)29.
Asimismo, los conservadores pasaron más tiempo con la mirada fija en las imágenes
negativas, mientras que los liberales pasaron más tiempo con la mirada fija en las
imágenes positivas. Según estos trabajos, existe una correlación entre la respuesta tanto
fisiológica como cerebral a imágenes negativas y la orientación política. Por supuesto
que, como dije antes, correlación no es causalidad, pero es difícil pensar que la
formación de una ideología política particular es capaz de sesgar nuestra percepción de
estímulos carentes de ideología. Resulta más redondo pensar que estas reacciones
fisiológicas inconscientes son elementos que interactúan con la experiencia ambiental
(familiar, educativa y social, en general) para determinar nuestra ideología política.

82
Digamos que si sos más susceptible a quedarte con el asco, el miedo, el odio y el dolor
que te transmite el Emperador Palpatine de Star Wars, es probable que termines
convertido en sith en el lado oscuro de la fuerza. Quizás si Obi Wan le hubiera hecho un
test de conductancia mostrándole a Anakin imágenes desagradables, habría podido
predecir su paso al lado oscuro de la fuerza. Falta neurociencia en Star Wars. No,
mentira, no le falta nada.

83
La campaña del asco

El asco es una emoción muy particular. A diferencia de otras, como el miedo, por
ejemplo, el asco aparece en situaciones que no son objetivamente asquerosas. El miedo
puede desencadenarse por una situación amenazante que puede ser inmediata, como que
se esté cayendo el avión en el que viajás (perdón si estás leyendo este libro en un avión)
o simplemente que se te aparezca una araña en el techo del baño mientras estás sentado
en el inodoro (perdón si estás leyendo esto haciendo lo segundo). El asco puede aparecer
porque sacaste una lasaña que te habías olvidado en el fondo de la heladera y está llena
de hongos y huele a, bueno, a eso que te imaginás, o porque alguien se está comiendo
una banana con ketchup y mostaza. Pero también uno puede tener una reacción similar
cuando se le ve la cara a un sacerdote acusado de pedofilia, cuando un periodista
defiende a un policía que le disparó a un niño o cuando un funcionario dice que no hubo
30 mil desaparecidos durante la dictadura militar.
Otros podrán tener reacciones compatibles con el asco al ver dos mujeres tomadas de
la mano, un hombre o una mujer trans o adolescentes usando pañuelos verdes a favor del
aborto. El asco puede ser moral y la reacción fisiológica es bastante parecida a la de oler
algo podrido. Existen algunas teorías acerca de la evolución del asco moral y cómo se
relaciona con el asco no moral. Hay muchas evidencias de que esta emoción surgió
evolutivamente porque permite que los seres vivos eviten ciertos alimentos o situaciones
en las que se pueden exponer a la contaminación, sobre todo por patógenos que crecen
en alimentos que se pudren o en cadáveres de otros animales. Muchos estamos
acostumbrados a utilizar nuestro olfato para determinar si algo es comestible sin darle
importancia a la fecha de vencimiento. ¿Cuánto olor a podrido es tolerable? Existen
variaciones entre las personas, así como también en su resistencia a las consecuencias de
comer grandes cantidades de bacterias y hongos. Tanto las personas con orientación
política de izquierda como las de derecha basan su ideología en valores morales
relacionados con la prevención de daños, la justicia y la igualdad. Sin embargo, los
individuos más de derecha les prestan igual atención a otros valores, como por ejemplo
la pureza, la lealtad dentro de un grupo y la autoridad relacionada con cierta estructura
social. Hay muchas evidencias de que estas inclinaciones son similares en diferentes

84
culturas y es esperable que, en general, las personas que coquetean más con la derecha
suelen considerar que la pureza o la falta de ella son fundamentos importantes para
construir los valores morales y la orientación política.
Algunos de los argumentos que sostiene la derecha tienen que ver con políticas
antiinmigratorias o regresión de derechos para minorías basadas en que ciertos
comportamientos son antinaturales o impuros. Por ejemplo, la idea de que un aborto es
equivalente a matar un bebé produce una reacción emocional con componentes de
desagrado, posiblemente similar a la de un cuerpo mutilado, mientras que si se entiende
que se trata de un embrión y no una persona, la reacción es completamente diferente.
Otro ejemplo más claro es el de las reacciones ante la ampliación de derechos de los
homosexuales. Muchas de las justificaciones en contra se basan en conceptos
relacionados con el miedo, por ejemplo, a que desaparezcan las familias o todos los
niños “se vuelvan” gays. Otras justificaciones, por ejemplo, tienen más que ver con la
reacción de desagrado que les produce a muchos individuos la idea de dos hombres o
dos mujeres teniendo sexo. Una pregunta es por qué, a algunas personas, el sexo entre
dos hombres o dos mujeres les produce una reacción de desagrado y a otras personas, no.
Quizás las explicaciones racionales de por qué la derecha, en general, se opone a
derechos como el matrimonio igualitario tengan que ver con justificar conscientemente
reacciones emocionales rápidas que se basan en algún rasgo general, como una mayor
reactividad a estímulos desagradables. Puesto de otra forma, como el asco o el desagrado
están asociados con la percepción de violaciones de normas relacionadas con la pureza,
que son importantes para las personas de derecha, la sensibilidad a estímulos
desagradables podría estar asociada particularmente con actitudes conservadoras ligadas
a la pureza sexual.
Para tratar de responder estas preguntas, el grupo de John Hibbing realizó una serie de
experimentos similares a los que habían publicado con imágenes amenazantes30. Esta
vez eligieron imágenes que específicamente provocaban una reacción de asco bastante
importante. Un montón de imágenes fueron evaluadas por 126 “jueces” que las
catalogaron según la intensidad de respuesta que les producían y la emoción particular
(dentro de 12 emociones posibles). Seleccionaron 5 imágenes que generaron reacciones
potentes y específicas de asco en todos los jueces: un hombre comiéndose un puñado de
gusanos vivos; un cuerpo vivo horriblemente mutilado; excremento humano flotando en
un inodoro; una herida sangrienta, y una herida abierta llena de gusanos. Reclutaron 50

85
participantes que anteriormente habían realizado una serie de encuestas sobre su
posición política, que incluían su posición con respecto a una variedad de ítems entre los
que se encontraban el matrimonio gay y otros dos puntos relacionados con la sexualidad,
el sexo premarital y la pornografía.
Como en el estudio anterior, los participantes vieron una serie de imágenes entre las
que se hallaban las 5 desagradables mientras se les midió la frecuencia cardíaca y la
conductancia de la piel. Se esperaba que con las imágenes asquerosas aumentara la
conductancia de la piel, pero no la frecuencia cardíaca (más relacionada con la amenaza).
En efecto, las 5 imágenes generaron un aumento en la conductancia de la piel en todos
los sujetos, pero fue significativamente más alta para los que habían reportado estar en
contra del matrimonio gay. La frecuencia cardíaca, en cambio, no mostró diferencias
entre los grupos. Lo otro interesante es que la diferencia en la respuesta ante las
imágenes desagradables sólo fue significativa entre los que se oponían o no al
matrimonio igualitario, pero no entre los que tenían diferencias en cuanto a otros temas
sexuales como el sexo premarital o la pornografía. No resulta tan extraño al tener en
cuenta que mucha gente de derecha ha tenido sexo antes del matrimonio y me arriesgo a
decir que la mayoría vio o ve pornografía. Como con las imágenes amenazantes, la
reacción fisiológica a imágenes puramente desagradables que nada tenían que ver con
ningún tipo de ideología se correlacionó con la posición respecto al matrimonio
igualitario. A partir de estos resultados, podemos empezar a pensar que la magnitud de
las reacciones fisiológicas a estímulos desagradables podría ser uno de los elementos que
conformen la base de la construcción de nuestra ideología con respecto a temas
relacionados con lo sexual. Las personas más preocupadas por la pureza, en general,
podrían reaccionar más intensamente con un asco de tipo moral que tiene su raíz en la
reacción a estímulos desagradables naturales que aparecieron durante la evolución como
mecanismos protectores de la contaminación.
Uno podría pensar que se trata de un estudio aislado hecho en Estados Unidos y que,
por ahí, no sería posible encontrar resultados similares en otros lugares u otras culturas.
Así que unos investigadores holandeses decidieron evaluar una hipótesis similar en su
país31. Las diferencias entre Estados Unidos y Holanda son muchas. En particular,
Holanda es un país mucho menos religioso, donde las políticas igualitarias como el
matrimonio gay y el aborto están aceptadas desde hace mucho tiempo. Esto no quiere
decir que no haya individuos de derecha que estén en contra, pero son políticas más

86
naturalizadas que en Norteamérica. Lo que sí ocurre de forma más reciente en Holanda
es un aumento en la inmigración, sobre todos de países de Medio Oriente, así que se trata
de un tema presente en la población desde hace relativamente poco tiempo. A diferencia
del estudio anterior, en este se reclutaron 237 participantes de diversas edades y
ciudades. Esto es: no se trataba sólo de estudiantes universitarios estadounidenses, la
materia prima de la mayoría de los trabajos de ciencias cognitivas de Estados Unidos, y
por lo tanto del mundo.
Otra diferencia es que evaluaron aún más ítems políticos —39 en total— que cubrían
más tópicos que en el estudio estadounidense. La tercera diferencia es que, en este caso,
no se utilizaron imágenes sino una serie de frases para que los participantes imaginaran
situaciones desagradables. Querían evaluar tres tipos de situaciones. Un ejemplo era:
“Ves gusanos en un pedazo de carne en un tacho de basura”, que corresponde a un asco
bien puro y explícito (llamado central o nuclear). Otro ejemplo era: “Ves un hombre con
los intestinos expuestos luego de un accidente”, que corresponde a la categoría
relacionado con lo animal o ruptura de las barreras fisiológicas. Un tercer ejemplo era:
“Le das un trago a un vaso de gaseosa y te das cuenta de que tomaste de un vaso que era
de otra persona que había estado tomando de él”, que se corresponde con una categoría
de sentir desagrado por el posible contagio interpersonal. Esta tercera categoría les
interesaba particularmente porque su hipótesis es que la reacción a este tipo de
situaciones podía estar asociado a su posición con respecto a la inmigración.
Primero los participantes debieron evaluar 27 situaciones posiblemente desagradables,
determinando cuánto acordaban con frases como “si veo alguien vomitar, me empiezo a
sentir descompuesto” y rankear cuán desagradables eran situaciones como “el gato de tu
amigo se muere y tenés que levantar el cadáver con tus manos desnudas”. Luego
tuvieron que responder cuánto estaban de acuerdo con 39 frases políticas como “la gente
que gana más dinero debería pagar más impuestos” o “debería ser posible la
construcción de nuevas mezquitas en Holanda”. Finalmente, se les preguntó por quién
habían votado en las pasadas elecciones y cuán probable era que votaran por cada uno de
los 10 partidos principales en las siguientes elecciones. Al analizar los resultados, los
investigadores encontraron que había una asociación significativa entre la orientación
política y la sensibilidad al asco. En general, al igual que en otros estudios, las actitudes
políticas más conservadoras se asociaron significativamente con una mayor sensibilidad
a situaciones desagradables. Esto ocurrió para ítems relacionados con políticas

87
migratorias y con el comportamiento sexual. En particular, las situaciones asquerosas
referidas a contaminación fueron las más asociadas a la mayor oposición a la
inmigración y a las libertades sexuales. Si bien aún son necesarios más estudios, existe
una similitud importante entre los resultados en dos culturas distintas con diferentes
relaciones con las libertades individuales. Aunque sean estudios de correlación, nos
ayudan a pensar que estas reacciones elementales a situaciones o estímulos
desagradables podrían formar parte de las bases sobre las que los humanos construimos
nuestra ideología, y nos ayudan a entender por qué no es tan sencillo que las personas
cambien esas creencias, aun en presencia de evidencias contundentes que provienen del
consenso de los científicos.

88
Cara de boludo

Las primeras impresiones son importantes. Irónicamente, los científicos, que conocemos
las evidencias, hacemos pésimas primeras impresiones. Recuerdo haber llegado a una
reunión, con autoridades universitarias y CEOs todos de traje, en bermudas, con una
mochila de la mitad de mi tamaño y una remera toda transpirada. Creo que no afectó el
resultado de la reunión, pero nunca se sabe, quizás ahora tendría mucho dinero para
investigar o fuera el próximo candidato a presidente. Más allá de mi estatura y de cierta
desprolijidad en la vestimenta, por ahora no he escuchado a nadie que me dijera que
tengo cara de boludo. Para los lectores no argentinos, “boludo” podría ser equivalente a
“bobo”, “gilipollas”, “un poco idiota” o “falto de inteligencia”. Cada vez que conocemos
a alguien hacemos rápidamente un juicio sobre su rostro acerca de cuán atractiva es esa
persona, pero también sobre rasgos imposibles de conocer, como su inteligencia, su
empatía, su competencia, sus hábitos alimenticios, sus capacidades como director de
orquesta y sus habilidades para jugar a la pulseada china. Bueno, quizás no tantas, pero
el resto de las características las juzgamos muy rápidamente. Esto es particularmente
relevante en un mundo en el que, cada vez con más frecuencia, las personas se conocen a
través de aplicaciones en las que deben juzgar con mucha velocidad si otra persona le
interesa o no, y todo a partir de una o más fotos de cara (o de otras partes del cuerpo,
dependiendo de la aplicación).
Cuántas veces escuchaste o te encontraste diciendo: “Mirá ese alumno, con esa cara de
boludo seguro que te dice que no entendió nada” o “Esa tiene cara de inteligente,
preguntale cómo hacer para que no se enreden los cables de los auriculares”. ¿Qué
mecanismos pensás que se pusieron en juego cuando le diste un “corazoncito” a la foto
de tu actual pareja? ¿Creés que tenés superpoderes para encontrar buenas parejas o para
encontrar las peores? Los que somos docentes juzgamos desde el principio a los alumnos
a partir de sus miradas bovinas y creemos que, con el tiempo y el correr de las clases,
nos demostrarán que nuestras primeras impresiones se pueden dar vuelta. Y algo de
razón hay para pensar que las primeras impresiones pueden ser cambiadas, pero también
hay evidencias de que son tan importantes que puede que jueguen un papel relevante de
la victoria en una elección. Así como en Tinder, donde se puede juzgar a una persona por

89
su cara y determinar subjetivamente que es inteligente, tierna, pelotuda o perversa, los
mismos mecanismos podrían usarse al momento de determinar qué candidato es mejor
en una elección.
De hecho, los científicos Alexander Todorov, Anesu Mandisodza, Amir Goren y
Crystal Hall publicaron un estudio en 2005, en la revista Science, donde evaluaron la
selección de candidatos a partir de fotos de sus caras mostradas por un tiempo corto, y
compararon sus observaciones con los resultados reales de las elecciones32. Estados
Unidos, y muchos otros países, gastan un montón de dinero en las campañas electorales.
Los estadounidenses votan en varias elecciones, entre ellas las legislativas, para
determinar qué candidatos formarán parte del Senado y de la Casa de los Representantes.
Se supone que la determinación del candidato que cada habitante votará va a depender
de diferentes aspectos, como las propuestas de campaña o su pertenencia a un partido
político determinado. Normalmente se asume que las personas eligen de manera racional
a los candidatos de acuerdo con un análisis de su historia y de su campaña electoral, pero
sin pensar que algunos mecanismos no conscientes podrían ser importantes al momento
de colocar la boleta en el sobre, presionar el botón, bajar la palanca o hacer un bollo con
la boleta y llorar en el cuarto oscuro. Pero qué pasaría si las primeras impresiones de los
candidatos, aun desconocidos, jugaran un papel relevante en la probabilidad de que uno
en particular sea el ganador, y no tanto su posición en los temas importantes para los
votantes. ¿Servirán para algo los debates o los millones de dólares usados en las
campañas para convencer a la población?
En su primer experimento, los investigadores reclutaron un grupo de participantes y
les presentaron, en varios ensayos, dos fotos de la cara de los candidatos de las
elecciones para el Senado de 2000, 2002 y 2004 y para la Casa de Representantes de
2002 y 2004. Las fotos fueron presentadas en una pantalla de a pares durante un
segundo; siempre uno de los candidatos había sido el ganador y el otro el segundo. Se
aseguraron de que los sujetos experimentales no conocieran a los candidatos. Para cada
par de fotos, los sujetos experimentales debieron elegir rápidamente al que les parecía el
más competente. El experimento se realizó previamente a las elecciones de 2004 y con
posterioridad a las de 2002, así que en un caso se pudo comparar retrospectivamente el
resultado del análisis rápido de competencia y en el otro prospectivamente, o sea,
después de conocidos los resultados de la elección. El análisis de los resultados de la
percepción de cuán competentes eran los candidatos predijo el resultado de todas las

90
elecciones evaluadas. En el caso del Senado, los candidatos seleccionados como más
competentes sólo por la foto fueron en un 71,6% los que ganaron las elecciones, y para
las otras elecciones legislativas, la predicción fue del 66,8%. En ambos casos, una
impresión rápida del rostro del candidato, sin siquiera conocerlo, predijo el resultado de
las elecciones. Podría ser que, al establecer un límite de tiempo de un segundo, las
personas no tengan tiempo de extraer otro tipo de información de las fotos, pero al hacer
un experimento similar sin poner límite de tiempo para la decisión de cuál es más
competente, los resultados fueron los mismos.
Además, la probabilidad de que cada candidato fuera el que finalmente ganó la
elección estuvo asociada a la proporción de participantes que lo consideraron más
competente. Cuantas más personas estimaron el rostro como más idóneo, mayor
coincidencia con el resultado de la elección real. Los científicos también evaluaron si
otras características, además de cuán competente era considerado el candidato, podían
predecir el resultado real de la elección. En otro experimento, los participantes también
tuvieron que decidir cuál les parecía más inteligente, tuvieron que hacer un juicio acerca
de cuán atractivo les parecía, cuán confiable era, cuán honesto, cuál tenía más
condiciones de líder y cuál era más carismático. Ninguna de esas características se
asoció significativamente con el resultado de la elección.
La idea que podría explicar estos resultados se basa en la existencia de dos sistemas de
toma de decisiones: uno rápido e intuitivo que no requiere ningún esfuerzo, y otro más
lento y deliberativo que demanda hacer un esfuerzo cognitivo. Es más fácil no escuchar
nada de lo que dice una persona por su cara de boluda y decidir que nada importante
puede salir de su boca, que prestar atención y reflexionar acerca de lo que está diciendo
para tomar una decisión acerca de su estupidez basada en evidencias. Las decisiones
rápidas ocurren fuera de nuestra conciencia, mientras que las más lentas y reflexivas
requieren que prestemos atención y deliberemos acerca de su contenido.
Para determinar que los juicios de competencia rápidos usaban el sistema intuitivo y
dominaban la elección de candidatos fuera de la conciencia, los científicos realizaron
otra serie de experimentos que fueron publicados en el año 200733. En el primer
experimento redujeron el tiempo a 100 milisegundos (una décima de segundo) o 250
milisegundos (un cuarto de segundo). En ambos casos, la elección rápida de cuál era más
competente predijo en un 64% las elecciones de gobernadores de 2006. En otro
experimento compararon qué pasaba si a los participantes se les instruía que pensaran

91
cuidadosamente cuál era la foto del candidato más competente. Compararon esta
condición con otras en las que debían responder en 2 segundos o en ¼ de segundo. De
esta forma pensaban que al obligar a reflexionar acerca de la decisión, se usaría más el
sistema lento de toma de decisiones y las predicciones serían peores que en las
condiciones en las que no debían pensar en su decisión. Mientras que en las condiciones
de respuesta rápida los resultados predijeron en un 70% la elección real de los
gobernadores, cuando tuvieron que reflexionar sobre esa decisión, los resultados fueron
aleatorios. Los investigadores concluyeron que las primeras impresiones veloces se
realizan mediante un sistema rápido de toma de decisiones que no requiere pensar
conscientemente en esa decisión, pero que afecta la manera en la que las personas
deciden votar en la vida real. Una vez que esa primera impresión acerca de cuán
competente es un candidato se instaló en el cerebro, puede tener influencia de
información posterior, pero aún permanece fuerte y gobierna en un alto porcentaje la
decisión final en las elecciones.
Podría ser que esto ocurriera sólo en Estados Unidos, país en el que se hicieron estos
experimentos, simplemente porque sus habitantes funcionen cognitivamente de manera
diferente que en otras partes del mundo y por eso sean susceptibles a usar estos sistemas
rápidos de toma de decisiones. De hecho, han elegido a Donald Trump como su
presidente, lo que no habla muy bien de sus habilidades cognitivas. En el año 2009, los
científicos John Antonakis y Olaf Dalgas de la Universidad de Lausanne, en Suiza,
publicaron un trabajo en la revista Science en el que realizaron experimentos muy
similares pero con habitantes de ese país34. Se preguntaron si los adultos votantes
usarían las mismas estrategias que los niños para elegir a sus líderes. Para eso reclutaron
participantes adultos y niños para que seleccionaran entre dos fotos de los ganadores y
los segundos puestos de las elecciones parlamentarias francesas de 2002. En el primer
experimento, 684 adultos tuvieron que elegir entre las dos fotos y realizar un juicio
acerca de cuán competentes eran usando una escala. Los resultados de la selección de
fotos predijeron un 70% de los resultados electorales, al igual que con los candidatos
norteamericanos. La probabilidad de que un candidato ganase se asoció directamente con
un mayor score en el ranking de competencia. En el segundo experimento usaron las
mismas fotos, pero esta vez, de los 841 participantes, 681 eran niños de entre 5 y 13 años
de edad. La tarea era que tenían que realizar un viaje desde Troya a Itaca y tenían que
elegir al capitán del barco entre los dos candidatos. La selección hecha por los niños

92
predijo en un 71% los resultados de las elecciones reales, y cuando se agregaron los 160
adultos, el resultado fue el mismo.
Las conclusiones de estos experimentos indican que la manera en la que los adultos
realizan juicios basados en primeras impresiones podría ser similar a los mecanismos
que usan los niños. Los procesos de inferencias intuitivas que surgen de la percepción de
las caras aparecen muy temprano en la infancia; quizás, inconscientemente, decidimos
de la misma manera que cuando éramos chicos, una razón para defender la reducción de
la edad para poder votar. El voto joven podría comenzar a los cinco años, y es probable
que los resultados de las elecciones no varíen demasiado, aunque el secreto del voto
podría estar comprometido, y quién le va a aguantar el llanto a los niños si su candidato
es el que pierde, así que hay que pensarlo muy bien.

93
Voz y voto

Uno siempre le pone voz a lo que lee. Por ejemplo, los correos electrónicos de nuestros
conocidos aparecen con sus voces en nuestra cabeza como si nos los estuvieran leyendo
ellos mismos. Si desconocemos al que escribió el texto, el cerebro elegirá una voz
random, quizás una mezcla de voces masculinas o femeninas adquiridas durante nuestra
experiencia comunicacional. Si leyera la Biblia, cosa que estoy lejos de hacer,
seguramente elegiría la voz del actor Morgan Freeman que hace de Dios en todas las
películas en las que aparece el omnipresente. Con los malditos celulares pasa algo
similar, ya casi nadie habla por teléfono, sino que nos comunicamos por texto,
emoticones y memes. Uno de los graves problemas de la comunicación a través de
mensajes de texto es que uno le puede poner la voz que se le antoje a los individuos que
no conoce personalmente. Esto puede llevar a sorpresas o decepciones. En los casos en
los que estamos coqueteando con alguien que conocimos en alguna app de citas,
inferiremos la voz que tiene probablemente a partir de su apariencia física de una foto
con ropa o sin ropa si nos envió “nudes”.
Es notable lo que el cerebro puede inferir acerca de cómo debería sonar la voz de una
persona a partir de un par de tetas o de la cantidad de vello púbico. En general nos
equivocamos, y una voz de pito puede ponerle fin a una montaña de fantasías sexuales
en menos de un segundo. Y también puede suceder al revés. Me acuerdo cuando
esperaba para embarcar en un avión en el aeropuerto internacional de Berlín y la voz que
hacía anuncios de los vuelos y de seguridad era la de una mujer que sonaba
extremadamente sexy. Era suave y de un tono relativamente grave y realmente llamaba
la atención al compararla con otras voces de anuncios en aeropuertos del mundo.
Realmente, te daban ganas de escucharla y de seguir sus instrucciones con una sonrisa.
Desconozco el aspecto de la mujer que portaba esa voz, pero en mi imaginación era
voluptuosa, pero vestida y maquillada de manera impecable y seguro que se trataba de
una mujer realmente interesante y amable. Existe la posibilidad de que fuera una mujer
fea, cuya voz se proyectaba porque tenía una boca gigante y le faltaran dientes y que su
tono de voz se debiera a su adicción a los cigarrillos y al whisky barato, pero esas
imágenes no fueron las que vinieron a mi imaginación.

94
Las vocalizaciones y sonidos son esenciales para muchos de los comportamientos
animales. A partir de su frecuencia e intensidad, otros individuos de la misma u otra
especie pueden inferir características como el tamaño, la agresividad o la predisposición
a aparearse. Por ejemplo, los monos babuinos, los conocidos como “wahoo”, poseen
características acústicas que predicen el rango de dominancia, la edad o la capacidad de
aguante sexual. Para muchos animales, las vocalizaciones son esenciales al momento de
comunicar aspectos físicos y comportamentales en ausencia de los estímulos visuales. En
algunos mamíferos, el tono y otras características de los sonidos pueden estar
determinados por los niveles de hormonas como la testosterona. Pero los humanos
somos también animalitos que, en democracia, creemos que elegimos representantes y
líderes porque nos gustan sus propuestas, aunque quizás también porque algunas de sus
características físicas son señales que nos permiten inferir características biológicas
asociadas al liderazgo, la confianza, la inteligencia o cuán agradables son.
En particular, ¿podría ser que, además del rostro, el tono de voz gobierne nuestras
decisiones irracionales a la hora de elegir a nuestros representantes? Los investigadores
Casey Klofstad, Rindy Anderson y Susan Peters realizaron experimentos para tratar de
responder esta pregunta35. Para eso grabaron las voces de 17 mujeres y 10 hombres
diciendo la frase “Te insto a votar por mí en noviembre”. La frase tiene un contenido
relacionado con las elecciones, pero no tiene ninguna tendencia partidaria ni ideología.
Cada grabación fue alterada mediante un software para ser escuchada en dos tonos de
voz, uno más agudo y otro más grave, variando en +/- 20 Hz. Otros participantes que
escucharon las frases con los diferentes tonos fueron capaces de determinar, sin duda,
cuál era el más agudo y cuál el más grave. 83 sujetos experimentales (37 hombres y 46
mujeres) fueron divididos en tres grupos y participaron de una serie de tres
experimentos. En el primero, se les pidió que escucharan las frases grabadas por mujeres
comparando la aguda y la grave, y respondieran a la pregunta: “Si se enfrentaran en una
elección, ¿por cuál de las dos voces votarías?”. En el segundo se hizo lo mismo, pero
con las voces masculinas. Los participantes debieron marcar en un papel su selección.
En ambos casos, los sujetos experimentales prefirieron significativamente votar por
voces con tonos más graves, tanto de mujeres como de hombres, en un porcentaje de un
10 a un 15% más que si hubieran elegido aleatoriamente una de las dos opciones. El
tercer experimento consistió en hacer que los participantes escucharan los pares de voces
y respondieran cuál voz les parecía más competente (capaz, experimentada, efectiva,

95
etc.). Otro grupo tuvo que responder qué voz le parecía más fuerte, en el sentido de cuál
era más determinada, segura o firme. Un tercer grupo respondió cuál les transmitía más
confianza por parecerles más honesta o confiable.
Estas características de liderazgo fueron seleccionadas porque hay evidencias de que
son importantes en las campañas electorales y las elecciones. Tanto los hombres como
las mujeres expresaron que las voces femeninas más graves les transmitieron más
confianza, les parecieron más competentes y más firmes. A pesar de preferir las voces
masculinas más graves, las mujeres no las seleccionaron porque les parecieron más
competentes o más firmes, quizás sí por más confiables. Los hombres sí percibieron a las
voces masculinas más graves como más firmes que las agudas y más competentes. La
relación entre la preferencia por voces más graves en hombres podría tener que ver con
su asociación a niveles más altos de testosterona que afectan el desarrollo de la anatomía
vocal y están relacionados con características como la agresividad, tanto en humanos
como en otros animales. Varios líderes han entrenado sus voces para lograr tonos más
graves. Una mujer conocida por esto fue Margaret Thatcher, que en los años 70 entrenó
su voz para que sonara más firme y poderosa. Antes de su elección en 1979, Thatcher
tomó lecciones con un coach de discurso en el Royal National Theatre. Este
entrenamiento le cambió la voz para que sonara más calma y con mayor autoridad, según
cuenta su biografía. De hecho, si se comparan sus discursos de los años 60 con los de los
80, se puede escuchar un tono de voz completamente diferente.
En un estudio posterior, los mismos autores determinaron que las personas prefieren
candidatos que están entre los 40 y los 50 años y que esto coincide con el momento de la
vida en el que el tono de voz es más grave36. Además, las preferencias de voces más
graves correlacionan no solamente con la percepción de que esas voces son más
competentes y firmes, sino también con la percepción de que pertenecen a personas más
viejas. Nos creemos tan poco animales que nos perdemos de todas las animaladas que
hacemos cuando elegimos a nuestros representantes, que también son unos animales.
Sólo hace falta escuchar las sesiones de votación de los proyectos de ley para darnos
cuenta de que es probable que nuestros votos se basen en algo más que la evaluación de
las propuestas. Si no, sería inexplicable cómo alguna gente llega a ocupar una banca en
el Congreso.

