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SELLO Paidós

COLECCIÓN Transiciones
FORMATO 15,5 x 23,3 cm. - RÚSTICA

Michael S.
CON SOLAPAS
Otros títulos del autor: ¿Cuándo se puede considerar que un embrión o un feto es una persona? Michael S. Gazzaniga goza de reconoci-

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¿Qué es el envejecimiento normal del cerebro? ¿Debemos aspirar, sin miento internacional en el campo de la
neurociencia y es pionero en la investiga- PRUEBA DIGITAL
más, a ser más longevos, independientemente de cuál sea el esta- ción cognitiva. Es director del SAGE Center VÁLIDA COMO PRUEBA DE COLOR

Gazzaniga for the Study of the Mind en la Universi- EXCEPTO TINTAS DIRECTAS, STAMPINGS, ETC.
do de nuestro cerebro? ¿Debemos disponer de la máxima libertad para
dad de California. Es un destacado asesor
perfeccionar el cerebro por medio de la genética, la farmacología y el de diversos institutos dedicados a inves- DISEÑO 07-05-2015 Marga
entrenamiento? tigar el cerebro, miembro de la American
Association for the Advancement of Science, EDICIÓN
Con un lenguaje claro y sencillo, el autor explica los numerosos hallaz- y antiguo presidente de la American Psy-
gos neurocientíficos y las cuestiones éticas que éstos plantean tanto chological Society.

El cerebro ético
CARACTERÍSTICAS
para los individuos como para la sociedad en general. Es autor de varios libros de divulgación
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científica, como Relatos desde los dos lados
Gazzaniga expone en este libro sus ideas con franqueza, humor, cor- del cerebro, ¿Quién manda aquí? y ¿Qué nos
dialidad e inteligencia. Desde la «neuroética de la duración de la hace humanos?, todos ellos publicados por

MICHAEL S. GAZZANIGA EL CEREBRO ÉTICO


vida» hasta la naturaleza de las creencias morales y el concepto de Paidós. PAPEL

ética universal, el autor aborda cuestiones muy delicadas. También PLASTIFICADO Brillo
aporta su perspectiva sobre la privacidad del pensamiento o si el cere-
UVI
bro determina la conducta y la fiabilidad de la memoria.
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El cerebro ético es una introducción clara e indispensable a un nue-
vo campo de la reflexión moral. Al mismo tiempo, es un análisis BAJORRELIEVE

fascinante y provocador sobre los nuevos desafíos que plantea la


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intersección de la ciencia y la ética.
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PVP 16,00 € 10124831

Adaptación de la cubierta: Departamento de Arte y Diseño,


www.paidos.com Área Editorial Grupo Planeta
www.planetadelibros.com Ilustración de la cubierta: © Ciprian Stremtan - Shutterstock

11 mm.
00 El cerebro etico 13/2/06 13:02 Página 5

MICHAEL S. GAZZANIGA

EL CEREBRO ÉTICO

Barcelona
Buenos Aires
México
00 El cerebro etico 13/2/06 13:02 Página 1

Título original: The Ethical Brain, de Michael S. Gazzaniga


Publicado en inglés, en 2005, por Dana Press, Nueva York

Traducción de Marta Pino Moreno

Diseño de cubierta: Departamento de Arte y Diseño, Área Editorial Grupo Planeta


Ilustración de la cubierta: © Ciprian Stremtan - Shutterstock

1ª edición, 2006
1ª edición en esta presentación, junio 2015

No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión
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© 2005 Dana Press


© 2006 de la traducción, Marta Pino Moreno
© 2006 de todas las ediciones en castellano,
Espasa Libros, S. L. U.,
Avda. Diagonal, 662-664. 08034 Barcelona, España
Paidós es un sello editorial de Espasa Libros, S. L. U.
www.paidos.com
www.planetadelibros.com

ISBN: 978-84-493-3144-2
Depósito legal: B. 11.580-2015
Impresión y encuadernación en Book Print Digital, S. A.

El papel utilizado para la impresión de este libro es cien por cien libre de cloro
y está calificado como papel ecológico

Impreso en España – Printed in Spain


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Sumario

Agradecimientos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13

Primera parte
NEUROÉTICA DE LA DURACIÓN DE LA VIDA

1. Atribución de estatus moral a un embrión . . . . . . . . . . . . . . . . 21


2. El envejecimiento cerebral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 35

Segunda parte
PERFECCIONAMIENTO DEL CEREBRO

3. Perfeccionamiento del cerebro por vía genética . . . . . . . . . . . . 51


4. Entrenamiento cerebral . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 67
5. Potenciación del cerebro inteligente con ayuda de fármacos . . . 83

Tercera parte
LIBRE ALBEDRÍO, RESPONSABILIDAD PERSONAL Y EL DERECHO

6. La culpa la tuvo el cerebro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 99


7. Pensamientos antisociales y el derecho de privacidad . . . . . . . . 113
8. El cerebro elabora una autobiografía inexacta . . . . . . . . . . . . . 129
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10 EL CEREBRO ÉTICO

