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De la identidad
social a la identidad discursiva del sujeto
Référence à compléter , 2005
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Hay muchas formas de analizar el discurso. Algunas, más teóricas, se orientan hacia la
definición de categorías y la conceptualización de modelos –y en ellas los corpora se
presentan como pretexto para la ejemplificación [1]-. Otras, más empíricas, se orientan
hacia la descripción de corpora finalizados y estructurados [2]. Pero es necesario,
además, agregar a esas dos posiciones el intento, observado en gran número de trabajos,
de articular esas dos posturas de manera tal, que en ellos no se puede describir un
corpus sin el manejo de categorías, ni tampoco definir categorías sin demostrar su valor
operativo a través de su utilización en el análisis de corpora bastante extensos.
Este será mi punto de vista al tratar la cuestión de la relación entre lenguaje y acción,
pues siempre he defendido la idea de que el análisis del discurso debería tener un triple
objetivo : (1) definir categorías que permitan articular el discurso a su exterior
situacional (como las nociones de lenguaje, acción y poder) ; (2) describir las
características de grandes géneros discursivos (como el político, el científico, el
administrativo, el mediático) ; (3) describir grandes corpora de textos (como el de la
campaña electoral de un político, el tratamiento dado por los medios a un suceso de
actualidad, los manuales escolares de determinada disciplina académica, etc.).
Trataré, por lo tanto, en primera instancia, de poner en evidencia las diferencias entre
las nociones de lenguaje y acción para luego mostrar cómo ellas se articulan entre sí.
Después, demostraré, desde la perspectiva del discurso, la preeminencia de la noción de
poder, noción ésta que obliga a trabajar con los conceptos de identidad social e
identidad discursiva del sujeto. Terminaré con una reflexión sobre las incidencias de la
noción de poder sobre el lenguaje político.
¿Por qué abordar la cuestión de la relación entre lenguaje y acción? Por dos razones. La
primera, porque es necesario deslastrarse de la idea corriente según la cual el lenguaje
se opone a la acción como lo demuestran expresiones como: “Está bien que se piense,
pero es necesario actuar”, “Entre menos se hable, más se hace”, “él habla mucho, pero
hace poco”, “hablar o hacer, hay que escoger”. Una serie de oposiciones en las cuales la
palabra estaría del lado de lo ornamental, de lo ineficaz, quizás de lo inútil, mientras que
la acción estaría del lado de lo que es eficaz y útil; en resumen, la palabra se asociaría a
las falsas apariencias, al engaño, mientras que la acción se percibiría como la propia
verdad.
Entre las diferentes formas de concebir las relaciones entre acción y lenguaje,
distinguiremos tres puntos de vista : el representacional, el pragmático y el
interaccional.
Se observará que, en esa perspectiva, la relación entre lenguaje y acción está todavía
vinculada a la actividad de lenguaje en sí misma. En todo caso, se trata de lo que resalta
y contesta J. Habermas cuando afirma que los acercamientos etnometodológicos : “se
concentran de forma tan exclusiva sobre los esfuerzos exegéticos de los actores que las
acciones se reducen a actos de habla y las interacciones sociales se reducen
implícitamente a conversaciones” [6]. Este punto de vista se diferencia del precedente
en el sentido que la accionalidad del lenguaje no depende sólo de la perspectiva del
sujeto hablante sino que reside en el fenómeno de la inter-accionalidad. Por cierto, esa
perspectiva es compartida en parte por las teorías psicológicas de la acción [7], para las
cuales toda acción se orienta hacia un objetivo, depende de una intención que se
planifica en plan de acción, y resulta, al mismo tiempo, de una regulación de los
intercambios. En cuanto a la psicología social, ella estima que para “actuar de forma
comunicativa es necesario que los participantes, al comienzo y en el transcurso del
intercambio, puedan definir lo que pueden hacer en conjunto, así como los fines de la
interacción y representárselos de forma cada vez más adecuada” [8].
El propósito de tal punto de vista es, en un primer momento, el de situarse entre tres
tipos extremos de racionalización de la actividad de lenguaje :
Eso nos lleva a considerar que el sentido que resulta del acto de lenguaje depende tanto
de los datos de su configuración lingüística como de aquellos que son exteriores a él.