96
Una historia de dos puentes

¿Alguna vez te pusiste a pensar por qué funcionan las citas románticas? ¿Por qué es más
probable que logres llegar a la cama si cenan a la luz de una vela con un vino bueno y
una comida demasiado pequeña para su precio que si comen un par de porciones de
pizza parados en la barra de una pizzería con luz de tubo y azulejos de baño? Puede que
recuerdes del capítulo 2 que muchas veces lo que hacemos es interpretar las reacciones
fisiológicas a los estímulos ambientales de acuerdo al contexto en el que estamos. En los
experimentos de inyección de adrenalina, los sujetos copiaban las emociones de los
actores que representaban personajes eufóricos o enojados. O sea que la sensación
fisiológica de la adrenalina podía ser atribuida a la euforia o a la ira, según el ánimo que
representaba el actor.
¿Y si digo que el enamoramiento de una primera cita depende bastante del contexto?
¿Decide uno quién le gusta o depende de otros factores que no están bajo nuestro
control? ¿Por qué esto me importa al hablar de cómo decidimos votar? ¿Nos
enamoramos un poco de los candidatos? Son muchas preguntas, pero vamos de a poco.
En el año 1974, los psicólogos Donald Dutton y Arthur Aron realizaron una serie de
experimentos que ocurrieron en dos puentes de Canadá37. En el primer experimento, un
grupo de hombres fue reclutado para cruzar un puente colgante largo y que se movía
bastante. Otro grupo de hombres cruzó un puente que era firme y no causaba, en
principio, miedo ni ansiedad. En ambos casos, mientras cruzaban el puente, los
participantes fueron entrevistados por una mujer que les dijo que estaba realizando un
proyecto para su clase de psicología acerca de la exposición a escenarios naturales y su
relación con la creatividad. Claro que esto no era cierto; en realidad, estaba midiendo
otra cosa. Los sujetos tuvieron que completar un cuestionario que en la segunda página
contenía un test en el que, a partir de una foto de una mujer con una mano tapándose la
cara y la otra estirada, debían escribir una historia. Al finalizar el cuestionario, la
estudiante les dejó su nombre y su teléfono por si querían contactarla para conocer más
sobre el proyecto.
El resultado fue el siguiente: las historias de los hombres que habían sido
entrevistados en el puente colgante poseían mayor contenido sexual que las de los

97
hombres del puente firme. Además, mientras que 9 de 18 hombres del grupo del puente
colgante quiso contactar a la entrevistadora en los días posteriores a la entrevista, sólo 2
de 16 de los del puente más firme lo hicieron. En el segundo experimento, entrevistaron
sólo hombres que habían cruzado el puente colgante, pero lo hicieron inmediatamente
después de haberlo atravesado, o al menos diez minutos después de que habían
terminado de cruzar. Los sujetos entrevistados en el puente escribieron historias con
mayor contenido sexual que los que fueron entrevistados después. Además, fue más
probable que los hombres que completaron el test sobre el puente intentaran contactar a
la experimentadora en los días posteriores.
Este efecto es conocido como “mala atribución de la excitación”. La excitación
producida por caminar sobre el puente colgante, en vez de ser atribuida a esa acción, fue
atribuida a la mujer que los entrevistó. Es como pensar que el aumento en la frecuencia
cardíaca producido por la ansiedad/euforia causado por el puente colgante, en realidad
fue producto del encuentro con la linda mujer que los estaba entrevistando. Así que,
como estrategia, quizás sea buena idea tener una primera cita sobre un puente colgante,
tirándose en paracaídas, en una montaña rusa y no en la terraza de tu casa en la que es
probable que aparezca una cucaracha y la tengas que chancletear o haya un grillito que
no se calla. Más allá de estos grandes consejos, ¿por qué debería importar la mala
atribución de las emociones a la hora de votar? Y bueno, no haría esta pregunta si no
fuera porque trataré de responderla.

Es muy común encontrar personas que se enojan y empiezan a dispersar su mal humor
por todos lados. En las parejas es frecuente que alguno o alguna llegue enojado o
enojada porque tuvo un día de mierda y descargue su ira sobre el otro. Se podría
escuchar como: “Ricardo, las milanesas están frías, por qué no las sacaste del freezer
antes. Esto es el patriarcado total, ahora no podemos comer por tu culpa y tu hija se va a
morir de hambre o va a alimentarse a porquerías. Es tu culpa que yo no pueda llegar a
tiempo porque el subte anda como el orto en esta ciudad”. O: “Mirá Myriam, mirá cómo
perdió River, sabés qué, andate a cagar con tu sonrisa y tus scones con crema y
mermelada, seguro son horribles”.
Por suerte, en general estos enojos no tienen grandes consecuencias y se pasan al rato.
Pero puede pasarte que, en un rapto de buen humor y alegría de vivir, te compres una

98
prenda de ropa carísima que en el local pareció que te quedaba genial y al día siguiente
sentís que te queda horrible porque aumentaste varios kilos. Claro que esto es ridículo,
porque nadie aumenta varios kilos de un día para el otro, pero el humor cambia la
manera en la que nos percibimos y percibimos a los demás. Forma parte del mismo
mecanismo de atribución de las emociones. Andaba mal el subte, pero el enojo es por las
milanesas. Por ejemplo, al estar medio tristes, las personas suelen sobreestimar la
frecuencia de eventos tristes en su vida. También si el sentido de bienestar es alto o bajo,
uno se focalizará en los aspectos buenos o malos de las personas que están cerca. El
estado de bienestar puede afectar la manera en la que interpretamos los eventos de
nuestra vida y a las personas. Como también modifica la manera en la que tomamos
decisiones, una buena pregunta es si el estado de bienestar, que varía de acuerdo con
eventos aleatorios e irrelevantes para la política, afectará la manera en la que las
personas votamos.
En el año 2010, los científicos Andrew Healy, Neil Malhotra y Cecilia Mo, del
Departamento de Políticas Económicas de la Universidad de Stanford, en Estados
Unidos, publicaron un trabajo en el que analizaron si el resultado de diferentes partidos
de fútbol americano o de básquet afectaba la manera en la que votaron los habitantes de
distintos distritos de ese país38. En el primer estudio, analizaron los resultados
electorales a nivel de condados para las elecciones de senadores, gobernadores y
presidentes entre los años 1964 y 2008. Determinaron la influencia de eventos
irrelevantes midiendo el impacto de los resultados de los campeonatos locales de fútbol
americano en los colleges, previos a las elecciones, sobre la cantidad de votos que
obtuvieron los candidatos que renovaban sus cargos o candidatos del mismo partido del
que estaba en el cargo. La idea era que un aumento en la sensación de bienestar por un
evento aleatorio e irrelevante políticamente como un campeonato, podía transferirse a
una sensación de bienestar con la gestión presente del candidato o partido político y
favorecer su permanencia en el poder, sesgando los votos hacia un statu quo. Algo así
como que el bienestar que produce que tu equipo gane se transfiere a la percepción del
gobernante de turno.
Analizaron el efecto de los dos partidos previos a la elección y encontraron que, si el
equipo local había ganado dentro de esas dos semanas, esto sumaba entre 1,05 y 1,47
puntos al partido gobernante. Los que analizan resultados electorales saben que esos
puntos son un montón cuando se habla de miles de votos y que definitivamente pueden

99
determinar el resultado de una elección. Los investigadores fueron aún más allá y
decidieron analizar si el impacto de los partidos era mayor en los lugares en los que los
resultados de los partidos de fútbol americano afectan de manera importante el bienestar
de los habitantes. Para eso eligieron los equipos locales más importantes, definidos como
los 20 que convocaban más espectadores a sus partidos y los que habían ganado algún
campeonato a nivel nacional desde 1964. Al evaluar el impacto del triunfo de esos
equipos en sus lugares de origen, encontraron que las victorias dentro de las dos semanas
previas a la elección aumentaban entre 2,30 y 2,42 puntos el caudal de votos al partido
que ejercía el poder en ese momento.
Este tipo de estudios se llaman “cuasiexperimentos”, ya que no se está manipulando
ninguna variable en particular, pero tampoco se trata del análisis de una simple
correlación. Existen dos condiciones que se compararon —que el equipo gane o que
pierda o empate—, así que se está más cerca de establecer causalidad que si simplemente
se estableciera una correlación. De hecho, al revés no funciona: los partidos ganados en
los días posteriores a las elecciones no están asociados a un cambio en el número de
votos al partido de turno, por lo que no se trata de un efecto de bienestar en cualquier
momento; debe ocurrir en los momentos en los que se están decidiendo los votos.
El segundo estudio que se realizó fue una encuesta durante el torneo nacional de
básquet masculino de 2009 (NCAA). Los entrevistados fueron estadounidenses que
vivían en lugares donde había equipos de básquet que participaron del torneo. Este
campeonato también es conocido como “la locura de marzo”: 64 equipos se enfrentan en
6 rondas consecutivas en las que el que pierde es eliminado, por lo que cada partido es
crítico y capaz de provocar reacciones emocionales intensas en los hinchas de cada
equipo. Los participantes fueron entrevistados inmediatamente después de la tercera y la
cuarta ronda y antes de la quinta ronda (semifinal). Se les preguntó cuán fanático de su
equipo era y si había estado siguiendo de cerca el torneo. Se dividió a los sujetos
experimentales en dos grupos; a uno se le mostró una pantalla con los resultados de cada
uno de los partidos en los que había jugado su equipo favorito, mientras que a otro grupo
no se les dio ninguna información. La idea era poder ver si cuando esa información era
traída a la conciencia, el efecto permanecía o no. Luego de presentar, o no, esta pantalla,
se les hizo la pregunta: “¿Usted aprueba o desaprueba la manera en la que Barack
Obama está haciendo su labor como presidente?”. En el grupo que no vio explícitamente
los resultados de los partidos de su equipo, cada victoria elevó la aprobación por la

100
gestión de Obama llegando a un promedio de 2,3 puntos porcentuales. Cuando se analizó
el efecto en los individuos más fanáticos, el promedio se elevó a 5 puntos porcentuales.
Sí, un montón.
¿Qué pasó cuando la información sobre los resultados de los partidos se hizo
consciente? El efecto desapareció por completo. O sea que cuando las personas
identifican explícitamente la fuente de su bienestar, el efecto de transferencia de ese
bienestar al político de turno desaparece. Estos resultados son coherentes con los de las
fotos de las caras de los candidatos; en el momento en el que se obliga a los participantes
a identificar o a reflexionar conscientemente acerca de la manipulación, empiezan a
jugar un papel más importante los sistemas de toma de decisión que son lentos y
conscientes. Desde ya que estos experimentos nos dejan muchas preguntas dando
vueltas. Y sí, perdón, pero la ciencia es un conjunto de disciplinas que deben dejarte
pensando y fomentar tu curiosidad. Por lo menos a mí me hace reflexionar acerca de
cómo los medios tratan eventos irrelevantes cercanos a las elecciones. De acuerdo con el
valor positivo o negativo que se les adjudique a eventos como campeonatos de fútbol u
otros en los que, en principio, no precisan de acciones que deban tomar los gobernantes,
se podría modificar el estado de bienestar de la población y sesgar los votos hacia el
partido gobernante o hacia partidos opositores.
En países como la Argentina, donde un gran porcentaje de la población es fanática del
fútbol, y del verdadero, no del de blusas con hombreras de los 80, el efecto de los
resultados de los partidos podría ser bastante relevante al momento de definir el voto.
Una de las razones por las que la economía podría resultar relevante a la hora de votar es
porque de las medidas económicas a veces depende el estado de bienestar. Si por
factores externos a las medidas del gobierno de turno la economía anda bien,
adjudicaremos nuestra sensación de bienestar a ese gobierno, aunque tenga un ministro
de Economía que decida darles beneficios a los ricos o enviar a los pobres a una isla
desierta. Creemos que votamos por ideales, propuestas o medidas de gobierno, pero
muchas veces la alegría momentánea puede hacernos tomar una decisión incorrecta que
nos perseguirá por varios años a nosotros y a los hijos de nosotros.

101
Capítulo 5

Si tú tienes la razón

“Como todos los de Sagitario, yo soy un escéptico que no cree en la


influencia de la posición de los astros sobre la personalidad.”

Cita de “¿Evidencias? Me arrugan la ropa”, por Amandá Cagar

Una de las grandes motivaciones para escribir este libro fue la de tratar de entender cómo
es que transitamos por esta vida llena de contradicciones sin que nos haga demasiada
mella. Podemos comprarle unas curitas a una persona que las vende en el subte y que
nos dice que se quedó sin trabajo, pero nos bajamos y no le damos dinero al niño que
justo está pidiendo a la salida. En ese momento varios pensamientos podrían circular por
la cabeza, como por ejemplo: “Bueno, pero yo ya le di dinero al otro y me cuesta mucho
trabajo conseguirlo” o “No es mi culpa que este niño sea pobre y no soy yo el
responsable de cambiar su situación. Si el Gobierno hiciera las cosas bien, no habría
tanta pobreza”.
También puede que aparezcan pensamientos sobre la meritocracia del estilo “yo
trabajé mucho para llegar a donde llegué y me esfuerzo para poner mi granito de arena
para que la humanidad sea mejor, no puedo estar en todo”. Además, se pueden liberar
ideas políticas: “La culpa es de los que votaron a estos delincuentes que dejaron así el
país, no es mi responsabilidad”. Podría seguir indefinidamente, pero ninguno de esos
caminos mentales es capaz de hacer desaparecer el hecho de que uno no le dio plata al
niño; uno, que se considera progresista y a favor de la distribución de la riqueza, no
parece ser consecuente con sus propias acciones.
Muchos psicólogos piensan que ese desfasaje entre las creencias sobre los propios

102
valores morales u otras características, y las acciones, genera un conflicto en el que el
cerebro entra en un proceso incómodo llamado “disonancia cognitiva”. La idea es que la
contradicción produce un estado de “excitación” negativo porque se trata de una
amenaza a la imagen que cada uno tiene de sí mismo. Saber que uno está incurriendo en
un comportamiento malo o tonto es inconsistente con la imagen de que uno es bueno e
inteligente. La acción de ser “avaro” con el pobre no es consistente con la creencia de
que uno es buena persona y quiere lo mejor para los otros. Para salir de ese estado, uno
tiene que tratar de hacer coincidir de nuevo las creencias con el comportamiento. Como
lo hecho, hecho está, sólo nos quedaría cambiar lo que creemos, y entonces comenzamos
con una serie de razonamientos que se parecen a los razonamientos lógicos que
realizamos cuando resolvemos enigmas o hacemos cuentas matemáticas. El problema es
que no son los mismos tipos de razonamientos, porque en este caso estamos motivados a
llegar a una conclusión en particular y no a otra. Necesitamos llegar a la conclusión de
que seguimos siendo buenas personas y de que nuestros ideales no han cambiado, por
eso damos vueltas por distintos caminos mentales hasta llegar a una justificación que
disminuya lo suficiente la disonancia cognitiva. Este tipo de forma de razonar es
conocido como “razonamiento motivado” o “razonamiento direccionado”, y es el
culpable de la mayoría de nuestras contradicciones, dobles varas, sesgos y también de la
imposibilidad de discutir de manera apacible y, sobre todo, de cambiar de opinión.
Muchos seguro dirán “pero Freud ya había hablado de esto”. Es cierto, Sigmund Freud
describió este proceso como “defensa”, o la manera en la que las personas ajustan sus
pensamientos para evitar sentimientos desagradables como la ansiedad o la culpa. De
todas formas, los psicólogos han estudiado esta serie de procesos por muchos años y de
manera sistemática. El razonamiento motivado afecta la manera en la que evaluamos
nuestras acciones y las de los demás: desde cómo aceptamos críticas o elogios hasta el
impacto que tienen los medios sobre nuestras decisiones políticas.
Los efectos se pueden observar a nivel individual, pero también a nivel colectivo
porque afectan la implementación de políticas públicas. Piensen en una familia que
decide no vacunar a sus hijos: no se trata de gente mala que quiere que se extinga la
humanidad; al menos, no en la mayoría de los casos. La idea de que las vacunas
producen autismo ha sido refutada desde todo punto de vista; incluso el trabajo original
en el que se publicó ese resultado fue quitado de la revista donde salió publicado porque
se consideró falso, ya que nadie pudo replicar ese efecto. Sin embargo, las personas que

103
creen que las vacunas causan autismo no suelen cambiar su creencia en respuesta a
evidencias en contrario, y pueden utilizar varios tipos de razonamiento motivado para
escapar de la disonancia cognitiva. Como por ejemplo, aducir que los científicos que no
encontraron evidencias están pagados por las empresas farmacéuticas y se trata de un
complot para que esas compañías no pierdan los contratos y el dinero que generan las
vacunas.
Las conspiraciones de todo tipo son formas muy frecuentes de razonamiento
motivado. Supongamos que una persona que fue al cerro Uritorco en Córdoba, un lugar
donde se supone hay una energía especial y se ven naves extraterrestres, es enfrentada a
la evidencia de que esas “naves” son en realidad deportistas que se tiran en ala delta con
luces enganchadas. ¿Cómo puede reaccionar? Una opción es que acepte que es todo una
farsa y su creencia de naves que atraviesan el cielo cordobés disminuya
significativamente. Otra posibilidad es que fabrique una conspiración en la que las alas
deltas son, en realidad, una manera de esconder que sí hay extraterrestres en la zona,
pero no quieren ser descubiertos, quizás porque son muy feos, tímidos o porque
sigilosamente se están robando todos el fernet —bebida alcohólica muy apreciada en la
región— que hay en la provincia.
Entramos en contradicciones constantemente. De hecho, es bastante sorprendente
cómo creencias, en apariencia contrapuestas, conviven en una sola mente sin que
colisionen entre sí haciendo explotar el cerebro. Por ejemplo, muchas personas que
entiendo que comprenden la importancia de las evidencias y de la investigación
científica como la manera más válida de comprender el mundo, también creen en que la
posición de los astros el día en el que nacieron tuvo influencia sobre su personalidad y
que gobierna parte de sus acciones. ¿Cómo pasa esto? ¿Cómo elige uno creer? De la
misma manera en la que uno resuelve el conflicto de haberse comido un asado
monumental, aun sabiendo que los animales de consumo, en gran parte, se crían
hacinados y que la bosta de vaca es una fuente significativa de contribución al cambio
climático: razonando hasta encontrar una serie de justificaciones que nos resulten
convincentes por un rato, al menos hasta que se haya terminado la digestión.
Existen algunos mecanismos psicológicos que explican cómo dirigimos nuestros
pensamientos a una conclusión particular. Uno de los más interesantes es el que propone
que nuestra búsqueda en la memoria está sesgada a encontrar las experiencias que
favorecen la conclusión buscada en detrimento de las experiencias que no la favorecen.

104
Por ejemplo, si construí una creencia en la que sostengo que cada vez que pienso en un
amigo que no veo hace tiempo, a los pocos días me lo encuentro, buscaré sesgadamente
las veces en las que eso ocurrió, pero ignoraré todas las otras veces (la mayoría, de
hecho) en las que eso no pasó. Algo similar pasa con los que creen en los signos del
zodíaco. Yo podría pensar que, al ser de Sagitario, está clarísimo que lo esperable
coincide con el hecho de que viajo mucho, por ejemplo. Sin embargo, es mucha más la
gente de Sagitario que no tiene grandes aventuras en la vida que la que sí las tiene; uno
elige pensar en los conocidos de Sagitario que coincidan con las predicciones del signo e
ignorar de manera insultante a los que no lo hacen. Si un científico hiciera eso, estaría
cometiendo uno de los principales crímenes del pensamiento y de la investigación,
porque estaría seleccionando los datos que apoyan su hipótesis y escondiendo los que no
la apoyan. En la jerga científica eso se conoce como cherry picking o “selección de
cerezas”, y puede llevar a darles fuerza a hipótesis incorrectas que tengan efectos
mortales como en el caso de las vacunas, las dietas, los tratamientos alternativos,
etcétera.
Este capítulo es una exploración de las diferentes maneras en las que funciona el
razonamiento motivado y otras estrategias del cerebro para evitar lo más posible que
entremos en conflicto entre nuestras acciones y nuestras creencias. Existen muchísimos
experimentos en los que se evaluaron distintos aspectos del razonamiento motivado39.
Por ejemplo, en uno realizado en 1967, los sujetos experimentales leyeron las
descripciones de personalidad de dos personas, pero con una de ellas iban a tener una
discusión íntima sobre sexo. Los participantes indicaron que les gustaba más la persona
con la que iban a interactuar que la otra. En un experimento posterior, los participantes
observaron una conversación entre tres personas; una de las tres participaría en una cita
romántica con el o la participante. Las futuras citas fueron evaluadas mucho más
positivamente en aspectos relacionados con la personalidad y, además, recordaron
mucha más información sobre esa persona que sobre las otras dos. Querían que la
persona con la que se iban a encontrar fuera buena y linda para que su encuentro fuera
agradable. El objetivo era que la cita funcionara bien; para eso se fue sesgando la
evaluación. Es decir que uno juzga a las personas de acuerdo con las expectativas que
tiene.
Si hay alguien que te gusta, es más probable que los aspectos negativos de su
personalidad impacten menos en tu apreciación que si se trata de alguien que te es más

105
bien indiferente. Además, les prestamos más atención y recordamos más aspectos
positivos relacionados con esas personas. En otra serie de experimentos, los científicos
demostraron que la evaluación de las habilidades de otra persona puede estar alterada por
los objetivos que uno persigue. En este estudio, todos los sujetos experimentales
participarían de un juego de preguntas y respuestas sobre historia. Los separaron en dos
equipos, pero una persona desconocida debía ser incorporada a uno de los dos grupos.
Esta persona realizó una ronda de prueba para mostrar su rendimiento y sacó un score
perfecto. Luego de esta ronda, los participantes de ambos equipos evaluaron la
performance, y los que lo tendrían como miembro de su equipo (y probablemente
quisieran que fuera bueno en historia) lo evaluaron más positivamente que los que no lo
tendrían en su equipo (y que probablemente quisieran que fuera malo en historia). En
este caso, el objetivo buscado —ganar el juego— modifica la manera en la que las
personas evalúan el rendimiento de otros, pese a ser un resultado único de score perfecto.
Otro estudio interesante es uno donde observaron que las personas ven sus fortalezas
como más predictivas que sus debilidades para obtener el éxito profesional. Es decir que
cuando se les preguntó qué dimensiones eran importantes en general para el éxito
laboral, las respuestas incluyeron muchas de las fortalezas que habían aparecido en la
autoevaluación y, en menor medida, otras dimensiones. Para cada uno, lo importante
para ser exitoso es tener las fortalezas que uno mismo posee. Una de las características
más interesantes del razonamiento motivado se observa cuando alguien encuentra
evidencias científicas que no se corresponden con sus creencias, por ejemplo, con
respecto a nuestras habilidades. En un trabajo hecho en 1983, los científicos les dieron
una devolución a los participantes del estudio con respecto a un test de inteligencia40.
Luego de eso, les dieron un reporte que contenía información a favor y en contra del uso
de los tests de inteligencia. Los sujetos que recibieron una evaluación pobre en el test le
dieron un valor menor a los tests de inteligencia que los participantes que recibieron una
evaluación buena. Además, recordaron más los argumentos en contra que los favorables.
Algo similar encontraron en otra serie de experimentos en los que los sujetos leyeron un
artículo que decía que el consumo de cafeína era más riesgoso para las mujeres. Las
mujeres consumidoras de café indicaron que el artículo era menos convincente en
comparación con las mujeres que no consumían café. Estos efectos no se observaron en
los hombres que leyeron el artículo. En una continuación del estudio, los sujetos leyeron
una descripción detallada de un trabajo que mostraba que la cafeína facilitaba o

106
disminuía la progresión de una enfermedad grave. Los que estaban motivados a descreer
del estudio, los consumidores frecuentes de cafeína que leyeron sobre los efectos
adversos o los consumidores no frecuentes que leyeron sobre los efectos benéficos,
fueron menos persuadidos por los resultados.
Los científicos proponen que este resultado se debe a una evaluación sesgada de los
métodos que se usaron para la investigación sobre la cafeína, porque cuando les
preguntaron a los participantes acerca de las fortalezas metodológicas de la
investigación, los sujetos que se sintieron más amenazados listaron espontáneamente una
menor cantidad que los sujetos menos afectados. La idea que surge de estos y de muchos
otros experimentos es que las personas analizan la evidencia científica de acuerdo a si
están motivadas o no a creer en sus conclusiones. Esto no quiere decir que cualquiera
puede creer lo que se le cante, porque gran parte de la humanidad aprecia el valor del
conocimiento científico y de los métodos para obtenerlo, pero dentro de las posibilidades
permitidas, tratarán de doblar la realidad para que el impacto de las evidencias sea el
menor posible sobre sus creencias. Una manera de hacerlo es seleccionar sólo los
recuerdos de nuestras experiencias que confirmen las conclusiones a las que queremos
llegar o, por lo menos, que debiliten los datos científicos si no coinciden con nuestras
creencias previas. Así que antes de decirle a alguien “cabeza dura”, lo más correcto sería
decirle que está razonando direccionalmente y seleccionando la evidencia que más le
conviene dentro de sus propios pensamientos para no quedar como un nabo o como mala
persona. Te va a mandar a la mierda de todas formas, pero te irás con clase, al menos esa
es la conclusión que vas a sacar, porque es la que coincide con la hipótesis de lo genial
que sos.