Cuarta parte
LA NATURALEZA DE LAS CREENCIAS MORALES
Y EL CONCEPTO DE ÉTICA UNIVERSAL

9. El cerebro creyente . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 151


10. Hacia una ética universal . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 167

Índice analítico y de nombres . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 181


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Capítulo 1

Atribución de estatus moral


a un embrión

Una de las cuestiones bioéticas principales de nuestro tiempo es la de


cuándo debe la sociedad conferir estatus moral a un embrión, cuándo de-
bemos considerar que un embrión o un feto es ya un ser humano. El óvulo
fecundado representa el punto de partida de la entidad que muy pronto se
dividirá y dará origen a un feto que al final se convertirá en un bebé. Es sa-
bido que un óvulo fecundado es el comienzo de la vida de un individuo, si
bien no es el comienzo de la vida, puesto que tanto el óvulo como el esper-
matozoide, antes de unirse, sólo representan la vida del mismo modo que
cualquier planta o criatura. Pero ¿es adecuado atribuir el mismo estatus
moral a ese embrión humano que a un bebé recién nacido o, por el mismo mo-
tivo, a cualquier ser humano? Los bioéticos continúan debatiendo la cuestión.
Las implicaciones de la determinación del comienzo del estatus moral son de
amplio alcance, pues repercuten en la cuestión del aborto, la fecundación
in vitro, la clonación biomédica y la investigación con células madre. El mun-
do racional aguarda la resolución de este debate.
Este asunto nos indica que el campo de la neuroética va más allá del de
la bioética clásica. Cuando los dilemas éticos guardan relación con el siste-
ma nervioso, de forma directa o indirecta los profesionales especializados en
neurociencia tienen algo que decir al respecto. Pueden levantar la tapa para
ver lo que hay dentro, por así decirlo, y ayudarnos a comprender cuál es el
estado biológico real. ¿Existe ya un cerebro? ¿Funciona de una manera sig-
nificativa?
Los neurocientíficos estudian el órgano que nos identifica como humanos:
el cerebro que permite una vida consciente. Buscan constantemente conoci-
miento acerca de las zonas del cerebro que sustentan el pensamiento men-
tal, partes del pensamiento mental, o la ausencia de pensamiento. De modo
que, a primera vista, parece que los neuroéticos podrían determinar el esta-
tus moral de un embrión o feto a partir de la presencia del tipo de material bio-
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22 NEUROÉTICA DE LA DURACIÓN DE LA VIDA

lógico que puede sustentar la vida mental y del tipo que carece de tal capaci-
dad. En otras palabras, pueden dilucidar si el embrión tiene un cerebro que
funciona en el nivel que sustenta la actividad mental. La moderna ciencia ce-
rebral está preparada para responder a esta pregunta, pero por muy clara que
sea la neurobiología, la neuroética encuentra obstáculos cada vez que inten-
ta imponer los datos racionales y científicos en los asuntos morales y éticos.

EL CAMINO DE LA VIDA CONSCIENTE

En cuanto el espermatozoide se une al óvulo, el embrión inicia su mi-


sión: dividir y diferenciar, dividir y diferenciar, dividir y diferenciar. El em-
brión parte de la fusión de estas dos células y al final debe dar lugar al billón
de células que constituyen el organismo humano.1 No hay tiempo que per-
der: al cabo de unas horas se observan ya en el embrión tres zonas diferen-
ciadas. Estas zonas se convierten en el endodermo, el mesodermo y el ecto-
dermo, las tres capas iniciales de las células que se diferenciarán para crear
todos los órganos y componentes del cuerpo humano. La capa del ectoder-
mo es el origen del sistema nervioso.
Durante las semanas siguientes, a medida que se desarrolla el embrión,
la base de la parte del embrión llamada «tubo neural» acaba dando lugar a las
neuronas y otras células del sistema nervioso central mientras que una par-
te adyacente del embrión llamada «cresta neural» se convierte en las célu-
las del sistema nervioso periférico (los nervios situados fuera del cerebro y la
médula espinal). La cavidad del tubo neural da origen a los ventrículos del
cerebro y el canal central de la médula espinal, y en la cuarta semana el tubo
neural desarrolla tres protuberancias diferenciadas que corresponden a las
zonas de las que surgirán las tres divisiones principales del cerebro: cerebro
anterior, medio y posterior. Es entonces cuando aparecen los primeros in-
dicios de un cerebro.
Aunque el feto va desarrollando zonas que se convertirán en partes es-
pecíficas del cerebro, la actividad cerebral eléctrica no comienza hasta el fi-
nal de la semana 5 y la semana 6 (normalmente entre los 40 y 43 días de ges-

