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Lenguaje, acción, poder.

De la identidad
social a la identidad discursiva del sujeto
Référence à compléter , 2005

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Hay muchas formas de analizar el discurso. Algunas, más teóricas, se orientan hacia la
definición de categorías y la conceptualización de modelos –y en ellas los corpora se
presentan como pretexto para la ejemplificación [1]-. Otras, más empíricas, se orientan
hacia la descripción de corpora finalizados y estructurados [2]. Pero es necesario,
además, agregar a esas dos posiciones el intento, observado en gran número de trabajos,
de articular esas dos posturas de manera tal, que en ellos no se puede describir un
corpus sin el manejo de categorías, ni tampoco definir categorías sin demostrar su valor
operativo a través de su utilización en el análisis de corpora bastante extensos.

Este será mi punto de vista al tratar la cuestión de la relación entre lenguaje y acción,
pues siempre he defendido la idea de que el análisis del discurso debería tener un triple
objetivo : (1) definir categorías que permitan articular el discurso a su exterior
situacional (como las nociones de lenguaje, acción y poder) ; (2) describir las
características de grandes géneros discursivos (como el político, el científico, el
administrativo, el mediático) ; (3) describir grandes corpora de textos (como el de la
campaña electoral de un político, el tratamiento dado por los medios a un suceso de
actualidad, los manuales escolares de determinada disciplina académica, etc.).

Trataré, por lo tanto, en primera instancia, de poner en evidencia las diferencias entre
las nociones de lenguaje y acción para luego mostrar cómo ellas se articulan entre sí.
Después, demostraré, desde la perspectiva del discurso, la preeminencia de la noción de
poder, noción ésta que obliga a trabajar con los conceptos de identidad social e
identidad discursiva del sujeto. Terminaré con una reflexión sobre las incidencias de la
noción de poder sobre el lenguaje político.

Lenguaje y acción: puntos de vista para el análisis

¿Por qué abordar la cuestión de la relación entre lenguaje y acción? Por dos razones. La
primera, porque es necesario deslastrarse de la idea corriente según la cual el lenguaje
se opone a la acción como lo demuestran expresiones como: “Está bien que se piense,
pero es necesario actuar”, “Entre menos se hable, más se hace”, “él habla mucho, pero
hace poco”, “hablar o hacer, hay que escoger”. Una serie de oposiciones en las cuales la
palabra estaría del lado de lo ornamental, de lo ineficaz, quizás de lo inútil, mientras que
la acción estaría del lado de lo que es eficaz y útil; en resumen, la palabra se asociaría a
las falsas apariencias, al engaño, mientras que la acción se percibiría como la propia
verdad.

La segunda razón es más teórica. Se apoya en la siguiente interrogante: “¿En qué


medida el estudio del lenguaje permite explicar la acción social?”, y, en consecuencia,
en otra pregunta más: ¿Una teoría del discurso necesita una teoría de la acción?
Desde Aristóteles, la acción se concibe en relación con el sentido social que produce o
de la cual surge y, por lo tanto, en relación con los actores sociales que interactúan entre
sí para darle sentido a sus actos y a su vida. No entraremos en los detalles de una
discusión que tiene detrás de sí diversos siglos de controversias, sobre todo en el campo
filosófico [3]. Nos referiremos solamente a diferentes formas de concebir las relaciones
entre acción y lenguaje para luego proponer una reflexión sobre esa cuestión, en el
marco de una problemática socio-comunicacional.

Diferentes puntos de vista

Entre las diferentes formas de concebir las relaciones entre acción y lenguaje,
distinguiremos tres puntos de vista : el representacional, el pragmático y el
interaccional.

El punto de vista representacional considera que el lenguaje tiene por función


representar las acciones de los seres humanos -entre otras las de agresión o de apoyo, de
alianza o de oposición, que se instauran entre ellos-, las causas que ellos representan, las
razones que los motivan. Esa actividad de lenguaje da origen a relatos que no son, en sí
mismos, acciones. Sólo describen hechos que se están desarrollando, que se han
desarrollado o que podrán desarrollarse. Así, decir : “él salió por una puerta derribada
del castillo” no implica actuar sino describir una acción. La relación entre lenguaje y
acción es, en realidad, una relación de “re-presentación” por intermedio del relato, lo
que no impide que ese relato pueda incitar a la acción, por una posible identificación del
oyente o del lector con él. Se plantea entonces la interrogante sobre el tipo de
articulación que puede existir, entre, por un lado, la acción que se toma como real (o
posiblemente real), con actores que se supone que han efectiva o posiblemente vivido
una experiencia y, por el otro, los personajes, actantes de una acción relatada, la cual
supuestamente representa la acción real ; fenómeno de “adscripción” o “imputación” de
uno respecto al otro, según lo indica el filósofo Paul Ricoeur, para quien la “teoría
narrativa ocupa (…) una posición limítrofe entre la teoría de la acción y la teoría
ética” [4].

El punto de vista pragmático considera que el lenguaje es un acto dotado de cierta


