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uno que no necesita morderse las unas sea mucho más atrac- tiva que el deseo de mordérselas, se le

suministra al cerebro una señal poderosa, que indica hacia qué tipo de comporta- miento debe
tender. Es lo que hice yo para abandonar la cos- tumbre de morderme las uñas, que se había
convertido para mí en un hábito por completo inconsciente. Un día después de haber practicado la
rutina del tris-tras, me sorprendí mor- diéndome los dedos. Esto podía interpretarse como un fra-
caso, pero yo preferí considerarlo como un progreso en la curación del hábito, tras lo cual me limité
a hacer diez ejerci- cios de tris-tras, y nunca más se me ha ocurrido morderme las uñas.

Puede uno hacer lo mismo con los temores o las frustra- ciones. Propóngase, por ejemplo, algo que
teme hacer. Lue- go, represénteselo funcionando como a usted le gustaría. Haga que ese cuadro sea
excitante de verdad. Y entonces permute, tris-tras, siete veces seguidas las dos escenas. Hecho esto,
piense en lo que le daba miedo. ¿Qué le sugiere ahora? Si la rutina se ha ejecutado eficazmente, tan
pronto como uno quiere ponerse a pensar en aquello que temía, automáti- camente se encuentra
pensando en la cosa como uno desearía que fuese.

Otra variación del patrón tris-tras consiste en imaginar que uno tiene delante una honda o tirador de
goma. En me- dio de la horquilla se coloca la imagen del comportamiento actual que uno quiere
cambiar. El tirador se carga con una imagen muy pequeña de cómo desearía ser uno mismo.
Mentalmente vamos tirando de las gomas hacia atrás, cada vez más atrás hasta llegar a la máxima
tensión posible. En- tonces se dispara, e imaginamos cómo el proyectil revienta la vieja imagen que
tenemos delante y penetra en el interior de nuestro cerebro. Al hacer esto es importante imaginar
cómo la goma se tensa más y más, antes de soltarla. En el mo- mento de disparar se dirá «zumbaaa»
en voz alta, contem- plando cómo se rompe esa vieja imagen de lo que éramos cuando sufríamos
por culpa de nuestras limitaciones. Si se hace correctamente, en el momento de soltar el proyectil la
sensación de que la imagen se precipita al encuentro de uno

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es tan viva que la cabeza se echa involuntariamente hacia atrás. Ruego al lector que se pare ahora
mismo a considerar alguna idea o comportamiento incapacitante que le gustaría cambiar, para
ensayar la rutina del tris-tras con esta metáfora del tirador.

No olvide que su mente puede ir contra las leyes del uni- verso, en un sentido que es crucial: puede
retroceder hacia el pasado. No ocurre lo mismo con el tiempo real ni con los hechos, y sin embargo
la mente puede. Digamos que va usted a su oficina y lo primero que ve es que no han terminado un
informe importante que usted necesitaba. Ese informe pen- diente le pone en un estado más que
desvalido. Usted se en- fada, sufre debido a la frustración. Su primer impulso sería llamar y echarle
una filípica a la secretaria. Pero los gritos no servirán para producir el resultado que usted desearía,
sino sólo para empeorar aún más la situación. La clave consiste en cambiar su estado, en retroceder
y ponerse en un estado que le permita conseguir que se hagan las cosas. Lo cual puede hacerse por
el procedimiento de reubicar o resituar las re- presentaciones internas.

En todo este libro hablo de ser el dueño y soberano de uno mismo, de dominar y dirigir el propio
cerebro. Ahora empieza usted a ver cómo se consigue. A través de los esca- sos ejercicios
realizados hasta aquí ha visto que está en sus manos la posibilidad de controlar por completo su
propio estado. Piense en lo que podría ser su vida si recordase todas sus experiencias felices como
imágenes brillantes, próximas y llenas de color, como sonoridades alegres, rítmicas y agra-
dablemente melodiosas, como contactos tiernos, cálidos y reconfortantes. ¿Y si sus experiencias
negativas quedasen re- gistradas como viejas instantáneas pequeñas, borrosas, como voces casi
inaudibles y formas insustanciales que, por excesi- vamente remotas, han dejado de afectarle? Esto
lo hacen los triunfadores de manera inconsciente. Saben cómo aumentar el volumen de lo que les
favorece y cómo cortar la voz a lo que les perjudica. En este capítulo, usted ha aprendido a mo-
delar esa conducta.