Dicho de otra manera, todo acto de lenguaje tiene una doble dimensión, la externa y la
interna. Por un lado, la lógica de acción de lo externo no es extraña al lenguaje, en la
medida que toda búsqueda de un objetivo pasa por la evaluación de los motivos y de las
consecuencias que dependen, ellos mismos, de sistemas de valores cuya percepción no
es posible sino gracias a la actividad del lenguaje. Por otro lado, las identidades
discursivas de los seres de lenguaje remiten, a su vez, a aspectos psicológicos y sociales
que construyen (u ocultan), al mismo tiempo, las identidades de los actores sociales. La
dificultad está en la forma de concebir la articulación entre ese externo y ese interno,
pues el sentido resulta de una relación de reciprocidad entre los dos. Este punto de vista
no es totalmente ajeno a aquellos apuntados arriba, pero insiste sobre la interacción
dialéctica que se instaura entre lo externo, donde se encuentran los interlocutores (o
interactuantes) de la situación de comunicación, y lo interno del lenguaje, donde se
encuentran los intralocutores de la enunciación. Para demostrarlo, nos proponemos
distinguir la noción de objetivo -que está vinculada a la acción- y la de intención -que
está asociada al lenguaje.
Por ejemplo, si tengo el proyecto de cortar un árbol atingido por un rayo, debo decidir
sobre la ubicación de un agente (yo mismo u otro yo mismo quien será mi aliado), sobre
la escogencia de un instrumento (el auxiliar) y seguir el desarrollo de las operaciones
exigidas por la experiencia y/o el conocimiento de ese tipo de actividad para llegar a mi
objetivo.
Evidentemente, ese proceso puede jugarse entre varios actores cuyos objetivos sean a la
vez similares y opuestos. Es lo que sucede en las situaciones de transacción comercial :
cada uno de los agentes persigue un objetivo que le es propio, cuyo objeto le es exterior
y cuyo movimiento es una tensión no reversible hacia ese objeto (se compra o no se
compra, se vende o no). Se produce entonces un juego de acciones y reacciones que
obliga al sujeto a producir ciertas elecciones : elección de un plan de acción, elección de
un auxiliar, elección, a veces, de un aliado ; el conjunto de ellas se constituye en lo que
los psicólogos denominan un “mecanismo primario de pilotaje de las conductas de
acción”.
Estaríamos entonces frente a dos tipos de competencia. Por un lado, una competencia
praxiológica, proveniente de una lógica de la acción y que supone aptitud para aplicar
reglas de encadenamiento de actos. A falta de ellas el objetivo no se podría lograr, tal
como sucedería con un computador que, como máquina generadora de operaciones, se
bloquearía si las reglas no fuesen aplicadas correctamente. Por el otro, una competencia
comunicacional, que surge de una actividad de lenguaje y de la aptitud para producir
efectos que sobre el blanco visado. De una manera u otra, esos efectos siempre llegan al
blanco –aun cuando no al lugar previsto-, lo que permite decir que en materia de
comunicación la máquina no se bloquea jamás.
Así, el lenguaje se vincula con la acción, pero en la medida que el sujeto locutor trata de
influir sobre el interlocutor. Más o menos conscientemente éste lo sabe y puede aceptar
ese intento de influencia, oponerle resistencia, rechazarlo o responder a él utilizando
recursos de contra-influencia. Ya se trate de una conversación común, de una
explicación científica, o de un discurso político, los dos interlocutores están unidos por
una intención de influencia. Así, todo acto de lenguaje tiene una doble dimensión, de
transformación del mundo y de interacción, uno a través del otro.
Un actuar sobre el otro quiere decir que la posición de poder sobre el lenguaje se
inscribe en un proceso que pretende modificar el estado físico y mental del otro. El
poder no se concibe aquí como una simple aptitud por parte de un sujeto para ejecutar
una tarea. En un enunciado como “Puedo levantar una piedra de 100 kilos”, el sujeto
describe su capacidad para realizar tal acción, afirma que tiene las cualidades requeridas
para hacerlo, pero no dice nada, por lo menos en forma explícita, sobre su posición o su
intención comunicativa. El poder para actuar remite a una aptitud o competencia para
hacer, el poder para actuar sobre el otro remite a un proyecto intencional cuyo
propósito es ejercer influencia sobre el saber o el hacer del otro. En este segundo caso,
simétricamente, el otro se encuentra en la situación de tener que modificar alguna cosa
en sí mismo –lo que no sucede en la expresión de una simple aptitud para hacer :
escuchar el enunciado anterior (una vez más en su sentido explícito) no obliga al
interlocutor a ninguna actividad [18]-.