fuerza (ilocutoria, perlocutoria) orientada hacia el interlocutor, fuerza que, por un lado
sería testigo de la intención de lenguaje del sujeto hablante y, por el otro, obligaría al
interlocutor a asumir, a su vez, un comportamiento lingüístico acorde con las
características de esa fuerza. En ese caso, el lenguaje es, él mismo, acción, por cuanto
hace o hace hacer, ya sea cuando la expresa en forma directa (“Cierra la puerta”) o
cuando lo hace en forma indirecta (“Hace frío”). Ese punto de vista, promovido por
Austin y Searle, quienes estaban convencidos de que una teoría del lenguaje sería parte
de una teoría de la acción, funda el lenguaje en acto. Se observará que aquí la relación
entre lenguaje y acción es una relación de fusión de uno en el otro : no hay combinación
entre acción y lenguaje, sino la integración de la acción en el lenguaje. No hay lenguaje
al servicio de la acción ni acción como productora de lenguaje, lo que hay es lenguaje
en acción o lenguaje-acción. El ejemplo emblemático de ello es, como se sabe, el acto
performativo, esta “forma más humilde, aunque divina a su manera, de magia verbal”,
según Searle [5], en donde el decir (“Yo los declaro marido y mujer”), describiendo su
propia acción, se transforma en acción. La acción no es, por lo tanto, exterior al
lenguaje y, al carecer ella de existencia autónoma, no puede ejercer, en contraposición,
acción sobre el propio lenguaje.
Ello nos conduce al punto de vista interaccional. Este punto de vista considera que la
organización del vínculo social es el resultado de los intercambios que se producen
entre los miembros de un grupo, entre los cuales se encuentran interacciones específicas
como las verbales. Esos intercambios son objeto de ritualizaciones (Goffman) y, en la
medida en que determinan los comportamientos de los actores sociales, se puede decir
que el sentido se construye en relación con las intenciones e intereses recíprocos de los
interlocutores, dentro un marco intersubjetivo (Garfinkel) puesto que esos intercambios
se definen en virtud de cierta finalidad : la intercomprensión. Eso es lo que da origen, al
mismo tiempo, a la acción social.

Se observará que, en esa perspectiva, la relación entre lenguaje y acción está todavía
vinculada a la actividad de lenguaje en sí misma. En todo caso, se trata de lo que resalta
y contesta J. Habermas cuando afirma que los acercamientos etnometodológicos : “se
concentran de forma tan exclusiva sobre los esfuerzos exegéticos de los actores que las
acciones se reducen a actos de habla y las interacciones sociales se reducen
implícitamente a conversaciones” [6]. Este punto de vista se diferencia del precedente
en el sentido que la accionalidad del lenguaje no depende sólo de la perspectiva del
sujeto hablante sino que reside en el fenómeno de la inter-accionalidad. Por cierto, esa
perspectiva es compartida en parte por las teorías psicológicas de la acción [7], para las
cuales toda acción se orienta hacia un objetivo, depende de una intención que se
planifica en plan de acción, y resulta, al mismo tiempo, de una regulación de los
intercambios. En cuanto a la psicología social, ella estima que para “actuar de forma
comunicativa es necesario que los participantes, al comienzo y en el transcurso del
intercambio, puedan definir lo que pueden hacer en conjunto, así como los fines de la
interacción y representárselos de forma cada vez más adecuada” [8].

Un punto de vista socio-comunicacional

El propósito de tal punto de vista es, en un primer momento, el de situarse entre tres
tipos extremos de racionalización de la actividad de lenguaje :

 una racionalización que apoya la actividad de lenguaje únicamente en la


realidad social, haciendo del lenguaje un simple reflejo, espejo, medio de
aquélla ; el lenguaje no sería más que el lugar en que se presentarían los indicios
de una estructuración social, a través de un proceso de indexicalización
generalizada [9]. Aquí reencontramos lo apuntado por Pierre Bourdieu, para
quien “El poder de las palabras no es otra cosa que el poder delegado del
portavoz, y sus palabras –es decir, de forma indisociable, la materia de su
discurso y su manera de hablar- no son más que un testimonio entre otros de la
certificación de delegación de la cual está investido”. Pero si ese fuese el caso,
por lo menos en su posición más radical, no se produciría ningún fenómeno de
reflexibilidad, sostenido por la misma etnometodología, reflexibilidad que
permite, como efecto de retorno, reconstruir, o por lo menos re-enmarcar, la
significación del referente social. Será necesario, por lo tanto, defender la idea
de que la actividad de lenguaje es, en sí misma, constructora de una realidad
social significante, sin descartar sin embargo que ésta pueda ser construida por
otros tipos de actividad.
 una racionalización que apoya la actividad de lenguaje en su propia
semiologización, integrando todos los datos del contexto accional en las marcas
y construcciones de la lengua. Así, algunos dirán que la argumentación se ubica
en la lengua y no en el discurso [10], y que los actos de lenguaje son portadores,
en sí mismos (en ciertas condiciones de empleo), de una fuerza de acción, o por
lo menos de su orientación pragmática (ilocutoria o perlocutoria). Según esa
perspectiva, al contrario de la precedente, -y llevada al extremo-, no habría nada
externo al lenguaje o, en todo caso, nada externo pertinente para la comprensión
de su significación. No habría entonces la necesidad de referirse a la identidad
social del sujeto hablante para interpretar su acto de lenguaje, lo que podría
conducir a interpretaciones erróneas. Será entonces necesario defender la idea de
que efectivamente hay un externo y un interno al lenguaje, que se articulan en
una relación de reciprocidad y que es de esa relación –y no dentro de cada uno
de esos elementos tomados aisladamente- que surge el sentido.
 una racionalización que efectivamente apoya la actividad de lenguaje sobre un
proceso de comunicación, pero cuya única finalidad sería la
intercomprensión [11]. Tal posición, además de que pareciera relegar el
lenguaje, como vimos anteriormente, al estatuto de simple medio, reduce la
diversidad de las motivaciones y de los efectos discursivos a una sola
perspectiva : la búsqueda del consenso. Ello implica que los participantes en el
acto de lenguaje no sean sino seres de verdad o, por lo menos, sujetos cuya
única motivación sería la de establecer una verdad consenso, garante de la
intercomprensión. En virtud de ese hecho, se apoyarían en proposiciones
racionales, en el marco de un “juego finito” de reglas, con el fin de asegurar
eficacia en la circulación del sentido en el interior de una comunidad dada [12].
En tal perspectiva, se elimina la posibilidad de considerar que muchos de los
intercambios de lenguaje (quizás todos, unos en alternancia, otros en
superposición) obedecen a otras motivaciones, de persuasión y de seducción,
que no necesariamente tienen como propósito la verdad aunque jueguen con
apariencias de verdad. Será entonces necesario defender la idea de que el acto de
lenguaje no tiene como único objetivo construir la verdad, sino también el de
jugar con la “verosimilitud”, la cual es siempre pertinente y siempre tiene
sentido [13].

