Está en la página 1de 1

Es extraño, todo a mi alrededor está gris, pálido, como falto de vida y de color.

Incluso mis
manos, mi propio cuerpo. Comienzo a caminar, escucho mis pasos resonar contra el
mármol. Hace frío, casi parece que mi ropa no me sirve para nada. Pronto empiezo a tiritar.
Me llama la atención el vacío a mi alrededor, y la niebla que cubre la sala. No hay nada. Por
primera vez desde que abrí los ojos me pregunto donde estoy. Entonces lo veo. A lo lejos,
casi pasa desapercibido. Su silueta muestra elegancia, seguridad. Pero por su gesto parece
cansado. Lo que más me llama la atención, sin embargo, es su tamaño.Cuanto más me
acerco a él, más me doy cuenta de la diferencia de altura. Es enorme, cerca de dos pisos
de altura. Su cuerpo está cubierto por una armadura brillante, hermosa, parece hecha a
medida. En las hombreras y el pecho del mismo se puede distinguir la imagen de un
dragón. Apenas unos seis pasos nos separan cuando ambos nos quedamos quietos.

-¿Quién eres, chico? ¿Qué haces aquí?

Su voz me saca de mi ensoñación. Es profunda y grave, digna de un gigante. Puedo sentir


mis tripas encogerse de puro terror. Suspiro y tomo valor. ¿Quién soy yo para responder
ante aquel? Alzo mi rostro para buscar con mis ojos los suyos, ocultos bajo su yelmo. Me da
la sensación de que en cualquier momento se transformaría en un dragón que me podría
comer. Pero no lo hace, aunque siento los ojos del gigante observarme. Decidido, por fin,
responder.

-No tengo nombre. No sé quién soy. Sólo sé que estoy aquí, contigo.

Mi voz, en comparación, es mucho más dulce y suave. Se puede decir que mi voz es un
tanto aguda, casi como la de un niño. Entonces reparo en que mi cuerpo es, efectivamente,
el de un niño. Mis brazos son pequeños y delgados, y mis piernas parecen palos. Sin
embargo un rugido me distrae de mi análisis. Me suenan las tripas.

-Tengo hambre. -añado.

El caballero se sienta en el suelo, y escucho como suelta una risotada capaz de derrumbar
montañas. El suelo vibra en un pequeño terremoto cuando su pesado cuerpo se deja caer
sobre el mármol. Le miro sorprendido, ya que no termino de entender a qué viene aquello.
Estira su mano derecha, hacia mí, y veo como entre nosotros se forma una pequeña
hoguera, de la nada. Magia. También en ella aparece un trozo de carne atravesado por un
palo, asándose, justo frente a mi. Pronto el olor cálido y sabroso de la comida recién hecha
inunda el ambiente. Tan sólo un nuevo gesto de mi mano es lo que necesito para entender
que me ofrece aquel almuerzo. La niebla, entonces, comienza a desaparecer.

También podría gustarte