1. La información en que se basa este capítulo sobre el desarrollo del cerebro procede de
J. Nolte, «Development of the Nervous System», cap. 2, en The Human Brain: An Introduc-
tion to Its Functional Anatomy, 5ª ed., St. Louis, Mosby, 2002, salvo en los casos donde se
indica lo contrario (trad. cast.: El cerebro humano: introducción a la anatomía funcional,
Madrid, Mosby/Doyma, 1994).
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ATRIBUCIÓN DE ESTATUS MORAL A UN EMBRIÓN 23

tación). No se trata, sin embargo, de una actividad coherente como la que sub-
yace a la conciencia humana; ni siquiera es una actividad coherente como la
que se observa en el sistema nervioso de un camarón. Al igual que existe
cierta actividad neural en los pacientes clínicamente muertos, se observa una
actividad neural incipiente en estas primeras fases de gestación, que consis-
te en descargas neuronales desorganizadas, de un tipo primitivo. La activi-
dad neuronal en sí no representa una conducta integrada.
Entre las semanas 8 y 10 se inicia el verdadero desarrollo del cerebro.
Las neuronas proliferan e inician su migración por todo el cerebro. También
se desarrolla la comisura anterior, que es la primera conexión interhemisfé-
rica (una conexión pequeña). Durante este período aparecen los reflejos por
primera vez.
Los polos temporal y frontal del cerebro se desarrollan entre las semanas
12 y 16, y el polo frontal (que dará lugar al neocórtex) crece a una velocidad des-
proporcionada en comparación con el resto del córtex. La superficie del cór-
tex parece plana durante el tercer mes, pero al final del cuarto mes aparecen
los surcos, o sulci. (Éstos dan lugar a los conocidos pliegues del cerebro.) Sur-
gen asimismo los diversos lóbulos del cerebro, y las neuronas continúan pro-
liferando y migrando por el córtex. Hacia la semana 13 el feto empieza a mo-
verse. En esta etapa empieza a desarrollarse el cuerpo calloso, el conglomerado
de fibras (los axones de las neuronas) que permiten la comunicación entre los
hemisferios, y se forma la infraestructura de la mayor parte de la conexión en-
tre los dos lados del cerebro. Pero el feto no es todavía un organismo sensible
y consciente, sino una especie de babosa marina, un cúmulo de procesos mo-
tores-sensoriales inducidos por actos reflejos que no responde a nada de un
modo dirigido o intencionado. El establecimiento de la infraestructura de un
cerebro maduro y la posesión de éste son dos estados muy diferentes del ser.
Se forman numerosas sinapsis —los puntos donde se unen dos neuronas,
los componentes básicos del sistema nervioso, para interactuar— durante
la semana 17 y las siguientes, lo cual permite la comunicación entre las neu-
ronas individuales. La actividad sináptica subyace a todas las funciones ce-
rebrales. El desarrollo sináptico no se dispara hasta el día 200 (semana 28) de
gestación, aproximadamente. Sin embargo, alrededor de la semana 23 el feto
puede sobrevivir fuera del útero con asistencia médica; también en esta eta-
pa el feto puede responder a los estímulos aversivos.2 El desarrollo sinápti-

2. K. D. Craig, M. F. Whitfield, R. V. E. Grunau, J. Linton y H. D. Hadjistavropoulos,


«Pain in the Preterm Neonate: Behavioural and Physiological Indices», Pain, nº 52, 1993,
págs. 287-299.
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24 NEUROÉTICA DE LA DURACIÓN DE LA VIDA

co más importante continúa hasta el tercer o cuarto mes posnatal. Los sulci
siguen desarrollándose a medida que el córtex se pliega para crear una su-
perficie más amplia y para acoger a las neuronas cada vez más numerosas, así
como a sus células gliales. Durante este período, se inicia la mielinación de
las neuronas, un proceso de aislamiento que acelera su comunicación eléc-
trica. Hacia la semana 32, el cerebro fetal controla la respiración y la tem-
peratura corporal.
Cuando nace el niño, el cerebro se parece al de un adulto, pero dista mu-
cho de haber concluido su desarrollo. La corteza cerebral incrementa su com-
plejidad durante años, y la formación de sinapsis prosigue durante toda la vida.

LOS ARGUMENTOS

Hemos descrito someramente la neurobiología del desarrollo cere-


bral del feto. La fase embrionaria pone de manifiesto que el óvulo fecun-
dado es un cúmulo de células sin cerebro; los procesos que empiezan a
generar un sistema nervioso no se inician hasta después del día 14. Hasta
los seis meses de gestación no existe un sistema nervioso complejo o sos-
tenible.
La evidencia de que un cerebro humano no es viable hasta la semana 23,
y sólo con ayuda de la asistencia médica moderna, no parece influir en el
debate. Éste es el punto en que falla la «lógica» neurocientífica. Los ar-
gumentos morales se mezclan con la biología, y el resultado es un batibu-
rrillo de pasiones, creencias y opiniones ilógicas y obcecadas. A partir de
las cuestiones concretas que se plantean, yo mismo tengo diversas res-
puestas acerca del momento en que se debe atribuir estatus moral al feto.
Por ejemplo, en lo que respecta al empleo de embriones para la investi-
gación biomédica, considero que el límite del día 14 establecido por los
investigadores es una práctica plenamente aceptable. Sin embargo, en la
consideración de si un feto es un «humano como nosotros», y en la atri-
bución de derechos morales y legales al ser humano, sitúo la edad en un
momento muy posterior, en la semana 23, cuando la vida es sostenible y el
feto puede, con la asistencia de una unidad neonatal, sobrevivir y desarro-
llarse hasta dar lugar a un ser humano inteligente con un cerebro normal.
Es la misma edad en la que el Tribunal Supremo estadounidense ha fijado
el límite del aborto legal.
Desde mi perspectiva de padre, experimento una reacción percepti-
va ante los estadios de desarrollo de Carnegie: la imagen del estadio 23,
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ATRIBUCIÓN DE ESTATUS MORAL A UN EMBRIÓN 25