Nuestro objetivo es integrar ciertos aspectos y conceptos de los diferentes puntos de


vista evocados anteriormente (intersubjetividad, interacción, regulación) y
problematizarlos desde una perspectiva socio-comunicacional.

Eso nos lleva a considerar que el sentido que resulta del acto de lenguaje depende tanto
de los datos de su configuración lingüística como de aquellos que son exteriores a él.
Dicho de otra manera, todo acto de lenguaje tiene una doble dimensión, la externa y la
interna. Por un lado, la lógica de acción de lo externo no es extraña al lenguaje, en la
medida que toda búsqueda de un objetivo pasa por la evaluación de los motivos y de las
consecuencias que dependen, ellos mismos, de sistemas de valores cuya percepción no
es posible sino gracias a la actividad del lenguaje. Por otro lado, las identidades
discursivas de los seres de lenguaje remiten, a su vez, a aspectos psicológicos y sociales
que construyen (u ocultan), al mismo tiempo, las identidades de los actores sociales. La
dificultad está en la forma de concebir la articulación entre ese externo y ese interno,
pues el sentido resulta de una relación de reciprocidad entre los dos. Este punto de vista
no es totalmente ajeno a aquellos apuntados arriba, pero insiste sobre la interacción
dialéctica que se instaura entre lo externo, donde se encuentran los interlocutores (o
interactuantes) de la situación de comunicación, y lo interno del lenguaje, donde se
encuentran los intralocutores de la enunciación. Para demostrarlo, nos proponemos
distinguir la noción de objetivo -que está vinculada a la acción- y la de intención -que
está asociada al lenguaje.

Lenguaje y acción : la distinción entre objetivo accional e intención de


lenguaje

El objetivo representa el objeto de búsqueda de la acción, es decir, un estado de


equilibrio final beneficioso [14] para el agente de esa búsqueda, o eventualmente para
un beneficiario distinto al agente. Se logra directamente o al final de un recorrido cuya
totalidad es más o menos planificada y en el cual cada etapa contiene una meta a ser
alcanzada. Para alcanzar un objetivo, son necesarias varias condiciones : (i) un actor con
un proyecto de búsqueda, una intención que le otorgue a priori un sentido a ese
proyecto ; (ii) que ese actor tenga el poder de iniciar una modificación física en el
estado del mundo, un poder hacer sin el cual la acción no se puede realizar ; (iii) que
tenga aptitud para seguir una lógica de encadenamiento secuencial y lineal de los
hechos (planes de acción), apoyándose a la vez en una experiencia de los eventos y en el
conocimiento que ha podido obtener sobre las reglas que es necesario respetar cada vez
que uno se encuentra en una situación similar. Pero también debe tomar en cuenta las
normas sociales y las reglas comportamiento que hacen posibles o prohíben ciertas
acciones. Es la aplicación correcta de las reglas y normas de ordenamiento de las
secuencias la que garantiza el éxito de la empresa, es decir, la consecución del objetivo
establecido en el proyecto inicial.

Vemos entonces que la acción se realiza de manera unidireccional : se inicia en el


proyecto de un sujeto que se transforma en agente cuando así lo decide, y se realiza
definitivamente en función del desarrollo de cierto plan hasta la obtención del objetivo.
Estamos frente a una praxiología, entendida como planificación de las acciones y
metodología para el actuar [15]. Este hecho hace que toda acción se realice en un
espacio cerrado e irreversible [16]. Comienza en el proyecto de un sujeto que determina
el objeto de búsqueda y que oportunamente se transforma en su agente ; después,
teniendo la experiencia o el conocimiento sobre la forma de llegar al objetivo trazado,
sigue un plan de acciones, es decir, un encadenamiento de secuencias de acuerdo con un
principio de causalidad temporal, en el cual el logro de una meta abre la posibilidad para
la siguiente, hasta la obtención del objetivo final, en el cual la acción se completa
definitivamente. En ese proceso, el espacio se considera como cerrado.

Por ejemplo, si tengo el proyecto de cortar un árbol atingido por un rayo, debo decidir
sobre la ubicación de un agente (yo mismo u otro yo mismo quien será mi aliado), sobre
la escogencia de un instrumento (el auxiliar) y seguir el desarrollo de las operaciones
exigidas por la experiencia y/o el conocimiento de ese tipo de actividad para llegar a mi
objetivo.

Evidentemente, ese proceso puede jugarse entre varios actores cuyos objetivos sean a la
vez similares y opuestos. Es lo que sucede en las situaciones de transacción comercial :
cada uno de los agentes persigue un objetivo que le es propio, cuyo objeto le es exterior
y cuyo movimiento es una tensión no reversible hacia ese objeto (se compra o no se
compra, se vende o no). Se produce entonces un juego de acciones y reacciones que
obliga al sujeto a producir ciertas elecciones : elección de un plan de acción, elección de
un auxiliar, elección, a veces, de un aliado ; el conjunto de ellas se constituye en lo que
los psicólogos denominan un “mecanismo primario de pilotaje de las conductas de
acción”.

La intención de lenguaje, al contrario del objetivo accional, no es sino el propósito de


influir sobre el otro, de producir en él un efecto que lo incite a modificar su propia
intención y/o su comportamiento. En efecto, en cuanto el otro representa un obstáculo
para la realización de un proyecto de acción del sujeto, dos alternativas se le presentan a
este último : eliminar físicamente al otro (acción) o involucrarse en un proceso de
comunicación para intentar hacer que el otro deje de constituirse en obstáculo. Dicho de
otra manera, cuando una intervención humana crea un obstáculo para la obtención de un
objetivo, a menos que decida utilizar la fuerza, el sujeto debe propiciar un acto de
comunicación. Vemos que, en ese momento, el proyecto del agente de la búsqueda ya
no depende, para su realización, de la simple aplicación de un plan de acción y de las
reglas que le corresponden, sino de su poder para influir sobre el otro por medio de la
persuasión o seducción.