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No le sugiero que ignore los problemas. Hay situaciones a las que uno, ineludiblemente, debe
enfrentarse. Todos no- sotros tenemos algún conocido que, por más que las cosas le hayan salido
bien en un noventa y nueve por ciento durante el día, regresa a su hogar en estado de depresión
total. ¿Por qué? Porque una cosa entre cien resultó mal. De eso que salió mal seguramente hace una
imagen enorme, chillona, aplas- tante, que convierte todo lo demás en sucesos diminutos, muertos e
insignificantes.

Muchas personas pasan así toda la vida. Son esos clientes que me dicen: «Siempre estoy
deprimido». Lo dicen casi con orgullo, porque el estar deprimido ha llegado a ser parte de su
manera de ver el mundo. Pues bien, muchos terapeutas comenzarían por abordar la tarea, larga y
ardua, de desente- rrar la causa de esa depresión. Dejarían que el paciente les hablase de su
depresión durante horas. Hurgarían en el cubo de basura mental de su cliente hasta descubrir
vivencias pri- mitivas de tristeza y sufrimientos emocionales pasados. Pero con esas técnicas se
construyen relaciones terapéuticas muy prolongadas y, sobre todo, muy onerosas.

Nadie está siempre deprimido. La depresión no es una si- tuación permanente como la de quedarse
manco o cojo. Es un estado, y las personas pueden entrar en él o dejarlo. En realidad, muchos de los
individuos que pasan por una depre- sión han tenido en su vida numerosas experiencias felices...,
quizá más que otros. Lo que ocurre es que no se representan dichas experiencias a sí mismos de una
manera brillante grandiosa y «asociada»; además, suelen pintar las épocas feli- ces como algo muy
lejano, y no inmediato. Haga una pausa para recordar algún acontecimiento sucedido la semana pa-
sada, y luego póngase a alejarlo mentalmente. ¿Le parece ahora que es una experiencia tan reciente?
Y si hubiera elegi- do acercarla, ¿no parecería entonces más viva? Algunas per- sonas toman sus
experiencias felices del momento y las dis- tancian como si hubieran ocurrido hace mucho tiempo;
en cambio, nunca apartan mucho el pensamiento de sus proble- mas. Tal vez haya oído usted esta
expresión: «Tengo necesi- dad de distanciarme un poco de mis problemas». No es que

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uno deba tomar el avión e irse a algún país exótico; basta con establecer esa distancia mentalmente,
y se notará la diferen- cia. Las personas que se sienten deprimidas a menudo tienen la cabeza llena
de imágenes grandes, vocingleras, próximas e insistentes de los malos tiempos, y apenas una vieja
foto gris y confusa de los buenos. Eso no podemos cambiarlo encena- gándonos en los malos
recuerdos; hay que cambiar las sub- modalidades, que forman la propia estructura de los recuer-
dos. El paso siguiente consiste en asociar lo que le hacía sentirse mal a uno con las nuevas
representaciones que le ha- cen sentirse capaz de afrontar los desafíos de la vida con de- cisión,
humor, paciencia y energía.