cuando el feto tiene aproximadamente ocho semanas, sugiere que se trata


de un pequeño ser humano. Hasta esa fase, es difícil apreciar la diferen-
cia entre un embrión de cerdo y uno humano. Pero entonces, ¡zas!, apa-
rece de pronto la forma incipiente de una cabeza humana que se asemeja
inequívocamente a la de cualquiera de nosotros. Se trata, insisto, de las
ocho primeras semanas de gestación, cuando han transcurrido más de dos
tercios del primer trimestre. Reacciono ante un sentimiento que aflora en
mí, un momento perceptivo que es tajante, inequívoco y real. Y, sin em-
bargo, en el plano del conocimiento neurocientífico, puede afirmarse que
mi opinión es absurda. En el estadio Carnegie 23, el cerebro que se ha de-
sarrollado poco a poco aproximadamente desde el día 15 no es un cere-
bro capaz de sustentar una vida mental en sentido estricto. Si un adulto
sufre un daño cerebral masivo que reduce el cerebro a esta fase de desa-
rrollo, se considerará que el paciente está clínicamente muerto y, por tan-
to, es un candidato para la donación de órganos. La sociedad ha definido
el punto en el cual el funcionamiento cerebral inadecuado deja de mere-
cer un estatus moral. Si observamos los requisitos de la muerte cerebral
y los comparamos con la secuencia de desarrollo, veremos que el cerebro
de un bebé en el tercer trimestre de gestación, o tal vez incluso en el se-
gundo trimestre, puede analizarse según los mismos parámetros. Enton-
ces ¿por qué se fija el límite en el estadio Carnegie 23, si el conocimiento
neurocientífico indica que el cerebro en esta fase no está preparado para
la vida?
Intento esgrimir aquí un argumento neuroético y, sin embargo, no
puedo evitar una «reacción visceral». Por supuesto, se trata de mi reac-
ción visceral, que no tiene por qué ser común a los demás. No obstante, al
reconocerla dentro de mí, puedo apreciar la dificultad que entrañan estas
decisiones para mucha gente. Aunque no me imagino ni experimento una
reacción visceral ante la visión de un blastocisto de 14 días, entidad del
tamaño del punto de una i como las que aparecen en esta página, dicho
punto podría servir como estímulo para el sistema de creencias de quienes
sostienen que todos los óvulos fecundados merecen nuestro respeto. Aun
así, yo replicaría que la atribución de un estatus moral equivalente a una
bola de células de 14 días y a un bebé prematuro es conceptualmente
forzada. Sostener que se trata de entidades similares es un mero acto de
creencia personal.
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26 NEUROÉTICA DE LA DURACIÓN DE LA VIDA

LOS ARGUMENTOS DE LA CONTINUIDAD Y LA POTENCIALIDAD

No existe, sostienen, ningún lugar claro por donde tra-


zar una línea a partir de la formación inicial del organismo, y
por tanto no puede haber una división tajante entre el estatus
moral de la vida humana incipiente y la de los individuos más
maduros.
Consejo Presidencial de Bioética,
Monitoring Stem Cell Research, 2004

No cabe duda de que existe un punto de vista que sostiene que la vida co-
mienza en el momento de la concepción. El argumento de la continuidad
afirma que un óvulo fecundado llegará a ser una persona y, por lo tanto, me-
rece los derechos de un individuo, porque es incuestionable dónde empie-
za la vida de un individuo concreto. Si se rehúye el análisis de las fases de
desarrollo posteriores, entonces éste es uno de esos argumentos que no se pue-
den rebatir. O se cree o no se cree. Aunque quienes defienden esta idea in-
sinúan que todo aquel que valore el carácter sagrado de la vida humana debe
ver las cosas de este modo, lo cierto es que no necesariamente es así. Esta
opinión proviene, en gran medida, de la Iglesia católica, del derecho reli-
gioso norteamericano, e incluso de muchos ateos y agnósticos. En el lado
opuesto, los judíos, los musulmanes, los hindúes, muchos cristianos y otros
ateos y agnósticos no lo creen. Algunos judíos y musulmanes opinan que el
embrión merece la asignación de estatus moral de un «humano» a partir de
los 40 días de desarrollo. Muchos católicos piensan lo mismo, y muchos me
han escrito para expresarme tales opiniones, basadas en su propia lectura
de la historia eclesiástica.
Cuando analizamos la cuestión de la muerte cerebral, es decir, el mo-
mento en que se acaba la vida, se pone de manifiesto que interviene otro fac-
tor: la necesidad de nuestro cerebro de formarse creencias. Si observamos
cómo se derivan diversas opiniones morales a partir de un conjunto de da-
tos científicos y racionales aceptados, veremos la necesidad de tener en cuen-
ta los factores que influyen en estas diversas conclusiones, y entonces po-
dremos empezar a sacar determinadas cuestiones neuroéticas de los contextos
arbitrarios en que se han sopesado inicialmente.
Las culturas conciben la muerte cerebral de diversos modos. En el ám-
bito de la medicina se declara la muerte cerebral cuando el paciente está
en coma irreversible a causa de una lesión cerebral —por un golpe, por
ejemplo— y no se observa respuesta alguna en el tallo cerebral, lo cual trae
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ATRIBUCIÓN DE ESTATUS MORAL A UN EMBRIÓN 27