La realización de un acto de esa naturaleza no puede seguir una lógica de


encadenamiento unidireccional por cuanto ambos participantes tienen a su disposición
la misma iniciativa de comunicación, lo que los obliga a una acción constante de
regulación. Ello nos demuestra que la finalidad del acto de comunicación no es la
misma de la acción. La primera se logra de manera a la vez simétrica y asimétrica, no
depende de la decisión de una sola instancia sino de las dos en reciprocidad abierta ; por
lo tanto, se encuentra en un lugar de impredictibilidad en cuanto a las decisiones
(indecidabilité). Vemos entonces que el acto de lenguaje, considerado en un marco
comunicacional determinado, se instaura en un espacio abierto y reversible (siempre se
puede cambiar de estrategia y volver atrás).

La conjunción entre el objetivo y la intención

Objetivo e intención se diferencian por el hecho de que la segunda no proviene, como el


primero, de la aplicación de reglas procedurales predefinidas, exteriores [17] al sujeto.
Para obtener un cierto objetivo de acción, es necesario seguir un recorrido obligatorio ;
aun si éste contiene diversas vías (una organización en forma de árbol), la buena
aplicación de las reglas es la garantía del éxito. En cambio, la construcción de un
proyecto de influencia a partir de una intención comunicativa dada, requiere de creación
y cálculo permanente sobre el otro, el receptor, sin que se tenga jamás la certeza del
éxito.

Estaríamos entonces frente a dos tipos de competencia. Por un lado, una competencia
praxiológica, proveniente de una lógica de la acción y que supone aptitud para aplicar
reglas de encadenamiento de actos. A falta de ellas el objetivo no se podría lograr, tal
como sucedería con un computador que, como máquina generadora de operaciones, se
bloquearía si las reglas no fuesen aplicadas correctamente. Por el otro, una competencia
comunicacional, que surge de una actividad de lenguaje y de la aptitud para producir
efectos que sobre el blanco visado. De una manera u otra, esos efectos siempre llegan al
blanco –aun cuando no al lugar previsto-, lo que permite decir que en materia de
comunicación la máquina no se bloquea jamás.

La conjunción entre el objetivo y la intención articula las tres concepciones sobre la


relación entre acción y lenguaje presentadas anteriormente : la representacional, la
pragmática y la interaccional. Es ella la que hace posible la socialización de los
individuos por el lenguaje y la socialización del lenguaje a través de los intercambios
entre individuos : todo grupo social es el resultado de la acumulación vivenciada de
objetivos accionales y de intenciones de lenguaje con sus implicaciones praxiológicas y
comunicacionales, de las cuales el discurso es a la vez portador y constructor. A veces,
se impone un marco accional fuertemente construido, con planificaciones fáciles de
reconocer, seguir y describir ; a veces, al contrario, el discurso se caracteriza por un
objetivo global, carente de planificación, en donde todo se juega en el plano del
lenguaje, como en el caso de ciertos debates cuyo objetivo global es el de construir una
imagen identitaria frente a los demás. “Decidir eliminar un grupo” es un proyecto de
acción ; “amenazar a los miembros del grupo de eliminarlos si…” es un acto de
lenguaje orientado por una intención que busca modificar el comportamiento de los
demás ; “comenzar una conversación por iniciativa de los miembros del grupo”, es
involucrarse en intercambios de lenguaje en los cuales una sucesión de intenciones
intentarán ejercer influencia sobre el otro ; “eliminar el grupo, a pesar de todo”, es
actuar realizando un objetivo.

La conjunción objetivo/intención en una problemática identitaria del sujeto

Marco accional e intención de lenguaje necesitan ser operacionalizados en un modelo de


funcionamiento del lenguaje que permita tratar simultáneamente lo que tiene que ver
con lo externo, que se relaciona con los datos de la acción, y lo concerniente a lo
interno, que se relaciona con la manifestación del lenguaje. Proponemos, en ese sentido,
las siguientes postulaciones :

El marco accional organizado sobre la base primera de una estructura praxiológica


determina las identidades sociales de los sujetos, sus objetivos y sus roles sociales. Esa
situación praxi-comunicacional determina en parte lo que deben ser los
comportamientos lingüísticos de los interlocutores cuando se comunican.
Fundamentalmente, esa situación plantea la cuestión de la legitimidad de los sujetos :
legitimidad del sujeto hablante desde el punto de vista de lo que lo autoriza a tomar la
palabra, legitimidad del sujeto interlocutor (o lector) desde el punto de vista de lo que lo
autoriza a ser socio de comunicación del sujeto hablante y a interpretar los discursos que
recibe de la forma como lo hace. Son los atributos de estatus y los roles
comunicacionales de los sujetos los que orientan el sentido de lo que se dice.

Es en función de ese marco que los interlocutores de la comunicación activan,


alternativamente, un proceso de producción para uno de ellos, y de interpretación para
el otro. Lo hacen a través de un acto de enunciación que construye su identidad
discursiva : identidad discursiva de sujeto enunciador e identidad discursiva de sujeto
destinatario ideal (o enunciatario). Se presenta entonces al sujeto la cuestión de su
credibilidad (cómo hacer que crean en él) y de su poder de captación (cómo hacer
entrar al otro en un universo de discurso dado).

Es en el punto de encuentro entre el marco accional (praxi-comunicacional) -el cual


determina la identidad social del sujeto hablante y su legitimidad- y su puesta en escena
enunciativa -la cual construye la identidad discursiva del sujeto enunciador, su
credibilidad y su poder de captación-, que todo acto de lenguaje participa de un actuar
sobre el otro.
Lenguaje, acción y poder

Así, el lenguaje se vincula con la acción, pero en la medida que el sujeto locutor trata de
influir sobre el interlocutor. Más o menos conscientemente éste lo sabe y puede aceptar
ese intento de influencia, oponerle resistencia, rechazarlo o responder a él utilizando
recursos de contra-influencia. Ya se trate de una conversación común, de una
explicación científica, o de un discurso político, los dos interlocutores están unidos por
una intención de influencia. Así, todo acto de lenguaje tiene una doble dimensión, de
transformación del mundo y de interacción, uno a través del otro.