Algunos dirán: «¡Un momento! ¡Las cosas no se cambian con tanta facilidad!». ¿Por qué no?
Muchas veces se com- prende más fácilmente una cosa en un relámpago de claridad que en años de
meditación. Así trabaja el cerebro. Recorde- mos el funcionamiento del cinematógrafo. Uno ve
miles de imágenes que se combinan para dar la sensación de movi- miento. En cambio, si un día
viéramos un fotograma, y al cabo de una hora otro, y dos o tres días después un tercero,
seguramente no sacaríamos nada en limpio. El cambio per- sonal sigue un proceso parecido. Si
usted hace algo, si pro- duce un cambio en su cerebro ahora mismo, si modifica su estado y su
comportamiento, se habrá demostrado a sí mis- mo, de la manera más espectacular, lo que se puede
hacer, con lo cual recibe un impulso más poderoso que si se dedica- se a meditar angustiosamente
durante un mes. La física cuántica nos enseña que las cosas no varían gradualmente a lo largo del
tiempo, sino en saltos discontinuos llamados cuán- ticos. Nosotros saltamos de un nivel de
experiencia a otro. Si a usted no le gusta lo que siente, cambie la manera en que se representa las
cosas. Es así de sencillo.

Consideremos otro ejemplo: el amor. Para muchos de nosotros el amor es una experiencia
maravillosa, etérea, casi mística. Desde el punto de vista de la teoría del modelado, observamos que
el amor es un estado y que, lo mismo que cualquier otro estado o resultado, se produce en virtud de
un determinado conjunto de actos o de estímulos percibidos o

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representados de una manera determinada. ¿Cómo se ena- mora uno? Entre los ingredientes
perceptuales del enamora- miento, uno de los más notables es el que consiste en «aso- ciarse» con
todo lo que a uno le gusta de la persona amada y disociarse de todo lo demás. El enamoramiento
puede ser un estado embotador y desorientador, porque no es equilibra- do; uno no establece un
balance de las cualidades buenas y malas de la persona para pasarlo por un ordenador y ver lo que
sale, sino que se asocia totalmente con el pequeño nú- mero de rasgos de esa persona que a uno le
intoxican. En ese momento ni siquiera percibe los «defectos» de la misma.

¿Por qué se estropean las relaciones? Eso, naturalmente, depende de muchos factores. Uno de ellos
puede ser que deje uno de asociarse con los rasgos de la otra persona que al prin- cipio le gustaban.
Lo que suele ocurrir en realidad es que uno llega a asociarse con todas las experiencias
desagradables su- fridas en la relación con ella, mientras se disocia de los ratos agradables que se
compartieron. ¿Cómo sucede esto? Quizás uno haya observado y se haya formado una imagen
grande y predominante de cómo el otro tiene la costumbre de perder el tapón del tubo de dentífrico
o dejar la ropa tirada por el suelo. A lo mejor es que él ya no le escribe billetes cariñosos a ella. O
posiblemente ella recuerda lo que él dijo en el calor de una discusión, y ha estado pasando
mentalmente la cinta de ese diálogo una y otra vez, recordando cómo la ofendió, en vez de recordar
la caricia que le hizo otro día o las cosas amables que le dijo la semana pasada o lo bien que lo
pasaron el día del aniversario. La lista de ejemplos similares sería interminable. Quizá convenga
aclarar que no es que sea «malo» plantearse las cosas de esta manera; simplemente hay que tener
presente que dicho modo de representarnos nuestras experiencias sin duda no mejorará nuestras
relaciones. Muy distinto sería si, por ejemplo, en medio de una discusión, recordase usted la
primera vez que se besaron o anduvieron con las manos uni- das, o aquella vez que el otro hizo por
usted algo realmente fuera de lo común, y se diese a esa representación preferencia en cuanto a
tamaño, brillantez y proximidad. A partir de un estado así, ¿cómo trataríamos a la persona amada?

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Ante cualquier patrón de comunicación hay que hacer un alto de vez en cuando y preguntarse: «Si
continúo represen- tándome las cosas de esta manera, ¿qué voy a conseguir en la vida? ¿Hacia
dónde me conduce mi comportamiento actual, y hacia dónde quiero ir? Ha llegado el momento de
examinar el resultado que obtengo con mis acciones mentales y físi- cas». No sea que más adelante
descubra usted que ha ido a parar adonde no quería, por culpa de algo tan fácil de cam- biar y
rectificar.

