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SOBRE ACTOS DE HABLA

“Lo que realmente importa, lo que realmente tiene


significación, no es la imagen que suscita una palabra u oración, sino la acción
que sugiere u ordena, aconseja o prohíbe” (Camps, 1976:160).

Austin
(1961) distinguió entre tres tipos de actos que llevamos a cabo cuando hablamos.
En primer lugar, emitimos una secuencia de signos que remiten a un orden
fonético, un orden gramatical y una operación semántica, ya que debe ser
reconocida como una manifestación coherente de la lengua compartida entre los
sujetos. A esto se le denomina acto locutivo. En segundo lugar, el enunciado
posee intencionalidad, una fuerza particular que es la que permite reconocerlo
como petición, orden, felicitación, etc. Esto da lugar al acto ilocucionario,
entendido como una proposición acompañada de una fuerza. Dicha fuerza o
intencionalidad está orientada a modificar la conducta del aquellos a los que dirige
el enunciado, es decir que todo acto de habla produce efectos, cuya naturaleza se
escapa del orden estrictamente lingüístico. Estamos entonces, según Austin, ante
un acto perlocutivo.

Ahora, es el acto perlocucionario el que escapa en mayor grado al estudio de las


reglas o condiciones para que se produzca o no determinado efecto: “la
convencionalidad del acto es la principal diferencia que se da entre el acto
ilocucionario y el perlocucionario. Los actos perlocucionarios no son
convencionales, aunque pueden realizarse mediante ciertos actos convencionales

de los actos de habla, describiendo así las condiciones necesarias para que se
produzcan ciertos tipos de actos. Sostiene que “hablar un lenguaje es formar parte
en una forma de conducta (altamente compleja) gobernada por reglas” (2001: 22).
Ahora bien, la pregunta que surge es ¿De qué naturaleza son estas reglas? El
autor hace referencia a reglas constitutivas subyacentes a todo acto de habla, sólo
de esta manera se entiende que prometer genera una obligación o compromiso
por parte de quien realice el acto, por el hecho de que “X cuenta como Y”, en el
contexto C”. El objetivo de su teoría desde la filosofía del lenguaje es “formular un
conjunto de reglas constitutivas para las realizaciones de ciertos géneros de actos
de habla” (2001:46). Con estas reglas se plantean las condiciones necesarias y
suficientes en función de la relación (analítica) entre lo emitido, la intencionalidad
del hablante, el significado y lo que el interlocutor comprende. El significado es
dado, entonces, no sólo por la intencionalidad del locutor sino también por el
conjunto de convenciones que comparten los usuarios de una misma lengua.
hacen tres acciones: realizar actos de emisión (emitir palabras), realizar actos
proposicionales (referir y predicar) realizar actos ilocucionarios. Al realizar un
acto ilocucionario, es decir, al enunciar, prometer, ordenar, etc., se realizan actos
de emisión y actos proposicionales. Deja de lado el acto perlocucionario por
cuanto su análisis lo alejaría de las reglas planteadas para los actos ilocucionarios.
Lo que no se puede dejar de lado es que un acto de habla modifica el estado de
cosas, porque está orientado a producir pensamientos, acciones en los sujetos. Es
importante aducir aquí a la reflexión de Austin sobre las particularidades que
instaura cada género de acto de habla:
“Hablar del “uso del lenguaje” para prometer o advertir, parece exactamente igual a
hablar del “uso del lenguaje” para persuadir, excitar, alarmar, etc. Sin embargo, el
primer tipo de “uso” puede, para decirlo sin mayor precisión, ser considerado
convencional, en el sentido de que por lo menos es posible explicarlo mediante la
fórmula realizativa, cosa que no ocurre con el último. Así, podemos decir “te prometo
que” o “te advierto que”, pero no podemos decir “te persuado que” o “te alarmo que”
(1961: 148).

Con este último tipo de actos las formas de manifestación del enunciado adquiere
una dimensión variable de acuerdo con la situación comunicativa y la situación de
enunciación construida por el locutor. De manera que se puede “alarmar”, o
“intimidar” acudiendo a actos asertivos.

El contrato social establecido entre


los participantes (En Searle, las convenciones), se encuentra regulado por el
género discursivo y las relaciones jerárquicas que se instauran, y es este el que da
lugar a la comprensión de determinados enunciados como un respaldo o censura,
como una acción de acogida o de rechazo. Hay que recordar que a través de la
construcción discursiva de los sujetos se pueden crear efectos de miedo,
intimidación y odio, a partir de los cuales se construye consenso, y para ello es
preciso movilizarlo por el juego de la ironía, de los implícitos o la mentira. En el
enunciado converge, entonces, la tonalidad intencional (con respecto al “Yo”,
la tonalidad predictiva (con respecto al “Tú”) y la tonalidad apreciativa (con
respecto al tema, a lo referido).
Teniendo en cuenta que el límite del enunciado es el género discursivo (como es
afirmado por Martínez), de cada tipo de discurso, atendiendo a la práctica social
en que se encuentra inscrito, son esperables ciertos actos de habla. Por ejemplo,
en el discurso de campaña de un candidato presidencial, es factible encontrarse
con actos compromisorios (acto de promesa), mientras que en un informe de
investigación presentado por un científico, se puede hacer más uso de actos
asertivos (afirmaciones, explicaciones, etc.) Y en el contexto de una ceremonia
religiosa para oficiar matrimonio, predominará el acto declarativo.
Identificar los actos de habla en los enunciados no es tarea fácil y no se puede
efectuar de manera desprevenida, en cuanto buena parte de lo que se comunica,
del sentido, se construye a partir de las omisiones, de los implícitos, de los
sobreentendidos, del silencio, de la ironía. “En la práctica, la realización explícita
de un acto de habla es más la excepción que la regla” (Van Eemeren y
Grootendorst, 2002: 65). Esto sucede con mayor razón en el discurso político,
donde las relaciones de oposición y de respaldo con los grupos políticos (partidos

políticos, sectores como magisterio, iglesia, sindicatos y la ciudadanía en general),


hacen que el locutor se rija por los actos indirectos para establecer rechazo o
crítica. Así mismo, para descalificar al adversario se hace uso de todo un conjunto
de movimientos lingüísticos: puede topicalizar un tema o acontecimiento donde lo
negativice, o valerse de la ironía para rebajar y ridiculizar al otro.
Estamos entonces ante una práctica discursiva donde prevalecen los actos
indirectos y los actos implícitos (reconocidos como un tipo de indirectos): una
recomendación se puede constituir fácilmente en una amenaza, un consejo, en
advertencia. La comprensión del acto indirecto, como ya se ha señalado, requiere
tomar en cuenta la totalidad del discurso y la situación de enunciación que se
instaura. Es decir, hay que dar cuenta de la tonalidad que adquiere el enunciado a
partir de la movilización de distintos actos de habla.

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