No trataremos de definir la esencia del poder, si es que la hay, ni tampoco trataremos de


medir el impacto de actos emanados de una posición de poder sobre el individuo o sobre
el grupo. Para nosotros, el lenguaje, como ya dijimos anteriormente, es un problema de
intención en un espacio abierto, que se superpone a un objetivo de acción en un espacio
cerrado. Se trata, por lo tanto, de determinar las condiciones que permiten decir que la
posición del sujeto hablante es una posición de poder. En un primer acercamiento,
diremos que la posición de poder del sujeto depende de tres condiciones : un actuar
sobre el otro, una exigencia de sumisión del otro, y algo en virtud de lo cual se justifica
esa exigencia.

Un actuar sobre el otro quiere decir que la posición de poder sobre el lenguaje se
inscribe en un proceso que pretende modificar el estado físico y mental del otro. El
poder no se concibe aquí como una simple aptitud por parte de un sujeto para ejecutar
una tarea. En un enunciado como “Puedo levantar una piedra de 100 kilos”, el sujeto
describe su capacidad para realizar tal acción, afirma que tiene las cualidades requeridas
para hacerlo, pero no dice nada, por lo menos en forma explícita, sobre su posición o su
intención comunicativa. El poder para actuar remite a una aptitud o competencia para
hacer, el poder para actuar sobre el otro remite a un proyecto intencional cuyo
propósito es ejercer influencia sobre el saber o el hacer del otro. En este segundo caso,
simétricamente, el otro se encuentra en la situación de tener que modificar alguna cosa
en sí mismo –lo que no sucede en la expresión de una simple aptitud para hacer :
escuchar el enunciado anterior (una vez más en su sentido explícito) no obliga al
interlocutor a ninguna actividad [18]-.

Una exigencia de sumisión por parte del otro quiere decir que el actuar sobre el otro no
se limita a una simple intención de hacer hacer, de hacer decir o hacer pensar. Se
incluye en ella la exigencia de que esa intención sea seguida de un efecto. Si se retoma
nuestra distinción anterior entre objetivo e intención, se dirá que esa exigencia completa
la intención de hacer hacer por medio de un objetivo de efectividad, es decir, por un
proceso accional que pone al sujeto visado en la posición de tener que ejecutar, en la
obligación de someterse.

Resta por contestar una cuestión importante : ¿en nombre de qué el sujeto tiene el
derecho a exigir ? Se trata de un fenómeno de mediación social que permite a los
integrantes de un grupo reconocerse en los valores comunes que construyen su
identidad : el en nombre de qué remite a un lugar de verdad reconocido por todos, que
justifica los actos que los hombres pueden o deben realizar ; es lo que fundamenta la
legitimidad de aquellos que son depositarios de ella. La legitimidad es entonces la que
permite, a quienes de ella están investidos, actuar conforme a los atributos de valor que
les otorga la posición que ocupan. Ella resulta del reconocimiento de los demás de
aquello en nombre de lo cual el sujeto está autorizado a actuar. Uno puede legitimarse
en función de un valor supremo (lo divino), de un mandato (social), de un saber (el
sabio), de acuerdo con la omnipotencia que la creencia popular le otorgue a ese tipo de
mediación social.

La acción se vincula, por lo tanto, al lenguaje por intermedio del poder y éste es el
hecho de un sujeto. Este sujeto, al tener la intención de hacer actuar a su interlocutor,
sabe que sus actos de enunciación producirán más efecto (entrarán en un proceso
accional) en la medida que pueda apoyarse en un estatus externo de actor social, el cual
le otorgará legitimidad. Si su legitimidad no es suficiente, podrá realizar un acto de
autoridad amenazando con sanciones u ofreciendo recompensas. Esa legitimidad y esa
autoridad no son de naturaleza esencialista ; dependen de la situación de comunicación
y de las representaciones que los interlocutores tienen de la relación entre el sujeto -
legítimo o autoritario- y la situación. La autoridad del rey, por ejemplo, puede provenir
de una legitimidad por derecho divino, pero en el campo de batalla tendrá que referirse a
la autoridad de quien sabe comandar (saber hacer), la cual le permite amenazar con
sanciones a aquellos que no luchen con valentía o prometer recompensas a quienes
demuestren valor ; incluso a lo mejor tenga que dar muestras de autoridad personal
(carisma). A su vez, un presidente de empresa, cuya legitimidad proviene de un poder
institucional privado, puede comportarse como si su autoridad le fuese atribuida por un
orden trascendental (no se habla de “patrones por derecho divino”) ; de la misma
manera, un padre de familia puede comportarse como patriarca como si su poder
proviniera de la voluntad divina (le “pater familias”) ; en cuanto al profesor, ¿puede éste
contentarse con su legitimidad institucional ? ¿No será necesario que, él también,
presente pruebas de una autoridad natural ?

La relación lenguaje-acción-poder en el discurso político

¿Cómo lo anteriormente expuesto se expresa en el discurso político ? Entre los análisis


que tienen que ver con el espacio político, tres puntos de vista dominan en cuanto a la
definición del poder : los de Max Weber, de Hannah Arendt y de Jürgen Habermas, que
resumiremos a continuación.

Tres grandes concepciones del poder político

Para Max Weber, el poder político está directamente vinculado con el dominio y la
violencia, postura que sostiene en función de una hipótesis general : las relaciones
humanas se basan en la relación entre dominante y dominado. El poder es, en
consecuencia, el poder de dominación, el cual se acompaña de cierta violencia. En lo
político, el Estado, al detentar la fuerza de dominio, impone su autoridad por medio de
una violencia que tiene toda la apariencia de legalidad y que obliga al otro a saberse
dominado y, por lo tanto, a someterse : “El Estado sólo puede existir bajo la condición
de que los hombres dominados se sometan a la autoridad reivindicada en cada
oportunidad por los dominadores [19].