107
Con tus propios ojos

Hay un episodio de la serie Seinfeld (se me cayeron las décadas) en el que los
protagonistas tienen que ir a conocer al bebé recién nacido de unos amigos. Esta pareja
les viene insistiendo a Jerry, George, Elaine y Kreimer —los cuatro personajes de la
serie— que “tienen que conocer al bebé” porque, según sus padres, es hermoso. Algunas
parejas, madres o padres, sobre todo primerizos, pueden llegar a ser muy insistentes en
eso de que vayas a conocer a su recién nacido. Para el resto de los mortales que no son
parte de la familia cercana de ese nuevo ser humano, la visita puede no resultar muy
atrayente. Después de todo se trata de un bebé, que no hace nada demasiado interesante;
lo más probable es que esté durmiendo o llorando, los padres de mal humor y con cara
de no haber dormido en 100 años y, encima, uno debe llevar un regalo que el niño o la
niña no va a usar porque preferirá babear una botella de plástico. Lo mejor que se puede
hacer es llevarle un táper con comida a los padres, pero no es lo que se estila. De todas
formas, en el episodio, los amigos van a ver al bebé y descubren que se trata de uno muy
feo, tan feo que no pueden mirarlo a la cara sin que les dé repulsión. Claro que eso no les
ocurre a los padres, que lo ven como el bebé más lindo del mundo. Si le preguntás a
cualquier madre o padre acerca de sus hijos, todos te dirán que son los más lindos del
mundo, pero lo cierto es que si todos somos los más lindos del mundo, no habría
personas más lindas que otras. Digamos que existe una motivación de los padres que
transforma la manera en la que ven a sus hijos, sobre todo cuando son bebés. Creo que
debemos aceptar que los bebés feos existen, aunque siempre serán los de los demás.
En el primer capítulo del libro vimos cómo las expectativas acerca del mundo pueden
modificar nuestra percepción. Una pregunta es si, además, las motivaciones capaces de
dirigir nuestro razonamiento pueden —de manera no consciente— sesgar nuestra visión
para interpretar el mundo de una manera o de otra. Para empezar a responder a esta
pregunta, los investigadores Emily Balcetis y David Dunning, de la Universidad de
Cornell, en Estados Unidos, realizaron una serie de experimentos en los que los
participantes, en distintos grupos, debían observar una serie de estímulos visuales41. En
primer lugar, los sujetos debían oler un vaso con jugo de naranja recién exprimido o un
vaso con un líquido viscoso y verdoso con feo olor y debían describirlos. Luego les

108
dijeron que miraran una pantalla en la que aparecerían varias imágenes, pero de acuerdo
a qué tipo de imagen apareciera, les podría tocar tener que tomar 240 mililitros de jugo
de naranja o del “smoothie vegetariano”. Les dijeron que las imágenes eran asignadas
aleatoriamente por la computadora. A la mitad les indicaron que, si aparecían más
imágenes de números que de letras, tomarían el jugo, pero de lo contrario, el líquido
verdoso.
Para la otra mitad, las letras estarían asociadas con el jugo de naranja y los números
con el jugo desagradable. En realidad, los científicos les presentaron la misma imagen a
todos, una figura ambigua que se podía interpretar como un número “13” o una letra
“B”. La hipótesis era que los que estuvieran motivados para ver números verían en
mayor proporción el “13”, mientras que los otros verían la letra “B”. De hecho, sólo se
les presentó una imagen con la excusa de que la computadora se había “tildado”. Lo que
observaron fue que, en efecto, los que estaban motivados a ver números —por el jugo
desagradable— vieron significativamente más el “13”, mientras los que estaban
motivados a ver letras, vieron en mayor proporción la “B”.
Claro que podrías decir que los participantes mintieron para evitar el jugo verde. Para
controlar esa posibilidad, hicieron un experimento similar, pero sin usar una figura
ambigua, sino sólo letras o números. En este caso, los participantes indicaron ver el
número o la letra en todos los casos, sin importar si les tocaba el líquido rico o el feo. El
segundo experimento que hicieron fue similar, pero en vez de presentar una figura
ambigua de letra y número, la ambigüedad consistía en que se podía ver la figura de una
cabeza de caballo o una foca. El juego era un poco diferente, pero la idea era que, para
algunos sujetos, los animales de granja sumaban puntos y los acuáticos los restaban,
mientras que para otros sujetos era al revés. El final del juego se resolvía con la figura
ambigua (caballo-foca). Los que tenían puntos positivos comerían unos jelly beans, los
de 0 puntos tomarían agua y los de puntaje negativo tomarían un licuado de porotos de
lata (frijoles enlatados). De esta manera, estaban motivados a ver el caballo o la foca —
según qué tipo de animales, estaban asociados con caramelos y con evitar el jugo de
porotos—. En este caso también se observó que los que estaban motivados para ver
animales de granja vieron en mayor medida al caballo, mientras que los motivados a ver
animales acuáticos vieron más la foca. Cuando se repitió el experimento, pero se les
aclaró que no iban a tener que consumir nada, cambiando la motivación para ver uno u
otro animal, la percepción del caballo o la foca no estuvo asociada a nada en particular.

109
Al sacar la motivación, el resultado de la elección ya no importaba y las diferencias se
desvanecieron. Para confirmar que la motivación para ver una u otra imagen actuaba de
manera no consciente, realizaron el mismo juego, pero les dijeron a los participantes que
según qué imagen vieran les podría tocar ser observadores o cantar y bailar como en un
videoclip de un italiano gordito que interpretaba la canción “I Will Survive”, de Gloria
Gaynor. Sí, les juro que ese fue el experimento, no lo estoy inventando para el libro.
Luego de que realizaran el juego del caballo y la foca, tuvieron que hacer una tarea de
decisión lexical. Estas tareas consisten en determinar lo más rápidamente posible si una
serie de letras que aparece en la pantalla es una palabra o no. El truco es que no sólo
había palabras y no palabras, sino que algunas de las palabras estaban asociadas a
animales de granja y otras a animales acuáticos. La predicción era que si los
participantes habían estado motivados a ver el caballo (animales de granja), sus tiempos
de reacción a las palabras asociadas a animales de granja serían menores, mientras que si
estaban motivados a ver la foca, los tiempos serían menores para palabras asociadas a
animales marinos. Como esto ocurre a nivel no consciente, sería una manera bastante
elegante de demostrar que este razonamiento motivado comienza antes de darnos cuenta
de que lo estamos realizando. De hecho, eso fue lo que hallaron: los tiempos de reacción
fueron mucho más rápidos para las palabras asociadas a la categoría deseada que a la no
deseada.
Más allá de que estos experimentos están limitados a este tipo de figuras ambiguas,
me parece interesante empezar a pensar cómo nuestras creencias y motivaciones podrían
alterar la manera en la que percibimos el mundo. Si estamos motivados a encontrar algo
en particular, quizás vamos a extraer la información más relacionada con eso que
buscamos e ignorar la información que no nos conduce por ese camino; eso ocurriría por
detrás de nuestra conciencia. Si al final cada uno ve lo que quiere ver, ¿cómo podemos
convencer a los demás de que cambien su visión? De hecho, el mundo es básicamente
ambiguo, para unos el Gobierno puede ser el más corrupto del planeta, mientras que,
para otros, el mismo Gobierno es lo mejor que le pasó en la vida. Quizás esas visiones
tengan no sólo que ver con la situación actual de cada persona, porque les puede estar
yendo mal a todos, sino con querer que ese Gobierno sea el más corrupto o el más
transparente. Los deseos cambian nuestra percepción, nada más y nada menos.

110
Sólo sé que lo sé todo

En uno de mis capítulos preferidos de Los Simpson, Homero tiene que volver a la
universidad porque, a pesar de tener un cargo como técnico de seguridad de la planta
nuclear, no sabe qué hacer cuando el reactor entra en fusión y decide qué botón tocar con
un “de tin marin de do pingüé”. En una de las materias, el profesor, un señor mayor con
mucha experiencia, les está explicado a cientos de alumnos cómo funciona un reactor.
En ese momento Homero, con cara de totalmente superado y actitud de sabérselo todo,
dice en voz alta como para que todos lo escuchen: “Disculpe, profesor Cerebrón, pero
trabajé diez años en una planta nuclear y creo que sé cómo funciona un acelerador de
protones”. El profesor invita a Homero a que les explique cómo funciona y produce una
fuga radiactiva a pesar de que el reactor no contenía material radiactivo.
Muchas de las personas que entran en la universidad, se cuelan en una charla de café o
simplemente manejan un taxi, se sienten lo suficientemente instruidos como para hablar
de casi cualquier tema. Los que somos docentes a veces nos encontramos con respuestas
más que creativas en los exámenes. Por creativas me refiero a que te querés matar
porque sabés que explicaste diez veces ese tema y que deberían saberlo, pero te
responden cualquier cosa. Al final del examen suelo hacer una pequeña encuesta de
calidad para saber si los alumnos consideran que las temáticas corresponden a las dadas
en clase, si el tiempo fue suficiente, etc. Además, les pregunto cuán fácil o difícil les
resultó el examen en una escala de 1 a 5. Lo interesante es que, en general, su evaluación
de cómo les fue difiere de cuál fue su rendimiento real. Al comparar el reporte con las
notas reales, los alumnos suelen sobreestimar su desempeño.
Este fenómeno se observa fuera de los ámbitos educativos. Por ejemplo, en la
Argentina, todas las personas son expertas y pueden opinar sobre cualquier cosa. Un
taxista puede darme una clase de neurociencia y al mismo tiempo asegurarme que la
Tierra es plana. La cosa se pone peor en las redes sociales, en las que el despliegue de
ignorancia es monumental. Un médico nutricionista puede decir que un metaanálisis
reveló que la dieta paleo no sirve para bajar de peso y vas a tener cientos de personas que
respondan “a mí, a mi hermano y a mi abuela nos funcionó” o “he investigado en Google
y lo que usted dice es incorrecto (postea link a un blog llamado ‘volvamos al

111
paleolítico’)”. Y todo se va realmente al carajo cuando se habla de deportes,
especialmente de fútbol. Ahí todos son directores técnicos: “Dejame a mí ese equipo y te
lo saco campeón tres mundiales seguidos” o “Cómo no pusiste a Mongocho, Fagosetti y
Ristretto Manontroppo, sos el peor DT de la historia” se podría leer en Twitter. ¿Por qué
la gente se siente tan impune para opinar de cualquier cosa? Lo otro que encontrás muy
seguido son postas de cómo vivir tu vida: “Para ser feliz, levantate, tomá tres mates a la
mañana, tené tres hijos y un perro” o “Todos deberían dejar de postear en las redes
sociales y seríamos una sociedad mejor”. En la Argentina esto se puso de manifiesto en
el debate sobre la legalización del aborto, cuando muchos legisladores dejaron ver su
ignorancia e incluso estuvieron orgullosos de su completo desinformación sobre la
biología y sobre las evidencias de políticas públicas. Por supuesto que la Argentina no es
una excepción: el presidente de Estados Unidos se enorgullece al ser escéptico de que el
cambio climático está causado por los humanos, ignorando todas las evidencias
acumuladas por los científicos.
En el año 1999, los psicólogos Justin Kruger y David Dunning de la Universidad de
Cornell, en Estados Unidos, publicaron un trabajo preguntándose cuán buenas eran las
personas para reconocer su propia incompetencia42. Si bien los resultados no te
sorprenderán del todo, fueron tan interesantes que ahora son conocidos como el “efecto
Dunning- Kruger”. La introducción al trabajo es maravillosa y vale la pena contar el caso
retratado en ella. En el año 1995, McArthur Wheeler entró a robar a dos bancos en la
ciudad de Pittsburgh en pleno día sin ningún tipo de disfraz o máscara. Lo arrestaron esa
misma noche menos de una hora después de que los videos de las cámaras de seguridad
fueron difundidos en la televisión en los noticieros de las once de la noche. Cuando la
policía le mostró los videos a Wheeler, el hombre los miró incrédulo y dijo: “Pero yo usé
el jugo”. Aparentemente, el hombre creía que, al pasarse jugo de limón por la cara, se
hacía invisible a las cámaras.
Más allá de lo ridículo del caso, nos permite reconocer que, por un lado, el
conocimiento es necesario para ser exitoso en muchas de las acciones que realizamos en
nuestra vida. Por otro lado, las personas difieren en la cantidad de conocimiento que
poseen; mientras que algunos usan información que los lleva a resultados exitosos, otros
producen hipótesis incorrectas, no funcionales o incompetentes como la del jugo de
limón. En una serie de cinco experimentos, los científicos evaluaron la capacidad de los
estudiantes universitarios de reconocer cuán buenos eran en varias tareas. En el primer

112
experimento, evaluaron cuán competentes se percibían para reconocer qué es gracioso y
qué no lo es para otras personas. Es decir: qué chistes serían más graciosos y qué chistes
no tanto. Para reconocer un buen chiste se necesita conocimiento bastante sofisticado
acerca de los gustos y reacciones de las personas. No todos los chistes son buenos, de
hecho, aparentemente ser padre te hace hacer chistes malos, aunque esta hipótesis no la
investigaron en este trabajo. Para esta evaluación, crearon un cuestionario con 30 chistes
que fueron rankeados por varios comediantes profesionales en una escala de 1 a 11, la
misma que luego usarían los participantes para calificar los mismos chistes. Luego de
evaluar los chistes, los sujetos debieron estimar su habilidad de reconocer qué es
gracioso con respecto a lo que sería el promedio de los estudiantes de Cornell. Para eso
debían ubicarse en un percentil. El 0 quiere decir que uno es muy malo, el 50, que la
capacidad de uno corresponde con la del promedio y 99 que uno estaría en la cima de los
reconocedores de lo que es gracioso. Como era de esperar, los participantes
sobreestimaron sus habilidades de reconocimiento de humor, ya que se ubicaron dentro
del percentil 66, 16 puntos por encima del promedio real (producto de las evaluaciones).
Lo interesante fue que cuando analizaron cuán hábiles se autopercibían los sujetos del
percentil real más bajo (el 12), los peores para determinar qué chistes eran graciosos, en
promedio se habían colocado en el percentil 58, muy por encima de sus capacidades
reales. En resumen, estos participantes eran los peores a la hora de reconocer el humor,
pero creían que estaban por encima del promedio. En cambio, al analizar los que estaban
en el percentil real superior, ellos se autopercibían moderadamente por debajo de él. Los
peores en la clasificación de los chistes fueron los que se percibieron como mejores para
esa tarea.
En el segundo experimento realizaron un protocolo similar, pero en vez de analizar la
habilidad de reconocer el humor, evaluaron capacidades de razonamiento lógico
mediante un test estandarizado de 20 ítems. Al final se les preguntó cuántas de las
preguntas creían que habían respondido correctamente y se comparó esa percepción
subjetiva con los resultados reales del test. Una vez más, los participantes
sobreestimaron cuántas preguntas habían contestado bien, pero los que más lo hicieron
fueron los que se ubicaron en el percentil 12 (real), pero que se autopercibieron como en
el percentil 68 con respecto a su capacidad de razonamiento lógico, y en el 62 con
respecto a cómo les había ido en el test. También se hallaron resultados similares con un
test de gramática. Así que parecía ser un efecto asociado a algo más general, como la

113
capacidad de reconocer la propia incompetencia. En otras palabras, una incapacidad de
evaluar su propia competencia en comparación con la de los demás.
Esta habilidad es más conocida como metacognición, y los investigadores se
preguntaron si los estudiantes pertenecientes a los percentiles más bajos, o sea, los que
mejor creían que les iba en los tests, tendrían una menor capacidad metacognitiva que
los que mejor les iba. Para resolver esa pregunta, decidieron exponer a los participantes a
los resultados de los tests de otros participantes. La predicción era que los estudiantes de
los percentiles bajos no cambiarían su autopercepción a pesar de ver los resultados de los
demás, mientras que los de los percentiles altos sí ajustarían la percepción de su propio
desempeño. Les presentaron entonces a cada sujeto experimental los resultados de la
evaluación del test de gramática de otros 5 participantes y les pidieron que los
recalificaran indicando el número de preguntas que creían que los otros habían
respondido correctamente. Luego les presentaron su propio test nuevamente y más tarde
les pidieron que volvieran a calificar su desempeño con respecto a los demás estudiantes.
Los participantes de los percentiles más bajos no lograron cambiar la percepción de su
propio rendimiento. A pesar de haber visto y comparado otros tests con el propio, no
estimaron que su desempeño fuera peor. Por otro lado, los de los percentiles superiores sí
pudieron ajustar su autopercepción, aumentando su desempeño percibido con respecto al
resto de los participantes. Ustedes pensarán que la humanidad está perdida, que si todos
creemos que sabemos todo vamos a empezar a dudar de los expertos y todo se va a ir al
carajo. Viendo lo que sucede en Estados Unidos con Trump, puede ser. De todas formas,
el último experimento de este estudio nos da una luz de esperanza.
Brevemente: lo que pudieron observar es que, si bien el acceso a los resultados de los
demás no produce un cambio en la autopercepción en los menos competentes, un
pequeño entrenamiento en el tema que corresponda, por ejemplo, en pensamiento lógico,
sí corrige este defecto en la metacognición. En otras palabras, una vez que tenés más
conocimiento, te hacés más humilde en cuanto a la percepción subjetiva de tu sabiduría.
El conocimiento no sólo mueve al mundo y resuelve sus problemas, sino que además
muchas veces nos vuelve más humildes y abiertos a aprender más y mejor. La
motivación de muchas personas al momento de evaluar su desempeño tendría más que
ver con la idea de los atributos que quisieran tener y no con los que poseen en realidad.
No somos una mejor versión de nosotros mismos, somos objetivamente imperfectos e
idiotas en muchos aspectos.

114
Me pongo un 8

En el año 2016, el presidente de la Argentina evaluó el primer año de su propia gestión y


afirmó “me pongo un 8”. Después de dos años más de su presidencia, muchos dudan de
que el camino que tomó haya sido el correcto, y el descontento con su gestión aumentó
de manera significativa, así como también la inflación, junto con una caída importante
del poder adquisitivo que afectó el humor de la mayoría de los habitantes del país. La
pregunta es qué elementos usó el presidente para ponerse una calificación tan alta. Es
probable que, si se hubiera puesto una calificación menor, nadie la habría cuestionado
demasiado, ya que se trataba del comienzo de su gestión como presidente. Las
evidencias indican que este no se trata de un caso aislado, sino que, de manera general,
la percepción que las personas poseen de sus propias habilidades correlaciona poco con
el desempeño real.
Varios estudios muestran que la percepción que poseen los empleados de su
desempeño laboral o la de sus compañeros de trabajo correlaciona muy poco con su
desempeño real o el de los demás. Sin embargo, las evaluaciones de los supervisores y
pares correlacionan mucho mejor con este desempeño. Y si te lo ponés a pensar, la gente
da muchos consejos, algunos muy útiles, pero después nunca los aplica a su propio
desempeño o a su vida. Tu amiga te aconseja que dejes a esa pareja que es súper
controladora y su propia pareja lo es. Tu amigo te sugiere que te tomes más vacaciones
cuando trabaja los 365 días del año y se lo ve súper estresado. Somos capaces de ver en
los demás lo que en nosotros mismos no vemos. ¿De dónde obtenemos las conclusiones
acerca de cómo nos desempeñamos en la vida? Según los experimentos de Kruger y
Dunning y muchos otros, no puede venir de nuestra experiencia, porque si no, serían
fácilmente corregibles. Una hipótesis es que tiene que ver con una evaluación que parte
de nuestras actitudes estables generales. La visión general de nuestras aptitudes tendría
efecto en nuestra autopercepción. Por ejemplo, las personas que creen que tienen grandes
habilidades para el pensamiento lógico, creerán que les fue mejor de lo que les fue en
realidad en un test que evalúa esa capacidad, mientras que quienes creen que no
presentan tales habilidades pensarán que les fue peor que el resultado real. Todo esto,
más allá de que no existan diferencias en el rendimiento real entre ambos tipos de

115
personas. Esas visiones crónicas de las habilidades que posee cada uno serán formadas
por un recuerdo sesgado de experiencias (buenas o malas) en las que se necesitó usar ese
tipo de pensamiento o por estereotipos sociales, entre otras razones.
Joyce Ehrlinger y David Dunning realizaron una serie de experimentos para evaluar si
estas visiones estables de las habilidades de uno mismo estaban asociadas a la
evaluación subjetiva del desempeño personal43. En uno de ellos, una evaluación de
pensamiento analítico fue catalogada para un grupo de participantes como de
razonamiento abstracto, y a otro grupo se les dijo que medía habilidades de
programación. En el segundo caso, los participantes evaluaron su desempeño como
malo, aunque fue promedio, porque pocos consideraron que tenían habilidades de
programación; pero en el primer caso, ocurrió lo mismo que en el primer experimento:
los que creían que tenían grandes habilidades de pensamiento abstracto inflaron su
desempeño. Claro que el desempeño real fue igual, independientemente de qué se les
dijo que evaluaba el test. Quizás el experimento más interesante del estudio es el último.
Los autores se preguntaron si la autopercepción sesgada podía tener que ver con que
menos mujeres decidieran seguir carreras científicas. Distintas investigaciones han
contribuido a tratar de entender por qué existe una diferencia en la cantidad de hombres
y mujeres que deciden seguir carreras científicas. Desde ya que hay aspectos
relacionados con los estereotipos, con el menor empuje que reciben las mujeres para
seguir este tipo de carreras y las demandas más fuertes que se les hacen para que tengan
hijos y a la vez una carrera. En este estudio, los científicos se preguntaron si la
percepción que tenían las mujeres acerca de sus aptitudes científicas podía explicar en
parte por qué elegirían menor cantidad de carreras ligadas a la ciencia.
Para evaluar esta hipótesis, realizaron una encuesta a estudiantes hombres y mujeres
en la universidad acerca de sus aptitudes científicas. Luego los invitaron al laboratorio
para realizar un cuestionario sobre ciencia. Luego de completar el cuestionario, los
participantes fueron invitados a una competencia científica a realizarse en el futuro. La
predicción era que las mujeres tendrían una visión más negativa de sus habilidades
científicas que los hombres y que más mujeres que hombres rechazarían la invitación al
laboratorio a realizar el cuestionario. Además, predijeron que más mujeres que hombres
rechazarían la invitación a participar de la competencia científica y que eso estaría
relacionado con la percepción subjetiva de su desempeño en el cuestionario, pero no con
su desempeño real. Para hacerla corta, eso fue lo que hallaron: las mujeres tuvieron una

116
visión más negativa que los hombres acerca de sus capacidades científicas y calificaron
más negativamente su desempeño en el cuestionario, a pesar de que no había diferencias
en los resultados reales entre hombres y mujeres. Además, mientras que un 71% de los
hombres aceptó participar en la competencia científica, sólo un 49% de las mujeres lo
hizo. De hecho, las mujeres que se anotaron para el concurso fueron las que mejor
autopercepción reportaron sobre sus aptitudes científicas, a pesar de que no
necesariamente fueron a las que mejor les fue en el cuestionario. O sea que una de las
razones por la que menos mujeres se acercan a la ciencia podría estar relacionado con
que sus creencias sobre las aptitudes científicas que tienen no son reales y están
subestimadas, probablemente por estereotipos, presiones sociales y falta de estimulación
desde que son muy pequeñas. Como este trabajo fue publicado en 2003, puede ser que
las cosas hayan cambiado un poco. Aun así, la representación de las mujeres en los
campos científicos sigue siendo menor que la de los hombres y es
desproporcionadamente más baja en posiciones jerárquicas altas y lugares de toma de
decisiones.

117
Superioridad moral

Algo que realmente me molestaba en la facultad era que la gente se parara y les hiciera
preguntas a los profesores durante los exámenes. Si uno lo piensa, es injusto, se supone
que uno debería haber estudiado y debería resolver el examen sin ningún tipo de ayuda.
Después de todo, es la universidad, ya no se trata de la escuela. Había gente que era
capaz de levantarse varias veces del asiento y de hacer preguntas que requerían una
respuesta similar a la que era necesaria en el examen. A veces los profesores respondían
y todo. Mi reacción siempre fue la de establecer que al final mi calificación iba a ser más
real e iba a ser un resultado más fiel de mi conocimiento y estudio, mientras que la de los
preguntones estaría teñida de dudas. Claro que la comisión que después evalúa tu
promedio para decidir si te da o no una beca poco sabe acerca de cómo se obtuvo ese
número, así que con esa superioridad moral podría ir haciendo un rollito e insertarla por
ahí atrás. El mismo mecanismo podría ocurrir cuando un amigo consiguió el mismo
producto que vos, ponele un videojuego o un escurridor de verduras a la mitad del precio
que vos pagaste. Claro que él lo compró en un negocio de dudosa legitimidad fiscal y
vos no. En vez de sentirte como un boludo, podés pensar que vos sos mejor que tu
amigo, que sos una persona de bien porque has pagado los impuestos como un excelente
ciudadano. Te salió más caro, pero al menos sos una persona honesta. Otra vez la
superioridad moral sale a salvarnos las papas para no quedar como tontos.
¿De dónde sale la superioridad moral? ¿Será que cuando las papas queman no queda
otra salida? ¿Será otra forma más de razonamiento motivado? Para responder a estas
preguntas, los investigadores Alexander Jordan y Benoit Monin, de la Universidad de
Stanford, en Estados Unidos, realizaron una serie de experimentos en los que colocaron
a los participantes en situaciones algo incómodas para poder evaluar en qué condiciones
aparecía esta superioridad moral44. Reclutaron 57 estudiantes universitarios que fueron
divididos en tres grupos, uno experimental y dos controles. A todos se les dijo que se
trataba de un estudio sobre cómo la comunicación o la falta de comunicación afectaba el
resultado de una negociación. A esta altura ya deberían adivinar que a los investigadores
les interesaba un pomo eso, porque querían evaluar otra cosa sin que los participantes
supieran cuál era la hipótesis. Los sujetos del grupo experimental llegaron de a uno al

118
laboratorio y les informaron que debían aguardar a otro participante antes de comenzar
con la evaluación, pero como había tiempo, les solicitaron si podían ayudar con la puesta
a punto de otro test que medía la velocidad de escritura. Para eso, les solicitaron que
escribieran en una hoja, lo más rápido posible, los números del uno en adelante, en
letras. Una tarea verdaderamente aburrida. A los 4 minutos llegó el segundo sujeto (parte
del equipo de investigación) al que se le pidió lo mismo. El nuevo participante accedió a
realizar la tediosa tarea, pero al minuto decidió parar de escribir y pedir que comenzaran
con el verdadero test, porque estaba muy apurado y lo de los números no parecía tan
importante. El investigador, actuando sorprendido, accedió y la evaluación continuó.
Antes de comenzar con la “verdadera fase del experimento”, se le pidió al sujeto
experimental que se calificara a sí mismo en una escala de 1 a 7 en las siguientes
categorías: inteligencia, confianza en sí mismo, moralidad y sentido del humor. El
experimento continuó con una serie de juegos de ultimátum que poco importaban. Al
final de los juegos, pidieron al participante que calificara ahora al otro sujeto a partir de
las mismas categorías que antes. La predicción era que ante la amenaza de quedar como
un tonto porque el otro decidió no hacer la tarea tediosa, el participante aumentaría la
percepción de su moralidad y disminuiría la percepción de moralidad del compañero.
Compararon los niveles de moralidad reportados con otras dos condiciones controles. En
una, el segundo participante no se rebelaba y terminaba realizando la tarea de los
números luego del final del experimento. En la segunda condición control, el segundo
participante ya estaba presente haciendo la tarea de los números a la llegada del sujeto
experimental. Se le preguntó si aceptaba hacer la tarea después de la evaluación principal
y todos aceptaron. En estas dos condiciones control, el participante evaluado no aumentó
la percepción de su moral con respecto al otro sujeto ni disminuyó la del otro
participante. Los investigadores no encontraron diferencias en la calificación de ninguna
de las otras características que no fueran la moral (inteligencia, sentido del humor,
etcétera).
En un segundo experimento, querían ver si al elevar un poco la autoestima podía
contrarrestar el efecto que se producía ante la rebelión del segundo participante. Para
eso, utilizaron los mismos grupos experimentales que en el primer experimento, pero
agregaron un cuarto grupo similar al grupo experimental, pero que antes de realizar la
tarea de escribir los números, tuvieron tres minutos para escribir un breve ensayo sobre
una experiencia reciente en la que habían mostrado alguna de sus cualidades más

119
valiosas y se habían sentido bien consigo mismos. Les dieron como ejemplos de
cualidades: sentido del humor, habilidades artísticas, talento musical, creatividad y
varias otras. Los científicos replicaron los resultados del primer experimento en los que,
antes de quedar como tontos, los sujetos elevaban su moral y reducían la del otro. Lo
interesante fue que un empujoncito a la autoestima hizo que esas diferencias
desaparecieran. La conclusión general de estos resultados podría ser que cuando nuestro
ego se ve amenazado porque vemos que quedaremos como idiotas, elevamos nuestra
moral y disminuimos la de las personas con esos comportamientos que amenazan la
imagen de que no somos tontos. De hecho, elevar un poco nuestro ego mediante un
pequeño ensayo acerca de lo capos que somos, evita que nuestra grandiosa imagen quede
amenazada y no adjudicamos una baja moral al otro.
Es muy común observar cómo varios políticos y gobernantes recurren a este proceso
de elevar su moral cuando las cosas no funcionan. Por ejemplo, en un momento de crisis
económica, el funcionario de turno puede decir “puede que no nos vaya tan bien, pero es
porque estamos realizando un cambio cultural” o “tenemos un Gobierno mucho más
transparente que el anterior”. No me estoy refiriendo sólo a gobiernos actuales de la
Argentina, pueden recorrer notas de los diarios relacionadas con gobiernos anteriores o
de otros países y observarán decenas de estas afirmaciones, sobre todo cuando la
economía no anda bien o las personas no los acompañan en las urnas. Esta es otra forma
de razonamiento motivado por la imagen de la persona que desearíamos ser (moralmente
superior) en contraposición a la persona que en realidad somos (un tonto que trabajó al
pedo). Digamos que la superioridad moral podría ser, en el fondo, el consuelo de los
boludos para evitar aceptar su naturaleza estúpida. Todos tenemos nuestros momentos
tontos e inteligentes; es mejor aceptarlos que pensar que somos éticamente transparentes
como un vidrio recién limpiado con una gamuza y limpiavidrios.
Estos mecanismos de razonamiento motivado podrían explicar en parte cómo funciona
el autoengaño, incluso en situaciones bastante extremas. Por ejemplo, cuando algún caso
de abuso sexual se hace conocido, algunas personas tienden a culpar a la víctima usando
frases como “y qué querés, se vestía de manera muy provocativa” o “es que era una
trepadora y era obvio que le iba a pasar”. En este tipo de argumentos o
pseudoargumentos, además de los prejuicios de género, se puede observar el mecanismo
por el que una persona, para evitar aceptar que contribuye a vivir en una sociedad injusta
que permite que estos actos horribles ocurran, le baja la moral a la víctima y sube la

120
suya. Uno podría pensar que el “algo habrán hecho” referido a los muertos, torturados y
desaparecidos de la última dictadura cívico-militar argentina, constituye un mecanismo
de razonamiento motivado para evitar aceptar que se es un ser humano que permite que
se cometan crímenes terribles contra otros seres humanos. Desmoralizar a la víctima y
aumentar la moral propia podría ser una manera de resolver la inmensa contradicción de
vivir en una sociedad injusta en la que se cometen violaciones a los derechos humanos.
Entender estos mecanismos y ser conscientes de que ocurren, por ahí puede ser
importante para construir una sociedad más igualitaria y más justa.