Puede ser de interés el observar si uno tiene un patrón especial de «asociación» o «disociación».
Muchas personas están la mayor parte del tiempo disociadas de sus representa- ciones y rara vez se
muestran emocionalmente conmovi- das por nada. La disociación tiene ciertas ventajas; cuando
procura uno mantenerse alejado de emociones intensas acer- ca de determinadas cosas, dispone de
más recursos para tratar de controlar la situación. Sin embargo, si ésa es su manera habitual de
representarse la mayor parte de las experiencias de la vida, en realidad se está perdiendo lo que yo
llamo la sustancia de la vida, su meollo, que nos ofrece una plétora in- calculable de alegrías.
Algunos de mis clientes eran personas muy conservadoras, que padecían graves limitaciones en
cuanto a la expresión de sus sentimientos. Establecí para ellos nuevas rutinas de percepción; al
reforzar en sumo grado las representaciones internas asociadas, estos individuos se sien- ten como
renacidos y encuentran en la vida una experiencia totalmente renovada.

Por el contrario, si la inmensa mayoría de las representa- ciones internas fuesen totalmente
asociadas, emocionalmente uno podría quedar hecho un guiñapo y tendría grandes difi- cultades en
hacer frente a la vida, que no siempre está llena de cosas divertidas, fáciles ni agradables. No hay
que permitir que le afecten a uno demasiado; la persona excesivamente asociada con todo lo que le
pasa resulta vulnerable en exceso y además se lo toma todo de una manera demasiado personal.

El justo medio es lo preferible, también por lo que res- pecta a los filtros perceptuales de asociación
y disociación. Podemos asociarnos con cualquier cosa que nos convenga, o

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disociarnos de ella. La clave está en hacerlo conscientemente, de manera que nos sirva de ayuda.
Podemos controlar cual- quier representación de las que nos formamos en nuestro ce- rebro.
¿Recuerda lo aprendido sobre el poder de nuestras creencias? Decíamos que no se nace con unas
creencias y que éstas siempre se pueden cambiar. Cuando éramos niños creíamos algunas cosas que
ahora nos parecen ridiculas. Y terminábamos nuestro capítulo sobre las creencias con una pregunta
esencial: ¿cómo adoptar las creencias que nos capa- citan y deshacernos de las que nos perjudican?
El primer paso consistía en darse cuenta de sus poderosos efectos sobre nuestra vida. En el presente
capítulo ha dado usted el segun- do paso: cambiar la manera en que se representa usted esas
creencias a sí mismo. Ya que, si cambia usted la estructura de cómo se representa algo a sí mismo,
cambiará también lo que siente acerca de ello y por tanto la estimación que le merecen sus
experiencias vitales. Usted puede representarse a sí mis- mo las cosas de una manera que
invariablemente favorezca a su capacidad, ¡ahora mismo!

Recuerde que una creencia es un estado emocional fuerte, una certeza que se tiene acerca de
determinadas personas, cosas, ideas o experiencias de la vida. ¿Cómo se ha creado esa certeza? A
través de las submodalidades específicas. Cuando usted está seguro de algo, ¿le parece que lo ve
oscuro, desen- focado, diminuto y lejano... o todo lo contrario?

El cerebro tiene además un sistema de archivo. Algunos individuos almacenan a la izquierda las
cosas en que creen, y a la derecha aquello acerca de lo cual no se sienten seguros. Ya sé que cuesta
creerlo, pero cuando alguien se rige por un sistema de codificación así basta con inducirle a retirar
del lado derecho y a poner en el izquierdo una cuestión cual- quiera, para que empiece a sentirse
seguro de ella. Tan pronto como la ve clasificada en el lado de las cosas que cree, ¡em- pieza a creer
en una idea o un concepto que sólo momentos antes contemplaba con incertidumbre!

Este cambio de creencias se realiza, sencillamente, al con- trastar cómo nos representamos aquello
que consideramos absolutamente cierto en comparación con lo que no nos lo

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