Para Hannah Arendt, al contrario de Weber, el poder político resulta del consentimiento,
de la voluntad de los hombres de vivir juntos. En toda comunidad, los hombres se
relacionan unos con otros, dependen unos de otros y deben pensar y actuar juntos para
regular su comportamiento y construir la posibilidad de vivir en conjunto. Es este “estar
juntos” el que inaugura el hecho político, en el cual poder y acción se definen
recíprocamente : todo poder es un poder de actuar juntos. Desde esa perspectiva, el
poder político no se puede justificar por la preocupación por dominar el otro, no puede
ejercerse por la violencia, pues jamás podrá ser otra cosa que el poder resultante de una
voluntad común, un poder recibido, concedido por el pueblo o los ciudadanos : “cuando
declaramos que alguien está en el poder, entendemos que ese sujeto ha recibido de un
cierto número de personas el poder para actuar en su nombre” [20]. El poder político no
se asocia por lo tanto a la opresión, sino a la libre opinión.

El punto de vista de Jürgen Habermas parece conciliar los dos precedentes. En efecto, el
autor propone distinguir entre un “poder comunicacional” y un “poder administrativo”.
El primero existe fuera de toda dominación, siendo el pueblo su iniciador -y depositario
a la vez- ; es el pueblo quien lo hace existir y circular en el espacio público. Así se
instaura un espacio de discusión en donde los ciudadanos intercambian opiniones por la
vía argumentativa, conformándose de ese modo la “opinión pública” fuera de toda tutela
del Estado, “fuera de todo poder, en un espacio público no programado en función de la
toma de decisión, en ese sentido, no organizado” [21]. El poder administrativo, a su vez,
implica siempre relaciones de dominación. Se trata, en efecto, de organizar la acción
social, de regular por medio de leyes y evitar o rechazar (por medio de sanciones) todo
lo que pudiera oponerse a esa voluntad de actuar. Así se instituye un sistema político
que tiende a defenderse contra todo intento de desestabilización y, para hacerlo,
excluye, selecciona, trata de ser eficaz ; por lo tanto, impone. En resumen, el poder
comunicacional es el que hace posible la construcción de un espacio político, poniendo
en escena la cuestión de la legitimidad. El poder administrativo, apoyándose en esa
legitimidad y sacando partido de la voluntad popular, es el que pone en funcionamiento
un dispositivo de realización concreta del poder, que se impone incluso a quienes lo han
fundado.

No se trata de discutir aquí cada uno de esos puntos de vista, lo que por cierto han hecho
muchos filósofos. Pero quisiera, inscribiéndome en la línea de Habermas y agregándole
algo a ella, defender una concepción del lenguaje político que resulta dialécticamente de
dos objetivos que determinan dos tipos de actividad social : la actividad del decir
político correspondiente al objetivo del debate de ideas en el vasto campo del espacio
público, lugar en donde se intercambian opiniones ; y la actividad del hacer político,
correspondiente al objetivo de toma de decisiones en el campo más restringido del
espacio, en donde se presentan los actos.

Esos dos campos se legitiman recíprocamente, pero, al contrario de Habermas y de


Arendt – y sobre todo de Weber que no concibe más que un campo, aquél en donde se
ejerce una “violencia legítima”, en el cual se fundamentan la legitimidad y la autoridad-,
agregaré que cada uno de ellos se define en función de relaciones de fuerza y de un
juego de dominación que le es propio. Cada uno lo hace mezclando lenguaje y acción,
aunque con diferencias. En el primero (actividad del decir), es el lenguaje el que
domina, a través de una lucha discursiva en la cual los golpes están permitidos
(manipulación, proselitismo, amenazas, promesas, etc.), siendo la imposición de opinión
el objetivo a lograr. En el segundo (actividad del hacer), domina la acción como lugar
en donde se ejerce el poder de actuar entre una instancia política que se dice soberana y
una instancia ciudadana que, a cada momento, puede autorizarse a solicitar prestación
de cuentas ; el objetivo es una dominación hecha sobre la base de reglamentación,
sanción y reivindicación.
Si toda producción discursiva depende, para su significación, de los objetivos que
determinan las finalidades sociales, se diría que nos confrontamos aquí con dos tipos de
actividad discursiva : una de ellas, orientada hacia las ideas y su fuerza de verdad (lugar
de fabricación de las ideologías), es lo político ; la otra, dirigida hacia los actores y su
fuerza de acción (lugar de fabricación de las relaciones de fuerza), es la política.

Palabras de lo político y estrategias discursivas

Quisiera ahora mostrar las incidencias de un presupuesto como ese sobre el análisis del
discurso político. También aquí me referiré sólo a algunos aspectos [22] de la cuestión.

Cuando el sujeto político se encuentra en una situación “fuera de gobierno” (cuando


trata, por ejemplo, de acceder al poder siendo candidato a una elección), así como en las
oportunidades en que ocupa posición de “gobierno” (cuando está “en los negocios”),
necesita actuar y comunicar, comunicar y actuar, pero utilizando estrategias ligeramente
diferentes por cuanto se mueve en situaciones de legitimidad distintas. Tanto en un caso
como en el otro, diferentes tipos de habla (o estrategias discursivas) están a su
disposición : habla de promesa, habla de decisión, habla de justificación, habla de
disimulación.

El habla de promesa (y su correlato, la advertencia), debe definir un ideal social,


portador de cierto sistema de valores y de las vías para alcanzarlos. Ese discurso se
pretende a la vez idealista y realista (la conjunción de los contrarios). Pero, al mismo
tiempo, debe ser creíble a los ojos de la instancia ciudadana, por lo cual el sujeto que
hace una promesa debe ser, él mismo, digno de crédito, lo que lo lleva a construirse una
imagen (ethos) de convicción. Necesitando la adhesión del mayor número posible de
personas a su proyecto, el político trata de llegar a su público, apelando tanto a la razón
como a la emoción, en puestas en escena diversas (declaraciones mediáticas, discursos
públicos, profesiones de fe escritas, volantes, afiches, etc.) : el habla de promesa-
advertencia debe por lo tanto adquirir no tanto fuerza de verdad, pero la fuerza de la
identificación con una idea, con un hombre o con una mujer.