121
Capítulo 6

Ideología motivada: escépticos por conveniencia

“Con Mariel nos llevamos bien porque coincidimos en todo, hasta en


ignorar nuestras contradicciones.”

Cita de “Cómo ignorar un matrimonio imperfecto”, por Raúl de Negado

En los países con sistema democrático, la elección de los representantes del pueblo se
define a través de los votos de sus habitantes. En la Argentina, es típico que, en el día de
la elección, uno vaya a votar y alguien le diga “votá bien”. ¿Qué cuernos quiere decir?
¿Se puede votar bien o mal antes de conocer el resultado de la gestión de los candidatos?
Mi interpretación es que la mayoría supone que el voto se decide luego de un análisis
racional de las plataformas de los candidatos, de su trayectoria y de las cosas que hizo en
su vida. Algo así como un cálculo en el que sumamos lo que nos gusta de la o el
candidato y restamos lo que no nos gusta. Si el resultado de esa cuenta es positivo,
consideramos darle nuestro apoyo, pero si es negativo, no. También lo comparamos con
los otros postulantes al cargo para hacer una evaluación relativa. Eso sería ideal, salvo
porque dista muchísimo de ser real.
Ya les conté que existen mecanismos no conscientes que se asocian con las reacciones
emocionales que nos puede producir las caras o las voces de los candidatos. Esos
estudios fueron realizados con fotos o voces de personas desconocidas para los
participantes, así que los procesos de razonamiento motivado no serían tan aplicables,
porque no tenemos elementos para construir justificaciones pseudorracionales acerca de
los candidatos. La siguiente pregunta es qué mecanismos se ponen en juego cuando sí
conocemos a los candidatos y tenemos una historia con ellos, porque apoyamos a un

122
partido determinado o porque ya han hecho gestión y tenemos información sobre su
desempeño como representantes. El interrogante es qué caminos mentales tomamos para
decidir el voto cuando ya tenemos una idea formada en nuestra cabeza de quiénes son,
cuáles son los valores y opiniones de los candidatos. En este caso no me estoy
preguntando acerca de la precisión con la que esa creencia sobre las ideas de los
candidatos coincide con sus ideas reales o no, sino más bien cómo nuestras creencias y
prejuicios afectan la manera en la que decidimos votar para elegir quiénes serán nuestros
líderes, cuál es el papel de la montaña de información que aparece durante las campañas
y cuál es el mecanismo por el que eventualmente podemos decidir cambiar de opinión y
votar a un candidato diferente del que era nuestro favorito al comienzo de la campaña.
En resumen, cómo afectan, si es que lo hacen, nuestras decisiones electorales los
mecanismos de razonamiento motivado.

Pensá qué sentiste cuando alguna vez te llegó información negativa de alguien a quien
admirabas. ¿Dejaste de admirar a esa persona inmediatamente? Suponete que de repente
se lo acusa de misógino, o de que cagó a medio mundo o de que trata de mantenerse
joven comiendo gatitos bebé. ¿Cuál es el impacto de esa información negativa en la
opinión sobre tu ídolo? En este último tiempo, por ejemplo, estamos descubriendo que
muchos hombres relacionados con el entretenimiento han sido acosadores y hasta
abusadores de hombres y mujeres. El surgimiento del movimiento de mujeres “Me too”
en Estados Unidos ha tenido mucho que ver con estas denuncias. Le ha tocado a Woody
Allen, Louis C. K., Morgan Freeman, James Franco y muchísimos más. La ola llega a
muchos otros países del mundo, incluyendo a la Argentina. Como los acosadores y
abusadores no se encuentran sólo en un ámbito profesional ni en espacios políticos
particulares, son casos que seguramente nos hagan cuestionar a quiénes admiramos, sus
productos artísticos, académicos o en algunos casos gestión política. Lo primero que uno
piensa es “no puede ser”; y una pregunta válida es por qué uno no debería creer la
información y preferir pensar que, por ejemplo, la víctima en realidad es una mujer
despechada o lo hizo para ganar un Oscar. A veces hasta estamos hablando de personas
que han sido abusadas cuando eran adolescentes, pero muchos siguen culpando a las
víctimas porque no pueden admitir que sus ídolos sean criminales.
En el ámbito de las decisiones políticas estamos todo el tiempo expuestos a

123
información positiva y negativa sobre los gobernantes y candidatos. Existen grupos de
votantes que son más incondicionales que otros y, en general, los políticos cuentan con
un número de votos cautivos que, aun cuando se difundiera información terrible sobre
ellos, los seguirán apoyando. ¿Por qué pasa eso? ¿Existe algún mecanismo que nos
explique, aunque sea un poco, por qué es tan difícil cambiar una creencia a pesar de
tener información negativa? Una posible respuesta viene del campo de la ciencia, pero
no por su naturaleza profunda e investigativa, sino por cómo funciona el sistema
científico global. Para un científico es más fácil aceptar evidencia que apoya una
hipótesis con la que coincide, que evidencia que no la apoya. De hecho, los científicos
somos más estrictos al analizar la evidencia en contra de nuestras hipótesis que la
evidencia a favor. Por ejemplo, si nos encontramos con resultados de otros grupos de
investigación que se oponen a nuestras ideas, le prestamos muchísima atención a cómo
se hicieron los experimentos, qué tipo de estadísticas usaron y hasta cuál es el origen de
los investigadores. Mientras que si los resultados apoyan nuestras ideas solemos ser
menos estrictos.
Lo único que generan estas acciones es que las malas teorías y las hipótesis poco
sólidas basadas en prejuicios duren más tiempo de lo que deberían durar. A este
mecanismo por el que analizamos de forma diferente la información que es incongruente
de la que es congruente con nuestras ideas, lo llamamos “escepticismo motivado”.
Digamos que se trata de un escepticismo del malo: dudamos cuando nos conviene dudar,
no en todos los casos. Como este mecanismo no es particular de los científicos, podemos
pensar que ocurre también en el cerebro de todos los ciudadanos que votan ante la
abundante información que circula en los medios. Igual, sería injusto comparar lo que
pasa a nivel de toda la población con el sistema científico. Nuestro sistema, aunque
imperfecto, posee varios mecanismos que tratan de amortiguar todos estos sesgos y
prejuicios, como por ejemplo la revisión por pares, en la que el trabajo de uno es
analizado en detalle por sus pares científicos que, en principio, son diversos en ideas e
hipótesis. También existen los estudios a doble ciego, en los que ni los experimentadores
ni los sujetos experimentales conocen en qué tratamiento, si experimental o control,
están o se les está aplicando. Además, tenemos controles aleatorios que apuntan a
obtener resultados menos sesgados porque los tratamientos se asignan al azar. El
problema es que las creencias de cada persona no están sometidas a revisión por pares ni
a estudios aleatorizados y, por lo tanto, los prejuicios y sesgos penetran más

124
profundamente en la toma de decisiones que muchas veces pueden definir el rumbo de
un país o de la humanidad. Entonces una pregunta podría ser en qué situaciones somos
escépticos y en cuáles no. Y la siguiente pregunta es cómo esas actitudes escépticas —
influenciadas por nuestras creencias previas— fomentan la polarización social, si es que
lo hacen.
¿Podemos explicar las grietas basados en el razonamiento motivado? En un trabajo
realizado por los científicos Charles Taber y Milton Lodge, dos politólogos de la
Universidad de Stony Brook, en Estados Unidos, se estudió la reacción de los
participantes a argumentos a favor y en contra de dos temas importantes en ese país: el
control de armas y la acción afirmativa45. El control de armas se refiere a la intervención
para una regulación más estricta de la portación de armas en Estados Unidos. La acción
afirmativa promueve la igualdad de oportunidades para minorías como los negros o las
mujeres en ese país. Ambos movimientos están asociados a ideologías tiradas más hacia
la izquierda y más basadas en evidencias y, de forma general, los demócratas apoyan
estas políticas mientras que los republicanos están en contra. Los investigadores
realizaron dos experimentos, para los que reclutaron unos 130 participantes,
aproximadamente la mitad demócratas y la otra mitad republicanos. Para el primer
estudio los dividieron en dos grupos (en los que había tanto de una como de otra
orientación política), y en una primera instancia se les realizó un test de actitudes, a un
grupo sobre acción afirmativa y a otro sobre el control de armas. Con esto obtuvieron un
puntaje de cuán a favor o en contra estaban de esas políticas. Más adelante se les
presentó una cartelera en la pantalla de una computadora que contenía 16 argumentos a
favor o en contra de la acción afirmativa (o del control de armas, según correspondiera).
Los participantes podían ver la fuente del argumento (que indicaba si sería un
argumento a favor o en contra), pero sólo podían leerlo si cliqueaban para seleccionarlo
y sólo podían seleccionar ocho sin que fueran repetidos. Se les instruyó que leyeran esos
argumentos de forma equilibrada como para poder explicárselos a otro estudiante,
tratando de que sus creencias personales previas no tuvieran influencia. Una vez
finalizada esta etapa, los participantes debieron calificar a los argumentos en cuando a su
fuerza y completaron una encuesta que evaluaba su conocimiento del sistema político
(preguntas acerca de mecanismos de elecciones, etcétera).
Lo primero que observaron los científicos fue que los argumentos congruentes con las
creencias de cada participante fueron calificados como más fuertes que los

125
incongruentes. Este efecto fue aún más significativo en los participantes que poseían
conocimiento más sofisticado del sistema político. Pero lo más interesante es que
sistemáticamente buscaron más argumentos que coincidían con sus creencias previas que
argumentos que no coincidían. Este efecto se conoce como “sesgo de confirmación”:
buscamos o le damos más importancia a la información congruente con nuestras
creencias y prejuicios mientras que ignoramos la que es incongruente. El sesgo de
confirmación fue aún más fuerte en las personas con conocimiento político más
sofisticado; por ejemplo, de los 8 argumentos seleccionados por los opositores al control
de armas, sólo 2 de ellos en promedio fueron contrarios a sus creencias sobre ese tema.
Seleccionaron muchos más argumentos congruentes que incongruentes.
En la segunda parte del experimento, los grupos fueron invertidos y los que habían
leído sobre control de armas, ahora leerían sobre acción afirmativa y viceversa. Se les
volvió a realizar un test de actitudes respecto a cada tema, pero a diferencia del
experimento anterior, ahora se les presentaron 8 argumentos, la mitad a favor y la mitad
en contra en orden aleatorio. Tuvieron que leerlos (sin tiempo límite) y calificar su
solidez de acuerdo a una escala determinada por los investigadores. Otra vez, se les pidió
que fueran equilibrados, ya que deberían explicar la controversia a otros estudiantes. Una
vez terminada la lectura de los argumentos, se les indicó que escribieran algunos
pensamientos sobre dos de los argumentos a favor y dos de los argumentos en contra.
Pasada esa instancia, se volvió a evaluar la actitud hacia el control de armas o la acción
afirmativa, según correspondiera.
¿Qué querían evaluar los investigadores? Quizás ya adivinaste su hipótesis, porque lo
que investigaban es lo que se conoce como “sesgo de no confirmación” o el mecanismo
por el cual las personas son más escépticas con los argumentos incongruentes que con
los congruentes. Las evidencias que hallaron fueron varias. Por ejemplo, midieron los
tiempos de lectura para cada argumento y encontraron que las personas pasaron
significativamente más tiempo leyendo los argumentos incongruentes que los
congruentes, a pesar de que el número de palabras y letras era similar. El efecto fue
mayor para las personas con actitudes más extremas hacia cada política y/o mayor
conocimiento sobre política en general. Además, al evaluar los comentarios sobre los
argumentos, los participantes pasaron más tiempo tratando de denigrar los
incongruentes, indicando que a las personas les resulta más fácil absorber información y
son menos escépticas al encontrarse con argumentos que coinciden con sus creencias

126
previas. O sea, nuestro escepticismo no es nada ecuánime y tenemos una doble vara en la
cabeza que nos impide ser objetivos, a pesar de que lo intentemos. De hecho, eso es lo
que se les había pedido a los participantes, pero ninguno pudo cumplirlo. Insistir en la
objetividad es negar la manera de funcionar de nuestra mente. La objetividad no existe
pero, irónicamente, al aceptar esto nos hacemos más objetivos.
Hay un último punto interesantísimo en los resultados de los investigadores. Al volver
a analizar las actitudes de los participantes hacia el control de armas o la acción
afirmativa, observaron que si comparaban las actitudes antes y después de ver los
argumentos (a favor y en contra), la polarización había aumentado. O sea que los que ya
tenían creencias a favor aumentaron su actitud positiva, mientras que los que ya tenían
una actitud contraria evaluaron de forma aún más negativa el tema. El efecto fue
particularmente fuerte en las personas que hicieron evaluaciones más sesgadas de los
argumentos; cuanto mayor fue el efecto de las creencias previas sobre la evaluación de
los argumentos, mayor polarización encontraron. A pesar de que los participantes
trataron de ser objetivos y equidistantes con los argumentos, no pudieron serlo. En
cuanto se forma una creencia, es muy difícil que luego no influya sobre la manera en la
que procesamos la información nueva.
El efecto de polarización y endurecimiento de las actitudes y opiniones también es
conocido como “tiro por la culata”, bajo la idea de que cuando las personas se enfrentan
con evidencias o información que no coincide con sus creencias, en vez de actualizar
esas creencias integrando la nueva evidencia, fortalecen las viejas ideas. Yo sé que todo
esto puede dejar un sabor amargo, pero puede empezar a explicar por qué las comidas
familiares se pueden transformar en un infierno de intercambio de ideas entre gente que
escucha, pero que procesa la información de manera sesgada. Si ni siquiera
argumentando o presentando evidencias podemos persuadir a otro y, de hecho, podemos
hacer que se haga todavía más reticente a incorporar esa información, ¿qué hacemos? La
verdad, no sé, eso es para otro libro, yo vine a plantear un problema nomás.

127
Desilusiones políticas

Nuestro sistema de actualización de creencias funciona pésimo. Este efecto se ve


bastante claro en temas relacionados con las vacunas, el aborto, la educación sexual
integral, la inmigración y cualquier asunto que genere un debate social importante. En el
que se dio en el Congreso Nacional sobre el proyecto de legalización de la interrupción
voluntaria del embarazo pudimos escuchar a decenas de médicos, científicos y expertos
en derecho esgrimir razones tanto biológicas, como de salud y de derecho comparado.
Sin embargo, los legisladores que cambiaron su opinión a partir de esas audiencias no
fueron la mayoría. De hecho, algunos hasta dijeron que a pesar de que entendían que se
trataba de un problema de salud pública igual votarían en contra o que, aunque sabían
que las mujeres se mueren por abortos clandestinos, eso no hacía que cambiasen su
creencia. Hemos explorado algunas de las causas de este tipo de comportamientos, y una
buena candidata es el razonamiento motivado. En vez de aceptar y sopesar la nueva
evidencia para actualizar una determinada creencia, los legisladores decidieron ignorar
las evidencias en contra y focalizarse sólo en las que la apoyan, por un mecanismo de
escepticismo motivado porque uno suele ser más escéptico con las evidencias que van en
contra de una creencia que a favor de ella. Además, existe un sesgo en la manera de
buscar evidencias en nuestra memoria; los recuerdos de hechos o experiencias que
concuerden con nuestras creencias serán más accesibles para justificarla que aquellos
que no lo hagan. El escepticismo motivado y la búsqueda sesgada en la memoria
funcionan en todo tipo de razonamiento motivado, pero no deberían funcionar en el
razonamiento no motivado. Si tenemos que usar un marcador resistente al agua y
queremos que lo que escribimos sobre un vidrio dure mucho, probaremos varios
marcadores y veremos qué inscripción dura más tiempo. A menos que estemos
motivados a usar una marca en particular porque la fabrica la tía de un amigo querido, no
hay razones para preferir uno más que otro, y las evidencias que vayamos encontrando
nos guiarán en un razonamiento que terminará en una mejor decisión.
Pero cuando se trata de creencias que sentimos importantes porque estamos
involucrados emocionalmente con ellas o pensamos que nos definen como personas, la
cosa se pone mucho más espesa y sacamos las armas de fuego para defender esas

128
creencias nucleares de nuestro ser. Podemos creer en un candidato, en un presidente, en
un partido político en particular o en determinadas acciones o medidas económicas y
sociales. Supongamos que, para una elección, simpatizamos con un candidato en
particular. Nos gusta porque hemos encontrado que las medidas que propone y su forma
de desenvolverse en la vida coinciden con lo que nosotros creemos que es importante
para el bien común. En el medio de la campaña vamos a encontrar información positiva
sobre el candidato, pero también información negativa. Idealmente, al encontrar
información positiva, reforzaremos nuestro apoyo al candidato, mientras que al encontrar
información negativa, iremos disminuyendo ese apoyo. Pero ya vimos que el cerebro no
funciona así: las creencias no se actualizan proporcionalmente a las evidencias, sino que
el componente afectivo o emocional es relevante al momento en el que se establecerá el
peso de la evidencia.
Las emociones tienen una función importante porque se supone que si algo nos
produce ansiedad, por ejemplo, intentaremos resolver esa sensación cambiando el
comportamiento; pero al parecer no siempre el sistema funciona de esa manera. En el
año 2010, los científicos David Redlawsk, Andrew Civettini y Karen Emmerson
publicaron un estudio en el que evaluaron la respuesta que tuvieron las personas en una
elección simulada al recibir distinta cantidad de información negativa acerca de sus
candidatos preferidos46. Intuitivamente uno pensaría que se trata de una relación casi
lineal: a mayor cantidad de información negativa, menor apoyo y mayor probabilidad de
votar a otro. Sin embargo, veamos qué encontraron. En vez de utilizar una metodología
estática en la que se presente información a favor y en contra de un candidato, eligieron
un sistema dinámico que simulaba el acceso a información en una campaña electoral. La
simulación fue de una elección primaria presidencial en la que cada participante obtuvo
información sobre cuatro posibles candidatos de un mismo partido, los evaluó y decidió
su voto. Como en una elección real, la información fue presentada de forma
desorganizada. Los participantes fueron 189 personas que no eran estudiantes
universitarios y estaban afiliadas a uno de los dos partidos principales de Estados
Unidos, el Partido Demócrata o el Republicano. Los sujetos sólo votaron por un
candidato de su propio partido. Una vez que la campaña comenzó, cada participante tuvo
25 minutos para recabar información de un set de atributos correspondientes a cada
candidato, que iba variando a través del tiempo. La información disponible consistía en
su posición con respecto a 27 ítems políticos y sociales, apoyos recibidos por grupos o

129
personas, rasgos de personalidad, background del candidato y resultados de encuestas
preelectorales.
Previamente a la campaña, los participantes completaron un cuestionario sobre sus
preferencias políticas, conocimiento e intereses, como para poder colocarlos
relativamente dentro del espectro político. Durante los 25 minutos, cada uno fue
interrumpido tres veces con una encuesta para ver por quién votaría de los 4 y establecer
en una escala de 1 a 100 su preferencia por cada uno. Después de la decisión final, se les
hicieron algunas preguntas, incluyendo un test de memoria en el que debían listar todo lo
que se acordaban de cada candidato e indicar cómo los hacía sentir cada recuerdo
(entusiasmados, ansiosos o enojados con el candidato).
En un segundo test de memoria de reconocimiento, debieron indicar si se acordaban
de cada pieza de información que habían visto durante la campaña. La manipulación
experimental clave de este estudio fue la variación en la cantidad de información
incongruente que recibieron los participantes acerca de los candidatos. Por ejemplo, si un
participante estuviera en contra de la legalización del aborto, la información
incongruente sería que el candidato preferido fuera proaborto legal. Con respecto a los
rasgos de personalidad, los sujetos podían encontrar información congruente como
“Hasta sus oponentes lo consideran un hombre honesto” o incongruente como “Se lo
considera egoísta y es difícil trabajar con él”. También se manipuló el apoyo de
diferentes grupos congruentes e incongruentes con determinadas posiciones o ideologías.
Dividieron a los sujetos en 5 grupos experimentales: el grupo 0 no recibió información
incongruente; el grupo 1 recibió un 10% de información incongruente; el grupo 2, un
20%; el grupo 3, un 40% y el grupo 4, un 80%.
Hay que tener en cuenta que, si bien la cantidad de información fue manipulada, la
cantidad real que vio cada participante dependió de qué titulares hubiera decidido leer y
de su posición inicial con respecto a los temas políticos y sociales, que podría estar en
alguno de los extremos o ser más moderada. El experimento es interesante también por
eso, porque simula un contexto bastante parecido al de una elección, salvo porque los
candidatos no eran conocidos previamente por los sujetos experimentales. Los
investigadores querían saber cómo reaccionarían los votantes ante información
incongruente. Podrían pasar varias cosas: que el candidato preferido inicialmente (a los 7
minutos) pasara a ser menos favorito a medida que se acumulaba la información
negativa o que existiera algún tipo de razonamiento motivado y, al encontrar

130
información incongruente, se fortaleciera esa preferencia. Pero a la vez, si se
intensificara la preferencia, ante la mayor acumulación de información negativa, debía
haber algún momento en el que las personas cambiaran de opinión… o no. Los
resultados fueron interesantes. Por una parte, si no habían recibido información
incongruente (grupo 0), los participantes continuaron votando al mismo candidato
preferido al comienzo y hubo un ligero aumento positivo en su evaluación hasta el voto
final. Para el grupo 1, con 10% de información incongruente, ocurrió algo similar, ese
porcentaje no fue suficiente para actualizar la evaluación de sus candidatos preferidos.
Los participantes del grupo 2 con 20% de información incongruente tampoco
actualizaron su actitud hacia el candidato preferido. Recién los grupos 3 y 4 con 40% y
80% de información incongruente mostraron una disminución en la evaluación de los
candidatos y un cambio de opinión en el voto final. No contentos con este resultado, los
científicos realizaron un análisis un poco más real, que tenía en cuenta cuánta
información incongruente había encontrado realmente cada participante.
En ese análisis las diferencias fueron aún más grandes y encontraron que los que
fueron expuestos a un 10% de información incongruente de hecho mejoraron la imagen
del candidato preferido, casi como los que no habían visto este tipo de información. Lo
que vieron es que no se trataba de una relación lineal y que la cantidad de información
incongruente no está directamente relacionada con la evaluación de los candidatos, sino
que existe una especie de punto de inflexión a partir del cual empiezan a pensar que ese
candidato no es tan bueno como imaginaban. De manera consistente con la hipótesis del
razonamiento motivado, los participantes pasaron más tiempo leyendo la información
incongruente que la congruente. Además, los sujetos del grupo 1 (10%) reportaron el
mayor número de recuerdos positivos del candidato elegido que cualquiera de los otros
grupos. Los de los grupos 0 y 2 (20%) reportaron igual número de recuerdos positivos,
mientras que los de los grupos 3 y 4 (40% y 80%) fueron los que recordaron menos
cosas positivas. En resumen, una baja exposición a información incongruente con
nuestras creencias sobre un candidato podría fortalecer nuestra evaluación positiva de
ese candidato, pero existe un punto, probablemente alrededor del 30% de información
incongruente, en el que empezamos a cambiar de opinión.
Hay dos preguntas importantes para las que aún no conocemos la respuesta. La
primera es en qué condiciones uno está expuesto a esa cantidad de información
incongruente. Si leemos o surfeamos la red en busca de información que confirme

131
nuestras creencias, es posible que nos crucemos con poca información que no coincida
con lo que pensamos. Los medios también tienen mucha influencia, porque si existe
algún tipo de “cerco mediático” sobre determinados candidatos, puede que la
información incongruente nunca llegue a nuestras mentes por no estar siquiera
disponible. La otra pregunta es qué ocurriría con candidatos que son muy conocidos por
los votantes porque tienen una mayor trayectoria política. En este trabajo los candidatos
eran desconocidos y se necesitó un 40% de información negativa para que las personas
no los votaran. Para alguien que ya ha cosechado seguidores más incondicionales, el
porcentaje podría ser más alto por estar más sujetos a mecanismos de razonamiento
motivado. Es esperable que cuanto más polarizada políticamente esté una sociedad, los
mecanismos de razonamiento motivado sean más prevalentes, pero habría que
demostrarlo con evidencias, y de las buenas, no de esas que uno busca sesgadamente
dentro de su memoria para justificar sus afirmaciones y opiniones.