Una exigencia de sumisión por parte del otro quiere decir que el actuar sobre el otro no
se limita a una simple intención de hacer hacer, de hacer decir o hacer pensar. Se
incluye en ella la exigencia de que esa intención sea seguida de un efecto. Si se retoma
nuestra distinción anterior entre objetivo e intención, se dirá que esa exigencia completa
la intención de hacer hacer por medio de un objetivo de efectividad, es decir, por un
proceso accional que pone al sujeto visado en la posición de tener que ejecutar, en la
obligación de someterse.
Resta por contestar una cuestión importante : ¿en nombre de qué el sujeto tiene el
derecho a exigir ? Se trata de un fenómeno de mediación social que permite a los
integrantes de un grupo reconocerse en los valores comunes que construyen su
identidad : el en nombre de qué remite a un lugar de verdad reconocido por todos, que
justifica los actos que los hombres pueden o deben realizar ; es lo que fundamenta la
legitimidad de aquellos que son depositarios de ella. La legitimidad es entonces la que
permite, a quienes de ella están investidos, actuar conforme a los atributos de valor que
les otorga la posición que ocupan. Ella resulta del reconocimiento de los demás de
aquello en nombre de lo cual el sujeto está autorizado a actuar. Uno puede legitimarse
en función de un valor supremo (lo divino), de un mandato (social), de un saber (el
sabio), de acuerdo con la omnipotencia que la creencia popular le otorgue a ese tipo de
mediación social.
La acción se vincula, por lo tanto, al lenguaje por intermedio del poder y éste es el
hecho de un sujeto. Este sujeto, al tener la intención de hacer actuar a su interlocutor,
sabe que sus actos de enunciación producirán más efecto (entrarán en un proceso
accional) en la medida que pueda apoyarse en un estatus externo de actor social, el cual
le otorgará legitimidad. Si su legitimidad no es suficiente, podrá realizar un acto de
autoridad amenazando con sanciones u ofreciendo recompensas. Esa legitimidad y esa
autoridad no son de naturaleza esencialista ; dependen de la situación de comunicación
y de las representaciones que los interlocutores tienen de la relación entre el sujeto -
legítimo o autoritario- y la situación. La autoridad del rey, por ejemplo, puede provenir
de una legitimidad por derecho divino, pero en el campo de batalla tendrá que referirse a
la autoridad de quien sabe comandar (saber hacer), la cual le permite amenazar con
sanciones a aquellos que no luchen con valentía o prometer recompensas a quienes
demuestren valor ; incluso a lo mejor tenga que dar muestras de autoridad personal
(carisma). A su vez, un presidente de empresa, cuya legitimidad proviene de un poder
institucional privado, puede comportarse como si su autoridad le fuese atribuida por un
orden trascendental (no se habla de “patrones por derecho divino”) ; de la misma
manera, un padre de familia puede comportarse como patriarca como si su poder
proviniera de la voluntad divina (le “pater familias”) ; en cuanto al profesor, ¿puede éste
contentarse con su legitimidad institucional ? ¿No será necesario que, él también,
presente pruebas de una autoridad natural ?
Para Max Weber, el poder político está directamente vinculado con el dominio y la
violencia, postura que sostiene en función de una hipótesis general : las relaciones
humanas se basan en la relación entre dominante y dominado. El poder es, en
consecuencia, el poder de dominación, el cual se acompaña de cierta violencia. En lo
político, el Estado, al detentar la fuerza de dominio, impone su autoridad por medio de
una violencia que tiene toda la apariencia de legalidad y que obliga al otro a saberse
dominado y, por lo tanto, a someterse : “El Estado sólo puede existir bajo la condición
de que los hombres dominados se sometan a la autoridad reivindicada en cada
oportunidad por los dominadores [19].