El habla de decisión es esencialmente un habla de hacer que se apoya en una posición


de legitimidad. En el campo político, ella dice tres cosas : (i) existe un desorden social
(una situación, un hecho, un acontecimiento), el cual se considera inaceptable (se escapa
a la norma social o al marco jurídico existente, caso contrario, sería suficiente la
aplicación de la ley) : el habla de decisión enuncia una afirmación como : “eso no está
bien” ; (ii) dice que deben tomarse medidas para resolver esa anormalidad y reinsertarla
en un orden nuevo o en un nuevo marco jurídico ; enuncia una afirmación de orden
deóntico, algo como : “se debe arreglar” ; (iii) revela al mismo tiempo la medida que se
pone en práctica al mismo tiempo de su enunciación : de ahí su carácter performativo.

Decisión de intervenir o no en un conflicto, decisión de orientar la política económica


en una dirección u otra, decisión de decretar leyes, son muchos de los actos creados por
el habla de decisión, que significa a la vez anormalidad, necesidad y performatividad.
Recordemos la declaración del General De Gaulle, difundida por la radio, cuando
vuelve de Baden Baden, en mayo 68 : “En las actuales circunstancias, no presentaré mi
renuncia, no cambiaré mi Primer Ministro, (…). Disuelvo, hoy mismo, la Asamblea
Nacional,…”. Todo está ahí : consideración de la existencia de un desorden social,
necesidad de un nuevo orden, cumplimiento de una serie de actos por el mismo hecho
de haber sido enunciados.

El habla de justificación aparece cuando tomas de decisión, anuncios de acción –aun en


posición de autoridad- tienen la necesidad de ser relegitimados por el hecho de haber
sido cuestionados por adversarios políticos o movimientos ciudadanos. Allí se origina
una actitud discursiva que consiste en volver a la acción para darle (recordarle) su razón
de ser. Muchas de las declaraciones de jefes de Estado, de jefes del gobierno o de
ministros encargados de ciertas tareas, están destinadas a justificar sus acciones ante las
críticas o movimientos políticos (es el caso, por ejemplo, del discurso que predomina en
los informes del portavoz del gobierno a la salida de las reuniones ministeriales). El
discurso de justificación confirma el acierto de la acción emprendida y abre la
posibilidad para nuevas acciones como desarrollo o en consecuencia de la primera. Una
especie de “ilustración y defensa”, pero con la finalidad de darle continuidad a la
acción. No se trata ni de un reconocimiento, ni de una confesión. Se trata de pasar de la
situación de probablemente culpable a la posición de bienhechor responsable de sus
actos, al mismo tiempo que se justifica la continuidad de la acción.

El habla de disimulación es otro aspecto intrínseco al discurso político. Contrariamente


a la idea que se difunde cada vez más, el actor político cuida mucho lo que dice. Sabe
que debe prever tres posibilidades : las críticas de sus adversarios, los efectos perversos
de la información mediática y los movimientos sociales que debe intentar neutralizar
antes de que surjan. Se instaura entonces un juego de enmascaramiento entre habla,
pensamiento y acción que conduce a examinar la cuestión de la mentira en política.

Se sabe que hay mentiras y mentiras. El pensamiento filosófico lo ha dicho desde hace
mucho. Sería ingenuo pensar que la mentira es o no lo es y que ella se opone a una
verdad única. La mentira se inscribe en la relación entre el sujeto hablante y su
interlocutor. El discurso mentiroso no existe en sí mismo. No existe mentira si no es en
una relación, en función del propósito que fundamenta esa relación. Es un acto
voluntario. Además, es necesario considerar que la mentira no tiene el mismo
significado ni la misma trascendencia cuando el interlocutor es singular o cuando es
plural, o cuando el interlocutor habla en público o lo hace en privado. La escena pública
le otorga un carácter particular a la mentira.

Todo hombre político sabe que le será imposible decirlo todo, en todo momento, y decir
las cosas exactamente como las piensa o las realiza, por cuanto no puede hacer que sus
palabras dificulten su acción. Para intentar resolver ese problema, aparentemente
insoluble, cuenta con varias estrategias :

 La estrategia de la imprecisión. Cuando el hombre político hace promesas o


asume compromisos, no sabe con qué medios contará ni qué obstáculos se
opondrán a su acción. Él puede, efectivamente, hacer promesas o asumir
compromisos pero de manera imprecisa, muchas veces alambicada, esperando
ganar tiempo o apostando sobre el olvido de la promesa. Por ejemplo, como
candidato a la presidencia de la República, se puede siempre declarar la
intención de darle prioridad a la investigación y no mantener ese compromiso
después de electo : la acción habrá sido enunciada pero no asumida como
compromiso. Se trata por lo tanto de mantenerse en lo ambiguo, pero en una
ambigüedad que no conduzca a la pérdida de la credibilidad. El hombre político
no puede fallar en ese sentido.
 La estrategia del silencio, es decir, la ausencia de declaración : se entregan
armas a un país extranjero dado, se instalan micrófonos ocultos en un ministerio,
se hunde el barco de una organización ecologista, pero no se dice ni se anuncia
absolutamente nada. Se mantiene secreta la acción. Estamos frente a una
estrategia que plantea que anunciar lo que será efectivamente realizado
provocaría reacciones violentas que impedirían la puesta en práctica de lo que se
considera necesario para el bienestar de la comunidad.
 Un caso más claro es el de la estrategia de denegación. El hombre político,
sorprendido en asuntos que son objeto de acciones en la justicia, niega su
implicación o la de sus colaboradores. Si tuviera efectivamente participación en
tales asuntos, negar remite a mentir, ya sea al negar los hechos o al presentar
falso testimonio. Todo está en que no se pueda presentar la prueba de la
implicación de las personas en esos asuntos. Hay sin embargo una versión más
noble de esa estrategia de denegación, la estrategia del “bluff” : Hacer creer que
uno no lo sabe y asumir el riesgo de tener que demostrarlo, como suele suceder
en ciertos debates televisivos.
 Otra estrategia es la de la razón suprema : no se dice, se afirma lo falso o se deja
creer en nombre de la “razón de Estado”. La mentira pública entonces se
justifica porque se trata de salvar, en oposición a la opinión -y aun a la voluntad
de los mismos ciudadanos-, un bien soberano, o lo que constituye la base
identitaria del pueblo, sin la cual éste se desagregaría. Ya Platón defendía esa
razón “por el bien de la República” [23], y ciertos políticos han recurrido a ella –
aun en forma implícita- en momentos de fuerte crisis social. Se tiene el
sentimiento que, en ese caso, no se podría hablar de mentira, o de lo que se suele
denominar “mentira piadosa” como se habla de voto piadoso. Pues se está frente
a un discurso que, si bien engaña al otro, es por su bien. Y siendo el otro un
pueblo, es para salvarlo. Frecuentemente, es en nombre de una razón superior
que se debe callar lo que se sabe o lo que se piensa, es en función del interés
común que se debe guardar un secreto.