132
Tu cabeza en las elecciones

Hay una grieta que me tiene podrido como neurocientífico, y es la que coloca como
polos opuestos del pensamiento a lo racional y a lo emocional. Incluso, se suele hacer un
juicio de valor que indica que es mejor ser racional que emocional. Pero la verdad es que
no sé si siempre es así; de hecho, no sé hasta qué punto esa grieta tiene algún sentido.
Por ejemplo, si lo hubiera pensado “racionalmente”, no me habría comprado una consola
de videojuegos, porque me quita tiempo de trabajo, puedo pasar horas jugando y dormir
poco y a veces me genera una frustración inconmensurable al no poder vencer a un jefe o
no poder resolver un puzzle. Todo eso es cierto, pero por otro lado me divierte, me
permite no pensar en el trabajo un rato largo, me carga de energías y me da tema de
conversación con mis sobrinos, entre otros beneficios. Además, hasta lo que parece más
racional de todo suele tener un componente emocional importante. O te pensás que
cuando un experimento sale bien y confirma una hipótesis los científicos no saltan de
alegría. O cuando los resultados no apoyan la hipótesis, no nos ponemos tristes, tenemos
bronca y queremos decidir dejar todo y poner un parripollo. Si la demostración de un
teorema puede tener una motivación emocional importantísima, imaginate cualquier otra
operación mental.
Las emociones han surgido en los cerebros durante la evolución porque han
aumentado la supervivencia y las probabilidades de reproducirse de las especies; si nos
despojásemos de ellas, probablemente no podríamos cumplir con muchísimos procesos
cerebrales que hacen que las sociedades funcionen. Si las emociones no existieran,
quizás uno podría asesinar a otro sin que le produjera ningún sentimiento, o acercarse a
una manada de leones hambrientos sin tener miedo y, por lo tanto, ser devorado.
Tampoco podríamos disfrutar de nada, entender una sonrisa, compartir tristeza ni
sentirnos tremendamente alegres nadando con tortugas marinas. Lo afectivo está
presente en todo lo que pensamos y hacemos, ahí no hay grieta, pero a veces es necesario
superar ciertas reacciones emocionales y entender que se desarrollaron en seres humanos
que vivieron hace miles de años, porque el cerebro no ha cambiado nada en ese tiempo.
O sea que los mecanismos que antes eran adaptativos para reconocer a individuos de la
propia tribu o de otra, o para huir de los peligros del mundo salvaje, son los que se meten

133
dentro de la interpretación de este mundo que es muy diferente, cubierto por la cultura en
todos sus aspectos.
Por eso, para entender cómo decidimos, tenemos que pensar que, como somos
animalitos, seguiremos en parte interpretando el mundo a base de tribus, peligros,
amistades y enemistades. La gente se pone “muy emocional” cuando discute de política
y no me parece extraño; después de todo estás eligiendo quién será tu líder, no es moco
de pavo, bilis de faisán ni saliva de gallareta.
Existen, por ahora, pocos trabajos que han estudiado las bases cerebrales de estos
razonamientos motivados por cuestiones afectivas. Obvio que nos interesa entender qué
partes del cerebro participan de estas formas de pensamiento, pero entender los circuitos
también nos va a permitir empezar a desentrañar qué les pasa afectivamente a las
personas con el pensamiento sesgado por las creencias y las motivaciones. ¿Qué ocurre
en el cerebro cuando nuestras creencias se ven amenazadas por encontrar evidencias que
son incongruentes? ¿Y si esas evidencias son en contra de nuestras ideas sobre
candidatos políticos? Los científicos Drew Westen, Pavel Blagoc, Keith Harenski, Clint
Kilts y Stephan Hamann de la Universidad de Emory, en Estados Unidos, hicieron un
experimento para empezar a responder a estas preguntas47. Reclutaron 30 participantes,
15 registrados como demócratas y 15 como republicanos, inmediatamente antes de las
elecciones presidenciales de 2004 en las que competían John Kerry por el Partido
Demócrata y George W. Bush por el Republicano. Su compromiso con los partidos fue
evaluado con una serie de escalas para asegurarse de que sólo quedaran los sujetos más
militantes de las ideas de esos partidos. Los sujetos fueron colocados en el escáner de
resonancia magnética funcional para medir la respuesta cerebral a una serie de estímulos
presentados en una pantalla.
El experimento consistió en exhibir dos frases de cada candidato más dos frases de un
personaje neutral como, por ejemplo, Tom Hanks. A cada frase del candidato le siguió
una diapositiva con información contradictoria con esa frase y más tarde otra diapositiva
con información exculpatoria que podía resolver la contradicción. Por ejemplo, en la
primera diapositiva, en una entrevista de 1996, John Kerry había dicho que el sistema
jubilatorio debía ser revisado y que el Congreso debía considerar subir la edad
jubilatoria: “Sé que será una medida impopular, pero tenemos la responsabilidad
generacional de reparar este problema”, dijo. En la número dos, se presentó información
contradictoria mencionando que en ese año Kerry afirmó que nunca pondría impuestos o

134
cortaría los beneficios a los adultos mayores ni aumentaría la edad para acceder a la
seguridad social. Luego de esto, se le dio al participante unos segundos para calificar
esta información de acuerdo a cuán contradictoria la percibía con respecto a la frase
inicial. La tercera diapositiva contenía un dato exculpatorio que indicaba que los
expertos en economía sostenían que el sistema de seguridad social tendría suficiente
dinero hasta por lo menos el año 2049 y no hasta el 2020 como se pensaba en 1996.
Nuevamente, luego de esta información se les pidió a los participantes de indicaran cuán
de acuerdo estaban con esa explicación. Se siguió un protocolo similar para las frases e
información relacionada con George W. Bush y con las personas neutrales. Todo el
tiempo se midió la actividad cerebral.
Lo primero que quisieron saber es si la manipulación era capaz de producir
razonamiento motivado. Para eso, analizaron los datos de cuán contradictoria era
percibida la información en la diapositiva uno (dato) con respecto a la dos (dato
contradictorio). Observaron que los participantes demócratas calificaron como mucho
más contradictorias las frases cuando correspondían a Bush, mientras que los
republicanos hicieron lo opuesto. No encontraron diferencias en esta evaluación para la
condición control con el personaje neutral. Los sujetos analizaron de forma sesgada por
sus creencias las evidencias de uno u otro candidato, de manera consistente con los
mecanismos de razonamiento motivado. Al analizar la actividad cerebral, pudieron ver
que durante la fase de contradicción del candidato favorito se activaron áreas del cerebro
involucradas en el procesamiento afectivo y la influencia de las emociones en el
razonamiento, como por ejemplo la corteza prefrontal ventromedial, la corteza
orbitofrontal y la ínsula. Algunas de estas regiones están relacionadas particularmente
con las emociones negativas.
Lo que no observaron fue la activación de zonas del cerebro frecuentemente
involucradas en el pensamiento más frío (lo llamaríamos racional, si existiera tal cosa),
como por ejemplo la corteza prefrontal dorsolateral. En los primeros segundos de la
presentación de la contradicción, pudieron observar la activación de la amígdala, una
región del cerebro relacionada con la percepción y reacción de estímulos amenazantes e
históricamente implicada en la emoción de miedo. O sea que, por ahora, todo indicaría
que la información contradictoria podría producir, en el caso del candidato preferido, una
reacción relacionada con el miedo o la amenaza de que se derrumbe una creencia. Esa
sensación que podría llevar a una disonancia cognitiva, debería resolverse para salir de

135
esa situación desagradable. Los participantes utilizarían mecanismos de razonamiento
motivado para ponerle fin al estado de disonancia y sentir alivio. Lo que observaron fue
que, a diferencia de la fase de contradicción, el argumento exculpatorio provocó una
activación del circuito de recompensa. Uno podría pensar que el alivio de encontrar una
solución para el conflicto entre la creencia y la evidencia es intrínsecamente placentero y
que, durante el razonamiento motivado, la búsqueda sesgada de información que apoye
una creencia genera un alivio reflejado en la actividad cerebral. En resumen, parecería
ser que los mecanismos cerebrales de razonamiento motivado siguen una lógica
particular. Primero, la amenaza de encontrar evidencia que se contradiga con una
creencia activa zonas relacionadas con el miedo y con el procesamiento de emociones
negativas. Luego se activan zonas relacionadas con la memoria, como el hipocampo,
probablemente relacionadas con la búsqueda de información que refuerce las creencias
previas. La frutilla del postre del mecanismo consistiría en la llegada del alivio por haber
encontrado las evidencias necesarias para no tener que cambiar de opinión, algo
intrínsecamente placentero que activaría los circuitos de recompensa. Imaginate que
parte de los mecanismos de adicción consisten en una activación muy fuerte de estos
circuitos de recompensa. Quizás hasta haya gente adicta a tener razón. El flagelo de creer
tener razón para nunca cambiar de opinión. Por ahí hay que poner una clínica de
rehabilitación para personas que siempre piensan que tienen razón y tratarlas como si
estuvieran enfermas de “aminomeconvencenitis”.

136
Mi mundo privado

Un día escribiré sobre mis sueños, porque siempre son muy complejos, coloridos y
llenos de efectos especiales. Por ejemplo, hace poco soñé que una criatura de energía se
abría paso desde abajo del pavimento para destruir a la humanidad. Era imposible
acercarse a ella porque la energía, quizás eléctrica, lo impedía. La única manera de
detenerla era mediante la inyección de una sustancia que la hacía vulnerable. A pesar de
que yo lograba conseguir una jeringa con el líquido salvador, una serie de cinco tornados
rodeaban la ciudad y obligaban a todos a protegerse en los refugios. Finalmente lograba
inyectarle la sustancia al monstruo y creo que todo terminaba bien, pero no estoy seguro.
Ni hablar de mis sueños con barcos voladores que buscan matemáticos, personas que
pasan de tres a dos dimensiones o mujeres gigantes que paren chispas de luz. No sé si
esto dice mucho acerca de la naturaleza de mi mente, pero lo que seguro pasa es que el
relato se forma una vez que recuerdo conscientemente las imágenes del sueño para darles
coherencia.
¿Cómo hacer que algo que no tiene una lógica se adapte a nuestras necesidades de
crear un relato? La historia que forme en mi cabeza va a tener que ver con mis
experiencias previas, probablemente con películas y libros de ciencia ficción o tramas
que tenemos muy representadas, porque los relatos tienen una estructura que se repite y
se repite y se repite. O sea que la coherencia se la da cada uno dependiendo de sus
motivaciones y de lo que haya almacenado en su paso por esta vida. Algo similar ocurre
cuando te piden que imagines algo que no conocés. Por ejemplo, si te pido que imagines
cómo es un tardígrado, quizás, como nunca viste uno, imagines una especie de antílope
mala onda, con piernas de buey, pelo multicolor, que escupe bolas mucosas con glitter y
que llega tarde a todos lados. Quizás no te hayas imaginado algo así, pero bueno. Los
tardígrados son unos bichos microscópicos medio indestructibles también conocidos
como “osos de agua”. Es un buen dato, aunque no viene al caso de nada.
La cuestión que quiero plantear es que, ante la incertidumbre, imaginamos, y cuando
lo hacemos, en vez de hacer foco en el mundo exterior y en los estímulos que nos
rodean, lo hacemos en el mundo interior, revisando lo que tenemos adentro de nuestra
cabeza. Cuando el cerebro corta con los estímulos externos y se enreda en el mundo

137
interno, ocurren varios cambios en las redes que se activan y en las señales eléctricas que
pueden ser detectadas. En especial, se activa una red de estructuras conocida como “red
por defecto”; le pusieron ese nombre porque es el conjunto de regiones que se activan
cuando no estamos realizando una tarea específica, sino que no pensamos en nada en
particular, estamos en Babia, papando moscas, meditando o durmiendo. La actividad de
esta red está asociada a los procesos de imaginación y creatividad que, en principio, son
deseables. Pero uno también puede imaginar que las cosas no son como la evidencia lo
indica.
En un trabajo publicado a finales del año 2016, los científicos Jonas Kaplan, Sarah
Gimbel, de la Universidad de California del Sur, y el conocido filósofo Sam Harris del
Proyecto Razón, en Los Ángeles, quisieron evaluar la actividad cerebral cuando las
personas se encuentran con evidencia opuesta a sus creencias48. Algo similar a lo
evaluado en el trabajo de 2006, pero con un diseño experimental diferente y una
hipótesis específica acerca de qué áreas esperaban encontrar encendidas. Su hipótesis
consistía en que, al exponer a los participantes a evidencia incongruente con sus
creencias, activarían un mecanismo de razonamiento motivado que obligaría al cerebro a
dejar de exponerse a la evidencia externa que no se puede cambiar y a hacer foco en los
pensamientos internos para seleccionar aquellos más acordes con las propias opiniones.
Para evaluar esta hipótesis, reclutaron 40 sujetos experimentales que reportaron un
interés considerable en cuestiones políticas y que sostenían creencias fuertes ante
diferentes aspectos políticos y no políticos. En este estudio en particular, eligieron
personas que se consideraran pertenecientes al Partido Demócrata. Todos los
participantes reportaron estar muy de acuerdo con 8 declaraciones políticas y 8
declaraciones no políticas. Una declaración política sería “El aborto debería ser legal” o
“Los ricos deberían pagar más impuestos”. Una declaración no política sería “Tomar
complejos multivitamínicos diariamente mejora la salud” o “La educación universitaria
mejora, en general, la perspectiva económica de un individuo”. Cada una de estas
declaraciones fue seguida de 5 desafíos que presentaban contraargumentos. Estos
desafíos no necesariamente eran argumentos reales, sino declaraciones adecuadas para
contrarrestar la declaración original. Por ejemplo, a la declaración política “Estados
Unidos debería reducir el presupuesto para armamento”, le podía seguir un
contraargumento del estilo “Rusia tiene el doble de armas nucleares activas que Estados
Unidos”, a pesar de que la segunda declaración no es verdadera. Lo importante era que

138
fueran creíbles. En cuanto a las declaraciones no políticas, un ejemplo es “Thomas
Edison inventó la lamparita” seguido del contraargumento “La patente de Edison para la
lámpara eléctrica fue invalidada por la Oficina de Patentes estadounidense porque
encontró que estaba basada en el diseño de otro inventor”.
Los participantes fueron colocados en el escáner y se analizó la actividad cerebral
frente a la presentación de los 5 desafíos a cada uno de las declaraciones políticas y no
políticas. Luego de cada desafío, se les volvió a presentar la declaración original y se les
pidió nuevamente que calificaran la intensidad con la que creían en ella. De esta manera
podían comparar cuánto creían antes y después de la presentación de los desafíos. La
primera predicción de los investigadores fue que el desafío a las declaraciones políticas
generaría mayor razonamiento motivado que el desafío a las no políticas. De hecho, eso
fue lo que observaron al comparar los rankings de “creencia” antes y después de las
declaraciones incongruentes con las originales. En ambos casos, la fuerza en la creencia
disminuyó significativamente, pero en el caso de las declaraciones políticas, esa caída
fue muchísimo menor. Las declaraciones políticas fueron las que mostraron el menor
cambio en la creencia. El tiempo de respuesta a la lectura de los desafíos políticos fue
mayor al de los no políticos.
Parece razonable pensar que ese tiempo tiene que ver con la mayor activación de los
mecanismos de razonamiento motivado, como en el trabajo de 2006. Los resultados más
interesantes fueron los obtenidos a partir de las imágenes cerebrales durante los desafíos.
Al comparar la actividad neural entre los desafíos políticos y no políticos, pudieron
encontrar que los primeros producían mayor activación en la red por defecto, que incluye
regiones que coincidían con las reportadas para el razonamiento motivado. Por el
contrario, durante la presentación de los desafíos no políticos, encontraron mayor
actividad de la corteza prefrontal dorsolateral, comúnmente involucrada en el
pensamiento que conocemos como “racional” y la corteza orbitofrontal, importante para
poder cambiar el comportamiento cuando cambian las reglas, proceso que se conoce
como “aprendizaje reverso”. Algo muy interesante es que la mayor resistencia a cambiar
una creencia estuvo asociada a la menor actividad en esta corteza orbitofrontal. Claro
que no podemos saber si en esos casos la gente no cambia de opinión porque su corteza
funciona menos o si la señal en la corteza es posterior a la imposibilidad de actualizar
esa creencia. En resumen, lo que aparece sistemáticamente es la activación de regiones
cerebrales de la red por defecto en presencia de información que se contradice con

139
creencias previas, aunque no con cualquier creencia, sino, en este caso, con las de orden
político.
Algo similar habían observado los mismos investigadores en un trabajo anterior en el
que comparaban la actividad cerebral de personas muy religiosas al ser desafiadas con
declaraciones acerca de la religión o con declaraciones no religiosas49. Parece que
cuando la información es incongruente con una creencia cuya caída no afecta
particularmente aspectos sensibles de las personas, los mecanismos de razonamiento
motivado no se activan. El tema es cuando esas creencias nos definen como personas y
su caída obligaría a reevaluar y actualizar la imagen que tenemos de nosotros mismos.
Al final no éramos tan liberales como creíamos, ni tan religiosos, ni tan moralmente
intachables, ni tan pulcros, ni tan objetivos. Al final éramos humanos y eso parece que es
molesto. La actividad de la red por defecto plantea un asunto muy interesante: ¿Será que
los mecanismos de razonamiento motivado se parecen a los de la imaginación?
¿Agarramos pensamientos y los atamos con alambre como podemos? Es probable que sí,
que para resolver la incomodidad de la contradicción nos refugiemos en lo más profundo
de nuestros recuerdos y experiencias, seleccionando las que nos convenga recordar para
armar un Frankenstein lógico sólo para nosotros. Es como invitar a comer paella pero sin
saber hacerla, y como no tenés mariscos usás salchichas, y como no tenés arroz usás
espaguetis cortados, y como no tenés azafrán usás colorante amarillo para torta. En tu
ignorancia, en tus pensamientos, ese engendro se parecerá a una paella, pero la evidencia
externa te dirá todo lo contrario. Como si fueras fotógrafo, te pidieran que le sacaras una
foto a un elefante africano y te pusieras a buscar a ver si conseguís algo parecido en tu
casa como para zafar y quedarte tranquilo pensando que hiciste el trabajo. Después nos
preguntamos por qué las políticas sociales y económicas que no están basadas en
evidencias no funcionan, porque siguen una lógica de creencias y no de evidencias, una
lógica muy humana, por cierto.

140
Desconócete a ti mismo

Resulta que yo era un joven muy rockero. En los años 90 escuchaba e iba a ver en vivo a
varias bandas y solistas de rock nacional, como Fito Páez, Charly García, Soda Stereo y
Los Redondos. Para los que no tienen la edad adecuada, porque o son bastante más
jóvenes que yo o son algo más ancianos, en esa época existía una división entre los que
escuchaban a Soda y los que escuchaban a Los Redondos. Se suponía que Soda era
“cheto” o de gente más rica, y Los Redondos eran más populares y representaban a los
que de verdad disfrutaban del rock and roll. Suena estúpido perderse de disfrutar la
música de una banda genial sólo por prejuicios sobre qué es rock y qué no. La música te
gusta o no. Por eso yo me sentía bastante desconcertado cuando, en pleno pogo de un
recital de Los Redondos en el Estadio Obras, se entonaban cantitos contra Soda Stereo.
Me preguntaba qué podía mover a un montón de gente a perderse una banda tan genial
como la que estaban escuchando en ese momento. Como el fútbol me chupa un huevo,
les diría que el rock fue uno de mis primeros encuentros con el fundamentalismo. Ya de
adulto me encontré con muchas otras posturas extremas, las del #team_verano y
#team_invierno, Coca y Pepsi, veganos y fundamentalistas del asado de carne cruda,
enemigos de las harinas, enemigos del azúcar refinado, odiadores de homosexuales,
fanáticos religiosos o antiderechos violentos.
Probablemente uno de los campos en los que las posturas radicales son más evidentes
es el de la política. Los grupos más enfervorizados son los más resistentes a cambiar sus
creencias, mientras que los moderados suelen ser acusados de “tibios” o “veletas” por los
que están en los extremos de la ideología política. Es bastante notable que, en los
extremos, las personas no suelen actualizar sus actitudes de acuerdo con la nueva
evidencia. Un fanático extremo de Los Redondos no aceptaría que Soda tiene buenos
temas de rock, así como un fundamentalista antivacunas nunca aceptará que son las
vacunas las que salvan millones de vidas todos los días. En cambio, alguien más
moderado en sus posturas es más probable que sea permeable a visiones distintas. Una
opción es que los de posturas más radicales tengan una absoluta certeza de que sus
creencias son ciertas. Esa certeza puede ser observable tanto en temas políticos como no
políticos y por lo tanto podría ser que se trata de un sesgo cognitivo común a las

141
personas más radicalizadas.
Según los experimentos anteriores, esa certeza podría tener que ver con un exceso de
confianza relacionado con una visión más optimista de uno mismo, con sesgos en la
búsqueda de evidencias en la memoria (por razonamiento motivado) aunque también
podría tener que ver con aspectos relacionados a la metacognición, esa capacidad de
distinguir un desempeño preciso de uno impreciso, la buena decisión de la mala. La
compra de auriculares es un buen ejemplo, porque no suele haber opciones intermedias:
o tenés productos baratos que se rompen fácilmente y reproducen un sonido de calidad
dudosa, o auriculares más caros que duran más tiempo y con buen sonido. Como mi
metacognición es relativamente decente, al tercer auricular malo que se me rompió a los
dos días, decidí comprar unos buenos. Alguien sin metacognición podría no acumular
evidencia en contra de las primeras decisiones y seguir comprando los berretas. Podría
ser que la incapacidad de cambiar de opinión frente a nueva evidencia tuviera que ver
con una menor sensibilidad metacognitiva, o sea, una menor capacidad de evaluar cuán
exitoso se es en la toma de decisiones. Si uno evalúa que sus decisiones son siempre las
mejores, entonces será más difícil aceptar que uno está equivocado, y eso podría valer
tanto para decidir por un candidato o un tratamiento para el cáncer como para determinar
si en un plato de sopa hay más fideos que en otro plato de sopa.
Las habilidades metacognitivas son independientes del tipo de decisión que se esté
tomando y, por lo tanto, podría ser un rasgo inherente a cada persona. Entonces, los
cambios en las creencias podrían depender de mecanismos asociados a la motivación de
cada uno (razonamiento motivado), pero también de la capacidad de comprender que las
creencias propias son incorrectas (metacognición). Así como hay evidencias de que la
orientación política podría tener origen en reacciones emocionales particulares, la
radicalización del pensamiento podría tener que ver con habilidades metacognitivas
generales. Para explorar esta hipótesis, los investigadores Max Rollwage, Raymond
Dolan y Stephen Fleming, de la University College de Londres, en Inglaterra, realizaron
una serie de experimentos masivos estudiando las habilidades metacognitivas de cientos
de participantes de diferentes orientaciones políticas50. El primer estudio consistió en
realizar una muestra de 344 participantes que completaron un cuestionario sobre
cuestiones políticas para medir aspectos relacionados con la orientación política,
conductas electorales, actitudes referidas a temas políticos específicos, intolerancia a
actitudes políticas opuestas, rigidez en sus creencias y autoritarismo (de derecha y de

142
izquierda). La radicalización se puede pensar en función de una combinación entre la
intolerancia a los puntos de vista de otros, rigidez y dogmatismo en las creencias y
autoritarismo, que representa una adherencia a las autoridades y convenciones de un
grupo particular, y una agresión en respuesta a un desvío de esas normas.
El primer análisis de los científicos fue un cruce de datos entre los valores de
orientación política (izquierda o derecha) e intolerancia dogmática (intolerancia a las
creencias de los demás y rigidez de pensamientos). Lo que observaron fue que ambos
extremos de la orientación política —los que estaban más a la derecha o más a la
izquierda— eran los más intolerantes y rígidos. Con respecto al autoritarismo, la relación
era lineal: cuanto más a la derecha en el espectro político, más autoritarios habían
reportado ser los participantes. Entonces, el primer dato interesante es que la intolerancia
al pensamiento de los demás es mayor cuando más radical es la orientación política. Para
el segundo y el tercer estudio, se reclutaron 381 y 417 sujetos experimentales. En ambos
casos pudieron replicar los resultados anteriores sobre pensamiento fundamentalista.
Esta vez, sumaron una serie de experimentos para evaluar la metacognición. El primero
consistió en que cada participante realizó una tarea de decisión perceptual. El test
consistió en 60 ensayos, en los que se les presentaron en la pantalla de la computadora
dos parches con puntos titilantes. Los sujetos debían decidir cuál de los dos parches tenía
mayor densidad de puntos. Una vez seleccionado el parche, debían reportar la confianza
en su decisión en una escala numérica. Había una recompensa asociada a una mejor
precisión en la estimación del desempeño comparada con el desempeño real: cuanto más
parecidas, mayor era la recompensa. De esta manera, los sujetos estaban motivados a ser
precisos en su autoevaluación.
Los investigadores esperaban que la intolerancia dogmática estuviera asociada a una
menor sensibilidad metacognitiva. En otras palabras, que los individuos más dogmáticos
e intolerantes a las opiniones de los otros tuvieran una menor capacidad de discriminar
decisiones correctas de incorrectas de forma general, no necesariamente ligadas a
resolver un tema político social. Los resultados obtenidos apoyaron esta hipótesis,
porque los participantes más intolerantes fueron peores al momento de estimar si sus
decisiones habían sido correctas o incorrectas, y no necesariamente pensaron que
siempre eran correctas; los errores se dieron para ambos lados. Al comparar el
desempeño real en la tarea, no hubo diferencias asociadas al dogmatismo intolerante. O
sea, lo que falló fue la estimación subjetiva del rendimiento en la tarea, pero no el

143
resultado real. Todos los sujetos resolvieron correctamente alrededor del 71% de los
ensayos. Al analizar los resultados con respecto a la orientación política, los más
conservadores mostraron un sesgo de confianza superior, pero no hubo relación con la
sensibilidad metacognitiva, que fue menor tanto en personas de extrema derecha como
de extrema izquierda.
Una mayor sensibilidad metacognitiva debería estar relacionada con una mayor
capacidad de integrar información nueva para actualizar la estimación de desempeño
(como en los experimentos de Dunning y Kruger). Por eso, en el tercer experimento los
investigadores evaluaron la sensibilidad a la incorporación de nueva evidencia luego de
la decisión. Los participantes con mayor sensibilidad metacognitiva deberían incorporar
esa información con mayor facilidad y mejorar su estimación del desempeño en la
decisión. El experimento fue similar, la primera parte fue igual al experimento anterior.
En la segunda parte, luego de cada decisión se les presentó nueva evidencia, que
consistía en los mismos parches para algunos ensayos y parches con mayor diferencia
(evidencia más fuerte) en la otra mitad de los ensayos. La idea es que luego de las
decisiones correctas, la evidencia nueva debería mejorar la confianza en la decisión,
mientras que luego de las decisiones incorrectas, la evidencia adicional debía disminuir
el nivel de confianza en esa decisión. Los resultados indicaron que la mayor sensibilidad
metacognitiva obtenida en la primera parte estaba asociada a una mayor incorporación
de la evidencia nueva en la segunda parte de la tarea. Es más, el dogmatismo intolerante
estuvo asociado a una menor integración de evidencia para los ensayos en los que la
decisión fue incorrecta. Los más radicalizados no fueron capaces de modificar la
estimación subjetiva de su desempeño a partir de evidencia de que la decisión había sido
incorrecta. Algo así como que, aunque les guiñaron el ojo, les pisaron el pie y les
gritaron “incorrecto”, no modificaron su confianza en que habían tomado la decisión
correcta. Algo similar encontraron en relación con el autoritarismo, una imposibilidad de
modificar la confianza en las decisiones a pesar de obtener evidencia de que fueron
incorrectas. Según estos resultados, una explicación posible a por qué las personas más
radicales en sus pensamientos son más resistentes a cambiar de opinión basados en
evidencias de que están equivocados, es la menor capacidad de determinar, de manera
general, si sus decisiones fueron correctas o incorrectas.
Las habilidades metacognitivas son necesarias para las decisiones en todos los
ámbitos, y una manera de ir corrigiendo las creencias sobre la base de las evidencias

144
acerca de cómo funcionaron las decisiones que tomamos en la vida. Es improbable que
los participantes hayan tenido alguna motivación afectiva particular que explique las
diferencias en su estimación en una tarea perceptual, libre de ideología de cualquier tipo.
Sería difícil pensar que determinar dónde hay más puntos titilantes tenga algún
contenido político; es más fácil suponer que las capacidades metacognitivas son útiles
para estimar el desempeño en todo tipo de tareas y decisiones, ya sean triviales o
políticas. Si un funcionario electo hizo algo en contra de tus valores, deberías poder
decidir no volver a votarlo, o a su partido. Pero en el caso de las personas más radicales,
eso sucede con mucha menor frecuencia. Podría ser que el famoso “votante cautivo” sea
alguien con menor habilidad metacognitiva. Una serie de decisiones incorrectas que no
han sido identificadas como tales, puede llevar a una excesiva confianza y a una
representación cada vez más lejana de la realidad. Si uno está haciendo todo mal, pero
piensa que está haciendo todo bien y, encima, no cambia el nivel de confianza en sus
decisiones aunque haya evidencia de que fueron incorrectas, estamos en un problema. Y
cuando esa persona es un representante o gobierna un país, mejor no pensar en eso, o sí,
pero para deprimirse.