Para Hannah Arendt, al contrario de Weber, el poder político resulta del consentimiento,
de la voluntad de los hombres de vivir juntos. En toda comunidad, los hombres se
relacionan unos con otros, dependen unos de otros y deben pensar y actuar juntos para
regular su comportamiento y construir la posibilidad de vivir en conjunto. Es este “estar
juntos” el que inaugura el hecho político, en el cual poder y acción se definen
recíprocamente : todo poder es un poder de actuar juntos. Desde esa perspectiva, el
poder político no se puede justificar por la preocupación por dominar el otro, no puede
ejercerse por la violencia, pues jamás podrá ser otra cosa que el poder resultante de una
voluntad común, un poder recibido, concedido por el pueblo o los ciudadanos : “cuando
declaramos que alguien está en el poder, entendemos que ese sujeto ha recibido de un
cierto número de personas el poder para actuar en su nombre” [20]. El poder político no
se asocia por lo tanto a la opresión, sino a la libre opinión.
El punto de vista de Jürgen Habermas parece conciliar los dos precedentes. En efecto, el
autor propone distinguir entre un “poder comunicacional” y un “poder administrativo”.
El primero existe fuera de toda dominación, siendo el pueblo su iniciador -y depositario
a la vez- ; es el pueblo quien lo hace existir y circular en el espacio público. Así se
instaura un espacio de discusión en donde los ciudadanos intercambian opiniones por la
vía argumentativa, conformándose de ese modo la “opinión pública” fuera de toda tutela
del Estado, “fuera de todo poder, en un espacio público no programado en función de la
toma de decisión, en ese sentido, no organizado” [21]. El poder administrativo, a su vez,
implica siempre relaciones de dominación. Se trata, en efecto, de organizar la acción
social, de regular por medio de leyes y evitar o rechazar (por medio de sanciones) todo
lo que pudiera oponerse a esa voluntad de actuar. Así se instituye un sistema político
que tiende a defenderse contra todo intento de desestabilización y, para hacerlo,
excluye, selecciona, trata de ser eficaz ; por lo tanto, impone. En resumen, el poder
comunicacional es el que hace posible la construcción de un espacio político, poniendo
en escena la cuestión de la legitimidad. El poder administrativo, apoyándose en esa
legitimidad y sacando partido de la voluntad popular, es el que pone en funcionamiento
un dispositivo de realización concreta del poder, que se impone incluso a quienes lo han
fundado.
No se trata de discutir aquí cada uno de esos puntos de vista, lo que por cierto han hecho
muchos filósofos. Pero quisiera, inscribiéndome en la línea de Habermas y agregándole
algo a ella, defender una concepción del lenguaje político que resulta dialécticamente de
dos objetivos que determinan dos tipos de actividad social : la actividad del decir
político correspondiente al objetivo del debate de ideas en el vasto campo del espacio
público, lugar en donde se intercambian opiniones ; y la actividad del hacer político,
correspondiente al objetivo de toma de decisiones en el campo más restringido del
espacio, en donde se presentan los actos.
Quisiera ahora mostrar las incidencias de un presupuesto como ese sobre el análisis del
discurso político. También aquí me referiré sólo a algunos aspectos [22] de la cuestión.
Se sabe que hay mentiras y mentiras. El pensamiento filosófico lo ha dicho desde hace
mucho. Sería ingenuo pensar que la mentira es o no lo es y que ella se opone a una
verdad única. La mentira se inscribe en la relación entre el sujeto hablante y su
interlocutor. El discurso mentiroso no existe en sí mismo. No existe mentira si no es en
una relación, en función del propósito que fundamenta esa relación. Es un acto
voluntario. Además, es necesario considerar que la mentira no tiene el mismo
significado ni la misma trascendencia cuando el interlocutor es singular o cuando es
plural, o cuando el interlocutor habla en público o lo hace en privado. La escena pública
le otorga un carácter particular a la mentira.