como consecuencia un electroencefalograma plano (es decir, no hay signo


de actividad cerebral en el análisis de la electroencefalografía) y la incapa-
cidad de respirar de forma independiente. Una encuesta publicada en la
revista Neurology en 2000 comparaba las normas y criterios para la decla-
ración de la muerte cerebral en diversos países.3 El concepto de muerte ce-
rebral se acepta en todo el mundo: ni siquiera en las sociedades más reli-
giosas se cuestiona que ya no existe vida humana cuando el cerebro deja de
funcionar de modo irreversible. Lo que difiere es el procedimiento para la
determinación de la muerte cerebral. Y estas diferencias sociales muestran
que las leyes y las prácticas bioéticas varían notablemente, por motivos que
nada tienen que ver con la ciencia, sino con la política, la religión o, en la
mayoría de los casos, la discrepancia entre las creencias personales de un
grupo de trabajo encargado de definir las normas. Por ejemplo, China ca-
rece de normas al respecto, mientras que Hong Kong tiene criterios bien
definidos, que sin duda son una huella de su antigua dependencia del Rei-
no Unido. La República de Georgia exige que un médico con cinco años
de experiencia práctica en el campo de la neurociencia determine la muer-
te cerebral; no ocurre lo mismo en Rusia. Irán requiere el mayor número
de observaciones —al cabo de 12, 22 y 36 horas— con tres médicos; y varios
Estados norteamericanos —entre ellos Nueva York y Nueva Jersey, que
tienen la fisura de las objeciones religiosas— han adaptado la ley de defi-
nición uniforme de la muerte.
El ejemplo de la muerte cerebral ilustra que las normas y reglamenta-
ciones sobre materias bioéticas pueden verse influidas por creencias que
nada tienen que ver con los datos científicos aceptados. Nadie cuestiona
que se traspasa una línea en el momento en que la pérdida de la función ce-
rebral es tal que la vida desaparece. El punto de discrepancia no es siquiera
el momento en que se debe trazar dicha línea, pues la mayor parte de los paí-
ses tiene definiciones similares de la muerte cerebral. Lo que difiere es la
persona encargada de declarar dicha muerte y las pruebas que se emplean para
ello, diferencias basadas, por lo tanto, en cómo se sabe cuándo se ha traspa-
sado la línea, pero no dónde se encuentra ésta.
También parece existir cierto acuerdo sobre la necesidad de fijar un
punto en el que se confiera estatus moral a un embrión o feto. Sin embargo,
hasta ahora ha resultado más difícil definir ese punto, a pesar de los datos cien-
tíficos.

3. E. F. M. Wijdicks, «Brain Death Worldwide: Accepted Fact but No Global Consen-


sus in Diagnostic Criteria», Neurology, nº 58, 2002, págs. 21-22.
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28 NEUROÉTICA DE LA DURACIÓN DE LA VIDA

¿Por qué? Como dijo sir Bertrand Russell: «En un instante de tiempo,
no existe nada». En otras palabras, todo es producto de la interacción de
los átomos y las moléculas, de manera que, por definición, todo es un pro-
ceso dinámico. De ahí se deriva el argumento de la potencialidad, la idea
de que, dado que un embrión o feto podría convertirse en adulto, es nece-
sario concederle siempre un estatus moral equivalente al de un ser huma-
no posnatal.
En una discusión sobre la investigación con células madre celebrada du-
rante mi participación en el consejo de bioética del presidente Bush, esta-
blecí una analogía entre los embriones creados para la investigación con
células madre y un Home Depot.* Al entrar en un establecimiento de Home
Depot uno no se encuentra treinta casas, sino materiales que requieren ar-
quitectos, carpinteros, electricistas y fontaneros para construir una casa. Un
óvulo y un espermatozoide no son un humano. Un embrión fecundado no es
un humano; necesita un útero y, como mínimo, seis meses de gestación y de-
sarrollo, crecimiento y formación neuronal y duplicación celular para con-
vertirse en un humano. Atribuirle a un embrión creado para la investigación
biomédica el mismo estatus que a uno creado para la fecundación in vitro, por
no mencionar uno creado de modo natural, es absurdo. Cuando se produ-
ce un incendio en un Home Depot, el titular de prensa no es: «Arden 30 ca-
sas en un incendio», sino: «Arde un establecimiento de Home Depot».
Muchos otros argumentos sobre el proceso reproductivo natural nos ha-
cen dudar de que suceda algo mágico en el momento de la concepción. La
formación de mellizos suele darse en los primeros 14 días. Una persona se con-
vierte en dos personas. Suceden cosas aún más extrañas cuando se forman qui-
meras. Esto ocurre cuando un óvulo que se ha dividido para formar geme-
los vuelve a fundirse en un único óvulo. En tales circunstancias, es difícil
atribuir la sensación de lo que ocurre al carácter único del «individuo» o
«alma» que supuestamente se ha formado en el instante de la concepción.