145
Turismo cerebral

De la misma forma que cuando vienen invitados a tu casa tratás de dar tu mejor
impresión, el cerebro busca la manera de no hacerte quedar como un idiota o como una
mala persona. Cuando hacemos turismo apreciamos sólo una parte de la vida de una
ciudad o de un país. Si somos locales podemos ver un espectáculo y pensar “esto fue
hecho para turistas”, o probar una comida que debería ser típica y resulta que está
adecuada al gusto de los visitantes. Si no experimentamos la realidad, no podemos
detectar cuándo se trata de sólo una parte de ella o un decorado. Finalmente, terminamos
siendo turistas dentro de nuestra propia mente, que selecciona qué recuerdos y
evidencias mostrarnos para poder sostener la persona que creemos que somos, buenos,
honestos, generosos y, por sobre todo, objetivos. La historia del pensamiento es la
historia del turista que se encuentra con la pobreza, la injusticia y la codicia humana y
tiene que aceptar que el mundo, como uno, a veces es una mierda. Por eso necesitamos
la mirada de turistas de diferentes lugares, cada uno con una mirada diferente; por ahí en
algún momento podamos tener un panorama más completo, aunque nunca objetivo.
Mientras tanto, lo único que puedo hacer por vos es mostrarte que sos el turista más
frecuente de tu propia mente y el que elige las fotos en las que mejor salió, no vaya a ser
que descubras que no sos quien creés que sos.

146
Capítulo 7

La película de la vida

“Cada vez que te recuerdo olvido una parte de mí. Esta vez fue mi
mentón, así que ya no puedo hacerme el interesante.”

De “No hay que olvidarse de eso, vos sabés de qué hablo”, por Raquel
Manzano Yanofloreció

Si pudieras hacer una película de tu vida, ¿qué actor o actriz te gustaría que la
protagonizara? En mi caso, le pasaría el guión a Mark Ruffalo, porque me cae bien;
aunque no creo que dé el presupuesto, porque mi vida es bastante poco interesante y da
más bien para una biopic del estilo contemplativo. Digamos: una sola toma, cámara fija
y en blanco y negro. Más allá de esta fantasía, es interesante hacer el ejercicio de armar
la película de la propia vida. Así, sin pensarlo demasiado, creo que duraría una media
hora como mucho. Probablemente si me concentrara encontraría detalles y podría
alargarla, pero siento que recuerdo bastante poco para todas las experiencias que tuve a
lo largo de más de 40 años de vida. Es que la información se pierde, se olvida, el cerebro
es así, así evolucionó nos guste o no. Lo bueno es que si no te acordás exactamente de
una experiencia, puede ser que alguien con quien la hayas compartido sí se acuerde y
llene, con memoria, esos agujeros tan repletos de olvido. Las fotos también pueden
ayudar a recuperar esas experiencias que carecen de detalles o no pueden colocarse en
tiempo y espacio de manera precisa. Sería válido preguntarse si hay diferencias en cómo
uno recuerda en el presente, comparado con el pasado en ausencia de redes sociales y
fotos digitales. O si las conversaciones por grupos de Whatsapp son maneras de
almacenar información grupal. Además, a veces la información no proviene de nuestra

147
propia experiencia sino de las que han tenido otros. Si nunca hice un volcán de
chocolate, puedo consultar una receta de alguien que sí lo hizo. Es más, puedo
seleccionar la que más me gusta y, si a mis amigos y familiares también les agrada, se
transmitirá a través de la memoria grupal. Nuestra vida en sociedad nos hace depender
de la experiencia de los demás. Es preferible consultar a un oftalmólogo si tenés algo en
el ojo, que a un gastroenterólogo, a menos que tengas un tercer ojo en el intestino. Es
preferible contratar a un abogado antes que defenderte a vos mismo en un juicio, y leer
el pronóstico del tiempo del Servicio Meteorológico Nacional y no las rodillas de la
abuela. También usamos testigos para muchas funciones sociales, personas que puedan
certificar que ciertos eventos ocurrieron como uno dice; si más gente recuerda lo mismo,
quizás la memoria sea más confiable, o al menos eso creemos.
Muchos piensan en la memoria en relación a las contraseñas que tienen que acordarse
o dónde se dejaron las llaves o los anteojos. Las llaves están en la cartera, quizás debajo
del forro porque hay un agujero, o en el bolsillo del saco. Los anteojos están sobre la
frente, dejá de buscarlos. De nada. Pero la memoria es mucho más que eso. Toda la
información de nuestras experiencias es adquirida en un contexto social, es evocada en
un contexto social y es olvidada en sociedad. Cada recuerdo tiene una historia social. La
memoria es producto de nuestras interacciones con los demás mediante conversaciones,
medios, libros, etcétera.
Todos nos sorprendemos con los avances tecnológicos que nos permiten “aumentar”
la realidad. Podemos cazar pokemones en cualquier lado, pero también visitar un museo,
matar zombies y probablemente tener sexo de manera virtual. La tecnología permite que
nuestra mente se extienda más allá de sus límites físicos. Aunque, en verdad, nuestra
mente siempre estuvo extendida. Dependemos de la mente de los demás para transitar
nuestra vida en sociedad. El conocimiento del plomero que nos repara el baño está
presente en su cerebro, pero permite que el nuestro sea funcional al evitar que se inunde
nuestra casa o el departamento del vecino. Nuestra memoria se extiende casi de manera
infinita, porque juntos almacenamos mucha más información que separados. Esta
memoria extendida tiene muchos beneficios relacionados con la división de labores,
conocimientos y habilidades. La pregunta es si se trata de una especie de rompecabezas
en la que cada uno tiene una pieza de la historia de la humanidad o si es algo más o algo
menos.
Los mecanismos por los que el cerebro almacena información individualmente van a

148
influir en la memoria colectiva creada por un grupo de personas. La memoria dista
mucho de ser perfecta por diversas razones, pero en particular porque es muy sensible a
la manipulación y a la desinformación. Esto se sabe desde hace muchos años por
estudios pioneros como los de la psicóloga Elizabeth Loftus, que mostró que la memoria
es modificable mediante prácticas muy simples. Por ejemplo, dependiendo de qué
pregunta uno le hace a una persona, el recuerdo puede ser modificado. En muchos casos,
simplemente con imaginar que uno realizó una tarea, esa información falsa puede ser
almacenada como un recuerdo. Además, es posible implantar un recuerdo totalmente
falso de una experiencia. En un trabajo de 1995, Loftus demostró cómo puede
implantarse la memoria (falsa) de haberse perdido en un centro comercial a la edad de 5
años. A partir de ese trabajo, decenas de estudios han encontrado resultados similares y
han generado recuerdos de haber besado un sapo, haber hecho un viaje en globo por el
Sahara y hasta de haber cometido un crimen en la adolescencia.
Escribí bastante sobre estos temas en mi libro anterior, 100% memoria, así que no me
voy a detener en los detalles del proceso de creación de memorias falsas. Lo que sí me
interesa es explorar cómo las memorias modificadas se implantan en la memoria social,
porque será a partir de nuestra memoria que generaremos nuestras creencias, prejuicios,
valores morales y nuestra percepción del mundo. Pensamos que somos los editores de
nuestra propia película de la vida, pero en verdad, todas las personas con las que
interactuamos a través de todos los medios, editan online la manera en la que recordarás
y olvidarás la información que ingresa en tu cerebro. La memoria es una construcción de
la que participan tanto tu mejor amigo como tu enemigo más odiado. Digamos que es
una coproducción de la humanidad.

149
Decir para creer

La información que no proviene de las experiencias propias, necesariamente tiene que


ser adquirida a partir de otros. Esto puede ocurrir en distintos formatos, a través de un
maestro o profesor, a través de los medios de comunicación o de conversaciones con
otras personas fuera de un ámbito educativo. El problema es que muchas veces es muy
difícil conocer la fuente de esa información, porque no tenemos tiempo, porque es
inaccesible o simplemente porque confiamos ciegamente en lo que dice nuestro
interlocutor en el video de YouTube. Antes de posar la mariposa de nuestra atención en
lo que nos pasa cuando adquirimos información aportada por otros, posaré la paloma de
la mirada acerca de lo que ocurre sobre el que provee la información. Pensá en el
siguiente caso: una personalidad destacada se acaba de morir y alguien da un discurso en
su honor durante el funeral. Es altamente probable que ese discurso gire en torno a la
gran persona que fue el difunto y no a aspectos más cuestionables de su historia. Por
ejemplo, se podría haber escuchado: “Pepino fue un gran hombre, siempre estuvo ahí
para sus hijas y su esposa, trabajó por los pobres, cuidó los espacios verdes, recicló
plástico, amó a su nieta y defendió las causas justas”. En este caso, el orador estaría
obviando que Pepino estuvo allí para su esposa e hijas, pero también para sus amantes y
amigos del cabarulo; que su fundación hacía pequeñas donaciones a comedores como
responsabilidad social empresarial, pero fabricaba comida chatarra que causa obesidad;
que no imprimía nada en papel, pero no dudó en convertir un bosque en un green de
golf; que amaba a su nieta, pero no a su nieto gay, y que defendió las causas justas para
él, como la de impedir el impuesto a las bebidas azucaradas. Es verdad que no da hablar
mal de un muerto en un velorio, por lo que quien dio el discurso debió adaptarlo a la
audiencia presente que, seguramente, pensaba que Pepino era un gran tipo.
Una buena pregunta es qué retiene en la memoria el orador cuando habla de algo o de
alguien y el discurso está adaptado a la audiencia. Como ciertos aspectos serán incluidos
mientras que otros serán excluidos, es posible que ese “tuneo” modifique la memoria de
la misma persona que está comunicando esa información. En el año 1978, los
investigadores Edward Tory Higgins y William Rholes, de la Universidad de Princeton,
publicaron un trabajo en el cual exploraron justamente esta pregunta51. Lo titularon

150
“Decir es creer” y se preguntaron si la modificación de un mensaje que describe a un
individuo en particular, al adaptarlo para un determinado oyente tendría un efecto de
largo plazo en la memoria del comunicador acerca de ese individuo sobre el que se
redactó el mensaje. Para eso realizaron una serie de experimentos en los que cada sujeto
experimental debía leer un ensayo acerca de un individuo seleccionado por los
investigadores, porque lo venían estudiando hacía tiempo en el contexto de un proyecto
sobre relaciones interpersonales. Esos individuos, según los investigadores, pertenecían a
grupos caracterizados por sus personalidades. Claro que eso era mentira, pero no querían
que los participantes adivinaran el verdadero objetivo del experimento. El individuo
sobre quien debían hacer el ensayo fue denominado “persona estímulo” y, un tiempo
después de escribir el ensayo sintetizando las características del individuo en cuestión,
los participantes debían hacerle un resumen a un colega que, supuestamente, debía luego
adivinar a qué grupo de estudiantes investigados pertenecía (cosa que también era
mentira).
El ensayo contenía 12 descripciones de la persona estímulo, de las que 4 de eran
positivas, 4 negativas y 4 ambiguas. Los rasgos ambiguos consistían en una igual
proporción de características positivas y negativas. Por ejemplo, los rasgos de
persistencia (positivo) y terquedad (negativo), podían leerse en una frase como “Una vez
que Donald se decide acerca de algo, es como si estuviera hecho, sin importar cuánto
tiempo lleve o cuán dificultoso sea. Es muy infrecuente que cambie de idea, a pesar de
que eso pudiera ser una mejor opción”. Los otros eran positivos o negativos sin
ambigüedad. Además, los investigadores les dieron algo de background a los
participantes al decirles que al colega que recibiría el resumen podía agradarle
(condición del receptor positiva) o desagradarle (condición del receptor negativa) la
persona estímulo. Luego, la mitad de los participantes tuvo que escribir un mensaje para
su colega describiendo a la persona estímulo. Una vez finalizada la redacción, el mensaje
fue retirado. A la otra mitad de los sujetos se les dijo que se había producido un error y
estaban colocados en el grupo incorrecto y que no debían redactar el resumen (condición
de no mensaje). Ambos grupos (mensaje y no mensaje) tuvieron que leer dos ensayos
acerca de otras dos personas redactados por otros y compararlos con las características
de su persona estímulo. De esta forma, se los obligó a recordar las características de la
persona estímulo. Luego de 20 minutos, se los evaluó en dos aspectos. El primero es
cuánto les agradó o no la persona estímulo. El segundo estuvo relacionado con la

151
memoria y debieron reproducir palabra por palabra la información de su persona
estímulo. Así, los científicos evaluaron la memoria de los participantes acerca del ensayo
original y compararon entre los que había redactado un mensaje y los que no. La
hipótesis era que los que habían escrito un mensaje lo adaptarían (positivamente o
negativamente) a lo que el receptor quería escuchar, y esto modificaría su memoria
acerca de las características de la persona estímulo. Esto no ocurriría en el grupo que no
había escrito el mensaje.
Lo primero que encontraron fue que, en general, los mensajes escritos por los
participantes fueron consistentes con la actitud del receptor hacia la persona estímulo. O
sea: a pesar de que no hubo una instrucción de adaptar el mensaje a la audiencia, los
sujetos experimentales lo hicieron de todas formas. Los mensajes contenían omisiones,
distorsiones positivas o distorsiones negativas consistentes con las actitudes del receptor.
Además, los que escribieron mensajes para colegas a los que les agradaba la persona
estímulo, reportaron que esa persona les resultaba más agradable, mientras que lo
opuesto ocurrió cuando se trataba de un receptor al que no le agradaba la persona
estímulo. No encontraron diferencias entre los que no escribieron mensaje. Al evaluar la
reproducción del ensayo, o sea la memoria, encontraron que los sujetos que escribieron
un mensaje también distorsionaron las reproducciones que realizaron de memoria de
manera consistente con la actitud del receptor, pero que esto no ocurrió con los que no
escribieron un mensaje. La mayor cantidad de distorsiones se concentró en los rasgos
ambiguos de la persona estímulo. Por ejemplo, una distorsión positiva podía ser “Una
vez que Donald se decide acerca de algo, es como si estuviera hecho, sin importar cuánto
tiempo lleve o cuán dificultoso sea”, omitiendo la parte de “Es muy infrecuente que
cambie de idea, a pesar de que eso pudiera ser una mejor opción”.
Los sujetos fueron evaluados nuevamente dos semanas más tarde y no sólo las
distorsiones seguían allí, sino que se habían incrementado para el lado consistente con la
actitud del receptor. Este experimento muestra que “tunear” un discurso para que sea
consistente con las actitudes de la audiencia, no sólo tendrá efecto en la memoria de los
que reciben el mensaje, sino también en la del que lo produce. Nuestras opiniones acerca
de personas o hechos se construyen a partir de la información que tenemos en la
memoria y, si la información se modifica porque adaptamos su reproducción según
quién nos escuche, es probable que esa opinión se vaya radicalizando cada vez más,
endiosando o satanizando a un personaje o a una serie de hechos de la historia. Claro que

152
estos resultados generan más preguntas que respuestas. ¿Por qué al adaptar el discurso
modificamos nuestra memoria? ¿Queremos agradar al público o existe una función
mejor?
Experimentos un poco más recientes realizados por investigadores alemanes
analizaron las posibles razones por las que podía ocurrir este fenómeno de “tuneo” de la
memoria52. La idea era que, dependiendo del objetivo de la comunicación, la memoria se
modificaría más o menos. El diseño de los experimentos fue muy parecido al del trabajo
de 1978, con la excepción de que, en este caso, en diferentes experimentos se
modificaron los objetivos de la comunicación. Por ejemplo, en el primer experimento,
para un grupo de sujetos la audiencia correspondía a receptores alemanes (de la misma
nacionalidad que los participantes) y para otro grupo, los receptores eran turcos. Los
turcos son una minoría en Alemania y se encuentran estigmatizados por estereotipos
acerca de su personalidad y actitudes sociales. Los investigadores hipotetizaron que al
comunicar el ensayo a un turco el objetivo sería en gran parte ser amable con el
interlocutor por estar dirigiéndose a una audiencia estigmatizada, mientras que al
comunicarse con un alemán el objetivo sería el de construir una realidad compartida con
personas del propio grupo social. De hecho, lo que encontraron fue que, a pesar de que
en ambos casos el mensaje fue adaptado a la audiencia (de manera positiva o negativa),
sólo en el caso en el que el receptor era alemán se observó el efecto de distorsión de la
memoria en el comunicador.
En otras pruebas, encontraron que objetivos relacionados a incentivos económicos, ser
entretenido o cumplir con una orden acerca de cómo comunicar, no tuvieron efecto sobre
la memoria, a pesar de que el mensaje fue adaptado a las actitudes de los oyentes. Los
científicos concluyeron que el mecanismo que opera sobre la memoria del comunicador
tiene que ver con el objetivo de generar una realidad compartida con su audiencia al
construir una memoria colectiva homogénea entre el orador y el oyente. En resumen,
sólo cuando uno quiere realmente establecer una relación con su audiencia como parte
de un mismo grupo la memoria se distorsiona, pero no cuando el interés no está puesto
en la generación de una realidad compartida. Nuestra vida en sociedad promueve el
desarrollo de una realidad compartida, pero cada vez más se observa que, dentro de una
misma sociedad, distintos grupos parecen sostener diversas realidades compartidas,
como si la historia hubiera sido diferente a pesar de haber experimentado realidades
efectivas similares. Quizás uno de los factores divisorios sea la memoria colectiva, esa

153
lente a través de la que vemos la realidad compartida entre todos.

154
Recuerdos virales

La memoria perfecta nos haría completamente imperfectos, así que no te preocupes si le


pediste un autógrafo a una chica por la calle y te escribió el mensaje “Seguro me viste
por YouTube. Espero que mi sistema para evitar pisar baldosas flojas te haya sido útil.
Gracias por tu cariño”. Bueno, no era la protagonista de tu serie preferida, pero
encontraste información útil en internet. Olvidar detalles de nuestras experiencias con la
realidad es esencial para poder extraer reglas de cómo funciona el mundo, a pesar de que
muchas veces esas reglas no sean las que mejor explican la realidad. Necesitamos poder
distinguir una silla de una reposera, a pesar de que su función es lateralmente similar.
Precisamos distinguir un perro de otro, pero seguir sabiendo que son perros, si no, nos
daría igual llevarnos a casa a cualquier perro de la plaza. Nuestra memoria tiene que ser
flexible para poder ajustarla y actualizarla de acuerdo a la nueva información
incorporada. Si no pudiéramos actualizar nuestra memoria conforme a las nuevas
experiencias, seguiríamos pidiendo un boleto de 2,50 al colectivero, a pesar de que ahora
vale 15 (seguro que más, pero eso es lo que se pagaba en Buenos Aires cuando terminé
de escribir esto). La actualización de la información es, en principio, útil para predecir
mejor el futuro, al menos seguro mejor que el horóscopo. Sin embargo, esta flexibilidad
de la memoria hace que seamos muy proclives a generar recuerdos falsos.
Como la mayor parte de los fenómenos que estuvimos explorando en los capítulos
anteriores, las funciones cerebrales que se desarrollaron durante la evolución, cobran un
sentido distinto en el medio cultural. Por un lado, la flexibilidad de la memoria es
necesaria para poder actualizar la información, pero por otro lado, nos hace susceptibles
a generar memorias falsas. En el contexto de un incremento en el acceso a la
información y la diseminación de noticias falsas, lo que recordamos por experiencias o
datos que aportan otros, el estudio de los mecanismos por el que se diseminan los
recuerdos falsos parecería importante. Los estudios pioneros de la psicóloga Elizabeth
Loftus mostraron cómo los humanos tendemos a incorporar información falsa dentro de
nuestros recuerdos. Por ejemplo, en un trabajo de 1978, los sujetos experimentales
vieron diapositivas que mostraban un accidente de tránsito en una intersección en la que
había una señal de “STOP”53. Posteriormente se les presentó información consistente

155
(señal de STOP), inconsistente (señal de “Ceda el paso”) o neutra (una señal de tránsito).
Más tarde se les realizó un test de reconocimiento de las escenas y los que habían
recibido información inconsistente fueron mucho menos precisos que los que habían
recibido información neutra, mientras que los que habían recibido información
consistente fueron los más precisos. También estudió la fiabilidad de los testigos
oculares y descubrió que los reportes acerca de un evento dependen de las preguntas que
haga el investigador. Por ejemplo, luego de ver un video de un accidente entre dos autos,
se les pidió a los participantes que estimaran la velocidad a la que iban los vehículos
cuando se chocaron. La clave del experimento fue que utilizaron verbos de diferente
intensidad en la pregunta. Por ejemplo: “¿A qué velocidad iban los automóviles cuando
se estrellaron?” o “¿A qué velocidad iban los automóviles cuando se rozaron?”. Las
estimaciones de velocidad fueron mayores a mayor intensidad del verbo utilizado.
Además, los participantes tendieron a responder positivamente que había una luz rota
cuando les preguntaron “¿Vio la luz rota?” que cuando la pregunta fue “¿Vio una luz
rota?”. Esta incorporación de información incorrecta en la memoria fue denominada
“efecto de desinformación” o “efecto de mala información”, y es una de las razones por
las que cada vez se confía menos en los testigos oculares en los juicios. En la mayoría de
los estudios sobre el efecto de desinformación, la información incorrecta es provista por
los investigadores, por lo que los resultados son limitados a esa situación.
Una pregunta es cómo funciona la desinformación dentro de una conversación entre
dos o más personas que se supone manejan la misma información. ¿Puede ser que la
memoria funcione como un teléfono descompuesto? En este antiguo juego, un mensaje
es pasado a través de varias personas y resulta interesante observar cómo se deforma a
medida que juegan más personas. Por ejemplo, el mensaje: “El carpintero me dejó el
comedor todo lleno de viruta” podría transformarse en “El peluquero me dejó el cabello
como heno con volutas”. En este caso, la información imprecisa y modificada se esparce,
y el último oyente posee una frase en su memoria que es completamente diferente a la
original. Y todo esto ocurre sólo al pasar un mensaje en voz baja. Más allá del ejemplo
del teléfono roto, en nuestras actividades de interacción hay un par de razones por las
que las personas pueden reportar información incorrecta o imprecisa. Una que se conoce
desde hace muchos años es la de conformidad pública que implica que uno dice lo que
dice la mayoría, aunque no piense realmente que eso es correcto. En este caso, el reporte
es incorrecto, pero la memoria es correcta. La memoria cambia solamente si existe un

156
efecto de conformidad privada por el que uno reporta información imprecisa o incorrecta
porque realmente piensa que es correcta. Ambos fenómenos ocurren a nivel de grupos de
personas, pero uno no tiene que ver con los cambios en la memoria, si bien, como vimos
antes, omitir información a veces puede cambiar la memoria de quien la está intentando
transmitir por adaptación a la audiencia.
Los psicólogos Michelle Meade y Henry Roediger III, de la Universidad de
Washington, en Estados Unidos, realizaron una serie de ensayos para evaluar la
transmisión de información incorrecta y su efecto en la memoria dentro de una
conversación entre dos personas expuestas a la misma información54. ¿Es posible que la
memoria incorrecta funcione como un virus y se contagie de persona a persona? En uno
de sus estudios principales reclutaron estudiantes de la universidad como sujetos. El
experimento consistió en la presentación de seis escenas de una visita a distintos
ambientes de una casa de las que los participantes debían recordar la mayor cantidad de
ítems presentes en cada escena. La información era vista por dos sujetos al mismo
tiempo, uno pertenecía al grupo que estaba siendo evaluado, mientras que el otro era un
par (en realidad parte del equipo de investigación, pero simulaba no serlo). Después de
ver las escenas, los sujetos realizaron un test de evocación colectiva en el que tuvieron
que recordar —turnándose entre los dos y en voz alta— 12 ítems de cada escena. Para
tres de las escenas, el sujeto 2 (del equipo de investigación) mencionó ítems correctos
(presentes en las escenas), pero para las otras tres escenas, siempre dos de los ítems
mencionados era incorrecto (no presente en las escenas). Uno de los dos objetos no
presentes era uno típico y coherente con la escena (por ejemplo, una tostadora en la
escena de la cocina), mientras que el otro era un objeto infrecuente (guantes para horno).
Un tiempo después de la evocación colaborativa se realizó una evaluación de la
memoria individual en la que se le pidió a los participantes que recordaran todos los
ítems posibles de cada una de las escenas. Los sujetos recordaron más los ítems erróneos
reportados por el otro sujeto que los que no habían sido reportados. En particular, los
ítems que correspondían a objetos coherentes con la escena fueron implantados con
mayor eficacia que los objetos más infrecuentes. Esto ocurrió aproximadamente en la
mitad de los ensayos, comparado con un 22% de las escenas en las que no se
mencionaron objetos incorrectos. Y si la memoria para estas huevadas es tan frágil, lo
que será cuando uno se quiere convencer de algo o tiene alguna motivación para
recordarlo.

157
Como las memorias falsas del segundo sujeto parecían infectar la memoria de los
participantes, denominaron a este efecto “contagio social de la memoria”. Los
investigadores se preguntaron luego si este efecto de contagio sería menor si a los sujetos
se les informaba que su par podía haber cometido errores. El experimento fue similar al
anterior salvo que, justo antes de la evaluación individual, a la mitad de los participantes
se les dijo que su par podía haber cometido errores. Al comparar los grupos con y sin
advertencia, los investigadores observaron que los primeros habían incluido menos ítems
incorrectos que los del otro grupo. Aun así, el efecto de contagio fue significativo, es
decir que la advertencia no lo evitó completamente. Además, cuando los ítems falsos
fueron incluidos, los sujetos siempre aseguraron que los habían visto en la escena, no
que simplemente sabían que estaban en ella, pero no se acordaban bien. La fuente de la
memoria siempre fueron las escenas originales, sin dudar de si habían incorporado los
objetos falsos a partir del recuerdo del otro sujeto.
El tercer experimento fue diseñado para averiguar si la presentación repetida de ítems
falsos aumentaba el contagio social de la memoria. Para eso, los participantes vieron las
6 escenas. Luego de eso, tuvieron que recordar y anotar todos los ítems posibles. En la
siguiente fase, les dieron un número de listas realizadas por otros sujetos (todos del
equipo de investigación) que contenían tanto ítems verdaderos como falsos. Les pidieron
que compararan su desempeño con el de los otros sujetos, pero les quitaron la propia
lista, para que lo hicieran “de memoria”. Descubrieron que la presentación repetida de
los ítems falsos incrementó el contagio social de la memoria, ya que los sujetos que
analizaron más protocolos fueron los que más información falsa incorporaron cuando
fueron evaluados nuevamente en un test individual al final del experimento. Además de
que la exposición repetida a información incorrecta aumenta su incorporación a la
memoria, este experimento nos muestra que la transmisión no tiene que ser
necesariamente oral, sino que, con sólo leerla, el efecto ocurre.
Estos experimentos muestran el sencillo proceso de incorporación de información
falsa en la memoria cuando uno se comunica con otro o simplemente obtiene
información de otra fuente. Claro que la memoria colectiva es útil, porque otros pueden
recordar experiencias o ítems que nosotros no recordamos y viceversa. Pero uno de los
lados oscuros de la recuperación colectiva de la memoria es su contagio social. Nuestra
memoria social está plagada de virus que replican información incorrecta y resulta cada
vez más difícil inmunizarse. De hecho, las redes sociales nos bombardean con

158
información incorrecta y, cuanto más se repite esa información, mayores son las chances
de que la incorporemos en nuestra memoria, que contiene los bloques de recuerdos a
partir de los que construiremos nuestras creencias, ideologías y por lo tanto nuestra
personalidad. Al final del día, se pone difícil saber quién es uno mismo.