Todo hombre político sabe que le será imposible decirlo todo, en todo momento, y decir
las cosas exactamente como las piensa o las realiza, por cuanto no puede hacer que sus
palabras dificulten su acción. Para intentar resolver ese problema, aparentemente
insoluble, cuenta con varias estrategias :
Patrick Charaudeau
Centre d´Analyse du Discours
Université de Paris 13
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Notes
[1] Por ejemplo, la teoría de los actos de lenguaje, la teoría de la enunciación, las
categorías de cohesión y coherencia.
[2] Por ejemplo, los análisis del discurso político, publicitario, académico, etc., en
relación con una teoría de los “géneros”.
[3] Ver la problematización que, al respecto, plantea P.Ricoeur en Soi-même comme un
autre, Le Seuil, París, 1990, pp. 73 y ss. Ver igualmente la visión histórica que presenta
D.Vernant sobre el tema, oponiendo tres epistemas : el representativo de la época
clásica que le otorga prioridad al pensamiento, el lingüístico, que prioriza la lengua
como objeto, el pragmático, que prioriza el lenguaje como acto. Du discours à l’action,
PUF, col. “Formes sémiotiques”, París 1997.
[4] Soi-même comme un autre, op.cit., p.180.
[5] Searle J.R (1985).
[6] Habermas (1987b)
[7] Habermas (1987b)
[8] C. Chabrol in Dictionnaire d’analyse du discours (entrada Action).
[9] La etnometodología propone el término “indexicalidad” para designar, según
Garfinkel (1967), el hecho de que una expresión de lenguaje no tiene sentido si no es en
referencia a su contexto de enunciación. Nosotros empleamos el término
“indexicalización” para designar el fenómeno inverso de codificación de la realidad en
el lenguaje.
[10] Anscombre J.C. et Ducrot O (1983).
[11] Recordemos que para Habermas (1987b), se trata de una tarea que le corresponde a
una “pragmática universal”.
[12] Ver la crítica que, sobre ese punto de vista, presenta Herman Parret (1989a).
[13] Nos unimos aquí a la crítica que Verschueren (1980) hace a los actos de lenguaje y
particularmente a las máximas de Grice, las cuales el autor propone reagrupar bajo una
sola noción unificadora de “apropiación”. propiedad (approprieté).
[14] “Beneficioso” por cuanto ese objetivo es establecido por el propio agente, forma
parte de su “motivación”, y además, uno no se formula la hipótesis de que él pretendiera
ser víctima de sí mismo.
[15] D. Vernant (1997, p.150).
[16] Si existe “reversibilidad”, no puede ser sino en la actividad lingüística de
descripción, de análisis, de explicación del desarrollo de la acción, en donde es posible
remontar la cadena de las causalidades, pero no en el desarrollo y consecución de una
acción propiamente dicha, en donde uno está constreñido a descender la cadena de las
consecuencias.
[17] “Exteriores” quiere decir que ellas no pertenecen al sujeto. Todos los individuos,
en las mismas circunstancias y aplicando correctamente las mismas reglas de
procedimiento, podrán obtener el mismo objeto buscado, lo que no es el caso de la
intención comunicacional, cuyo resultado no se garantiza jamás.
[18] Evidentemente, todo acto de lenguaje es susceptible de provocar un efecto
perlocutorio. Hasta ese enunciado, interpretado como un desafío para que el interlocutor
emule al sujeto hablante, tendrá un cierto poder para actuar sobre el otro.
[19] Weber (1971) ) Économie et société, Plon, París.
[20] Arendt (1972) Du mensonge à la violence, trad.fr., Gallimard, París.
[21] Habermas (1987), Théorie de l’agir communicationnel, trad. fr., Fayard, París.
[22] Para más detalles, ver Le discours politique, op.cit.
[23] Platón (1966), La République, Garnier-Flammarion, París
[24] Platón, B. Gracian, Machiavel, H. Arendt, J. Habermas, etc.
[25] Machiavel (1980), Le Prince, trad.fr., Flammarion, París.
[26] Machiavel (1980), Le Prince, trad.fr., Flammarion, París.
Pour citer cet article
Patrick Charaudeau, "Lenguaje, acción, poder. De la identidad social a la identidad
discursiva del sujeto", Référence à compléter , 2005, consulté le 14 septembre 2011 sur
le site de Patrick Charaudeau - Livres, articles, publications.
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