INTENCIÓN

En el debate sobre la ética de la investigación con células madre se adu-


cen argumentos que sopesan la importancia relativa del alivio del sufrimiento
humano, el desarrollo de la libre investigación y la protección de los em-

* Grandes almacenes estadounidenses especializados en productos para el hogar.


(N. de la t.)
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ATRIBUCIÓN DE ESTATUS MORAL A UN EMBRIÓN 29

briones humanos. La lógica y el razonamiento son complejos y a menudo


confusos. Por ejemplo, desde mi punto de vista, no existe conflicto o com-
paración posible entre el embrión y la investigación con células madre. Yo no
atribuyo estatus moral al embrión de 14 días. Si lo hiciera, se iniciaría la com-
paración, de la cual se derivarían consideraciones morales. Uno se sitúa rá-
pidamente en el ámbito de una serie de dilemas bien conocidos, planteados
tanto por los filósofos como por los éticos. Todo ello conduce a la siguiente
cuestión: ¿es un bien moral sacrificar una vida si de ese modo se salvan más
vidas? La madre de cinco hijos que están escondidos a causa de la persecu-
ción de la Gestapo ¿tiene el deber o el derecho moral de asfixiar al bebé que
llora para evitar la captura y asesinato de toda la familia?
La normativa actual sobre la investigación con células madre se basa en
un intento de comparar el valor de la vida humana potencial (en el caso de
la clonación biomédica, un embrión creado para la investigación biológica)
con el del potencial de la investigación destinada a salvar vidas. Es una ecua-
ción errónea. En lo que respecta a la investigación sobre embriones sobran-
tes de fecundación in vitro, así como a los embriones creados para la inves-
tigación biomédica, la necesidad de cosechar células madre de 14 días suscita
la cuestión del estatus moral del embrión. Estos dos casos plantean otro fac-
tor ético que conviene sopesar: el de la intención.
Se emplean dos tipos de embriones para la investigación biomédica hu-
mana: embriones sobrantes de los procedimientos de fecundación in vitro y
embriones creados por «transferencia nuclear de la célula somática» (SCNT).
En la SCNT se extrae un óvulo de una mujer, se le retira el ADN y se intro-
duce una célula de otro individuo en el óvulo para que se desarrolle den-
tro de él. Los investigadores surcoreanos han mostrado que este proceso
puede dar resultados en humanos. Dejaron que tal entidad se desarrollase
14 días y luego extrajeron las células madre. Si hubieran reimplantado la enti-
dad en el útero de una mujer, es posible que se hubiera desarrollado plena-
mente un bebé. Éste es el proceso que se siguió para clonar a la oveja Dolly.
En la investigación biomédica con SCNT, se crea un embrión clonado en
una cápsula de Petri con el fin de extraer células madre para la investigación
y, en última instancia, para el tratamiento de enfermedades como el Parkin-
son, si dan frutos los estudios que hasta el momento han resultado fallidos.
En ningún caso existe la intención de crear un ser humano. ¿Este grupo de
células merece la misma protección que un ser humano? Los investigadores
que trabajan con células madre defienden el límite de los 14 días, antes del
cual consideran que no ha empezado la vida. El embrión no ha comenzado
a desarrollar un sistema nervioso, la estructura biológica que experimenta e
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interpreta el mundo con el fin de generar, mantener y modificar el concep-