159
Conversaciones para el recuerdo

En el presente todo tiene que ser colaborativo. Hay que colaborar con los demás para
sacar a la humanidad adelante, aunque nadie parece tener muy claro qué es adelante y
qué es atrás. Yo ni siquiera estoy seguro de que haya un adelante y un atrás. Internet y
las redes sociales nos dan la oportunidad de estar intercambiando datos, opiniones,
chistes, memes, gatitos, fails, música, poemas, frases hechas, frases inspiradoras, frases
para meterse en el culo, selfies, videos de gente haciendo cosas que no nos aportan nada
o perritos haciendo cosas que no nos aportan nada. Es verdaderamente insoportable, pero
es lo que hay.
La experiencia y experticia están tan atomizadas que resulta imposible afrontar los
desafíos de la sociedad moderna sin colaborar con otros. Imaginate que hay personas que
necesitan a otras personas para que les manejen los perfiles de las redes sociales,
directamente hay otro que habla por ellos. Ante el intercambio constante, uno se puede
preguntar cómo las experiencias de cada uno se mezclan con las de otros y cómo ocurre
esa dinámica. Por ejemplo, si tengo que arreglar un caño que está pinchado, deberé
llamar a un plomero, porque si intento arreglarlo yo, es probable que termine
mudándome. Si querés predecir el resultado de una elección, llamarás a un sociólogo
para que haga un estudio y no a un astrólogo o a un lector de heces de gnomo. En algún
punto aceptamos que no sabemos todo y confiamos en el saber de otro, porque no nos
queda otra. Esta dinámica es similar para la memoria. Por ahí te han pedido que cuentes
una anécdota vos “que la sabés mejor”, a pesar de ser una experiencia compartida. El
tema es que a veces es creer o reventar, y la mayoría elige creer y prefiere reventar a
causa del asado y el vino.
En el año 2014, los científicos Jonathan Koppel, Dana Wohl, Robert Meksin y
William Hirst publicaron un trabajo en el que se preguntaron si la percepción de
experticia que tiene un oyente acerca de un orador podía afectar la manera en la que se
produce el contagio social de la memoria55. O sea, si confiamos más en otra fuente de
información, ¿tendemos a incorporar con mayor frecuencia información falsa? A
diferencia de los estudios anteriores, en este caso los investigadores querían evaluar los
efectos sobre la memoria en los oyentes de una historia que ya conocían. Para eso

160
reclutaron 96 sujetos experimentales que participaron de a pares en una serie de ensayos
en los que uno siempre sería el orador y el otro, el oyente. El material que tuvieron que
aprender consistió en una historia sobre un día en la vida de un chico que estaba dividida
en seis episodios con seis eventos que los investigadores llamaron “críticos”, porque
serían los que más tarde evaluarían en los test de memoria.
Para cada evento crítico, un elemento crítico fue seleccionado para ser modificado y
obtener diferentes versiones de la historia. El orador siempre leería la historia original,
pero el oyente leería una historia ligeramente diferente sin ser consciente de ello. Ambos
participantes siempre pensaban que habían leído la misma historia. Por ejemplo, en uno
de los episodios la historia original podía decir “un gato pasó por delante de ellos”,
mientras que en una de las versiones leídas por el oyente diría “un perro pasó por delante
de ellos”. En el día 1 del experimento, cada miembro del par de participantes leyó su
versión respectiva de la historia, pensando que leían la misma. Se les advirtió que al día
siguiente se evaluaría la memoria. Como los científicos querían evaluar la función de la
experticia, dividieron a los oradores en dos grupos; los “expertos” se llevaron una copia
de la historia a su casa para estudiarla, mientras que los “no expertos” se fueron a su casa
sin ella. Los oyentes también se fueron a su casa sin nada. Al día siguiente, todos
regresaron. Se evaluó la memoria de los “expertos” para asegurarse de que habían
estudiado la historia. Luego comenzó la segunda fase del estudio.
En la condición de “expertos”, se les dijo a los oyentes que los oradores habían tenido
la oportunidad de estudiar la historia la noche anterior y que tenían muy buena memoria
porque los habían evaluado. A continuación, se le pidió al orador que “practicara”
algunos episodios de la historia completando unos fragmentos con material relevante.
Cada fragmento aparecía en la pantalla por unos segundos. Esto ocurrió en presencia del
oyente que, mientras tanto, rankeaba las respuestas del orador. Después de 20 minutos,
se evaluó la memoria de la historia tanto para el oyente como para el orador pidiéndoles
que escribieran todo lo que se acordaban de la historia bajo los títulos de cada episodio.
La pregunta era si en la condición de “expertos”, los oyentes incorporarían más
información inconsistente que en la condición de “no expertos”.
Al evaluar la memoria encontraron que efectivamente esto fue lo que sucedió: los
oyentes que percibieron como experto al orador correspondiente incorporaron más
elementos críticos inconsistentes en el test final de memoria que los que no percibieron a
sus oradores como expertos. En el siguiente experimento se preguntaron si el contagio

161
social de la memoria podría inducirse a través de un orador virtual en vez del pasaje de
información en persona. Para eso, en esta ocasión los participantes estudiaron una
presentación de diapositivas sobre botánica y otra de astronomía. En ellas había palabras
críticas como “parénquima” o “crecimiento”. Luego de 15 minutos se les indicó que
verían una serie de clases virtuales para repasar el material estudiado, ya que los
experimentadores querían evaluar el efecto de presentaciones de tipo YouTube sobre el
aprendizaje, cosa que era mentira, pero querían distraer a los sujetos del verdadero
objetivo del estudio.
Otra vez los participantes fueron divididos en una condición “expertos” y en otra “no
expertos”. A los primeros se les dijo que el presentador del video era considerado un
experto en el tema, mientras que en el otro caso se indicó que el del video tenía
conocimiento limitado sobre el tema, que debió reemplazar al experto porque no había
podido llegar y que había tenido el mismo tiempo que ellos para revisar el material. Es
importante aclarar que todos vieron el mismo video, lo que cambió fue la percepción de
experticia del orador. Luego de esta fase del experimento, los participantes realizaron un
test de memoria en el que debían completar oraciones usando las palabras críticas
mencionadas en la clase original. El contagio social fue mayor en los sujetos que
percibieron al orador como experto que en los que lo percibieron como no experto. Por
ejemplo, si se había cambiado la palabra “crecimiento” por “digestión” en las sesiones
de repaso, los participantes del grupo “expertos” completaron sus tests en mayor
frecuencia con la palabra cambiada.
Algo interesante es que sólo basta con que el que escucha crea o perciba al otro como
experto para que la información falsa se contagie con mayor eficiencia. Si uno piensa en
la cantidad de veces que invitan a supuestos expertos a programas de televisión o de
radio, o a escribir en los medios gráficos, cuando en realidad no lo son, o la infinidad de
videos de YouTube de expertos autoproclamados que tienen la posta, es para empezar a
pensar en ponerse unas antenas hechas de papel de aluminio que contrarresten la
cantidad de fruta que manden. Claro que no funcionan esas antenas, pero lo sugiero
como para que pienses cuán desamparados estamos frente a la adquisición y
reconfiguración de nuestra memoria en una ensalada de hojas verdes en la que se supone
que hay rúcula, pero en realidad es radicheta. La información propia es contrastada todo
el tiempo con la de los demás y, sean expertos o pares, no existe forma de que nuestra
memoria no se contagie de la de ellos. Las advertencias son útiles hasta cierto punto,

162
pero no nos salvan de enfermarnos con la información de los demás, aunque a veces esas
memorias externas nos terminen ayudando. Es muy difícil determinar dónde terminan
nuestros recuerdos y dónde empiezan los de otros. Cuanto más comunicados estamos,
más se borran esos límites. La memoria colectiva será un engendro, pero es nuestro
engendro social.

163
Recuerdos y olvidos selectivos

Todos los días tenemos experiencias nuevas; algunas son completamente distintas a las
anteriores y otras son novedosas porque contienen leves modificaciones. Nadie almacena
toda la información que adquiere. Imaginate recordar todos los lugares donde
estacionaste el auto en tu vida o cada café que te tomaste, o cada mensaje de Whatsapp
que enviaste y que te enviaron, a pesar de que prolijamente limpiaste tu teléfono de
memes, videos de perritos machucados, noticias falsas y fotos de gente de vacaciones a
la que odiás porque vos estás con los pies en una palangana terminando de escribir un
libro.
El olvido ha sido estudiado por científicos de diversas disciplinas como la filosofía y
la psicología desde hace un par de siglos, y por la biología en las últimas décadas.
¿Cómo funciona? ¿Aparece un mensaje en el cerebro de “llegaste al límite de espacio de
almacenamiento” y “comprá más espacio”? Y si no comprás espacio, ¿se borra la
información aleatoriamente? Una de las primeras teorías sobre el olvido es la que se
conoce como de “decaimiento natural”. Esta teoría sostiene que los recuerdos van
perdiendo fuerza naturalmente por mecanismos pasivos. Algo así como que el olvido es
el mecanismo por defecto, y las memorias que no son activamente mantenidas terminan
desapareciendo. En este caso el olvido no sería selectivo y afectaría a todos los recuerdos
por igual, sólo que los más fuertemente almacenados serían más resistentes. Existen
algunas evidencias para este tipo de mecanismo, pero también para otros mecanismos de
olvido activo y selectivo. Un ejemplo de olvido selectivo es el de las contraseñas.
Supongamos que tenés que cambiar tu contraseña de la cuenta de correo electrónico
porque te robaron el teléfono celular. La primera vez que tratás de entrar a tu cuenta, la
contraseña que vendrá a tu cabeza es la vieja, porque la usaste durante mucho tiempo.
Con el correr del tiempo y suponiendo que no cliqueaste “recordar contraseña”, la
contraseña nueva vendrá más fácilmente a tu mente e irás olvidando la contraseña más
vieja. Si tenés que usar esa contraseña antigua en alguna otra cuenta, es probable que ya
no esté disponible y tengas que acceder al vergonzoso pero frecuente enlace de
“recuperar contraseña”. Lo interesante es que, si bien olvidaste tu contraseña vieja de
correo electrónico, no te olvidaste de la del home banking, ni la de tu perfil de

164
Playstation.
Este mecanismo resulta útil porque permite olvidar los recuerdos que “molestan”, ya
que interfieren con otros que necesitás usar, pero a la vez mejorar los que son útiles y no
son particularmente molestos, de manera de adaptar nuestra memoria al uso que le
damos. Este mecanismo de olvido selectivo fue reportado por primera vez en el año
1994 por los científicos Michael Anderson, Robert Bjork y Elizabeth Bjork, en Estados
Unidos56. En los experimentos, los participantes tuvieron que aprender pares de palabras
en dos categorías. Por ejemplo, la categoría “frutas” incluía palabras como “naranja”,
“manzana”, “durazno” y muchas más. La otra categoría era “bebidas” y contenía
palabras como “vino”, “gaseosa”, “jugo” y otras. Una vez aprendidas las palabras
asociadas a cada categoría, los sujetos debieron practicar su memoria para la mitad de las
palabras de una de las categorías, por ejemplo la de frutas. La práctica consistió en
completar con la palabra correspondiente ante la clave de la categoría y las primeras
letras de la palabra, por ejemplo: “Fruta-na…”. Lo mismo para la mitad de las palabras
de esa categoría varias veces.
En la tercera fase del experimento, los sujetos debían recordar la mayor cantidad de
palabras asociadas con cada categoría. Lo que se observó fue que las palabras no
practicadas de la categoría practicada eran menos recordadas que las palabras no
practicadas de la categoría no practicada. O sea, las frutas que no habían sido ensayadas
en la segunda fase eran menos recordadas que las bebidas, que tampoco habían sido
practicadas. Algo así como con las contraseñas: las frutas practicadas serían equivalentes
a la contraseña nueva, las frutas no practicadas a la contraseña vieja, y las bebidas a las
contraseñas no relacionadas con la cuenta de correo. La idea es que al practicar sólo la
mitad de las palabras de la categoría “frutas”, las palabras no practicadas también vienen
a la mente, pero como no queremos acordarnos de esas, sino de las que tenemos que
practicar, se activan mecanismos inhibitorios que determinan que esas palabras sean
olvidadas.
Este mecanismo se llama “olvido inducido por evocación”, porque la evocación de
determinadas memorias produce el olvido de otras que están relacionadas y que
compiten por los recursos de evocación. Este fenómeno se continuó estudiando hasta el
presente, y hoy sabemos que este tipo de olvido activo y selectivo ocurre no sólo para
palabras, sino para memorias de contenidos diversos, como memorias con carga
emocional, memorias autobiográficas, imágenes y hasta creencias. Lo que hasta hace

165
poco no se sabía era si este mecanismo de olvido sólo estaba presente en el cerebro
humano. Está claro que otros mecanismos que aparecieron en este libro, como por
ejemplo el procesamiento emocional, tienen un claro origen evolutivo. O sea, los
mecanismos están presentes en el cerebro de otros animales, pero en el caso de los
humanos, se amalgaman con nuestra conciencia y nuestro desarrollo cultural para
participar en nuestra toma de decisiones y en la formación de nuestras creencias e
ideologías. Recientemente nuestro grupo de trabajo, en particular los investigadores
Pedro Bekinschtein (o sea yo), Noelia Weisstaub, María Renner y Francisco Gallo en
colaboración con Michael Anderson, demostró que efectivamente el olvido selectivo y
activo ocurre también en el cerebro de los roedores57. Claro que las ratas no aprendieron
y olvidaron pares de palabras en categorías, porque no pudimos enseñarles a hablar
castellano, aunque tampoco inglés. Simplemente aprovechamos una característica que
tenemos casi todos los seres vivos que es la preferencia por la novedad. De hecho, frente
a un objeto cualquiera que hayan conocido, las ratas prefieren explorar activamente uno
nuevo. De esta forma es sencillo establecer si el animal se acuerda o no de haber visto
ese objeto. Hicimos una serie de experimentos, todos con la misma lógica. En la fase de
“estudio”, equivalente al aprendizaje de las palabras en las categorías, las ratas
exploraron dos objetos iguales, por ejemplo, dos latas de gaseosa en una caja decorada
con colores. Luego de cinco minutos, los objetos y la rata fueron removidos, y al rato el
animal fue devuelto a la misma caja, pero esta vez con otros dos objetos idénticos, por
ejemplo, dos cubos Rubik. En la siguiente fase, los animales debieron experimentar
repetidamente, en tres ocasiones, con uno de los objetos vistos previamente, por ejemplo
la lata. Para eso, fueron colocados tres veces seguidas en presencia de una lata y un
objeto nuevo cada vez. Como la lata fue reconocida porque la había visto en la fase de
“estudio”, los animales siempre exploraron más tiempo el objeto nuevo (les interesaba
más). En la fase final, quisimos evaluar la memoria para la lata, pero sobre todo la
memoria para el cubo Rubik. Si durante la fase de práctica la evocación de la memoria
de la lata hubiese causado la inhibición de la evocación de la memoria competidora, la
del cubo, entonces no deberíamos observar memoria para el segundo objeto. En la fase
de evaluación de la memoria, observamos que la memoria de la lata era muy buena (al
colocarla con un objeto nuevo, exploraron mucho menos la lata), pero la memoria del
cubo era muy mala; de hecho, exploraron igual tiempo el cubo que un objeto
completamente nuevo, indicando que la memoria para ese objeto había desaparecido.

166
La idea era que, como ambos objetos, la lata y el cubo, habían participado de
experiencias en la misma caja (equivalente a la categoría), entonces la evocación de la
memoria de un objeto había causado el olvido de la experiencia con el segundo objeto.
Lo interesante es que si en esa fase de práctica en vez de ver la lata veían objetos que
habían sido experimentados en otra caja (o sea que no provocaban la evocación del
cubo), el cubo no era olvidado. La competencia entre los dos recuerdos es un
requerimiento esencial para que se produzca este olvido selectivo. Entonces, otra vez, los
mecanismos cerebrales que se seleccionaron durante la evolución son reinterpretados en
el contexto cultural y social en el que vivimos los seres humanos. Ahora vamos a ver
cómo y qué olvidamos con otros de nuestra misma especie.

167
Los silencios del olvido

Hay información que permanece, información que se olvida e información que se


distorsiona. El intercambio de esa información va a contribuir a la construcción de una
memoria colectiva de una realidad compartida. Supongamos que durante el almuerzo del
domingo surge una conversación sobre unas vacaciones de hace quince años en las que
toda la familia viajó a la Patagonia argentina. Los distintos miembros de la familia
poseerán diversos aspectos ligados a la experiencia; mientras que los más chicos quizás
recuerden haber lanzado piedras al lago para hacer “sapito”, los más grandes recuerden
el guiso de cordero patagónico con vino que disfrutaron la última noche. Las distintas
piezas de la experiencia que almacenó cada persona aportarán una parte de la memoria
colectiva. Parte de esos recuerdos va a distorsionar las memorias de los demás. Por
ejemplo, vos podés recordar que lanzaste una piedra que hizo como veinte saltos sobre la
superficie del lago, pero tu hermana mayor te dirá que fueron apenas tres, pero que tus
papás te felicitaron porque eras el preferido. Normalmente la memoria de las vacaciones
estará más o menos ordenada en episodios como “la vez que subimos al cerro Tronador”,
con eventos dentro de esos episodios como “nos mojamos los pies y nos cagamos de
frío”. Dentro de los episodios habrá anécdotas que no serán contadas, porque por ahí
podrían herir la susceptibilidad de alguno de los oyentes, por ejemplo, la de la gran
ampolla que la salió a tu papá por usar un calzado nuevo de trekking que, si bien era
supermegatécnico especializado para montaña, era la primera vez que lo usaba. Hubo
que reventar la ampolla con una aguja esterilizada con alcohol y un encendedor. A su
vez, habrá episodios que no formarán parte del relato directamente.
En cualquier conversación acerca del pasado, habrá información que se menciona e
información que será silenciada, a veces a propósito y otras veces porque simplemente
no surgió. ¿Cuál es el destino de esa información? ¿Pueden los silencios producir olvido
selectivo? ¿En qué circunstancias? Para responder estas preguntas, los investigadores
Alexandru Cuc, Jonathan Koppel y William Hirst, de Estados Unidos, estudiaron si el
olvido inducido por evocación podía ocurrir en el caso de que hubiera un orador y un
oyente58. Ya sabían por los experimentos anteriores que evocar determinados ítems (por
ejemplo, palabras) asociadas a una categoría particular producía olvido de otros ítems de

168
la misma categoría, pero no mencionados. Los ítems de una segunda categoría no
evocada sufrían menos olvido que los de la categoría practicada. Claro que esos
experimentos habían sido realizados en individuos en soledad, así que era probable que,
en una conversación, este fenómeno de olvido inducido por evocación ocurriese en la
persona que estaba activamente recordando, o sea, el orador.
La pregunta era si, a pesar de que el oyente no tenía la instrucción de practicar la
memoria de las palabras, el fenómeno de olvido selectivo también ocurría. Para eso,
adaptaron el protocolo del trabajo anterior con las palabras para que se realizara de a
pares. La hipótesis era que, si el oyente evocaba conjuntamente con el orador, el olvido
se produciría en ambos individuos, a pesar de que la evocación no necesariamente
ocurría de la misma manera en el oyente.
Al principio del experimento, los dos participantes estudiaron 60 pares de categoría-
palabra. O sea que ambos poseían información similar en la memoria. A continuación, la
práctica de evocación fue realizada solamente por el orador que tuvo que completar los
ítems practicados en voz alta, mientras que el oyente se encargó de monitorear si el
orador lo estaba haciendo correctamente. El orador tuvo que evocar la mitad de las
palabras de la mitad de las categorías. En la etapa final, ambos por separado tuvieron que
recordar la mayor cantidad de palabras de cada categoría, por ejemplo, la de “frutas”
(practicada) o la de “bebidas” (no practicada). Lo que descubrieron fue que, tanto en el
orador como en el oyente, las palabras no evocadas correspondientes a las categorías
practicadas fueron menos recordadas que cualquier palabra de las categorías no
practicadas. El olvido inducido por evocación había ocurrido tanto en los oradores como
en los oyentes, que no habían sido instruidos para realizar la práctica. Las palabras no
mencionadas, pero relacionadas con la categoría practicada, habían sido olvidadas con
más frecuencia en ambos.
De todas formas, que el olvido selectivo ocurra al escuchar pares formados por una
categoría y una palabra no quiere decir que este mecanismo suceda mientras las personas
conversan acerca del pasado, que era lo que los científicos querían averiguar. Para poder
responder a esa pregunta, diseñaron un experimento en el que ambos participantes
debían conversar y recordar conjuntamente una historia que ambos habían estudiado. La
historia narraba un día en la vida de un chico (muy parecida a la del experimento de
contagio social) y contaba con 8 episodios que, a su vez, contenían entre 4 y 7 eventos.
De esta manera, cada episodio sería equivalente a la “categoría” del experimento

169
anterior, y cada evento, equivalente a la palabra dentro de la categoría. Por ejemplo, un
episodio se titulaba “Ida a la escuela” y uno de los eventos dentro de ese episodio era
“pasó a buscar a Jane”. Los investigadores podrían estudiar la memoria para los eventos
no mencionados de los episodios en los que otros eventos fueran mencionados, y
compararla con la memoria de los eventos de los episodios que directamente no
surgieran en la conversación.
Al comienzo del experimento, cada miembro del par estudió la historia expuesta en
forma de episodios en la pantalla de una computadora. En la segunda fase, se les pidió a
ambos que contaran la historia conjuntamente en ausencia del investigador. De esta
manera, a veces uno funcionaría como orador y otras veces, como oyente. En esta fase,
algunos eventos dentro de los episodios fueron mencionados, mientras que otros fueron
silenciados. Otros episodios ni siquiera aparecieron en la conversación. Las
conversaciones fueron grabadas para poder identificar los episodios y los eventos
mencionados y por cuál miembro del par. En la fase final se les pidió que recordaran la
mayor cantidad de eventos a partir del título de cada episodio de la historia. Entonces
habría eventos mencionados en la conversación que constituirían los ítems practicados, y
episodios nunca mencionados que contendrían eventos tampoco mencionados. Pero los
críticos serían los eventos no mencionados de los episodios con eventos practicados. Por
ejemplo, podría aparecer el evento “pasó a buscar a Jane” del episodio “Ida a la escuela”,
pero no el de “le ladró el perro de Robert”. Por otra parte, el episodio “Práctica de
fútbol” podría no haber sido recordado durante la conversación.
¿Sería más probable que el oyente hubiera olvidado que el perro le ladró que el evento
de “tenía los cordones de los botines desatados”? La respuesta es que sí, efectivamente,
los eventos relacionados con otros por pertenecer al mismo episodio fueron más
olvidados que los eventos no relacionados por pertenecer a episodios no recordados. De
hecho, el efecto fue bastante más pronunciado que cuando se utilizó el método de las
categorías y las palabras. Por lo tanto, en una conversación los silencios y omisiones son
capaces de producir olvido de eventos o datos relacionados con el tema de esa
conversación, y este efecto es bastante marcado. A diferencia de lo que pasa en los
experimentos, en una conversación real, dos o más personas no necesariamente vivieron
la misma experiencia. Por ejemplo, alguien puede contar que fue asaltado a la salida de
un cajero automático cuando estaba solo. Si bien puede ser que ninguno de los
participantes haya sufrido un asalto en las mismas circunstancias, el hecho de escuchar

170
esa historia puede activar memorias de eventos similares como, por ejemplo, el robo de
un teléfono celular bajo amenaza con un cuchillo. No es que quiera instaurar el tema de
la inseguridad para meter miedo y que voten a la derecha, no se preocupen. Es sólo un
ejemplo.
Los relatos que quedarán en la memoria colectiva se construyen a partir de las
distorsiones y olvidos que ocurren cuando interactuamos con los demás. De hecho, en
experimentos realizados por el mismo grupo de investigación, pudieron observar que
estos olvidos se producen durante conversaciones sobre eventos importantes del pasado,
como por ejemplo el atentado a las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 200159.
Luego de colocar a varios pares de participantes a recordar conjuntamente los eventos de
esa fecha, pudieron identificar que eventos relacionados a una misma categoría que no
fueron mencionados, se tornaban menos accesibles a la memoria si otros eventos de la
misma categoría sí habían aparecido. Por ejemplo, si uno de los participantes mencionó
que se levantó a las 9:00 ese día, podría ser que olvidara que escuchó acerca de los
ataques a las 9:10. Al escuchar al otro, el oyente podría olvidar que escuchó acerca del
atentado a las 10:25. De hecho, los investigadores encontraron que las personas se
hacían más imprecisas y tardaban más en responder preguntas acerca de los eventos
relacionados con la categoría, pero no mencionados en la conversación, que eventos no
relacionados con esa categoría (por ejemplo, qué ropa estaban usando). Incluso
recuerdos que parecen no ser afectados por el olvido, se modifican durante las
conversaciones y construyen una memoria colectiva de eventos relevantes para la
historia de un país y del mundo. Encima de todo, esto ocurre por mecanismos biológicos
que aparecieron durante la evolución para optimizar el acceso a la información
almacenada en el cerebro. Gracias evolución.
Otra pregunta acerca de estos efectos de los silencios mnésicos o memorias
silenciadas es si, además de producir olvido en ambos participantes de una conversación,
tienen un efecto real en la formación de una memoria colectiva dentro de una red de
individuos. Porque, en realidad, lo que pasa en un grupo de personas conectadas entre sí
es que Pichuto le contó a Natarcha que tuvo que vender su departamento para pagar el
geriátrico de su madre que era muy malvada. Eso puede haber activado recuerdos en
Natarcha de cuando ella se mudó, pero silenciado recuerdos de que se había mudado con
su pareja, Lorgujo. Natarcha más tarde tuvo una conversación con Zaraticia que cortó
con su pareja, pero Natarcha no mencionó a Lorgujo, que era amigo de Zaraticia, pero sí