De todas esas estrategias, pareciera que sólo la denegación es seguramente condenable


porque afecta el vínculo de la confianza, el contrato social que se establece entre el
ciudadano y sus representantes. Los otros casos pueden ser discutidos, y muchos
pensadores de lo político lo han hecho [24] : Maquiavelo, para quien el Príncipe debe
ser un “gran simulador y disimulador” [25] ; de Tocqueville, para quien ciertas
cuestiones deben ser sustraídas al conocimiento del pueblo, “el cual siente más de lo
que razona” [26]. Se podría incluso decir con algo de cinismo que el hombre político no
tiene que decir la verdad, sino parecer decir la verdad : el discurso político se interpone
entre la instancia política y la instancia ciudadana creando entre las dos un juego de
espejos.

Patrick Charaudeau
Centre d´Analyse du Discours
Université de Paris 13

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Notes

[1] Por ejemplo, la teoría de los actos de lenguaje, la teoría de la enunciación, las
categorías de cohesión y coherencia.
[2] Por ejemplo, los análisis del discurso político, publicitario, académico, etc., en
relación con una teoría de los “géneros”.
[3] Ver la problematización que, al respecto, plantea P.Ricoeur en Soi-même comme un
autre, Le Seuil, París, 1990, pp. 73 y ss. Ver igualmente la visión histórica que presenta
D.Vernant sobre el tema, oponiendo tres epistemas : el representativo de la época
clásica que le otorga prioridad al pensamiento, el lingüístico, que prioriza la lengua
como objeto, el pragmático, que prioriza el lenguaje como acto. Du discours à l’action,
PUF, col. “Formes sémiotiques”, París 1997.
[4] Soi-même comme un autre, op.cit., p.180.
[5] Searle J.R (1985).
[6] Habermas (1987b)
[7] Habermas (1987b)
[8] C. Chabrol in Dictionnaire d’analyse du discours (entrada Action).
[9] La etnometodología propone el término “indexicalidad” para designar, según
Garfinkel (1967), el hecho de que una expresión de lenguaje no tiene sentido si no es en
referencia a su contexto de enunciación. Nosotros empleamos el término
“indexicalización” para designar el fenómeno inverso de codificación de la realidad en
el lenguaje.
[10] Anscombre J.C. et Ducrot O (1983).
[11] Recordemos que para Habermas (1987b), se trata de una tarea que le corresponde a
una “pragmática universal”.
[12] Ver la crítica que, sobre ese punto de vista, presenta Herman Parret (1989a).
[13] Nos unimos aquí a la crítica que Verschueren (1980) hace a los actos de lenguaje y
particularmente a las máximas de Grice, las cuales el autor propone reagrupar bajo una
sola noción unificadora de “apropiación”. propiedad (approprieté).
[14] “Beneficioso” por cuanto ese objetivo es establecido por el propio agente, forma
parte de su “motivación”, y además, uno no se formula la hipótesis de que él pretendiera
ser víctima de sí mismo.
[15] D. Vernant (1997, p.150).
[16] Si existe “reversibilidad”, no puede ser sino en la actividad lingüística de
descripción, de análisis, de explicación del desarrollo de la acción, en donde es posible
remontar la cadena de las causalidades, pero no en el desarrollo y consecución de una
acción propiamente dicha, en donde uno está constreñido a descender la cadena de las
consecuencias.
[17] “Exteriores” quiere decir que ellas no pertenecen al sujeto. Todos los individuos,
en las mismas circunstancias y aplicando correctamente las mismas reglas de
procedimiento, podrán obtener el mismo objeto buscado, lo que no es el caso de la
intención comunicacional, cuyo resultado no se garantiza jamás.
[18] Evidentemente, todo acto de lenguaje es susceptible de provocar un efecto
perlocutorio. Hasta ese enunciado, interpretado como un desafío para que el interlocutor
emule al sujeto hablante, tendrá un cierto poder para actuar sobre el otro.
[19] Weber (1971) ) Économie et société, Plon, París.
[20] Arendt (1972) Du mensonge à la violence, trad.fr., Gallimard, París.
[21] Habermas (1987), Théorie de l’agir communicationnel, trad. fr., Fayard, París.
[22] Para más detalles, ver Le discours politique, op.cit.
[23] Platón (1966), La République, Garnier-Flammarion, París
[24] Platón, B. Gracian, Machiavel, H. Arendt, J. Habermas, etc.
[25] Machiavel (1980), Le Prince, trad.fr., Flammarion, París.
[26] Machiavel (1980), Le Prince, trad.fr., Flammarion, París.
Pour citer cet article
Patrick Charaudeau, "Lenguaje, acción, poder. De la identidad social a la identidad
discursiva del sujeto", Référence à compléter , 2005, consulté le 14 septembre 2011 sur
le site de Patrick Charaudeau - Livres, articles, publications.
URL: http://www.patrick-charaudeau.com/Lenguaje-accion-poder-De-la.html

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