to de dignidad humana.
Asimismo, se puede esgrimir el argumento de la intención en el caso de
los embriones sobrantes de la fecundación in vitro. Los padres que se so-
meten a un tratamiento de fecundidad pueden crear muchos embriones con
el fin de obtener un embrión viable que se desarrolle al ser implantado. Los
padres no tienen la intención de crear un niño con cada embrión. Se calcu-
la que entre el 60 y el 80 % de los embriones generados con la unión de un
óvulo y un espermatozoide tras una relación sexual natural aborta de forma
espontánea, en muchos casos sin nuestro conocimiento. Por tanto, si utiliza-
mos la fecundación in vitro para crear embriones e implantar después sólo
unos pocos, ¿no hacemos lo mismo que la naturaleza? Tan sólo sustitui-
mos las técnicas naturales por las modernas técnicas científicas para seleccio-
nar los embriones más fuertes.
¿Los embriones extrauterinos merecen el mismo estatus que un ser hu-
mano? ¿Merecen la misma consideración que los embriones implantados? En
mi opinión, no. Me parece que las intenciones de los padres o donantes de
crear un bebé humano o no crearlo deben tener idéntico peso en el argu-
mento de la potencialidad. En otras palabras, si creamos células para fines de
investigación, y no pretendemos crear un humano, o si un progenitor crea em-
briones para que alguien pueda «tomarlos», ¿tenemos la responsabilidad
moral de desarrollar esos otros embriones para convertirlos en seres huma-
nos? Por supuesto que no.
La intención es un concepto ético interesante que interpretamos de un
modo intrínseco. Se aplica a muchos ámbitos. Excepto en casos de impru-
dencia o negligencia, la intención es un claro indicador de culpabilidad en
nuestro sistema jurídico. Se evalúan los delitos, se determina la culpabilidad
y se impone el castigo en función de la intencionalidad. La acusación de ho-
micidio sin premeditación y asesinato en tercer, segundo y primer grados se
define a partir del nivel de intencionalidad del asesino. Lo mismo ocurre en
la determinación de si se trata de una falta menor o un delito grave.
La intención, que parece un principio fundamental de la ética, ¿está in-
tegrada en nuestro cerebro? La investigación sobre la «teoría de la mente»
sugiere que en efecto es así. De hecho, la intención puede ser una de las ca-
racterísticas definitorias de la especie humana. Una parte crucial del ser hu-
mano consiste en tener una teoría sobre las intenciones de los demás en re-
lación con uno mismo. Si yo tengo una teoría sobre cómo me relaciono con
usted y usted conmigo, gran parte de ella se basa en cómo interpreto nues-
tras intenciones mutuas.
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Esta constatación —la de que nuestro cerebro está configurado para


formarse intenciones— debe ser el contexto desde el que se analice todo ar-
gumento de intencionalidad. Aunque estoy de acuerdo con la lógica de tal
argumento en lo que respecta a la investigación con células madre, este tipo
de argumento es inherentemente absurdo. Al reflexionar sobre la neuro-
ciencia, es importante comprender que estamos configurados para cons-
truirnos creencias personales, «teorías de la mente». Cuando uno tiene cier-
ta intención en relación con otra persona, o con una cosa o animal, es un
estado de creencia personal. La persona o cosa o animal se mantiene como
algo independiente y diferenciado de dicha creencia. ¿Adquiere un con-
junto de células un carácter diferente si yo no tengo intención de que se
desarrolle? ¿Adquiere un carácter diferente si yo quiero que se desarrolle,
por ejemplo, reimplantándolo en el útero de una mujer? Me parece que no.
Es el mismo conjunto de células, independientemente de mis intenciones
personales. Las células son lo que son y deben evaluarse en sus propios
términos, no en los míos. Éste es, en última instancia, el motivo por el que
debemos prescindir de nuestras creencias personales y aceptar que un con-
junto de células no es, en absoluto, un ser humano. A lo mejor sus padres pre-
tendían que usted fuese médico. ¿Debe sentirse mermado por haber sido
profesor?

ARGUMENTOS DE DISCONTINUIDAD

Muchos bioéticos han defendido que al embrión le corresponde un esta-


tus moral intermedio. Los llamados «argumentos de discontinuidad» recha-
zan la idea de que el embrión merece, en virtud de su potencial, un estatus mo-
ral idéntico al de un ser humano. En cambio, tienen en cuenta diversos
indicadores de desarrollo como puntos definitorios que señalan el comienzo
de la vida.
Como señaló el Consejo Presidencial de Bioética en su informe sobre
el control de la investigación con células madre, Monitoring Stem Cell Re-
search, uno de los primeros indicadores aparece a los 14 días. Hay quien
cree que este límite marca el punto a partir del cual no se pueden formar
mellizos y, por tanto, se consolida la individualidad del cigoto. Otro indi-
cador es la formación del sistema nervioso; sin embargo, se han propuesto
diversas fechas para el inicio de este proceso, desde la aparición del surco
primitivo (14 días) hasta la capacidad de responder a los estímulos noci-
vos (23 semanas).
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Como he señalado anteriormente, el período de 14 días es el límite que