171
al perrito de Kapinio, un caniche que lo acompañó en momentos difíciles. Así Zaraticia
recordó a su gato Peripecio, pero nunca vino a la mente la gata de su hermana que era
mala, como la mamá de Pichuto. Todos los nombres utilizados en este ejemplo son
ficticios, cualquier parecido con la realidad es coincidencia o culpa de algún padre
realmente malvado que eligió ese nombre.
Para estudiar los mecanismos de formación de la memoria en una red de personas, los
investigadores Alin Coman, Ida Momennejad, Rae Drach y Andra Geana, de la
Universidad de Princeton, estudiaron el efecto que sucesivas conversaciones tenían
dentro de una red de 10 personas60. Al principio, cada participante estudió material
acerca de 4 miembros voluntarios del Cuerpo de Paz. Antes de iniciar las
conversaciones, se evaluó la memoria de ese material pidiéndoles que recordaran lo más
posible a partir del nombre de cada voluntario del Cuerpo de Paz. Luego, los sujetos
tuvieron conversaciones de a pares con otros 3 participantes de la red en las que tuvieron
que tratar de recordar entre los dos la mayor cantidad de información estudiada.
Hicieron el experimento usando dos tipos de redes distintas; una, en la que los sujetos
sólo podían hablar con otros que fueran cercanos en número (estaban numerados del 1 al
10). Por ejemplo, el 1 debió conversar con el 2, el 3 y el 4, pero no podía conversar con
el 5; el 5 con el 3, el 4 y el 6, y así. La otra red era más abierta y se permitía que el 1
hablara con el 9, el 2 con el 10, pero también con números cercanos. Las conversaciones
ocurrieron a través de chats y duraron unos pocos minutos. Después se volvió a evaluar
la memoria individualmente de la misma forma que antes. Lo que querían los
investigadores era comparar la memoria antes y después de las conversaciones, para
determinar cómo había cambiado y cuán parecida era entre los distintos participantes. El
resultado fue que la memoria posconversación fue diferente a la preconversación; los
elementos mencionados en las conversaciones fueron en general reforzados, mientras
que los no mencionados fueron menos recordados.
Lo crítico fue que los elementos no mencionados, pero relacionados, sufrieron olvido
inducido por evocación, como se había visto en los experimentos en conversación de a
pares. Además, analizaron la convergencia de la memoria en la red, es decir, cuánto se
parecían los recuerdos de cada participante a los de los otros participantes. Lo que
encontraron fue que en la red donde se limitaron las interacciones a los números
cercanos, la memoria era similar entre números cercanos, pero divergía a medida que se
alejaban. En la red en la que se permitieron interacciones más lejanas, la memoria de

172
todos los participantes de la red fue más homogénea. O sea que conversar solamente con
personas de nuestro grupo o nuestra “tribu” genera homogeneidad en la memoria de los
individuos miembros de esa red, pero mayor heterogeneidad en la memoria de grupos
más distantes.
Si bien esta distancia fue determinada arbitrariamente en los experimentos, en la
sociedad podría estar establecida ideológicamente o, incluso, a través de límites físicos o
económicos. La cohesión en el relato de acontecimientos sociales sólo se puede obtener
interactuando con personas que no pertenecen al mismo grupo que nosotros. Las
fronteras físicas, ideológicas, de idioma y económicas, entre otras, evitan la formación
de memorias colectivas convergentes y, por lo tanto, los diferentes grupos y sociedades
se basan en información diferente para tomar decisiones. Por ejemplo, es importante que
la información colectiva acerca de los beneficios de las vacunas sea convergente en una
sociedad, porque eso puede salvar vidas. Lo que pasa es que puede ser difícil llegar a
gente que se basa en información diferente, generalmente falsa, sobre este tema y que,
además, no habla con gente de grupos “distantes” en creencias. A su vez, la generación
de un relato colectivo falso sobre el pasado puede modificar la manera en la que las
personas votan y llevar a fascistas al poder, como en Brasil. Casi te diría que la memoria
individual no existe, son los padres, los hijos y todas las personas con las que
interactuemos en esta corta vida.
Al evocar eventos de la historia a partir de la historia del otro, habrá menciones y
silencios que van a ir esculpiendo nuestra memoria a partir de la memoria de los demás.
Por otro lado, este olvido selectivo y colectivo puede ser relevante al evocar eventos de
la historia pasada o reciente con importancia, por ejemplo, política y social. Podría darse
si un político, supongamos de la Unión Cívica Radical, en un discurso cita eventos
relacionados con diciembre de 2001 en la Argentina, cuando estalló una crisis
económica, política y social, y mencionara el corralito financiero, pero evitara hablar de
las muertes causadas por la represión. ¿Podrán esos silencios, muchas veces voluntarios,
producir olvido o menor accesibilidad a la información omitida? Claro que ese tipo de
estrategias podría ser útil si ese político hubiera participado del gobierno de la Alianza,
que cayó en ese momento. Se me ocurren muchos ejemplos en los que, en el discurso
político o las conversaciones de todos los días, se mencionan algunos aspectos sobre
tópicos importantes mientras que otros son omitidos. Por ejemplo, alguien podría hablar
de la educación sexual integral, pero dejar de lado el tema del aborto, o mencionar la

173
necesidad de que haya cupo femenino en organismos de representación, pero obviar el
cupo transgénero.
A veces las omisiones son voluntarias porque se persigue algún objetivo particular,
pero otras veces el olvido gana, sobre todo cuando se trata de derechos de minorías que
suelen hacer menos ruido y, por lo tanto, son menos escuchadas. A principios de 2019 se
entregaron los premios a investigadores destacados de la Nación. Los funcionarios
felicitaron a los ganadores y hablaron de los logros de la ciencia nacional, pero omitieron
la pésima situación presupuestaria de los organismos de ciencia y técnica y la
desfinanciación de la mayoría de los institutos de investigación. Es triste caer en el
olvido colectivo; espero que este libro contribuya a que eso no siga pasando.
La memoria es la lente a través de la que interpretamos lo que nos rodea. Se trata de
una lente que se empaña y se deforma en nuestra interacción con otros seres humanos.
Intercambiamos anteojos todo el tiempo sin darnos cuenta y vemos la realidad
distorsionada porque básicamente creamos y olvidamos recuerdos tratando de que
nuestra memoria se parezca más a la de los que nos rodean. Se trata de la gran película
de la humanidad, esa que nunca se termina de filmar.

174
Epílogo

Neurociencia para entender al que piensa distinto

Quizás ese debió haber sido el título del libro y no, como te habrás dado cuenta, el
mentiroso título de tapa. Este libro no contiene tips para cambiar de opinión, la
investigación suele generar más dudas de las que ya teníamos. Los científicos, lejos de
seguir recetas, nos hacemos preguntas. La manera de responderlas varía según la
pregunta y la creatividad del equipo de investigación. En ese sentido, este libro es para
mí una especie de exploración de por qué somos como somos, y un intento de entender a
los demás con las herramientas que comprendo mejor, que son las del pensamiento
científico. Espero que te haya hecho pensar mucho, porque a mí, escribir este texto me
partió la cabeza y me la volvió a unir, para volver a partirla. Cuando pienso que entiendo
algo, aparecen más experimentos, más resultados, más científicos tratando de entender
cómo funcionamos. Es agotador, pero es un agotamiento eufórico. Cada experiencia nos
hace únicos y nos hace ver el mundo de una manera que es específica para cada
individuo. Pero a la vez somos un cerebro con memoria aumentada y los recuerdos de
los demás se entremezclan con los nuestros hasta que ya no podemos saber qué es de
quién. Encima, somos animalitos que funcionan con mecanismos cerebrales parecidos a
los de los demás animalitos, adaptados a vivir en ambientes sin cultura o sólo con una
cultura incipiente.
La interacción entre nuestra conciencia, tan reciente al medirla en los tiempos de la
evolución, y lo que ella es capaz de crear con los procesos cerebrales que se
seleccionaron durante millones de años es un caos en el que justificamos acciones
inconscientes y les damos valor ideológico y cultural. Y no nos culpo: al final la cultura
es parte del proceso de evolución del cerebro. No sé adónde vamos, porque la evolución
no tiene una dirección, no hay ideales, esos son creados por nosotros por la ilusión de

175
que tenemos un destino. El destino es el presente de mantenerse vivo, de tratar de
encontrarle el sentido, ver los engranajes que mueven a la naturaleza y al universo,
aunque en el fondo eso tampoco tiene más sentido que comerse un chocolate. Sin
embargo, ambas acciones me mantienen vivo y feliz.

176
Notas

Capítulo 1

1 Winkler, A. D.; Spillmann, L.; Werner, J. S.; Webster, M. A. “Asymmetries in blue-


yellow color perception and in the color of ‘the dress’”. Current Biology, 2015, 25
(13), R547.
Gegenfurtner, K. R.; Bloj, M.; Toscani, M. “The many colours of ‘the dress’”.
Current Biology, 2015, 25 (13), R543.
Lafer-Sousa, R.; Hermann, K. L.; Conway, B. R. “Striking individual differences in
color perception uncovered by ‘the dress’ photograph”. Current Biology, 2015, 25
(13), R545.
2 Morrot, G.; Brochet, F.; Dubourdieu, D. “The color of odors”. Brain and Language,
2001, 79 (2), 309.
3 Plassmann, H.; O’Doherty, J.; Shiv, B.; Rangel, A. “Marketing actions can modulate
neural representations of experienced pleasantness”. Proceedings of the National
Academy of Sciences USA, 2008, 105 (3), 1050.
4 McClure, S. M.; Li, J.; Tomlin, D.; Cypert, K. S.; Montague, L. M.; Montague, P. R.
“Neural correlates of behavioral preference for culturally familiar drinks”. Neuron,
2004, 44 (2), 379.
5 Blakemore, S. J.; Wolpert, D.; Frith, C. “Why can’t you tickle yourself?”.
NeuroReport, 2000, 11 (11), R11.
6 Oliva, A.; Torralba, A. “The role of context in object recognition”. Trends in Cognitive
Sciences, 2007, 11 (12), 520.
7 Winawer, J.; Witthoft, N.; Frank, M. C.; Wu, L.; Wade, A. R.; Boroditsky, L. “Russian
blues reveal effects of language on color discrimination”. Proceedings of the National
Academy of Sciences USA, 2007, 104 (19), 7780.
8 Thierry, G.; Athanasopoulos, P.; Wiggett, A.; Dering, B.; Kuipers, J. R. “Unconscious

177
effects of language-specific terminology on preattentive color perception”.
Proceedings of the National Academy of Sciences USA, 2009, 106 (11), 4567.
9 Lupyan, G.; Ward, E. J. “Language can boost otherwise unseen objects into visual
awareness”. Proceedings of the National Academy of Sciences USA, 2013, 110 (35),
14196.

Capítulo 2

10 Marañón, G. “Contribution á l’étude de l’action émotive de l’adrénaline”. Revue


Française d’Endocrinologie, 1924, 2, 301.
11 Schachter, S.; Singer, J. E. “Cognitive, social, and physiological determinants of
emotional state”. Psychological Review, 1962, 69, 379.
12 Susskind, J. M.; Lee, D. H.; Cusi, A.; Feiman, R.; Grabski, W.; Anderson, A. K.
“Expressing fear enhances sensory acquisition”. Nature Neuroscience, 2008, 11 (7),
843.
13 Thielscher, A.; Pessoa, L. “Neural correlates of perceptual choice and decision
making during fear-disgust discrimination”. Journal of Neuroscience, 2007, 27 (11),
2908.
14 Wicker, B.; Keysers, C.; Plailly, J.; Royet, J. P.; Gallese, V.; Rizzolatti, G. “Both of
us disgusted in My insula: the common neural basis of seeing and feeling disgust”.
Neuron, 2003, 40 (3), 655.
15 Ekman, P.; Friesen, W. V.; O’Sullivan, M.; Chan, A.; Diacoyanni-Tarlatzis, I.;
Heider, K.; Krause, R.; LeCompte, W. A.; Pitcairn, T.; Ricci-Bitti, P. E. et al.
“Universals and cultural differences in the judgments of facial expressions of
emotion”. Journal of Personality and Social Psychology, 1987, 53 (4), 712.
16 Gendron, M.; Roberson, D.; van der Vyver, J. M.; Barrett, L. F. “Perceptions of
emotion from facial expressions are not culturally universal: evidence from a remote
culture”. Emotion, 2014, 14 (2), 251.
17 Jack, R. E.; Garrod, O. G.; Yu, H.; Caldara, R.; Schyns, P. G. “Facial expressions of
emotion are not culturally universal”. Proceedings of the National Academy of
Sciences USA, 2012, 109 (19), 7241.
18 Fugate, J. M.; Gouzoules, H.; Barrett, L. F. “Reading chimpanzee faces: evidence for

178
the role of verbal labels in categorical perception of emotion”. Emotion, 2010, 10 (4),
544.
19 Gendron, M.; Lindquist, K. A.; Barsalou, L.; Barrett, L. F. “Emotion words shape
emotion percepts”. Emotion, 2012, 12 (2), 314.

Capítulo 3

20 Funk, C. L.; Smith, K. B.; Alford, J. R.; Hibbing, M. V.; Eaton, N. R.; Krueger, R. F.;
Eaves, L. J.; Hibbing, J. R. “Genetic and environmental transmission of political
orientations”. Political Psychology, 2013, 34 (6), 805.
21 Hatemi, P. K.; Smith, K.; Alford, J. R.; Martin, N. G.; Hibbing, J. R. “The genetic
and environmental foundations of political, psychological, social, and economic
behaviors: a panel study of twins and families”. Twin Research and Human Genetics,
2015, 18 (3), 243.
22 Hatemi, P. K.; Gillespie, N. A.; Eaves, L. J.; Maher, B. S.; Webb, B. T.; Heath, A. C.;
Medland, S. E.; Smyth, D. C.; Beeby, H. N.; Gordon, S. D. et al. “A genome-wide
analysis of liberal and conservative political attitudes”. The Journal of Politics, 2011,
73 (1), 271.
23 Settle, J. E.; Dawes, C. T.; Christakis, N. A.; Fowler, J. H. “Friendships moderate an
association between a dopamine gene variant and political ideology”. The Journal of
Politics, 2010, 72 (4), 1189.
24 Amodio, D. M.; Jost, J. T.; Master, S. L.; Yee, C. M. “Neurocognitive correlates of
liberalism and conservatism”. Nature Neuroscience, 2007, 10 (10), 1246.
25 Woollett, K.; Maguire, E. A. “Acquiring ‘the knowledge’ of London’s layout drives
structural brain changes”. Current Biology, 2011, 21 (24-2), 2109.
26 Kanai, R.; Feilden, T.; Firth, C.; Rees, G. “Political orientations are correlated with
brain structure in young adults”. Current Biology, 2011, 21 (8), 677.

Capítulo 4

27 Oxley, D. R.; Smith, K. B.; Alford, J. R.; Hibbing, M. V.; Miller, J. L.; Scalora, M.;

179
Hatemi, P. K.; Hibbing, J. R. “Political attitudes vary with physiological traits”.
Science, 2008, 321 (5896), 1667.
28 Ahn, W. Y.; Kishida, K. T.; Gu, X.; Lohrenz, T.; Harvey, A.; Alford, J. R.; Smith, K.
B.; Yaffe, G.; Hibbing, J. R. et al. “Nonpolitical images evoke neural predictors of
political ideology”. Current Biology, 2014, 24 (22), 2693.
29 Dodd, M. D.; Balzer, A.; Jacobs, C. M.; Gruszczynski, M. W.; Smith, K. B.; Hibbing,
J. R. “The political left rolls with the good and the political right confronts the bad:
connecting physiology and cognition to preferences”. Philosophical Transactions of
the Royal Society of London B: Biological Sciences, 2012, 367 (1589), 640.
30 Smith, K. B.; Oxley, D.; Hibbing, M. V.; Alford, J. R.; Hibbing, J. R. “Disgust
sensitivity and the neurophysiology of left-right political orientations”. PLoS One,
2011, 6 (10), e25552.
31 Brenner, C. J.; Inbar, Y. “Disgust sensitivity predicts political ideology and policy
attitudes in the Netherlands”. European Journal of Social Psychology, 2015, 45 (1),
27.
32 Todorov, A.; Mandisodza, A. N.; Goren, A.; Hall, C. C. “Inferences of competence
from faces predict election outcomes”. Science, 2005, 308 (5728), 1623.
33 Ballew, C. C. II; Todorov, A. “Predicting political elections from rapid and
unreflective face judgments”. Proceedings of the National Academy of Sciences USA,
2007, 104 (46), 17948.
34 Antonakis, J.; Dalgas, O. “Predicting elections: child’s play!”. Science, 2009, 323
(5918), 1183.
35 Klofstad, C. A.; Anderson, R. C.; Peters, S. “Sounds like a winner: voice pitch
influences perception of leadership capacity in both men and women”. Proceedings of
the Royal Society of London B: Biological Sciences, 2012, 279 (1738), 2698.
36 Klofstad, C. A.; Anderson, R. C.; Nowicki, S. “Perceptions of competence, strength,
and age influence voters to select leaders with lower-pitched voices”. PLoS One 2015,
10 (8), e0133779.
37 Dutton, D. G.; Aron, A. P. “Some evidence for heightened sexual attraction under
conditions of high anxiety”. Journal of Personality and Social Psychology, 1974, 30
(4), 510.
38 Healy, A. J.; Malhotra, N.; Mo, C. H. “Irrelevant events affect voters’ evaluations of
government performance”. Proceedings of the National Academy of Sciences USA,

180
2010, 107 (29), 12804.

Capítulo 5

39 Kunda, Z. “The case for motivated reasoning”. Psychological Bulletin, 1990, 108 (3),
480.
40 Wyer, R. S. Jr.; Frey, D. “The effects of feedback about self and others on the recall
and judgments of feedback-relevant information”. Journal of Experimental Social
Psychology, 1983, 19 (6), 540.
41 Balcetis, E.; Dunning, D. “See what you want to see: motivational influences on
visual perception”. Journal of Personality and Social Psychology, 2006, 91 (4), 612.
42 Kruger, J.; Dunning, D. “Unskilled and unaware of it: how difficulties in recognizing
one’s own incompetence lead to inflated self-assessments”. Journal of Personality
and Social Psychology, 1999, 77 (6), 1121.
43 Ehrlinger, J.; Dunning, D. “How chronic self-views influence (and potentially
mislead) estimates of performance”. Journal of Personality and Social Psychology,
2003, 84 (1), 5.
44 Jordan, A. H.; Monin, B. “From sucker to saint: moralization in response to self-
threat”. Psychological Science, 2008, 19 (8), 809.

Capítulo 6

45 Taber, C. S.; Lodge, M. “Motivated skepticism in the evaluation of political beliefs”.


American Journal of Political Science, 2006, 50 (3), 755.
46 Redlawsk, D. P.; Civettini, A. J. W.; Emmerson, K. M. “The affective tipping point:
Do motivated reasoners ever ‘get it’?”. Political Psychology 2010, 31 (4), 563.
47 Westen, D.; Blagov, P. S.; Harenski, K.; Kilts, C.; Hamann, S. “Neural bases of
motivated reasoning: an fMRI study of emotional constraints on partisan political
judgment in the 2004 U.S. Presidential election”. Journal of Cognitive Neuroscience,
2006, 18 (11), 1947.
48 Kaplan, J. T.; Gimbel, S. I.; Harris, S. “Neural correlates of maintaining one’s

181
political beliefs in the face of counterevidence”. Scientific Reports, 2016, 6, 39589.
49 Harris, S.; Kaplan, J. T.; Curiel, A.; Bookheimer, S. Y.; Iacoboni, M.; Cohen, M. S.
“The neural correlates of religious and nonreligious belief”. PLoS One 2009, 4 (10),
e0007272.
50 Rollwage, M.; Dolan, R. J.; Fleming, S. M. “Metacognitive failure as a feature of
those holding radical beliefs”. Current Biology, 2018, 28 (24), 4014.

Capítulo 7

51 E. Tory Higgins; Rholes, W. S. “‘Saying is believing’: Effects of message


modification on memory and liking for the person described”. Journal of
Experimental Social Psychology, 1978, 14 (4), 363.
52 Echterhoff, G.; Higgins, E. T.; Kopietz, R.; Groll, S. “How communication goals
determine when audience tuning biases memory”. Journal of Experimental
Psychology: General, 2008, 137 (1), 3.
53 Loftus, E. F.; Miller, D. G.; Burns, H. J. “Semantic integration of verbal information
into a visual memory”. Journal of Experimental Psychology: Human Learning and
Memory, 1978, 4 (1), 19.
54 Roediger, H. L. III; Meade, M. L.; Bergman, E. T. “Social contagion of memory”.
Psychonomic Bulletin & Review, 2001, 8 (2), 365.
Meade, M. L.; Roediger, H. L. III. “Explorations in the social contagion of memory”.
Memory & Cognition, 2002, 30 (7), 995.
55 Koppel, J.; Wohl, D.; Meksin, R.; Hirst, W. “The effect of listening to others
remember on subsequent memory: The roles of expertise and trust in socially shared
retrieval-induced forgetting and social contagion”. Social Cognition, 2014, 32 (2),
148.
56 Anderson, M. C.; Bjork, R. A.; Bjork, E. L. “Remembering can cause forgetting:
Retrieval dynamics in long-term memory”. Journal of Experimental Psychology:
Learning, Memory, and Cognition, 1994, 20 (5), 1063.
57 Bekinschtein, P.; Weisstaub, N. V.; Gallo, F.; Renner, M.; Anderson, M. C. “A
retrieval-specific mechanism of adaptive forgetting in the mammalian brain”. Nature
Communications, 2018, 9 (1), 4660.
58 Cuc, A. F.; Koppel, J.; Hirst, W. “Silence is not golden: a case for socially shared

182
retrieval-induced forgetting”. Psychological Science, 2007, 18 (8), 727.
59 Coman, A. F.; Manier, D.; Hirst, W. “Forgetting the unforgettable through
conversation: socially shared retrieval-induced forgetting of September 11 memories”.
Psychological Science, 2009, 20 (5), 627.
60 Coman, A.; Momennejad, I.; Drach, R. D.; Geana, A. “Mnemonic convergence in
social networks: The emergent properties of cognition at a collective level”.
Proceedings of the National Academy of Sciences USA, 2016, 113 (29), 8171.

183
Somos capaces de discutir por las cosas más banales y las más
profundas como, por ejemplo, si son mejores los perros o los gatos, si es
mejor el invierno o el verano, si la marihuana debe ser legal o no, si
pinot noir o cabernet, si paridad de género o meritocracia, si es más rico
el helado de agua o el de crema, si el alma existe o si es una creación de
las religiones, y así podría hacer un libro entero sobre las grietas. (Y
sobre cuánto nos gusta tener razón.)
Probablemente la mayoría tenga una opinión sobre muchos de esos temas. Estos juicios
crecen como malezas sobre nuestro suelo fértil de creencias y van ocupando la capacidad
de decidir según las evidencias. Las opiniones no se llevan muy bien con las evidencias
cuando estas no coinciden.
Este libro intenta recorrer algunos de los mecanismos psicológicos y cognitivos
involucrados en la resistencia al cambio de visión. Las preguntas irán desde cómo
nuestras expectativas y convicciones afectan la manera en la que percibimos el mundo y
recordamos las experiencias colectivas hasta si existen bases biológicas que expliquen
las diferencias en las ideologías políticas.

Pedro Bekinschtein, doctor en biología, se cuestiona, por ejemplo, si nuestras decisiones


a la hora de votar representantes están basadas en sus propuestas o en aspectos más
misteriosos e indescifrables que ocurren fuera de nuestra conciencia. En estas páginas
vibrantes que encastran a la perfección ciencia y actualidad, nos invita a descubrir qué
nos pasa cuando no podemos cambiar de opinión, lo que él llama “la necedad del
cerebro”.

184
PEDRO BEKINSCHTEIN

Es biólogo y doctor por la Universidad de Buenos Aires (UBA). Egresó del Colegio
Nacional de Buenos Aires y estudió biología en la Facultad de Ciencias Exactas y
Naturales de la UBA. Hizo un doctorado como becario del Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Ya con el título de doctor, realizó
un post-doctorado de tres años en el Departamento de Psicología de la Universidad de
Cambridge, en Inglaterra, investigando cómo se establecen y se borran los límites entre
los recuerdos. Volvió a la Argentina con un cargo de Investigador del CONICET y
realiza sus investigaciones en el Instituto de Neurociencia Cognitiva y Traslacional en la
Universidad Favaloro, INECO y CONICET, estudiando cómo se forman, se mantienen y
se olvidan los recuerdos.

Foto: © Luciano Colaneri

185
Otros títulos del autor en megustaleer.com.ar

186
Bekinschtein, Pedro
Neurociencia para (nunca) cambiar de opinión / Pedro
Bekinschtein. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :
Ediciones B, 2019.
(No Ficción)
Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-780-077-7

1. Neurociencias. I. Título.
CDD 612.8

Diseño de cubierta: Penguin Random House Grupo Editorial

Edición en formato digital: agosto de 2019


© 2019, Pedro Bekinschtein
© 2019, Penguin Random House Grupo Editorial, S. A.
Humberto I 555, Buenos Aires
www.megustaleer.com.ar

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ISBN 978-987-780-077-7

Conversión a formato digital: Libresque

187
188
Índice

Neurociencia para (nunca) cambiar de opinión


Dedicatoria
Introducción. La razón de mi vida
Capítulo 1. La ilusión de la realidad: un vestido y un amor
Quién se ha tomado todo el vino, oh, oh, oh
Sólo línea Pecsi
Expectativas y cosquillas
50 sombras de azul, goluboy y siniy
Su nombre por las cosas
Capítulo 2. Tus caras me emocionan
No tan intensa mente
Es emocionante lo que estamos logrando juntos
El cerebro miedoso y asqueroso
Instrucciones para emocionar a un chino
El lenguaje de las emociones
Capítulo 3. Políticas neuronales
Tiene la política en los genes
El gen liberal
Estatuas cerebrales
Colin Firth y las políticas estructurales del cerebro
Capítulo 4. Políticas emocionantes: jedis versus siths, la verdadera grieta
Imágenes político-cerebrales
La campaña del asco
Cara de boludo
Voz y voto
Una historia de dos puentes
Capítulo 5. Si tú tienes la razón
Con tus propios ojos
Sólo sé que lo sé todo

189
Me pongo un 8
Superioridad moral
Capítulo 6. Ideología motivada: escépticos por conveniencia
Desilusiones políticas
Tu cabeza en las elecciones
Mi mundo privado
Desconócete a ti mismo
Turismo cerebral
Capítulo 7. La película de la vida
Decir para creer
Recuerdos virales
Conversaciones para el recuerdo
Recuerdos y olvidos selectivos
Los silencios del olvido
Epílogo. Neurociencia para entender al que piensa distinto
Notas
Sobre este libro
Sobre el autor
Otros títulos del autor
Créditos

190
Índice
Neurociencia para (nunca) cambiar de opinión 2
Dedicatoria 4
Introducción. La razón de mi vida 5
Capítulo 1. La ilusión de la realidad: un vestido y un amor 7
Quién se ha tomado todo el vino, oh, oh, oh 13
Sólo línea Pecsi 17
Expectativas y cosquillas 21
50 sombras de azul, goluboy y siniy 24
Su nombre por las cosas 29
Capítulo 2. Tus caras me emocionan 31
No tan intensa mente 33
Es emocionante lo que estamos logrando juntos 35
El cerebro miedoso y asqueroso 39
Instrucciones para emocionar a un chino 43
El lenguaje de las emociones 48
Capítulo 3. Políticas neuronales 53
Tiene la política en los genes 57
El gen liberal 61
Estatuas cerebrales 67
Colin Firth y las políticas estructurales del cerebro 71
Capítulo 4. Políticas emocionantes: jedis versus siths, la verdadera
75
grieta
Imágenes político-cerebrales 80
La campaña del asco 84
Cara de boludo 89
Voz y voto 94
Una historia de dos puentes 97
Capítulo 5. Si tú tienes la razón 102
Con tus propios ojos 108
Sólo sé que lo sé todo 111
Me pongo un 8 115
Superioridad moral 118

191
Capítulo 6. Ideología motivada: escépticos por conveniencia 122
Desilusiones políticas 128
Tu cabeza en las elecciones 133
Mi mundo privado 137
Desconócete a ti mismo 141
Turismo cerebral 146
Capítulo 7. La película de la vida 147
Decir para creer 150
Recuerdos virales 155
Conversaciones para el recuerdo 160
Recuerdos y olvidos selectivos 164
Los silencios del olvido 168
Epílogo. Neurociencia para entender al que piensa distinto 175
Notas 177
Sobre este libro 184
Sobre el autor 185
Otros títulos del autor 186
Créditos 187

192

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