aceptan muchos neurocientíficos como el inicio de la vida humana digna de
estatus moral, porque representa el comienzo de la formación del cerebro.
Muchos neurocientíficos y algunos bioéticos creen que la vida típicamente
humana comienza en un momento posterior, cuando el cerebro empieza a fun-
cionar, porque la conciencia depende de la capacidad operativa del cerebro.
Por supuesto, este argumento plantea un pequeño problema. Si la vida hu-
mana comienza con la conciencia, es preciso definir lo que entendemos por
conciencia. ¿Es el punto en que un feto adquiere un sistema nervioso, el po-
tencial para la formación de un cerebro? ¿Es el punto en que el cerebro está
plenamente formado en el feto? ¿O es cuando lleva diez años sometido a
un psicoanálisis freudiano? En esta cuestión vuelve a fallar la «lógica» neu-
rocientífica. A pesar de las investigaciones pioneras que se han desarrollado
en neurociencia, y los descubrimientos que se siguen haciendo sobre el fun-
cionamiento de la mecánica cerebral, todavía no comprendemos exacta-
mente en qué se basa la conciencia de un adulto. Podemos convenir en que
una hemorragia cerebral masiva que acaba en coma trae como consecuencia
la falta de un estado consciente. Sabemos que no hay un estado de concien-
cia de la propia identidad en los casos de Alzheimer avanzado. Sabemos que
continuamos desarrollando niveles de dicha conciencia durante toda la vida
—desde la infancia hasta la edad adulta— y que ese proceso es atribuible
no sólo a la educación, sino también al desarrollo cerebral subyacente. Se
puede demostrar que el cerebro de un bebé de seis semanas tiene concien-
cia de conceptos complejos. Como hemos observado todos, los bebés pue-
den ser conscientes de que el padre o la madre entra en una habitación, así
como de los ruidos estridentes. Pero la conciencia que observamos en un
bebé de seis minutos de edad es claramente distinta de la de la persona que
lee este libro.

PERSPECTIVAS

Una tradición de la medicina trata todo tejido humano con respeto, ya


sean cadáveres en una facultad de Medicina o muestras de células en un la-
boratorio de biología. Yo creo en este principio. Pero no creo que deba apli-
carse hasta el punto de atribuir el mismo estatus moral que merece un ser
humano a cualquier célula humana. Se puede observar con respeto un teji-
do a través del microscopio, pero no como si se tratara de «una especie de hu-
mano». Es necesario, por tanto, establecer un indicador para atribuir un es-
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tatus moral intermedio al embrión humano. Las voces críticas dicen que la
elección de una fecha o un indicador de desarrollo es una forma caprichosa
de determinar el comienzo de la vida. Pero yo replicaría que el comienzo y el
fin de la vida suelen ser más caprichosos que lógicos. Es lo mismo que suce-
de en la determinación de la muerte cerebral, pero en el extremo opuesto de
la escala vital. Debemos tomar una decisión, porque no hacerlo es ilógico.
La determinación del momento en que empezó la vida de un individuo
parece una cuestión sencilla: la concepción. Pero este modo de ver las cosas
es retrospectivo e injusto, porque parte de la observación de una persona y
la determinación del momento en que comenzó su vida. Una vez más, una casa
pudo haber sido concebida en Home Depot, pero un establecimiento de
Home Depot no es lo mismo que un centenar de casas. La elección de un
momento a partir del cual se debe atribuir estatus moral a un embrión o feto
es mucho más compleja. Si se analiza la cuestión desde la perspectiva de la
neurociencia, si creemos que la vida empieza con un ser sensible, debemos
postergar el comienzo de la vida más que quienes consideran que la vida se
inicia en el nivel celular. Mi hijo tal vez sostendrá que la vida no empieza has-
ta que el individuo hace su primer placaje defensivo. Pero, sin duda, se pue-
de argumentar que ni siquiera un feto de cinco o seis meses sobrevive sin
asistencia médica, porque su sistema nervioso no está plenamente desarro-
llado.
En mi opinión, es evidente que un óvulo fecundado, un conjunto de cé-
lulas sin cerebro, difícilmente merece el mismo estatus moral que atribui-
mos al niño recién nacido o al adulto en plenitud de facultades. La mera
posesión del material genético de un futuro ser humano no conlleva nece-
sariamente la existencia de un ser humano. El embrión en desarrollo que se
convierte en un feto, que será un futuro bebé, es producto de una interacción
dinámica con el entorno del útero, las experiencias posnatales y multi-
tud de factores adicionales. Una descripción puramente genética de la
especie humana no define un ser humano. Éste representa otro nivel de
organización, distinto del de un simple embrión, al igual que un embrión
es distinto de un óvulo y un espermatozoide. La dinámica entre los genes y
el entorno es lo que constituye el ser humano. Sin duda alguna, casi todos so-
mos proclives a atribuir este estatus especial a una entidad en desarrollo mu-
cho antes de que nazca, pero desde luego no antes de que dicha entidad ten-
ga cerebro.
Definir el comienzo de la vida es una cuestión delicada que depende del
contexto, al igual que la mayoría de los temas neuroéticos, si no todos. No hay
una única respuesta. Mi vida y la suya se iniciaron en la concepción. Pero
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cuándo comenzó mi vida y cuándo se inicia la vida son cuestiones diferentes.


Un embrión de 14 días creado para fines de investigación no tiene, y no debe
tener, el mismo estatus moral que un ser humano. Los embriones no son in-
dividuos. Yo, como padre, puedo reaccionar ante una ecografía de un embrión
de nueve semanas y ver a un futuro niño; como neurocientífico, sé que la
criatura no puede sobrevivir fuera del útero otras 14 semanas. En neuroéti-
ca, el contexto lo es todo. Y es el cerebro lo que nos permite analizar, razo-
nar, formular teorías y adaptarnos a todos los contextos.

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